OPINIÓN
Acostumbrado ya al ninguneo de cualquiera que cree que es gratis poner la firma a una nota
Por Nicolás Lucca
A que no hay personas que pierden el empleo o la salud mental o ambos por chequear y pelear por textos en momentos en los que otros señalan con el dedo, el quinto aniversario de la cuarentena me obligó a pensar en otras cosas para calmarme.
Hace ya algunos años, en pleno confinamiento, me encontré con un ensayo de un lingüista francés que aseveró una merma en la medición global del cociente intelectual y la vinculó al uso que hacemos del lenguaje. Es todo un tema hablar de inteligencia en base a parámetros de medición sobre exámenes estandarizados que no logran ponerse de acuerdo entre ellos y así es que tenemos distintas mediciones.
Juro que este texto, pasados los primeros párrafos, irá hacia un tema de coyuntura. No se me aburra en el camino y ponga música.
La teoría es interesante aunque el autor no haya sido traducido. Y como yo no hablo francés, estamos en manos de la confianza que podamos tener en mi amigo franchute luego de recordarle en cada ocasión el resultado de cierto partido de fútbol acaecido en diciembre de 2022.
Christophe Clavé asevera que “la progresiva desaparición de los tiempos verbales” da lugar a un pensamiento en presente, limitado al momento”. Una suerte de ironía de carpe-diem: no poder comprender el concepto de carpe-diem por vivir solo en el presente sin capacidad de proyectar.
Éste hombre propone una trazabilidad interesante, vinculado a la desaparición en el lenguaje cotidiano de distintos tiempos verbales, entre los que menciona el subjuntivo, los pretéritos compuestos e imperfectos, los futuros compuestos, los participios y la imposibilidad de construir una oración condicional. Cómo no sentirme intrigado si el hombre habla de lo que percibe en su lengua (francés) y yo podría encontrar lo mismo en mi idioma.
Picio: loc. adj. coloq. Dicho de una persona excesivamente fea.
Pero es un contratiempo hablar de la lengua castellana cuando vivo en la Argentina. Menos en Buenos Aires. Si seguimos el lineamiento de Clavé, la Buenos Aires que vive al palo y es eterna, vive en tiempo presente de forma permanente y lo puede plasmar en su lengua donde el pretérito compuesto es un pasaporte que nos muestra alguien para verificar que proviene del interior. Porteño pelotudo quien escribe, basta que me encuentre con Gustavo, un entrañable amigo más tucumano que aborrecer la empanada con papa, para decirle “has liegado, ura”, en una clara burla a una forma de hablar que, ahora me vengo a enterar, es más compleja que el presente brutal del porteño promedio entre los que me incluyo.
El lenguaje es una de las cosas que vuelve loca mi nada cuerda cabeza. Amo encontrar similitudes entre el inglés y los idiomas latinos y todo termina en una comprensión mejor de los movimientos sociales, políticos y migratorios. Supongo que esa obsesión viene de haber nacido en el país en el que la inmensa mayoría de quienes lo poblaron no hablaban castellano y su presencia nos es recordada con cada “argentinismo” que emerge de, entre otras cosas, el lunfardo. La base sería la siguiente: cómo es que en un país que habla un idioma tienen tantas palabras pertenecientes a otro idioma – identificar la población de la que viene ese idioma – comprender por qué esa población se trasladó tan masivamente como para modificar la forma de comunicarse del pueblo receptor.
Por eso es que descreo eso de que la merma en la calidad de nuestra forma de expresarnos sea la que provoque una caída en nuestra habilidad cognitiva. Porque las pruebas indican que, probablemente, todo haya sido al revés y que el lenguaje humano haya surgido como expresión de nuestra avanzada inteligencia hace unos 135 mil años, con pleno uso de expresión unos 100 mil años atrás.
Nefelibata: adj. Dicho de una persona soñadora que no se apercibe de la realidad
Pero Clavé propone que la desaparición acelerada de tiempos verbales complejos y por fuera del tiempo presente no es un fenómeno de la lengua francesa, sino de la expresión humana en general, como si solo existiera un pensamiento que no puede salirse del presente, e incapaz de proyectarse hacia atrás para comprender o rechazar, ni hacia delante para desear.
El ensayo de referencia también hace hincapié en la facilidad con la que utilizamos el trato informal, lo que en castellano llamamos tuteo o voseo. En otras lenguas no tienen esa diferencia en el uso del indicativo de la segunda persona, pero el trato formal se expresa de otra forma gracias a las palabras elegidas. En nuestro idioma es igual, también. Basta que utilicemos un “usted” para que nuestra cabeza comience a anular palabras que consideramos vulgares y optemos por otras más complejas. También se hace referencia a algo que sí es una constante en todas las lenguas tras la proliferación de las formas de comunicación inmediata, escrita y digital: la muerte de los signos de puntuación hace que ninguna idea quede cerrada y que no podamos ordenar los pensamientos en nuestra cabeza de forma tan simple como para escalonar ideas gracias a una coma, o ponerle un moño a nuestra intención con un punto. Si a esto le sumamos la reducción a la servidumbre de las mayúsculas, utilizadas para gritar lo que no podemos expresar con signos de admiración, o eliminadas al inicio de cualquier oración para que ninguna idea tampoco tenga un inicio, el combo que plantea don Clavé comienza a ser explosivo.
No creo que la desaparición de las palabras sea un mero ejemplo de pobreza intelectual. El lenguaje tiene vitalidad y se encuentra en permanente mutación y eso lleva a la aparición de neologismos y la caída en el olvido de otros términos. El problema, en mi entender, se encuentra cuando palabras que significan algo se esfuman de nuestro hablar para ser reemplazadas por la nada. Es como si en nuestra cabeza desapareciera ese casillero y con él la palabra que lo ocupaba. Así y todo es menos preocupante que darle a una palabra un sentido que nada tiene. Pongamos de ejemplo el trato de “caballero” aplicado a cualquier homínido que se haga presente con un ambo. Como sabemos, caballero es un ya no tan nuevo uso de una palabra que traemos con nosotros desde la Edad Media. Y como entonces para formar parte de una Orden hacía falta cumplir con determinados atributos además de pelear a caballo, atribuimos ese título a cualquiera que se comporte con distinción, nobleza, generosidad con los que menos tienen, hidalguía, honorabilidad y sensatez por sobre los sentimientos. Gente con la virtud de la honradez y la templanza para mostrarse siempre impactada y servicial por y para los que se encuentran en una posición más desfavorecida. Obviamente, también tenían la fuerza de hacer frente a la injusticia. En lo particular, prefiero toda la vida que se elimine la palabra “caballero” de nuestro lenguaje antes que se perpetúe su utilización para referirse a cualquier lumpen bien vestido.
Esto no se trata de impulsar un My Fair Lady o un Toto Paniagua global. Después de todo, la buena educación y los modales amenos, además de ser vistos con malicia y desprecio, no son garantía de honradez, templanza y sarasa. No todo el que habla mal tiene poco lenguaje. Me caga de gusto hablar como el orto cuando pinta la situación. Considero catárticas las malas palabras, pero adictivas. Como toda droga, genera acostumbramiento hasta que deja de servir para la catarsis de su emisor y se convierte en un recurso que nunca satisface.
Cazcalear: intr. coloq. Andar de una parte a otra fingiendo hacer algo útil.
Lo bueno del asunto es que permite escindir de la nostalgia ciertos hechos y ponerlos en perspectiva de realidad. Humoristas de la talla de Tato Bores o el Negro Olmedo, hacían gala de una gran cultura a pesar de no haber terminado estudios esenciales. Ya que mencioné al personaje de Hiperhumor, la banda de uruguayos estaba compuesta por compositores, escritores y concertistas, mezclados con actores de carrera y que, por más cultos que pudieran ser algunos por sobre otros, esa cultura les permitía llegar a cualquiera. Les Luthiers, por más masivos que creamos que fueron, tenían cierto aspecto elitista por nunca aceptar trabajar para la televisión. No creo que haga falta mencionarlo, pero todos tenían títulos de grado y Rabinovich podía hacerse el burro para reírse de ellos mismos con la tranquilidad de ser un Notario que trabajó de Escribano.
He mencionado al humor porque es lo más popular, donde el gancho entra a la mandíbula de la mano de personas muy queridas por todos si nos paramos en algún punto previo a la grieta. El cliché de la confrontación humorística entre un personaje bruto y otro culto se pudo dar siempre porque se conocían ambos mundos y se podía nadar en cada uno de sus mares. Y para redondear esto solo alcanza con recordar quiénes eran los redactores de la revista Humor Registrado o la complejidad de las palabras utilizadas en los monólogos de Tato o de los chistes de Verdaguer o los juegos de palabras de Olmedo o Altavista. Con o sin educación formal, ninguna era un burro. Porque no se reían de la pobreza, la veían como una desgracia y no se avergonzaban de llevar una buena vida ni veían una contradicción con sus orígenes.
El diario más masivo de la primera mitad del siglo XX se llamó Crítica. Era sensacionalista, apelaba al lunfardo para no aburrir al lector e inauguró elementos nunca vistos hasta entonces: los titulares en tapa, grandes ilustraciones y suplementos a color. El diario era popular, accesible para el laburante raso y contaba con una sección dirigida por Jorge Luis Borges y Ulyses Petit de Murat.
Menciono esto por algo muy simple, y le prometo que ya llego al punto en cuestión con prontitud. Pero antes: desde mediados de la primera década de este siglo, comencé a ver cada vez más textos y artículos sobre los Optimizadores de Motores de Búsqueda. El SEO por sus siglas en inglés, algo que con el paso del tiempo pasamos a llamar Dictadura. Sí, la Dictadura del SEO es un término común en las redacciones y que padecí en carne propia. La utilización de determinados patrones de publicación hacen que un motor de búsqueda posicione mejor un artículo por sobre otro. Un lindo curro que aprovecharon empresas que la vieron primero para ofrecer productos que ayuden a la optimización. ¿Cuál es la realidad pasado un tiempo? Esta que vemos: la mitad de la primera página de búsqueda corresponde a artículos patrocinados. El resto son notas antiquísimas que ranquearon bien en su momento, a las que se les cambia el título y el contenido para que sea actual y aprovechar el ya viejo posicionamiento. Tras esto llegó el optimizador de legibilidad, un asesino de la lengua castellana que supone que el mundo de los lectores es idiota. Durante años tuve que lidiar con un bot que me dice que un texto es ilegible porque “uno o más párrafos contiene más de las recomendables 150 palabras”, o “más del 25% de las oraciones contienen más de las recomendable 25 palabras” o “tres oraciones consecutivas comienzan con la misma palabra”. Se ve que el que diagramó el optimizador nunca leyó la regla de tres afirmaciones, base de la comunicación política y de la publicidad. Por último, el optimizador considera que el texto no debe tener una proporción que supere el 10% de palabras consideradas complejas. Entre ellas, incluye la palabra compleja.
Cierta vez decidí pegar un texto básico de otro autor sólo para confirmar que para los optimizadores automáticos este autor es ilegible, incomprensible, no respeta párrafos ni extensiones de oraciones, escribe complicado y utiliza palabras ultra complejas. Era un comentario escrito por Jorge Luis Borges.
Nefando: adj. cult. Dicho de una cosa que causa repugnancia u horror hablar de ella.
El asunto es que ya no cuestionamos si se habla difícil o no. Es como la discusión judicial –se ve que no hay cosas más importantes para que le dediquen tiempo– sobre la complejidad de las palabras utilizadas en los fallos. Existe toda una corriente que sostiene que se debe comenzar a escribir simple para que una notificación pueda ser comprendida por cualquiera. ¿Y si ese cualquiera no sabe leer? ¿Qué hacemos, le damos un papel en blanco?
Acá hablo de que se ha perdido buena parte del lenguaje a la hora de expresar ideas y ya me voy a la contra de Monsieur Clavé. No sé si es que se arman mal las ideas por carencia de lenguaje o directamente no hay mucha idea para comunicar. Sí es cierto que una menor cantidad de lenguaje impacta en una menor capacidad a la hora de expresar emociones. El fulano francés sostiene que hay una línea que conecta la violencia en las esferas pública y privada con la incapacidad de expresar con palabras. Mi escasa experiencia judicial me lleva a tomarlo con pinzas, con tanto violento intrafamiliar con un título estampado en la pared.
Luego, al igual que un número ya impreciso de autores, toma la salida archiconocida de la manipulación del lenguaje abordada por la ficción, como los Principios de la Neolengua en el 1984 de Orwell, aunque reconozco que saca una sonrisa recordar que en la ficción se eliminan los significados no deseados de la palabra libertad para que desaparezca el concepto de libertad política e intelectual. Pero Orwell escribió en 1948 y hay un punto de partida elemental: la lengua como herramienta para el mal durante los años previos. De hecho, cualquier filólogo moderno que desee abordar esas cuestiones sin pararse sobre LTI de Viktor Klemperer, chamuyará sobre algo que fue bien documentado en tiempo real. Porque ahí hubo un excelente uso del lenguaje, solo que para el mal. No todo es tan lineal como “ay, no sabe qué quiere decir”.
Ahora, si damos por sentado que no hay pensamiento crítico sin un pensamiento y que éste no puede existir sin que podamos ponerle nombre a lo que pensamos, ¿hay lógica en la conflictividad que los que nos pasamos los días leyendo –boludear en redes sociales es, también, leer y mucho– percibimos a diario y en la intensidad de las agresiones ya no sé si por violencia verbal o por carencia de otras terminologías para discrepar?
Cualquiera de nosotros puede encontrarse en un momento al azar con una persona que no tiene dominio sobre el condicional. “Si yo estaría en tu lugar haría tal cosa”. Listo. Si se construye una idea hipotética o se plantea una deducción correcta, habrá sido con suerte hasta que la misma se agote. ¿Cómo haríamos para hablar de planes a largo plazo si no sabemos dominar los tiempos verbales a futuro? Reformularé la pregunta: ¿cómo dominar los tiempos verbales futuros si solo pensamos en la mañana siguiente, que es nuestro presente inmediato?
Cierta vez comentamos por acá que en 1989 los principales partidos políticos presentaron plataformas electorales que podrían competir en grosor con Guerra y Paz de Tolstoi. Hoy alcanza con una carilla. ¿Cuándo fue la última campaña electoral en la que nos prometieron un futuro hipotético a largo plazo? Yo no recuerdo ninguna en las últimas décadas. Prometer una solución a la inflación es un imperativo inmediato sobre un problema específico y presente. Que se haya extendido demasiado en el tiempo no le quita su factor de temporalidad coyuntural. Combatir la inseguridad es un imperativo del presente, no una solución a futuro. Ninguna solución puede ser un combate permanente. Reconozco que es un avance que ganen candidatos que prometen combatir la inseguridad y normalizar la economía, pero eso no es motivo para dejar de pensar que me conformo con demasiado poco.
Podría decir que a nadie le ha calentado, hasta ahora, la carencia de un plan económico real, estructurado y a largo plazo porque hemos perdido la visión de futuro y porque nos importa tres carajos que nos prometan algo que puede que no veamos en nuestras vidas. Mil ideas y esto no quiere decir que esté de acuerdo con ellas: planificar polos urbanos de atracción que hagan deseable dejar de vivir en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, apuntar a una descompresión demográfica de un país con una megaciudad, un puñado de centros urbanos que arañan los 250 mil habitantes en un territorio prácticamente despoblado para 45 millones de habitantes. Incentivos, exenciones tributarias extendidas en el tiempo e infraestructura que fomenten las ganas de irse a la mierda pero con la certeza de que habrá una buena vida y no “a probar suerte”. ¿Cuándo aparecerá el candidato que proponga un programa entero, con financiamiento, estructura, factibilidad y resultados esperados a largo plazo, en materia educativa? No pido que volvamos a las pajereadas de abolir el aula o la brutalidad de anular la repitencia escolar. No sé, cosas que se hacen hace años en otros países, como la necesidad de tener un segundo idioma con nivel internacional como condición para obtener un título secundario o incentivos empresariales para quienes tomen empleados sin título secundario completo a condición de que éstos los terminen cuanto antes. Ni sé si son viables o no, repito, ¿pero a nadie se le cae una idea? Y por definición, un incentivo no es plata entregada, puede ser plata no pedida o cualquier otro beneficio que a alguien se le pueda ocurrir.
No hace falta preparar un plan quinquenal y presentarlo con bombos y platillos, pero con tener una hoja de ruta puede que se nos haga más llevadero el trayecto. Sobre todo si habitamos una línea temporal en la que la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX es vista con cariño. ¿Alguno sacó la cuenta de cuánto podía redituarle a Sarmiento en su mandato presidencial de seis años implementar una política educativa que duplicó la cantidad de escuelas y cuadruplicó la matriculación escolar? Ninguno de esos chicos llegaría a adulto durante su mandato. Sarmiento tuvo las más acaloradas discusiones por el tendido de líneas telegráficas, pero junto al ministro Vélez Sarsfield consiguió un tendido de 5 mil kilómetros dentro del país y, poco antes de dejar la Presidencia, ya nos había conectado con Europa. Pero, si la educación y las telecomunicaciones no alcanzan para dimensionar lo que es pensar muy a futuro, quizá habría que recordar el peor de los casos, que fue la contratación en 1874 del ingeniero bávaro Joseph Rauch para el diseño y planificación de un tren que conectara el Atlántico con el Pacífico. Se inauguró en 1948. Sarmiento llevaba seis décadas muerto.
No veo lenguaje de un futuro que no supere este fin de semana, salvo cuando me ofrecen cuotas para terminar de pagar una remera luego de seis meses. O en un año, si justo coincide con una promo de mi banco. En la campaña constante, hemos aceptado tuits soporíferos que por largos no dejan de ser una congestión de frases cortas prefabricadas. No es privativo de esta gestión, que hace demasiado tiempo que no veo nada a largo plazo. Cada mensaje de la ministra de Seguridad sobre narcotráfico es redactado en tiempo presente y con promesas de tiempo presente. Desconozco su plan a largo plazo más que la continuidad ya existente. Nada, ninguna mayoría parlamentaria impide que avancen en otras áreas que dependen pura y exclusivamente del Poder Ejecutivo. Las mismas fuerzas de seguridad que tienen divisiones contra el narcotráfico, tienen otras contra defraudaciones y estafas. Mirá si tenés para hacer mierda corruptos y chorros y demás epítetos que podamos buscar.
Jaculatoria: f. Oración breve y fervorosa.
Y dejé para lo último el que considero el mayor de los problemas lingüísticos: la torsión de las palabras. Porque podremos recuperar las conjugaciones verbales, pero si seguimos usando cualquier palabra para cosas que no son, no hay conjugación que nos salve. Doy por sentado que todos los que decimos creer en los valores occidentales creemos que estos están garantizados por nuestra Constitución. Si partimos de esa base, el Garantismo no puede continuar su senda de ser un vocablo que implique un “siga, siga que acá no ha pasado nada”. Pero tres décadas de llamarle garantismo a algo implicaría que, por lógica, el que está en contra no cree en las garantías. ¿Ven la importancia de no dejar que nadie tome una palabra para apropiársela?
Vivimos tan en el momento inmediato que ya nos parecería un milagro que el Congreso apruebe un presupuesto para un plazo de doce meses. Nos hemos acostumbrado y dudo mucho que podamos soñar con un programa a largo plazo de una sociedad en paz cuando nadie la desea. Nadie quiere ser feliz sino tener razón y en todos los estratos sociales hay sujetos que disfrutan del caos. A los gustos personales les decimos valores, a la agresión cínica le llamamos frontalidad, los gritones son temperamentales, la malicia es conocida como picardía, el triunfo tiene mil sinónimos en el cual ninguno evita una connotación sexual no consentida, y así podemos estar por kilómetros.
No podría consolarme saber que todo el mundo se va hacia la mierda junto a nosotros, donde las izquierdas tratan de fascistas hasta a los socialdemócratas y las derechas hablan de libertad y anulan cualquier nuevo intento de despegar al liberalismo de la imposición de ideas. ¿Cuáles son las ideas de la libertad que se mencionan al mencionar las ideas de la libertad si hay miles de autores con ideas diferentes y 180 países que se rigen por un sistema jurídico liberal aunque les digamos socialistas, zurdos, comunistas o guox? ¿Cuándo es liberal Donaldo, cuando aplica aranceles pre mercantilistas, cuando pone a controlar el gasto del Estado a un contratista del Estado o cuando desconoce las nociones de integridad territorial de cualquier país?
La lengua castellana cuenta con 93 mil palabras en vigencia reconocidas por su autoridad. Asimismo tiene un glosario de 150 mil vocablos si extendemos la búsqueda a las palabras arcaicas que quedaron en el olvido. Supongamos que con los regionalismos no incorporados por la RAE tengamos unas 95 mil palabras. Con toda la furia, el ciudadano promedio con educación completa, utiliza menos de 5 mil palabras. El número se reduce aún más si tenemos en cuenta que muchas de esas palabras son derivadas de otras, como plurales o familias de palabras. O tiempos verbales.
Yo entiendo –y juro que lo hago– que mucha gente bien hablada nos cagó. O cagó a mis padres, no sé. No recuerdo en mi vida adulta un dirigente de peso que pueda considerarse un capo de la oratoria y algo debimos sospechar cuando nos decían que Cristina era una gran oradora. Pero si vos que leés esto, o usted que pasea sus ojos por estas líneas se pregunta qué puede hacer: no se resignen a enseñar el amor por la expresión oral y escrita. No hay libertad que pueda ser ejercida si no sabemos expresar qué es lo que no queremos para hoy, para nuestro futuro y el de los que vengan.
Ah, me olvidaba del título. Alexitimia: f. Psicol. y Psiquiatr. Incapacidad para reconocer las propias emociones y expresarlas, especialmente de manera verbal.
(Relato del PRESENTE)
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