ABURRIDO

 OPINIÓN

El Presidente fue desplazado de la conversación pública por primera vez desde que traspasó la frontera de las Primarias de 2023

Por Nicolás Lucca

La culpable es una mujer con prisión domiciliaria. Es raro que ocurra, más raro es que sea un problema para la autoestima presidencial y aún más raro es que sea noticia cualquiera de todas estas cosas.

Lo curioso es que la explosión en la conversación pública de esa mujer con prisión domiciliaria haya agitado las aguas calmas del olvido hacia su figura, un lugar que ocupó con mucha tranquilidad desde diciembre de 2023 y con toda la irrelevancia posible desde enero de este año. Si no fuera por la novedad jurídica, seguiría navegando por el fondo del océano de la atención. ¿Cómo es que alguien que alcanzó un hito de popularidad sin precedentes termina en el olvido? Bueno, más allá de haber gobernado como el orto y de designar sucesores con el instinto visionario de un vendedor de hielo en la base Marambio, pesó mucho la desproporción de presencia repartida en el tiempo.

Es como si fuera un cálculo matemático: el número de cuántas veces nos vemos obligados a hablar de alguien dividido por la cantidad de días que esa persona sea el tema. La ex Presi y flamante presi logró ser conversación todos los días durante las 3.084 jornadas transcurridas entre aquel 30 de junio de 2007 en el que Néstor Kirchner dijo que no sería él el candidato a las presidenciales y el 10 de diciembre de 2015 en el que Cristina dejó de ser mandataria sin que la vieran. Le podemos sumar los 1660 días que transcurrieron desde que la doña publicó un video en el que anunciaba quién sería el candidato a Presidente de su fórmula y el 10 de diciembre de 2023, cuando la vimos cagarse de risa del bastón de mando de Milei. Junto a Milei.

Hubo más días en la cuenta, que de todo hizo un evento distópico, como cuando comenzó el baile judicial en 2016. Y también hubo ocasiones donde los temas de conversación sobre ella se multiplicaban al infinito por la cantidad de noticias que generaba en menos de 24 horas. Pero como todo lo intenso que se extiende en el tiempo, cansa. Ningún ganador de los 100 metros llanos podría ganar una maratón de 42.5 kilómetros a la misma velocidad. La intensidad cansa.

No quiero decir que el actual mandatario esté en camino a lo mismo, sólo me pregunto por cuánto tiempo más le dará resultado ser el centro de todas las conversaciones políticas. Ya no hablo ni hablamos de si esas conversaciones son positivas o negativas, sino de la centralidad del discurso, algo que se ve que estuvo planificado desde el minuto cero.

En mi caso absolutamente subjetivo, pasé de estar pendiente las 24 horas a leer las noticias una vez al día, pero más que nada para saber si se produjo otro cambio rotundo. Reconozco que pierdo el timing en algunas cuestiones, pero también es cierto que la velocidad de toda esta dinámica lleva a que hace una semana la tendencia número uno en la Argentina y en el mundo era “Tercera Guerra Mundial”. Duró menos de unas horas hasta que comenzó un partido.

A esa velocidad es lógico que todos busquen con qué entretenerse lo más rápido posible. En lo personal, puede deberse a mi distimia crónica que yo no tenga ni el mínimo ánimo positivo ni negativo sobre nada. Ningún hecho ni cosa alguna llama mi atención. Lo malo, nada me sorprende para bien. Lo bueno, nada me sorprende para mal.

Por otro lado, aquel famoso meme en el que una persona dice “estoy aburrido” y la Argentina le contesta “estabas” que tanta gracia me causó, hoy ya no me genera otra cosa que normalidad. Es como el viejo mantra de “te vas de la Argentina por veinte años y nada cambió, te dormís unas horas y cambió todo”. Es que, cuando todo cambia permanentemente, esa es la normalidad. O puede ser un ejemplo clásico de la paradoja negativa: lo constante se convierte en normalidad y lo habitual tiende a aburrir.

O como tener un pase libre a la pileta del club, como pagar el gimnasio para toda una temporada, como ver cien veces de corrido la misma comedia, como poner en loop la misma canción que tanto nos gusta. En algún momento aburrirá y nos preguntaremos cuándo fue que pasó, si tanto nos gustaba. De a poco, pasó de a poco.

Deja de llamar la atención la llamada de atención. Cuando lo anormal se convierte en lo normal todo tiende a aburrir. Veo gente que dice que ya no quiere jugar a vivir momentos históricos y, si bien el meme funciona, a mí me señala otra cosa: aburre.

El otro día charlaba con Gustavo Noriega sobre la pintada amenazante en frente de su casa. Recordó un apriete serio, mucho más heavy cuando presentó su libro Indec en la Feria, los barras que llevó Guillermo Moreno y la preocupación por su esposa embarazada. Ese embarazo hoy es un pibe de 15 años que podrá votar en las próximas presidenciales. Quedó flotando la sensación de que la vida se detuvo para un grupo de personas mientras el resto siguió con lo suyo, mejor o no, como pudo o como le salió, pero con lo pasado casi en el olvido.

De ahí que toda esta movida de consumir a Guillermo Moreno como personaje simpático sea un síntoma de nulo conocimiento de gente que hoy tiene poquito más de 30 o está en sus veintis. No saben de los guantes de box, les parece simpática la anécdota de la pistola arriba del escritorio frente a empresarios y hasta llegan a reirse con relatos del día en el que irrumpió en la reunión de accionistas de Clarín.

Esa cosa de los viejos, ¿vio? Son simpáticos, son impunes y sus delitos son anécdotas que se viven como en una sobremesa con el Coco Basile o Ruggeri. Para los que entre 2005 y 2013 pagábamos impuestos y aportes, Moreno es la máxima prueba de lo que una persona con un profundo complejo de inferioridad y resentida por la falta de reconocimiento a su autopercibida superioridad, puede lograr en cuanto se acuesta un poquito más cerca de la estufita del poder.

También es una cuestión de falta de terapia creer que algo es para siempre cuando aprendiste que no puede durar más de cuatro años. Ocho si te va bien y no tenes a nadie en frente.

Más allá de que el concepto de eternidad me deprime, no logro comprender a los que desean que una circunstancia dure para siempre. Si tuviera el superpoder de la perpetuidad quisiera que se aplique a mis abuelos, padres, hijos y hermanos, no a una circunstancia. Me ahogo si hago lo mismo por más de cierta cantidad de tiempo. No sé si son las 14 mudanzas antes de los 30 años, o los mil empleos que tuve entre canillita y judicial, uber y periodista, cadete y administrativo. No sé si es el símbolo de los millennials o que justo llegué a adulto cuando el país se iba a la mierda, no sé si es que todo nos cambió mil veces antes de los 21 años o que nada cambió desde entonces, pero el concepto de perpetuidad me da pavor por aburrimiento.

Contrariamente a los sentimientos, esa perpetuidad que quiero en las personas que amo y no en las circunstancias de mi vida, se invierte en la cosa pública. Quiero previsibilidad y largo plazo de instituciones, no de las personas que las comandan. Y, sin embargo, obtengo todo al revés: cualquiera que llega al poder quiere perpetuarse en el poder y no larga la manija del poder ni cuando se va del poder.

Es como si habláramos de gente que no sabe qué hacer en su tiempo libre. Tengo mil propuestas: ir al cine, leer algún libro, visitar amigos, pasear por el mundo, buscar algún hobbie, dedicarse a la pintura, buscar dos hobbies, estudiar algo nuevo, jugar a los videos, pasar tiempo con la familia, tener tres hobbies, hacer eso que querían hacer cuando eran chicos, escuchar discos enteros con atención plena, tocar un instrumento musical, escribir, tener un nuevo hobbie, recorrer museos, salir a manejar sin rumbo ni destino, quedarse un par de horas con la mirada clavada en el horizonte en la orilla de alguna playa, por qué no cinco hobbies, reconstruir el árbol genealógico familiar, darle de comer a las palomas, visitar esos pueblos que siempre vemos en la ruta sin detenernos.

Son miles las opciones de todo lo que se podría hacer y sólo tuve que pensar en mis intereses y mi falta de posibilidades de llevarlos a cabo. Imaginen lo poco que puedo comprender a los que pareciera que no tienen otro interés que el de ser famosos y queridos.

Son los tiempos en los que vivimos, esos en los que no somos conscientes del paso del tiempo y de que toda moda es pasajera. Incluso lo noto en mis colegas, que parecieran no notar que ni siquiera Neustadt pudo recuperarse nunca del menemismo. Y no hubo en la historia de la Argentina un periodista con más poder y concentración de audiencia que Bernie. A pesar de todo veo bloques audiovisuales enteros llenos de intentos de explicar y buscar otras voces para darle una forma interpretativa desde la semiótica, la filosofía, la politología y la psicología a un dicho de un funcionario encargado de decir lo que ya dijo el Presidente.

A mí, en lo particular, me pasa de largo cualquier cosa que pueda decir el vocero presidencial en materia de reducción de gastos del Estado, meritocracia o exceso de personal en cualquier área. Con la cantidad de empleados que tiene y luego de haber colocado hasta a su hermano sin experiencia en un puesto de gerenciamiento de lo público, es como que no hay mucho para prestar atención. Sí es notable el rol de policía bueno que ejerce en la comunicación pública. Junto con Guillermo Francos son los intérpretes del Oráculo, los que dicen que, cuando el Presi dijo “Argentina está destinada a ser la nueva Roma”, en realidad quiso decir que “su deseo es una Argentina grande”. Queda en evidencia que, en realidad, el Presidente habla otro idioma. Por eso cuando ve que el Indec anuncia que los salarios crecieron respecto del mes anterior, él retuitea con la traslación «la tienen adentro mandriles». Sin comas ni minúsculas.

Entonces surge la pregunta de por qué no dijo que su deseo es que la Argentina sea grande en vez de la nueva Roma, si ambos conceptos son collages para hacer al propio gusto. ¿Cuál es la Roma grande? ¿Cuánto hace que no se ve historia antigua en los colegios? ¿Cómo aprobaron primer año de la secundaria todos los que tienen más de 40 pirulos? ¿Saben que “Roma” y “país deseable” son conceptos totalmente contrapuestos bajo cualquier parámetro surgido tras las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX? ¿Cómo se puede nombrar a Roma y citar un pasaje del libro de los Macabeos en un mismo discurso y mirar socarronamente a la audiencia para comprobar cuánto impacto tuvo?

El collage de referencias históricas es interesante cuando se mantiene una línea de coherencia. Tener de cabecera determinadas frases y acompañarlas de cierta estética aspiracional en la comunicación, da la sensación de que el emisor sabe de qué habla cuando realiza esas referencias. De ahí que el autor de estas líneas haya tardado tanto tiempo en caer en la cuenta de que el Presidente todavía tiene la costumbre de hacer referencias a la Antigua Roma –a veces con citas que nunca nadie dijo– y la frase de Judas Macabeo que se convirtió en eslogan: fuerzas que Dios nos da, o que vienen del cielo, según corresponda a la traducción de la Biblia que tengamos en casa. Por un lado Roma, del otro los Macabeos. ¿En la misma idea? Debería ser una clase de historia sobre la resistencia de un grupo de judíos contra “la insolencia y los insultos” que denunciaba Matatías de parte de sus enemigos bajo la vista gorda de Roma. O, si se va a ir para los años de Cicerón, los años de resistencia de los judíos y cristianos perseguidos por igual por un régimen imperial, autoritario e invasor. Pero yo no estudié tanto.

Los Macabeos fueron un grupo de judíos que se alzaron contra la dominación religiosa y política de los Seléucidas. Luego de más de un siglo de peleas y victorias, sellaron un acuerdo con la República Romana para terminar de reventar al imperio que los sometía. Pompeyo terminó por conquistar a los seléucidas. Roma todavía era una república a su modo. Se quedó con el territorio de los seleúcidas y le dio la forma de la Provincia Siria. Judea vio a su aliado convertirse en su vecino. La Roma Imperial, en cambio, es el inicio del padecimiento más longevo del pueblo judío, cuando tras casi dos siglos de resistencia, fueron aplastados militarmente, el Gran Templo fue destruído y se dio inicio a la gran diáspora.

Uno piensa que, a falta de la posiblidad de cruzar líneas entre hechos históricos, al menos sabrán de qué hablan al citar textos bíblicos como si fueran teólogos. Tampoco. Y los entiendo. Ya conté que el único año en el que me llevé Historia a lo largo de la Secundaria fue en el primero, cuando el grueso del contenido eran las antiguas civilizaciones. Todo eso me aburría. Y en Catequesis me dormía.

“El boom económico existe y los más beneficiados son otros países», dice un titular de un diario ficticio publicado en Madrid en algún momento de los 150 años que le siguieron al desembarco de Colón en una isla caribeña. El Imperio Español sí fue un imperio en el sentido por el que conocemos dicha palabra hoy. Los romanos funcionaban más como una ciudad-estado centrada, obviamente, en Roma y con una zona de influencia hasta donde les diera el cuero militar. Incluso en su etapa imperial, las provincias que administraban tenían un regente en representación de Roma, pero dejaban hacer a las culturas locales. España, en cambio, tenía territorios de ultramar con presencia monárquica en la figura de un virrey y sus gobernadores, intendentes, adelantados y demás.

Ese imperio en el que nunca era totalmente de noche y que se extendió por los cinco continentes, llegó a condensar casi la totalidad de extracción de metales preciosos del mundo. Básicamente, eran los dueños de todas las cordilleras americanas. Tremenda expansión se dió en muy poquito tiempo y costó mucho, muchísimo dinero en infraestructura, armamentos y logística. Pero como el proceso de extracción llevaba su tiempo –localización, construcción de asentamientos, rutas– la corona española se endeudó hasta las tarlipes. En menos de un siglo, gracias al descubrimiento de América se engrosaron los fondos de Estados como la República Serenísima de Venecia, que no colocó una sola colonia en todo el continente. O de la confederación suiza, que tampoco puso ni un puestito de relojes en El Callao o en Potosí. Simplemente le prestaban a España el dinero que necesitaba hasta que llegara la plata y el oro. O, directamente, le vendían barcos, armas y recursos. Fue como la fiebre del oro de California, que hizo millonarios a los vendedores de picos, palas, hoteles, ropa y comida. Hasta una madama se convirtió en rica. Todos, menos los que fueron a buscar el oro.

¿Acaso al citar el caso de España pretendo una profecía? ¿Acaso quiero trazar un paralelismo con esta actualidad argentina en la que la bonanza económica consiste en un gastadero de guita en el extranjero por turismo o compras? Si la tuviera tan clara jugaría al Quini 6. De hecho, tampoco mencioné que por aquellos años había tanta plata en España y tan poco para comprar que los precios se dispararon y, cuando comprar afuera se hizo más barato por comparación, también hubo otra vía de salida de metales hacia el extranjero. No es mi intención trazar un paralelismo ni mamado, porque pasaron cuatro siglos, porque soy de los poquitos que creen que la historia nunca puede repetirse y porque repetir que la historia se repite es repetir una frase repetida de Marx que, en parte, se la choreó a Hegel.

No tiene nada que ver, tampoco, que esta semana nos confirmaran lo que intuíamos -la cantidad de guita saliente- y nos recontra confirmaran lo que ya sabíamos, eso de que la recuperación fue para los que tenían con qué recuperarse. Aunque reconozco que no imaginé que la brecha de ingresos llegó a 15 salarios bajos por cada alto, no fue motivo de comparativa alguna. Solo mencioné a España porque me pintó que nos aburramos juntos al hablar de Imperios. Podría colocar un listado con los 1.279 países que existieron y desaparecieron en los últimos cinco siglos o hacerlo muchísimo más largo y tedioso con los que aparecieron y desaparecieron desde la fundación de Roma. Sin embargo, los más perdurables (un milenio de la república de Venecia, dos siglos y medio sin cambio de régimen en Estados Unidos) lo han hecho por hacer lo que les convenía y no por competir por ser los más mejores ni los más grandes. Hasta cuesta entender que se tenga más fe en la referencia al Imperio Romano que a su etapa previa y Republicana, la que consolidó a Roma y la llevó a expandirse por toda Europa, África y Oriente Medio. Y la que duró más tiempo que el Imperio posterior.

No debe haber mayor castigo que resultar aburrido. Si Francos, cuando se levantó y se retiró de su exposición ante Diputados, hubiera argumentado que se aburrió del discurso de la fueguina, creo que lo entenderíamos mucho más que esa chiquilinada de retirarse porque le dijeron “mentiroso”, como si viviéramos en el paraíso del trato amable, cordial y respetuoso y no en este conventillo a cielo abierto que hemos dado en llamar Argentina. ¿Hay tela para cortar sobre la insolencia y el nivel de debate político? Supongo. Pero ya me aburrí y, si usted llegó hasta acá, estoy seguro que también. Eso o se quedó sin clavos para chupar.

Relato del PRESENTE


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