CULTURA
El cuento narra la historia de un abuelo que vivía con su familia debido a que sus manos temblaban mucho por el cansancio de años de trabajo
Este cuento popular alemán, trata de un hijo que se enfadaba cuando el abuelo (su padre) rompía platos durante las comidas, por lo que lo obligó a comer solo en un plato de madera.
La nieta talló un plato de madera para cuando su padre fuera viejo, haciéndole comprender que también envejecería y que debían respetar a los mayores.
El cuento:
¡Pobre abuelo! Había pasado la vida trabajando de sol a sol con sus manos; la fatiga nunca había vencido la voluntad de llevar el sueldo a casa para que hubiera comida en la mesa y bienestar en la familia. Pero tanto trabajo y tan prolongado se había cobrado un doloroso tributo: las manos del anciano temblaban como las hojas bajo el viento de otoño. A pesar de sus esfuerzos, a menudo los objetos se le caían de las manos y a veces se hacían añicos al dar en el suelo.
Durante las comidas, no acertaba a llevar la cuchara a la boca y su contenido se derramaba sobre el mantel. Para evitar tal molestia, procuraba acercarse al plato, y éste solía terminar roto en pedazos sobre las baldosas del comedor. Y así un día tras otro.
Su hijo, muy molesto por los temblores del abuelo, tomó una decisión que contrarió a toda la familia: desde aquel día, el abuelo comería apartado de la mesa familiar y usaría un plato de madera; así, ni mancharía los manteles ni rompería la vajilla.
El abuelo movía suavemente la cabeza con resignación, y de vez en cuando enjugaba unas lágrimas que le resbalaban por las mejillas; era muy duro aceptar aquella humillación.
Pasaron unas semanas y una tarde, cuando el yerno volvió a su casa, encontró a su hija de nueve años enfrascada en una misteriosa tarea: la chica trabajaba un pedazo de madera con un cuchillo de cocina. El padre, lleno de curiosidad, le dijo:
—¿Qué estas haciendo, con tanta seriedad? ¿Es una manualidad que te han mandado hacer en la escuela?
—No, papá – respondió la niña.
—Entonces, ¿de qué se trata? ¿No me lo puedes explicar?
—Claro que sí, papá. Estoy haciendo un plato de madera para cuando tú seas viejo y las manos te tiemblen.
Y así fue como el hombre aprendió la lección y, desde entonces, el anciano volvió a sentarse a la mesa como toda la familia.
Y ahora, un aporte de Silvia Morales:
Hay papás que nunca recibieron un abrazo.
Nunca escucharon un “te quiero”.
Antes de aprender a amar… ya estaban trabajando.
Antes de jugar… ya tenían responsabilidades.
Muchos no tuvieron infancia.
No soñaron con ser héroes.
No volaron con imaginación.
No conocieron las figuritas en el desayuno,
ni las tardes de cine,
ni los besos de buenas noches.
Algunos papás no crecieron del todo…
Se quedaron atados a esa niñez que les robaron.
Y aunque no lo digan, aún esperan —en silencio—
eso que nunca les fue dado.
A veces nos duele su forma de amar,
su distancia, su dureza, su falta de palabras.
Pero sin manual, sin ejemplo,
hicieron lo imposible por darnos lo que ellos jamás tuvieron.
Nos dieron mil veces más…
que todo lo que a ellos se les negó.
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