OPINIÓN
Un 8 de agosto puede tener un montón de historia si prestamos atención a las efemérides
Por Nicolás Lucca
Tal día de 1588 fue vencida la Armada Invencible. Un 8 de agosto pero de 1776 nació el Virreinato del Río de la Plata cuando el rey Carlos III divide al Virreinato del Perú. Un día así de 1969, a las 11.30 de la matina, un fotógrafo llamado Iain Macmillan se sube a una escalerita en el cruce de Grove End Road y Abbey Road para tomar ocho imágenes de cuatro jóvenes menores de treinta años que cruzan la senda peatonal luego de terminar su última sesión de grabación como grupo. Fue también un 8 de agosto, pero de 1974, que Richard Nixon anunció su renuncia a la presidencia norteamericana, mientras que en 1990 nos enteramos de que Irak había invadido Kuwait.
El 8 de agosto de 2008 en la Argentina se desplomaron los bonos de deuda argentina en una semana en la que cayó la Bolsa junto a la cotización de la soja y el amigo Hugo Chávez salió a liquidar los bonos que le había comprado a la Argentina. Un favorazo de amigo. En China se inauguraban los Juegos Olímpicos, un tal Corsi era procesado por estupro y Antonio Bussi se ponía a llorar en el juicio en su contra por delitos de Lesa Humanidad.
Pero un 8 de agosto de 2008, a las 17.08 horas publicaba un puñado de palabras a modo de prueba e inicio a un blog llamado Relato del Presente. Bajo el título “Motivos”, aquel pequeño boceto dice, simplemente:
“Porque sus patrimonios se engrosan desproporcionadamente sin que nadie haga nada y a costillas de todos nosotros. Porque mienten sin vergüenza en la cara de todos nosotros, a toda hora, todos los días. Porque nos prepotean y violentan con personajes nefastos que nada tienen que hacer en la función pública. Porque la oposición es un chiste que no causa gracia a nadie. Porque la Justicia está desecha y juzga en el túnel del tiempo, nunca en el presente.”
Luego vendría una andanada de textos publicados a diario durante una buena cantidad de meses, la técnica básica y elemental para generar audiencia orgánica en épocas en que las redes sociales distaban mucho de ser un motor de impulso.
Durante años fui un tipo melancólico que le gustaba celebrar aniversarios. No sé si por nacer en enero o que un texto aniversario pareciera escribirse sólo. Pero este año no registré la proximidad de la fecha hasta que vi ese ocho de agosto en el calendario. Diecisiete años no es un número redondo, pero es un montón para la existencia de algo en tiempos de tan corta duración de absolutamente todo.
En diecisiete años mi vida ha ido de un extremo a otro terreno inimaginado. En 2008 yo era un cagatintas legal y técnico que gustaba escribir en su tiempo libre, tenía 26 años, algunos kilos de más, ninguna cana y una realidad cotidiana que incluía un alquiler en el conurbano lejano, un trabajo de 7 a 14 horas y otro de 15 a 22, todo de lunes a viernes. No me atreví a buscar en mi blog personal –más viejo que este y abandonado– para chusmear cómo imaginaba mi vida cuando tuviera esta edad, pero tampoco creo que deba ahondar demasiado para saber cuáles eran los ideales de vida de mi generación.
El 8 de agosto de 2008 cerró con una cotización del dólar a 3,05 pesos, un dato que ya debería deprimirnos si tenemos en cuenta que ese 2008 fue un año de mierda, el del estallido de la economía, el de la crisis global de las subprime de la que aún hoy no pagamos las consecuencias a nivel global. La inflación del mes de julio de aquel año, dada a conocer esa misma semana, dijo que el IPC se había encarecido un 0,4%. Las consultoras privadas calcularon más del triple. Ese nivel de dibujo que con los años se convertiría en el Guernica, estaba a cargo del ferretero Guillermo Moreno, el peronista favorito de los streamers.
Esa primera semana de agosto de 2008 tuvo un evento mediático que ayuda a graficar cómo cambiaron las cosas: se inauguró el estudio Norberto Napolitano anexo a “la casita Cuál Es”, el inmenso estudio del histórico programa conducido por Mario Pergolini, Eduardo De La Puente y Marcelo Gantman. Mario se fue de la radio un tiempo después con sus proyectos a otro lado, la Rock and Pop entró en un círculo en el que todavía no consigue definir si quiere ser una radio nostálgica o qué. En aquel 2008, Pergolini justificaba su ampliación edilicia por algo que todos tomamos como un delirio megalómano sin futuro: convertir a la radio en un espacio audiovisual visible en cualquier pantalla.
Desde entonces aparecieron mil formatos, todos como sentencia de muerte a otros. Un millón de debates sobre quiénes son periodistas y quiénes no para que, con todo el tiempo transcurrido, los genuflexos del poder de turno puedan despreciar los molestos con un simplista “bloguero” por hacer el trabajo que les impide realizar el calorcito de la estufa del gobierno.
Hasta la fecha he ido a votar en 24 ocasiones. Son más elecciones que años transcurridos y votamos una vez cada dos años. Después me pregunto por qué la gente deja de ir a votar. Han pasado cuatro presidentes, ciento veintidós ministros y treinta y un secretarías generales con rango ministerial. He visto a doce ministros abocados a la economía desde todos los ángulos imaginables, siempre con la novedad del momento y la respuesta a todas las preguntas de la humanidad. Y todos no pueden estar en lo cierto por razones lógicas.
He presenciado y participado de marchas multitudinarias sólo superadas por los festejos del mundial de 2022, de cuando la gente decía que le molestaba la corrupción y el maltrato del kirchnerismo, de cuando se le reclamaba también a una oposición atomizada en tiempos en los que ningún espacio opositor representaba nada. He visto con mis propios ojos los resultados de la corrupción en tragedias de trenes, en ciudades arrasadas por el agua, en fiscales que no sobreviven a su trabajo. He trabado amistad con un montón de personas que ya no están, otras tantas que del kirchnerismo sólo les molestaban los kirchneristas, y un montón de seres maravillosos que no habría conocido, probablemente, de otra forma.
En noviembre de 2012, en medio de la marcha por el 8N, escribí un artículo –sí, desde la marcha– en un Blackberry, texto que publiqué entrada la madrugada. Al día siguiente, desentendido totalmente del asunto, me enteré que era leído por Ernesto Tenembaum en el pase con el programa de Jorge Lanata. Yo no entendía nada. En abril de 2013 este blog se sumó a la oferta de Perfil y yo comencé a tener muchas ganas de hacer otra cosa. En noviembre de ese mismo año pegué el salto y pasé a trabajar presencialmente en Perfil. Cuando renuncié en 2018, este sitio se vino conmigo nuevamente a la autogestión.
Más de una vez he dejado de escribir por motivos específicos relacionados al laburo. Por ejemplo, cada vez que era tomado por algún medio para escribir, se me hacía redundante tener material y tiempo para ambas tareas. Así aprendí que hay personas a las que les puede gustar lo que hacés pero no saben qué hacer con eso, otras a las que les gusta lo que hacés pero no cuando trabajás para ellas y otras tantas que les gusta lo que hacés siempre y cuando no jodas a sus contactos. En 2021 decidí que nunca más dejaría este lugar, mi lugar. Y que, si alguna vez ocurriese, sería porque me dediqué a otra cosa.
Si en un siglo alguien hace un conteo de presidentes, probablemente considere que el siglo XXI pintó medianamente tranquilo en materia institucional. Convengamos que iniciamos con una crisis recesiva que derivó en el fenómeno de cinco presidentes en la última semana de 2001. Visto a ojo de línea cronológica, desde el futuro podrán decir que no hubo finales de mandatos anticipados, que no presenciamos levantamientos militares, que no tuvimos una guerra civil, ni grupos parapoliciales asesinos ni subversión armada y que tuvimos hasta alternancia partidaria en el Gobierno. Para lo que es nuestra historia, es un relajo.
Nosotros somos los que no queremos formar parte de la pretensión histórica de ningún presidente. Al menos yo estoy cansado de vivir hechos históricos que, pasados un puñado de años, nadie recuerda. Y si ocurre la coincidencia de que un tema surja en alguna conversación, todos lo recordaremos de una forma diferente, como la cadena nacional de este 8 de agosto en la que el Presidente salió a capear el vendaval desatado en el Congreso. Lo insólito es que alguien propuso la idea, a él le pareció brishante y nadie se animó a decirle nada en contrario. Y no me refiero a ningún tuit que promociona nada, sino a esa idea de que los diputados voten para penalizarse a sí mismos a pedido del Poder Ejecutivo.
Una vez conté que en alguno de los días de los mil que tuvo enero de 2002, me di una vuelta por la casa de mis abuelos. Con mis 19 años, me encontraba visiblemente angustiado por la situación de incertidumbre. Sí, recordaba la crisis hiperinflacionaria, las noticias de saqueos y demás cosas de 1989, pero a esa edad, algo ocurrido cuando tenías 7 años, está en el mismo plano temporal que la Edad Media. Mis abuelos, en cambio, estaban en otra. Pensé que se habían perdido la cordura o no registraban las noticias. Estaban de buen humor, me recibieron como si fuera cualquier otra ocasión mientras charlaban de cualquier cosa menos de la actualidad. Y yo, al borde del colapso nervioso, rompí en preguntas que no recuerdo, a excepción de una: “¿Cómo puede ser que no les importe lo que pasa?” Mi abuelo disparó un certero “ quién dijo que no nos importa”. Mi tía me miraba de costado levantando una ceja. La izquierda.
Mi abuela se sumó con un largo listado de cosas que habían vivido (bombardeos, cinco golpes de Estado, varias dictaduras, el juego de tanquetazos entre azules y colorados, el rodrigazo, tres levantamientos carapintadas, no se cuántas hiperinflaciones, etcétera) para cerrar con una frase hiriente: “No es que no nos importe, simplemente no podemos hacer nada”.
Esas cosas que para ellos seguramente resultaron traumáticas –al menos algunas de ellas, supongo que las primeras de cada una por esa cuestión novedosa– al repasarlas sonaron a un listado de supermercado, una wishlist con muy poco wish. Cada tanto tengo que recordar esta anécdota, primero para sonreír por los que ya no están, pero también por esa cosa de encontrar algo nuevo cada vez que se observa una cosa, en este caso, una anécdota.
Hoy, en este agosto de 2025, veo como una anécdota que una vez existió una alternativa novedosa en la Capital Federal que a fuerza de obra pública transformó la fisonomía, el tránsito y la previsión de inundaciones. Y que esa fuerza llegó a gobernar la Provincia de Buenos Aires y la Nación. Hoy puede resultar increíble que hayan decidido acordar una presentación conjunta con La Libertad Avanza para obtener dos cargos de diputados y ningún senador. Apuesto alguna de las partes que quedan sanas en mi cuerpo a que les habría ido mucho mejor si se cortaban solos. Imaginemos el peor escenario: tampoco conseguían senador alguno, pero metían tres diputados, quizás cuatro. O tal vez solo dos diputados o por ahí no los votaba ni Pinedo y terminaban con cero legislador. Cualquiera de esas opciones, incluso la peor de todas, habría sido preferible a este final triste. En épocas en las que prima el pragmatismo personalista, no logro comprender qué se pretendió al borrar el color amarillo de las boletas a cambio de nada. Entiendo que tantos años de focus groups y miles de encuestas por día haya saturado a todos, pero si miramos la percepción de imagen de la gestión y su comunicación, ¿cómo van a dejar en banda a sus votantes? ¿Así piensan celebrar los diez años de las presidenciales de 2015?
Por otro lado, un repaso más intensificado de lo ocurrido en los últimos años lleva a pensar otras cosas. En 2008, cuando este espacio comenzó, el Pro distaba mucho de ser una posibilidad presidencial. En 2009 tuvo un buen desempeño en las elecciones legislativas al ir aliado con Francisco De Narváez y Felipe Solá. Sí, esos mismos. En 2011 Macri le hizo caso a las encuestas y se guardó para otra oportunidad. Cristina iba camino a ganar por paliza y en primera vuelta. Y cualquiera que sepa de historia política argentina sabe que el candidato que pierde una presidencial jamás la ganará. Al menos nunca ocurrió hasta ahora. Es como la maldición de los gobernadores bonaerenses. Muchos prefieren olvidar que en 2013 se entremezclaron las listas del Pro con las del Frente Renovador para que todos sumaran legisladores en la Provincia de Buenos Aires. Si con todo eso en 2015 metieron un Presidente, una Gobernadora y un Jefe de Gobierno, es que no hay nada que se pueda predecir sobre ningún acto futuro.
En 2008 este espacio comenzó con una realidad política en la que el kirchnerismo además de buscar la hegemonía para la eternidad, estaba muy, pero muy enojado por la crisis con el sector agropecuario. Hoy Cristina es la tía que opina sobre cómo se debe hacer la fiestita del cumpleañero que no quiere saber nada con invitar a la familia.
Puede que, desde su lugar, Mauricio Macri pretenda ser para La Libertad Avanza lo que Carrió fue con él, una suerte de oráculo opinador de qué está bien y qué está mal, pero se olvida que en la Presidencia tiene a Javier Milei, quien te puede mandar a la mierda si siente que lo miraste mal. Puede que pidamos demasiado.
Yo habría intentado otra cosa, pero por algo no soy político. Quizá porque no soy buen negociante pago alquiler a los 43 años, pero tengo unas ideas divinas, como levantarme e irme a la mierda si me tiran abajo lo que tengo para ofrecer sin nada a cambio. Me cuesta creer que no haya habido nada a cambio. No es creíble y me intriga qué será, del mismo modo que me pregunto cómo andará el nivel de participación electoral ante la falta de opciones, que esa sí es una gran estrategia oficialista: reducir la torta de votantes para que sea mayor la porción a recibir.
Más me intriga, todavía, qué nos depara el futuro político. Si nadie intenta modificar la Constitución –Dios, si existís, te pido por favor que nadie tome esto como una buena idea– y las elecciones le sonríen a Milei ¿quién lo reemplazará en 2027? ¿Quién está en condiciones de ser el sucesor del Salvador y no morir engullido previamente? ¿Y los demás partidos, si es que queda alguno? ¿Y en la Ciudad de Buenos Aires qué piensan hacer para las próximas elecciones? ¿Es parte del arreglo o no arreglaron nada de nada y sólo se entregaron? ¿Por qué se entregaron? Díganme que al menos le destrabaron la hidrovía. No es muy republicano friendly, pero oficia de explicación.
Por casi todo esto y otras cosas es que me pregunto cómo nos veremos en los libros de historia, si seremos anotaciones marginales comprendidas en un período de tiempo de una década mientras nosotros nos matamos en el tiempo presente. ¿Cómo habrá sido el día a día en la década de 1920 o de 1930 para que todo quede reducido a un par de páginas? Hasta se vivió un asesinato en el Senado y todo queda en “la década infame” y, si a alguien le interesa, libros especializados sobre el tema. ¿Qué elegirán recordar en el futuro?
En ocasiones como las de esta semana –el aniversario de esto– me pongo a chusmear textos viejos. Veo a un joven de 26 preocupado porque ocultaban la inflación real y eso le hacía mierda los aumentos salariales. Veo a uno de 30 años que pierde el sentido del humor tras ver a medio centenar de cadáveres aprisionados en una lata que supo ser un vagón de tren. Lo veo indignado con una Justicia militante mientras y puedo observarlo relatar una crónica de una marcha multitudinaria en la que también se le reclama a la oposición que haga algo. Ahí está, entre un montón de gente que le hace bien en un tiempo que le resulta insoportable. Lo puedo ver a punto de cumplir 33 años parado en la puerta de un edificio a lo largo de toda una madrugada en la que ve desfilar una comparsa dentro de un departamento que debería preservarse como escena de un crimen. Leo un texto y no consigo explicar cómo olvidé que a ese joven de 35 años le sacaban de quicio cosas que hoy me resultan insignificantes. Probablemente me afectarían del mismo modo o aún más si me ocurrieran hoy. Seguramente, algunas situaciones que ese tipo de aquellos textos escribió con soltura, hoy me darían miedo.
Y, claro, también me intriga cómo me leerá ése que escriba por acá en unos años, si es que tiene ganas de escribir, si es que tiene algo para decir. Quizá debería dejarle más precisiones, dado que yo no recuerdo nada de qué pasó en mi vida la semana previa a lanzarme con este proyecto. Ni el mes previo. Creo que para eso escribimos: para recordar. ¿Qué se hace con ese recuerdo? Ni idea. Otra intriga más que sumo al largo cuestionario junto al misterio por el futuro próximo. Porque acá nada se pierde, todo se transforma. Más cuando hablamos de política, la única profesión en la que del amor al odio solo hay un voto.
Relato del PRESENTE
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