OPINIÓN
Los más jóvenes no llegaron a escuchar este grito en las calles cuando algún conductor se creía el “as de las pistas”

Por Felipe Pigna
La figura de Juan Manuel Fangio trasciende el automovilismo: se convirtió en un símbolo de excelencia argentina, un mito que encarna valores como la humildad, el esfuerzo y la superación. Su construcción como ícono cultural se dio en un contexto político donde el deporte era una herramienta de proyección nacional.
Durante los gobiernos de Juan Domingo Perón (1946-1955), el deporte fue promovido como parte del proyecto de la “nueva Argentina”: se crearon instituciones, se organizaron torneos juveniles y se financiaron competencias internacionales. Fangio recibió apoyo estatal para competir en Europa, incluyendo el uso de vehículos con los colores nacionales y el respaldo del Automóvil Club Argentino. Fue nombrado embajador deportivo, lo que le permitió representar al país en el exterior con recursos públicos.
Aunque Fangio no se identificó políticamente con el peronismo, expresó respeto y gratitud por el apoyo recibido. Su éxito fue celebrado por el gobierno como un triunfo nacional, y fue recibido por Perón y Evita en la Casa Rosada.
Fangio se convirtió en un héroe colectivo, símbolo de una Argentina moderna y competitiva: su imagen fue utilizada para reforzar el imaginario de movilidad social y mérito individual. Eduardo Archetti lo definió como “el símbolo de una nación capaz de vencer a los mejores pilotos europeos”. Su figura fue integrada al relato oficial como ejemplo de lo que el país podía lograr con esfuerzo y organización.
En 1958, durante el Gran Premio de Cuba, fue secuestrado brevemente por el Movimiento 26 de Julio. Este episodio insólito convirtió a Fangio en pieza de una narrativa revolucionaria ajena a su voluntad, pero cargada de simbolismo. La figura de Fangio fue crucial en el proceso de internacionalización del automovilismo y, por extensión, en la expansión del deporte como fenómeno global. Su trayectoria actúa como puente entre un automovilismo aún artesanal y uno crecientemente mediatizado, institucionalizado y transnacional. En una disciplina dominada por europeos, Fangio se convirtió en el primer campeón mundial nacido fuera del continente. Su éxito permitió visibilizar el talento sudamericano y abrió la puerta a futuros pilotos latinoamericanos. Fangio compitió en Europa, América del Norte y Sudamérica, contribuyendo a expandir el mapa competitivo y a establecer la F1 como espectáculo de alcance planetario. Su carrera fue cubierta por medios de todo el mundo y su imagen circuló más allá del deporte: apareció en revistas, documentales y columnas sobre técnica, ética y personalidad. Fue utilizado como modelo para el piloto moderno: hábil, calculador, elegante. Su figura ayudó a consolidar estándares internacionales de profesionalismo en el deporte. Su presencia atrajo sponsors, constructores y organizadores interesados en legitimar sus competencias en sociedad con él.
Su legado fue institucionalizado: la FIA lo reconoce como referencia histórica, y escuderías como Mercedes-Benz lo veneran como parte de su linaje. Pilotos como Senna, Schumacher y Hamilton han citado a Fangio como influencia directa. Su figura es estudiada en escuelas de conducción y manuales de estrategia. En retrospectiva, Fangio encarna el pasaje de un deporte de élite regional a un fenómeno regulado, tecnificado y globalizado. Va entonces este número especial de Caras y Caretas dedicado a Fangio, donde abordaremos todos los aspectos de su vida, sus luces y también, por supuesto, sus sombras.
Caras y Caretas
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