OPINIÓN
Las grandes cosas nacen siempre a partir de un sueño
Desde muy pibe, mi sueño era ser el tipo piola que se las sabía a todas y que tenía como ambición dormir toda una noche con una mujer desnuda a mi lado, para eso, empecé desarmando la radio del abuelo, una General Electric, porque los pibes de antes coincidíamos que adentro de ese artefacto de madera, y botones de baquelita, habitaban unos seres que habían sido alcanzados por un rayo pequeñizador pero que a cambio, los dotaron de voces potentes.
En las distintas etapas de crecimiento yo mismo me ponía pruebas para llegar a la meta. Algunas consistían en arrojar una naranja al cielo, atraparla con la boca, morderla y chuparle todo el jugo sin usar las manos. Otra era la de robar sandías y subir corriendo el bordo de las vías del tren. La más difícil, consta, era bañarse en el fuentón grande, y todo enjabonado, levantarme y correr a buscar el toallón sin resbalarme en los mosaicos ante las miradas del coro de ángeles de tías, primas y allegadas. Pero la más apasionante, sin dudas era la de cantar y bailar bajo la ducha con agua helada.
Entre las hazañas que sumaban puntos para realizar el sueño, no debo dejar de lado aquella en que había que destapar las latas de galletas sin hacer ruido. Se destacaban las Bagley, Terrabusi, Canale, Fantoche y El Orden. Truco: al destornillador había que pegarle la cinta engomada para aislar cables, meterlo en la ranura con manos de cirujano y hacer un pequeño esfuerzo. El olor de las galletas de las cajas de lata sabían a gloria. La mancha de las moras en la ropa también. Y las rodillas raspadas daban muestras de coraje, eso si que sumaba puntos, porque las bicicletas de los tíos eran altas, y había que pedalear de costado, por debajo del caño, a toda velocidad, clavar el freno de la rueda delantera y derrapar con la trasera.
Cuando los reyes magos desoían mis pedidos por no ser convincentes al sueño de los sueños, me trajeron un vaquero Far West. Para usar el vaquero y no el apestoso juego Mis Ladrillos o Mecano, debía caminar como John Wayne. Asesinar al chupetín bolita y poner en su lugar una ramita de parra simulando un charuto, y encenderlo raspando el fósforo en el papel de lija pegado a la suela de las zapatillas Flecha, que sustituyeron en el segundo tiempo a las Skippy.
La pelota de cuero, reemplazó a la Pulpo de goma. Aparecen los botines Sacachispas, mi padre cree que soy una mezcla de Labruna, Onega, Delem y Artime, y me manda a jugar. Le salí una especie de Marzolini, Albrecht, Navarro y Perfumo. Con inclinación a Carrizo, Roma y Pérez.
Nada más conmovedor que ver a mi padre —pequeños engrupidos—, regalarle una flor a mi madre, hacer el asado al mediodía del domingo y masticar su gorra hasta hacerla estopa, mientras me ve elegir la camiseta con el número tres, en lugar de la nueve.
Nada más conmovedor que la vecinita me grite ¡Corré, corré! ¡Ganale, ganale!
Nada más conmovedor que el técnico me llame y me diga, "Pibe espérelo, cuando lo quiera pasar llévelo contra la línea, y ráspelo con la punta del botín hasta que le duela, pero después lo ayuda a levantarse".
Voy aprobando las materias del pequeño engrupido cuando por fin, tomo el néctar de las fiestas de fin de año. Se llamaba sidra, Real o Tunuyán, no me acuerdo bien, pero debía tomarla a escondidas de mis padres, de algún mayor que se la daba de santulón, y del niñito Dios instalado en el pesebre que me perseguía con la mirada.
Hay un momento que lo cambia todo. Aparece en escena una palabra desconocida. Abro el Larousse ilustrado, busco "Mudanza": Acción y efecto de mudar o mudarse. 2. f. Traslación que se hace de una casa o de una habitación a otra. Mi padre nos dice en el almuerzo que las grandes cosas nacen siempre a partir de un sueño.
Aquella casa quedaba vacía, pero atesorando el perfume de los jazmines, de las rosas rojas, de los churros y bizcochuelos que hacía mamá. Y en un rincón de la ventana de la cocina que daba al patio, también quedaron las espigas de San Cayetano, un ramito de olivo y la siguiente receta: 300 cc agua, 1 pizca de sal, cascarita de limón, 250 gramos de harina, ½ cucharadita de bicarbonato, aceite para freir, 50 gramos Azúcar. Con nosotros trajimos el amor y los recuerdos.
Mierda, ahora que lo pienso bien, de aquellas delicias solo me queda eso de encender cigarrillos de verdad y caminar como John Wayne, ni amor me queda.
Uno de los recuerdos que siempre me acompaña a todos lados, es el de la primera noche que con una chica nos desvestimos para dormir juntitos. Cumplía aquel sueño de dármelas de tipo piola y engrupido, pero ella me dijo que tenía mucho miedo, que era su primera vez, que para estar conmigo le había mentido a su padre, y que por eso se sentía mal.
En este preciso momento, dejo el cigarrillo en el cenicero del escritorio, me encomiendo a todos los dioses del universo y les pido que no permitan que mienta, "no permitan que mienta, no ahora, no ahora". Entonces la ayudé a vestirse y vestidos, conversábamos, nos contábamos chistes, y nos dormimos juntos, abrazados.
El pequeño engrupido que se la daba de tipo piola y se las sabía a todas, se había recibido con honores. Consta en las actas memoriosas de la actual bisabuela.
¿Por qué carajo los recuerdos no se quedan en cada mudanza?
Dibujo: Ángel Boligán
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