EL DRAMA DE VIVIR EN LA CALLE Y SENTIRSE INVISIBLE

HISTORIAS 

“¿Qué haces vos acá? Vos no sos de la calle”

Por Tatiana Schapiro

Carlos Ramírez sostiene en sus manos 11 certificados. Todos tienen escrito su nombre y su apellido, y lo califican como profesional capacitado en diferentes rubros, desde refrigeración, electricidad, plomería, hasta carpintería. Cada uno de esos papeles representa una parte de su historia, que tiene como hilo conductor la perseverancia y las ganas de recuperar la vida que tuvo hasta poco antes de la pandemia, cuando todo se rompió.

Alguna vez incluso pegó con cinta en la pared todos esos diplomas, para darse fuerzas. Son 11 oportunidades que buscó sin descanso, todas con un mismo objetivo: salir de la calle y conseguir trabajo. Le llevó cuatro años alcanzar la meta, pero lo logró. En diálogo con Infobae cuenta en primera persona cómo un hombre que iba a trabajar todos los días, alquilaba una casa y jamás había estado sin empleo, terminó durmiendo en la vereda, debajo de una escalera, hasta que llegó la contención y la ayuda que tanto necesitaba. Hasta que alguien lo miró.

“Fue una caída directa, fuertísima, porque no me estaba yendo mal; todo lo contrario, venía muy bien, y de repente me quedé en la calle”, expresa Carlos, mientras rememora el día que tocó fondo con los últimos pesos que le quedaban, y supo que todo su mundo cabía en cuatro bolsos. Las ganas de salir adelante las mantuvo siempre, pero hubo muchos obstáculos en el camino. Completar el ítem de “domicilio” en un formulario para él se convirtió en un imposible. No tener una dirección complicó su búsqueda laboral, y los prejuicios hicieron el resto.

En varios momentos de la charla, la emoción lo quiebra hasta las lágrimas. “Yo no puedo creer todavía que soy un técnico certificado de aires acondicionados”, dice con la voz entrecortada. Sigue aferrado a esa pila de certificados, que agita con orgullo, porque cada aprendizaje fue un grito de fe. No evade ningún tema, habla a corazón abierto, y le cuesta describir qué se siente cuando el sol cae y hay que buscar dónde guarecerse. Son recuerdos que hasta el momento no pudo compartir con sus hijos.

“Nunca estuve en la mala, nunca consumí drogas y nunca delinquí, jamás”, aclara sin titubear. “La sensación es la de ser invisible”, describe en otro momento de la entrevista, y con ese poderoso puñado de palabras resume cuánto padeció la mirada social aquellos días en que entendió el verdadero significado de la indiferencia. “Paradójicamente a mí me ayudó a salir de la calle alguien que vive en la calle hasta el día de hoy”, revela.

Gracias a la orientación de un completo desconocido supo cómo pedir ayuda, vivió en dos refugios y empezó a hacer cursos de oficios, algunos gratuitos y otros que pagó de su bolsillo con muchísimo esfuerzo. La lucha de Carlos está reflejada en el documental Proyecto Matías, una iniciativa llevada a cabo por la ONG Ícona, dirigida por María Oneto, que pone el foco en la reinserción laboral de 18 personas en situación de calle o de vivienda muy precaria, y su proceso de capacitación hasta conseguir trabajo en el mercado laboral formal.

—¿Cómo arranca todo? ¿Cómo fue tu infancia?

—Normal, tranquila. Una crianza normal con madre y padre, padres amorosos, por suerte. Pero yo no era muy estudioso que digamos en ese momento.

—¿Eras bravo?

—Era jodido, bravo, rebelde, al punto de que terminé el secundario a los 30.

—Pero lo terminaste.

—Sí, lo terminé.

—¿Y por qué a los 30? ¿Qué pasó?

—Sentía como que me faltaba algo, y muchas veces me decían: ‘No terminaste el secundario’, y no lo terminé hasta que pude tomar la decisión.

—¿Por qué no habías podido terminarlo en la adolescencia?

—Pasaron varias cosas. Mis papás se habían separado y yo me hice cargo de ciertas responsabilidades, también hice el servicio militar, que me llevó por otros caminos. Después me enamoré y tuve dos hijos. Ahora lamentablemente estoy separado, y los veo poco sinceramente.

—Dejaste de estudiar porque necesitabas trabajar, no es que te habías metido en ninguna mala.

—No, no, jamás. Jamás. Todo lo contrario, fue por obligaciones que tenía. No encontraba el camino al futuro, no encontraba respuestas a qué hacer, a quién podía ser. Y después de mi separación fue más difícil todavía.

—¿Los trabajos cuáles eran en esa época?

—Mantenimiento principalmente. Aunque he hecho de todo. He trabajado en limpieza, pero mi primer trabajo fue de carpintería. Siempre me manejé bien con todos los trabajos manuales, que creo fue en lo que más me destaqué, junto con los trabajos mecánicos. Hubo subidas y bajadas, pero siempre trabajé.

—¿Qué se siente cuando uno está dejando todo para mantener a la familia y a veces no se llega a fin de mes?

—Es una lucha constante. Casi siempre después del trabajo hacía algún trabajo paralelo, alguna changa, y esa era la manera que encontraba de mantenerme en pie. Teniendo contacto con mucha gente, haciendo trabajos de arreglos en lo que hiciera falta.

—Cuando todavía estabas en pareja con los chicos, ¿dónde vivías?

—En Córdoba.

—Con dos hijos, ¿que ahora cuántos años tienen?

—Y ahora ya están grandes, uno 21 y el otro 17.

—Después de esa separación venís a Buenos Aires, ¿por algo en particular?

—Primero porque no tenía más nada que hacer allá, y segundo porque tenía un contacto que me ofrecía venir a trabajar en el Hotel Sheraton en Retiro. Tomé la decisión de venirme porque yo me fui a Córdoba por mi pareja, pero yo soy de Capital Federal. Empecé a trabajar en el mantenimiento del hotel, contratado por una agencia que ahora creo que ya no existe más, y me estaba yendo bien, hasta que apareció la pandemia.

—Volviste para empezar de vuelta.

—Exactamente.

—¿Andabas triste en ese momento?

—Sí, andaba muy mal. De hecho, todavía me sigue doliendo, pero son cosas que pasan y que ya quedaron así.

—Cuando te despidieron, ¿tenías plata para aguantar por cuánto tiempo?

—Solo tenía lo que me habían liquidado, así que aguanté hasta julio. Hubo un momento en que ya no tenía más nada, no había más nada para seguir, ya no podía sostenerlo. Me fui debiendo casi dos meses, que terminé dándole todo lo que tenía adentro de la casa al dueño para costear lo que debía. Ahí fue cuando me quedé en la calle.

—¿Cómo fue ese día?

—Ufff, fuertísimo y demasiado triste, porque venía bien, no es que venía mal. De un día para el otro te encontrás con cuatro bolsos y sin saber a dónde ir. Eso fue fuerte, fue duro, y estuve unos 20 días en la calle.

—Eras un hombre que estabas dentro del sistema, no es que habías estado entrando y saliendo. Un laburante al que le costaba, pero conocías lo que era tener un sueldo, no andabas en ninguna rara, y una situación límite te llevó a eso.

—A una caída directa.

—¿Y a dónde te fuiste el primer día con los bolsos?

—Me fui a Liniers, porque como estaba en Ramos Mejía pensé en lo más cerca para el lado de Capital, y no sé bien por qué me fui para ahí, pero cuando no tenés destino, no importa dónde te quedás. Me quedé cerca del shopping de Liniers.

—¿Dónde te instalaste? ¿En un edificio?

—No, no. En la calle, en una escalera. Y trataba de hacer changuitas, preguntaba en todos lados: “¿Quiere que le haga esto? ¿Que arregle acá o allá?”. Hacía cosas así.

— ¿Se duerme?

—No se duerme. Te dormís solo en los momentos que cabeceas, porque te pueden robar cualquier cosa. Agarran el bolso y se van. A mí me robaron uno de los bolsos que tenía. Esos 20 días para mí es como que fueron años.

—¿Cómo te higienizabas?

—Agarraba mis cosas y me iba a la Iglesia de Flores. Ahí me higienizaba y trataba de hacer alguna changuita que apareciera en esa zona.

—¿Y volvías al mismo punto?

—A veces sí, a veces no, porque encontré un lugar donde daban algo de comida. Otras veces iba a otro lugar. De a poco iba perdiendo las cosas que me quedaban. Me acuerdo que me fui a la calle con cuatro bolsos y terminé con uno, porque llega un momento que la carga también es un problema. Aguantás dos o tres días sin dormir, hasta que te desmayás y ahí es cuando te roban. Otros que están también en la calle también aprovechan esa situación.

—¿Conociste gente que estaba en la misma situación?

—Si, y de hecho, una persona que estaba en la calle fue la que a mí me salvó. Apareció un día y me dijo: ‘¿Qué haces vos en la calle? Vos no sos de la calle’, y le expliqué que no sabía qué hacer. El tipo, un hombre de unos 50 o 60 años, me dijo que me quede tranquilo, que él me iba a ayudar. Sacó un celular todo roto y llamó a un BAP, que es una camioneta que recoge gente que está en situación de calle y los lleva a un hogar.

—Así llegaste por primera vez a un refugio.

—Sí, yo no tenía noción de todas esas cosas. Le pregunté por qué él no iba a esos lugares, y me dijo: “Yo soy de la calle, a mí me gusta la falopa, el alcohol, no me gusta recibir órdenes, esta es mi vida, pero vos no perteneces acá”.

—¿Se ven más hombres que mujeres en la calle?

—Sí, muchísimos más.

—¿Cuál era tu sensación en ese momento?

—La del fracaso, la caída, el “hasta acá llegaste”.

—¿Pensaste que se terminaba ahí?

—Y sí, porque no sabía qué podía pasar mañana. Estaba mal emocionalmente y cada día me iba consumiendo. La calle es terrible, es malvada. Si no tenés un sustento o algo para sostenerte, es cruel. Hay gente muy buena también, que me ayudó, que me dio un plato de comida, agua y con eso fui zafando.

—¿La calle enloquece?

—Sí, porque no te deja hacer nada y tenés mucho para pensar y no llegás a nada. Te tira más abajo el cansancio, la falta de sueño, todo eso te destruye. El paso de las horas, el no saber qué hacer, no saber a dónde ir cuando tenés hambre, eso es bravo.

—¿Y la mirada de la gente?

—Te miran como bicho raro, la gran mayoría, digamos un 70%. No existís por más que estás ahí.

—Yo siento que nos cuesta mirar, porque mirar implica hacernos cargo.

—Sí, sí, es así. Nadie se quiere involucrar. Sin embargo, he visto a gente que está en la calle darle una campera a otro. Son otros códigos. Y así como uno te ayuda, mañana capaz que otro te roba. Hay mucha gente en situación de consumo.

—¿Tuviste miedo?

—No, miedo no, pero frustración sí.

—Uno puede quedar en medio de situaciones picantes. ¿Te pasó alguna vez?

—No, pero a sí me ofrecieron drogas y todo eso. Pero no entré en esa, yo agarraba mis cosas y me iba para evitar el quilombo; porque yo sabía que si me quedaba ahí, había problemas. Prefería irme a la otra cuadra.

—Delinquir, ¿nunca te ofrecieron?

—No, eso no. Y tampoco está en mi vocabulario. Pedía trabajo.

—¿Y qué cosas te ofrecían en esos días?

—Hubo un local que me dijo: “Si me limpias la vidriera y me barrés, te paso unos pesos”.

—Te veo la carita de angustia, pero hiciste un camino impresionante en estos años. ¿Por qué te angustia tanto hoy acordarte de eso que pasó?

—Fue difícil. Pero como dicen, una vez que tocaste fondo, lo único que te queda es subir.

—¿A qué te aferraste vos?

—A cambiar, a hacer cursos. Todos los cursos que pude encontrar, los tomé.

—¿Pensabas en tus hijos esos días?

—Bastante. Pero no era momento de pensar en eso, porque si no te ponés peor. Traté de mantener la cabeza ocupada. Cuando él BAP me recoge me mandaron a Cáritas, y ahí empezaron a cambiar las cosas porque tomé decisiones correctas.

—¿Y en Cáritas cómo es?

—Estás por un tiempo, podés comer, dormir, te podés bañar. Igual yo siempre salía a buscar trabajo.

—¿Y aparecían cosas?

—Empezaron a salir changas. Seguía buscando trabajo y ahí hice un curso Universidad Popular de la Boca de refrigeración, electricidad y plomería.

—El Proyecto Matías plantea justamente eso, articular las dos cosas, el salir de la calle con encontrar trabajo.

—Cuando me ofrecen formar parte del proyecto, yo ya había hecho nueve cursos, pero seguía buscando y no conseguía trabajo. Ese era mi problema, que conseguía changas, pero de repente te va bien un tiempito y después no. Yo quería algo más seguro. Estuve cuatro años buscando trabajo. Cuando me dijeron: “Ahí te pueden dar trabajo”, listo, tomé el riesgo. Éramos 22 hombres en situación de calle, y 18 cambiamos nuestras vidas, mientras que los otros cuatro no.

—A veces no se puede.

—No se puede todo, pero yo creo que 18 de un total de 22 es un número excelente.

—¿Cómo es buscar trabajo cuando uno está en un refugio?

—Imposible. Imposible porque apenas te investigan dónde estás viviendo, saben que estás en situación de calle y no quieren saber nada. No quieren tener problemas porque piensan que sos un delincuente. Te tira todo para atrás.

—¿La posibilidad de reinsertarte en el sistema tuvo que ver con ingresar al proyecto?

—Definitivamente. Entré desconfiado porque ya venía golpeado, y fue una sorpresa tras otra porque nos recibieron como una familia. Nos ayudaron muchísimo. Tuve dos tutores, Munchi, una mujer mayor, que ya es como mi abuela, y Tincho, un tipazo muy macanudo. Ahora estoy trabajando en el sector de mantenimiento del Sanatorio Buenos Aires. Después me hicieron contacto con una distribuidora de refrigeración, Ansal, de las más grandes que hay en el país, que hacen aires acondicionado de última generación. Ellos me costearon uno de los cursos. Lo terminé con la máxima puntuación.

—¿En el sanatorio estás en relación de dependencia, como corresponde?

—Sí, estoy en blanco. Tengo un jefazo, muy buena persona. Un compañero de trabajo que también es excelente. Me saqué el Quini con ellos porque me enseñaron todos los trucos, todas las mañas, y si algo no me sale, ellos vienen y me ayudan. Y también con Ansal los días viernes, que es mi franco, y voy a trabajar ahí.

—¿Y te podemos llamar para alguna changa por fuera también?

—Por el momento no, porque no tengo todas las herramientas. Pero voy hacia eso.

—¿Qué te decís a vos mismo cuando ves todos estos certificados en la puerta colgados?

—Que se puede, que si yo pude, cualquiera puede. Ellos me brindaron los contactos que yo necesitaba, fue un vuelco de 180 grados. Fue lo mejor que me pasó en la vida, y creo que debería hacerse a nivel nacional, en más sectores. Tener trabajo es lo más importante. Si no tenés trabajo se te cae toda la estantería.

—¿Qué le podemos decir a otros Carlos?

—Que todo puede mejorar, pero que hay que tener esperanza. A mí no se me abrían puertas. Se me cerraban. Era una frustración constante. Y hoy por hoy puedo decir, y no lo puedo creer todavía, que yo soy técnico. Lo que me llevo de todo esto, primero es el pánico de estar en la calle, algo que no quiero vivir nunca más, y segundo, poder sentirme bien.

—¿Dónde estás viviendo hoy?

—Estoy cerca del Shopping de Abasto en una pensión. Es chiquito, humilde, pero ya me equipé. Tengo mi heladera, mi cama, mi televisión, todo lo estoy pagando en cuotas, y por suerte estoy bien. Más adelante tendré que comprarme las herramientas para hacer mi trabajo.

—¿Pudiste contarle a tus hijos que estás con trabajo?

—No, porque ellos no saben que yo pasé por esta situación. No quise que sepan todo eso. Hoy no quiero tocar nunca más la calle, quiero mejorar.

—¿Sentís que no la vas a tocar más? ¿O todavía tenés miedo?

—El miedo me quedó. Ese miedo me quedó para siempre, pero ahora me siento más seguro y agarro todos los trabajos que puedo.

—El 2024 fue un año muy importante para vos. En este 2025, ¿cuál es tu objetivo?

—Empezar el gimnasio, porque mentalmente me siento mejor, pero físicamente necesito hacer más cambios. Seguir perfeccionándome y mantener el trabajo estable. Doy lo mejor de mí, cuido mi trabajo como si fuese mi casa, y así que quiero seguir así.

(Infobae)


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