LA HERENCIA INTRATABLE

OPINIÓN

Información. Hay un aumento del número de suicidios en una constante ascendente desde el año 2022 a hoy. También viaja el Presidente a los Estados Unidos

Por Nicolás Lucca

Abordaje. Busquemos un sindicalista, algún abogado mediático, llamalo a Aldo Pignanelli, decile a Raúl Castells que le mandamos un auto y fijate si Julio Bárbaro tiene ganas de venir. Mmm… ¿Algún economista? Ah, y sumá uno o dos periodistas invitados. Después vemos dónde los metemos. Y hagamos así: primer bloque vamos con un resumen del día, después bajamos al piso, tocamos todos los puntos del informe por arriba, si queda tiempo vamos con uno de los temas del día. El resto lo mechamos en el segundo bloque. Perdón, una más: traigamos un invitado que quiera suicidarse, cualquiera, el que conozcas.

La primera vez que fui invitado a Intratables sentí un vértigo difícil de explicar. No se me da mucho lo de la tele, el formato resultaba imbatible aunque incomprensible para mí y me asustaban las dinámicas. ¿Cuánto había de personajes y cuánto de realidad? Es obvio que ningún problema se puede abordar en profundidad con un elenco coral superior al de una reunión de consorcio en el que todos tienen que participar o retirarse y precisamente eso es lo que me atraía: no saber si tenía que estar ahí por interés o por atracción.

El formato de Intratables fue vilipendiado por todos y eso incluye a los televidentes que nutrían sus exagerados puntos de rating. La conformación de los paneles fijos ya aseguraba un quilombo cotidiano, con personas que no pueden coincidir ni en cómo comer una empanada. Al staff fijo, nutrido de prestigiosos periodistas, gente con mucha calle caminada, militantes políticos, personas que saben mucho y sujetos que no saben si corresponde un buenos días o un buenas noches sin consultar a la laptop que tienen delante, todos, absolutamente todos distribuidos en un círculo. No, no era un semicírculo que gracias a la magia de las cámaras daba la sensación de redondez completa: era un círculo con un único acceso por donde se encontraba la cámara de grúa junto a la producción de piso. La disposición permitía que todos pudieran ver a todos y, a la vez, que el centro del círculo se convirtiera en la arena de un coliseo en el que los gladiadores eran las palabras que se revoleaban de un lado al otro, a veces con argumentos, otras con chicanas baratas, otras con faconazos de acidez verbal. El conductor, con el expertise de haber tenido que remar en dulce de leche la carencia total de presupuesto de un canal de cable durante años de transmisiones en vivo, oficiaba de anfitrión al evento, fungía de árbitro, entregaba la palabra cuando alguien la monopolizaba y pasaba los chivos de los anunciantes cuando correspondía.

Las estrellas del show no eran los argumentos, sino los panelistas. No uno o dos en particular, sino el scrum de panelistas. Ya sabíamos de antemano quién se iba a trenzar con quién y muchos esperábamos el comentario más pelotudo de la persona indicada.

Quizá sea la distancia, pero por pensar en esto es que caí en la cuenta de que nunca había visto Intratables hasta que me invitaron. Quizá sea por eso el vértigo. Sí, tenía vistos videos de cruces furibundos, pero nunca me había sentado a ver el programa. A la hora de su emisión, yo todavía estaba sentado en la redacción. ¿Cómo hice para ir? Pedí permiso. Tampoco recuerdo cuántas veces fui, pero habrán sido una decena con toda la furia. Puede que un par menos, puede que un par más. Sólo recuerdo tres de ellas: la primera, porque cuando transitaba la primera oración que salía de mi boca recibí un planchazo en los tobillos de parte del panelista más kirchnerista del condado. La segunda porque crucé al político invitado y me acusó de antisemita ante la cara de asombro de todo el panel en su conjunto. El conductor tuvo que ponerle un freno por tergiversar y así y todo el abogado mediático del día se quedó pegadito a mí a la salida porque el político en cuestión me esperaba. Detrás de sus monos, claro. La tercera ocasión que recuerdo es una en la que no sé qué pasó, sólo que me dije “no vale la pena venir de nuevo”. No eran ellos, era yo. Luego hubo más invitaciones, algunas al menos, pero ya tenía nuevamente la excusa del trabajo. Y no era mentira.

Pienso en Intratables porque fue el pináculo, la máxima expresión, la más recordada versión del show del periodismo. Hubo otros programas que quisieron aprovechar el fenómeno con relativo éxito, como la reconversión de Alejandro Fantino y sus Animales Sueltos, que pasó de temas triviales y pasatistas a abordar la coyuntura política sin ninguna escala intermedia. Y pienso en Intratables porque nos dejó bastante turulos a todos, para bien y para mal. Más para lo segundo.

Información. Encontraron 700 mil dólares en la casa de una funcionaria de Economía hija de otro funcionario apuntado por la causa de las coimas en discapacidad y concubina de otro funcionario del mismo ministerio de Economía.

Abordaje. Qué se puede comprar con 700 mil dólares. Metele un gráfico con la comparación con la cantidad de jubilaciones mínimas, sumale cinco opiniones en la terminal de Constitución, música dramática de cortina y fondo. Traigamos a Pignanelli, Bárbaro y sumame a Campolongo, D´Alessandro y dos periodistas random, el que te atienda primero. Primer bloque, resumen del día. Si alguno pica y se arma debate, genial. Si queda tiempo metemos lo de las 700 lucas gringas.

Podríamos decir que los grandes años dorados del formato televisivo ocurrieron sobre el final del kirchnerismo y hasta mediados de la gestión de Macri en la presidencia. Veníamos de 678 y un Duro de Domar que se había inclinado hacia la política. Por más que nos resistiéramos al panelismo, el fenómeno –antes reservado para los chimentos y el fútbol– terminó por coparlo todo: magazines, programas sobre moda, análisis sobre realities y, obviamente, la política. Pero en esa ventana de tiempo no zafó nadie. Yo, que no consumía el formato y hasta alguna que otra vez me había mofado del mismo, caí rendido ante las mieles de un “te mandamos el auto”, aunque siempre fuera por mi cuenta. Compañeros con los que nos reíamos del formato nos cruzamos en las sillas de invitados a la espera de que nos hagan entrar.

La desaparición de Intratables tuvo un montón de explicaciones sociológicas, de cambio de época y sarasas varias, cuando todo se resumía a una sola cuestión: Santiago del Moro se fue a hacer otra cosa. Su ausencia demostró que un nutrido grupo de periodistas e invitados no conforman un espectáculo sin un buen director, el emcee de ese Kit Kat Klub pretendidamente periodístico en el que el show no era ni la noticia ni los protagonistas, sino el espectáculo en sí.

Uno de los aspectos más extraños de Intratables ocurría en las redes sociales. Puntualmente en Twitter, dónde si no, donde cualquier cosa que ocurriese daba para una tendencia. Y es que mientras alguien intentaba colar algún argumento entre gritos, chicanas, chivos y espectáculo, debajo del zócalo sensacionalista pasaban los tuits de cualquier usuario que se sumase a la tendencia del día.

En cualquier otro contexto, la opinión del tipo común habría sido descartada o pasaba por algún filtro. Un movilero en la calle enviaba su informe de opiniones de transeúntes, un editor junto a un productor revisaban el material y elegían mostrar los más agresivos o no hacerlo. Ya sabemos que esa frontera desapareció en el mismo instante en el que cualquiera de nosotros puede decirle a otro lo primero que se le pasa por la cabeza. En Intratables se fomentaba a tal punto que la opinión del tipo común formaba parte de la estética, una escenografía compuesta por barras, sillas altas, dos juegos de sillones, una mesa pequeña para el agua del conductor, una pantalla gigante, luces y los comentarios de la gente.

Nunca charlé con quienes frecuentamos esos lugares sobre aquellas experiencias. No lo hice con los que laburaron de panelistas fijos ni con quienes íbamos de invitados cada dos por tres. Desconozco qué opinión tienen hacia aquellos años, si es que la tienen o nunca lo pensaron. Sin embargo, hace unos días me cayó la hipótesis de que todos contribuimos un poquito a acelerar el proceso de una sociedad en la que todo se mide en una democracia directa moral, menos lo que se tiene que dirimir en elecciones reales, donde lo moral pasa a quedar sujeto al futuro de la Patria.

Intratables no inventó el uso de las redes sociales para fomentar juicios de valor sobre personas ni hechos, pero sí fue el máximo exponente de ese fenómeno en el ambiente político y económico. ¿Dónde iban todos los candidatos al menos una vez antes de las elecciones? ¿Recordamos que se le atribuyó a Brancatelli el triunfo de las elecciones de medio término del PRO por provocar una respuesta viral de María Eugenia Vidal? Incluso en aquel entonces me pareció una exageración brutal atribuir tanto a una sola persona, porque ya de por sí me resultaba demasiado el peso que se le daba al programa que, en base a los puntos de rating que cosechaba, representaba a una parte minoritaria del electorado. Como cualquier formato. No existe un programa que sea visto por la mayoría de la ciudadanía, mucho menos uno dedicado a la actualidad política y económica.

Un comentario bien colocado provocaba que, incluso los que estábamos más duchos con las redes, tuviéramos un aluvión de puteadas. Literalmente, fue un fenómeno. Y así se alimentaba el ego de quienes íbamos ya no deseosos de dinero, sino de, al menos, reconocimiento.

Propuesta de sumario. Tengo que el nuevo ministro del Interior atiende en una oficina chiquita porque la oficina del ministro del Interior la usa el Jefe de Gabinete. Ah, sí, la oficina del Jefe de Gabinete que está al lado de la del presidente la usa su hermana. No, ni idea quién usa la oficina de la hermana, pero ¿no es divino? Quisiera proponer hacer una nota sobre la verdadera distribución del poder en base a los lugares que se ocupan, darle un toque literario cortazareano y preguntarse si vale más el espacio o más Poder tiene el que menos lo ostenta. ¿Llamo a un psicólogo? ¿Algún antropólogo social?

Respuesta del jefe. No, conseguí fotos de los despachos y llamá a un decorador de interiores, hablemos del buen gusto, de los errores, de si está bien diseñado o no. Todo bien con lo del esquema de poder, pero fijate algo con más punch, ¿Constelaciones familiares, quizá? Y encargate dos columnas de opinión, una a favor, otra en contra, no más de 500 caracteres cada una.

La primera vez que escuché el concepto de “show” vinculado a cuestiones periodísticas fue cuando le presenté un sumario a un editor y me dio luz verde. Sin embargo, cuando le llevé el tema desarrollado me pidió que buscara a los protagonistas, que los hechos eran la excusa para hablar de ellos. Aún recuerdo la definición: “esto no es política, es el show de la política”. No me salió. Está claro que no me salió porque no me fue bien. Y, sin embargo, Intratables era eso: el show por sobre todas las cosas.

Quisiera decir que estos párrafos obedecen a un aniversario o algo por el estilo, pero la verdad es que viene a cuento por pensar en cuándo fue que todo se convirtió en un show de los actuales. Si, siempre se dijo que había mucho show en la política, pero una cosa es un presidente que come fideos con Tato Bores un domingo a la noche y otra muy distinta es que los cierres de campaña se hagan entre imitadores en una parodia de Gran Hermano en el programa más pasatista de todos los disponibles en la grilla. Es curiosa la casualidad de que después de aquellas elecciones a las que hago mención (2009) surgieran todos estos formatos dedicados a panelear la política, a veces con apariencia de intelectualidad impostada, otras con la rigurosidad del tipo común de la calle, más casi nunca argumentada.

A veces me dan ganas de pedir disculpas por haberme sumado a esa ola que por momentos disfruté porque nada hay más lindo que cortar la semana con una salida por Palermo y decir que eso es trabajo. Y no es que lo haga porque en la mayoría de esos lugares coincidí con el economista influencer que tanto debate generaba en las redes y terminó de presidente, sino que todas las demás opciones también entraban en el combo. Cuando el propio kirchnerismo cargó contra Brancatelli por el episodio Mariú Viral, la situación resultó grotesca por la desproporción de querer cargarle a una persona lo que el conjunto de su pertenencia representaba. Y es que Brancatelli nunca dijo nada que no dijera el kirchnerismo en general. Era eso, estaba ahí y formó parte del debate cotidiano durante años para que el espectáculo funcionara de buena manera. Él encarnaba un personaje, aunque no fuera un personaje, dentro de la maquinaria del espectáculo en el que volaban gritos, aprietes, amenazas veladas, chicanas y algún que otro brote psicótico televisado en vivo a la hora de la cena.

A veces me pregunto por qué me llevaron tantas veces si siempre estuve con cara de meme rivotrilizado y no hablaba salvo que el conductor me cediera la palabra. Evidentemente le caía bien a algún productor, o quizá a alguien le resultaba gracioso mi cara de ojete, o tan solo estaba arriba en la agenda y era el primero en decir que sí. Desde un punto de vista egoísta, me recontra sirvió para sumar horas de vuelo televisivas, algo que cuesta mucho conseguir y más cuando se comienza tarde. Desde la óptica de esta realidad en la que todo es un griterío constante y una agresión permanente, en la que cualquier pelmazo se encuentra habilitado a boludear porque piensa que todo lo que decís es personal y específico para él, en la que las emociones son confundidas con argumentos, en la que un ataque de ira es sinónimo de personalidad y pedir disculpas es de cagoncitos, en esta actualidad el concepto “intratable” es una definición, no un formato.

Porque se le puede tirar con todo al periodismo y casi siempre tendrán razón. Pero convengamos que el formato de debate es universal y no nuestro.

Temas del día. Inicio de tratativas para un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, modificación a la ley de glaciares, pedidos de detención en la causa Andis, juicio en la causa cuadernos, Cristina convirtió su prisión domiciliaria en el Santiago de Compostela de los peregrinos de la melancolía progre lationamericanista demodé, el dólar no se mueve, se perdieron 224 mil empleos registrados en un par de años, las principales empresas alimenticias del país están en rojo, la Ciudad de Buenos Aires colocó deuda a precio insólitamente bajo, la percepción de corrupción volvió a ocupar su histórico lugar en la nada misma y no hay causa que penal que salpique la opinión sobre el Presidente, todos los partidos políticos están en crisis, finalmente hay diálogo con los gobernadores, se debate una reforma educativa que revienta principios sarmientinos y de seguridad infantil. Y la discusión de reforma tributaria viene a recordarnos “cuidado con lo que deseas” a quienes pedíamos que desaparezca el monotributo.

Abordaje. Abogados, politólogos, carpinteros, astrólogos, consteladores, electricistas, músicos aficionados, actores de renombre, periodistas especializados en todo, doctores en cosas, contadores, peluqueros, sacerdotes, ateos, monaguillos, sindicalistas, detectives de teclado, yihadistas de la moral y las buenas costumbres argentinas, gauchos que se ríen de los porteños, porteños con alergia al pasto, correntinos de visita en el país, gimnastas, ciclistas, runners a rolete, veganos, omnívoros, gente que considera que la ensalada del asado son los chinchulines, futbolistas, humoristas de casino y un psicólogo argentino mostrándome el camino.

No creo que esta realidad haya sido moldeada ni que Intratables fuera culpable de nada sino un síntoma de algo que ya estaba instalado en la sociedad. Siempre estuvieron las puteadas y la opinología, una sana costumbre de saber casi nada de casi todo en un coliseo chicanero, sea en la mesa de Nochebuena, sea en un asado con amigos de amigos. A nivel periodístico, también fue un síntoma, un signo de una época que aún continúa con decenas de colegas que todavía hablan como si estuvieran en un panel, que arman informes para ser corroborados por los invitados random del día y que editorializan a base de chicanas y golpes bajos sin que del otro lado pueda haber otro participante que los cruce y con la seguridad de quien no recibe una puteada. Para eso, era mejor el formato Intratables. Al menos pasaban los tuits.

Relato del PRESENTE







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