OPINIÓN
Hay que saber mirarlas, porque en los detalles, esconden algún milagro
Por Walter R. Quinteros
En los primeros años de la década del '90, fui invitado a una ciudad del este cordobés, para la Fiesta Nacional de un cereal. Las autoridades locales me ubicaron en segunda fila del escenario, justo detrás de la reina que ese día, entregaba el trono, sus atributos. Un escalón más abajo, desfilaban las postulantes, primero en bikini, luego con ropa de calle, finalmente en vestido largo de noche. La reina saliente las aplaudía a todas, porque eran sus amigas, sus vecinas, sus excompañeras de colegio. Al verla, supe que poseía un gran carisma, belleza y entusiasmo. En esos movimientos propios del momento, su capa, grande para su talla, tendía a caérsele. El caballero parado detrás —o sea, quién esto escribe—, gentilmente le acomodaba el atributo. Hay una foto, entre las tantas, que lo testimonia. Al momento de la elección, la reina saliente, pareció tomar conciencia de lo que sucedía, estiró una mano hacia atrás y buscó la mía, la contuve solo unos segundos. Estaba nerviosa, su cuerpo temblaba. Finalmente, de la alegría del momento, pasó a romper en llanto. Fin de todo protocolo.
No necesariamente las reinas de los festivales deben ser bellas. Creo, deben tener una cuota de humildad, compromiso social, aplomo, dinámica y cierta particularidad. Ellas cumplen el rol de embajadora cultural y social en cada evento de su comunidad. Y para eso, no hay belleza que valga.
Para estar en la fiesta donde se elegía a la nueva reina, yo debía presentarme elegantemente vestido, peinado, afeitado, lustrado, perfumado, erguido, con sonrisa hollywoodense, mirando a los ojos y estrechando la mano de la persona que saludaba. Papita pal loro. Alguien, al azar, o no se por qué extraño designio, tomé conocimiento que había sido designado para ir a esa fiesta, que para eso disponía de un vehículo con chofer y viático para los gastos por representación. Cuando las autoridades, reinas, princesas e invitados fuimos a cenar, La reina saliente decidió de nuevo romper el protocolo y se sentó alegremente a mi lado. Solo para decirme lo agradecida que estaba por haberla contenido en el momento más triste de su vida.
Mucho antes de los postres, me excusé ante las autoridades, explicando que debía retirarme por otros compromisos relevantes adquiridos con antelación. Ante la requisitoria en busca de profundizar tales compromisos, les expresé que en pocas horas debía jugar al fútbol. Entonces, el locutor le pegó unos tincazos al micrófono, luego me pidió que les deje un mensaje en mi despedida. Simplemente les agradecí la invitación y como costumbre, les hablé de la importancia de respetar las tradiciones, de que mantengan el espíritu comunitario de la celebración al esfuerzo y a la solidaridad con la que engrandecen sus sueños, su tierra, y esas cosas que uno dice siempre para que la gente lagrimee un poquito. Pero recuerdo haberles pedido que las reinas que eligen, son las personas que los representará durante un año a todos, "les quedaba la tarea de orientarla y ayudarla, ella será la voz y la imagen de todos ustedes".
Cuando las luces de colores caían sobre los músicos, y la música sacudía el polvo del piso, salimos, y en la ruta, el chofer asignado me preguntó si estaba pensando lo mismo que él. Le contesté que sí, y a las tres de la mañana nos paramos a comer un choripán con cerveza, no se en qué lugar.
En los festivales donde se elige reina, nadie se toma la molestia de mirar a las chicas que pasan y pasan por las pasarelas. Para mirar a una chica hay que mirarla lo suficiente como para saber qué piensan, qué sienten, qué desean. Hay que hurgar en su melancolía. En el ritmo que marcan al caminar. Porque en los detalles, esconden algún milagro.
¿Les parece que escribo cosas sin importancia?
Muchos festivales de nuestra provincia cancelaron estas elecciones. La torpeza esgrimida para quitarnos un motivo de expectación, son argumentos que rozan desde lo polémico, como controvertidos y hasta absurdos, si se quiere. No necesariamente para elegir a una reina, ella debe pasar y pasar por la pasarela en ropa de baño. Para nada, puede ser la más longeva, la abuela con más nietos, la más emprendedora. La mujer que todos queremos y respetamos.
¿Cuál es el problema?
Doña Rosa, maquilla su cara todos los días, el perfume se estampa en su blusa y saca a pasear su fragancia mientras ella camina con elegancia buscando ofertas en las góndolas, sin perder su sonrisa ni en la líneas de cajas. A veces, me dice, se refugia en Cortázar.
¿No es acaso toda una reina?
Valoremos a nuestras reinas, porque en los detalles, esconden algún milagro. Me anoto para sostenerle la capa, bajo un techo donde refucilen las luces de colores.
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