GRANDES HISTORIETAS DE AYER: "CAPITÁN CAMACHO"

CULTURA

¿Una historieta olvidada?


Histórica viñeta inicial de Capitán Camacho, de Cao y Casalla, en diciembre de 1979.


Por Ariel Avilez 

De ninguna manera: una historieta acerca de la cual se ha escrito muy poco, una nota a pie de página a la hora de hablar de la historieta gauchesca, pero una muy linda serie que tal vez tuvo la poca suerte de compartir revista con clásicos inapelables y gancheros como Nippur de Lagash, Dago, Julio César, Rocky Keegan... El representante de un género que no es el más citado por los historiadores de la viñeta ni el favorito del purretaje, y probablemente no la primera historieta que el lector elegía leer cuando se hacía de un ejemplar de la Nippur Magnum —repito que por ahí tenían prioridad las de los hermanos Villagrán, las de Robin Wood, las de Solano López, las de Ricardo Ferrari—, pero una historieta que siempre estaba presente.

Porque ese el primer dato: desde que se publicó su episodio inicial en la revista Nippur Magnum N°1 de la Editorial Columba, en diciembre de 1979, hasta que se publicó el último, en la Nippur Magnum Súper Anual N° 36, en julio de 1993, Capitán Camacho protagonizó ciento setenta episodios... y entre diciembre de 1979 y abril de 1989 —casi una década—, Camacho pegó el faltazo sólo en cuatro meses: enero de 1982, diciembre de 1985, marzo de 1987 y noviembre de 1988. Camacho siempre estaba ahí, repito, firme en el mangrullo, a la espera de ser leído y disfrutado. Incluso cuando la revista se tornó quincenal y exigió a sus autores una mayor producción.

Capitán Camacho fue creado por el guionista Julio Álvarez Cao y el dibujante Carlos Casalla. Año y medio después de su debut, en una imperdible entrevista a la dupla publicada en la revista Superhumor N° 8 (junio de 1981), Juan Sasturain definió al personaje como “casi un Savino con variaciones”; no suena bien, no es halagüeño, pero no es del todo inexacto. A esa altura, Cao y Casalla ya no regían los destinos del famoso Cabo Savino, así que comenzaron a sacarse la calentura de historias no contadas con un personaje que si bien comparte con él espacio y tiempo, tiene alguna ventaja sobre el Cabo: en principio, mientras que Savino es poco más que un soldado raso, Camacho es Capitán, oficial hecho y derecho, manda y es obedecido, la chapa le resulta —aunque no siempre— útil. Pero la ventaja la tienen también los autores. Oficial y todo, Camacho es tan buenazo como Savino, pero también es milico en plena Campaña del Desierto... y eso implica muchas cosas.

Hablando de Savino, de la matanza de indios y de algunas exigencias de Columba, cuenta Casalla en la mentada entrevista: “Acá no podíamos contar de una matanza de mañanita, cuando estaban durmiendo los indios en la toldería. El editor no la publica. Tratamos de hacer la Campaña del Desierto sin buenos ni malos: son indios que defienden su tierra, y soldados que los van a sacar de ahí”. Sin embargo, cuatro años después, en el episodio 72 de Capitán Camacho, titulado Gualicho (marzo de 1985), la historieta arranca brutal y con los tapones de punta. Un grupo de militares a caballo cae sobre un campamento indio; y se lee: “Pelea fiera aquella ¡Y más fiero acordarse! Había pocos indios de lanza. El resto era pura chusma. Fue una expedición punitiva y la cumplimos con facilidad. Lo difícil fue olvidarse de aquella matanza. Sólo quedaron cuatro o cinco chinas para contarlo...”.

La historia de Camacho no es muy compleja; el personaje no tiene un gran desarrollo. Pareciera que el soldado no es más que una excusa para contar historias.

Una serie de inconsistencias hace imposible intentar confeccionar una cronología más o menos seria de Camacho. Ejemplo: lo vemos de adolescente en la Guerra del Paraguay (1864-1870), siendo apenas un recluta, e incluso se nos cuenta que mató por primera vez —a un niño como él— el día del fin de la guerra, en marzo de 1870; sin embargo, el Capitán Camacho —siendo ya Capitán, siendo ya adulto— vuelve de licencia a Buenos Aires después de servir cuatro años (1868 a 1871) en la línea de Fortines, durante la Fiebre Amarilla, el año en que murió el Dr. Francisco Muñiz, 1871... Si nos atenemos a estos datos —y a otros tantos igual de confusos—, Camacho estuvo al mismo tiempo en la Guerra del Paraguay siendo un adolescente imberbe, y sirviendo al ejército como Capitán en la frontera del indio, ya portando su clásico mostacho.

Los números no cierran. La presencia de algunos acontecimientos históricos, el ocasional protagonismo de varios —muchos— personajes históricos en la serie, aportan a la confusión.

A lo sumo, lo que podemos hacer es realizar un bosquejo muy vago e impreciso acerca de su historia: sabemos que Juan Martín Camacho es porteño, chetísimo, bacán, nacido a mediados del siglo XIX, que es milico hijo de un milico muerto de manera gloriosa en batalla; sabemos que de muy pibe tuvo su bautismo de fuego en la Guerra de la Triple Alianza, en Paraguay, y que ya adulto, con el grado de Capitán y con destino de Estado Mayor, siendo hombre de confianza del Coronel Conrado “El Toro” Villegas, mata por accidente practicando esgrima a su mejor amigo, Faustino Gauna, tras lo cual decide como autocastigo ir a servir a la frontera con el indio, donde permanecerá durante años y perderá rápidamente lo poco de porteño cajetilla que queda de él.

A grandes ragos, lo anterior —que no es mucho— es lo que se nos cuenta acerca de su vida personal a lo largo de ciento setenta capítulos. En el primer episodio, presenciamos la muerte de su amigo y su partida a la línea de fortines; en los siguientes, cómo sin mayor esfuerzo se adapta a la vida en la frontera, se gana el respeto de sus subordinados y de la indiada, y descubre que ese es su lugar en el mundo.

Y así como se puede acusar de cierta bidimensionalidad al bueno del Capitán, no ocurre lo mismo con un interesantísimo personaje secundario que se une a él ni bien se aleja de la ciudad: El Sargento. Barbudo, enorme, gauchazo, con ropa de milico viejo, ya no está en la milicia, sino que oficia de agregado como baqueano y lenguaraz. Hombre duro, viejo y muy querido por todos, es aquel en quien todos confían y a quien todos obedecen. Es el mejor aliado a la hora de enfrentarse a un ejército, a una partida o a un malón; pero también la mejor compañía en una fiesta —es un gran bebedor—, en un bailongo —es un bailarían muy divertido— o en un fogón —es guitarrero y cantor sin par—. De su pasado se sabe menos que del de Camacho, pero así y todo resulta más interesante: hijo de estas pampas, tiene una niñez trágica con un padre asesinado, no obstante lo cual no creció resentido ni de ánimo sombrío; tomó lo mejor de su relación con gauchos y con indios, y en algún momento viajó por el mundo... Y de esos viajes trajo más misterios, alguna exnovia, conocimientos médicos —siempre lleva consigo una cajita plateada con complejos instrumentos quirúrgicos que utiliza con maestría—, dominio del idioma inglés y toda la experiencia de haber servido en la Legión Extranjera.

Convertido en mentor y amigo de Camacho, durante tal vez demasiado tiempo acapara naturalmente el protagonismo de las historias, por lo cual con mucha prudencia los autores decidieron espaciar sus apariciones... De ese modo el Capitán comienza protagonizar como corresponde sus historias: forja una interesante y recurrente galería de villanos a los que no siempre vence —se destacan un bandido conocido como El Caburé, otro llamado El Carancho, el cacique Catriel—; se rodea de nuevos aliados —La Gallega Lirio Molina, el Gurí Pampa, el indio Nahuel—; y en poco tiempo tiene más novias que Ignacio Copani, siendo la oficial una que dejó en Baires y a la que regresa cada tanto, cuando pega licencia, Felicitas Almagro —a la que alguna vez llama ‘Felicia’—. En Buenos Aires también está su principal enemigo, el Dr. Gauna, que se la tiene jurada por haber matado por accidente a su hermano, a quien ya mencionamos más arriba.

Respecto a la turbulenta época histórica en la que se desenvuelve la historieta, con guerras civiles incluidas y un Mitre constantemente alzado, es inevitable preguntarse acerca del bando elegido por Camacho durante los enfrentamientos de la década del ‘70; el hombre, después de todo, era un oficial y no podía jugar al neutral... y así y todo, los autores se las arreglaron para que esto sucediera, y del peor modo posible: haciéndolo partidario de los distintos bandos en episodios aislados y sin explicación alguna que lo justifique.

En los episodio 75 y 76, se nos cuenta que Camacho integra el bando rebelde mitrista que denuncia el fraude electoral, y se enfrenta al bando leal que defiende la legitimidad del gobierno de Domingo Faustino Sarmiento y su sucesor, Nicolás Avellaneda. A destacar dos cosas: primero, que su gran amigo Conrado Villegas pertenecía al ejército leal —lo que implica que se enfrentaron—; segundo, que entre septiembre y octubre de 1874, los leales se impusieron a los mitristas, es decir, que el Capitán Camacho resultó vencido. Extrañamente, en episodios posteriores no se menciona el asunto, Camacho sigue sirviendo en el ejército y conserva su rango. Aquí no ha pasado nada.

Pero lo peor ocurre en el episodio 91, cuando de la nada vemos al Capitán Camacho trasladando a unos prisioneros de la Batalla de la Verde —batalla tras la cual capitularon los mitristas—, y estos prisioneros son llamados ‘cocidos’, es decir, mitristas ¡como Camacho! De repente, y también sin explicación alguna, nos enteramos de que el Capitán pertenece al ejército leal y ‘crudo’. Y para aportar más a la confusión general, se menciona a los ‘crudos mitristas’, cosa que no existe. Todo inexplicable...

Como inexplicable es también la ingratitud de Columba a la hora de dedicarle tapas al personaje: sólo dos, que en realidad es una misma ilustración de Alfredo de la María. La primera se publicó en la Nippur Magnum n° 9, en julio de 1980; la segunda, once años después, en la Nippur Magnum Todo Color n° 52, en marzo de 1991, y que no es más que un desafortunado rearmado en base a fragmentos de la portada de 1980. Triste.

Más allá de todo esto y volviendo a la obra en sí, el trabajo de Alvarez Cao es impecable a nivel narrativo, los personajes tienen voz propia, y las historietas ganan un montón cuando ofrece arcos argumentales de dos o tres episodios. Lo de Carlos Casalla es sobresaliente: sus dibujos te trasladan con facilidad e inesperadamente a desiertos desesperantes, a gélidos territorios nevados o a la coqueta Buenos Aires de fines del siglo XIX; impone su particular y reconocido estilo a lo guapo, en un entorno historietístico de galanes y heroínas hegemónicos, convirtiendo mágicamente la fealdad en belleza. Casalla se hizo cargo de los dibujos de la serie entre 1979 y 1987, y la retomó por once episodios entre febrero de 1989 y marzo de 1990, cuando abandonó definitivamente al personaje tras dibujar ciento veintitrés episodios. Dato curioso: en noviembre de 1989 escribe y dibuja íntegramente un gran capítulo, Nube Blanca, basado en hechos reales.

El dibujante Rubén Furlino sustituyó a Casalla entre abril de 1988 y principios de 1989, dibujando dieciséis episodios, entre los que es preciso destacar aquellos cuatro en los que aparece como invitado especial el mítico Martín Fierro, ya anciano, y al que se le otorga un peso especial dentro de la continuidad camachesca: se nos revela que de joven fue muy amigo del padre del Sargento, y que él mismo vengó su muerte haciéndose cargo del asesino. Otro dato curioso: en medio de la etapa Furlino, en julio de 1988, Franciso Pascual dibujó un único curioso capítulo con Camacho esclavizado en una toldería indígena.

El cuarto dibujante de la serie —entre agosto de 1990 y julio de 1993— fue el histórico y siempre efectivo Horacio Merel, responsable gráfico de los últimos treinta y un episodios, haciendo alarde de un trazo muy suelto, dinámico y cada vez más alejado del de Casalla, lo que por audaz resulta meritorio. Destacaremos de esta etapa final la gran cantidad de historias ambientadas en la Guerra de la Triple Alianza, en Paraguay, cuando Camacho todavía no era capitán. Y dos datos curiosísimos: hay reversiones dibujadas por Merel de viejos episodios dibujados por Casalla —De los Alpes a los Andes, por ejemplo, es la nueva versión de La Blanca Muerte—, con apenas algún nombre propio o algún detalle modificado; y a partir de junio de 1992 se comienza a hacer más que notoria la presencia indisimulable de Eugenio Zappietro (a) Ray Collins en los guiones que, no obstante eso, siempre fueron firmados por Álvarez Cao; sucede que es la ya famosa época en la que el prolífico Collins —tipazo— comenzó a escribir para su amigo Cao episodios de series que el guionista titular no podía por problemas de salud.

El último episodio —titulado ‘Hola, Buenos Aires’, publicado en la Nippur Magnum Superanual 36, de julio de 1993—, rubricado por Julio Álvarez Cao y Merel, es una gran historia y un auténtico cierre para la serie. Es también un auténtico Ray Collins, con frases y diálogos que ningún otro escribiría:

“Y aquellas manos eran el recuerdo de la niñez; de las manos de mi madre”.

“ - Tal vez... sea su destino, teniente” .

“ - Venga... por favor. Tal vez yo... haya encontrado a ese hombre que usted dice”.

Además del delicioso elemento melodramático y los climáticos puntos suspensivos a mitad de texto, delata también la presencia de Collins el desconocimiento u olvido de lo que realmente pasó en aquel histórico episodio uno: aquí se da a entender que el Capitán decidió irse a la frontera después de matar en un duelo a un impulsivo sujeto, motivado por un asunto de polleras. En este episodio final a todo trapo, después de sobrevivir a un intento de envenamiento en la pampa, Camacho vuelve a Buenos Aires a encarar a quien quiso envenenarlo: Elena, ni más ni menos que la hasta ahora desconocida por nosotros hermana de su amigo Faustino Gauna, a quien él matara por accidente en el primer capítulo —porque eso es lo que realmente sucedió—, mientras practicaban esgrima deportiva.

Tras perdonar a la equivocada vengadora, Juan Martín rechaza el ofrecimiento del Alto Mando de instalarse en la Capital e integrar el Estado Mayor: “-Soy hombre de allá, señor. En esos campos, en esas soledades, está mi razón de ser. Soy militar, Coronel. Aquí extraño el viento y los entreveros. Y allá cumpliré mejor mi deber que hojeando papeles en una oficina”.

¿Una historieta olvidada?

Claro que no. Hable con cualquier lector de esos que leían con cariño la Nippur Magnum, y verá.

(Redactor especializado en cómics. / NOVA)

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