OPINIÓN
Un tipo como vos o como yo se despierta un día cualquiera
Por Nicolás Lucca
Desayuna, en silencio. Pareciera que junta energía, como aquellos autos de hace unos años que utilizaban un cebador para calentar el motor hasta que estuviera en condiciones de salir a circular sin complicaciones. Es más que probable que, cuando se siente a almorzar en un bar de amable comida, mantenga una conversación pasatista con sus caras conocidas; charlas del tipo de cómo va la familia, qué humedad que hay, para cuándo anunciaron lluvia. Si se da el caso excepcional, alguien puede llegar a hacer un comentario en el mismo tenor sobre algún tema de agenda limitado a un “está dura la calle”, “podés creer lo que me quisieron cobrar” o “ya se termina La Voz y comienza Master Chef”. No están desinformados, no son inconscientes de lo que pasa en el país que habitan: si algo es verdaderamente urgente, se entera cualquiera, incluso los que no consumen política las veinticuatro horas.
El presidente arma un karaoke con una diputada en coros, otro en la batería y un funcionario nacional en el bajo. Por la inmediatez de la información del día, uno podría pensar que es la fiesta despedida de José Luis Espert, pero nadie lo nombra ni lo invita. En lugar de Pepe Luí, es enfocado el rostro de Santilli. Su abrazo con el Presidente debe haber pesado mucho en la memoria cuando le notificaron que la cabeza de lista de diputados nacionales será Karina Vázquez. Si no la ubican, es la temprana albertista mejor conocida como Karen Reichardt. Una vez más surge un enojo que está mal direccionado. ¿Quién los obligó a poner a una total inexperta y desinteresada como cabeza del cupo femenino? Nadie. Puede que la hermana del Presidente no sea la gran armadora política que mantuvo sus dones ocultos durante medio siglo a la espera de que la Patria los necesitara. Y puede que tampoco haya sido una gran idea armar un acto tan exagerado como el visto esta semana de allanamientos y recorridas proselitistas a las puteadas. Y todo para presentar un libro recopilatorio de discursos del Presidente al que han titulado “El milagro argentino”.
El jueves 2 de octubre el Indec publicó la distribución de ingresos del segundo semestre de 2025. Para dicha información se toma al total de la población activa (29.9 millones de habitantes) y se la divide en diez partes. De allí que se escuche la palabra “decil” al momento de hablar de los distintos segmentos de esa escala. La información pasó totalmente desapercibida porque el jueves 2 de octubre la información pasaba por el futuro de un diputado, lo cual nos hizo dejar de hablar del triple crimen de Florencio Varela, caso que se vio tan nutrido de humanos con ganas de culpar a las víctimas por ligeras de cascos que dejamos de hablar de la red de narcotráfico en la que estaban metidas, ese tema que pasó un poco de largo pero sirvió de puente para que tampoco hablemos más de un verdulero autorizado a producir la droga más peligrosa de las que se consiguen en el mercado ilegal: el fentanilo.
Mi sorpresa fue que no haya registrado la información. No me enteré de la publicación del Indec ni aún con las notificaciones activas. Me encontré con la info gracias al tuit de un economista más mileísta que la hipotermia. El hombre –no recuerdo quién, son varios en sintonía– dijo que, si el promedio de ingresos estaba en los mil dólares y la cuota de un cero kilómetro estaba en no sé cuánto, la industria automotriz iba a repuntar aún más y eso. Capaz usó palabras más técnicas o más de barrabrava –hoy está de moda cualquiera de los casos– pero la idea se entendió. Mi intriga es la de cualquiera: cómo es que ese es el promedio de ingresos del país. Mil dólares, durante el fin de semana que duró esa información que no prendió, equivalió a 1.450.000 pesos.
Es un problema que se instale que el promedio de ingresos es 1.450.000 pesos porque, primero, no es real: el promedio de ingresos según información oficial del gobierno es de 879 mil pesos para los que generan guita –asalariados, prestaciones sociales, jubilados, comerciantes– y de 537 mil pesos en el promedio general. 600 dólares para el que gana, 370 en promedio. Luego viene la pregunta que ya es al pedo porque nadie la tiene en cuenta: si es un promedio, cuánto gana el que más gana y cuánto el que menos. Si nos ponemos aún más en masoquistas, en qué decil nos encontramos de esa torta. Y como este portal es un servicio a la depresión del lector, paso a informar.
Los que cobran hasta 329 mil pesos forman parte del 40% más pobre de la Argentina. No es caprichosa mi ubicación en el mapa: el Indec aplica una medida de estándar internacional y divide al 100% de la masa de ingresos en tres estratos.
El estrato que le sigue al más bajo también abarca cuatro deciles y va desde los 329.500 pesos hasta más del doble en 750 mil pesos. Allí, el promedio total es de 491.971 pesos. Y ahí llega el premio gordo. Sí, el 20% de la población activa se encuentra entre los que más ganan, pero con una base que inicia en 750 mil pesos. ¿El 10% de mayores ingresos? Bueno, la vara comienza en 1.1 millones y cierra en 36.935.000 pesos. Sí, , leíste bien: si cobrás más de 1.1 millones de pesos compartís podio con los que tienen ingresos por 25 mil dólares cada 30 días. Ahí es donde sí se encuentra el promedio de ingresos en 1.410.000 pesos. Casi mil dólares, a veces un poco más, todo depende de la cotización del día. O sea: el promedio general es un chiste de mal gusto si no consideramos cómo se genera esa tensión entre extremos para llegar a la fuerza del medio. Pero que lo digan economistas ya deja de ser un chiste para pasar a ser otra cosa.
Repito, los datos no son dibujados, están hechos a base de una metodología universalizada y que hasta sirve para medir la desigualdad en los ingresos. En la Argentina del primer semestre, la desigualdad del más alto con el más bajo fue de 13 a 1. En el Índice de Gini, que es el método que se utiliza mundialmente para armar el ranking de desigualdad, la Argentina de este 2025 está con el mismo coeficiente de 2023: 0,424 en parámetros en el que peor se está cuanto más nos acercamos al número uno y mejor estamos al acercarnos al cero. El número más bajo que registró la Argentina fue cuando comenzó a medirlo, en 1974: 0,3, un número que en este 2025 tienen Luxemburgo, Suecia o Alemania pero que en aquel entonces les resultó en una realidad insoportable a mucha gente que quiso cambiar el sistema por la fuerza. Desde el retorno de la democracia, hemos flotado por el mismo número de la actualidad, con una excepción marcada por el bienio 2001-2002.
O sea, digamos: cargar contra esta gestión por la cuestión de la distribución del ingreso sería bastante deshonesto. Hoy el coeficiente es mejor que el que entregó Alberto Fernández, mejor que el de la crisis de 2018, pero aún es peor que el de los primeros dos años de Mauricio Macri. Lo que sí es consistente, también, con la historia argentina desde el inicio de la democracia es que nos enriquecemos y empobrecemos todos juntos. Me explico, que para algo consulté fuentes especializadas: el coeficiente de desigualdad no mide ingresos si no cuánta es la desproporción. Si el salario más alto del país es de 50 mil dólares o 3 mil pesetas, da igual si se mantiene la proporción entre los que más y los que menos ganan. Entonces, no es antinatural sentir que la guita no alcance y que, a la vez, el índice de desigualdad no se haya modificado.
Dicho esto, me cuesta encuadrar la comunicación oficial en los objetivos a los que se apunta. De hecho, me cuesta encontrar los objetivos. Intelectuales cercanos al presidente sostienen que, antes de ir por el voto blando, hay que reconfirmar a las bases. Y si bien es cierto que Cristina y Macri bailaban, o que Alberto nos deprimió con un cover de Sólo se trata de vivir en una criolla, la pregunta es la misma de siempre: con qué necesidad. ¿Qué ganan? ¿Qué buscan, además de que no hay temor por el ridículo ya que creen que lo que hacen es genial?
Podría decir que desde el marido de Adriana Aguirre que no veía imitaciones tan desproporcionadas entre la percepción del emisor y el receptor. O que hay menos rock que en un festival de cantos gregorianos, o que ya es hora de que hablemos de a qué carajo se refieren con la superioridad estética. También podríamos ser buenazos y decir que no hay nada de malo en divertirse, que un poco de distensión hace bien a las relaciones laborales y que toda empresa multinacional de prestigio tiene jornadas de team building. Ok, puede que no sean tan exageradas como un mini recital en un estadio. Y eso que no vamos por la pregunta jerárquica del sector privado: ¿usted qué tan seguro se siente con un gerente que en horario laboral se va a tocar con los amigos?
Y todos bailan y todos cantan. A mí me preocupa, en cambio, qué tan sólo se encuentra allá arriba de la montaña del Poder. Es mucho lo que se autoexige y demasiado lo que le exigen los que estan de su propio lado. Son unas elecciones legislativas y el único candidato que paseó por los medios lo hizo para defenderse y terminó por renunciar tras un desgaste fenomenal. Del resto, ni uno puede ir a sostener una entrevista si no es con Majul.
Qué se yo. Ahora le dicen llorar a cualquier cosa. Veo gente que decía odiar al kirchnerismo por chorros, inútiles y agigantadores de grieta. Los veo, los leo, los escucho reírse del que cae en desgracia, señalar al que señala. Veo que, del grupo original, de las personas que fueron a buscar a Milei y proponerle una campaña electoral, no queda nadie. Veo que la que no estaba ni en aquel entonces hoy es la que ve todo. Y veo mucha queja por varas dobles.
Lo curioso de una doble vara es que usamos el término sin saber del despiole que radica en su origen. Antes de la adopción del sistema métrico decimal en 1852, el mundo hispánico –el Reino y los países ya independizados o en proceso de– utilizaba un sistema basado en pies, varas y leguas. Cada una de estas, encima, cambiaba su extensión según la porosidad de la superficie: una legua real equivalía a 24 mil pies, mientras que la legua marítima tenía su equivalente en 20 mil pies. Y si bien era común considerar que un pie equivalía a 27,9 centímetros, las desproporciones varían con el uso y costumbre de cada lugar.
Se considera que la vara de Burgos o Castellana es la vara estándar con tres pies de extensión, o sea, 83,6 centímetros. En Alicante puede que la gente fuera más patona y una vara de tres pies medía 0,912 metros, mientras que en Navarra se utilizaban 78,5 centímetros. Incluso acá teníamos nuestras diferentes varas. Asunción y Buenos Aires tenían la misma unidad de 0,866 centímetros por vara. No sé si para llamar la atención o solo por mala gente, en Rosario se utilizaba la unidad de 0,862 centímetros mientras que en la ciudad de Santa Fe corría la métrica de 0,836. Si alguna vez prestaron atención a que, en el casco histórico, la mayoría de las construcción antiguas tienen un frente de 8,66 metros, se debe a que se loteaba de a diez varas. Varas porteñas, claro.
No es que me voy por las ramas: todos los que utilizaban distintas varas de medición creían que la suya era la correcta. Los quilombos se armaban cuando se pretendía utilizar la vara rosarina en Buenos Aires o la de Navarra en Madrid.
A lo que voy es que siempre me pareció medio flojo acusar de doble vara cuando todos la aplicamos en algún capítulo de nuestra vida y según la persona. ¿Da igual que nos rompa un vidrio nuestro hijo de un pelotazo o que lo haga un fulano que pasó por la vereda? El daño es el mismo, nuestra reacción será distinta. El interrogante puede pasar a algo más subjetivo: qué hay detrás de cada doble vara.
En el caso de sospechas de lavado de dinero de parte de un candidato a diputado no perteneciente al justicialismo, sí, es obvio que hubo y hay una doble vara. De un lado todavía se sostiene la necesidad de la inmediata libertad de una mujer presa por corrupción por no encontrar causalidades ni en la aparición de 5 palos verdes en la caja de seguridad de una hija que nunca había trabajado. Hacia el otro, aún sin procesamiento ni imputaciones, resultó insoportable una suma de 200 mil dólares. Con el diario del lunes es más fácil saber que se habla de montos mucho más grandes, que la trama podría ser aún más compleja y la mar en coche. Pero el escándalo comenzó con una acusación que era mucho más bajita que aquellas a las que nos acostumbramos. ¿Financiamiento narco? Es el Kirchnerista Starter Pack. Pero la vara del actual oficialismo se fijó en un equivalente de medición distinto al de los demás. Y aún más: fue fijado por el oficialismo.
Cada vez que se habló de la corrupción, de los negociados de la casta, de los entongados en la obra pública, del financiamiento de la política, se fijó una vara nueva, una distinta al resto, una que al ser aplicada muestra un factor nuevo y disruptivo. En todo caso podríamos hablar, y con razón, de la doble vara judicial, la premura con la que actúa según el contexto y la desaparición de las instrucciones de oficio.
Todos fijamos varas y un poco me molesta, aunque quisiera que la vara sea distinta conmigo, obvio. Sobran los ejemplos. A Cristina Fernández la tratamos de loca, hablamos de su bipolaridad sin tener el certificado y hasta se le diagnosticó un síndrome a la distancia. Ahora, dejamos esta vara acá al costadito y tomamos esta otra para poder analizar qué gesto al mercado quiso enviar el presidente cuando dijo que les va a quedar el culo como un mandril, con una voz grave impostada y rasposa. Especulamos con la salud física de cada mandatario que estuvo al borde de un bobazo pero cuatro camperas en un día de 28 grados a la sombra no es un tema a considerar. Entrevistas de cinco horas, análisis teológicos de antiguas escrituras trasladados a la actualidad económica, citas de películas a las que le quiere cambiar el mensaje o no entendió, por no hablar de la obsesión por la distorsión de la imagen. ¿Está mal? No, cada uno es libre de hacer lo que quiera. ¿Pero notamos la contradicción cuando se acusa de teñido a otro o también se nos cae la vara y aparece un escarbadientes? Va demasiado tiempo de escuchar y leer cosas que hacen pensar que un triunfo electoral en realidad significó un permiso para volver a reírse de todo lo que resulta hiriente o insultante. Hasta que se dice para el otro lado y ahí arde Troya.
Me molesta mucho el “son todos lo mismo” porque no creo que todos lo sean. Pero las varas autoimpuestas son jodidas de esquivar. ¿Cómo pasó que un defensor de candidatos narcos y corruptos termine por correr a un diputado y candidato por tener vínculos sospechosos con un acusado por narcotráfico sin una sola sentencia condenatoria ni procesamiento? Porque pusieron la vara de que eran perfectos y superiores moral y estéticamente. Porque dijeron que son el mejor gobierno de la historia y cuando sos el mejor no se te perdona ni un solo error. Los mejores no cometen errores, son omnipotentes y omniscientes.
La comunicación lo es todo y lo sabemos. Es más, puteamos a la comunicación porque nos molesta que sea todo. Uno puede tener kilómetros de textos escritos sobre un programa de gobierno y ser el veterano de guerra más premiado de tu generación que viene un morocho con un “Yes, we can” más un afiche con un “Hope” y te parte al medio la elección. Nada puede contra un buen eslogan y el eslogan también te ata de pies y manos. “La libertad avanza o la Argentina retrocede” es un gran eslogan. Literalmente. Tiene gancho, juega con las palabras y la identidad de marca, es hasta simétrica en cantidad de palabras y longitud por concepto. ¿Qué pasará si pierden aunque sea por poco? El eslogan dice que habremos retrocedido.
El actual presidente de los Estados Unidos retornó a la presidencia por un último mandato con frases directas que apuntan a cada uno de los miedos del norteamericanos: perder poder en la geopolítica, el rechazo a los países tercermundistas con especial foco en América Latina y el despilfarro de dinero en causas que les quedan lejos. Los invitaría a ver los comentarios en redes sociales cuando las agencias de noticias norteamericanas dieron a conocer la nueva excentricidad de nuestro Presidente. “Para eso sí hay plata” debe ser lo más repetido. Y sí, es gasto de guita en algo que les queda lejos y que, encima, es un país tercermundista en América Latina. Nadie obligó a Trump a elegir ese eslogan. Nadie obligó a nuestro presidente a vivir su truncado sueño de ser un rockstar. Nadie nos obliga a verlo. Tampoco nadie obliga a que usted lea estas líneas ni a mí a escribirlas.
En una suerte de revival de 2023, ahora se puso de moda recordarle a Taiana su pasado como tirabombas montonero. La útima vez que ocurrió algo similar fue en la elección pasada, no hace veinte años. La última. Y la destinataria de las acusaciones hoy es candidata por el espacio que le recuerda a Taiana su pasado. ¿Qué pretenden comunicar con eso? Si la idea es bardear al adversario, a darle para adelante, pero no solo no se convencerá al que ya tiene decidido el voto kirchnerista, sino que le hará ruido al votante blando que, ante la dicotomía, puede buscar una tercera opción o ninguna.
En muchos aspectos de nuestra vida hay que elegir, que no podemos tener todo. Esta semana el gobierno de Estados Unidos nos tiró el salvavidas multimillonario para salvar los números del gobierno del experto en crecimiento con y sin dinero. Se salvaron unos cuantos bonistas y, de paso, se pidió que nos sacáramos de encima a los chinos. Todo junto no se puede. En materia política ese “todo no se puede tener” no debería existir. Menos si el combo es el de seguridad, estabilidad económica, democracia activa, republicanismo sólido y transparencia institucional. ¿Qué clase de capricho sería desear todo eso? Bueno, hacia dónde camina el mundo, será cada vez más raro. Vendrán otras opciones, será distinto, mejor o peor, pero hacia allí vamos, lo cual no quiere decir que debamos adaptarnos. Por lo pronto y en el corto plazo, queda la imagen de que las ideas de la libertad eran esto. Un universo de chicos que se suman a la vida política entrenados en el arte de verse ostentosos, serios y superiores.
Y así, este buen hombre que podría ser usted o yo, ha transcurrido una nueva semana en la que su vida no ha tenido mayores preocupaciones que las de la salud y felicidad suya y de sus seres queridos. ¿Qué esta semana fue de las más agitadas en no se sabe cuánto tiempo? No, él lo desmiente. No está al tanto de muchas de las cosas que nosotros sí y a todo responde con lo mismo: “si fuera realmente importante, hasta yo me habría enterado”. Queda para algún ensayo averiguar de qué mueren los que no están informados.
Un poco, mucho, bastante envidio al ciudadano desactualizado. Ése hombre probablemente siga sin problemas para decir lo que siente. Yo, en la era de la libertad, me encuentro totalmente cohibido. Ahí está mi doble vara. Ya no sé si son ganas de que no me rompan las tarlipes por decir que no es normal lo que nos presentan como lo mejor y que Festilindo pasó de moda, o tan solo es cansancio. De hecho, este texto fue un parto.
Relato del PRESENTE
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