MAMÁ

 SOCIEDAD

Susana Orietta

Por Walter R. Quinteros

Lunes 14, de madrugada

A las cinco de la mañana lo hizo levantar y le dijo que se lave bien la cara que cómo iba a salir a trabajar con esa cara de sueño, así, y que se aguante un poco el agua fría y que le meta la yilé a esa barba de ayer, que ella ya le había planchado el pantalón y el otro ya estaba en el bolso con dos calzoncillos más y cuatro pares de medias, que la camisa limpia para viajar estaba en la silla con la corbata y que la otra camisa estaba bien dobladita con la otra camiseta en el bolso y que revise si estaban bien lustrados los zapatos y que se apure porque las horas pasan volando y el café se le enfría y que se acuerde de llevar el sánguche de milanesa, no, mejor que deje, que mejor va a ser que ella se lo guarde en el portafolio de cuero donde están los papeles porque en el bolso de la ropa seguramente agarra todo olor a las frituras porque también le va a guardar cuatro torrejas de acelga para la cena, así no tiene que gastar dinero ese día en comidas, que se acuerde que la milanesa es para el almuerzo y que las torrejas con la naranja que está al fondo son para la cena y que se apure con el café y que no le meta tanta azúcar y que no se le ocurra andar jugando al fútbol con los muchachos, que se cuide y que cuide la ropa porque a ella le cuesta con su panza enorme andar fregando los cuellos en la tabla de lavar de madera y que los jabones se fueron por las nubes y que cuando vuelva le traiga el jabón marca Pinche, por que ese es bueno para sacar la grasa del mameluco y que hablando del mameluco le dice por novena vez que sea más cuidadoso que como puede ser que justo le toque a él tener que revisar las máquinas y vagones del ferrocarril más mugrientos y olorosos que tiran grasas y aceites como pomo de carnaval y que no se olvide de usar la estopa, que la estopa debe ponerla un poco en cada bolsillo por que así no tiene que usar el pañuelo para limpiarse las manos y secarse la transpiración y sonarse la nariz, no y no, que tiene que acostumbrarse a la estopa que para eso se la dan y que si ya terminó el café que se apure, que lo va a dejar el tren y que tenga cuidado con el perro de la esquina que a esta hora ya anda levantado y parece que le gusta molestar a los vecinos que van a trabajar, total claro, los dueños de ese perro pulgoso duermen tranquilamente hasta las nueve, más o menos, en que llega la empleada y que, para que no se le de por tarasquearles las piernas mientras camina que le tire un pedazo de pan así se entretiene, y le pone un poco de pan en la mano y le dice al oído que no se haga el loco, que la suelte, que eso que quiere hacer ahora es para cuando él vuelva.
Si Dios quiere.

Sábado 19, al mediodía

El tren proveniente de Retiro carga con una hora de atraso pero él tiene una enorme sonrisa, hojea el diario Clarín del día anterior que titula el levantamiento de la huelga de la CGT, en aquel noviembre del '55, y recuerda con entusiasmo las deliberaciones de sus compañeros y que, desde la Jefatura lo mandaron a llamar para hacerle firmar unos papeles, pero interrumpen sus pensamientos el mozo del coche comedor con el desayuno calentito y que entonces mira el paisaje de verdes campos y de vacas de ojos tristes apelotonadas contra los alambrados y que cuando llega, baja con la misma sonrisa de todo el viaje. Lo están esperando en el andén de la estación. Lo llaman, le cuentan algo y le dan una bicicleta y le dicen a los gritos que se apure por que la Susana Orietta está por dar a luz, y que entonces el pecho se le llena con la tierra molesta que levanta el viento y la gran pucha ché, tiene que entrecerrar los ojos para poder mirar bien y que así se aferra al manubrio y que pedalea meta y meta por las callecitas mientras la corbata se sacude y le palmea la espalda como dándole aliento y que así llega y entra a la casa y que todos lo abrazan y lo miran y lo besan y él que camina rápido hasta la pieza por que solo quiere verla, y al fin llega hasta ella, y se inclina sobre la cama y que la besa y que le alcanzan una silla para que se siente y que ella le agradece haber llegado tan rápido y le contesta que si, le dice que si, que tanto ella y el nene estaban bien, y que si él se acordó de traerle los jabones que solo se consiguen en Buenos Aires como ella le dijo, porque vos Toño, sos medio olvidadizo de las cosas que te digo, dicen que le dijo, y que él, ahí mismo le contó a ella y para que sepan todos los curiosos que estaban en la pieza, que ahora le va comprar un lavarropas porque lo ascendieron a capataz, que le dijo asi, dicen. ¿Viste Susana, que cada niño viene con un pan bajo el brazo? Y fue que entonces ella empezó a llorar, un poco por los dolores del parto y otro poco por la alegría, y que todos los que estaban en el dormitorio los saludaban a los dos contentos y orgullosos, y que eso fue en el momento justo cuando entraba mi abuelo, cansado de caminar rápido bajo el sol del mediodía de un día con viento y tierra cargando en sus espaldas el bolso y el portafolios que habían quedado en el andén de la estación con los papeles del boletín de ascenso, y que ahí fue que mi mamá Susana Orietta me dejó en los brazos de mi papá Exequiel Antonio, para que me conozca.
Apenas terminé de beber de sus tetas.

(La Gaceta Liberal)


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