OPINIÓN
El ser humano no es el único animal que sabe distinguir el bien del mal
Por Nicolás Lucca
Es en la corteza prefrontal de nuestro cerebro donde se producen las reacciones que nos llevan a poder distinguir qué está bien y qué no en base a recompensas. O sea que todo se reduce a la química y esto dispara otra verdad que sabemos desde que pudimos expresarnos: el bien y el mal es un concepto totalmente subjetivo para cada persona.
Ni siquiera somos originales: los perros, los simios en general y hasta los elefantes actúan en base a lo que creen que es justo y qué no en base a lo aprendido. Y no todos tenemos las mismas experiencias de vida. Así es que todo es tan, pero tan subjetivo que tuvimos que crear leyes que impongan sanciones a quienes actúen de una forma contraria a lo que una mayoría considera que está bien. Es aún más subjetivo si aceptamos que todos tenemos una buena excusa para incumplir alguna ley.
Y, sin embargo, esta semana vimos todas las subjetividades juntas debatirse en torno a qué está bien y qué no. Así vimos desfilar el rol presidencial, las asesorías, el nepotismo, y lo que todo el mundo esperaba: un debate periodístico.
No creo que la imagen presidencial reciba un daño irreversible tras la movida de la shitcoin impulsada por el Presidente. Todo depende de cómo se comunica, qué se hace y, sobre todas las cosas, de la estabilidad emocional del Presidente para sobrellevar la tempestad.
En julio de 2004 un operativo de la Policía Federal Argentina reprimió una protesta frente a la Legislatura Porteña. Veinticuatro detenidos, un número no identificable de heridos, un edificio histórico dañado en todas sus plantas, y todo televisado. ¿Qué dijo el Presidente y máximo jefe de la Federal cuando le consultaron por el operativo? “Tengo cosas más importantes para hacer”. Hablo de Néstor Kirchner. Sus funcionarios intentaron culpar a Ibarra sin éxito, ya que la Federal era y es de Nación. Sin embargo, con el paso de los años ni los reprimidos recordaban el hecho frente a un gobierno que hizo una bandera con la “no represión de la protesta social”.
Cristina Fernández se recuperó del conflicto con el campo, una crisis de gobernabilidad sin precedentes tanto por quiénes participaban como por su duración. Decididos a dar una batalla a morir, el Kirchnerismo perdió pero se recuperó hasta el punto de apabullar en la siguiente elección presidencial. Comunicacionalmente había ocurrido un cambio tras el conflicto con el Campo: era prioritario que existieran más temas de debate al mismo tiempo.
Steve Bannon, uno de los estrategas políticos estrella y cosplayer nazi de la nueva era, ha contado cuál es el truco para dominar la conversación pública: pegar al menos tres veces por día, que no haya margen de movimiento ni fuerza para abarcar mediáticamente todos los temas surgidos. Bannon fue asesor privilegiado de Trump hasta que éste lo eyectó de la función pública y de su entorno. Pese a todo, lo que Bannon enunció como la fórmula secreta de la Coca-Cola, en la Argentina ya lo teníamos claro en la era de Cristina. ¿Cuántas conversaciones podíamos, desde los medios, cubrir? ¿Cómo hacíamos para observar con detenimiento los pormenores del gobierno si, en el medio, había que colocar la mirada sobre la recompra de YPF y Aerolíneas, la estatización de la transmisión del fútbol, la Ley de Medios y mil cadenas nacionales para anunciar cualquier cosa que generase polémica, fuera viable o no? Hacete de abajo, Bannon, que antes estuvo Laclau.
La táctica de tapar todo con un bombardeo de nuevas noticias es vieja, conocida y cansadora, aunque efectiva en el corto y mediano plazo. Sirve para ratificar sesgos: los que defienden se envalentonan, los que putean se sacan de quicio. Sin embargo, la magnitud de una información traumática no la decide el que quiere que pase al olvido. El tiempo, en cambio, sí funciona. Por eso es crucial recuperar la centralidad con la esperanza de que el paso del tiempo diluya una cagada en una torpeza gracias a la atrofia generalizada del lóbulo frontal de la sociedad. La otra opción es llamarse a silencio, pero eso nunca es recomendable en política.
Anotación al margen: ¿Intentaron hacer una denuncia por estafa digital? Hay que probar que la víctima no actuó voluntariamente. No es una teoría, que me lo dijo abiertamente un funcionario judicial hace unos cuantos meses. Yo, pobre pelotudo, le contesté con los detalles del tipo penal, eso de que la estafa es el desapoderamiento del patrimonio de una persona a través del engaño y que es obvio que la entrega será voluntaria, que si fuera involuntario, hablaríamos de un robo y que…
Obviamente, conseguí una cara de póker y no más. Así funciona la justicia en materia de delitos básicos. No quiero imaginar desde hace cuánto pero, por cómo se comportan los que saben, parece que hace mucho.
Todos tenemos la posta pero no podemos responder una sencilla pregunta: ¿está bien o mal matar? Hablo de otros seres humanos. Para nuestra comprensión del mundo, no está ni bien ni mal, que todo depende del contexto. ¿Nos da lo mismo que muera un delincuente violento abatido por la policía o que muera un policía abatido por un delincuente violento? ¿Está bien evadir impuestos o no? ¿Qué tipo de delitos estamos dispuestos a perdonarnos? ¿Sabemos bien qué es un acto de corrupción o sólo creemos que un funcionario reciba plata a cambio de un favor?
Acá ya hay menos cuestiones legales y más morales. Hay tipos penales que reprimen la entrega y recepción de dinero en el caso de la función pública a cambio de hacer u omitir algo. Y los responsables son el que recibe pero también el que entrega, que por algo se llama cohecho. No existe una figura penal similar entre privados. Lo más cercano podría llegar a ser la extorsión, pero esta también le cabe a los funcionarios.
Ahora, si hablamos de recibir dinero de forma voluntaria como sinónimo de corrupción, habría que agregar que los funcionarios no pueden tampoco recibir dádivas, regalos a título personal de parte de nadie. Imagínense un Día del Periodista con una redacción sin regalos. Un imposible. El 7 de Junio se espera con más ansiedad que la Navidad. Cuadernos, lapiceras de diferentes calidades, plumas, mochilas, picadas, perniles enteros, jamones con soporte y cuchilla, tortas, bombones, vouchers para lugares vacacionales. Ya ni sé cuántas cosas he visto pasar sin que las consideremos una coima. Aunque, en parte, lo sea. ¿O acaso debería suponer que, en realidad, nos quieren mucho?
Y ni quiero entrar en el terreno de los canjes, porque ya sería imposible sostener el debate ético.
Mi cabeza tiende a entrar en letargo cada vez que alguien comienza a predicar sobre moral. No conozco a nadie que sea digno de santidad. No ha nacido la persona que pueda realizar un examen de conciencia y no encontrar al menos un hecho o un pensamiento en el que su visión del bien y del mal entre en conflicto con la visión de otra persona. El problema de todos nosotros es que la vara moral es individual y distinta a cada uno. Y así vamos por la vida, en la absurda creencia de que alcanza con saber reconocer el bien del mal. Algo que podríamos llevar a una pregunta que se responde sola: para qué mierda tenemos leyes si todos tenemos el mismo criterio.
Esto tiene poco que ver con lo que hizo el Presidente y mucho con las reacciones y las reacciones a las reacciones. Los que nos dedicamos a esto tenemos algo bien plantado en la vanidad. El que no quiere la primicia desea ganar en difusión. El que no la logra con calidad, la logra con privilegio o con quilombo.
Hubo un tiempo en el que me preguntaba qué lleva a la gente a volverse tan oficialista y tan rápido. Y claro, me olvidaba la cuestión de la oferta y la demanda: si tenés un público deseante de voces acordes y a vos no te molesta decir que un elefante entra en un Fiat 600, vas a ganarla toda.
Y está perfecto.
No me gustan las clases de moral. En mi caso en particular, tengo la doctrina de no meterme en nada con nadie y se basa en un principio elemental: soy muy cagón. Tengo miedo a equivocarme, tengo miedo de arruinarle la vida a alguien injustamente. Y por eso le escapo a las clases de moral periodística. Esto es un oficio no colegiado, no hace falta tener un título habilitante ni una matrícula para ejercerlo. ¿Se imaginan un Colegio de Periodistas? ¿A quién ponemos en el tribunal de ética?
Dar clases de moral, soliloquios sobre qué está bien y qué no, es casi el acto masturbatorio por excelencia en nuestro oficio. Y yo también he caído en tamaña paja. Todo plagado de lugares obvios y frases hechas sin saber bien quién las dijo. “Periodismo es lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás son relaciones públicas”, dijo George Orwell y es una opinión moral de Orwell y punto. ¿O acaso alguien se ve perjudicado y no quiere que se publique los últimos avances contra el cáncer? ¿A quién puede afectarle que se sepa que hubo un tsunami en el Pacífico, un resultado electoral o la última incorporación de un equipo de fútbol?
Qué se yo, periodismo es vivir de contar historias sobre distintos temas y eso lleva a elegir permanentemente qué contamos, cómo lo hacemos, qué preguntamos y algo que no podemos controlar, que son las respuestas que alguien elige darnos. Philip Graham, editor general del Washington Post en los tiempos de Truman, Eisenhower y Kennedy, dijo en un discurso que su tarea era la “ineludible e imposible tarea de proporcionar cada semana un primer borrador de la historia que nunca estará realmente completa sobre un mundo que nunca podremos comprender realmente”. Magistral. Su frase quedó en la historia del periodismo y, así y todo, da para cagarse de risa saber que nadie revisa demasiado: el autor de “borrador de la historia” no fue Phil Graham sino Alan Barth, otro periodista del Post. Y puede que él también se haya inspirado en algún otro colega. Así que no sé qué tan bien contados serán estos tiempos cuando ya sea historia. Por suerte, no podemos saberlo.
La Escuela Bernardo Neustadt nunca pasó de moda. Neustadt se hizo multimillonario y, si bien desconozco si ha cobrado guita en negro, bien pudo haberse enriquecido sin recibir jamás un billete por debajo de la mesa. Vivió y trabajó en una época en la que no había demasiadas opciones para ver, en un mundo sin Internet, con muchos diarios y radios, pero sólo un puñado de canales de tevé. Al momento, no parece que el borrador de la historia dejado por Bernie haya servido de mucho pero, entre otras cosas, nos dejó como legado el editorial televisivo. Ya saben a quién putear.
Nosotros –hablo en plural para no ofender– entramos en el binarismo hace tanto que no hay antropólogo que pueda hallar el momento fundacional. Y hemos llevado el binarismo al punto en el que las noticias malas son las del pasado, esas nos recuerdan el daño de Cristina con el permanente “mirá esto que decía” en un loop de archivo tortuoso y perpetuo.
No me gusta hablar de estos temas y siento que escribo algo que no tengo ganas de escribir. Vivo en un mundo liderado por personas que han planteado nuevamente una división binaria y, como toda contraposición, hay una que se percibe como el bien y coloca del otro lado al mal. Esta retórica de Guerra Fría sin Unión Soviética tiende a dejar en orsai a cualquiera que sienta que tiene que manifestar su lugar de pertenencia. En Estados Unidos ya no gobierna Ronald Reagan, pero en Rusia gobierna un tipo que lleva un cuarto de siglo en el trono. Los rusos no vivían un período de poder tan largo desde que la muerte puso fin a los treinta años de Stalin.
Unilateralmente, Donald Trump ha calificado a Volodimir Zelensky de dictador por no haber llamado a elecciones cuando venció su mandato, con la tranquilidad que da organizar una elección en un país invadido y bombardeado. Zelensky, quien fue apoyado públicamente por nuestro Presidente, que estuvo en la asunción de nuestro Presidente, que fue abrazado por nuestro Presidente, ahora es un dictador. Nuestro Presidente sostiene que hay que alinearse al 100% con los Estados Unidos. Y Estados Unidos está aburrido y en medio de una timba geopolítica. El problema de ver al mundo dividido en dos es que, ahora, estamos del lado del tipo que califica de dictador al líder de un país invadido. ¿Quién es el enemigo de Ucrania? La Rusia de Putin, la aliada de Irán, nuestro mayor enemigo y máximo artífice de la barbarie en Israel.
No existe Corea del Centro, pero tampoco hay una China democrática ni una Rusia liberal. Todos los amigos de Rusia son esos con los que nos llenamos la boca cada vez que puteábamos por nuestro lugar en el mundo. Y eso incluye a esta Venezuela asesina. El mundo es lo suficientemente complicado como para alinearse espalda contra espalda con alguien tan imprevisible que le parece divertido amenazar con anexiones o que en un mismo día agradece a la presidenta de México por su campaña contra las drogas y afirma que su vecino del sur está gobernado por los carteles.
El mundo Occidental es una gelatina política. Del otro lado, al menos doce millones de sudaneses se vieron desplazados de sus hogares, se suman a otros tantos que buscan una salida entre Burkina Faso, Somalía, Argelia, Libia y Níger. Adivinen hacia dónde se dirigen. Hay miles de conflictos en el mundo y cada uno de ellos puede tirar todo el planeta a la mierda. Y por si se olvidaron del payaso norcoreano, sigue activo y con un pacto de defensa con Moscú que permitió sumar soldados contra Ucrania.
Y nosotros, con el periodismo en la punta del dedo índice, nos olemos los pedos a ver quién fue. Todo para que después veamos las encuestas y no entendamos cómo pudo ser que la imagen del Presidente no se vio afectada. Amigos, colegas, hermanos: si el programa más visto de política promedia los tres puntos de rating, quiere decir que lo ven, aproximadamente, 300 mil personas entre la Ciudad de Buenos Aires y su conurbano habitados por 15 millones de individuos. Si un 2% es lo más exitoso y no nos baja a tierra a todos, no sé qué más decir más que recordar la máxima de Antonio Fraguas Forges sobre la prensa en general: “los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público”.
Nada impide ser un comunicador oficialista ni hay deshonor en declararse opositor, aunque todavía se use recomendarnos en el espejo que es mejor no decir a quién votamos cuando votamos para conservar la imparcialidad. Como si no hubiéramos votado.
Todos nos hemos mandado cagadas en el laburo. El tema es que ahí también rige la moral: qué consideramos una cagada y qué no. Moralmente, algunos creen que prender el ventilador es una buena defensa. Funciona, sí. Pero no hubo defensa. Y me reservo lo que opino de una cadena de mando que se cortó en el boludo que subió el video.
Lo que sí debo remarcar es que la jugada fue realmente magistral, brillante y para cerrar el estadio. Hasta que salió el video en crudo, la conversación giraba en torno a una entrevista permisiva tras un fin de semana con la comunicación centralizada en una shitcoin tuiteada y fijada por el Presidente de la Nación. Luego cambió el viento y el debate pasó a ser este otro, digno del ego por el cual tanto nos putean. Puede que entremos en otra discusión entre la hora en que publico este texto y el momento en que usted lo lea.
Podríamos hablar de las ganas que tiene el ministro de Justicia de tomarse el palo que ahora vio una ventana en la posibilidad de ejercer de verdad la defensa de Milei. Podríamos hablar de que ya hay notas que hablan de nuevos candidatos en reemplazo de Lijo y –no sé por qué, si nadie lo cuestionó– de García Mansilla. O podríamos hablar de por qué se estiró tanto la insistencia en Lijo y se sostiene a la Corte más pequeña de la historia de la Argentina. Incluso, podríamos hablar de quién hablaría de un escándalo cripto si la Justicia no lo entiende, si el Fiscal tiene al hijo en Jefatura de Gabinete, si el Legislativo se abroqueló y le dio la bienvenida al Presidente, mientras en el periodismo tenemos que debatir cómo hacer las preguntas para que nadie se enoje.
Incluso podríamos hablar de las distintas encuestas de imagen. Zubán-Córdoba, la consultora que menos favores le hace al oficialismo, hizo una medición sobre el episodio de la cripto. El 87,9% de los 1.200 encuestados entre el 18 y 19 de febrero había escuchado hablar del tema. El 66,7% está de acuerdo con que es la crisis política más grande desde que Milei asumió.
También un 83% coincide en que el Presidente “debería actuar como Presidente y no como influencer”. El 59,9% cree que hubo estafa. El número aumenta a medida que se baja la edad del consultado. Pero cuando llegamos a la página que pregunta sobre el último voto en el balotaje, resulta que el 93% de los votantes de Massa creen que hubo estafa mientras que sólo cree eso el 29% de los votantes de Milei. Repito, los del balotaje, no los puros de la primera vuelta. Sin embargo, a la hora de preguntar si debería iniciarse un juicio político, el 49% dice que no. No soy analista de encuestas, pero si no ven un patrón en esos números, díganme qué tan mal estaremos de opciones que tanto porcentaje que cree que se cometió un delito pero que no es para tanto.
Sin haber conseguido leer la mente de mis compatriotas, puedo aseverar que seguimos con la misma dirección: nadie ve otra opción y prefieren esto, con lo que sea, con lo que venga, antes que cualquier otra posibilidad. Y si vemos el menú disponible, es más que comprensible.
Todo se resume a dos cosas: quiénes se sienten interesados o interiorizados en lo que pasó y a quiénes tienen como otra opción. Me la juego a que cualquier otra consultora que aborde estos temas obtendrá números similares: “de este menú con quién te quedás”. Listo, la ecuación aún da ganancia electoral. Hasta apostaría por plata, aunque en estos días hacerlo tenga mala fama. No hay moral que valga cuando alguien cree que se juega la supervivencia.
P.D: Como buen periodista, al recopilar los datos de la encuesta pasé por alto la frase “el periodismo argentino es poco creíble”. 82% de los encuestados coincide. No entiendo por qué nos matamos si logramos cerrar la grieta, amiguitos.
P.D.II: En realidad es 81,2% pero me dio cosa volver a chequear y quería ser tremendista.
(Relato del PRESENTE)
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