OPINIÓN
La corrupción en la Argentina ya no es lo que era antes del kirchnerismo

Por Carlos Salvador La Rosa
Con Néstor Kirchner primero, concentrándola en sus solas manos, y con la muerte de Néstor Kirchner después, desperdigándose en infinitas manos, cambió sustancialmente su accionar convencional haciendo metástasis por todo el cuerpo estatal. Javier Milei debe decidir qué hacer con esa "herencia": negar su existencia o combatirla.
Corrupción hubo y habrá siempre en los temas del poder, ella es consustancial a los mismos, aunque las dosis no son las mismas nunca. En sus orígenes ochentosos, nuestra democracia liderada por Raúl Alfonsín se inició con signos auspiciosos: así como la república democrática nació para convertirse en estructural por primera vez en la Argentina (42 años de continuidad ininterrrumpida así lo demuestran), la corrupción al principio no formó parte sustancial del nuevo sistema político. Puede haber habido actos ilícitos o venales en la política de los 80, pero fueron aislados y escasos.
Recién en los noventa la corrupción vendría a reclamar su protagonismo estelar dentro de la democracia, pero aun así, lo hizo en su estilo tradicional: el de recurrir a ella para el financiamiento de la política en negro (con lo que se financia en blanco, la política no podría hacer ni una campaña electoral municipal) y para el reparto de coimas aprovechando el clima reinante de privatizaciones donde el traspaso de bienes públicos hacia manos privadas permitió a la elite política de ese entonces quedarse con significativos desvíos. Pero, salvo los grandes emprendimientos ("el robo para la corona"), el estilo político de Menem toleró que cada cual dentro de su funcionariado se enriqueciera con la parte del botín que pudiera obtener.
La movilidad social ascendente basada en la carrera política comenzó a ser más importante que la tradicional movilidad social ascendente basada en el trabajo, el mérito y el esfuerzo que durante todo el siglo XX logró construir a la Argentina en el país de clase media más grande de América Latina. Ahora, el reemplazo de una movilidad por otra cambiaba un país por otro: por uno en que sus dirigentes se enriquecían a costa del empobrecimiento de los dirigidos.
Menem era de "dejar hacer, dejar pasar", o sea, al modo que un capitán de un barco pirata autorizaba el saqueo de otra embarcación o de una aldea, permitiendo que cada uno de sus corsarios se quedara con el botín que obtenía. O sea que la corrupción, durante los noventa, aumentó, pero de modo bastante descentralizada. La política pasó el ser el mejor sitio desde el cual hacer dinero. Si se era político, por pertenecer a la "casta" propiamente dicha, y si se era empresario porque nadie podía prosperar sin aliarse con la política. Capitalismo de Estado lo llamaron. Ni el mérito, ni la competitividad, ni el libre mercado eran sus fundamentos centrales (aunque el menemismo ideológicamente defendiera esos valores y luego el kirchnerismo los vituperara), sino la asociación público-privada a través del manejo espurio del Estado, que condujo a una ineficiencia cada vez mayor en la gestión, disimulada durante el menemismo por la venta de las "joyas de la corona", vale decir de las empresas públicas y por el boom mundial del valor de los commodities durante la primera etapa del kirchnerismo. Sólo gastando los recursos extraordinarios que suelen recibirse una sola vez, se pudo mantener en pie ese capitalismo improductivo, aunque eso no impidió que la decadencia económica del país deviniera permanente y creciente, gobernara quien gobernara.
El gran aporte de Néstor Kirchner a este sistema prebendario iniciado una década antes de su asunción presidencial (aunque él durante ese tiempo lo practicó localmente en su gobernación santacruceña) constituyó un giro copernicano: decidió centralizar toda la corrupción en sus solas manos impidiendo que cada pirata se quedara con la parte del botín que obtuviera y que cada empresario arreglara con cada pirata. Ahora los piratas autónomos fueron reemplazados por testaferros absolutamente dependientes del poder central concentrado sólo en el monarca que administraba los bienes y una consorte que los disfrutaba. Porque para Néstor el poder y el dinero eran lo mismo: los fines últimos de la existencia. En cambio, para Cristina el poder y la gloria eran los fines últimos de la existencia, mientras que el dinero era apenas un medio para lograrlos.
Néstor fue una réplica humana del dibujo animado del tío multimillonario del pato Donald, Rico McPato: la ambición de ambos era la de zambullirse en una pileta llena de billetes por el solo placer de dejarse acariciar por ellos, ya que no eran un medio, sino un fin. Y por eso acaparaban todo el dinero posible.
El juicio de Vialidad demostró rotundamente como Néstor convocó a un supernumerario bancario amigo suyo de Santa Cruz para que, en su nombre, terminara de hacerse dueño de la provincia entera, otorgándole la concesión de toda la obra pública de la misma, hiciera o no hiciera esas obras públicas. Por más multimillonario que llegó a convertirse, Lázaro Báez nunca dejó de ser un testaferro de Néstor Kirchner. No un empresario al que un político le dio el poder para que se apropiara de todo a cambio de distribuir por mitades. Todo era de Kirchner, nada de nadie más, aunque los testaferros disfrutaran de ese poder prestado y se dieran todos los lujos y se creyeran empresarios en serio.
El juicio de las Cuadernos está demostrando como ese poder santacruceño, Néstor Kirchner lo intentó aplicar en la totalidad del país, pero ya no poniendo de testaferro a un amigo suyo, sino tratando de que los empresarios realmente existentes (ya acostumbrados a las coimas desde el menemismo) se convirtieran -si es posible todos, o la mayoría posible- también en sus testaferros. El único dueño sería Néstor, aunque siguieran administrando los bienes quienes figuraban en los balances. Y para que todo fuera más concentrado (y con menos riesgo de "filtraciones"), Kirchner no movilizó a su gobierno formal en el nuevo esquema de corrupción (es difícil pensar que Daniel Filmus desde educación o Jorge Taiana desde política exterior, fueran cómplices del sistema) sino que apeló a secretarios privados, choferes, jardineros, algunos funcionarios de segunda línea como Jaime, López o Uberti y demás personal de servicio, para que le llenaran las valijas en cuyos interiores se portaba tal monumental despojo. Esas que Centeno, en tanto chofer, trasladó por años a la Casa Rosada o al departamento de los Kirchner en Recoleta y que luego los testaferros enviaban en aviones a Santa Cruz y quizá también, por otros medios, a las islas Seychelles.
Escuchar ahora, en los inicios del juicio de los Cuadernos, a los testaferros públicos de Néstor arrepentidos parece más de ficción cinematográfica que de historial real, pero es absolutamente esto último. Son unos marginales cuyas declaraciones tragicómicas los hacen parecer personajes extraídos de una comedia a la italiana. Falta aún escuchar a los empresarios capitalistas de Estado, esos que pagaban coimas aterrados no sólo con que Néstor no les diera más obras sino también con que se quedara con sus empresas. Porque el sueño de Néstor era convertirse en el más grande y rico empresario del país desde el poder político, y convertir a todos sus dueños formales en meros testaferros privados suyos. Una utopía más grande que la de Julio César, Napoleón o San Martín, pero en sentido pervertido y de imposibilidad absoluta de concreción.
Esa fue la verdadera asociación ilícita. No es que Néstor Kirchner haya organizado enteramente el Estado que presidía para robar, sino que armó, desde el vértice más alto del poder estatal que ejercía de modo omnímodo, una banda delictiva compuesta por testaferros públicos y privados que se dedicaron a saquear la cosa pública de modo indiscriminado. Totalmente concentrado en sus manos, y de una magnitud tal que ya dejó de ser corrupción convencional e incluso superó a la estructural: se hizo industrial y masiva, con pretensiones de universalización. Fue la principal industria del país kirchnerista. Todos se rindieron a los pies del nuevo amo, algunos lo hicieron a disgusto, pero otros con mucho gusto. Aunque ahora todos los acusados se rasguen las vestiduras. Menos quizá el contador Manzanares, el único que se arrepintió en serio (por eso es el más odiado por el resto de los acusados) y que más sabe del sistema de recaudación ilícita.
Sin embargo, un hecho inesperado, cambió todo otra vez: la muerte de Néstor Kirchner, ya que, con su sistema de recaudación tipo Mac Pato, todo estaba concentrado en sus solas manos y sin papeles a la vista. Además, Néstor no tenía socios, salvo quizá su hijo Máximo, porque Cristina, era socia de hecho, pero no participaba demasiado en los negocios y cuando podía miraba para otro lado porque a una reina soberana como ella, enamorada de los faustos y los oropeles, no le gusta ensuciarse con el barro que generalmente sostiene los edificios de los palacios monárquicos malamente adquiridos.
Lo cierto es que, en los días siguientes del fallecimiento del todopoderoso (como era de prever con solo analizar el funcionamiento de la naturaleza humana aquí y en todos los tiempos de la historia y en todos partes del orbe) cada testaferro público (y ni que decir los privados) decidieron quedarse con aquello que les había prestado Néstor para que se lo administrara. Y la fortuna comenzó a desperdigarse en innumerables manos.
Fue algo muy parecido al desmantelamiento de la Unión Soviética a principios de los noventa: cuando el comunismo sucumbió, cada funcionario comunista se quedó con la parte de los bienes que administraba y casi todos se convirtieron en grandes millonarios (reconocidos por su gusto por los grandes yates) dedicándose a la industria de las armas y a todas las actividades mafiosas a las que tuvieran acceso. El sistema comunista, corrupto hasta los tuétanos, quizá se haya desmantelado políticamente, pero económicamente se privatizó transformando a los jefes soviéticos en poderosos empresarios. Al menos hasta que llegó Vladimir Putin, quien decidió reconcentrar todos esos poderes económicos desmantelados en cientos de manos con la caída de la URSS, nuevamente en el Estado, actuando a modo de un nuevo Stalin: o los empresarios enriquecidos se le someten, o vuelan por los aires en sus yates. Lo que, a lo argentino, hizo Néstor unificando y centralizando en sus solas manos la corrupción previa a su mandato presidencial (más toda la infinita que creó él), lo está haciendo ahora Putin tratando de reconstruir el imperio soviético con ideología ultraderechista, pero tan absolutista como la comunista.
No es posible de demostrar, pero sí muy susceptible de suponer, que, al poco tiempo de la muerte de su papá Néstor, Máximo debe haber ido corriendo presuroso al encuentro de su mamá Cristina para contarle que los testaferros se estaban quedando para ellos con todo el dinero de papá, cuya existencia ella no podía ignorar, pero sí posiblemente los detalles de su administración. No le quedaban entonces más que dos opciones: desmantelar el sistema o continuarlo, pero seguramente con menos ímpetu que Néstor porque ella, a diferencia de él, nunca pensó que era necesario ser la persona más rica de la Argentina para ser la más poderosa. Por supuesto que decidió conminar a todos los pícaros que se quedaban con lo "ajeno" (o sea, con lo que su marido consideraba suyo y, por ende, Cristina y Máximo su herencia) para que se lo devolvieran. Aunque lo más seguro es que deben haberle devuelto poco y el resto, si te he visto no me acuerdo.
Pero lo cierto es que luego de fallecido Néstor, todo lo que se sabía públicamente en parte, salió a la luz en su totalidad. Por eso, ni los funcionarios K no complicados en el affaire ni los fervorosos militantes progresistas -no nos engañemos-, ninguno podía ignorar lo que todo el mundo fue sabiendo cada vez más con mayor precisión, en particular cuando la investigación periodística contó con lujos de detalles lo que más de una década después empieza a probarse jurídicamente en los tribunales. No se puede juzgar al verdadero creador de este sistema de corrupción estructural, industrializado y concentrado nunca antes visto en la Argentina porque ya no pertenece al mundo de los vivos, pero es indudable que lo haya continuado o no del mismo modo, por el solo hecho de haberlo ocultado y defendido siendo no solo su esposa sino sobre todo la presidenta de la Nación, Cristina es hoy la representante en jefe de la asociación ilícita que se está juzgando, junto a su hijo Máximo.
Pero la muerte de Kirchner, aunque su viuda haya intentado mantener -a su modo- el sistema disminuyendo su proporción (en particular el delirio nestorista de universalizar la corrupción para centralizarla en su sola persona convirtiendo a la Argentina en lo que convirtió Santa Cruz: una estancia con un solo patrón, donde el resto de los habitantes son meramente testaferros o subordinados) cambió el sistema de raíz, aunque al principio se fue notando imperceptiblemente: todos los ex testaferros que se quedaron con el dinero que Néstor les encomendó en custodia, al adueñarse de los mismos por la muerte de su "propietario", fueron conformando nichos de corrupción particularizados, difuminados a lo largo de todo el sistema estatal y de la parte del sistema privado ligado a lo público (que en un sistema de capitalismo prebendario de Estado es la mayoría), pero ya no dirigidos desde la cúspide del poder presidencial, sino área por área, actividad por actividad.
La corrupción hizo metástasis y hoy cubre todo el cuerpo estatal, de un modo que sigue siendo mucho más fácil para el empresario privado enriquecerse con mayor efectividad y prontitud infiltrando su gente en los distintos estamentos públicos (incluso en lugares secundarios) para hacer negocios desde la influencia, que dedicarse a la libre competencia y al libre mercado que este gobierno, en particular, propugna más que ningún otro.
Lo dijo claramente el periodista Carlos Pagni en su nota del lunes pasado: ya no es solo la corrupción, sino también la mafia la que avanza. El caso de Andis es un ejemplo arquetípico, modélico, paradigmático de lo que puede extenderse masivamente ante la deserción del Estado (la contracara, igual de negativa, de lo que hizo Néstor Kirchner). La caída del imperio kirchnerista nos hizo retornar al feudalismo: de un emperador único a cientos de señores feudales, tipo Chiqui Tapia, que cada uno maneja su particular área de influencia con las mismas potestades que el emperador tenía en el cuerpo político entero. Algo que puede crecer aún más rápidamente con un Estado conducido por gente que descree del Estado y que quiere reemplazarlo en todo lo que pueda (no solo en lo económico) por el mercado. Sin embargo, todo indica que eso por ahora no está ocurriendo: que a menos Estado hay más mafia, no más mercado. Sólo puede haber más mercado si hay mejor Estado, mucho más chico, pero también mucho más eficaz que el actual.
Al presidente Javier Milei, sin prejuzgar una sola palabra sobre su complicidad o no en los actos de corrupción que han aparecido en su gobierno, le quedan dos grandes opciones para indefectiblemente elegir: O negar la existencia de la corrupción estructural que existe en la república democrática desde que el menemismo la inició, el kirchnerismo la concentró y multiplicó en la figura de Néstor, pero luego de su muerte se desmadró y avanzó a modo de metástasis por toda la estructura estatal. O aceptar su existencia y decidir atacarla de modo implacable, aplicando motosierra y/o bisturí, que contra la corrupción ambos instrumentos son válidos.
Si no se decide por esta segunda opción, no solo no podrá crear su anhelado sistema de libre mercado, sino que a la larga la corrupción acabará con su gobierno o lo convertirá en su cómplice. Hoy aún tiene las manos abiertas para elegir la alternativa que quiera. Y a gran parte del pueblo para apoyarlo si toma el camino correcto.
LOS ANDES
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