SIN NOMBRARLA

OPINIÓN

Desde mediados de mayo que entre las cinco noticias políticas principales se encuentra que la Corte Suprema debía sentar su postura sobre lo actuado en lo que se llamó el Juicio por la Causa Vialidad

Por Nicolás Lucca

Hace unos días, en medio de una entrevista, quise preguntar por algo y no me salió otra forma que decir “Teorema de Baglini Periodístico e Inverso”, ante la risa de mi compañero que probablemente haya pensado que estoy más idiota que lo normal. Para darle un marco teórico a lo que quise decir, vale aclarar que me refería a esa costumbre que tienen muchos hombres y mujeres abocados a la caza del Poder de tratar con mayor desdén a los medios de comunicación a medida que ven más cerca la posibilidad de concretar esa llegada a una cuota de Poder.

Sin embargo, lo que debería haberme preguntado es cómo es que ese esquema es de ida y vuelta, cómo es que determinados periodistas tan comprometidos con la verdad, la lucha contra la corrupción y los valores republicanos cambian su direccionamiento o quedan detenidos en el tiempo. O sea: siguen comprometidos con los valores contra la corrupción y a favor de la republiblablá pero de los que se fueron. Es como un expertise de algo que ya no sirve demasiado pero que hay que explotar al mango, como Grandes Valores del Tango o las fiestas de música bizarra. ¿Funciona? Claro. ¿Sirve? Como entretenimiento, sí. No mucho más.

Desde mediados de mayo que entre las cinco noticias políticas principales se encuentra que la Corte Suprema debía sentar su postura sobre lo actuado en lo que se llamó el Juicio por la Causa Vialidad. Ya en la última semana del mes pasado se convirtió en un monotema y en estos días que no se habló de otra cosa antes del bendito martes. Y como era de esperarse, tampoco se habló de otra cosa después. De hecho, podría haber escrito esto antes del 10 de junio que no perdería actualidad: sin importar quien festejó el gol, sólo se habla de ella.

Por eso es que digo que este no es un texto sobre ella. Y eso que habría sido fácil. Incluso me sentí extraño por no extrañar tuitear cada cosa que dijo ella durante su larga perorata en la sede del Partido Justicialista al que despreció mientras tuvo más Poder que ninguna persona durante muchos, muchos años. Cuando repaso las barbaridades dichas me doy cuenta que había material para hacer mermelada, pero no me motivó y eso también redefinió.

Hay un tema que me aterra respecto de la percepción del paso del tiempo. En 2013 entrevisté a Alberto Kohan cuando faltaba poco para que recibiera sentencia en la causa por enriquecimiento ilícito. Me dejó la sensación de que hubiera preferido que lo condenen pronto y no comerse catorce años en el limbo por una pena de 2 años y 6 meses. Por limbo incluyo tener que pedir permiso para alejarse más de 60 kilómetros de su domicilio, o para ausentarse 24 horas. Permiso para salir del país, para vender y para comprar. Finalmente fue absuelto.

En aquel entonces catorce años de proceso me parecían un montón. De hecho, tenía que viajar mentalmente a mis años en la Secundaria para ubicarme en el tiempo. Hoy, esa entrevista me parece que fue ayer y por debajo de este puente pasaron mil ríos.

En 2018 el Tribunal de Casación Penal dejó sin efecto la causa por el contrabando de armas luego de cinco juicios orales, veinte mil contramarchas, las explosiones en Río Tercero, condenas, anulaciones y veintitrés años transcurridos desde la denuncia. Quedó en la nada por haber pasado demasiado tiempo. O, en términos judiciales, por “no haberse cumplido con el principio de plazo razonable”. Por principios, digamos.

La causa IBM-Banco Nación se inició en 1994 tras la publicación por autogestión del libro «La Nación robada», escrito por el periodista Santiago Pinetta. La única persona que dijo “por fin se hizo Justicia” fue Mariano Cúneo Libarona cuando logró la excarcelación de su defendido, Aldo Dadone, expresidente del Banco Nación y principal imputado de haber recibido sobornos de IBM. Van 31 años y no hay sentencia ni pistas de que alguna vez haya, en parte por esos principios de plazos razonables, otro poco porque a nadie le importa un carajo y también por cuestiones biológicas que hacen que se mueran todos los que ya estaban grandes hace más de tres décadas. No pasó nada. Como dato de color, Pinetta fue redescubierto en 2017 en la estación de subte Carlos Gardel: mendigaba para subsistir.

Podría hacer un listado de causas que quedaron en la nada y este texto reventaría la capacidad de almacenamiento del servidor en el que se encuentra alojado sin siquiera abordar el horror de la caua AMIA. Siempre hay una constante: justicia tardía y privilegiada. Pero esta semana recordé nuevamente eso de los plazos de mierda en cuestiones judiciales “complejas”: la denuncia por la causa Vialidad fue efectuada en 2008 por Elisa Carrió y durmió el sueño de los justos hasta 2016, cuando Javier Iguacel –director de Vialidad de la gestión de Macri– presentó pruebas que corroboraban lo denunciado en 2008. Son casi 17 años que se cumplen de la denuncia original y todo para una condena de 6 años de prisión domiciliaria. ¿Es Justicia? Para nuestro historial, sí, claro. Y eso es lo triste: que la novedad de la Argentina sea una condena firme cuando el caco fue Presidente.

Sí, ya sé que tengo un temita con el paso del tiempo. Lo sabe usted, lo saben mis padres, lo sabe mi terapeuta. Pero, vamos, 17 años is a montón; más cuando busco fotos propias y encuentro a una persona sin canas y con todo el colágeno de fábrica.

Un pequeño grupito de amigos y otro tanto de viejos lectores me tiraron la idea de una nota inmediata ese mismo martes por la noche. Alguno que otro me puteo el miércoles por la mañana al ver que no había nada, aunque también puede ser porque no contesté los mensajes. Y yo, el martes, estaba con otro laburo y hacía lo posible para despejarme de todo y llegar a ver el partido de la Selección a tiempo. En cualquier otro momento de hace unos años, habría largado todo para escribir algo inmediato, o me habría pasado la noche en vela hasta gastar el teclado. Y sin embargo…

Me aburre. Espero hacerme entender: no es que desprecio el hecho histórico ocurrido esta semana, sino que me aburre hablar de cosas que deberían haber ocurrido hace mucho tiempo. ¿Cuánto daño nos habríamos ahorrado si hubiéramos obtenido una condena en tiempo y forma? Imposible de saber. Es tan contrafáctico que olvidamos las condiciones de un kirchnerismo herido en su orgullo y plagado de recursos económicos en la oposición a Mauricio Macri.

De hecho, este acontecimiento destaca otro que nadie se atreve a tocar: si la denuncia de 2008 se potenció con todo lo que encontró el macrismo cuando llegó al Gobierno y presentó ante la Justicia, ¿dónde están las denuncias por los sobreprecios de flotas de autos que hizo en redes sociales el actual ministro de Economía? ¿Y de la Aduana y los desmanejos con los que aún nos recuerdan de dónde venimos? ¿Por qué no denuncian en tinta lo que dicen de palabra? Yo entiendo que debe ser difícil querer ser el centro de atención y darse cuenta que no hay cómo serlo porque, casualmente, no hizo absolutamente nada ni para resistir al kirchnerismo ni para enfrentarlo, ni desde el llano ni desde el Poder. ¿Pero acusar al periodismo entero de corrupto es la manera que le pareció más correcta? Correte un rato, dejá que la gente celebre y que los periodistas que pusieron la cara y el culo festejen un rato. O que al menos puedan hacerlo sus sobrevivientes, que en el camino perdimos a Eliaschev, a Magdalena y a Jorge Ernesto. Quizá las únicas columnas que valdrían la pena leer hoy. Y ya me las imagino: cortas, con las palabras bien elegidas, como no nos sale a ninguno.

Hay una distinción base que tiene que ver con los colegas que deben cubrir estos casos y los que elegimos opinar sobre los mismos. Cuando trabajás en una redacción –portales, diarios, rotativos de noticias o canales informativos– estás obligado a la urgencia. Los que opinan, en cambio, pueden darse el lujo de abordar el tema como mejor les plazca, chorearle alguna frase a algún bloguero perdido, o guardar silencio hasta que les surja una bonita idea. Dentro de este último grupo –el de los opinadores consuetudinarios– somos muy variopintos y todo depende de la circunstancia.

Me pasa que recuerdo un momento de mi vida en el que el kirchnerismo me definía desde la vereda de enfrente. Nunca me cayó bien y me divertía entrar en la puja, en el vértigo del apriete, del escrache o de la violencia verbal a toda hora. La pasaba bien en los ámbitos de discusiones de la antigua blogósfera en la que nos amuchábamos en dos grupos bien definidos –oficialistas de la peronósfera y los antikirchneristas– y nos sentíamos acompañados. Los años pasaron, los gobiernos transcurrieron, y el kirchnerismo ya no define nada. Ahí estamos, todos dispersos. Estar en contra de algo que ya no existe como figura política, es jodido. Creo que tengo algunos testigos que recuerdan mi cara de «no pasa nada» luego de comerme un paseo. La adrenalina compartida, la imprudencia de la edad, qué se yo. Hoy no me da más el cuero para nada de eso.

Puede que me haya convertido en un viejo choto y cascarrabias, pero lo divertido de aquellos años era la acción y la reacción. Digo divertido como quien recuerda todo lo bonito de un trabajo del que se fue: por algo te fuiste, man. Aprietes, amenazas, consignas policiales, llamados inexplicables, caminadas y un montón de preciosas cosas que nadie en su sano juicio quisiera que le pase jamás. Y así y todo, al ver cómo quedaron otros que no fueron escuchados o, directamente, fueron silenciados, es como que la sacamos tan barata que todavía nos parece divertido.

Hay carreras periodísticas que comenzaron o se potenciaron gracias al kirchnerismo. Difícilmente yo hubiera llegado a escribir y publicar mi primer libro si no fuera porque estábamos bajo un gobierno que fogoneaba la confrontación a tal punto que todos teníamos algo para decir. Veo que hace diez años mi primer libro estaba en imprenta y quiero meter la cabeza en una licuadora. No es fácil dejar de hablar de algo que definió la conversación pública de forma transversal.

En lo particular, ni siquiera me queda la sorpresa de escuchar voces tan encendidas frente a una corrupción que no supieron o no quisieron ver hace veinte años, que los potenció laboralmente hace quince años y que desde hace diez boyan a la espera de alguna novedad judicial que les permita justificar el sueldo sin tener que hacer contorsiones para no ofender a los gobiernos subsiguientes. Para no dar más vueltas, que ya saben en qué y quiénes pensamos: los que no pueden hacer un editorial sin mencionarla ni aunque el tema del día sea un meteorito a punto de impactar contra la Ciudad de Buenos Aires.

Y yo, el martes, quería ganarle a Colombia. Hoy quiero salir a pasear y que el auto me lleve al lugar que encuentre.

Es que ese es el tema con estas causas: son delitos de penas pedorras en comparación al tiempo invertido y el daño causado. El lado B, ese del que nunca hablamos porque ni lo tenemos en cuenta, es el costo adicional de los que se la llevan de arriba. Dejo para los antropólogos sociales del siglo XXIII el análisis de cómo es que una mujer gana la reelección por paliza en primera vuelta luego de comerse mil denuncias, encarar una batalla cultural mediática financiada con fondos públicos, cargar contra los mayores medios de comunicación, llevarse puesto al sector agroproductivo, dibujar los números de la inflación, fomentar una militancia insoportablemente confrontativa y reventarnos a cadenas nacionales. Dato de color para los futuros historiadores: en esa misma elección presidencial, la persona que se animó a denunciar por primera vez el caso por el que la ganadora fue condenada, sacó apenas el 1,81% de los votos.

A los que sí apunto es a todos los que estuvieron y aún están sin responder un solo llamado judicial que nadie efectuó ni efectuará. Ex gobernadores que ostentan sus sonrisas auspiciadas por Corega con la misma naturalidad con la que se sumaron a las ideas de la libertad, intendentes, concejales, legisladores y funcionarios de segunda, tercera y cuarta línea tan rápidos para acomodarse en el rincón más pequeño que dejan a Marie Kondo a la altura de una acumuladora compulsiva. 35 ministros, 30 secretarios de Estado y 169 funcionarios en la segunda línea y decenas de miles de cargos repartidos entre plantas de gabinete y actuales plantas permanentes entre el Estado Nacional, la provincia en la que pinte y alguno de los 2.300 municipios con sus respectivos 2.300 consejos deliberantes y consejos educativos y directores municipales y…

Las demoras judiciales tienden a que todos veamos que la Justicia no es Justicia si se tiene Poder. Ahora, nunca pensamos en todos los que lubricaron esa maquinaria y zafaron gracias a la encomiable actitud de líderes de aquel gobierno por provocar desde la ostentación. Nadie sabe quién es ni cómo hizo ese numerario de la Dirección Nacional de Políticas de la Cadorcha que se bajó del Mercedes Benz interno 14 de la línea 152 y se subió al Mercedes Benz Clase S.

Tantos años transcurridos que todos avanzaron o se murieron en el camino. Y ahí es el punto que aún me jode: que sólo un puñado de personas rinda cuentas. El aparato del Estado era mucho más grande que el medio centenar de ministros y la tanda de funcionarios variopintos que estuvieron allí, meta aplaudir sin haber visto nada, nunca, jamás. No veían nada ni tampoco leían diarios ni escuchaban radios. Tan barato el olvido selectivo y tan fácil la reconversión que para qué me voy a calentar.

Habrá que recordar a los boludos de última hora, los siempre fieles a ella, para que tampoco nos juegue en contra la senilidad cívica. En 2001, cuando Carlos Menem fue recluido por cinco meses en la Unidad Penal Gostanián y tomaba sol a diario desde los jardines del pabellón en Don Torcuato, se organizaron marchas para reclamar su liberación. A la cabeza iba Julio Alak. ¿Ven qué tan barato sale todo? Si hubiéramos tomado nota en aquel entonces… Bueno, al pedo, lo hicimos y lo votan igual.

Por lo demás, más allá de que se festeje que por una puta vez una causa judicial tenga un final que no sea el sobreseimiento, la absolución o el olvido, hay demasiado tiempo perdido desde 2008. Hay pibes en la Selección Nacional que nacieron cuando se llevó a cabo esta denuncia. Tenía un Motorola K1, pesaba como 30 kilos más, en mi vida el Clonazepam todavía era solo una parte de una canción de Calamaro, vivía en oficinas, escribía por aburrimiento, conservaba la privacidad de una vida sin Whatsapp ni redes sociales en el bolsillo, no sabía que era un Metrobús, la línea A de subte era de madera, Daniel Scioli iba por su primer mandato de gobernador bonaerense por el Frente para la Victoria, Guillermo Francos era presidente del Banco Provincia, C5N y Radio 10 pertenecían a Daniel Hadad. Hablamos del año en que fue liberada Ingrid Betancourt, ese año en el que un afroamericano ganó la presidencia de los Estados Unidos, en el que Lady Gaga era una debutante discográfica, el año de la primera unidad de Bitcoin, el del colapso de Lehmann Brothers y la estafa de Madoff. Todavía mirábamos en la tele los capítulos estreno de House y de Lost y en el cine debutaba el Batman de Nolan y se daba la patada de inicio al universo cinematográfico de Marvel con Iron Man. Incluso me cuesta mucho pensar en todo lo que pasó entre ese muchacho que tenía 26 años cuando comenzó a escuchar el tema y este boludo que escribe con 43 pirulos y medio.

Tengo un hijo con más edad que esa denuncia. Incluso esta página es más vieja que esa denuncia. Y también existe la posibilidad de que me venza el egoísmo y todo esto me dé bronca porque 2008 fue un año que siempre quise mantener en el olvido y estas cosas me lo vienen a recordar.

Pero eso no quita que hayan pasado 17 años. Ya fue, me aburrí y por quedarme varado en 2008, siento que atraso tanto como atrasa ella, hablar de ella y hablar de ella cuando habla de ella.

Gracias por tanto, fue muy divertido. Si saco los aprietes, claro. El resto, queda como materia prima para los que necesitan desviar la atención y eso también debería ser un síntoma de qué entendemos por normalidad. En un país con las instituciones sanas, la Justicia se encarga del pasado mientras el resto vivimos el presente y pensamos el futuro. Por una vez, se festeja. Pero un rato. Más es empacharse con un caramelo.

Sábado. Como dije allá por mayo de 2013 por primera vez: «Que la corrupción no tape que además gobiernan como el orto». Aniquilaron el roban pero hacen y no dejaron nada, absolutamente nada sin romper.

La sacaron baratísima.

(Relato del PRESENTE)


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