EL BURRO QUE NOS ENSEÑÓ A LEER

Por Walter R. Quinteros

Hola a todos, especialmente a ustedes los culturosos que no hacen mucha gimnasia con la memoria, les recuerdo que hace ciento diez años el poeta Juan Ramón Jiménez, nos regaló una de sus obras más populares, "Platero y yo". Esta historia —que cuenta la vida y muerte de un burro plateado al que su dueño ama con locura—, consiguió enternecer a una buena parte del mundo. No en vano es el tercer libro más traducido a diferentes idiomas después de la Biblia y El Quijote. A pesar de que este bello libro habla de un burro que nos enseñó a leer, a tener comprensión de texto y ésas delicias hoy desaparecidas, en un principio, se trataba de una novela dirigida a los adultos. Tomen.

¿Por qué? 

Porque cuenta con varios capítulos con cierta crítica social. Juan Ramón Jiménez —premio Nobel de Literatura en 1956—, dijo: "Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren". Pero este dato es por demás interesante, editorial "La Lectura", en 1914 publica solo 66 de los 138 capítulos que tendría la versión definitiva y, con esta selección  se escogía la lectura especialmente para los más pequeños de la casa. Fue el propio Jiménez quién escribió la siguiente advertencia por entonces: "Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma". En los prólogos posteriores a 1917, no obstante, el autor añade lo siguiente: "Yo, como el grande Cervantes a los hombres, creía y creo que a los niños no hay que darles disparates para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de seres y cosas reales tratados con sentimiento profundo, sencillo, claro y exquisito".

Breve descripción de un día de clases

Sepan, que cuando la maestra me hacía pasar al frente del aula para leer el "Platero y yo", aprovechaba ése momento maravilloso para tocarle el cabello a mi compañerita de banco. Lo hacía para que me preste atención, para mirarla de reojo total, a Platero y yo, me lo sabía de memoria, y ella no me acusaba. Y ahora oid, adorables niñas mortales que supieron lucir guardapolvos tableados con moño atrás, almidonados tan blancos como el fulgor de sus sonrisas, y también ustedes, criaturas despreciables con guadapolvos incompletos de botones, cara sucias y sudorosos, porque no les pienso repetir nada: 

"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro". "Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás que he llegado a creer que sueña mis propios sueños". "Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara... El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico". "Así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo". "A mediodía, Platero estaba muerto". La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza... Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores...". 

Dejen de lagrimear, aduladores de efímeros programas de radio y repitan conmigo: 
¿Quién nos enseñó a leer? 
¡Un burro llamado Platero! 
¿Quién? 
¡Un burro llamado Platero! 
De pie, salgan al recreo.

(diceelwalter.blogspot.com)





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