tag:blogger.com,1999:blog-82190095012341303532024-03-22T13:18:04.183-03:00diceelwalter.blogspot.com Pasen y vean / Cultura
Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.comBlogger2380125tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-11013473390353123362022-06-04T13:19:00.000-03:002022-06-04T13:19:16.720-03:00ENTREVISTA A ALEJANDRA MÉNDEZ BUJONOK<p> <b style="font-family: georgia; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">“Alejandra Méndez Bujonok y aquellos que se animaron a decir y hacer otra cosa”</span></b></p><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHqyyU7Cf0sNGlH5LM4BJGJwP622bPCJsjWaRNbsjwk2aF5sPPzCCs9GtSog99yw6O4Jz72lRGc_5bQrOQo7oUJEdgUhCdf-8evMd0ZGqf0CKymE292M8BOyrAZUjnpYDPWtMNHWoK2Zr_NVHnR4Uh4-EjWnaWM7GxIPijVrka2iGvYY09io-GOtSFNQ/s646/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%2020.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="395" data-original-width="646" height="245" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHqyyU7Cf0sNGlH5LM4BJGJwP622bPCJsjWaRNbsjwk2aF5sPPzCCs9GtSog99yw6O4Jz72lRGc_5bQrOQo7oUJEdgUhCdf-8evMd0ZGqf0CKymE292M8BOyrAZUjnpYDPWtMNHWoK2Zr_NVHnR4Uh4-EjWnaWM7GxIPijVrka2iGvYY09io-GOtSFNQ/w400-h245/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%2020.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: justify;">Por <b>Rolando Revagliatti</b></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b>Alejandra Méndez Bujonok</b> nació el 3 de enero de 1979 en la ciudad de San Cristóbal, provincia de Santa Fe, la Argentina, y reside en la ciudad de Rosario, en la misma provincia. Integra, entre otras, las antologías “Poesía y narrativa actual” (2005), “Cuentos de contadores, un viaje al fondo del océano” (2005), “Fin zona urbana” (2010), “20 años: XX Festival Internacional de Poesía de Rosario” (2012), “Sumergible II” (2013), “Abat-jour. Antología poético-nocturna” (2014), “La juntada” (2015), “Corte al bies” (2016), “Treinta y tantos” (en revista “Luvina” nº 85, Universidad de Guadalajara, México, 2016), “Antología federal de poesía” (2017), “Francotrinadores santafesinos” (2017). Poemario publicado: “Tarde abedul” (1ª edición en 2013 y 2ª edición en 2015).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1 — Me informé: así que nacida en la originariamente (1881) Colonia San Cristóbal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Sí, también conocida como “la puerta del norte santafesino”. Mis abuelos paternos formaron parte de esa interesante y dura historia de la zona, porque trabajaron en La Forestal, cuyo casco central se encontraba en la Estancia San Cristóbal, que luego fue vendida a don Cristóbal Murrieta. Allí se conocieron y se casaron. Mi bisabuelo, José Laborde, fue el primer cartero de aquellos lugares; de hecho, figura su nombre en el único libro que existe de la historia oficial de San Cristóbal: su autor es Osvaldo Giussani. Nací un viernes a la noche. Mis padres, Emilia y Luciano, nacieron en el campo; él, en Aguará Grande, y ella, en la Colonia de Santa Elena; mi madre fue maestra, mipadre, colectivero. Tengo dos hermanos, Roberto, el mayor y Verónica, la menor. Mi madre es una gran lectora y me permitió los primeros acercamientos a la biblioteca. Casi todos en mi familia se inclinaban al arte. Recuerdo a un tío abuelo que se llamaba Bautista tocando el acordeón en las fiestas; o a mi padre recitando algún verso de Argentino Luna en los fogones que se armaban: “El Malevo”, por ejemplo, lo sé de memoria, aún lo escucho en su voz. Y al final de su existencia, mi padre nos dejó su autobiografía que llamó “Reflejos de mi vida” y que tuve el honor de corregir. Ahora entiendo que era natural la circulación de la palabra artística, que mi relación con la poesía se dio también así, de manera natural. Me crié en una ciudad pequeña, donde se podría decir que nos conocíamos todos o casi todos, con lo bueno y lo malo que esto tiene. Hay algo de verdad en eso de “pueblo chico, infierno grande”, aunque también hay un cielo enorme y mucho verde, que hace que el espíritu de una niña de pueblo, sea diferente, sea amplio y simple. Mis amigos de la infancia siguen siendo mis amigos, aquellos mismos niños con los que enfrentábamos el temor desde el jardín de infantes hasta la osadía o las locuras de juventud. Evoco a las bestias de hierro, durmiendo en las vías, donde jugábamos en sus lomos, en sus adentros, en las largas siestas. Siendo el mismo lugar en que luego nos reuníamos para escuchar bandas de rock. Los trenes: un elemento importante de mi poesía. Fui una niña curiosa y mis padres me apoyaban siempre, en cada desafío que emprendía: bailé folclore, estudié guitarra y canto. También fui a cerámica y formaba parte del club de niños pintores. Pero padecí una infancia asmática, de internaciones y temporadas de encierro por mi enfermedad: eso desarrolló más aún el interés por las lecturas. Siempre conservé una inclinación, se podría decir, melancólica, de una pasividad notoria, quizá por el asma, donde alimentaba la contemplación; me recuerdo sentada en la vereda, mirando las estrellas, imaginando seres de otros planetas, mientras mis amiguitos del barrio jugaban a las escondidas o a la mancha. A veces pensaba en ellos y sus mundos, trataba de ver más allá, de comprender sus comportamientos. Sus voces aún me vienen, como dictándome poemas. Mis roles en los juegos eran bastantes específicos: ideaba el escenario para jugar a la casa, o a las maestras, dirigía los concursos de baile, presentaba a los cantantes, organizaba la comparsa del barrio y la radio. Hasta habíamos armado una orquesta desastrosa que impedía la siesta de los mayores. Coordinaba lo que sucedería, digamos. Le daba a cada uno su papel, sin ser la líder, era naturalmente lo que me salía bien. Es evidente que puede ser un precedente a mis trabajos de gestión, organizadora de eventos y de producción artística. Los hechos que me marcaron siguen siendo fuente de inspiración para crear, para sacar de ellos lo que se pueda, desde las discusiones de mis padres hasta los accidentes que la vida va poniendo ante los ojos. Un momento doloroso fue uno en donde a mi hermana casi la mata el perro de un vecino, un dogo. De ahí surge “Cicatriz” (poema de mi libro publicado). Sin dudas, los temores tempranos, las muertes tempranas, calan hondo en cada uno de nosotros. Las muertes de mis abuelas fueron muy significativas. Cuando murió Teresa, mi abuela paterna, yo tenía doce años; tuve la necesidad de escribir una poesía en que la despedía y dejársela en el ataúd; eso fue muy comentado por familiares y amigos, tanto en relación a mi actitud como al escrito. Hay en “Tarde abedul” una poesía que se llama “Caracola”, que la invoca a ella, nuevamente. Cuando murió Rosa, mi abuela materna, yo tenía veintiséis años; con ese desgarro que trae la pérdida, escribí “Mamoushka” y tiempo después apareció “Aljibe”, otra poesía que de alguna forma la recuerda. También han muerto algunos amigos, muy jóvenes. Entre lágrimas escribí, a mis dieciocho años, una poesía dedicada a Sebastián, quien se había suicidado. O el poema en el que aparece la noche trágica donde muere otro amigo (“patito”, le decíamos) en un accidente. Y luego, en 2012, la muerte de mi padre, a mis treinta y tres años. Recién ahora pude escribirlo, hay algo del orden de una voz que está apareciendo a modo de charlas, voces masculinas y cercanas a lo que fue la vida de mi padre, se me imponen y yo las sigo. Es uno de los poemarios que sacaré próximamente: “Charlas con Cuchúa”. Tengo tres libros inéditos, anteriores a este trabajo, que ya veremos, están esperando.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7kFhfNywx6pzUHzLQaMBJKc2Ept4Mdyo0ufIqh7LdmWCEJFsQJCXOS3Y1nukXBBumhEhiFuJ49KUQcQM9qgp0nipV4rqn-kC2lIqf_OC34Buv0jkZFwSruPxaybTB3_1cyfkOVy5o09weaYvZFSOBemTuBmON6FXZTogAK-ruz7_rSj9q0jGAUeeBHw/s960/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%2023.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="540" data-original-width="960" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7kFhfNywx6pzUHzLQaMBJKc2Ept4Mdyo0ufIqh7LdmWCEJFsQJCXOS3Y1nukXBBumhEhiFuJ49KUQcQM9qgp0nipV4rqn-kC2lIqf_OC34Buv0jkZFwSruPxaybTB3_1cyfkOVy5o09weaYvZFSOBemTuBmON6FXZTogAK-ruz7_rSj9q0jGAUeeBHw/s320/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%2023.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">2 — ¿Y cómo se fue constituyendo la Alejandra lectora?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — De a poco, casi azarosamente, como suceden las cosas que nos van formando. Cada libro que terminamos son constelaciones futuras, puertas de entradas a nuevos mundos. He leído La Biblia ilustrada para niños, por ejemplo, o la colección de la revista “Anteojito” de los clásicos de la literatura universal: “La Ilíada”, “El Quijote de la Mancha”, Antonio Machado, José Martí. Aquellos universos a los que volví una y otra vez con diferentes lecturas. En la adolescencia circulé por los surrealistas, que me dejaban alucinada: Guillaume Apollinaire, Paul Eluard, André Breton, Antonin Artaud, los argentinos Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik, Enrique Molina. Después, por la literatura italiana de posguerra, como Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale. O el neorrealismo italiano con Cesare Pavese o Italo Calvino. También me acerqué al simbolismo con el gran Charles Baudelaire, o Stéphane Mallarmé, Arthur Rimbaud, Paul Verlaine. Hasta que llegó el tiempo de la vanguardia latinoamericana con César Vallejo a la cabeza o Vicente Huidobro, luego. Es como que una o un poeta va llamando al otro, otra y así. Violeta Parra, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni (me retrotraigo al recreo del colegio secundario, leyéndolas. La bibliotecaria de la escuela era la escritora Nilda Moráz; ella notó mi interés, me ayudó en la búsqueda, me animó. Le estaré eternamente agradecida.). Hasta que los poetas de nuestro litoral, como Juan L. Ortiz, Beatriz Vallejos, Francisco Madariaga, Estela Figueroa, Aldo Oliva, terminaron de constituir mi identidad poética. Creo que, además, mi sangre, mezcla de polacos, rusos, franceses y españoles, me ha permitido una amplitud de registros de lecturas y de intereses. También me ha instado a estudiar e intentar traducir a escritores como Joseph Brodsky, Wislawa Szymborska o Czeslaw Milosz. Como lectores nos vamos constituyendo permanentemente, siempre hay algo por descubrir, algo que nos está esperando y que, al conocerlo, nos hará diferentes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">3 — Leés de todo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Todo lo que puedo. Amo la filosofía y la historia. El género epistolar, las biografías y los diarios íntimos. Las revistas que me interesan, las colecciono; por ejemplo: “Sudestada”, “La Guacha”, “La Buhardilla”, “Diario de Poesía”, los suplementos de cultura de algunos periódicos, en fin, que también los guardo, me sirven como materiales de estudio para mis talleres literarios. Me entusiasman los poetas contemporáneos, porque, además, no en todos los casos, pero en su mayoría, hay un plus que es el de conocerlos, escuchar su voz y si el cosmos acompaña, conversar, tomar vino con ellos. Eso es lo más cercano al paraíso para mí (un paraíso borgeano, claro). Desde los más próximos, con los que comparto más el día a día, como Sonia Scarabelli, Vicky Lovell, Marta Ortiz o Leandro Llull, hasta aquellos compañeros estimados pero que viven más lejos, con los que intercambiamos correo; hoy la tecnología nos da esa posibilidad. Me estimulan los diálogos literarios con Franco Rivero, por ejemplo, o los audios de Whats App con amigos del exterior: como Gerardo Grande. Se aprende mucho, el intercambio, sea de la forma que sea, es un gran maestro. También me gusta hablar por teléfono fijo, con aquellos más renegados de la tecno y recibir aún por correo postal, los libros y las cartas de los poetas más románticos. Eso es muy bello. Vine a estudiar Psicología a Rosario en 1997 y entendí que éste sería mi lugar en el mundo, así que me quedé. A causa de esta carrera, creo que tengo una marcada inclinación de escucha psicoanalítica, aunque me he dado cuenta que esa agudeza de oído metafórico, viene de mucho antes, de la infancia. En lo que contribuyó mi paso por la facultad fue a aumentar la precisión y, claro, el bagaje de lecturas de cultura general, que despiertan para siempre, la curiosidad intelectual.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">4 — Tu lugar en el mundo: rosarina, entonces, por adopción.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Lo que me hace verla siempre con ojos de viajera, pero no con los de ciertos turistas, de esos pasatistas, sino de aquellos viajeros comprometidos y siempre atentos. A veces, necesito extrañarla un poco, así que me alejo unos días, viajo a otros destinos, para volver al encuentro cual amante fiel. Convivo con mi pareja, Gabriel, quien también escribe y es fotógrafo, y con mis perritos salchichas, Frida y León. Escribo desde los doce años y desde muy joven empecé a organizar diferentes encuentros en relación a lo literario en Rosario, donde encontré los espacios propicios para desarrollarme. Gracias al poeta Hugo Diz coordiné por primera vez un ciclo de lecturas: “Poesía en los Bares”, auspiciado por la Secretaría de Cultura y Educación de la ciudad de Rosario. Fue la puerta de entrada para seguir gestionando otros. Uno de ellos, “Poetas del Tercer Mundo”, por donde pasaron las primeras ediciones de las trasnoches del Festival Internacional de Poesía de Rosario (2010-2011). Al irme dando a conocer fui invitada a leer en distintos espacios literarios de esta ciudad y de localidades de otras provincias del país, así como también en Uruguay, Chile y Brasil. Y aunque no me fue posible concurrir, me invitaron a Colombia, Cuba, México y España. Me he formado con poetas como Concepción Bertone: el coordinado por ella fue mi primer taller de poesía. Con Sonia Scarabelli actualmente corrijo mis textos. Concurrí a clínicas de poesía presenciales que han dictado Damián Ríos, Diana Bellessi, Mario Ortiz, Irene Gruss, Osvaldo Bossi y Alicia Genovese, entre otros. Pero sobre todo me he formado y lo sigo haciendo, de manera autodidacta, con las lecturas de maestros que no tendré el gusto de conocer, y otros que tal vez pueda conocer algún día. Me pasaron cosas mágicas en relación a esto: te cuento: le acerqué un poema mío a Ernesto Cardenal, él me miró a los ojos y me tocó las manos mientras me decía: “Nunca abandones este oficio”. O cuando tuve la oportunidad de charlar con poetas como Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Diana Bellessi, Leopoldo “Teuco” Castilla, Circe Maia, Jorge Leonidas Escudero o Juan Gelman. Para mí eso no tiene precio, es de un valor incalculable, es ser una afortunada. El arte me atraviesa, no concibo la vida sin el arte. En la actualidad me formo en pintura y hago talleres de canto. Trabajo como directora y guionista de un documental sobre poetas rosarinos, soy la responsable de las lecturas mensuales en la Biblioteca Argentina de Rosario, invitando a poetas de todo el país. Y coordino mis propios talleres literarios. Podría decirte que soy una persona realizada, que amo hacer lo que hago y que no podría no hacerlo. A veces postergo mi obra, para darle lugar a la difusión de la obra de los otros, pero me siento plena en esa tarea. Me levanto cada día pensando en la creación artística y me acuesto dispuesta a soñar con ella, en cualquier área y en cualquier rol.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">5 — Psicología, psicoanálisis, agudeza de oído metafórico, precisión… Y poesía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Durante mucho tiempo pensé a estas dos pasiones por separado. Creía que no tenían relación y me planteaba esos problemas existenciales, en dónde poner el foco de atención, digamos. Sin embargo, luego lo entendí; la herramienta fundamental en ambas, es la palabra, el trabajo con la palabra. De allí la importancia del oído en el poema y en el diván. Antonio Machado decía algo muy bello en relación al silencio: “Para conocer es muy importante escuchar, y luego, seguir escuchando”. Creo en esto, que es un más allá de títulos o diplomas. Si se ejerce o no determinada profesión. Lo sabio es aprender y seguir aprendiendo, hagas lo que hagas en tu vida siempre hay algo que te será dado si estás atento y dispuesto. Además, poseo una paciencia constante, no tengo ningún apuro para nada (eso es muy exasperante para algunas personas); pero no me preocupa el paso del tiempo, o las carreras en ese sentido. Por lo tanto, no me preocupa editar desesperadamente; si en algún momento siento que se tiene que editar, lo hago y es una fiesta de verdad, no una obligación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">6 — Nos adelantaste sobre qué gira uno de tus próximos poemarios. ¿Y los otros tres?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Es difícil hablar sobre esto, porque los libros de poesía se van armando de manera misteriosa, de la misma manera que vemos nacer un poema. No tengo un tema específico a tratar. Son como piezas de un rompecabezas que van encajando hasta formar la imagen final, y cuando se logra verlo desde arriba, en su totalidad, aparece el sentido o el nombre que puede invocar algo del orden del sentido. En “Rapsodia de los descontentos”, que es el más antiguo cronológicamente, hay un tono grave, es como una música dolorida, son poemas escritos en un momento muy duro de mi vida. Tienen así, algunas referencias a la realidad individual que es al mismo tiempo una realidad social. Pero manteniendo algo de la voz de “Tarde abedul”. Luego vino “Cantos repentinos”, donde pienso y celebro a las mujeres de mi vida. El tono aquí es más armónico y espontáneo. Hay una alegría que se adhiere a la reflexión, como cuando se va silbando por las mañanas. Y con “El gusano en la tanza y otros desvelos” (título provisorio) aparecen pensamientos más extendidos, algo así como trazos de incesantes movimientos en contradicción; es más filosófico, si se quiere, y hay una búsqueda de expansión de los versos, se alargan, la respiración es otra. Y de alguna manera, va dando lugar a la voz que está apareciendo en ese último libro que te comentaba que estoy terminando.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjMW9Rj0JYUi49jtYSL_0rvDbF8vcFTklc9udKSu6xdcIDEyKlK8s-TcYfMwglwCyKMz0hT8Pfmlsa-zz89Yo9b9empojO49d-0uRbGPqM2MNrwE2hQ-XPsKtrwGoMysB5-RKZq4LOYzz08F4qs4QjYtVmcEhdegVo3uYOtkg2sYXMWLD30Hj61xePug/s960/Libro%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%201%20-%20Tarde%20abedul.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="960" data-original-width="678" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjMW9Rj0JYUi49jtYSL_0rvDbF8vcFTklc9udKSu6xdcIDEyKlK8s-TcYfMwglwCyKMz0hT8Pfmlsa-zz89Yo9b9empojO49d-0uRbGPqM2MNrwE2hQ-XPsKtrwGoMysB5-RKZq4LOYzz08F4qs4QjYtVmcEhdegVo3uYOtkg2sYXMWLD30Hj61xePug/s320/Libro%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%201%20-%20Tarde%20abedul.jpg" width="226" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;">7 — Guionista y directora de un documental sobre poetas rosarinos. Así, rosarinos: ¿no, santafesinos?...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Sí, rosarinos. En Rosario hay una vastedad de voces y estéticas que han sido formadores de nuevas voces y estéticas. Hay tradición, hay escuelas. Además, cuando se piensa en estos proyectos, se piensa en lo que no hay, en lo que está faltando; y el registro audiovisual en el momento en que nos surgió la idea, brillaba por su ausencia. Sería interesante, por supuesto, extenderse a Santa Fe o a la región del litoral, pero, en primer lugar, el concepto es otro, y, en segundo lugar, en este tipo de trabajos de producción independiente, se complica si no hay suficientes recursos. De hecho, se interrumpió un tiempo, ahora estamos retomando las actividades fílmicas y de edición, para ir dándole forma lentamente: en algún momento verán la luz.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">8 — ¿Leíste públicamente tu poesía en San Cristóbal?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Sí, por primera vez en 2016, en el marco del Ciclo “Historias de Poetas Santafesinos”, organizado por Yamil Dora. Fue una gran emoción volver a mi pueblo, a la Biblioteca San Martín. Ver en el público a mis amigos, a mis familiares y a mis primeras maestras, a la profe de lengua y literatura del secundario y a casi todos los poetas de mi pueblo (de quienes aprendí mucho). Me sentí acompañada, celebrada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">9 — ¿Dónde fue tu encuentro con el pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010)?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — En Rosario, en el marco del Festival Internacional de Poesía de Rosario, en 2008. Yo estaba por esos tiempos trabajando en el stand de la Editorial Ciudad Gótica. Y lo escuchaba por primera vez. Cuando se acercó a la feria de editoriales, lo saludé, le expresé mi admiración y mi cariño, le acerqué su “Herejía bermeja”, lo firmó y charlamos un rato. Le comenté que también escribía, así que hablamos de eso, de la pasión en común, y me dijo frases hermosas que guardé en mi diario.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">10 — José Tcherkaski puntualizó en su libro “Rebeldes exquisitos” (Inteatro, editorial del Instituto Nacional del Teatro, Buenos Aires, 2009), que con Alberto Ure (1940-2017) “aprendí a entreleer los textos. A desconfiar de las palabras.” ¿Desconfiás de las palabras?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — No, yo no desconfío de las palabras, desconfío del uso de las palabras, en todo caso. Siempre el texto tiene su intertexto. Estoy de acuerdo con que hay que aprender a leer en entrelíneas, de otro modo no sería posible la poesía. Pero ¿desconfiar de las palabras? No, las palabras son maravillosas, cada una con su peso, con su textura, con su acento, su ritmo, su historia, sus contextos, sus destinos, sus bagajes, sus devenires. Eso sí, hay que adentrarse en ellas, estudiarlas, conocerlas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">11 — ¿Qué autores del género narrativo te resultan paradigmáticos, y por qué?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Hay muchos. Un paradigma, para mí, es Virginia Woolf, de impresionante sensibilidad; expone sus ideas de avanzada para su época, con una fuerza desgarrada y desgarradora. Otro paradigma indiscutible es James Joyce, por su revolución absoluta en la lengua. No sólo por sus escenarios o sus procedimientos, sino también por su mirada singular del ser humano. Nunca más se puede ser la misma, luego de su lectura. Doris Lessing, con su gran capacidad de trasmitir de manera exquisita, y desde la experiencia autobiográfica, sus pensamientos pacifistas, feministas, comunistas. Volver a su lectura, resulta necesario siempre. Y Samuel Beckett. Se puede hablar tanto de este talentoso de originales formas, donde el mundo es mirado desde un nihilismo existencialista que me rompió la cabeza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjErM-jXP3quJgufUESoj70uYT7WOPRpoyX872sixcQdwQQQ8f9aMwt7_FosruYJKe-peZRDFzf6JdSC9GHj9GcTDNBEEM_L2MLJhQXQ57lpuYUw1vDOyA_SagdZlWRVf_4DiBf-XqgG0yLBkOlEUTWBq5nJCjnCRHZiTkMhn8kjiqOnZwWZKmxEWmsuw/s960/Libro%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%202%20-%20Tarde%20abedul%20(tapa%20y%20contratapa).jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="673" data-original-width="960" height="224" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjErM-jXP3quJgufUESoj70uYT7WOPRpoyX872sixcQdwQQQ8f9aMwt7_FosruYJKe-peZRDFzf6JdSC9GHj9GcTDNBEEM_L2MLJhQXQ57lpuYUw1vDOyA_SagdZlWRVf_4DiBf-XqgG0yLBkOlEUTWBq5nJCjnCRHZiTkMhn8kjiqOnZwWZKmxEWmsuw/s320/Libro%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%202%20-%20Tarde%20abedul%20(tapa%20y%20contratapa).jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">12 — ¿“Consagrar la vida”, “Embargarse por la emoción”, “Ser un predestinado”, “Salvar el pellejo” o “Poner el hombro”?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Yo diría más que embargarse, embarcarse en la emoción y en el intelecto; agregaría, que indefectiblemente es poner el hombro, a veces más hacia un lado, a veces más hacia el otro, y a veces se conjugan varias aristas armónicamente. Nadie se salva el pellejo con nada, y creer en lo predestinado es un pensamiento mágico que no compro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">13 — ¿Te “pesan”, te “han pesado” tus referentes poéticos en la concepción de tu obra?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — No, al contrario, eran, son y serán el alimento del que me nutro. Claro que los excesos son delicados y constantemente hay que trabajar en ello. Los maestros son muchos y siempre se puede aprender de los compañeros.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">14 — Transcribo una frase del editorial del nº 8, 2005, de la Revista de Poesía “La Guillotina”, de Buenos Aires: “Trabajar por la poesía es una ardua y no pocas veces ingrata tarea: que lo digan si no los coordinadores de cafés literarios.” ¿Con cuáles aspectos ingratos te fuiste topando?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Ardua, sí, ingrata no, al menos para mí; de haber resultado una ingrata tarea, hubiera preferido no hacerla, ya que nadie me obligó. Los aspectos más ingratos con los que una puede toparse son aquellos con los que podés chocarte haciendo lo que hagas en la vida. En la organización de eventos literarios: lidiar con los egos, las personalidades, los problemas de cartel (como las vedettes), ciertos conflictos humanos, nada de otro mundo. Después, tenemos las cuestiones económicas, políticas e institucionales: depende de dónde se realicen las actividades. Siempre se está negociando, pidiendo, esperando cosas para mejorar los espacios en la cultura y tal vez nunca llegan: eso sí es ingrato. Con el tiempo se empieza a entender el juego y vas surfeando un poco mejor esas olas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">15 — ¿Tendrás algún episodio desopilante o desconcertante del que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Sí, puedo tener unos cuantos episodios, y de todo tipo, de los que he sido protagonista o testigo. Pero, justamente, una de las cualidades que debe tener una gestora cultural, es el cuidado a sus invitados. Trato de ser lo más discreta posible, por lo tanto, no los contaré. En cuanto a la producción cultural, por ejemplo, algo feo que me pasó y que a varios compañeros míos les ha pasado, es que te roban los proyectos: vos vas con tu carpetita, haciendo todo lo que se debe hacer, y pensando que te van a dar una mano, que les interesa sumar, y en realidad lo cajonean y después un día, si están faltos de ideas: voilà! Lo hacen suyo y le ponen el sellito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">16 — ¿Implementás un determinado método de corrección de tus textos o han ido variando?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Los métodos van cambiando, así como nosotros, como nuestras poesías. Acepto las críticas, escucho sugerencias y después tomo decisiones. Podo bastante los textos, pero igual, aquellos a los que no les encuentro la vuelta, que no me convencen, los dejo reposar, el tiempo que necesiten, tal vez meses o años, no los apuro ni los fuerzo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">17 — “Los cuatro fantásticos” es el título de una película estadounidense dirigida por Josh Trank. ¿A qué cuatro personalidades revolucionarias en algún sentido les cabría semejante calificación, y por qué?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Qué difícil, porque respeto mucho a la revolución; para mí, revolucionarios son Juana Azurduy, el Subcomandante Marcos, Camilo Cienfuegos, Rosa Luxemburgo, José Martí, Adelita [Adela Velarde Pérez, 1900-1971], el Che Guevara, Emma Goldman. También desde otra connotación de la palabra, puedo ubicar ahí a Mijaíl Bakunin, Sigmund Freud, Karl Marx, Pablo Picasso, en fin, personalidades que rompieron con lo establecido, que se animaron a decir y hacer otra cosa. Si tengo que pensar en los que revolucionaron en la poesía y en mí, desde la poesía, me vienen a la cabeza: Vicente Huidobro, Delmira Agustini, César Vallejo y Alfonsina Storni. Todos de sentir en alto vuelo, todos latinoamericanos, todos idealistas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">18 — De las siguientes citas, ¿con cuál o cuáles (más) te quedás?: Roberto Juarroz (1925-1995): “La poesía es el último recurso contra la incomunicación, pero también frente a los excesos y las deformaciones de la comunicación.” María Zambrano (1904-1991): “...he tenido el proyecto de buscar los lugares decisivos del pensamiento filosófico, encontrando que la mayor parte de ellos eran revelaciones poéticas. Y al encontrar y consumirme en los lugares decisivos de la poesía me encontraba con la filosofía.” Gaston Bachelard (1884-1962): “La imagen, en su simplicidad, no necesita un saber. Es propiedad de una conciencia ingenua. La imagen es antes que el pensamiento. En los poemas se manifiestan fuerzas que no pasan por los circuitos de un saber. En poesía, el no-saber es una condición primera.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AMB — Elijo la de María Zambrano. Sintetiza, de algún modo, a las otras dos citas. Ella, en “Filosofía y poesía”, cuando se pregunta por el nacer del pensamiento y habla de la admiración, y de ahí llega a la multiplicidad del desprendimiento de las maravillas que se generan en torno a la existencia, dice que al igual que la vida, esa admiración es infinita, insaciable. Así entendemos cómo el “Mito de la caverna” origina tanto a la filosofía como a la poesía, por un elemento central: La revelación. Y le da una vuelta más en torno a la poesía; afirma que en ese primer momento de asombro (del pensamiento), no hay dudas de que en el poeta se prolonga, pero no es que no pueda salir de ahí: “La poesía tiene también su vuelo; tiene también su unidad, su trasmundo. De no tener vuelo el poeta, no habría poesía, no habría palabra. Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también, una liberación de quien la dice.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Alejandra Méndez Bujonok selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Caracola</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tenían quietudes azules/ sus ojos</div><div style="text-align: justify;">Cantábrica profundidad/ marítima su alma</div><div style="text-align: justify;">Inaccesa/ toda alma todo cielo toda vida/</div><div style="text-align: justify;">Caracola en movimiento.</div><div style="text-align: justify;">Tenían la ductilidad de los vientos/ sus vientos.</div><div style="text-align: justify;">Me miraba su historia – abuela – como queriendo</div><div style="text-align: justify;">Salirse de usted.</div><div style="text-align: justify;">De niña entendí/ solo viéndola mirar/ que todo</div><div style="text-align: justify;">Es un acantilado lejano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Tarde abedul”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy la sombra se desliza con la fresca,</div><div style="text-align: justify;">es mediodía y un círculo imperfecto</div><div style="text-align: justify;">brota ante mí sobre la mesa</div><div style="text-align: justify;">a través de las ramas del naranjo</div><div style="text-align: justify;">y rezo desde el silencio:</div><div style="text-align: justify;">luz del día, oye a tu hijo</div><div style="text-align: justify;">que escapa del descontento.</div><div style="text-align: justify;">Ella viene con su ramito de tomillo</div><div style="text-align: justify;">mezclando los aires al pasar</div><div style="text-align: justify;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjw7sOmFO9iaN2BCBOSzseDVoaliCVZJw2Dj0_Eum4H4XQJgVG0r4lCYW6AvWn7tYISGHCO28axMCDa6-cugSxy4kaeZjcLXvzSpPj_5x16IFcAUxeWgW9IkIOUT73kXuu6irnQHjhDvsvQKjaNaIfO7HHBqXvPzOqq09jdBHgxL3NwhudFdqtMH9K2Ng/s665/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%202.jpg" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="499" data-original-width="665" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjw7sOmFO9iaN2BCBOSzseDVoaliCVZJw2Dj0_Eum4H4XQJgVG0r4lCYW6AvWn7tYISGHCO28axMCDa6-cugSxy4kaeZjcLXvzSpPj_5x16IFcAUxeWgW9IkIOUT73kXuu6irnQHjhDvsvQKjaNaIfO7HHBqXvPzOqq09jdBHgxL3NwhudFdqtMH9K2Ng/s320/Alejandra%20M%C3%A9ndez%20Bujonok%202.jpg" width="320" /></a>los olores que respiro,</div><div style="text-align: justify;">su ser en forma,</div><div style="text-align: justify;">viene y me toca su perfume</div><div style="text-align: justify;">en breve instante el alma.</div><div style="text-align: justify;">Me dejo dormir en el lomo del árbol conocido.</div><div style="text-align: justify;">Hay una confianza desigual en la siesta,</div><div style="text-align: justify;">todo parece entrar en este tiempo sin tiempo,</div><div style="text-align: justify;">en esta especie de agujero sin fondo.</div><div style="text-align: justify;">El que estuvo preso sabe que la cárcel</div><div style="text-align: justify;">existe primero en nosotros.</div><div style="text-align: justify;">Las paredes pueden ser fronteras</div><div style="text-align: justify;">o mares o costas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(del poemario inédito “Charlas con Cuchúa”)</div></span><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Te pregunto por la memoria,</div><div style="text-align: justify;">¡qué extraño gato zigzagueante!</div><div style="text-align: justify;">Decime cómo veías vos nuestras cosas,</div><div style="text-align: justify;">pequeñas o grandes cosas, eso depende.</div><div style="text-align: justify;">¿Recordás la tarde que matamos al bayo</div><div style="text-align: justify;">por pura picardía nomás? Me persigue todavía.</div><div style="text-align: justify;">Pienso al trote en su caída, su pelaje, su temple,</div><div style="text-align: justify;">el porte, el pecho de ancho río.</div><div style="text-align: justify;">Ahí su centro, su gravedad, su brillo extremo.</div><div style="text-align: justify;">Yo amaba acariciarle el anca.</div><div style="text-align: justify;">Dicen que para cinchar un ancla del Titanic</div><div style="text-align: justify;">llevaron 20 shire. ¡Qué animalidad,</div><div style="text-align: justify;">esa fuerza delantera y esa cosa sobre el mar!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(del poemario inédito “Charlas con Cuchúa”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Parecía de otro mundo el recuerdo.</div><div style="text-align: justify;">Nos vestíamos y andábamos por la quinta,</div><div style="text-align: justify;">por la escuela, rodeados de más niños de ese otro mundo,</div><div style="text-align: justify;">de sus campos o sus caballos crecientes de luna llena.</div><div style="text-align: justify;">El bayo cayó al pozo como si fuera un rollo de seda.</div><div style="text-align: justify;">Él murió con el sabio don del país que entiende su devenir.</div><div style="text-align: justify;">Sus ojos nos miraban ya desde otro lugar</div><div style="text-align: justify;">consolándonos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(del poemario inédito “Charlas con Cuchúa”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entrevista realizada a través del correo electrónico por <b>Rolando Revagliatti.</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-11102471279117641452022-06-04T13:18:00.004-03:002022-06-04T13:18:57.538-03:00PEDRO ORGAMBIDE: EL SALUDO<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Ha sido una gran función la de esta noche. Los espectadores aplauden de pie y esperan el saludo de La Diva. Pero ella no sale aún. Algún crítico mal intencionado piensa que La Diva se hace rogar, que administra, con astucia, el fervor del público. Puede que sea así, pero yo no soy nadie para revelar esos secretos. Mi patrona, que otros llaman la Diva, sabe muy bien que no lo haré. En todos estos años que estuve a su servicio, nadie obtuvo de mí una infidencia, un comentario que pudiera afectar a la señora. Al contrario, muchas veces hice un discreto mutis, por decir así, para ocultar o disimular una situación embarazosa. “Esta mosquita muerta lo ve todo, lo sabe todo”, suele decir mi patrona. Y es así, realmente: he visto cosas por las que pagarían buen dinero esas revistas de chismes en las que a veces sale la foto de la señora, acompañada por el caballero o el jovencito de turno. Sólo yo sé que esas minucias poco tienen que ver con ella. A ella, lo que en verdad le importa es el aplauso del público. No, no sale todavía. Ella no es como esas jovencitas, como esas actrices novatas que apenas cae el telón, corren desbocadas hasta el proscenio, para mendigar el aplauso. De ningún modo. Ella suele esperar entre bambalinas, dejar que el aplauso crezca en forma considerable, antes de caminar hacia la gente que le arroja flores y la llama diosa. Sólo entonces mueve levemente la cabeza, como negando el mérito a la estruendosa realidad. Con modestia, debe admitir que el éxito es suyo. Puede permitirse entonces una sonrisa, un ademán gracioso, algún saltito que insinúa un deseo de regresar al camarín. Pero el público es tirano, el público exige otro saludo. Y bien, no hay que negárselo. Es entonces cuando La Diva arroja un beso al aire. El público se agita, grita, patalea. Entonces ella lleva su mano al pecho, hacia el corazón y llora. “un momento así vale la pena”, le oí decir muchas veces a mi patrona. Por ese momento, ella pasa horas haciendo gimnasia, pedaleando en la bicicleta fija, cubriéndose la cara con horribles mascarillas y cosméticos. Pero eso el público no lo sabe, es un secreto entre ella y yo. Nunca diré que vi su rostro envejecido, sus arrugas, el tic que afea su boca. No, no lo haré. Tampoco diré que se babea por las noches, que tose en la oscuridad y maldice su suerte. No quiero llevar agua al molino de sus enemigos, Dios no lo permita. Pero hay que reconocer que no siempre saluda con dignidad. Yo la he visto empujar al primer actor de la compañía, para que trastabille delante de los espectadores. También he visto como “tapaba” a la dama joven, poniéndose delante de la muchacha, como distraída. No, no me engaño. Así no saludan los grandes del teatro. Ellos saludan muy sobrios, con la ostentosa dignidad de parecer humildes. Pero yo no soy quién para juzgarla. En estos años la vi luchar por el aplauso, firmar contratos abusivos, soportar los chistes de ignotos productores, sólo para obtener ese premio que necesita como el aire. Porque después de meses de ensayo, de debatirse frente al espejo, de abandonar a su último amante, de aprender un texto que en realidad detesta, ella va a salir a saludar al público. Y la van a aplaudir. Y eso es lo único que importa. Ella quedará suspendida en el tiempo, oyendo el aplauso, las voces que repiten su nombre. Lástima que hoy no será así. Lástima su mal trato, la fea costumbre de insultarme. Aunque yo se lo había perdonado todo, en verdad. Porque yo la admiraba, igual que esa gente que ahora implora su presencia en el escenario, esas mujeres y esos hombres de pie, ansiosos, impacientes por ver a La Diva. Lástima. Porque ella no debió levantarme la mano, ni decirme bruta, ignorante, ladrona. No, eso estuvo mal. Si me puse el vestido de marquesa, el que ella usa en la obra, fue solo para imitarla, sin mala intención. Es lo que hice durante todas las noches, cuando ella se cambiaba y se ponía la bata de seda, para saludar y recibir los aplausos. No sabía que se iba a enojar tanto. Pero, ¿por qué me amenazó con esa tijera que ahora está clavada en su corazón? Con el vestido de marquesa y el antifaz ya soy igual a ella. Oigo el rumor de los aplausos. Es algo verdaderamente hermoso. Es hora de salir, de saludar al público. Ellos están allí, llamándome, gritándome divina, diosa. Hago una reverencia, arrojo un beso al aire y los saludo, fatigada y feliz.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://3.bp.blogspot.com/-NME6W9vOfMw/WFCJKV55puI/AAAAAAAADuA/SJSUwQAZPUoy5lB1dXL0NQmSupFmZGTBACLcB/s1600/orgambide.jpg"><img border="0" src="https://3.bp.blogspot.com/-NME6W9vOfMw/WFCJKV55puI/AAAAAAAADuA/SJSUwQAZPUoy5lB1dXL0NQmSupFmZGTBACLcB/s1600/orgambide.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Pedro Orgambide</b></div></span><div class="post-body entry-content" id="post-body-8251829185151350461" itemprop="description articleBody" style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-family: Georgia, Utopia, "Palatino Linotype", Palatino, serif; font-size: 16px; line-height: 1.4; position: relative; width: 776px;"><span style="font-family: arial, helvetica, sans-serif; font-size: x-small;"></span></div>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-70955621917991109092022-06-04T13:18:00.003-03:002022-06-04T13:18:41.856-03:00JOSÉ B. ADOLPH: NOSOTROS NO<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Aquella tarde, cuando tintinearon las campanillas de los teletipos y fue repartida la noticia como un milagro, los hombres de todas las latitudes se confundieron en un solo grito de triunfo. Tal como había sido predicho doscientos años antes, finalmente el hombre había conquistado la inmortalidad en 2168.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos los altavoces del mundo, todos los transmisores de imágenes, todos los boletines destacaron esta gran revolución biológica. También yo me alegré, naturalmente, en un primer instante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¡Cuánto habíamos esperado este día!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una sola inyección, de cien centímetros cúbicos, era todo lo que hacía falta para no morir jamás. Una sola inyección, aplicada cada cien años, garantizaba que ningún cuerpo humano se descompondría nunca. Desde ese día, solo un accidente podría acabar con una vida humana. Adiós a la enfermedad, a la senectud, a la muerte por desfallecimiento orgánico.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una sola inyección, cada cien años.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hasta que vino la segunda noticia, complementaria de la primera. La inyección solo surtiría efecto entre los menores de veinte años. Ningún ser humano que hubiera traspasado la edad del crecimiento podría detener su descomposición interna a tiempo. Solo los jóvenes serían inmortales. El gobierno federal se aprestaba ya a organizar el envío, reparto y aplicación de la dosis a todos los niños y adolescentes de la tierra. Los compartimentos de medicina de los cohetes llevarían las ampolletas a las más lejanas colonias terrestres del espacio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos serían inmortales.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Menos nosotros, los mayores, los formados, en cuyo organismo la semilla de la muerte estaba ya definitivamente implantada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos los muchachos sobrevivirían para siempre. Serían inmortales, y de hecho animales de otra especie. Ya no seres humanos; su psicología, su visión, su perspectiva, eran radicalmente diferentes a las nuestras. Todos serían inmortales. Dueños del universo para siempre. Libres. Fecundos. Dioses.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nosotros, no. Nosotros, los hombres y mujeres de más de 20 años, éramos la última generación mortal. Éramos la despedida, el adiós, el pañuelo de huesos y sangre que ondeaba, por última vez, sobre la faz de la tierra.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nosotros, no. Marginados de pronto, como los últimos abuelos de pronto nos habíamos convertido en habitantes de un asilo para ancianos, confusos conejos asustados entre una raza de titanes. Estos jóvenes, súbitamente, comenzaban a ser nuestros verdugos sin proponérselo. Ya no éramos sus padres. Desde ese día éramos otra cosa; una cosa repulsiva y enferma, ilógica y monstruosa. Éramos Los Que Morirían. Aquellos Que Esperaban la Muerte. Ellos derramarían lágrimas, ocultando su desprecio, mezclándolo con su alegría. Con esa alegría ingenua con la cual expresaban su certeza de que ahora, ahora sí, todo tendría que ir bien.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nosotros solo esperábamos. Los veríamos crecer, hacerse hermosos, continuar jóvenes y prepararse para la segunda inyección, una ceremonia -que nosotros ya no veríamos- cuyo carácter religioso se haría evidente. Ellos no se encontrarían jamás con Dios. El último cargamento de almas rumbo al más allá, era el nuestro. ¡Ahora cuánto nos costaría dejar la tierra! ¡Cómo nos iría carcomiendo una dolorosa envidia! ¡Cuántas ganas de asesinar nos llenaría el alma, desde hoy y hasta el día de nuestra muerte!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hasta ayer. Cuando el primer chico de quince años, con su inyección en el organismo, decidió suicidarse. Cuando llegó esa noticia, nosotros, los mortales, comenzamos recientemente a amar y a comprender a los inmortales.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Porque ellos son unos pobres renacuajos condenados a prisión perpetua en el verdoso estanque de la vida. Perpetua. Eterna. Y empezamos a sospechar que dentro de 99 años, el día de la segunda inyección, la policía saldrá a buscar a miles de inmortales para imponérsela.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y la tercera inyección, y la cuarta, y el quinto siglo, y el sexto; cada vez menos voluntarios, cada vez más niños eternos que implorarán la evasión, el final, el rescate. Será horrenda la cacería. Serán perpetuos miserables.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nosotros, no.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-SeR96Eone1s/WA6Oy6dTe6I/AAAAAAAADkc/O_3GAzG3Rio_G9bgKmQLWKvErLoZUGl0QCLcB/s1600/adolph1.jpg"><img border="0" height="200" src="https://1.bp.blogspot.com/-SeR96Eone1s/WA6Oy6dTe6I/AAAAAAAADkc/O_3GAzG3Rio_G9bgKmQLWKvErLoZUGl0QCLcB/w143-h200/adolph1.jpg" width="143" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>José B. Adolph</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-29520600053736665992022-06-04T13:18:00.002-03:002022-06-04T13:18:29.414-03:00JAMES THURBER: LA ÚLTIMA FLOR<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">La duodécima guerra mundial, como todo el mundo sabe, trajo el hundimiento de la civilización. Pueblos, ciudades y capitales desaparecieron de la faz de la tierra. Hombres, mujeres y niños quedaron situados debajo de las especies más ínfimas. Libros, pinturas y música desaparecieron, y las personas sólo sabían sentarse, inactivos, en círculos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasaron años y más años. Los chicos y las chicas crecieron mirándose estúpidamente extrañados: el amor había huido de la tierra. Un día, una chica que no había visto nunca una flor, se encontró con la última flor que nacía en este mundo. Y corrió a decir a las gentes que se moría la última flor. Sólo un chico le hizo caso, un chico al que encontró por casualidad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El chico y la chica se encargaron, los dos, de cuidar la flor. Y la flor comenzó a revivir. Un día una abeja vino a visitar a la flor. Después vino un colibrí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pronto fueron dos flores; después cuatro… y después muchas, muchas. Los bosques y selvas reverdecieron. Y la chica comenzó a preocuparse de su figura y el chico descubrió que le gustaba acariciarla. El amor había vuelto al mundo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sus hijos fueron creciendo sanos y fuertes y aprendieron a reír y a correr.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Poniendo piedra sobre piedra, el chico descubrió que podrían hacer un refugio. Muy deprisa toda la gente se puso a hacer casas. Pueblos, ciudades y capitales surgieron en la tierra. De nuevo los cantos volvieron a extenderse por todo el mundo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se volvieron a ver trovadores y juglares, sastres y zapateros, pintores y poetas, soldados, lugartenientes y capitanes, generales, mariscales y libertadores. La gente escogía vivir aquí o allí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero entonces, los que vivían en los valles se lamentaban por no haber elegido las montañas. Y a los que habían escogido las montañas, les apenaba no vivir en los valles…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Invocando a Dios, los libertadores enardecían ese descontento. Y enseguida el mundo estuvo nuevamente en guerra. Esta vez la destrucción fue tan completa que nada sobrevivió en el mundo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sólo quedó un hombre… una mujer… y una flor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-Mmx9QeBOZaA/WAbOjRP_YCI/AAAAAAAADi0/nbbHjuci_xUwl_GbPd8cLnF9ZO7rx_fUQCLcB/s1600/James%2BThurber.jpg"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-Mmx9QeBOZaA/WAbOjRP_YCI/AAAAAAAADi0/nbbHjuci_xUwl_GbPd8cLnF9ZO7rx_fUQCLcB/s200/James%2BThurber.jpg" /></a><b>James Thurber</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-58197227627284724822022-06-04T13:17:00.001-03:002022-06-04T13:17:49.267-03:00DAMIÁN HUERGO: MI ABUELO, PAPÁ Y YO NOS HEMOS QUERIDO EN SILENCIO<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Hay que llevar botas largas, dijo mi abuelo. Botas largas y de cuero. De cuero fuerte, subrayó con una voz carrasposa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una voz que arrancaba trémula y se endurecía a medida que sumaba palabras. Los tobillos no tienen que quedar libres, continuó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tampoco los tenemos que cubrir con medias finitas, de esas que usan ahora los maricones. El pasto está alto. Hasta las rodillas nos llega. Yo había dejado dos cabritas, pero con el hambre que hay se ve que fueron a parar a alguna parrilla. Tenemos que ir con cuidado. Lo que no se puede ver lo tenemos que escuchar. Se mueven despacio, aunque los mordiscos los dan rápido. Son bravas. Ayer vi una del tamaño de un brazo, dijo acomodándose en el sillón marrón.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me pasó entre las piernas. Yo me quedé quieto como un árbol.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo que me falta, a esta altura, es que me mate una víbora.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo me miró y torció la boca debajo de los bigotes de la barba negra y canosa. Apenas movió los labios. Fue una sonrisa pequeña, de esas que se hacen cuando jugás al póker. Una especie de engaño confesamente artificia l, que expone la ambigüedad que, de tan tramposa y espontánea, parece cierta. Luego mi viejo apoyó las manos en las piernas de mi abuelo que ya no servían para mantenerlo en pie. Mirándolo a los ojos, dijo: vamos a tener que ir, entonces.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hacía al menos un mes que mi abuelo venía contando esa historia. Apenas entrábamos a su casa, mi abuela nos advertía “otra vez se despertó hablando de los campos y las víboras”. Lo escuchábamos contar los sueños como si hablara de su jornada laboral. Decía que en total eran más de diez hectáreas. Decía que las había comprado por dos mangos durante el rodrigazo. Decía que le hubiese gustado armar una ladrillera. Decía que nunca había pagado un impuesto. Decía que no tenía ningún título de propiedad. Decía que no quedaban lejos. Decía que estaban en la provincia de Buenos Aires. Decía que eran suyas. Decía que quería que sean nuestras.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me cuesta recordar en qué período del Alzheimer fue que empezó con el tema de los campos. En total estuvo diez años enfermo, desde que terminé la primaria hasta cuando me fui a estudiar a La Plata. Yo lo visitaba todos los días, de lunes a viernes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo, que vivía en otra casa, con puntualidad suiza me pasaba a buscar a las cinco de la tarde por el club, la casa de mis primos, las canchitas de la iglesia o por donde estuviera. Me subía al auto en el asiento del acompañante y salíamos derecho para lo de mis abuelos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La casa donde mi viejo nació, se crió y vio envejecer a sus padres es lo más parecido a un hogar que compartí con él. Era una zona neutra y familiar donde armamos una cotidianidad propia; diferente a las intimidades ensambladas en que derivó el boom de los divorcios alfonsinistas. En ese entonces, él vivía con su mujer, las hijas de ella y mis dos hermanos menores, con los que –en ese momento– sólo compartíamos padre. Yo vivía con mi hermana, mi vieja, las temporadas intermitentes de su novio y las pesadillas continuas y adictivas de mi hermano mayor. Escombros de familias tipos que se reciclaban para construir los modelos familiares de la postmodernidad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la puerta de la casa de mis abuelos, un sábado a la mañana del primer otoño del nuevo siglo, mi viejo estacionó el Ford 14000 verde que usaba para trabajar. Lo habíamos decidido la noche anterior, después de que mi abuelo volviera a insistir con los campos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cargamos tres pares de botas altas y duras, dos machetes collins, una pasta frola de membrillo que preparó mi abuela y el equipo de mates. En la parte de atrás del camión había un volquete vacío y abollado. Sobre un fondo rojo descascarado, en letras blancas se leía “Volquetes Huergo & hijos”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo agarró a mi abuelo por debajo de los brazos y, mientras yo le sostenía las piernas de papel, dijo: vamos papi, a la cuenta de uno, dos y tresss. En dos movimientos lo apoyamos en la punta del asiento triple del Ford. Yo entré por el lado del conductor y me senté en el medio, rozando con las rodillas la palanca de cambio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo le dio un beso a mi abuela, que seguía de pie en la vereda, y subió al camión. La puerta de chapa hizo un golpe secó cuando la cerró –con fuerza– para que no quede entreabierta. Mi abuelo bajó la ventanilla y sacó la mano. Hizo un movimiento. A la distancia podía leerse como un saludo o como una indicación a mi abuela para que fuera hacia adentro. Mi viejo puso primera. Mirando hacia adelante, dijo: para donde vos digas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi abuelo nació en Logroño, España. Como tantos, vino a la Argentina antes de aprender a caminar. Su familia era un hermano, su madre y su padre. Del resto nunca supimos. Su pasado parecía no haber existido. Las pocas palabras que soltaba eran para hablar del día a día y del acopio para el mañana.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Algunos decían que vinieron a Argentina porque su madre estaba loca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Otros decían que su padre era un desertor de la Guerra Civil. Otros decían que nunca se tendría que haber ido de España donde con su madre volvían cada vez que ahorraban para pagar el barco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sin embargo, de ese palabrerío no hay nada cierto o, mejor dicho, nada que se pueda afirmar. La vida de mi abuelo, el relato que nos contaron, empezó cuando pudo comprar el primer camión volcador. Sus viajes desde Longchamps al Mercado del Abasto para llevar sandías de su cosecha; los madrugonazos en el puerto para cargar arena; su ayuda con los materiales para levantar las primeras casas de Glew; su rutina laboral de domingo a domingo fueron nuestros cuentos de hadas. También los que escuchó mi viejo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A los dieciocho años, luego de dos temporadas en el infierno de la colimba pre setenta y seis , mi abuelo le prestó a mi viejo la plata para comprar su propio camión. A la misma edad, una tarde que me pasó a buscar por el campo de deportes de camioneros, donde entrenaba con la séptima de Los Andes, le dije que me había anotado en la Universidad para estudiar Letras. No me dijo qué es eso, para qué sirve o de qué vas a vivir. Tampoco me dijo que le hubiese gustado que agarrara el volante de los volquetes ni que –si seguía estudiando– probara algo con más salida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sólo me felicitó. Y, como si supiera de formalismo ruso o de postestructuralismo, me dijo “vas a tener que leer un montón”. Tres años después cambié de carrera y de ciudad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasé a estudiar Sociología en Buenos Aires.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La justificación del enroque que le di a mi viejo fue honesta, la misma que me di a mí mismo. Su respuesta, seca y falazmente desinteresada, fue “cambiá las veces que quieras, pero no dejes”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi abuelo había pedido que apagáramos la radio con un gesto de la mano. Sólo escuchábamos el motor del Ford y el viento de los autos 0 km que pasaban por los costados. Llevaba una manta marrón que le cubría desde las piernas hasta el cuello. Sus ojos iban pegados a la ventanilla. En los campos bonaerenses las plantaciones de soja empezaban, de a poco, a amontonar vacas y caballos en corrales chicos o bajo carteles de Celusal o Coca-Cola.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Frená acá –dijo de golpe.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo estacionó en la banquina, frente a una tranquera de madera curtida. Bajamos todos del camión, menos mi abuelo, que prefirió quedarse en la cabina con la puerta abierta. Agarramos las botas de cuero y las llevamos colgadas del hombro. Caminamos hasta la tranquera. Subimos a una madera que sobresalía. Ambos, con las manos de visera sobre los ojos, intentamos ver algún movimiento humano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–No veo ninguna víbora –dijo mi viejo. Me tocó los rulos y volvimos al camión. Antes de cerrar la puerta del lado donde estaba mi abuelo, le preguntó: –¿Estás seguro que es acá?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Creo que más adelante -dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como un gigante torpe, a los tumbos, el Ford se sumó a la ruta. Las cadenas del equipo golpearon contra el volquete. El ruido hizo vibrar la cabina y movió la manta marrón que sostenía mi abuelo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se lo notaba cansado, con los ojos a media asta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo siguió manejando sin abrir la boca, como cuando lo acompañaba los viernes a hacer cobranzas a Capital después del colegio. Para pasar la tarde, en esos días, me llevaba algún libro con los cuentos de Lovecraft o algo de Bradbury.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">También leía el diario del día que –siempre– estaba desparramado en el asiento de atrás. Empezaba por la sección Deportes y terminaba en Política. Mi viejo bajaba a las obras y yo lo esperaba en el auto, siempre mal estacionado, cuidando de que no lo llevara la grúa. A la vuelta, como pago por el trabajo, parábamos en una librería de Adrogué y me compraba el clásico que le pidiera. Si volvíamos después de las ocho de la noche podía duplicar. La primera vez que me habilitó el aumento de sueldo, me llevé Matadero 5 de Vonnegut y Chistes para desorientar a la poesía de Nicanor Parra.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todavía en ruta, por la ventanilla del Ford, entró el olor a carne asándose en las parrillas de Dolores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Me parece que es acá –dijo mi viejo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Acercó la trompa del camión al estacionamiento. Después cargó a mi abuelo a caballito. Al trote lo llevó hasta una mesa al costado de la ruta. Pedimos una parrillada completa, un vino tinto y un sifón de soda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi abuelo no dejó achura por probar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando terminó, apoyó la manta en una silla vacía y esperó a que el sol le entibiara las piernas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después, mi viejo preguntó: –¿Seguimos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi abuelo no dijo ni sí ni no. Movió la cabeza esperando a que tomáramos la decisión. Cuando lo subimos al camión, volvió a taparse con la manta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Vamos a casa –dijo en un tono casi inaudible.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi viejo sonrió y me pasó las llaves.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Manejá vos –dijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El viaje de vuelta fue en un silencio absoluto. Sólo se escuchaba el ronroneo del motor del Ford. En el último tramo, cuando pasamos Brandsen, ambos se quedaron dormidos. Yo me pregunté si tendrían conciencia del recuerdo que estaban construyendo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Supuse que no. Tanto mi viejo como mi abuelo pertenecen a ese estilo de paternidad que desconoce de divanes y reflexiones. Paternidades no programáticas, que se hacen presente en las urgencias, apagando incendios.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Paternidades que actúan como pueden, de un modo rústico y fraternal, tosco y libertario. Al fin y al cabo, una paternidad como muchas que se acumulan y como otras que vendrán. Una paternidad llena de diagnósticos errados, de abrazos partidos, de amor torpe, descuidadamente puro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando llegamos a la casa de mis abuelos ambos seguían durmiendo. Estacioné con el motor apagado, para que el cambio de sonido no los alterare.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El doberman de mis abuelos empezó a ladrar. Ellos parecían no escucharlo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dejé pasar unos minutos, mientras acomodaba los machetes que no habían cortado yuyos ni cabezas de víboras. Yo también estaba cansado. Saqué la llave y cerré los ojos. En el hombro derecho sentí el calor de mi viejo. Del mismo modo, pensé, que mi viejo sentiría el de su padre en el otro costado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://2.bp.blogspot.com/-zgbXOMIys48/VoKjco4fG9I/AAAAAAAAC3I/xBWGDTtBcgc/s1600/Dami%25C3%25A1n%2BHuergo.JPG"><img border="0" src="https://2.bp.blogspot.com/-zgbXOMIys48/VoKjco4fG9I/AAAAAAAAC3I/xBWGDTtBcgc/s200/Dami%25C3%25A1n%2BHuergo.JPG" /></a><b>Damián Huergo</b></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-29590613241344437642022-05-27T12:16:00.002-03:002022-05-27T12:16:35.209-03:00ENTREVISTA A EDUARDO MILEO<p> <b style="font-family: georgia; text-align: justify;"><span style="font-size: x-large;">“En los hijos por venir somos nuestros padres que están a punto de tenernos”</span></b></p><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Por <b>Rolando Revagliatti</b></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRsxbuwqGZZdxD-4RIZHjHofisab_7PjZHxNqG34bd0Hyd4Bgr8CUhchjne4ZJjUp_2qr-CPZeTJxBCSJfGO5PEKUyE_dCNe3IU8XQkPhNeHrnt5pFVVq8ElvIELCsIP1hwX_HogFBofY2ofm6Qeu1mAh8pgJMm9eNPKcvjv6aQjI6OE1IyxVE5PZGpA/s801/Eduardo%20Mileo%203.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="601" data-original-width="801" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRsxbuwqGZZdxD-4RIZHjHofisab_7PjZHxNqG34bd0Hyd4Bgr8CUhchjne4ZJjUp_2qr-CPZeTJxBCSJfGO5PEKUyE_dCNe3IU8XQkPhNeHrnt5pFVVq8ElvIELCsIP1hwX_HogFBofY2ofm6Qeu1mAh8pgJMm9eNPKcvjv6aQjI6OE1IyxVE5PZGpA/w400-h300/Eduardo%20Mileo%203.jpg" width="400" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><b>Eduardo Mileo</b> nació el 4 de julio de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, en la Argentina. Fue docente de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en el lapso 1996-2005. Desde 1978 ha ejercido de corrector, jefe de correctores, coordinador editorial y editor de decenas de revistas, diarios y editoriales (“El Péndulo”, “Mutantia”, “Sexhumor”, “Ñ”; “Crítica de la Argentina”, “Página 12”, “Clarín”; Grupo Editor Latinoamericano, Ediciones de la Flor, Fondo de Cultura Económica, Sociedad de Bibliófilos Argentinos, Alfaguara, Taurus, Aguilar, entre otros). Fue jefe y secretario de redacción de las revistas “Juegos &amp; Co.” y “Babel”, respectivamente. Fue miembro del consejo editorial de la revista de poesía “La Danza del Ratón”. Obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes en 2001 y el Tercer Premio de Poesía del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2014. Con Gabriela Franco y Javier Cófreces fue antólogo y prologuista de “Última poesía argentina” (2008) y “Primeras poetas argentinas” (2009); con Javier Cófreces, lo fue de “Un palmar sin orillas” (poemas de Francisco Madariaga, 2009); y lo mismo, ya como único responsable, de la antología de poetas argentinos del siglo XX, década de 1990, “Otro río que pasa” (2011). Ha sido incluido en “Una antología de la poesía argentina (1970-2008)” (selección de Jorge Fondebrider, 2008) y en “200 años de poesía argentina” (selección de Jorge Monteleone, 2010). Editó los discos “A boca de jarro” (2005) e “Irala, sueño de amor y de conquista” (2010) junto al compositor Raúl Mileo. En 1991 se publicó su pieza teatral “Misa negra” (en coautoría con Alberto Muñoz). Entre 1982 y 2015 publicó los poemarios “Quítame estas cruces”, “Tiendas de campaña”, “Dos épicas” (en coautoría con Alberto Muñoz), “Puerto depuesto”, “Mujeres”, “Poema del amor triste”, “Poemas sin libro”, “Muro con lagartos”, “Poemas del sin trabajo”, “Los frutos del apetito” (en coautoría con Javier Cófreces), “Titanes” (en coautoría con Javier Cófreces y Alberto Muñoz), “Bestias pop” (en coautoría con Rafael Mileo) y “Tinta amniótica” (selección de textos de “Muro con lagartos”, Ediciones Pen Press, Nueva York, Estados Unidos).</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">1 — Residís en el populoso barrio de Balvanera, pero naciste en el ahora más bien residencial barrio de Villa Pueyrredón.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Y en una Buenos Aires muy diferente de la actual, más tranquila y solidaria. Veo aún la carreta con canastos de mimbre, sillas, plumeros, trastos de todO tipo. Veo los caballos abonando el pavimento, los adoquines afiebrados de sol, la fina hierba creciendo entre las piedras. Terrenos baldíos, como el ocio, enmascarados por el pequeño trajín público, los pocos vecinos, el olor de la noche con grillos y luciérnagas. Parece mentira, pero esto sucedía en la ciudad hace cincuenta años. Ahora el paisaje es más vertiginoso: el elástico neumático reemplazó a la rígida rueda de madera; la fibra óptica cruza a latigazos el cielo ciudadano, las autopistas elevan su sordera sobre el bullicio. Mi padre fue un obrero del vidrio, trabajador en la industria de los letreros de neón. Mi madre, un ama de casa, que había querido ser profesora de francés, pero terminó siendo modista, como quería mi abuelo. Vi el desembarco del hombre en la Luna cuando era un adolescente que recién se iniciaba en los misterios del lenguaje, y en otros misterios no menos lingüísticos. Pero también desembarqué en la tierra cuando descubrí la injusticia, el abandono, la humillación. Desde ese momento luché contra esas formas lamentables de lo humano. Me recibí de bachiller en el Colegio Nacional de Buenos Aires y comencé a estudiar Medicina. Aunque no llegué a recibirme, fui docente de Anatomía durante diez años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, y también en la Universidad de Morón y en la Universidad Austral. Mi relación con la medicina siempre fue una suerte de amor postergado. Tuve que dejar la carrera debido a la muerte prematura de mi padre (tenía 43 años cuando murió), y abandoné la facultad cuando la tristemente célebre dictadura militar de 1976 tomó el poder. Mucho tiempo después volví a retomarla, especialmente para estudiar Anatomía, materia que siempre me apasionó, y para dedicarme allí a la docencia: fui miembro del Departamento de Docencia y coordinador de la Escuela de Ayudantes de la III Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de la UBA.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">2 — ¿Puedo nombrarte a Galeno, Aristóteles, Erasistratus, Andrés Vesalio, Leonardo da Vinci, Paracelso, Pedro Jaime Esteve, Eustaquio…?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Sí, nombres, si bien disímiles entre sí, que tienen un común denominador: su dedicación a la ciencia, en especial a la ciencia médica. Siempre tuve un amor especial por esa profesión, a la que veo, con razón o sin ella, como altruista. El “De humani corporis fabrica”, de Vesalio, debe ser uno de los primeros libros de anatomía publicados. Juan Valverde de Amusco, un contemporáneo suyo nacido en España, es también un destacado anatomista, autor de “Historia de la composición del cuerpo humano”. Los dos tienen en común la presentación de disecciones como si se tratara de una puesta en escena: los cadáveres disecados están dibujados en poses teatrales, apoyados sobre tarimas en algunos casos, o sosteniendo su propia piel como si fuera un abrigo que acaban de sacarse. Artificios para burlar a la muerte, o para prolongar la dignidad del cuerpo vivo en el inerte. Los más modernos son más realistas: el “Tratado de anatomía humana”, de Léo Testut, ya no ofrece esa visión, sino que se destaca por sus descripciones, de una minuciosidad extraordinaria. Es notable, pero su relato te hace ver los rincones más recónditos del cuerpo en tres dimensiones. La “Anatomía de Gray” está en la misma línea, pero se actualiza constantemente, agregando los últimos descubrimientos en histología o en fisiología, especialmente en el apartado de neuroanatomía.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjX202O5rB2yvUh3IcSHjvKxmqptMFz_JzOiGOsMREqjD1ktQBxjhapDQx0prmRNNYk40j4m7_Eq6CGYKQpYz354-2-nAOCHplFgQjs9I1ZkFNahe5k0OWazSvmgUnX6rtRgxiNtFS8xNC7iyDJgPO3z9xjPq4KXLRaPNAaiJXP3DCQd6gxEtMwWUVwuA/s486/Libro%20Mileo%202%20-%20Tiendas%20de%20campa%C3%B1a.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="486" data-original-width="244" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjX202O5rB2yvUh3IcSHjvKxmqptMFz_JzOiGOsMREqjD1ktQBxjhapDQx0prmRNNYk40j4m7_Eq6CGYKQpYz354-2-nAOCHplFgQjs9I1ZkFNahe5k0OWazSvmgUnX6rtRgxiNtFS8xNC7iyDJgPO3z9xjPq4KXLRaPNAaiJXP3DCQd6gxEtMwWUVwuA/s320/Libro%20Mileo%202%20-%20Tiendas%20de%20campa%C3%B1a.jpg" width="161" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">3 — “Tiendas de campaña”, de 1985, según leo en la contratapa, “está basada formalmente en la unidad de los cuatro libros que contiene: ‘Ánforas’, ‘El fuego circular’, ‘Címbalo natal’ y ‘Personas de la sombra’.”</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — 1984 fue un año de gran producción poética en mi vida. Llevaba una carpeta de cartón, de las que tienen forma de caja y se cierran con un elástico, llena de hojas A4 con poemas, más de quinientos. De esa hipérbole productiva salió “Tiendas de campaña”. Los poemas profesan estéticas diversas y por esa razón fueron agrupados en cuatro libros. Allí ofician como partes de uno solo. Parece que la estrechez económica propende a la unidad. “Ánforas” está compuesto por trece grupos de dos poemas cada uno titulados con números romanos: un poema en página par desarrolla un estado de acción, el modo en que un personaje se enfrenta a su realidad en varias situaciones existenciales; el otro poema, enfrentado en página impar, es una suerte de haiku que sintetiza la acción. “El fuego circular” contiene poemas que navegan en una angustia erótica. El cuerpo se despedaza y vuelve a juntarse en un movimiento ondulante. Las aguas se agitan, se calman, son una y varias en el vaivén. En “Címbalo natal”, la infancia duerme su larga siesta vigilante: el espejo de la paternidad nos refleja, y en los hijos por venir somos nuestros padres que están a punto de tenernos. “Personas de la sombra” trata de la imposibilidad de nombrar; las cosas escapan de las palabras y éstas se ven obligadas a inventar el mundo. En líneas generales, mi primer libro, “Quítame estas cruces”, respondía a la necesidad de enfrentar una época de absoluto oscurantismo, como fue la de la dictadura militar de 1976-1983. Son textos generalmente más largos, más crípticos; gritos que buscan su cuerpo para actuar. “Tiendas de campaña” emerge de esa época y es un cuerpo fragmentado en el tiempo y el espacio, y también —por qué no— mutilado. Un cuerpo que, como el de Túpac, apunta sus miembros deshechos a los cuatro puntos cardinales. Una pregunta que se responde en silencio.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">4 — Compartamos con nuestros lectores, Eduardo, del prólogo a “Dos épicas”, su demoledora frase final: “En una época sin ética las virtudes no se celebran: se padecen”.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Un sistema cuya ética es la maximización de la ganancia no puede sostener los valores que su propia clase dirigente —la burguesía— dice cultivar: libertad, igualdad y fraternidad. La burguesía es una clase que dejó de creer en sí misma. En una sociedad explotadora la virtud sólo puede funcionar como ironía o como hipocresía.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">5 — “Dos épicas”, informemos, está constituido por tu libro “Cangas de Narcea” (“pretende ser un poema épico cuyo héroe es el paisaje”) y por el titulado “La caza del puma”, de Alberto Muñoz.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — “Cangas de Narcea” es un tributo a mis abuelos maternos, asturianos los dos. Es un largo poema en prosa construido por fragmentos que relatan la vida de varios personajes en un pueblo de campesinos. El paisaje tiene una importancia central en el poema y actúa sobre los personajes como uno más. En territorios de escasez, el paisaje, la naturaleza —y la relación que se tenga con él/ella— puede determinar la vida en todos sus aspectos. “Dos épicas” fue el resultado, como también dice el prólogo, de la necesidad: para alguien que vive de su trabajo, publicar no es sencillo, pero si se juntan dos voluntades —y dos amistades— resulta, además, placentero.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">6 — En 1989 grabaste un casete que yo oí no menos de cinco o seis veces: “Mujeres”. Recitabas poemas del libro que aparecería un año después (y que tendría segunda edición en 2005).</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Ese casete fue editado junto con otros dos: “Historias de la gran boa”, de Javier Cófreces, y “Lo que sale una trompeta”, de Alberto Muñoz, que es un radioteatro. El título, “Mujeres”, que es también el de uno de mis libros, se debe a que, en ese casete leo, fundamentalmente, poemas de ese libro. Siempre me interesó la lectura de poesía en voz alta. La tradición oral de la poesía se mantiene, aún hoy, en muchos sitios en Buenos Aires. Es sugerente que, a pesar de que los libros de poemas tienen una venta fantasma, los ambientes de lectura se mantengan e, incluso, se multipliquen. Hay algo en la presencia, en la voz, en el ritual de la palabra compartida, que impulsa a la reunión. La primera edición de “Mujeres” es de 1990. En 2004 escribí los poemas que se agregaron a la segunda edición. Fue un hallazgo comprobar que podía recuperar el tono de aquellos poemas sin esfuerzo. Hoy creo que podría agregar poemas a ese libro en cualquier momento: ese tono está grabado en mí, ha dejado una huella indeleble.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">7 — La edición que yo tengo de “Mujeres” (1990) cuenta con un no anunciado, ni en tapa ni en ninguna página, y por lo tanto inesperado epílogo —“Sonrisa del doblez”—, excelente, de Reynaldo Jiménez. Él afirma, por ejemplo, que tu poesía “se hace abstracta por irradiación de su hiperrealismo”.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Reynaldo Jiménez es uno de mis poetas preferidos. Generosamente, escribió ese epílogo al libro. Además de un gran poeta, es un crítico agudo, con una visión muy personal de la poesía, que se manifiesta también en su propia producción poética. Esa afirmación es desconcertante, pero sólo superficialmente. Cada poema del libro propone una minibiografía de una mujer, pero en su totalidad podría ser leído como varias situaciones en la biografía de una sola mujer. El lenguaje es sintético y puntual, enfocado siempre a un lugar preciso. Eso podría ser el hiperrealismo que ve Reynaldo. Pero esos caracteres aislados se proyectan, irradian, generalizan en su particularidad: uno puede ver en todas esas mujeres a una sola.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">8 — No lo encuentro en mi biblioteca, pero lo he leído (no sin dificultad), el libro “Misa negra”.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Esa obra teatral, te comento, estuvo en cartel dos años seguidos en el teatro Babilonia, de nuestra ciudad. Es una obra que creamos Alberto Muñoz y yo. Los textos —salvo una escena— son míos. Alberto compuso las canciones de la obra y la dirigió. No es sencillo escribir teatro, y si se trata de un teatro que no es lineal, algunos de cuyos personajes son pensamientos de un personaje que es mudo, la dificultad crece; y crece más todavía si hay música y canciones que no pueden ser trasladadas al texto. El libro “Misa negra”, entonces, es la transcripción de los textos de la obra, con indicaciones didascálicas que guían al lector sobre los movimientos en la escena. A mí, personalmente, me cuesta mucho leer teatro. Me pierdo fácilmente; tengo que volver una y otra vez para recuperar quién está hablando.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">9 — Dos espectáculos has presentado con tu hermano, Raúl Mileo, compositor: “A boca de jarro” e “Irala, sueño de amor y de conquista”.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — En muchas oportunidades en Capital y en otras localidades del país: nos presentamos en Pergamino (provincia de Buenos Aires), Paraná y Concepción del Uruguay (Entre Ríos), Villa Mercedes (San Luis), General Pico (La Pampa), entre otras. El CD “A boca de jarro” está compuesto por canciones de amor, muchas compuestas enteramente por Raúl, y otras con letra mía y música de él. “Irala, sueño de amor y de conquista” es una obra integrada por un CD y un libro, que, tomando como idea central la conquista española en América —Domingo Martínez de Irala fue miembro de la tripulación que fundó por primera vez Buenos Aires junto a Pedro de Mendoza—, metaforiza la conquista en general: de tierras, de objetivos, amorosa…</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">10 — ¿Y el grupo poético La Epopeya, que integraste junto a Alberto Muñoz y Javier Cófreces?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — La Epopeya fue una intensa y muy interesante aventura. La idea del grupo era promover la poesía fuera del ámbito del libro; se podría decir: sacar la poesía a la calle. Con el grupo fue que grabamos los casetes de poesía, que se presentaron con un espectáculo en la antigua librería Gandhi —en la calle Montevideo—. En ese “show”, para el cual hicimos afiches que pegatinamos en la calle Corrientes cuyo eslogan era: “La dejaron en cinta”, utilizamos vestuario de distintos personajes: Javier, de cura; Alberto, de pirata, y yo, de torero. Después de esa experiencia, montamos otro espectáculo con poemas teatralizados en Oliverio Mate Bar, que se tituló “Aleluya”. El grupo no duró mucho, pero nos divertimos bastante.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">11 — Volvamos a Muñoz: ¿llegaron él y vos a concluir la escritura de “Robacabayos”, título previsto para una novela que encaraban en los noventa?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — No. Esa novela fue una experiencia muy novedosa. Escrita a cuatro manos. Nos juntábamos en la casa de Alberto, yo en la máquina de escribir —no teníamos computadora—, e íbamos construyendo situaciones y diálogos. Llegamos a escribir muchas páginas, pero nuestra imaginación divergía en paralelismos, se distraía con pormenores, derivaba en digresiones múltiples. Se podría decir que no tenemos una cabeza novelesca. Nuestra cabeza es poética.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhz7zBmMd9GjffA6woYtzvDkUcuHf2_7wcrtDdgrXcdfkyJVJm-5shcOXzafz2QTh78-q9Lqk2ALtyDlnhvWapjlR0mLNlCikGItjSuHPhCtqdZ6XIGo7IV8ymtzDxCJUFkLg41ODY-3STKRF_dx5PA4FnUL4xsKlNWskjgB1PTBtAORXu-LnTPz5QVQA/s546/Libro%20Mileo%2011%20-%20Titanes.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="546" data-original-width="369" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhz7zBmMd9GjffA6woYtzvDkUcuHf2_7wcrtDdgrXcdfkyJVJm-5shcOXzafz2QTh78-q9Lqk2ALtyDlnhvWapjlR0mLNlCikGItjSuHPhCtqdZ6XIGo7IV8ymtzDxCJUFkLg41ODY-3STKRF_dx5PA4FnUL4xsKlNWskjgB1PTBtAORXu-LnTPz5QVQA/s320/Libro%20Mileo%2011%20-%20Titanes.jpg" width="216" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">12 — Es al autor de ese único extenso “Poema del amor triste” a quien le pregunto: ¿qué otros poemarios constituidos por un único texto, y de escritores de cualquier época y latitud, recomendarías?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — “Fábula de Polifemo y Galatea”, de Luis de Góngora; “Los cantos de Maldoror”, de Isidore Ducasse; “Altazor”, de Vicente Huidobro; “Hospital Británico”, de Héctor Viel Temperley; el “Martín Fierro”, de José Hernández; “Canto a mí mismo”, de Walt Whitman; “Carta a mi madre”, de Juan Gelman… Evidentemente, la lista podría alargarse, pero para empezar ya está bien.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">13 — “Zoo de la nueva poesía” es el subtítulo de esa revista fundada en 1981 y que se tituló “La Danza del Ratón”, dirigida inicialmente por Javier Cófreces y Jonio González. Te invito a que nos hables de ella, de su propuesta, y que la describas para quienes no la han conocido.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — “La Danza del Ratón” tuvo veinte números. Su última edición fue en el año 2000. Jonio emigró del país en 1982, de modo que la dirección de la revista quedó en manos de Javier. Él fue el alma y motor de la publicación. Yo colaboré con él: corregía las ediciones y escribía algunas cosas. En líneas generales, la propuesta de la revista era el rescate de los poetas ignorados por los medios, con especial acento en los creadores del interior del país. Fue así que “La Danza…” impulsó el conocimiento de Jorge Leonidas Escudero o Juan Carlos Bustriazo Ortiz, entre otros, que ahora son poetas de culto. La revista no tenía una estética cerrada, no representaba a ningún movimiento o grupo estético. Si tuviera que arriesgar una definición, podría decir que era el medio de difusión de los marginados, que, tratándose de poesía —el género literario paradigmático de la marginación—, no es poco.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">14 — Detengámonos en un libro de 2015, “Bestias pop”, conformado por dibujos de tu hijo Rafael cuando él tenía ocho años y poemas que creaste a partir de ellos.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — “Bestias pop” es, quizá, mi libro más entrañable. Rafa había hecho unos dibujos que mezclaban imágenes que él veía por televisión con otras que salían de su imaginación. El resultado son figuras frankensteinianas, monstruos híbridos con cabeza de Pokémones y cuerpos de animales. Un bestiario tierno, a veces con toques de humor y otras con pretensiones épicas, pero siempre colorido, alegre, emotivo. Ver esos dibujos fue inspirador. Como si brotaran de una revelación, los poemas comenzaron a surgir uno tras otro, y en pocos días estaban terminados. Lo que vino después fue otra inspiración, pero de Gabriela Franco, gran poeta y editora. Para el Día del Padre de 2013, ella se encargó de transformar esos dibujos y poemas en un libro y me regaló un ejemplar a mí y otro a Rafa. Es un día que no voy a olvidar jamás.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">15 — Innumerable cantidad de lecturas y participación en mesas redondas y conferencias sobre poesía te han tenido como protagonista en nuestro país y en el exterior. ¿Nos hablarías de lo que te ha dejado el haber formado parte del Festival Internacional de Poesía de Trois Rivière, en Quebec, Canadá?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Fue un acontecimiento extraordinario en varios sentidos. Era la primera vez que iba a separarme de mi compañera y mi hijo Rafael —él tenía entonces cuatro años— por diez días, y ya comenzaba a extrañarlos antes de partir. Después de un viaje interminable e incómodo —el espacio que separa un asiento del inmediatamente anterior en la clase turista de los aviones es mínimo— llegué a Toronto, donde debía trasbordar a otro avión hasta Montreal. Ya en el Canadá francófono me esperaba un hombre muy amable con un cartel con mi nombre —ya estaba viviendo en una película—, y me llevó en auto hasta Trois Rivière. Es una pequeña ciudad, de unos 130 mil habitantes, muy bien cuidada, y atravesada por un bello río, remanso para la vista y regocijo para el oído. Anclé en un hotel muy bueno: mi habitación era como dos o tres ambientes de mi casa. Cerca del hotel había una hermosa plaza; varias veces advertí ardillas negras bajar de alguno de sus árboles. Allí conocí a poetas de todo el mundo: Irán, Angola, México, Uruguay…; conformaban un conjunto que no era Babel porque todos tratábamos de hablar en francés, salvo, claro, con los poetas de habla castellana, con los que armamos un lindo grupo. Leíamos en bares, restaurantes, librerías, al mediodía, a la tarde —allí se cena a las seis de la tarde; la gente que estaba cenando dejaba los cubiertos y las copas y atendía en silencio a la lectura—; teníamos cada uno desde nuestra llegada un cronograma de los sitios y horarios en que nos tocaría leer. Leíamos en nuestra lengua y un poeta quebequense leía la traducción al francés. Como yo algo de francés puedo leer, leía mi poema y la traducción. En fin, una experiencia enriquecedora, rara pero encendida.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXi9P_NVUpik5d9P9UT6xWCAI7ku2mv-Jffq1aSJ6WcdZYdWimqCJvydXNfjyR_gTwu30GSHJ2qjOorxQ0NGHM4r1mNMCG_diTCrsEHCjseaiahcJRQQ9fv_FPUvtMr8DeH_vG-QJWRikJIY0BN_i0MpsT6DBaJQZnEyVz0OA4bK70qoN4pxHjnHIhUA/s500/Eduardo%20Mileo%20-%20Antolog%C3%ADa%20del%20Empedrado%20II%20-%201997.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="350" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXi9P_NVUpik5d9P9UT6xWCAI7ku2mv-Jffq1aSJ6WcdZYdWimqCJvydXNfjyR_gTwu30GSHJ2qjOorxQ0NGHM4r1mNMCG_diTCrsEHCjseaiahcJRQQ9fv_FPUvtMr8DeH_vG-QJWRikJIY0BN_i0MpsT6DBaJQZnEyVz0OA4bK70qoN4pxHjnHIhUA/s320/Eduardo%20Mileo%20-%20Antolog%C3%ADa%20del%20Empedrado%20II%20-%201997.jpg" width="224" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">16 — Entiendo que la actividad política y gremial se halla entre tus principales compromisos.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Fui tesorero de la Comisión Directiva de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) en el período 2003-2006, y su secretario general en el lapso 2006-2009. Con esta institución hemos editado el volumen “Palabra viva (Textos de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado. Argentina 1974-1983)”, cuya segunda edición fue publicada en 2007, en el que se recopilan textos y biografías de 116 escritores; y conseguimos que la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sancionara el Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria, un proyecto de la SEA que otorga un subsidio mensual a los escritores de la ciudad que tengan más de sesenta años. Soy, además, militante del Partido Obrero.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">17 — ¿Incursionaste (en solitario) en la narrativa?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Mi única incursión en la narrativa fue el intento de novela que pergeñamos con Alberto Muñoz. Fuera de esa experiencia, sólo las notas periodísticas que escribí quizá puedan inscribirse en el rótulo “narrativa”, aunque de no ficción. Tengo la escritura demasiado volcada a la condensación que requiere la poesía. Envidio la facilidad con que algunos escritores crean historias, o la fluidez con que se dejan llevar por digresiones que luego vuelven a la trama. No, mis historias son mínimas, condensan instantes de vida, les fascina la síntesis. A veces creo que todas las historias ya están escritas, que haría falta otro mundo para ver alguna historia diferente.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">18 — ¿Te llevaría a alguna consideración o asociación si yo te dijera que “la voz de un escritor puede gastarse inútilmente”, que puede malgastarse?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — La única manera en que puede malgastarse la voz de un escritor es obligándola a decir lo que no quiere. La antigua, pero siempre remozada idea platónica de que los poetas deben “cantar a los dioses y a los hombres ilustres” o ser desterrados de la República es el modo que tiene el Estado para malgastar la voz de los escritores. La cooptación actual trata de seducir con dinero y presencia en los medios a los artistas para que no saquen los pies del plato. Y el castigo por sacarlos es, salvo excepciones, el anonimato y la obligación de trabajar en otra cosa que no sea el arte que se profesa.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">19 — ¿De qué autores hay mucho o bastante en tu poética?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — La manera más honesta de responder a esa pregunta es decir que no tengo la menor idea. Porque las lecturas que uno hizo no necesariamente se reflejan en lo que uno escribe. Leí mucho, entre los poetas, a Jorge Luis Borges, a José Lezama Lima, a José Martí, a César Vallejo, a Antonio Machado, a Federico García Lorca, a Octavio Paz… y, entre los narradores, a Italo Calvino, a Marguerite Yourcenar, al mismo Borges, a Julio Cortázar, a Gabriel García Márquez… Pero no reconozco a ninguno de ellos en mi poética. Quizá sea una mezcla de todo lo leído, revuelto en el caldo de todo lo vivido, lo que defina mi poética.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">20 — ¿Y “Los Mileo” como grupo musical?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Pasa un poco lo mismo que con los escritores. Escuchamos mucho a cantautores, como Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Paco Ibáñez, Patxi Andión, pero también música instrumental: Paco de Lucía, Keith Jarret, o grupos de rock: los Beatles, Génesis, Deep Purple, Creedence, Luis Alberto Spinetta, Charly García, o tangueros: Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese, Carlos Di Sarli, o folcloristas: Atahualpa Yupanqui, el “Cuchi” Leguizamón… Seguramente, como en la respuesta anterior, queden más sin nombrar que nombrados. Y también como en la respuesta anterior, ninguna de estas expresiones podría definirnos.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgospAahtiauG5pnvtgtGItHDbZ2mMyRrxy9odC52EEOrn1jT-NkTME43BohasFn6YMwj-rAfNLw5DShJBhCgFuQUWxVaj-OrYJsjO6HrXscqi5T68MuSMzDEXHGbLQ0iGXHZON58w8WSvY6udh_qKXBWvMRhwS_HT6QHp2Wb2BUTC6VCg_u18jKfsDOQ/s496/Libro%20Mileo%209%20-%20Los%20frutos%20del%20apetito.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="496" data-original-width="345" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgospAahtiauG5pnvtgtGItHDbZ2mMyRrxy9odC52EEOrn1jT-NkTME43BohasFn6YMwj-rAfNLw5DShJBhCgFuQUWxVaj-OrYJsjO6HrXscqi5T68MuSMzDEXHGbLQ0iGXHZON58w8WSvY6udh_qKXBWvMRhwS_HT6QHp2Wb2BUTC6VCg_u18jKfsDOQ/s320/Libro%20Mileo%209%20-%20Los%20frutos%20del%20apetito.jpg" width="223" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">21 — ¿Qué influencia tuvo, fue teniendo tu oficio de corrector sobre tu vida literaria? ¿Escribiste, o intentaste producir algo a partir de esa condición?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Entiendo que el oficio de corrector influye en la escritura en función de mantener una normativa lingüística, y en ese sentido detectar errores, ya sean de ortografía, de gramática o de sintaxis. Pero la escritura de poesía a veces exige la transgresión de la normativa. La creatividad no puede reducirse —o encorsetarse— a normas “fijadas, pulidas y que dan esplendor”. De todos modos, como pasa con cualquier arte o disciplina, para transgredir la norma hay que conocerla. De lo contrario, no se trataría de transgresión, sino de ignorancia. Mi escritura, en general, respeta las normas lingüísticas. En la lectura, tengo el vicio profesional de ir detectando erratas, pero soy bastante abierto a formas nuevas que me movilicen.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">22 — ¿Escritores con los que te hayas apenas cruzado y de los que te hubiera agradado hacerte amigo? ¿Descuidaste uno o más lazos amistosos que hayas sostenido durante un cierto lapso?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — No tuve amores a primera vista con escritores, de modo que no me quedaron asignaturas pendientes al respecto. Mis amistades con escritores son bastante firmes. Soy una persona de afectos estables, no suelo irritarme con mis amigos. Y aunque a veces no nos veamos por un tiempo, podemos retomar las relaciones rápidamente.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">23 — ¿En qué basás tu juicio —sensibilidad, gusto estético— cuando leés un poema apuntando a seleccionar para una antología? </div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Elegir poemas para una antología es una actividad compleja. Si se trata de un poeta conocido, hay poemas ya elegidos por la crítica o por los lectores como insoslayables y otros que a uno le interesan ya sea por sensibilidad o gusto estético, o porque difieren del estilo general del poeta o porque lo ratifican o porque conforman una constelación de sentido que a uno lo atrae. Si se trata de poetas poco conocidos, suelo elegir según este último criterio. Pero siempre trato de elegir poemas que me hayan emocionado.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">24 — ¿Un poeta cambia con los años? ¿Qué poetas con trayectorias valorables dirías que no han cambiado?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Creo que todas las personas cambian con los años, de modo que también los poetas. Y esos cambios se verán en la poética indefectiblemente. No hay más que ver cómo los poetas que se inscribieron en alguna estética con duros manifiestos —surrealistas, neorrománticos, neobarrocos, objetivistas, etc.— la van abandonando, van mutando su escritura, en general, hacia una forma más simple, menos afectada por un dogma. Pero hay algunos poetas que han mantenido un estilo a lo largo de los años —pienso, por ejemplo, en Irene Gruss—, lo que no significa que no hayan cambiado: se afina la sensibilidad, se ahondan los afectos —los positivos y los negativos—, cambia la historia y, con ella, nuestra manera de ver el mundo.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">25 — ¿Coincidirías con Enrique Anderson Imbert respecto de que la sociedad, al menos en las últimas décadas, ha sido carnívora con sus intelectuales?</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — Todas las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre son carnívoras: con los obreros, los empleados, los peones rurales, las amas de casa, los profesionales… y los intelectuales. Obviamente, si hablamos de intelectuales independientes, porque los hay también oficialistas, y éstos son los cómplices del vampirismo social con que el capitalismo trata a los asalariados. La condición para que un intelectual no sea canibalizado es que exista una sociedad sin explotadores ni explotados, donde la creatividad social sea un bien para la humanidad, y no una mercancía de la que se apropia un patrón.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-family: georgia; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMYopp0qU3c9Oeh8id1yqC4LYGqvOCFSBpPHTwx0R0Vdp5HQymudPYi7RQtQbx5hb3BxCQpRbEZ9y4tJy767KGF372HHg4ahIWZaMOFnMRZumg-KsjSSakuNkHuMNfVnG1d4w49uSO0Fwk3XA787ziMUKlmXAoShF_i2PPLcERyjqhVXLb_ypr5bKCYQ/s500/Libro%20Mileo%206%20-%20Poema%20del%20amor%20triste.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="350" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMYopp0qU3c9Oeh8id1yqC4LYGqvOCFSBpPHTwx0R0Vdp5HQymudPYi7RQtQbx5hb3BxCQpRbEZ9y4tJy767KGF372HHg4ahIWZaMOFnMRZumg-KsjSSakuNkHuMNfVnG1d4w49uSO0Fwk3XA787ziMUKlmXAoShF_i2PPLcERyjqhVXLb_ypr5bKCYQ/s320/Libro%20Mileo%206%20-%20Poema%20del%20amor%20triste.jpg" width="224" /></a></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">26 — Hay quienes sostienen que lo experimental en literatura siempre va, aunque más no sea un poco en algunos casos, de la mano del esnobismo. ¿Estarías de acuerdo? También están los que afirman que el esnobismo es una virtud, puesto que la encarnaría una persona que, si bien probablemente no podría crear nobleza, sabe qué es la nobleza (a diferencia del resentido).</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — La experimentación es una condición del ser humano: porque ignoramos qué sucederá mañana, vivimos experimentando. Y esa experiencia nos sirve para poder predecir, en los casos en que podamos hacerlo, qué sucederá mañana. Es el fundamento de la ciencia. La experimentación en arte no tiene el objetivo de predecir, pero sí el de hallar nuevas formas de enunciación, formas que nos permitan expresar un mundo siempre cambiante. En literatura, como en cualquier arte, se experimenta cuando se tiene la necesidad, cuando las formas resultan ineficaces, obsoletas, insuficientes, para decir. Pero no hay que confundir experimentación con esnobismo. En un ensayo publicado en el nº 1 de la revista francesa “Favorables París Poema”, César Vallejo aborda el tema de esta manera: “Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras ‘cinema’, ‘motor’, ‘caballos de fuerza’, ‘avión’, ‘radio’, ‘jazz-band’, ‘telegrafía sin hilos’ y, en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante son las palabras. Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva ni antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir ‘telégrafo sin hilos’, a despertar nuevos temples nerviosos, profundas perspicacias sentimentales, amplificando videncias y comprensiones y densificando el amor; la inquietud entonces crece y se exaspera y el soplo de la vida se aviva. Ésta es la cultura verdadera que da el progreso, éste es su único sentido estético, y no el de llenarnos la boca con palabras flamantes”. Creo que es bastante elocuente.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">27 — ¿Cuáles de los siguientes encomillados te llegan más? T. S. Eliot (1988-1965): “(La poesía) no es la expresión de la personalidad, sino una evasión de la personalidad”. Vladislav Jodasévich (1856-1939): “...está vivo sólo aquel poeta que respira el aire de su siglo”. Odysséas Elýtis (1911-1996): “La poesía es el Arte de aproximarse a lo que nos supera”.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">EM — En la cita de Eliot veo una condición a la que aspira toda poesía, o toda literatura. “Yo es otro”, dijo Rimbaud, y con ello expresó el anhelo de la voz poética. Pessoa se travistió de —si recuerdo bien— seis heterónimos. La voz poética tiende a ser una voz común, a multiplicarse. La evasión de la personalidad creo que apunta en ese sentido: evadirse de uno es poder ser los otros. La cita de Jodasévich me hace acordar a la respuesta que daba Borges a quien le preguntaba si era un escritor contemporáneo. Decía que es imposible no serlo; aun sin desearlo, aun deseando haber nacido en otro siglo, nadie puede escapar a las condiciones sociales existentes. Si alguien actualmente escribiera como Góngora, la crítica lo tomaría probablemente como una ironía. Por otra parte, la velocidad de los cambios en la sociedad actual deja el pensamiento de Jodasévich muy atrás: ¿respiro el aire de mi siglo en sus postrimerías o en sus comienzos? Elýtis abreva en lo sublime kantiano: si somos capaces de representar lo que nos supera, absorbemos —aunque sea parcialmente— su condición, nos empapamos de su naturaleza. La emoción que nos provoca nos convierte un poco en dioses de nosotros mismos.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Eduardo Mileo selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Irala medita frente al mar</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Oscura como Dios es esta noche</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">más alta y más profunda por umbría.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Un gran temor que hace desear el día.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Un trueno que maldice su derroche.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Me asfixia como un puño su alegría</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">de negro mar y soledad ansiosa,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">y crece de su vientre, poderosa,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">la mitad que completo con la mía.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Nada me dice, nada le respondo.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Es de silencio el lazo que nos ata</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">a un abismo a la vez crecido y hondo.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Los dos como de hielo y en las olas</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">nunca seremos el fuego enamorado</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">que nos disuelva como un agua sola.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">(de la obra poético-musical “Irala, sueño de amor y de conquista”, edición independiente, 2008)</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">La raya muerta</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">A Raúl Mileo</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">En su ademán inmóvil suspendida,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">aparición en el alud de espuma,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">esperando ya no,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">desesperada,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">la raya muerta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Encadenada a su espejo de arena</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">como los astros a su elipse, quieta,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">cielo de bocas entreabiertas,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">la raya muerta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Muerta sin fin, sin alas, ciega.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Pájaro de tierra.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">El mar la cubre y la descubre. Juega</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">con esa niña sin muñecas.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Para la luz del sol.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Para una catedral de luz desierta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Para la vida sin la vida. Huella.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Vuelo de hondura de la raya muerta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Raya no de diálogo.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">De fin.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Página suelta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Rumor de mar.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Amores en América</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">desaparecen de su puerta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Brilla el frío solar y apaga el cielo. <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgAN0pWLQZI3iBAatOmBMiJh5xjmmQbq6_23DiFo0tlHFFP_2TY8yaSGDSJmuu-DgJ__-qcbvTVj1bTNCpKt2fXNzK8w-D2-EB2c2yitdNJ5CEQw5EcyoqLC1qlpurCm_xOG-ISpNXBXb-08-aNhDpZ_br7e4iHpV6kT1r0AfltaLG_eC-yvbLgwXT9Sw/s1024/Eduardo%20Mileo%207.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="683" data-original-width="1024" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgAN0pWLQZI3iBAatOmBMiJh5xjmmQbq6_23DiFo0tlHFFP_2TY8yaSGDSJmuu-DgJ__-qcbvTVj1bTNCpKt2fXNzK8w-D2-EB2c2yitdNJ5CEQw5EcyoqLC1qlpurCm_xOG-ISpNXBXb-08-aNhDpZ_br7e4iHpV6kT1r0AfltaLG_eC-yvbLgwXT9Sw/s320/Eduardo%20Mileo%207.jpg" width="320" /></a></div><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Abre los ojos la raya muerta.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">No raya de pasión.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">No de quimera.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Ni de alegría ni de esperma.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Virtud del agua que en el agua queda.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">A su salud postrera,</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">el ojo del crepúsculo se incendia.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Raya sin alas.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Pájaro de guerra.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Murió de un pescador que vive en pena.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">En el fondo del mar</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">la vida late.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Pero es del aire lo que vuela.</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">(de “Poemas sin libro”, Ediciones en Danza, 2002)</div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-family: georgia; text-align: justify;">Entrevista realizada a través del correo electrónico por <b>Rolando Revagliatti.</b></div>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-64793565510300499482022-05-27T12:16:00.001-03:002022-05-27T12:16:16.451-03:00RAYMOND CARVER: VECINOS<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Bill y Arlene Miller eran una pareja feliz. Pero de vez en cuando se sentían que solamente ellos, en su círculo, habían sido pasados por alto, de alguna manera, dejando que Bill se ocupara de sus obligaciones de contador y Arlene ocupada con sus faenas de secretaria. Charlaban de eso a veces, principalmente en comparación con las vidas de sus vecinos Harriet y Jim Stone. Les parecía a los Miller que los Stone tenían una vida más completa y brillante. Los Stone estaban siempre yendo a cenar fuera, o dando fiestas en su casa, o viajando por el país a cualquier lado en algo relacionado con el trabajo de Jim.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los Stone vivían enfrente del vestíbulo de los Miller. Jim era vendedor de una compañía de recambios de maquinaria, y frecuentemente se las arreglaba para combinar sus negocios con viajes de placer, y en esta ocasión los Stone estarían de vacaciones diez días, primero en Cheyenne, y luego en Saint Louis para visitar a sus parientes. En su ausencia, los Millers cuidarían del apartamento de los Stone, darían de comer a Kitty, y regarían las plantas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bill y Jim se dieron la mano junto al coche. Harriet y Arlene se agarraron por los codos y se besaron ligeramente en los labios.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Divertíos! — dijo Bill a Harriet.</div><div style="text-align: justify;">—Desde luego — respondió Harriet — Divertíos también.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Arlene asintió con la cabeza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Jim le guiñó un ojo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Adiós Arlene. ¡Cuida mucho a tu maridito!</div><div style="text-align: justify;">—Así lo haré — respondió Arlene.</div><div style="text-align: justify;">—¡Divertíos! dijo Bill.</div><div style="text-align: justify;">—Por supuesto — dijo Jim sujetando ligeramente a Bill del brazo — Y gracias de nuevo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los Stone dijeron adiós con la mano al alejarse en su coche, y los Miller les dijeron adiós con la mano también.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Bueno, me gustaría que fuéramos nosotros — dijo Bill.</div><div style="text-align: justify;">—Bien sabe Dios lo que nos gustaría irnos de vacaciones — dijo Arlene. Le cogió del brazo y se lo puso alrededor de su cintura mientras subían las escaleras a su apartamento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después de cenar Arlene dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No te olvides. Hay que darle a Kitty sabor de hígado la primera noche — Estaba de pie en la entrada a la cocina doblando el mantel hecho a mano que Harriet le había comprado el año pasado en Santa Fe.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bill respiró profundamente al entrar en el apartamento de los Stone. El aire ya estaba denso y era vagamente dulce. El reloj en forma de sol sobre la televisión indicaba las ocho y media. Recordó cuando Harriet había vuelto a casa con el reloj; cómo había venido a su casa para mostrárselo a Arlene meciendo la caja de latón en sus brazos y hablándole a través del papel del envoltorio como si se tratase de un bebé.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Kitty se restregó la cara con sus zapatillas y después rodó en su costado pero saltó rápidamente al moverse Bill a la cocina y seleccionar del reluciente escurridero una de las latas colocadas. Dejando a la gata que escogiera su comida, se dirigió al baño. Se miró en el espejo y a continuación cerró los ojos y volvió a mirarse. Abrió el armarito de las medicinas. Encontró un frasco con pastillas y leyó la etiqueta: Harriet Stone. Una al día según las instrucciones — y se la metió en el bolsillo. Regresó a la cocina, sacó una jarra de agua y volvió al salón. Terminó de regar, puso la jarra en la alfombra y abrió el aparador donde guardaban el licor. Del fondo sacó la botella de Chivas Regal. Bebió dos veces de la botella, se limpió los labios con la manga y volvió a ponerla en el aparador.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Kitty estaba en el sofá durmiendo. Apagó las luces, cerrando lentamente y asegurándose que la puerta estaba cerrada. Tenía la sensación que se había dejado algo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué te ha retenido? — dijo Arlene. Estaba sentada con las piernas cruzadas, mirando televisión.</div><div style="text-align: justify;">—Nada. Jugando con Kitty — dijo él, y se acercó a donde estaba ella y le tocó los senos.</div><div style="text-align: justify;">—Vámonos a la cama, cariño — dijo él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al día siguiente Bill se tomó solamente diez minutos de los veinte y cinco permitidos en su descanso de por la tarde y salió a las cinco menos cuarto. Estacionó el coche en el estacionamiento en el mismo momento que Arlene bajaba del autobús. Esperó hasta que ella entró en el edificio, entonces subió las escaleras para alcanzarla al descender del ascensor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Bill! Dios mío, me has asustado. Llegas temprano — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se encogió de hombros. No había nada que hacer en el trabajo —dijo él. Le dejo que usará su llave para abrir la puerta. Miró a la puerta al otro lado del vestíbulo antes de seguirla dentro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Vámonos a la cama — dijo él.</div><div style="text-align: justify;">—¿Ahora? — rió ella — ¿Qué te pasa?</div><div style="text-align: justify;">—Nada. Quítate el vestido — La agarró toscamente, y ella le dijo:</div><div style="text-align: justify;">—¡Dios mío! Bill</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él se quitó el cinturón. Más tarde pidieron comida china, y cuando llegó la comieron con apetito, sin hablarse, y escuchando discos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—No nos olvidemos de dar de comer a Kitty — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—Estaba en este momento pensando en eso — dijo él — Iré ahora mismo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Escogió una lata de sabor de pescado, después llenó la jarra y fue a regar. Cuando regresó a la cocina, la gata estaba arañando su caja. Le miró fijamente antes de volver a su caja—dormitorio. Abrió todos los gabinetes y examinó las comidas enlatadas, los cereales, las comidas empaquetadas, los vasos de vino y de cocktail, las tazas y los platos, las cacerolas y las sartenes. Abrió el refrigerador. Olió el apio, dio dos mordiscos al queso, y masticó una manzana mientras caminaba al dormitorio. La cama parecía enorme, con una colcha blanca de pelusa que cubría hasta el suelo. Abrió el cajón de una mesilla de noche, encontró un paquete medio vació de cigarrillos, y se los metió en el bolsillo. A continuación se acercó al armario y estaba abriéndolo cuando llamaron a la puerta. Se paró en el baño y tiró de la cadena al ir a abrir la puerta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué te ha retenido tanto? — dijo Arlene — Llevas más de una hora aquí.</div><div style="text-align: justify;">—¿De verdad? — respondió él.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, de verdad — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—Tuve que ir al baño — dijo él.</div><div style="text-align: justify;">—Tienes tu propio baño — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—No me pude aguantar — dijo él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aquella noche volvieron a hacer el amor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por la mañana hizo que Arlene llamara por él. Se dio una ducha, se vistió, y preparó un desayuno ligero. Trató de empezar a leer un libro. Salió a dar un paseo y se sintió mejor. Pero después de un rato, con las manos todavía en los bolsillos, regresó al apartamento. Se paró delante de la puerta de los Stone por si podía oír a la gata moviéndose. A continuación abrió su propia puerta y fue a la cocina a por la llave.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En su interior parecía más fresco que en su apartamento, y más oscuro también. Se preguntó si las plantas tenían algo que ver con la temperatura del aire. Miró por la ventana, y después se movió lentamente por cada una de las habitaciones considerando todo lo que se le venía a la vista, cuidadosamente, un objeto a la vez. Vio ceniceros, artículos de mobiliario, utensilios de cocina, el reloj. Vio todo. Finalmente entró en el dormitorio, y la gata apareció a sus pies. La acarició una vez, la llevó al baño, y cerró la puerta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se tumbó en la cama y miró al techo. Se quedó un rato con los ojos cerrados, y después movió la mano por debajo de su cinturón. Trató de acordarse qué día era. Trató de recordar cuando regresaban los Stone, y se preguntó si regresarían algún día. No podía acordarse de sus caras o la manera cómo hablaban y vestían. Suspiró y con esfuerzo se dio la vuelta en la cama para inclinarse sobre la cómoda y mirarse en el espejo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abrió el armario y escogió una camisa hawaiana. Miró hasta encontrar unos pantalones cortos, perfectamente planchados y colgados sobre un par de pantalones de tela marrón. Se mudó de ropa y se puso los pantalones cortos y la camisa. Se miró en el espejo de nuevo. Fue a la sala y se puso una bebida y comenzó a beberla de vuelta al dormitorio. Se puso una camisa azul, un traje oscuro, una corbata blanca y azul, zapatos negros de punta. El vaso estaba vacío y se fue para servirse otra bebida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el dormitorio de nuevo, se sentó en una silla, cruzó las piernas, y sonrió observándose a sí mismo en el espejo. El teléfono sonó dos veces y se volvió a quedar en silencio. Terminó la bebida y se quitó el traje. Rebuscó en el cajón superior hasta que encontró un par de medias y un sostén. Se puso las medias y se sujetó el sostén, después buscó por el armario para encontrar un vestido. Se puso una falda blanca y negra a cuadros e intentó subirse la cremallera. Se puso una blusa de color vino tinto que se abotonaba por delante. Consideró los zapatos de ella, pero comprendió que no le entrarían. Durante un buen rato miró por la ventana del salón detrás de la cortina. A continuación volvió al dormitorio y puso todo en su sitio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No tenía hambre. Ella no comió mucho tampoco. Se miraron tímidamente y sonrieron. Ella se levantó de la mesa y comprobó que la llave estaba en la estantería y a continuación se llevó los platos rápidamente. Él se puso de pie en el pasillo de la cocina y fumó un cigarrillo y la miró recogiendo la llave.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Ponte cómodo mientras voy a su casa — dijo ella — Lee el periódico o haz algo — Cerró los dedos sobre la llave. Parecía, dijo ella, algo cansado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Trató de concentrarse en las noticias. Leyó el periódico y encendió la televisión. Finalmente, fue al otro lado del vestíbulo. La puerta estaba cerrada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Soy yo. ¿Estás todavía ahí, cariño? — llamó él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después de un rato la cerradura se abrió y Arlene salió y cerró la puerta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Estuve mucho tiempo aquí? — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno, sí estuviste — dijo él.</div><div style="text-align: justify;">—¿De verdad? — dijo ella — Supongo que he debido estar jugando con Kitty.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La estudió, y ella desvió la mirada, su mano estaba apoyada en el pomo de la puerta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es divertido — dijo ella — Sabes, ir a la casa de alguien más así. — Asintió con la cabeza, tomó su mano del pomo y la guió a su propia puerta. Abrió la puerta de su propio apartamento.</div><div style="text-align: justify;">—Es divertido — dijo él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Notó hilachas blancas pegadas a la espalda del suéter y el color subido de sus mejillas. Comenzó a besarla en el cuello y el cabello y ella se dio la vuelta y le besó también.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¡Jolines! — dijo ella — Jooliines — cantó ella con voz de niña pequeña aplaudiendo con las manos — Me acabo de acordar que me olvidé real y verdaderamente de lo que había ido a hacer allí. No di de comer a Kitty ni regué las plantas. Le miró —¿No es eso tonto? — No lo creo — dijo él — Espera un momento. Recogeré mis cigarrillos e iré contigo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella esperó hasta que él había cerrado con llave su puerta, y entonces se cogió de su brazo en su músculo y dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Me imagino que te lo debería decir. Encontré unas fotografías.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él se paró en medio del vestíbulo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—¿Qué clase de fotografías?</div><div style="text-align: justify;">—Ya las verás tú mismo — dijo ella y le miró con atención</div><div style="text-align: justify;">—No estarás bromeando — sonrió él — ¿Dónde?</div><div style="text-align: justify;">—En un cajón — dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—No bromeas — dijo él.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y entonces ella dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Tal vez no regresarán — e inmediatamente se sorprendió de sus palabras.</div><div style="text-align: justify;">—Pudiera suceder — dijo él — Todo pudiera suceder.</div><div style="text-align: justify;">—O tal vez regresarán y … — pero no terminó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se cogieron de la mano durante el corto camino por el vestíbulo, y cuando él habló casi no se podía oír su voz.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—La llave — dijo él — Dámela.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué? — dijo ella — Miró fijamente a la puerta.</div><div style="text-align: justify;">—La llave — dijo él — Tú tienes la llave.</div><div style="text-align: justify;">—¡Dios mío! — dijo ella — Dejé la llave dentro.</div><div style="text-align: justify;">—Él probó el pomo. Estaba cerrado con llave. A continuación intentó mover el pomo. No se movía. Sus labios estaban apartados, y su respiración era dificultosa. Él abrió sus brazos y ella se le echó en ellos.</div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes — le dijo al oído — Por Dios, no te preocupes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se quedaron allí. Se abrazaron. Se inclinaron sobre la puerta como si fuera contra el viento, y se prepararon.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://3.bp.blogspot.com/-BoiMd7eFXwQ/WEC5Q-FT2iI/AAAAAAAADr0/Qz2GRFZDUeEPxLfT5d7lJtUGjsG1FvC-QCLcB/s1600/raymond-carver.jpg"><img border="0" src="https://3.bp.blogspot.com/-BoiMd7eFXwQ/WEC5Q-FT2iI/AAAAAAAADr0/Qz2GRFZDUeEPxLfT5d7lJtUGjsG1FvC-QCLcB/s200/raymond-carver.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Raymond Carver</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-80888609132184495262022-05-27T12:16:00.000-03:002022-05-27T12:16:01.652-03:00TUNUNA MERCADO: ANTIEROS<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Comenzar por los cuartos. Barrer cuidadosamente con una escoba mojada el tapete (un balde con agua debe acompañar ese tránsito desde la recámara del fondo y por las otras recámaras hasta el final del pasillo). Recoger la basura una primera vez al terminar la primera recámara y así sucesivamente con las otras. Regresar a la primera recámara, la del fondo, y quitar el polvo de los muebles con una franela húmeda pero no mojada. Sacudir sábanas y cobijas y tender la cama. La colcha debe cubrir la almohada, bajo la cual se pone el pijama o el camisón del durmiente.</div><div style="text-align: justify;">Poner en orden las sillas y otros objetos que pudieran haber sido desplazados de su sitio la víspera (siempre hay una víspera que "produce" una marca que hay que subsanar). Un primer recorrido habrá permitido rescatar vasos, tazas, botellas, ropa sucia, depositados sucesivamente en la cocina y el lavadero. Pasar al segundo cuarto que ya habrá sido barrido como los otros, el pasillo, y los baños que dan a él. Repetir allí las acciones llevadas a cabo en el anterior: sacudir el polvo, airear las sábanas y cobijas, tender la cama con las sábanas bien estiradas (el pliegue es un enemigo), alisar la almohada luego de esponjarla, entrar bien las sábanas y cobijas debajo del colchón; en el ángulo de cada uno de los pies, la ropa de cama debe ser entrada en dos etapas, primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda y viceversa –depende del lado en cuestión– para formar un pico que se corresponderá geométricamente con el ángulo. El estado óptimo: la tensión del lienzo debe ser como la de los bastidores del bordado. En el tercer cuarto predisponerse a tender una cama matrimonial; calcular por lo tanto los movimientos para economizar el máximo de tiempo posible. La operación de entrar la sábana de abajo y luego la segunda sábana debe hacerse, más allá de toda lógica, por separado; la astucia de plegarlas juntas produce un efecto que no deja dormir en toda la noche. La economía debe consistir, más bien, en agotar el mayor número de operaciones en un lado antes de pasar al otro. Una vez finalizada la etapa de la limpieza y arreglo de las recámaras echar un visto a cada una para ajustar cualquier detalle que hubiera podido ser dejado de lado; corregirlo; dejar apenas entreabiertas las persianas, la ventana entornada, las cortinas corridas. Gozar un instante, por turno, en el vano de la puerta de cada habitación, el quieto resplandor que segrega el interior en la semipenumbra. En los baños, tallar con pulidores especiales todo lo que sea mayólica y azulejos. Abrir la llave del agua caliente para lograr vapor, el mejor limpiador de espejos. Frotar y frotar hasta sacar brillo, aromatizar con productos especiales –nunca con el puro cloro, que despide olor a miseria–; reacomodar jabones, jaboneras, botellas de champú, de acondicionadores, potes de crema y cosméticos, dejando fuera de los botiquines la menor cantidad de elementos. Doblar correctamente las toallas, combinando entre la de baño y la de la cara, el color más afín. (Quien limpia no debe mirarse en el espejo.) Fregar el piso, verificar si falta papel, no dejar un solo pelo en ninguno de los artefactos del baño, ni siquiera en los peines y cepillos. Pasar luego a la sala. Recoger todo lo que esté tirado, barrer con un escobillón y pasar después una franela con algún lustrador, solamente para rectificar el encerado (tarea que debe realizarse una vez por mes en forma total y que diariamente sólo admite un retoque); quitar con un plumero el polvo de los libros y de las hojas de las plantas (éstas también requieren una limpieza profunda cada diez o más días); reubicar, ordenar, meticulosamente dar cierta armonía a la disposición de los objetos sobre los estantes, los aparadores, los trinchantes, las vitrinas y todo el mobiliario; sacudir los cortinados, darles aire para que queden renovados, con una buena caída. Dar forma a los cojines, estirar perfectamente las alfombras y las carpetas; poner un gran cuidado en regar las plantas sin desparramar agua. Quitar el polvo de los marcos de los cuadros; si hubiera una mancha sobre los vidrios rociarlos con un poquito de limpiador ad-hoc y pasar encima una gamuza seca; sacudir también los vanos de las puertas y ventanas, los alféizares, las alfarjías; con un cepillo sacar la tierra de las alforzas. Con un estropajo seco sacarle brillo al parquet. Si los cobres y platas estuvieran tristes darles una pasadita con Silvo; si las caobas tuvieran la palidez de la depresión, levantarlas con un poco de lustrador. En el sillón más muelle, el de pana verde de preferencia, tenderse unos instantes con un pequeño cojín en el cuello y, desde ese lugar, entregarse a la visión de un espacio deslumbrante, con las cortinas a medio cerrar y las ventanas abiertas que dejan pasar, por entre las plantas y los linos, una brisa llena de aromas. Entretanto habráse puesto en el fuego a hervir un agua, no cualquier agua, sino la justa y necesaria para echar los huesos del puerco con algunas verduras pertinentes: cebollas de verdeo, hinojos, apio, culantro, tomillo, laurel y mejorana: esta agua hierve a olla y puerta cerrada, lejos de esa atmósfera pura de limpieza que exalta los sentidos en la sala, a mediados del día, cuando la gente se esmera en sus oficinas o se desespera en sus automóviles yendo a las citas de negocios. La brisa ondea el voile pero apenas consigue mover las cortinas, anudadas con un cordón dorado a cada lado del ventanal, en bandeaux.</div><div style="text-align: justify;">Sacarse los zapatos para sentir la frescura cálida del terciopelo. Llevar la mano derecha suavemente desde la pantorrilla hasta el muslo y acariciarla, confirmando que esa piel puede perfectamente competir con la pana; no subir más arriba la mano; desprenderse la blusa y dejar unos momentos los pechos al aire, erguirse y, con la mano en jarras, mirarse el perfil en el espejo del fondo de la vitrina, por entremedio de las copas de cristal. Salir de la sala y, previamente, cerrar la camisa, abotonarla y reacomodar los pliegues de la falda bajo el delantal.</div><div style="text-align: justify;">Entrar en la cocina, humeante por los huesos que hierven a todo vapor en la olla y cuyo destino es sólo convertirse en base para algún otro manjar. Echar el polvo detergente en un recipiente de plástico, el que se usa de costumbre, y hacer una mezcla espumosa con agua caliente; lavar los trastos del desayuno: tazas, jarritas, cucharas, cuchillos, platos, todo lo que hubiese sido retirado de la mesa y acumulado en la pileta. Pensar una vez más, como todos los días, que es una lástima no poder usar guantes de hule, aceptando, por consiguiente, el deterioro que los detergentes producen en la piel (hongos incluidos); usar las fibras que el objeto requiera: zacate, lana de aluminio o simplemente esponja. No dejar el trapito que se usa para secar la mesada colgado del mezclador de agua; no queda bien en el orden de la cocina. Limpiar las hornallas, raspar, pulir, frotar hasta dejar todo como un espejo. Sobre los azulejos, pasar un trapo con limpiador en polvo; ir acumulando la basura en un bote pequeño, que después será volcada en el mayor, debidamente protegido con una bolsa grande de plástico o con un forro de papel de diario confeccionado a esos efectos. Pasar el trapo por el piso; una y dos veces, escurriendo y chaguándolo cada vez.</div><div style="text-align: justify;">Ordenar, sobre todo ordenar; guardar en los armarios todo lo que esté afuera; reacomodar las cosas en el refrigerador. Saber, por ejemplo, que una berenjena, como en el viejo cuento, puede estar arrinconada en el fondo, como bola de toro de exportación; que las zanahorias pueden tener un destino fálico, arrojadas a la puerta de un lupanar y recubiertas de un opaco preservativo; que los pepinos pueden servir a la muchacha de las historias inmorales en sus ceremonias narcisistas; que el hongo más lúbrico no puede compararse con la morilla que el profesor de lingüística franco ruso le propuso a su colega franco alemana en una sesión amorosa vegetal; que las verduras y las frutas —salsifíes, nabos, mangos paraíso y petacones, semillas de mamey, chiles anchos, pasillas y mulatos, chilacayotes y chayotes, pitayas y camotes— pueden ser el contenido secreto de la valija del viajante que anda de pueblo en pueblo ofreciéndose para ciertas prácticas que responden a vicios particulares.</div><div style="text-align: justify;">Saber todo esto, mientras la olla echa humos que ascienden al tuérdano, aunque ese tuérdano haya sido reemplazado por una enorme campana con luces y tragaires que le chupan la conciencia a los alimentos. Después arremeter con la cebolla, la reina, picarla pertinazmente desde arriba e ir logrando los pedazos más diminutos con ese sistema que, por milagro, puede hasta hacerla desaparecer bajo la hoja del cuchillo; rehogarla en el fuego lentamente, dejando apenas que se dore. Sobre esa base construir el gran edificio, con la carne dejada en pesadumbre durante noche y día, los jitomates, los ajos quemados hasta la extenuación para extraerles toda el alma, la sustancia hecha papilla (¿por qué los ajos tienen que desaparecer? ¿por qué?), las hierbas, ajedrea predominante, y la copita que se bebe a medida que con ella y otra y otra se alimenta el cuerpo receptivo de la carne por impregnación, maceración, "mijotage". El tiempo transcurre agigantando los granos del arroz, creando espumas suplementarias en la superficie del caldo, dejándose invadir por los olores de las hierbas cada vez más despojadas de su esencia, meros tallos, escasas nervaduras que intentan sobrevivir al máximo de sí que se les exprime. Nadie, ningún extraño puede irrumpir en esta sesión en la que todo se hace por hábito pero en la que cada detalle empieza de pronto a cobrar un sentido muy peculiar, de objeto en sí, de objeto que se dota de una existencia propia, para no decir prodigiosa. El aceite cubre la superficie de los aguacates pelados, resbala por su piel y se chorrea sobre el plato; el ajo expulsado de su piel con el canto del cuchillo deja aparecer una materia larval; la sangre brota de la carne y, correlativamente, produce una segregación salival en la boca; el limón despide sus jugos apretado por los dedos; la piel de los garbanzos se desliza entre los dedos y el grano sale despedido sobre la fuente; la leche se espesa en la harina de la salsa; el huevo sale de su cáscara y deja ver su galladura; la pasta amasada en forma de cilindro se estira sobre la mesa y rueda bajo la palma de la mano; al calamar le salta, por acción de los dedos, una uña transparente de su mero centro; a la sardina le brota un pececito del vientre; la lechuga expulsa su cogollo. Volver a desabotonarse la blusa y dejar los pechos al aire y, sin muchos preámbulos, como si se frotara con alguna esencia una endivia o se sobara con algún aliño el belfo de un ternero, cubrir con un poquito de aceite los pezones erectos, rodear con la punta del índice la aureola y masajear levemente cada uno de los pechos, sin restablecer diferencias entre los reinos, mezclando incluso las especies y las especias por puro afán de verificación, porque en una de esas a los pezones no les viene bien el eneldo, pero sí la salvia. Dejar que los fuegos ardan, que las marmitas borboteen sus aguas y sus jugos y que la campana del tuérdano absorba como un torbellino los vahos. Apagar y, en el silencio, percibir con absoluta nitidez el ruido de la transformación de la materia. Rememorar que adentro, todo está listo, que no hay nada que censurar, que en cada sitio por el que pasaron las escobas y los escobillones, las jergas y los estropajos, todo ha quedado reluciente, invitando al reposo y a la quietud del mediodía; confirmarse también, y una vez más que, salvo algún proveedor a quien no hay que abrirle, nadie vendrá a interrumpir la sesión hasta casi las cuatro de la tarde. Poner, no obstante, el pestillo de seguridad en la puerta; quitarse lisa y llanamente la blusa y, después, la falda. Quedarse sólo con el delantal, mientras, con diferentes cucharas, probar una y otra vez, de una olla y la otra, los sabores, rectificándolos, dándoles más cuerpo, volviendo más denso su sentido particular. Con el mismo aceite con que se ha freído algunas de las tantas comidas que ahora bullen lentamente en sus fuegos, untarse la curva de las nalgas, las piernas, las pantorrillas, los tobillos; agacharse y ponerse de pie con la presteza de alguien acostumbrado a gimnasias domésticas. Reducir aún más los fuegos, casi hasta la extinción y, como vestal, pararse en medio de la cocina y considerar ese espacio como un anfiteatro; añorar la alcoba, el interior, el recinto cerrado, prohibidos por estar prisioneros del orden que se ha instaurado unas horas antes. Untarse todo el cuerpo con mayor meticulosidad, hendiduras de diferentes profundidades y carácter, depresiones y salientes; girar, doblarse, buscar la armonía de los movimientos, oler la oliva y el comino, el caraway y el curry, las mezclas que la piel ha terminado por absorber trastornando los sentidos y transformando en danza los pasos cada vez más cadenciosos y dejarse invadir por la culminación en medio de sudores y fragancias.</div></span><div class="MsoNormal" style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 16px; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="background-color: white; text-indent: 36pt;"><br /></span></div><div class="MsoNormal" style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 16px; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span style="background-color: white; text-indent: 36pt;"><br /></span></div><div class="separator" style="background-color: #fefdfa; clear: both; color: #191919; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: 16px; text-align: center;"><a href="https://4.bp.blogspot.com/-UCp4ZER418U/V-k5Lnr7ZeI/AAAAAAAADfo/2Pfp437BF44Gf31R06KfrzAim1aGDeA5gCLcB/s1600/Tununa%2BMercado.png" style="clear: left; color: #1d9f99; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-decoration-line: none;"><img border="0" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-UCp4ZER418U/V-k5Lnr7ZeI/AAAAAAAADfo/2Pfp437BF44Gf31R06KfrzAim1aGDeA5gCLcB/s200/Tununa%2BMercado.png" style="background: rgb(255, 255, 255); border-radius: 5px; border: 1px solid rgb(204, 204, 204); box-shadow: rgba(0, 0, 0, 0.2) 0px 0px 20px; padding: 8px; position: relative;" width="198" /></a></div><div class="MsoNormal" style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-size: 16px; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; text-align: justify;"><b style="text-indent: 36pt;"><span style="font-family: georgia;">Tununa Mercado</span></b></div>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-38463388646299486422022-05-27T12:15:00.001-03:002022-05-27T12:15:30.309-03:00CHARLES BUKOWSKI: TRES MUJERES<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Linda y yo vivíamos justo frente al parque McArthur, y una noche que estábamos bebiendo vimos por la ventana que caía un hombre. una visión extraña, parecía un chiste, pero no era ningún chiste pues el cuerpo se estrelló en la calle. «dios mío», le dije a Linda, «¡se espachurró como un tomate pasado! ¡no somos más que tripas y mierda y material pegajoso! ¡ven! ¡ven! ¡míralo! ». Linda se acercó a la ventana, luego corrió al baño y vomitó. luego volvió. me volví y la miré. «te lo digo de veras, querida, es exactamente igual que un gran cuenco de espaguettis y carne podrida, aderezado con una camisa y un traje rotos!». Linda volvió corriendo al baño y vomitó otra vez.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que necesitaban en realidad era el departamento de basuras. bueno, qué coño, todos tenemos nuestros problemas. yo no sabía nunca de dónde iba a venir el dinero del alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto beber para buscar trabajo. cuando nos preocupábamos, lo único que podíamos hacer para eliminar nuestras preocupaciones era joder. esto nos hacía olvidar un rato. jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. De vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. Pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. Otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. Yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí, me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas, cuando llené los bolsillos, apreté el timbre y bajé en la primera parada. nadie dijo nada ni intentó detenerme. En fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasábamos siempre parte del día en el parque mirando los patos. te aseguro que cuando andas mal de salud por darle sin parar a la botella y por falta de comida decente, y estás cansado de joder intentando olvidar, no hay como irse a ver los patos. Quiero decir, tienes que salir del cuarto, porque puedes caer en la tristeza profunda profunda y puedes verte en seguida saltando por la ventana. Es más fácil de lo que te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos en un banco a mirar los patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler, ni ropa, tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para allá cagando y graznando. picoteando, mordisqueando, comiendo siempre. De cuando en cuando, de noche, uno de los del hotel captura un pato, lo mata, lo mete en su habitación, lo limpia y lo guisa. Nosotros lo pensamos pero nunca lo hicimos. Además es difícil cogerlos; en cuanto te acercas ¡Sluuuusch! una rociada de agua y el cabrón se fue… nosotros solíamos comer pastelitos hechos de harina y agua, o de vez en cuando robábamos alguna mazorca de maíz (había un tipo que tenía un plantel de maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y luego robábamos siempre algo en los mercados al aire libre… me refiero a las tiendas que tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba un tomate o dos o un pepino pequeño de cuando en cuando, pero éramos ladronzuelos, raterillos, y nos basábamos sobre todo en la suerte. Los cigarrillos era más fácil, te dabas un paseo de noche y siempre alguien dejaba la ventanilla de un coche sin subir y un paquete o medio paquete de cigarrillos en la guantera. En fin nuestros auténticos problemas eran la bebida y el alquiler. Y jodíamos y nos preocupábamos por esto.</div><div style="text-align: justify;">Y como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los nuestros. No había vino, no había suerte, ya no había nada. no había crédito de la casera ni de la bodega. Decidí poner el despertador a las cinco y media de la mañana y bajar al Mercado de Trabajo Agrícola, pero ni siquiera el despertador funcionó bien. Se había estropeado y yo lo había abierto para arreglarlo. Tenía un muelle roto y el único medio que se me ocurrió de arreglarlo fue romper un trozo y enganchar de nuevo el resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿queréis saber lo que les pasa a los despertadores, y supongo que a toda clase de relojes, si les pones un muelle más pequeño? os lo diré: cuanto más pequeño sea el muelle, más deprisa andan las manecillas. era una especie de reloj loco, os lo aseguro, y cuando nos cansábamos de joder para olvidar las preocupaciones, solíamos contemplar aquel reloj e intentar determinar la hora que era realmente. y veías correr aquel minutero… nos reíamos mucho.</div><div style="text-align: justify;">Luego, un día, tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el reloj andaba treinta horas por cada doce horas reales de tiempo. y había que darle cuerda cada siete u ocho, porque si no se paraba. A veces despertábamos y mirábamos el reloj y nos preguntábamos qué hora sería.</div><div style="text-align: justify;">—¿te das cuenta, querida? —decía yo— el reloj anda dos veces y media más deprisa de lo normal. es muy fácil.</div><div style="text-align: justify;">—sí, pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? —me preguntó ella.</div><div style="text-align: justify;">—que me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.</div><div style="text-align: justify;">—bueno, será mejor que le des cuerda porque si no se parará.</div><div style="text-align: justify;">—de acuerdo.</div><div style="text-align: justify;">Le di cuerda, luego jodimos.</div><div style="text-align: justify;">Así que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no conseguí que el reloj funcionase. Conseguimos en algún sitio una botella de vino y la bebimos lentamente. yo miraba aquel reloj, sin entenderlo, temiendo no despertar. simplemente me tumbé en la cama y no dormí en toda la noche. Luego me levanté, me vestí y bajé a la calle San Pedro. Había demasiada gente por allí, paseando y esperando. vi unos cuantos tomates en las ventanas y cogí dos o tres y me los comí. había un gran cartel: Se Necesitan Recogedores De Algodón Para Bakersfield. Comida Y Alojamiento. ¿qué demonios era aquello? ¿algodón en Bakersfield, California? pensé en Eli Whitney y el motor que había eliminado todo aquello. Luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban recogedores de tomates. Bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en aquella cama tan sola. No la creía capaz de dormir sola mucho tiempo. Pero decidí intentarlo. Todos empezaron a subir al camión. yo esperé y me aseguré de que todas las damas estaban a bordo, y las había grandes. Cuando todos estaban arriba, intenté subir yo. Un mejicano alto, evidentemente el capataz, empezó a subir el cierre de la caja: «¡lo siento, señor, completo»! y se fueron sin mí.</div><div style="text-align: justify;">Eran casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una hora. Me cruzaba con mucha gente bien vestida y con expresión estúpida. estuvo a punto de atropellarme un tipo furioso con un Caddy negro. No sé por qué estaba furioso. Quizás el tiempo. hacía mucho calor. Cuando llegué al hotel, tuve que subir andando porque el ascensor quedaba junto a la puerta de la casera y ella andaba siempre jodiendo con el ascensor, limpiándolo y frotándolo, o simplemente allí sentada espiando.</div><div style="text-align: justify;">Eran seis plantas y cuando llegué oí risas en mi habitación. La zorra de Linda no había esperado mucho. En fin, le daré una buena zurra y también a él. Abrí la puerta.</div><div style="text-align: justify;">Eran Linda, Jeannie y Eve.</div><div style="text-align: justify;">—¡querido! —dijo Linda. Se acercó a mí, estaba toda elegante, con zapatos de tacón alto, me dio un montón de lengua cuando nos besamos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Jeannie acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los desocupados! ¡estamos celebrándolo!</div><div style="text-align: justify;">Había mucho vino de Oporto, entré y me di un baño y luego salí con mis pantalones cortos. Me gusta mucho enseñar las piernas. Nunca he visto unas piernas de hombre tan grandes y vigorosas como las mías, el resto de mi persona no vale demasiado, me senté con mis raídos pantalones cortos y posé los pies en la mesita de café.</div><div style="text-align: justify;">—¡mierda! ¡mirad esas piernas! —dijo Jeannie. —sí, sí —dijo Eve.</div><div style="text-align: justify;">Linda sonrió.</div><div style="text-align: justify;">Me sirvieron un vaso de vino.</div><div style="text-align: justify;">ya sabéis cómo son esas cosas, bebimos y hablamos, hablamos y bebimos. Las chicas salieron por más botellas. Más charla. El reloj daba vueltas y vueltas, pronto oscureció, yo bebía solo, aún con mis raídos pantalones cortos. Jeannie había ido al dormitorio y se había derrumbado en la cama. Eve se había derrumbado en el sofá y Linda en otro sofá de cuero más pequeño que había en el vestíbulo, delante del baño. yo seguía sin entender por qué me había dejado en tierra aquel mejicano, me sentía desgraciado, entré en el dormitorio y me metí en la cama con Jeannie, era una mujer grande, estaba desnuda. empecé a besarle los pechos, chupándolos.</div><div style="text-align: justify;">—eh, ¿qué haces?</div><div style="text-align: justify;">—¿qué hago? ¡joderte! le metí el dedo en el coño y lo moví arriba y abajo.</div><div style="text-align: justify;">—¡voy a joderte!</div><div style="text-align: justify;">—¡no! ¡Linda me mataría!</div><div style="text-align: justify;">—¡nunca lo sabrá!</div><div style="text-align: justify;">La monté y luego muy lenta lenta quedamente para que los muelles no rincharan, pues no debía oírse el menor rumor, entré y salí y entré y salí siempre despacio despacio y cuando me corrí pensé que nunca pararía. Uno de los mejores polvos de mi vida. Mientras me limpiaba con las sábanas, se me ocurrió este pensamiento: quizás el hombre lleve siglos jodiendo mal.</div><div style="text-align: justify;">Luego salí de allí, me senté en la oscuridad, bebí un poco más. No recuerdo cuánto tiempo estuve allí sentado, bebí bastante, luego me acerqué a Eve. Eve la de la ayuda a los desocupados, era una cosa gorda, un poco arrugada, pero tenía unos labios muy atractivos, obscenos, feos, muy cachondos. Empecé a besar aquella boca terrible y bella. no protestó en absoluto, abrió las piernas y entré. Se portó como una cerdita, gruñendo y tirando pedos y sornando y retorciéndose. No fue como con Jeannie, largo y emocionante, fue sólo plaf plaf y fuera. Salí de allí. y antes de que pudiese llegar a mi sillón otra vez la oí roncar de nuevo. Sorprendente… jodía igual que respiraba… no le daba la menor importancia. Cada mujer jode de un modo distinto, y eso es lo que mantiene al hombre en movimiento. Eso es lo que mantiene a un hombre atrapado.</div><div style="text-align: justify;">Me senté y bebí algo más pensando en lo que me había hecho aquel sucio mejicano hijo de puta. No merece la pena ser cortés. Luego empecé a pensar en la ayuda a los desocupados. ¿podrían acogerse a ella un hombre y una mujer que no estuviesen casados? por supuesto que no. Que se muriesen de hambre y amor era una especie de palabra sucia, pero eso era algo de lo que había entre Linda y yo: amor. por eso pasábamos hambre juntos, bebíamos juntos, vivíamos juntos. ¿qué significaba matrimonio? matrimonio significaba un Joder santificado y un Joder santificado siempre y finalmente, sin remisión, significa Aburrimiento, llega a ser un Trabajo. Pero eso era lo que el mundo quería: un pobre hijo de puta, atrapado y desdichado, con un trabajo que hacer. bueno, mierda, me iré a vivir al barrio chino y traspasaré a Linda a Big Eddie. Big Eddie era un imbécil, pero al menos compraría a Linda algo de ropa y le metería filetes en el estómago, que era más de lo que yo podía hacer.</div><div style="text-align: justify;">Bukowski Piernas de Elefante, el fracasado.</div><div style="text-align: justify;">terminé la botella y decidí que necesitaba dormir un poco, di cuerda al despertador y me acosté con Linda. Se despertó y empezó a frotarse conmigo.</div><div style="text-align: justify;">—oh mierda, oh mierda —dijo—. ¡no sé que me pasa!</div><div style="text-align: justify;">—¿qué hubo, nena? ¿estás mala? ¿quieres que llame al Hospital General?</div><div style="text-align: justify;">—oh no, mierda, sólo estoy ¡Caliente! ¡Caliente! ¡Muy Caliente!</div><div style="text-align: justify;">—¿qué?</div><div style="text-align: justify;">—¡digo que estoy muy caliente! ¡Jódeme!</div><div style="text-align: justify;">—Linda…</div><div style="text-align: justify;">—¿qué? ¿qué? —estoy cansadísimo. Llevo dos noches sin dormir, ese largo paseo hasta el mercado de trabajo y luego la vuelta, treinta y dos manzanas, con aquel sol… es inútil. no hay nada que hacer, estoy hecho migas.</div><div style="text-align: justify;">—¡yo te ayudaré!</div><div style="text-align: justify;">—¿qué quieres decir?</div><div style="text-align: justify;">Se arrastró por el sofá y empezó a chupármela, gruñí agotado.</div><div style="text-align: justify;">—querida, treinta y dos manzanas con aquel sol… estoy liquidado.</div><div style="text-align: justify;">Ella siguió, tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.</div><div style="text-align: justify;">—querida —le dije— ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!</div><div style="text-align: justify;">Como digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. La mayoría sólo conocen el viejo chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó a las bolas, luego las dejó, volvió otra vez al pene, fue subiendo en espiral, despertando un maravilloso volumen de energía, y dejando siempre el capullo propiamente dicho, intacto. Por último, yo me disparé y me lancé a decirle las diversas mentiras sobre lo que haría por ella cuando consiguiese por fin enderezar el culo y dejar de ser un golfo.</div><div style="text-align: justify;">Entonces ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su longitud, hizo esa pequeña presión con los dientes, el mordisquito de lobo y yo me corrí otra vez… lo cual significaba cuatro veces aquella noche. Quedé completamente agotado. Hay mujeres que saben más que la ciencia médica.</div><div style="text-align: justify;">Cuando desperté estaban todas levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie y Eve. intentaron destaparme, riendo.</div><div style="text-align: justify;">—¡bueno, Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el bar de Tommi-Hi!</div><div style="text-align: justify;">—¡vale, vale, adiós! salieron las tres meneando el culo.</div><div style="text-align: justify;">Todo el Género Humano estaba condenado para siempre.</div><div style="text-align: justify;">Cuando ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.</div><div style="text-align: justify;">—¿sí?</div><div style="text-align: justify;">—¿señor Bukowski?</div><div style="text-align: justify;">—¿sí?</div><div style="text-align: justify;">—¡vi a esas mujeres! ¡venían de su casa!</div><div style="text-align: justify;">—¿y cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.</div><div style="text-align: justify;">—conozco a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora y respetable.</div><div style="text-align: justify;">—¿sí?</div><div style="text-align: justify;">—sí, señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y nunca jamás había visto cosas como las que pasan en su casa. Siempre hemos tenido aquí gente respetable, señor Bukowski.</div><div style="text-align: justify;">—sí, son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la terraza y se tira de cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre esas plantas artificiales que tienen ustedes allí.</div><div style="text-align: justify;">—¡le doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!</div><div style="text-align: justify;">—¿qué hora es en este momento?</div><div style="text-align: justify;">—las ocho.</div><div style="text-align: justify;">—gracias.</div><div style="text-align: justify;">colgué..</div><div style="text-align: justify;">Busqué un alka-seltzer. Lo bebí en un vaso sucio. luego busqué un poco de vino. Corrí las cortinas y miré el sol. Era un mundo duro, no me decía nada, pero odiaba la idea de volver otra vez al barrio chino. Me gustan las habitaciones pequeñas, sitios pequeños donde poder pelearse un poco. Una mujer, un trago. Pero nada de trabajo diario. No podía soportarlo, no era lo bastante listo, pensé en tirarme por la ventana pero no podía, me vestí y bajé a Tommi-Hi’s. Las chicas reían al fondo del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía, le hice una seña, no hay dinero, me senté allí.</div><div style="text-align: justify;">apareció ante mí un whisky con agua y una nota.</div><div style="text-align: justify;">«reúnete conmigo en el Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será para nosotros. amor, Linda.»</div><div style="text-align: justify;">Bebí el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.</div><div style="text-align: justify;">—no, señor —me dijo el recepcionista—, no hay ninguna habitación 12 reservada a nombre de Bukowski.</div><div style="text-align: justify;">Volví a la una, había estado todo el día en el parque, toda la noche, allí sentado. Lo mismo.</div><div style="text-align: justify;">—no hay ninguna habitación 12 reservada para usted, señor.</div><div style="text-align: justify;">—¿ninguna habitación reservada para mí a ese nombre o a nombre de Linda Bryan?</div><div style="text-align: justify;">comprobó sus libros.</div><div style="text-align: justify;">—nada, señor.</div><div style="text-align: justify;">—¿le importa que mire en la habitación 12?</div><div style="text-align: justify;">—no hay nadie allí, señor, se lo aseguro.</div><div style="text-align: justify;">—estoy enamorado, amigo, lo siento. ¡déjeme echar un vistazo, por favor!</div><div style="text-align: justify;">Me echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría y me dio la llave.</div><div style="text-align: justify;">—si tarda más de cinco minutos en volver, tendrá problemas. abrí la puerta, encendí las luces.</div><div style="text-align: justify;">—¡Linda!</div><div style="text-align: justify;">Las cucarachas, al ver la luz, volvieron todas corriendo a meterse debajo del empapelado. había miles. cuando apagué la luz, las oí corretear saliendo otra vez. el propio empapelado no parecía más que una gran piel de cucaracha.</div><div style="text-align: justify;">volví a bajar en ascensor.</div><div style="text-align: justify;">—gracias dije—, tenía usted razón. no hay nadie en la habitación 12.</div><div style="text-align: justify;">por primera vez, su voz pareció adoptar un vago tono amable.</div><div style="text-align: justify;">—lo siento, amigo.</div><div style="text-align: justify;">—gracias —dije.</div><div style="text-align: justify;">Salí del hotel y giré a la izquierda, es decir hacia el Este, es decir, hacia el barrio chino. Mientras mis pies me arrastraban lentamente hacia allí, me preguntaba, «¿por qué mienten las personas?» ahora ya no me lo pregunto, pero aún recuerdo, y ahora, cuando mienten, casi lo sé mientras están mintiendo, pero aún no soy tan sabio como el recepcionista del Hotel Cucaracha que sabía que la mentira estaba en todas partes, o la gente que pasaba volando ante mi ventana mientras yo bebía oporto en cálidas tardes de Los Ángeles frente al parque McArthur, donde aún cazan, matan y devoran a los patos, y a la gente.</div><div style="text-align: justify;">El hotel aún sigue allí, y también la habitación en la que parábamos, y si algún día te molestas en venir, te lo enseñaré, pero eso tiene poco sentido, ¿verdad? digamos sólo que una noche jodí a tres mujeres, o me jodieron ellas. Y cerremos con esto la historia.</div></span><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-size: 16px; text-align: justify;"><div class="separator" style="background-color: white; clear: both; font-family: Georgia, Utopia, "Palatino Linotype", Palatino, serif; text-align: center;"><span style="font-family: arial, helvetica, sans-serif;"><a href="https://3.bp.blogspot.com/-Pice6LxDAJE/VgHL8FuhdbI/AAAAAAAACiw/_yTNR_CMG4kqMfLxfFT060KaaaRzLSa3ACPcB/s1600/charles-bukowski.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; color: #1d9f99; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-decoration-line: none;"><img border="0" height="200" src="https://3.bp.blogspot.com/-Pice6LxDAJE/VgHL8FuhdbI/AAAAAAAACiw/_yTNR_CMG4kqMfLxfFT060KaaaRzLSa3ACPcB/s200/charles-bukowski.jpg" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; border-radius: 5px; border: 1px solid rgb(204, 204, 204); box-shadow: rgba(0, 0, 0, 0.2) 0px 0px 20px; padding: 8px; position: relative;" width="200" /></a></span></div><span style="background-color: white; font-family: arial, helvetica, sans-serif;"></span><br /><div style="background-color: white;"><b><span style="font-family: georgia;">Charles Bukowski</span></b></div></div>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-49777432839861074082022-05-27T12:15:00.000-03:002022-05-27T12:15:12.079-03:00ISABEL ALLENDE: SI ME TOCARAS EL CORAZÓN<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><span style="background-color: white; color: #191919; text-align: justify;">Amadeo Peralta se crió en la pandilla de su padre y llegó a ser un matón, como todos los hombres de su familia. Su padre opinaba que los estudios son para maricones, no se requieren libros para triunfar en la vida, sino cojones y astucia, decía, por eso formó a sus hijos en la rudeza. Con el tiempo, sin embargo, comprendió que el mundo estaba cambiando muy rápido y que sus negocios necesitaban consolidarse sobre bases más estables. La época del pillaje desenfadado había sido reemplazada por la corrupción y el despojo solapado, era hora de administrar la riqueza con criterio moderno y mejorar su imagen. Reunió a sus hijos y les impuso la tarea de hacer amistad con personas influyentes y aprender asuntos legales, para que siguieran prosperando sin peligro de que les fallara la impunidad. También les encomendó buscar novias entre los apellidos más antiguos de la región, a ver si lograban lavar el nombre de los Peralta de tanta salpicadura de barro y de sangre. Para entonces Amadeo había cumplido treinta y dos años y tenía muy arraigado el hábito de seducir muchachas para luego abandonarlas, de modo que la idea del matrimonio no le gustó nada, pero no se atrevió a desobedecer a su padre. Comenzó a cortejar a la hija de un hacendado cuya familia había vivido en el mismo lugar por seis generaciones. A pesar de la turbia fama del pretendiente, ella lo aceptó, porque era muy poco agraciada y temía quedarse soltera.</span></span></p><span style="font-family: georgia;"><span style="background-color: white; color: #191919;"></span><span style="background-color: #fefdfa; color: #191919;"></span></span><div style="background-color: #fefdfa; color: #191919; text-align: justify;"><span style="background-color: white;"><span style="font-family: georgia;">Ambos iniciaron entonces uno de los aburridos noviazgos de provincia, incómodo en su traje de lino blanco y sus botines lustrados, Amadeo la visitaba todos los días bajo la mirada atenta de la futura suegra o de alguna tía, y mientras la señorita servía café y pasteles de guayaba, él atisbaba el reloj calculando el momento oportuno de despedirse.</span></span></div><span style="font-family: georgia;"><span style="background-color: white; color: #191919;"></span><span style="background-color: #fefdfa; color: #191919;"></span></span><div style="background-color: #fefdfa; color: #191919; text-align: justify;"><span style="background-color: white;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></span></div><span style="background-color: white; color: #191919;"><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Pocas semanas antes de la boda, Amadeo Peralta tuvo que hacer un viaje de negocios por la provincia. Así llegó a Agua santa, uno de esos lugares donde nadie se queda y cuyo nombre los viajeros rara vez recuerdan. Pasaba por una calle angosta, a la hora de la siesta, maldiciendo el calor y ese olor dulzón de mermelada de mangos que agobiaban el aire, cuando escuchó un sonido cristalino como de agua deslizándose entre piedras, que provenía de una casa modesta, con la pintura descascarada por el sol y la lluvia, como casi todas por allí. A través de la reja divisó un zaguán de baldosas oscuras y paredes encaladas, al fondo un patio y más allá la visión sorprendente de una muchacha sentada en el suelo con las piernas cruzadas, sosteniendo sobre las rodillas un salterio de madera rubia. Se quedó un rato observándola.</div><div style="text-align: justify;">-Ven, niña -la llamó, por último. Ella levantó la cara y a pesar de la distancia él destinguió los ojos asombrados y la sonrisa incierta en un rostro todavía infantil-. Ven conmigo -mandó, imploró Amadeo con la voz seca.</div><div style="text-align: justify;">Ella vaciló. Las últimas notas quedaron suspendidas en el aire del patio como una pregunta. Peralta la llamó de nuevo, ella se puso de pie y se acercó, él metió el brazo entre los barrotes de la reja, corrió el pestillo, abrió la puerta y la cogió de la mano, mientras le recitaba todo su repertorio de galán, jurándole que la había visto en sueños, que la había buscado toda su vida, que no podía dejarla ir y que era la mujer destinada para él, todo lo cual podía haber omitido, porque la muchacha era simple de espíritu y no comprendió el sentido de sus palabras, aunque tal vez la sedujo el tono de la voz. Hortensia había cumplido recién quince años y su cuerpo estaba listo para el primer abrazo, aunque ella no lo sabía ni podía darle un nombre a esas inquietudes y temblores.</div><div style="text-align: justify;">Para él fue tan fácil llevarla hasta su coche y conducirla a un descampado, que una hora después ya la había olvidado por completo. Tampoco pudo recordarla cuando una semana más tarde ella apareció de súbito en su casa, a ciento cuarenta kilómetros de distancia, vestida con un delantal de algodón amarillo y alpargatas de lona, con su salterio bajo el brazo encendida por la fiebre del amor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuarenta y siete años más tarde, cuando Hortensia fue rescatada del foso donde había permanecido sepultada y los periodistas viajaron de todas partes del país para fotografiarla, ni ella misma sabía ya su nombre ni como llegó hasta allí.</div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué la tuvo encerrada como una bestia miserable? -acosaron los reporteros a Amadeo Peralta.</div><div style="text-align: justify;">-Porque se me dio la gana -replicó él calmadamente. Para entonces ya tenía ochenta años y estaba tan lúcido como siempre, pero no comprendía aquel alboroto tardío por algo ocurrido tanto tiempo atrás.</div><div style="text-align: justify;">No estaba dispuesto a dar explicaciones. Era hombre de palabra autoritaria, patriarca y bisabuelo, nadie se atrevía a mirarlo a los ojos y hasta los curas lo saludaban con la cabeza inclinada. En su larga vida acrecentó la fortuna heredada de su padre, se adueñó de todas las tierras desde las ruinas del fuerte español hasta los límites del Estado y después se lanzó a una carrera política que lo convirtió en el cacique más poderoso de la zona. Se casó con la hija fea del hacendado, con ella tuvo nueve descendientes legítimos y con otras mujeres engendró un número impreciso de bastardos, sin guardar recuerdos de ninguna porque tenía el corazón definitivamente mutilado para el amor. A la única que no pudo descartar del todo fue a Hortensia, porque se le quedó pegada en la conciencia como una persistente pesadilla. Después del breve encuentro con ella entre las yerbas de un terreno baldío, regresó a su casa, su trabajo y su desabrida novia de familia honorable.</div><div style="text-align: justify;">Fue Hortensia quien lo buscó hasta encontrarlo, fue ella quien se le atravesó por delante y se aferró a su camisa con una aterradora sumisión de esclava. Vaya lío, pensó él entonces, yo a punto de casarme con pompa y fanfarria y esta niña desquiciada se me cruza en el camino. Quiso deshacerse de ella, pero al verla con su vestido amarillo y sus ojos suplicantes le pareció un desperdicio no aprovechar la oportunidad y decidió esconderla mientras se le ocurría alguna solución.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y así, casi por descuido, Hortensia fue a parar al sótano del antiguo ingenio de azúcar de los Peralta, donde permaneció enterrada durante toda su vida. Era un recinto amplio, húmedo, oscuro asfixiante en verano y frío en algunas noches de la temporada seca, amoblado con unos cuantos trastos y un jergón. Amadeo Peralta no se dio tiempo para acomodarla mejor, a pesar de que algunas veces acarició la fantasía de convertir a la muchacha en una concubina de cuentos orientales, envuelta en tules leves y rodeada de plumas de pavo real, cenefas de brocado, lámparas de vidrios pintados, muebles dorados de patas torcidas y alfombras peludas donde él pudiera caminar descalzo. Tal vez lo habría hecho si ella le hubiera recordado sus promesas, pero Hortensia era como un pájaro nocturno, uno de esos guácharos ciegos que habitan al fondo de las cuevas, sólo necesitaba un poco de alimento y agua. El vestido amarillo se le pudrió en el cuerpo y acabó desnuda.</div><div style="text-align: justify;">-El me quiere, siempre me ha querido -decllaró cuando la rescataron los vecinos. En tantos años de encierro había perdido el uso de las palabras y la voz le salía a sacudones, como un ronquido de moribundo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las primeras semanas Amadeo pasó mucho tiempo en el sótano con ella, saciando su apetito que creyó inagotable. Temiendo que la descubrieran y celoso hasta de sus propios ojos, no quiso exponerla a la luz natural y sólo dejó entrar un rayo tenue a través de la claraboya de ventilación. En la oscuridad retozaron en el mayor desorden de los sentidos, con la piel ardiente y el corazón convertido en un cangrejo hambriento. Allí los olores y sabores adquirían una cualidad extrema. Al tocarse en las tinieblas lograban penetrar en la esencia del otro y sumergirse en las intenciones más secretas. En ese lugar sus voces resonaban con un eco repetido, las paredes les devolvían ampliados los murmullos y los besos. El sótano se convirtió en un frasco sellado donde se revolcaron como gemelos traviesos navegando en aguas amnióticas, dos criaturas turgentes y aturdidas. Por un tiempo se extraviaron en una intimidad absoluta que confundieron con el amor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando Hortensia se dormía, su amante salía a buscar algo de comer y antes de que ella despertara regresaba con renovados bríos a abrazarla de nuevo. Así debieron amarse hasta morir derrotados por el deseo, debieron devorarse el uno al otro o arder como una antorcha doble pero nada de eso ocurrió. En cambio, sucedió lo más previsible y cotidiano, lo menos grandioso. Antes de un mes, Amadeo Peralta se cansó de los juegos, que ya empezaban a repetirse, sintió la humedad royéndole las articulaciones y comenzó a pensar en todo lo que había al otro lado del antro. Era hora de volver al mundo de los vivos y recuperar las riendas de su destino.</div><div style="text-align: justify;">-Espérame aquí, niña. Voy afuera a hacermme muy rico. Te traeré regalos, vestidos y joyas de reina -le dijo al despedirse.</div><div style="text-align: justify;">-Quiero hijos -dijo Hortensia.</div><div style="text-align: justify;">-Hijos no, pero tendrás muñecas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En los meses siguientes Peralta se olvidó de los vestidos, las joyas y las muñecas. Visitaba a Hortencia cada vez que se acordaba, no siempre para hacer el amor, a veces sólo para oirla tocar alguna melodía antigua en el salterio, le gustaba verla inclinada sobre el instrumento pulsando las cuerdas. En ocasiones llevaba tanta prisa que no alcanzaba a cruzar ni una palabra con ella, le llenaba los cántaros de agua, le dejaba una bolsa de provisiones y partía. Cuando se olvidó de hacerlo por nueve días y la encontró moribunda, comprendió la necesidad de conseguir alguien que lo ayudara a cuidar a su prisionera, porque su familia, sus viajes, sus negocios y sus compromisos sociales lo mantenían muy ocupado.</div><div style="text-align: justify;">Una india hermética le sirvió para este fin. Ela guardaba la llave del candado y entraba regularmente a limpiar el calabozo y limpiar los líquenes que le crecían a Hortensia en el cuerpo como una flora delicada y pálida, casi invisible al ojo desnudo, olorosa a tierra removida y a cosa abandonada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿No tuvo lástima de esa pobre mujer? -le preguntaron a la india cuando también a ella se la llevaron detenida, acusada de complicidad en el secuestro, pero ella no contestó y se limitó a mirar de frente con ojos impávidos y lanzar un escupitajo negro de tabaco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No, no tuvo lástima porque creyó que la otra tenía vocación de esclava y por lo mismo era feliz siéndolo, o que era idiota de nacimiento y, como tantos en su condición, mejor estaba encerrada que expuesta a las burlas y peligros de la calle. Hortensia no contribuyó a cambiar la opinión que su carcelera tenía de ella, jamás manifestó alguna curiosidad por el mundo, no intentó salir a respirar aire limpio ni se ..... de nada. Tampoco parecía aburrida, su mente estaba detenida en algún momento de la infancia y la soledad terminó por perturbarla del todo. En realidad se fue convirtiendo en una criatura subterránea. En esa tumba se agudizaron sus sentidos y aprendió a ver lo invisible, la rodearon alucinantes espíritus que la conducían de la mano por otros universos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras su cuerpo permanecía encogido en algun rincón, ella viajaba por el espacio sideral como una partícula mensajera, viviendo en un territorio oscuro, más allá de la razón. Si hubiera tenido un espejo para mirarse se habría aterrado de su propio aspecto, pero como no podía verse no percibió su deterioro, no supo de las escamas que le brotaron en la piel, de los gusanos de seda que anidaron en su largo cabello convertido en estopa, de las nubes plomizas que le cubrieron los ojos ya muertos de tanto atisbar en la penumbra.</div><div style="text-align: justify;">No sintió como le crecían las orejas para captar los sonidos externos, aun los más tenues y lejanos, como la risa de los niños en el recreo de la escuela, la campanilla del vendedor de helados, los pájaros en vuelo, el murmullo del río. Tampoco se dio cuenta de que sus piernas antes graciosas y firmes, se torcieron para acomodarse a la necesidad de estar quieta y de arrastrarse, ni que las uñas de los pies le crecieron como pezuñas de bestia, los huesos se le transformaron en tubos de vidrio, el vientre se le hundió y le salió una joroba. Sólo las manos mantuvieron su forma y tamaño, ocupadas siempre en el ejercicio del salterio, aunque ya sus dedos no recordaban las melodías aprendidas y en cambio le arrancaban al instrumento el llanto que no le salía del pecho.</div><div style="text-align: justify;">De lejos Hortensia parecía un triste mono de feria y de cerca inspiraba una lástima infinita. Ella no tenía conciencia alguna de esas malignas transformaciones, en su memoria guardaba intacta la imagen de sí misma, seguía siendo la misma muchacha que vio reflejada por última vez en el cristal de la ventana del automovil de Amadeo Peralta, el día que la condujo a su guarida. Se creía tan bonita como siempre y continuó actuando como si lo fuera, de ese modo el recuerdo de su belleza quedó agazapado en su interior y cualquiera que se le aproximara lo suficiente podía vislumbrar bajo su aspecto externo de enano prehistórico.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entretanto Amadeo peralta, rico y temido, extendía por toda la región la red de su poder. Los domingos se sentaba a la cabecera de una larga mesa, con sus hijos y nietos varones; sus secuaces y cómplices, y con algunos invitados especiales, políticos y jefes militares a quienes trataba con una cordialidad ruidosa, no exenta de la altanería necesaria para que recordaran quién era el amo.</div><div style="text-align: justify;">A sus espaldas se rumoreaba de sus víctimas; de cuantos dejó en la ruina o hizo desaparecer, de los sobornos a las autoridades, de que la mitad de su fortuna provenía del contrabando; pero nadie estaba dispuesto a buscar pruebas. Decían también que Peralta mantenía a una mujer prisionera en un sótano. Esta parte de su leyenda negra se repetía con mayor certeza que la de sus negocios ilegítimos, en verdad muchos lo sabían y con el tiempo se convirtió en un secreto a voces.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una tarde de mucho calor, tres niños se escaparon de la escuela para bañarse en el río. Pasaron un par de horas chapoteando en el lodo de la orilla y luego se fueron a vagar cerca del antiguo ingenio de azúcar de los Peralta, cerrado desde hacía dos generaciones, cuando la caña dejó de ser rentable. El lugar tenía fama de hechizado, decían que se escuchaban ruidos de demonios y muchos habían visto por allí a una bruja desgreñada invocando a las ánimas de los esclavos muertos. Exhaltados por la aventura, los muchachos se metieron en la propiedad y se acercaron al edificio de la fábrica. Pronto se atrevieron a entrar en las ruinas, recorrieron los amplios cuartos de anchas paredes de adobe y vigas ruídas por el comején, sortearon la maleza crecida del suelo, los cerros de basura y mierda de perro, las tejas podridas y los nidos de culebras.</div><div style="text-align: justify;">Dándose valor a fuerza de bromas, empujándose, llegaron hasta la sala de molienda, una habitación enorme abierta al cielo, con restos de máquinas despedazadas, donde la lluvia y el sol habían creado un jardín imposible y donde creyeron percibir un rastro penetrante de azúcar y sudor. Cuando empezaba a quitárseles el susto, oyeron con toda claridad un canto monstruoso. Temblando, trataron de retroceder, pero la atracción del horror pudo más que el miedo y se quedaron agazapados escuchando hasta que la última nota se les clavó en la frente. Poco a poco lograron vencer la inmovilidad, se sacudieron el espanto y empezaron a buscar el origen de esos extraños sonidos, tan diferentes a cualquier música conocida, y así dieron con una pequeña trampa a ras del suelo, cerrada con un candado que no pudieron abrir. Sacudieron la plancha de madera que cerraba la entrada y un indescriptible olor a fiera enjaulada les golpeó la cara. Llamaron, pero nadie respondió, sólo oyeron al otro lado un sordo jadeo. Entonces partieron corriendo a avisar a gritos que habían descubierto la puerta del infierno.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El barullo de los niños no pudo ser acallado y así los vecinos comprobaron finalmente lo que sospechaban desde hacía décadas. Primero llegaron las madres detrás de sus hijos a atisbar por las ranuras de la trampa, y ellas también escucharon las notas terribles del salterio, muy diferentes a la melodía banal que atrajo a Amadeo Peralta al detenerse en una callejuela de Agua Santa para secarse el sudor de la frente. Detrás de ellas acudió un tropel de curiosos y por último, cuando ya se había juntado una muchedumbre, aparecieron los policías y los bomberos, que hicieron saltar la puerta a hachazos y se metieron al hoyo con sus lámparas y sus bártulos de incendio. En la cueva encontraron a una criatura desnuda, con la piel fláccida colgando en pálidos pliegues, que arrastraban unos mechones grises por el suelo y gemía aterrorizada por el ruido y la luz. Era Hortensia, brillando con fosforecencia de madreperla bajo las linternas implacables de los bomberos, casi ciega, con los dientes gastados y las piernas tan débiles que casi no podía tenerse de pie. La única señal de su origen humano, era un viejo salterio apretado contra su regazo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La noticia produjo indignación en todo el país. En las pantallas de televisión y en los periódicos apareció la mujer rescatada del agujero donde pasó la vida, mal cubierta por una manta que alguien le puso sobre los hombros. La indiferencia que durante casi medio siglo rodeó a la prisionera, se convirtió en pocas horas en pasión por vengarla y socorrerla. Los vecinos improvisaron piquetes para linchar a Amadeo Peralta, atacaron su casa, lo sacaron a rastras y si la Guardia no llega a tiempo para quitárselo de las manos, lo habrían despedazado en la plaza. Para callar la culpa de haberla ignorado durante tanto tiempo, todo el mundo quiso ocuparse de Hortensia. Se reunió dinero para darle una pensión, se juntaron toneladas de ropa y medicamentos que ella no necesitaba y varias organizaciones de beneficencia se dieron a la tarea de rasparle la mugre, cortarle el cabello y vestirla de pies a cabeza, hasta convertirla en una anciana común. Las monjas le prestaron una cama en el asilo de indigentes y durante meses la tuvieron amarrada para que no se escapara de vuelta al sótano, hasta que por fin se acostumbró a la luz del día y se resignó a vivir con otros seres humanos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aprovechando el furor público atizado por la prensa, los numerosos enemigos de Amadeo Peralta reunieron por fin el valor para lanzarse en picada en su contra. Las autoridades, que durante años ampararon sus abusos, le cayeron encima con el garrote de la ley. La noticia ocupó la atención de todos durante el tiempo suficiente para conducir al viejo caudillo a la cárcel y luego se fue esfumando hasta desaparecer del todo. Rechazado por sus familiares y amigos, convertido en símbolo de todo lo abominable y abyecto, hostilizado por los guardianes y por sus compañeros de infortunio, estuvo en prisión hasta que lo alcanzó la muerte. Permanecía en su celda, sin salir nunca al patio con los otros reclusos. Desde allí podía oír los ruidos de la calle.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cada día, a las diez de la mañana, Hortensia caminaba con su vacilante paso de loca hasta el penal y le entregaba al vigilante de la puerta una marmita caliente para el preso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-El casi nunca me dejó con hambre -le decía al portero en tono de excusa. Después se sentaba en la calle a tocar el salterio, arrancándole unos gemidos de agonía imposible de soportar. En la esperanza de distraerla y hacerla callar, algunos pasantes le daban una moneda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Encogido al otro lado de los muros, Amadeo Peralta escuchaba ese sonido que parecía provenir del fondo de la tierra y que le atravesaba los nervios. Ese reproche cotidiano debía significar algo, pero no podía recordar. A veces sentía unos ramalazos de culpa, pero en seguida le fallaba la memoria y las imágenes del pasado desaparecían en una niebla densa. No sabía por que estaba en esa tumba y poco a poco olvidó también el mundo de la luz, abandonándose a la desdicha.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div></span></span><div class="separator" style="background-color: #fefdfa; clear: both; color: #191919; font-family: Georgia, Utopia, "Palatino Linotype", Palatino, serif; font-size: 16px; text-align: center;"><a href="https://4.bp.blogspot.com/-5rKLOFH0K6s/V9ID9iVSxNI/AAAAAAAADck/ZbLY4Kfyd44P_h6KFc03-gjX4NPH1JsnwCLcB/s1600/Isabel%2BAllende.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; color: #1d9f99; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-decoration-line: none;"><img border="0" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-5rKLOFH0K6s/V9ID9iVSxNI/AAAAAAAADck/ZbLY4Kfyd44P_h6KFc03-gjX4NPH1JsnwCLcB/s200/Isabel%2BAllende.jpg" style="background: rgb(255, 255, 255); border-radius: 5px; border: 1px solid rgb(204, 204, 204); box-shadow: rgba(0, 0, 0, 0.2) 0px 0px 20px; padding: 8px; position: relative;" width="200" /></a></div><div style="background-color: #fefdfa; color: #191919; font-size: 16px;"><b><span style="font-family: georgia;">Isabel Allende</span></b></div>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-85075473876320301112022-05-22T12:18:00.003-03:002022-05-22T12:18:24.144-03:00TERESA LÓPEZ OLIVERA: LAS MUJERES MÁGICAS<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><span style="color: #191919; text-align: justify;">Hace miles de luces del tiempo, cuando solía vagar creyendo que sabía de la vida, iba desde las costas a las montañas.</span></span></p><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Las montañas son las más misteriosas y embrujadoras geografías donde se encuentra el alma de una misma y aprende a respetar las luces y sombras de las demás personas, a las razones de la vida y las sinrazones de las luchas por la vida sin muerte.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En esas montañas hace miles de años y hace unos segundos, las conocí a ellas, las mujeres mágicas, las de las fuerzas incontenibles, que te traspasan con su horror y su esperanza inaudita.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Conocí a muchas pues mi ignorancia era muy grande, gracias a que al menos tenía ojos claros, un poco de oído y pies ligeros; pero sólo te hablaré de algunas: las de Tonantzin y las de Raramuri. Eran señoriales sin lujos ni poderes conocidos, es decir sin dinero ni honores ni prestigio, aquello por lo que hay tantas guerras y desgracias sangrantes en el mundo. Solían caminar mucho a pie, hacer tortillas y lavar en el río, cantar en lenguas antiquísimas y amar con pasión todo lo que implicara la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las de la arena fina, eran madres, hijas y nietas. Lupe, la hija, fue a la fiesta patronal de San Juan Bautista y el borrachito le llamó, un perro estaba a punto de comer a la bebé que habían tirado en la madrugada porque era fruto de una relación sin matrimonio. Lupe la levantó le quitó la placenta y la calentó con agua hirviendo, en botellas para devolverle la vida, ese día la bautizaron y la llamaron Reina Guadalupe, porque estaba mandada por Tonantzin, como regalo. Lupe tenía una vida de penurias y compartía la leche de su hija de sangre con su hija de magia, se llevaban cinco meses.Se la pidió regalada una mujer rica y no la dio, se la pelearon los parientes y pronto la registró a su nombre. Esa magia de la misericordia fue invencible, sin precio, el amor nunca se puede comprar ni destruir, sólo ancharse como el mar. Allá quedaron en el pueblo náhuatl dando luces y luces.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las otras mujeres que me dejaron la vida cambiada y la mente azuzada fueron las de raramuri. Fui cuando no pensaba. El terror llegó primero y les arrebato los hijos, los maridos y los yernos, los papás y familiares y algunas hijas. Les arrebato por medio de los sicarios, esos que se dicen hombres y están muertos en vida, sin corazón ni entrañas. Los cielos estaban negros mucho tiempo, solo veían las luces de las balas y las veladoras. Era como la peste de la muerte que dice el éxodo o el apocalípsis. Ellas agonizaron, un día enloquecieron y los fueron a buscar a las montañas, sus ojos eran más que lámparas, sus corazones bombearon la fuerza de las caminatas infinitas en búsqueda de sus muertos y desaparecidos, por ahí encontraron a un esclavo de crimen, quien se hizo tonto y caminó al monte para que ellas buscaran.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Encontraron la fosa con cientos de asesinados y sus pulmones iba a reventar del olor a podrido, sangre y quemado, muchos huesos con carne agusanada, otros cuerpos, la mayoría jóvenes, asesinados, torturados y algunos desnudos otros aún con ropa…vieron…vieron…pero no estaban los suyos. Entonces lloraron largamente por todas las familias que no encontrarían nunca a sus seres amados porque estaban en esa fosa frente a ellos, oculta en raramuri…y se volvieron. Se murieron un mes, de llanto, no quisieron comer, no podían cerrar los ojos pues los de la fosa se levantaban ante ellas. Cuando paso el mes de la muerte se levantaron, iluminaron sus comunidades y trabajaron sus siembras, sus comidas, sus sonrisas. Cuando las conocí me invadieron con su luz y su horror, cambiaron mi vida, las de otros y otras, me arrancaron el mundo de consumismo, de ignorancia, de mediocridad. Allá están en las montañas, ya no mueren, viven en el cosmos manteniendo la esencia de la luz, de la magia invencible que hace crecer los bosques, los ríos y alimenta el tiempo de los relojes de la justicia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-MuQDE7kKSX0/VjUuXWk6-GI/AAAAAAAACpU/26yyp0BJE6Q/s1600/Mexico.png"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-MuQDE7kKSX0/VjUuXWk6-GI/AAAAAAAACpU/26yyp0BJE6Q/s200/Mexico.png" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Teresa López Olivera</b></div><div style="text-align: justify;">(Colaboración)</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-4025045988230069072022-05-22T12:10:00.007-03:002022-05-22T12:10:37.422-03:00WOODY ALLEN: FIESTA DE DISFRACES<p><span style="font-family: georgia; text-align: justify;">Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce. Me fuí de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce.</span></p><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Así que lo aseguré sobre el parachoques de mi automóvil y emprendí el regreso a casa por la carretera oeste. Pero lo que yo no sabía era que la bala no le había penetrado en la cabeza; sólo le había rozado el cráneo y lo había dejado inconsciente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Justo cuando estaba cruzando el túnel el alce se despertó. Así que estaba conduciendo con un alce vivo en el parachoques, y el alce hizo señal de girar. Y en el estado de New York hay una ley que prohíbe llevar un alce vivo en el parachoques los martes, jueves y sábados. Me entró un miedo tremendo…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De pronto recordé que unos amigos celebraban una fiesta de disfraces. Iré allí, me dije. Llevaré el alce y me desprenderé de él en la fiesta. Ya no sería responsabilidad mía. Así que me dirigí a la casa de la fiesta y llamé a la puerta. El alce estaba tranquilo a mi lado. Cuando el anfitrión abrió lo saludé: “Hola, ya conoces a los Solomon”. Entramos. El alce se incorporó a la fiesta. Le fue muy bien. Ligó y todo. Otro tipo se pasó hora y media tratando de venderle un seguro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dieron las doce de la noche y empezaron a repartir los premios a los mejores disfraces. El primer premio fue para los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de alce. El alce quedó segundo. ¡Eso le sentó fatal! El alce y los Berkowitz cruzaron sus astas en la sala de estar y quedaron todos inconscientes. Yo me dije: Ésta es la mía. Me llevé al alce, lo até sobre el parachoques y salí rápidamente hacia el bosque. Pero… me había llevado a los Berkowitz. Así que estaba conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y en el estado de Nueva York hay una ley que los martes, los jueves y muy especialmente los sábados…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente, los Berkowitz despertaron en medio del bosque disfrazados de alce. Al señor Berkowitz lo cazaron, lo disecaron y lo colocaron como trofeo en el Jockey club de Nueva York. Pero les salió el tiro por la culata, porque es un club en donde no se admiten judíos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Regreso solo a casa. Son las dos de la madrugada y la oscuridad es total. En la mitad del vestíbulo de mi edificio me encuentro con un hombre de Neanderthal. Con el arco superciliar y los nudillos velludos. Creo que aprendió a andar erguido aquella misma mañana. Había acudido a mi domicilio en busca del secreto del fuego. Un morador de los árboles a las dos de la mañana en mi vestíbulo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me quité el reloj y lo hice pendular ante sus ojos: los objetos brillantes los apaciguan. Se lo comió. Se me acercó y comenzó un zapateado sobre mi tráquea. Rápidamente, recurrí a un viejo truco de los indios navajos que consiste en suplicar y chillar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://4.bp.blogspot.com/-WJ0Ze1d48Cg/VSNdiYfa98I/AAAAAAAAB9E/lJpVNowvtPc/s1600/woody_allen_01.jpg"><img border="0" src="https://4.bp.blogspot.com/-WJ0Ze1d48Cg/VSNdiYfa98I/AAAAAAAAB9E/lJpVNowvtPc/s200/woody_allen_01.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Woody Allen</b></div><div style="text-align: justify;">(Heywood Allen Stewart Konigsberg; Nueva York, 1935) Director, actor y guionista cinematográfico estadounidense. Aunque llegó a ingresar en la universidad, no tardaría en abandonarla. Desde muy joven se dedicó a vender chistes a famosos columnistas y a cómicos profesionales.Fuente: Biografíasyvidas.com</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-40187143038095544682022-05-22T12:06:00.002-03:002022-05-22T12:06:18.069-03:00HJALMAR SÖDERBERG: EL BESO<p><br /></p><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Érase una vez una muchacha y un joven. Estaban sentados en una piedra, en una punta de tierra que se adentraba en el mar, y las olas golpeaban hasta tocar sus pies. Estaban sentados, callados, cada uno en sus pensamientos, y vieron ponerse el sol.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él pensó que tenía muchas ganas de besarla. Su boca parecía hecha para eso. Había visto chicas más hermosas y, en realidad, estaba enamorado de otra, pero no creía poder besarla nunca, ya que era un ideal y una estrella, y “a las estrellas uno no puede desear poseerlas”. Ella pensó que querría que él la besara, porque entonces tendría una oportunidad de enojarse con él y mostrarle lo mucho que lo despreciaba. Se levantaría, levantando las faldas y ajustándolas en torno a sí; lo miraría con una mirada cargada de helada burla y se iría, derecha y sin prisas innecesarias. Pero para que no pudiera adivinar lo que pensaba, dijo en voz baja, muy lentamente:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Cree usted en otra vida después de ésta?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él pensó que sería más fácil besarla si contestaba que sí. Pero no recordaba bien cómo había respondido en otra oportunidad a la misma pregunta y tuvo miedo de contradecirse. Por eso la miró profundamente a los ojos y dijo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Hay momentos en que creo que sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa respuesta agradó a la chica enormemente y pensó: “De todas maneras, me gusta su pelo y también la frente. Es una lástima que la nariz sea tan fea y que no tenga una posición. Es sólo un estudiante”. Con un novio como ése no la envidiarían sus amigas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Él pensó. “Ahora, decididamente, puedo besarla”. Pero tenía mucho miedo; no había besado antes a ninguna joven de buena familia, y se preguntaba si sería peligroso. Su padre dormía, tumbado en una hamaca, no muy lejos de allí, y era el alcalde de la ciudad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella pensó: “¿Será quizá mejor que le dé un bofetón cuando me bese?”. Y pensó de nuevo: “¿Por qué no me besa, es que soy tan fea y desagradable?”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y se inclinó sobre el agua para mirarse reflejada, pero su retrato se rompió en las olas que salpicaban.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pensó a continuación: “Me pregunto qué sentiré cuando me bese”. En realidad, la habían besado una sola vez, un teniente, después de un baile en el hotel de la ciudad. Pero olía muy mal, a cigarros y a ponche, y ella se había sentido un poco halagada de que la hubiera besado, ya que era un teniente, pero, por otra parte, ese beso no había sido gran cosa. Y, además, lo odiaba, porque después del beso ni le había propuesto matrimonio ni había vuelto a mirarla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras estaban allí sentados, cada uno en sus pensamientos, el sol se puso y oscureció.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y él pensó: “Ya que está todavía sentada a mi lado y el sol se ha ido, quizá no tenga nada en contra de que la bese”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y lentamente le pasó un brazo sobre los hombros.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eso ella no lo había previsto. Había creído que la besaría sin más preámbulos y que entonces ella le daría una bofetada y se iría como una princesa. Ahora no sabía qué hacer; quería enfadarse con él, pero no quería perder la oportunidad de ser besada. Por eso se quedó sentada completamente quieta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entonces él la besó.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era mucho más extraño de lo que ella había pensado; sintió que se quedaba pálida y sin fuerzas, y que se había olvidado totalmente de darle un bofetón, y de que no era nada más que un estudiante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero él pensó en un pasaje del libro de un médico muy religioso, llamado La especie femenina, en donde decía: “…Pero cuidado con dejar que el abrazo matrimonial se supedite al dominio de las pasiones”. Y pensó que debía ser muy difícil cuidarse si un solo beso podía ya hacer tanto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando salió la luna, estaban todavía sentados besándose.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella le susurró al oído:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Te amé desde el primer momento en que te vi.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y él respondió:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Para mí no ha habido otra en el mundo como tú.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-ATdJcVYXiDc/WFCNsxg4_jI/AAAAAAAADuM/hATYo_TCMiwJZtw9kt8NoUhiDcRhEFW4QCLcB/s1600/Soderberg.jpg"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-ATdJcVYXiDc/WFCNsxg4_jI/AAAAAAAADuM/hATYo_TCMiwJZtw9kt8NoUhiDcRhEFW4QCLcB/s200/Soderberg.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Hjalmar Söderberg</b></div><div style="text-align: justify;">(Estocolmo, 1869 - Copenhague, 1941)</div><div style="text-align: justify;">Narrador sueco, autor de novelas psicológicas en las que destaca la descripción del Estocolmo finisecular, trasfondo de temas pasionales que reflejan un depurado racionalismo y que fueron motivo de escándalo entre los sectores puritanos. Hijo de un notario, estudió en Upsala y, tras una breve experiencia periodística y un empleo en la aduana por espacio de dos años, se dedicó exclusivamente a la literatura.</div><div style="text-align: justify;">Fuente: El camino oscurece (1907), en Cien años de cuentos nórdicos,</div><div style="text-align: justify;">trad. Ana Valdés, Madrid, Ediciones de la Torre -</div><div style="text-align: justify;">narrativabreve.com -</div><div style="text-align: justify;">biografiasyvidas.com -</div><div style="text-align: justify;">Foto: Söderbergallskapet</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-77742331270570659372022-05-22T12:01:00.005-03:002022-05-22T12:01:32.152-03:00PLÍNIO CAMILLO: HISTORIA PARA QUE IOIO, DUERMA.<p> </p><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Ioio, el más pequeño, aún resistía.</div><div style="text-align: justify;">El pequeño aún quería jugar.</div><div style="text-align: justify;">Gritar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Paciente, como el látigo manda, Núbia vino despacio.</div><div style="text-align: justify;">Con la autoridad de ser la ama-de-leche de él, lo tomó de la mano.</div><div style="text-align: justify;">El la mordió.</div><div style="text-align: justify;">— Voy a contarte una historia, ven.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El más grande fue corriendo.</div><div style="text-align: justify;">Ioio le tiró el vestido viejo, lo rasgó.</div><div style="text-align: justify;">Estuvo ella con los pechos afuera.</div><div style="text-align: justify;">La señora la miró con cierto desprecio. Tenía la certeza que después la iba a regañar.</div><div style="text-align: justify;">El señor, la miró con codicia. tenía la certeza que después la regañaría.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se acostaron.</div><div style="text-align: justify;">Ioio se acostó sobre ella y tomó de sus senos.</div><div style="text-align: justify;">— Cuenta, cuenta, cuenta vieja negra! Cuenta ahora! — le dijo con la boca llena de leche.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">"Hace mucho tiempo atrás, en la tierra de mis padres, hubo una guerra de tribus, los Zulus y los Ndwandwes. El motivo de la guerra ninguno se acordaba.</div><div style="text-align: justify;">O era por causa de las tierras.</div><div style="text-align: justify;">O por causa de dinero.</div><div style="text-align: justify;">O por causa de un amor recusado.</div><div style="text-align: justify;">O apenas por no tener nada que hacer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Algunos decían que los otros tenían mal olor.</div><div style="text-align: justify;">Los otros decían que algunos olían mal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mas era un tiempo de guerra.</div><div style="text-align: justify;">Guerra de apenas para vencer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un día, el pequeño Shaka, de la tribu Zulu, fue a jugar cerca de una laguna con la lanza que le había regalado su tío, el hermano de su padre.</div><div style="text-align: justify;">Se fue aproximando cazando grandes fieras invisibles.</div><div style="text-align: justify;">Hasta que vió, acostado, a otro chico: Zwide, de la tribu de los Ndwandwe.</div><div style="text-align: justify;">¿Qué hacer?</div><div style="text-align: justify;">¿Huir?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entonces, antes de que Shaka de la vuelta, ellos se miran.</div><div style="text-align: justify;">¿Será que iban a pelear?</div><div style="text-align: justify;">¿A luchar como los suyos?</div><div style="text-align: justify;">¿A batallar por los suyos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">— ¿Que estás haciendo?— preguntó Shaka mientras planeaba su retirada.</div><div style="text-align: justify;">— Mirando — le dice medio sonriendo el pequeño Zwide — gusto de venir aquí, ¿sabes?</div><div style="text-align: justify;">— Yo También …</div><div style="text-align: justify;">— ¿Vas a querer luchar?</div><div style="text-align: justify;">— No lo se, ¿y tu?</div><div style="text-align: justify;">— Tampoco lo se, creo que no.</div><div style="text-align: justify;">— ¿Dudas a que yo le acierto a aquel árbol?</div><div style="text-align: justify;">— Muéstrame.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Shaka tiró la lanza. Acertó y Zwide fue a buscarla.</div><div style="text-align: justify;">— Tira vos ahora.</div><div style="text-align: justify;">— ¡Tá!</div><div style="text-align: justify;">Tiró y esta vez Shaka fue a buscar la lanza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estuvieron así por horas.</div><div style="text-align: justify;">Tiraban y hablaban de sus sueños y de la voluntad de crecer. De las tierras que tenían para conocer y de las frutas que querían saborear.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después pescaron con las lanzas.</div><div style="text-align: justify;">Contaron histórias.</div><div style="text-align: justify;">Hablaron mentiras.</div><div style="text-align: justify;">Jugaron hasta hacerse amigos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y llegó la hora de volver.</div><div style="text-align: justify;">Se hizo un gran silencio.</div><div style="text-align: justify;">Shaka dijo hasta que volvamos a vernos.</div><div style="text-align: justify;">Zwide dijo hasta que volvamos a vernos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Anduvieron algunos pasos y se dieron vuelta para darse otra despedida.</div><div style="text-align: justify;">Shaka volvió corriendo.</div><div style="text-align: justify;">Entregó su lanza a Zwide.</div><div style="text-align: justify;">— Para que me recuerdes.</div><div style="text-align: justify;">— Para que nos recordemos.</div><div style="text-align: justify;">— Se agradecen al mismo tiempo y corren cada uno para su lado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tiempo después, el hermano del padre de Shaka, le pidió la lanza para verla.</div><div style="text-align: justify;">— Se la di a un amigo mio.</div><div style="text-align: justify;">— ¿A quién?</div><div style="text-align: justify;">— Amigo…</div><div style="text-align: justify;">— ¿Cuál amigo?</div><div style="text-align: justify;">— Zwide.</div><div style="text-align: justify;">— ¿Es uno de los Ndwandwe?</div><div style="text-align: justify;">— A él, si!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El padre pegó un grito.</div><div style="text-align: justify;">La madre lloró.</div><div style="text-align: justify;">La hermana se tiraba los cabellos.</div><div style="text-align: justify;">El hermano de su padre maldecía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">— Tonto!! — le dijo su tio — la próxima vez: enfile la lanza en el pecho de él.</div><div style="text-align: justify;">— No! Él es mi amigo!</div><div style="text-align: justify;">— Nunca! Con certeza la próxima vez, él va a apuntar su lanza en vos!"</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">… Y Ioio no oyó el final de la historia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-aw-wGjoSI2g/Vbeb_qBP6jI/AAAAAAAACV0/NKHQtQ1lsqw/s1600/Pl%25C3%25ADnio%2BCamillo.jpg"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-aw-wGjoSI2g/Vbeb_qBP6jI/AAAAAAAACV0/NKHQtQ1lsqw/s200/Pl%25C3%25ADnio%2BCamillo.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b>Plínio Camillo</b></div><div style="text-align: justify;">Escritor nacido en Ribeirao Preto actualmente residiendo en San Pablo, Brasil</div><div style="text-align: justify;">Fuente: Outras Vozes - negrosoutrasvozes.wordpress.com</div><div style="text-align: justify;">Coletânea de contos ficcionais que tratam do cotidiano do negro escravizado no Brasil.</div><div style="text-align: justify;">Foto: Plínio Camillo - Facebook</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-8833524219699749962022-05-22T11:56:00.000-03:002022-05-22T11:56:53.391-03:00ENTREVISTA A RAQUEL JADUSZLIWER<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: x-large;">“Leonardo Moledo fue considerado como un renacentista”</span></b></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><b><span style="font-size: x-large;"><br /></span></b></span></div><span style="font-family: georgia;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjdRv5TRKjcW78uM5J3SYuL8O4Mws2LJhh4WgjTQrqy4SrgOwj8mA_WFH8YMJEerAzDfW_9SAv5wVrlJYj53aJErYOUDgb8IawWMv5HFCV-XM6sCWif9cUXtr3Ck7jCvl8ZKaRzD1SusWMbl0Mrjmqm8krHRuWwd-pL2L4TV2UyV4E-EFCyy8LUUjhIZQ/s548/Raquel%20Jaduszliwer%206%20-%20Foto%20de%20Eloy%20Rodr%C3%ADguez%20Tale.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="366" data-original-width="548" height="268" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjdRv5TRKjcW78uM5J3SYuL8O4Mws2LJhh4WgjTQrqy4SrgOwj8mA_WFH8YMJEerAzDfW_9SAv5wVrlJYj53aJErYOUDgb8IawWMv5HFCV-XM6sCWif9cUXtr3Ck7jCvl8ZKaRzD1SusWMbl0Mrjmqm8krHRuWwd-pL2L4TV2UyV4E-EFCyy8LUUjhIZQ/w400-h268/Raquel%20Jaduszliwer%206%20-%20Foto%20de%20Eloy%20Rodr%C3%ADguez%20Tale.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: justify;">Por<b> Rolando Revagliatti</b></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;"><b>Raquel Jaduszliwer</b> nació el 19 de mayo de 1946 en la ciudad de San Fernando, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo Mención Única en el Premio Hydra de Ciencia Ficción y Fantasía por su novela inédita “En el palacio de aguas corrientes” (La Habana, Cuba, 2013). El volumen 20 de la Colección Poetas Argentinas de la Biblioteca de las Grandes Naciones, está conformado por su “Selección de poemas” (digital, México, 2015). En soporte papel integra la “Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo” (2005), así como la antología “En los ojos de todos” (2º Premio en Poesía en el 5º Concurso Literario “Paco Urondo”, Villa María, Córdoba, 2015) y la “Antología de homenaje a Juan L. Ortiz” (2015). Poemarios publicados: “Los panes y los peces” (Primer Premio de Poesía Editorial de los Cuatro Vientos, 2012), “La noche con su lámpara” (Primer Premio de Poesía Fundación Victoria Ocampo, 2014), “Persistencia de lo imposible” (Premio Edición de Poesía Ediciones Ruinas Circulares, 2015).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1 — ¿Nos trasladás, en principio, a aquel mayo del 46 y sus alrededores?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Encarar esta propuesta me obliga a aceptar desde el vamos que no podría hacerlo a mano alzada, menos aún de un solo trazo, pero cómo me gustaría que así fuera. Eso me ocurre, en general, en relación a la escritura: cómo soslayar la diacronía, como lograr la inmediatez, la flecha al blanco, cómo lograr con el puente de palabras un efecto de simultaneidad entre el estado que llevó a la emisión del poema y su recepción. Bueno, pero aquí estamos lidiando con las palabras, ahora se trata de mi pequeña historia, y todo se presenta de a fragmentos, con vacilaciones, rupturas, quiebres y rodeos, así como lo pide la memoria y así como el lenguaje lo posibilita. Nací en San Fernando, conurbano bonaerense, y viví mis primeros diez años en esa localidad, a cuadras de Virreyes, la estación de tren que viene un par de paradas antes de Tigre. Retrospectivamente, la mudanza a la capital instauró ese lugar como el paraíso perdido que proyectó nostalgia sobre todo lo que vino después. Recuerdo el patio con el fondo de tierra, me veo subida a los árboles, o haciendo cacharritos de</div><div style="text-align: justify;">barro; recuerdo los paseos al río los domingos, días mágicos del fin de semana porque así estábamos juntos los cuatro de la familia: mis padres, mi hermano tres años mayor y yo. El núcleo duro y firme de la vida estaba allí, como una fortaleza y como un nido. Seguramente operó desde mis padres la voluntad de que así fuera: nido y fortaleza. Los dos habían venido de Polonia antes de la guerra. Mi mamá, de nena, con toda su familia. Mi padre, unos pocos años más tarde, en el treinta, justo al filo de la hecatombe del nazismo, con veinte años cumplidos. Se vino solo, harto del antisemitismo, ya habiendo iniciado su militancia en la izquierda y con el anhelo de cambiar el mundo donde quiera que fuera. Mis padres se conocieron en su pueblito, en su aldea, el “shtetl”, aquí se reencontraron y se eligieron. Muchas veces, haciendo el cálculo en años, pienso que para cuando yo nací mis padres estarían enterándose de cómo fueron realmente las cosas en Europa, qué pasó con los judíos como ellos, como nosotros, que quedaron en el continente. Toda la familia de mi papá, todos sus vecinos, la aldea entera, a todos los mataron, salvo uno que otro que sobrevivió al exterminio. En el caso de mis abuelos y mis tíos, habían tomado la decisión de escaparse por los bosques y unirse a los partisanos, pero fueron interceptados y muertos, seguramente bajo la misma fronda que inspiró a toda la corriente del romanticismo en una Europa previa. Soy consciente de las marcas de época que signaron mi nacimiento y el de mi hermano y el de mis queridos y numerosos primos por parte de la familia de mi madre, con los que mucho compartí. Recién en la adultez pude hacer la conexión y llamar abuelos a los padres de mi padre, y llamar tíos a sus hermanos. Supongo que esta desconexión fue en parte un recurso psíquico para enfrentar lo inabordable, excesivo por donde se lo mirase. Y creo que esta forma dereaccionar se instauró en mí como uno de los mecanismos a mano en momentos críticos, para bien y para mal. Mi infancia fue incubada por corrientes alternas: el dolor de lo extremo y del desgarro, y la fuerza y la voluntad de seguir adelante. Pienso (y el pensamiento se sostiene en la convicción dada por las vivencias) que nosotros, sus hijos, fuimos en esos años motor y brújula, fuimos sus talismanes. Además de esas condiciones de subjetivación también están las otras, las que se fueron desplegando a través de toda la música y toda la lectura, por tanta riqueza espiritual alrededor. Y por la transmisión de una visión del mundo. Y por el ejemplo de vida dado por mis padres. Una vida muy rica, un mar de fondo maravilloso, aunque con sus núcleos de difícil metabolización. Tanto la riqueza como los obstáculos deben haber hecho lo suyo para que yo ya escribiera desde antes de saber escribir, dictándole a mi hermano mis versos, que él volcaba con su letrita inicial en un cuaderno que él mismo me había acondicionado a modo de primer libro inédito. También fue determinante la influencia directa de mi primo Nicolás Reches, poeta, por ese entonces, cercano al grupo de El Pan Duro. Nueve años mayor que yo, a mis diez, once, doce, trece años me leyó a Federico García Lorca y a César Vallejo y a Miguel Hernández y a Rafael Alberti y a Nicolás Guillén y a Luis Cernuda; compartió conmigo ese tesoro, de manera premeditada y sistemática me inició en lo maravilloso. Lo agradezco infinitamente y lloro su pérdida temprana, su muerte accidental.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">2 — Te referiste de entrada al paraíso perdido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Siempre suele haber alguno cuando las cosas van más o menos bien en la dirección del amor, el cuidado y la tibieza; más tarde o más temprano, cuando esto sucede, todos perdemos retrospectivamente un paraíso que ubicamos en la infancia. En mi caso, la pérdida se produjo de manera neta en lo real, con su espacio y su momento bien delimitados, cuando mamá enfermó de cáncer y murió cuando yo estaba por cumplir mis catorce años. La enfermedad se declaró al poco tiempo de mudarnos a la capital, meses o algo así. Todo era paradojal: mi padre había proyectado hacer ese cambio por intentar remediar lo irremediable, acercarnos a donde vivía el resto de la familia materna para que mamá aliviara la tristeza por la muerte de dos de sus hermanos, una que había sido muy reciente y la otra de años atrás, la muerte jovencísima de un hermano en las cárceles de José Félix Uriburu, el presidente golpista. Con la pérdida de mi madre se precipitó la desgracia. Todo el dolor del mundo que se había tratado de mantener a raya para que, a nosotros, los vástagos, no nos inundara, cayó sobre mi cabeza. No puedo decir que mi padre se haya desmoronado, sería imposible tratándose de alguien tan fuerte, pero su expresión, sus inflexiones y sus gestos lo volvieron otro, lejano, tenso, reconcentrado, me parecía tan severo, me hacía sentir en falta. Todo cambió, dejé de ser el talismán de nadie, me volví huérfana. En general, nunca me dieron la edad que tengo; supongo que se debe a la década perdida que siguió a la enfermedad de mamá, con la irrupción de la conciencia del cuerpo como sede de dolor, sufrimiento y ausencia definitiva. Diez años de ultramundo, de ser un fantasmita huidizo replegada en mí misma, vagando en mi propio interior. La vida seguía a pasos rápidos, a golpes de timón. Tres años después papá se volvió a casar, el triunfo de la voluntad se mantenía incólume después de todo. La extraña que irrumpió en mi vida hoy es mi mamá segunda, querida, admirable, vital. Pero lo que ahora entiendo como una bendición y un reparo, en su momento fue ruptura y estrépito, sensación de naufragio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwpybYCb-hWaHqNhvQkCx6zyOaZg-R5Gcu-31H2xFmpD2OZPm7EUQcCTr9ixJaiVCaRUtIFaCmUEoLQDQGEOpRoQp4gN_DOvg1UTZmi0ZCqsmO3k9y_ikNv2vNCQX3yTOeZlUE84e-Sj5RQIfwY_DuiZwwN4-R1unkpmUmm3OvCa9_7Gh_SUaUEOmpJw/s1140/Raquel%20Jaduszliwer%201%20-%20Foto%20de%20Eloy%20Rodr%C3%ADguez%20Tale.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="694" data-original-width="1140" height="195" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwpybYCb-hWaHqNhvQkCx6zyOaZg-R5Gcu-31H2xFmpD2OZPm7EUQcCTr9ixJaiVCaRUtIFaCmUEoLQDQGEOpRoQp4gN_DOvg1UTZmi0ZCqsmO3k9y_ikNv2vNCQX3yTOeZlUE84e-Sj5RQIfwY_DuiZwwN4-R1unkpmUmm3OvCa9_7Gh_SUaUEOmpJw/s320/Raquel%20Jaduszliwer%201%20-%20Foto%20de%20Eloy%20Rodr%C3%ADguez%20Tale.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">3 — ¿Y años más tarde?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Con veinticinco cumplidos, mi hermano, recibido poco antes de físico, se fue a hacer el doctorado con una beca a Toronto, y de ahí a Nueva York, y de ahí a California. Y allí se quedaría, ciudadano de Estados Unidos, muy lejos. Él había seguido en mucho los pasos de mi padre. En 1966, con el golpe de ese otro general y dictador, Juan Carlos Onganía, tenía la entrada prohibida a la facultad, no podía acercarse siquiera a pisar el césped de los alrededores. De alguna manera, irse en el 69 fue un exilio a tiempo, salvador, si pienso en la pesadilla que se cernió después sobrenuestro pueblo. A esa altura, ya nada quedaba en torno mío de la fortaleza y del nido de la infancia. A veces pienso que, si hubiera sido por mí, no me habría movido nunca del nido, soy de aquerenciarme demasiado. Pero ese desmantelamiento me arrojó a hacer mi vida, una vida propia. Para cuando mi hermano se fue del país yo me estaba recibiendo de psicóloga, en un clima de época que también incitaba a poner las cosas en movimiento. Pero suelo verme a mí misma con los procederes de una hormiga. Metódica, una hojita por vez. Para ese entonces, mi primo, el poeta Rubén Reches, hermano de Nicolás, me llevó al Taller de Escritura Mario Jorge de Lellis (se llamaba Aníbal Ponce en ese momento, en el 69; también concurrían Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen, Lucina Álvarez, Jorge Aulicino, Oscar Barros, Irene Gruss, Jorge Asís, entre otros). Yo ya había cumplido con la misión de recibirme; después de haber trabajado en una galería de arte, ahora sí, tocaba disponerme para el ejercicio de una profesión, pero, por fin, con un cierto margen de libertad merecido. En realidad, esa podría haber sido la coyuntura óptima para habilitarme a escribir, cosa que no había vuelto a hacer desde los días de mi adolescencia, días en que llenaba con mis poemas los márgenes secretos de las hojas de carpeta del colegio. Pero no fue así. Aquello siguió pospuesto, proscripto, vaya a saber por qué tuvo que pasar tanto tiempo para que se levantara la veda, la auto-restricción. Así que, en aquella oportunidad, tomé por el otro camino: el día que fui por primera vez al taller, que funcionaba en el Teatro IFT, conocí ahí nomás en la puerta, antes de entrar, a Leonardo Moledo, que se acercó a pedirme fuego. Ahí me dije qué cosa, pensar que éste que se me cruza ahora jamás se me volverá a cruzar, teniendo tanto en común conmigo…; si me preguntan por qué tuve esa ocurrencia no podría dar cuenta precisa, fue una sensación muy fuerte de familiaridad, de infancia compartida. Si lo pienso ahora, suena un poco endogámico, pero bueno, así fue, transmitido a través de esa mirada y esa voz inolvidable. Al rato lo encontré arriba, en el taller; compartimos ese espacio, y un tiempo después nos casamos. Tuvimos dos hijos y toda una vida juntos, con momentos de felicidad y momentos desesperados, pero de permanente riqueza y de vuelo, de intensidad. Leonardo murió en el 2014. Otro desmantelamiento, una nueva orfandad, todo el dolor de nuevo. Pero ahora sí con el amparo y la energía que irradia la escritura que ya había empezado a desplegarse, desde el 2011 en poesía, y con un paseo preliminar por la narrativa pocos años antes como rodeo y práctica dilatoria, para, por fin, dar lugar al encuentro postergado con aquello que me correspondía de una vez por todas, el derecho al poema y el deber de asumir ese derecho. Lo que ocurrió y lo que no ocurrió en todo ese lapso durante el que se constituyó el segundo núcleo duro de mi vida (el primero fue la familia de origen; el segundo, lo familiar recreado con Leonardo y nuestros hermosos hijos, Fernando y Lucía), creo que tiene que ver con cuestiones de coyuntura, pero más que todo con un cierto borramiento que hice de mí misma y que se produjo al sumergirme en lo que yo más quise. Leonardo fue considerado en más de una oportunidad como un renacentista: matemático, escritor, periodista, divulgador de la ciencia, pero por sobre todas las cosas, un innovador, un creador incansable y perpetuo, un trasgresor y una mente brillante. Muy pronto creo que me abandoné a su suerte, a sus desvelos y a su obra, y llevada por su corriente nadé como pude. Quién sabe, de alguna manera quizás ahora escribo para no hundirme y seguir a nado. Como les pasa a muchos, después de todo. Volviendo a la diacronía y a lo que dije al comienzo: ¿qué arbitrario el hilo del relato, no? Cuánto para decir de las primeras etapas, y cómo aparece compactado todo lo que vino después, cómo se agolpa el tiempo… Están ahora los hijos; Fernando, doctor en Filosofía, kantiano, en este año en Leipzig, haciendo un post-post-doctorado.Publicó “Los años silenciosos de Kant” (Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2014), donde el autor “explora en profundidad la evolución del pensamiento kantiano desde el momento en que por primera vez el filósofo expone el problema de la conexión de las representaciones con sus objetos, hasta el momento en que presenta, con la Crítica, su propuesta de solución” (del prólogo de Mario Caimi). También ha escrito poesía cuando la vida se lo ha requerido. Me reconozco en él, reconozco a su padre, y también a mi padre, imperativo y categórico, y a la vida corriendo con todo su caudal. Y Lucía, que es música, y es música que fluye, y tiene ojos azules como los de la abuela que no conoció, y trae consigo la alegría y la hermosura y todo lo suele iluminar. Lucía integra dos grupos musicales: “Illiariy”, de música folklórica sudamericana y “Reciclón”, de folklore instrumental. Y calando hondo, ahora sí se manifiesta el trabajo que hace sobre mí la escritura. Está instaurado ese querer decir puesto en acto, motor primero y último, eso que hace del poema un poema, eso que le permite acontecer y darnos algo de felicidad mayor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">4 — He quedado conmovido, Raquel, por tanto que trasmitís. Y sorprendido, no sólo al enterarme de que sos prima de dos poetas, sino de que has estado casada con alguien que yo admiré en su condición de periodista científico (del que, por ejemplo, he sido su radioescucha). No he leído sus novelas y no recuerdo si he visto representadas sus piezas teatrales. Hablemos de ellas, ¿te parece?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Leonardo escribió tres novelas. La primera fue “La mala guita”, publicada por Ediciones de la Flor, en 1976, dentro de la corriente del policial negro: dos profesores universitarios, sin trabajo, hacen sus primeras armas como detectives, y muy pronto quedan envueltos en complicaciones demasiado peligrosas para el contexto de la época. Se publicó también en Brasil, como “Detetives muito particulares”. La segunda, “Verídico informe sobre la ciudad de Bree”, fue editada por Sudamericana-Planeta, en 1985. El comentario en contratapa comienza diciendo: “La Argentina tiene una historia mítica y una historia real que para bien o para mal se mezclan, y que no siempre es fácil distinguir del todo”. Si bien sigue en la línea del policial, aparecen elementos fantásticos. El cruce de géneros se da de manera muy atractiva, y con el humor tan de Leonardo, único. Recuerdo la adrenalina del proceso de su publicación, la emoción de elegir la tapa, mi nombre en la dedicatoria… La última fue “Tela de juicio”, la publicó Editorial Cántaro, en 1991. También aparecen elementos del policial, pero el acento está puesto en la mirada retrospectiva de los personajes sobre lo sucedido en los años de plomo, y en la forma en que afectó sus vidas. Respecto a las obras de teatro, fueron dos, puestas en el Centro Cultural General San Martín, con la dirección de Osvaldo Pellettieri: “Las reglas de juego” en 1985 y “El regreso al hogar” en 1987. Ambas centran la trama en la escena familiar en versión pesadillesca. Todavía tengo recuerdos vívidos de esa experiencia tan rica. En realidad, cada incursión en un nuevo lenguaje, en un nuevo género a experimentar fue transitado así, en gran parte porque en el fondo sabíamos (y me tomo el derecho a hablar en plural, porque estas cosas las compartimos mucho) que ninguno de ellos iba a ser un punto de llegada, que el punto de llegada no tenía lugar en su mundo, y que sólo vendría con la muerte, y hasta ahí nomás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">5 — Tres primeros premios tus tres poemarios.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — En 2006 me acerqué nuevamente a la escritura. Pero empecé por un rodeo previo antes de decidirme por la poesía. Primero algunos pocos cuentos, y después dos novelas cortas. La narrativa pone un referente como pantalla entre el autor y el lector; en poesía podríamos decir que el referente está perdido, o por lo menos que allí donde se produce efecto poético, no hay referente que valga. Hay entonces mayor exposición, no hay intermediación argumental, no hay personajes. Está el alma muy a la vista; está la necesidad de decir que se pone en absoluta evidencia y están los modos de afectación producida por esa necesidad y bueno, no me fue fácil asumirlo. Pero el caso es que en un determinado momento me resultó menos fácil aún seguir coartando esa necesidad, entonces aparecieron seis poemas de una serie, “Ventanas”, muy visuales, con mucha música. Lucrecia Ércole, amiga de toda la vida desde la adolescencia en adelante, me impulsó a que los mandara a un concurso que organizaba la Editorial de los Cuatro Vientos: de allí salió el premio y la edición de “Los panes y los peces”, en 2012. Cuando lo gané, en un par de meses tuve que ponerme a escribir para poder armar el libro, yo no tenía obra escrita y el poemario debía publicarse en el verano. Así que después de tanta dilación, de buenas a primeras me vi compelida a escribir un libro. Bueno, así salió, desparejo, con evidencias de falta de oficio, pero también con mucha intensidad y mucha inspiración. Hay poemas de ese libro que los sigo sosteniendo con la misma convicción de entonces. Otros que no. A otros los corregiría, y a algunos los dejaría afuera, pero son los menos. Agradecida a la editorial que supo encontrarme y de algún modo ayudarme a salir del exilio interior. Y a Lucrecia, por eso y por tantas cosas. Después claro, seguí… con el deleite y la dificultad de empezar a pensar en lo que estaba haciendo, consciente de que además del querer decir estaba el lenguaje, la herramienta con sus limitaciones y sus condiciones de posibilidad, y el lidiar con eso, ya que de eso se trata todo el asunto; y así se fue armando otro poemario, “La noche con su lámpara”, que mandé al concurso organizado por la Fundación Victoria Ocampo, y que ganó el premio en Poesía. Para mí fue importantísimo. Tuve oportunidad después de recibir comentarios, tanto de Jorge Aulicino como de Rafael Felipe Oteriño y de María del Mar Estrella, que estaban en el jurado junto a Alejandro Roemmers, y me hizo muy bien lo que escuché, como así también la manera en que se refirió a mi poesía María Esther Vázquez. Toda aquella experiencia fue muy motivadora y seguramente tuvo sus efectos en lo que vino después. El tercer libro, publicado gracias al Premio Edición otorgado por la Editorial Ruinas Circulares en 2014 y editado al año siguiente, estuvo signado por la eclosión de la enfermedad y la muerte de Leonardo; todo lo que pueda decir o pensar al respecto tiene que ver con eso. Sé que esos poemas llegan mucho, y entiendo que hay fuertes razones para que sea así. Se produce una transmisión intensa, de alguna manera bajo el signo de las condiciones tristemente “privilegiadas” de producción, que han compelido a ir a través del rodeo de las palabras a cuestiones nucleares de la existencia. Respecto a lo porvenir, pienso publicar este año otro poemario, estoy en eso, ya me está haciendo falta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0LaS4aVGtmf0CI9gDrENjODrukNpt6D6sysZBKXOo-NiUEEhKx6jZx6YBxCvJbS3j9YMFzcJuC5zHunFYESx1OYprEySzA_EZeikkAUrjPe1mUA7lzL-wBdDRR73esQn0NA6uCuA1pSpzEm2DEGxCZwxrFc3n545olEKssTDjUNtGTNjazpNYtg5TaQ/s494/Libro%20Jaduszliwer%201%20-%20Los%20panes%20y%20los%20peces.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="494" data-original-width="335" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0LaS4aVGtmf0CI9gDrENjODrukNpt6D6sysZBKXOo-NiUEEhKx6jZx6YBxCvJbS3j9YMFzcJuC5zHunFYESx1OYprEySzA_EZeikkAUrjPe1mUA7lzL-wBdDRR73esQn0NA6uCuA1pSpzEm2DEGxCZwxrFc3n545olEKssTDjUNtGTNjazpNYtg5TaQ/s320/Libro%20Jaduszliwer%201%20-%20Los%20panes%20y%20los%20peces.jpg" width="217" /></a></div><div style="text-align: justify;">6 — ¿Qué sucede “En el palacio de aguas corrientes”?... ¿Y en “El salón de los objetos perdidos”?: descubrí que ésta sería otra novela breve tuya. Y, además: ¿no volviste a incursionar en el cuento?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Como te decía, lo que costó fue asumir mi consustanciación con la poesía; lo de las novelas fue un rodeo, una previa, lo que hice no partió de una estructura narrativa, de un armado exhaustivo preliminar, la estructura fue emergiendo del cuerpo mismo de la escritura y del trabajo con ella. En los hechos se trató más bien de una manera de ablandar la mano para lo que vendría después. Como me dijo una vez Mariano Ducrós —poeta, narrador y profesor universitario de literatura, a quien conocí como director del Departamento de Extensión del Centro Cultural Borges y que leyó con verdadero cuidado (y me atrevo a agregar, con entusiasmo) “El salón de los objetos perdidos”—: “Se nota que es la novela de una poeta”. Entre paréntesis, el título fue después cambiado, en parte porque me enteré de que ya había algo escrito bajo ese nombre, pero en parte también para ser más justa con lo que acontece a lo largo de la trama y para que el título resulte más representativo de la parábola trazada por el argumento, que integra sub-géneros que van desde el absurdo al wuxia (novelas de samuráis made in Hong Kong). Así quedó como “La venganza del clan de las banderas de acero”. La pasé muy bien escribiéndola, no me costó nada, todo lo contrario, entré en ese mundo que se iba desplegando, me divertí muchísimo, quizás también fue una manera de adentrarme en mi mundo; bordea el fantástico, pero como dimensión intoxicante de lo cotidiano, angustiante pero tomado con humor y apertura. Está muy trabajada y me hace muy bien haberla escrito. Pero bueno, ya está, no movería más nada para hacer algo más con eso. Aunque también es cierto que si un día me despierto y descubro que alguna fuerza sobrenatural la publicó sin mi permiso, no tendría nada en contra. No sucede así con la primera, “En el palacio de aguas corrientes”; muy jugada en este caso al género fantástico, me resulta hoy demasiado arquetípica, con un tono profético con el que ya no me hallo cómoda ni me identifico, quizás con demasiado Viejo Testamento por detrás. De todas formas, tengo que reconocer que quizás necesité objetivar todo eso para ponerlo afuera y desactivarlo, por lo menos en lo que hace a mi relación con la escritura, y quizás también con la vida misma y sus alrededores. Siguiendo en la línea de lo que te contaba —y no se podrá decir que no hay coherencia en el planteo—, por nada, por nada del mundo escribiría cuentos. Escribí un par al principio, cuando volví a la escritura, como quien dice “vi luz y entré”, pero no, no tengo ni tendré cuentos escritos. Y así como no necesito decir “nunca” en relación a la posibilidad de novelizar, reconozco que ese trabajo de entrar y salir rápidamente de un argumento en pocas hojas como lo requiere el cuento… no, jamás de los jamases, los argumentos me molestan, me distraen de lo principal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">7 — No cualquiera participa de una experiencia de taller itinerante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Aludís a “Viaje a los Confines”, en 2004, un recorrido en tren por la Patagonia. No, no cualquiera, claro, pero allí fui como consorte, allí el invitado fue Leonardo, y yo lo acompañé, porque la invitación que le hicieron me incluía. Pero más allá de mi lugar absolutamente lateral en el asunto, o justamente por eso, creo que esa aventura fue determinante para el vuelco que hice en relación a la escritura, proceso que se puso en marcha a partir de allí. Fue un viaje de intercambio entre escritores, gente de cine, poetas, ensayistas, con predominio de lo fantástico, ya que la sola convocatoria a llegar a los confines generaba el género y así estaba explicitado…; bueno, el hecho es que en el trayecto de regreso se dio la consigna de escribir algo sobre la experiencia. Estaba implícito que la consigna se aplicaba a los protagonistas, no a sus acompañantes, que dicho sea de paso no éramos muchos, más bien éramos muy pocos los de mi menoscabada condición. Y ahí me pasó algo muy fuerte. Visualicé una raya que separaba dos campos. Una línea muy neta. Y me di cuenta de que yo quería cruzar esa línea, es más, que ya no podía no cruzarla. Así fue que yo también escribí algo, un brevísimo proto-cuento, y ahí empezó la cosa. De ahí en más.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">8 — ¿Participaste en algún otro taller de escritura?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Sí, claro que, sin la mística del Aníbal Ponce, por el solo hecho de que en aquel entonces tenía veintitrés años y todo por hacer. Y si bien en lo que hace a la producción, aquella inserción no tuvo en su momento ningún efecto en mí porque yo estaba absolutamente ausentada, sí fue un lugar de encuentro, no sólo del amor, sino de vivencias fuertes, ricas, importantes. Todo lo poco que hice después tuvo otra modalidad. Predominó el tanteo, el ensayo y error, el ver luz y entrar, no mucha duración en los lugares, no mucha participación, y cero disposición a la adhesión, ingrediente que, en general, suele formar parte del formato taller. Por eso es que preferí incluirme en seminarios y en cursos de tiempo acotado; debe ser mi sesgo fóbico, pero creo que hoy seguiría eligiendo de esa manera. Así tuve experiencias muy positivas en el Centro Cultural Borges, con Sebastián Olaso, poeta con quien seguimos intercambiando productivamente a través de las redes, y con Mariano Ducrós. En 2007 intervine en la Clínica de Novela coordinada por María Sonia Cristoff en el Centro Cultural Recoleta. Y en 2012 hice un seminario sobre la obra de Paul Celan con Liliana Díaz Mindurry, a quien conocí en el viaje a la Patagonia, participando de su taller de narrativa al regresar. La experiencia del seminario se continuó después en las reuniones de taller al que seguí concurriendo por un tiempo, en las cuales adquirí herramientas que me dieron soltura en el manejo del verso libre y en las que me fui interiorizando de diferentes cuestiones que hacen al campo de lo literario. Recuerdo con mucho cariño lo que venía después de la reunión, las juntadas en la pizzería con Liliana, mi primo Rubén Reches, la querida poeta Marily Canoso, a veces también las presencias del multifacético Eugenio Polisky y la poeta Clelia Bercovich.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">9 — Adolfo Bioy Casares sostenía que los mejores escritores son los que hacen que te den ganas de escribir. ¿Qué escritores te dan ganas de escribir?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — No tengo una lista armada; la más de las veces es azaroso lo que crea el estado de necesidad de escribir, ese deseo fuerte, decidido. Lo que sí tengo clarísimo es que, si tuviera que llevarme algo, sólo algo único a una isla desierta, no sería un libro, sería la música de Leonard Cohen y su voz, por supuesto. Y que, si supiera que su voz y su música siguen resonando después de la vida, no le tendría tanto miedo a la muerte.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgn8sfJQ63axLZOwVo7iLyBeJBzJEEKGyqAUmWge-_Rn1O-hEtZyx_XMC_AL8V6vRD1e6Gk5dk47srr7DuiAUh2e2EoplrtfFo4hWZ1_3YgR6pQqOFHAOkDAvtX8ucQf13R-Axi7u-_QDXXH3jP_jMyzAR5NNm-Aqyt-bUJXBnqXQJsDqEHA1cFYAsMKg/s607/Libro%20Jaduszliwer%202%20-%20La%20noche%20con%20su%20l%C3%A1mpara.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="607" data-original-width="402" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgn8sfJQ63axLZOwVo7iLyBeJBzJEEKGyqAUmWge-_Rn1O-hEtZyx_XMC_AL8V6vRD1e6Gk5dk47srr7DuiAUh2e2EoplrtfFo4hWZ1_3YgR6pQqOFHAOkDAvtX8ucQf13R-Axi7u-_QDXXH3jP_jMyzAR5NNm-Aqyt-bUJXBnqXQJsDqEHA1cFYAsMKg/s320/Libro%20Jaduszliwer%202%20-%20La%20noche%20con%20su%20l%C3%A1mpara.jpg" width="212" /></a></div><div style="text-align: justify;">10 — ¿Lemas, chascarrillos, refranes que más veces te hayas escuchado divulgar?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Uy, qué pregunta, lateral, pero de tanta puntería en este caso; nunca fui de apelar a ellos, y, sin embargo, sin embargo… qué curioso, en el último tiempo me encuentro diciendo en diferentes contextos y situaciones: “En el camión los melones se acomodan andando”. ¿Será que algo se está moviendo de verdad en mí? Porque en ese caso el apelar a la sabiduría cristalizada del dicho, sería una manera de reafirmar la confianza en la sobrevivencia de los melones y de todos los frutos que la vida nos da en guarda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">11 — Confidencias de salón: ¿Qué faltas o defectos te promueven la mayor indulgencia?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Empiezo por la otra punta. No soporto la soberbia, el sin fisura del “se la cree”. Cuando es así, todos los defectos se potencian, la falta se vuelve exceso. Soy consciente de que hay algo desde mí que suele tender a descompletar a los que demuestran considerarse completos. En una época era casi una misión en la vida; ahora no, pero bajo determinadas circunstancias algo de eso sigue operando de manera sutil. Hecha esta salvedad, creo que las faltas y los defectos son entendibles y merecedores de ser relativizados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">12 — Va de un colega tuyo (y mío), psicoanalista, Antonio Godino Cabas, este silogismo (“Uno”, Helguero Editores, 1977): “Si lo esencial es invisible a los ojos / y si los ojos son invisibles a los ojos / entonces, lo esencial son los ojos”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Acuerdo con la idea, sí. No sé si en los términos; no sé si hablaría de “esencia” ni de “lo” esencial. Pero que la mirada es un agujero negro que se lo engulle todo, sí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">13 — Por lapsos, ¿qué géneros literarios y qué autores te han ido entusiasmando? Y, ¿cuáles, quiénes han quedado relegados en tu consideración?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Novela, siempre. Poesía, siempre. Relato, a veces. Desde chiquita fui acompañada por sagas familiares que crecieron conmigo a lo largo de extensísimas páginas y también por la fidelidad a la obra de autores diversos: Por orden de aparición “Las aventuras de Monteiro Lobato”, en primer término. Y Julio Verne y Jack London, y las aventuras del Príncipe Valiente, y Salgari…; pero aún antes de despegar del todo de la niñez o ni bien alboreando la adolescencia ya tuve acceso a “El alma encantada” de Romain Rolland, a “Los Thibault” de Roger Martín du Gard, a “Juan Cristóbal”, también de Romain Rolland, a “Guerra y paz” de León Tolstói, incursiones fuertísimas, formadoras. De alguna manera volví a sentir ese acompañamiento de adulta, al leer a Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, o ahora, terminando de leer en este momento a Roberto Bolaño, “2666”, después de leer de él “Los detectives salvajes”. Esa cosa intensa y mágica de la novela río que se termina infiltrando en la vida del lector. Bueno, volviendo a la pregunta, la adolescencia estuvo acompañada por todo Howard Fast, y por Oscar Wilde y por los autores rusos, y por Jorge Amado y después llegó José María Arguedas...; pero sería muy difícil hacer un seguimiento o una reconstrucción de las lecturas a lo largo de la vida, y más aún de lo relegado, por el hecho justamente de haber sido relegado. Así que voy a hacer un golpe de introspección que me lleve a títulos significativos, de esos que quedaron incorporados como experiencia de vida: “Todos nuestros ayeres” de Natalia Ginzburg, “El gran Meaulnes” de Alain-Fournier, “El rey de los alisos” de Michel Tournier. En su momento fue importante “Rayuela” de Julio Cortázar, y también sus cuentos; ¿y qué más?: J. D. Salinger, Raymond Carver, las maravillas de Carson Mc Cullers, “Las memorias de Adriano” de Margarite Yourcenar, pero también “El largo adiós” de Raymond Chandler, y “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, y “Las mil y una noches”; “Las hormigas” y “El vestido rosa”, del primer César Aira. Y “Vida y destino” de Vasili Grossman. Ah, y “Vidas imaginarias” de Marcel Schwob, y Kafka, por supuesto, todas sus pesadillas, y todo Lovecraft y Poe y Haruki Murakami…; y podría seguir y seguir, pero una enumeración-río no tiene el encanto de una novela-río. Y siempre, por siempre, la trilogía de Primo Levi: “Si esto es un hombre”. Respecto a la poesía, ya conté cómo se abrieron los surcos en mi infancia. También tuve mis encuentros propiciatorios en la adultez: Paul Celan, Georg Trakl, Héctor Viel Temperley, Dylan Thomas; fueron revelaciones. Las lecturas que hago ahora son abiertas, no digo aleatorias, pero sí abiertas y determinadas por lo que me va sucediendo y por lo que sucede en torno mío, fluctuantes, acompasadas con la vida. Quizá deberían ser más sistemáticas, bueno, todo fluye, se verá. Además de las lecturas de los consagrados me gusta escuchar a los poetas que voy conociendo (incluyo a los jóvenes y a los muy jóvenes), interactuar con ellos, descubrir y ser descubierta, considero que nos damos lo que podemos darnos y recibimos los unos de los otros lo que podemos recibir, que puede llegar a ser mucho. Creo que en ese sentido me juega a favor, por los años que tengo, haber entrado tarde a la sociedad de los poetas vivos; soy de ningún lugar, no reporto a la tradición de ninguna generación porque no tengo trayectoria hecha; si bien por un lado implica un gran déficit con el que tuve que hacer las paces, también me permite tener la cabeza muy, muy abierta a todo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5nPD7IIsm8KweFoGHqJqA8b_aVvmwZWPoD32u7s9-028gjUeTo3R5b_Ka6fCx6_feoRI_bpn5xNbcmF7Tb0sEtYqph1ZMTUvgv9AWTpiAhnFhlNHmsrjz7DHst1hiy_OGKanrz27TeuDGe3DaSJdqqO4SrdIQlsQv6JWiw_0XFlr4CiRgQI-FiOaloA/s500/Libro%20Jaduszliwer%204%20-%20Selecci%C3%B3n%20de%20Poemas%20(edici%C3%B3n%20digital)%20(1).jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="350" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5nPD7IIsm8KweFoGHqJqA8b_aVvmwZWPoD32u7s9-028gjUeTo3R5b_Ka6fCx6_feoRI_bpn5xNbcmF7Tb0sEtYqph1ZMTUvgv9AWTpiAhnFhlNHmsrjz7DHst1hiy_OGKanrz27TeuDGe3DaSJdqqO4SrdIQlsQv6JWiw_0XFlr4CiRgQI-FiOaloA/s320/Libro%20Jaduszliwer%204%20-%20Selecci%C3%B3n%20de%20Poemas%20(edici%C3%B3n%20digital)%20(1).jpg" width="224" /></a></div><div style="text-align: justify;">14 — Legendarios o mitológicos: ¿Apis, Uróboros, Sátiro o Aracne?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Uróboros me parece el más abarcativo de los cuatro, posibilita un mayor nivel de abstracción, se presta más al pensamiento, al despegue de la imagen y su sensorialidad, que en todos los casos citados me resulta inquietante y me genera algo parecido al pavor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">15 — Un párrafo de la novela “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, se inicia con esta frase: “Ser cirujano significa hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta dentro.” Ser novelista o cuentista o poeta o ensayista o dramaturgo… ¿qué significa?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Respecto a la definición que da Kundera, me parece sintomáticamente insuficiente. Coloca al cirujano en posición voyerista, y se olvida de lo principal, el cirujano opera con eso además de mirar lo que se oculta adentro. Opera y transforma a fondo. Transforma y puede intervenir en el destino de manera dramática. Es un mediador ante la vida o la muerte. Por otro lado, en lo que hace a ser poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, tiendo a pensar más bien en el hacer específico en cada una de estas áreas. Respecto a los géneros literarios, en principio podría decirse que se juegan diferentes cuestiones. En términos generales, en narrativa se crean mundos que de alguna manera recrean en versiones inagotables el mundo. Algo así también se da en la dramaturgia, con otros recursos. En poesía se produce el efecto de pérdida de mundo, y en esa creación de vacío algo pasa con el lenguaje que hace que se desprenda de su función predominantemente comunicacional y dé lugar a algo muy diferente que producirá sus consecuencias específicas: golpe al corazón, golpe, flecha, aire; tambor del llano —como diría Lorca—, orientación a lo real…; pero está claro que efectos poéticos pueden acontecer en cualquiera de los géneros, nunca se sabe. Y ahora acabo de darme cuenta de que no dije nada del ensayista. Pondría su actividad un poco más apartada del conglomerado creativo. Más cerca del trabajo del investigador, que también crea en cierta medida, trae algo al mundo en relación al saber que antes no estaba a la vista, pero lo hace bajo reglas de juego bastante inamovibles. Y volviendo a la comparación con el cirujano…, en los casos a los que aludimos el cuerpo carnal se ausenta, deja lugar al cuerpo del lenguaje, pero a su vez en la poesía se hará el camino de regreso al cuerpo vivo por el rodeo del lenguaje: de vuelta a la carne viva, esa que late y respira, goza y sufre y que por esta vía resulta hendida de formas varias en su emocionalidad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">16 — ¿Cuál es tu primer recuerdo de un cine? ¿Y de un teatro, de una función teatral?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Del cine, recuerdo de nena los dibujitos animados, pero lo más nítido y vibrante que me queda de todo aquello es el entusiasmo de mis padres para hacer su transmisión de mundo a nosotros, sus hijos. Ya en esa primera experiencia perdura la huella de ir llevada de la mano de descubrimiento en descubrimiento. Pienso en las primeras películas pero siempre aparecen mis padres como figura-fondo, y la figura son ellos; el entusiasmo de mi papá con “Fantasía”, de Walt Disney, porque había música visualizada para darnos a conocer: “El aprendiz de brujo”, las escobas y los baldes bailando…; claro que para esa época no podía faltar el cine soviético, la comparación de los dibujitos en uno y otro campo del mundo, y por supuesto, era indiscutible la ventaja del campo socialista sobre las miserias del capitalismo…; bueno, pero más allá de la caída estrepitosa del gran relato y de su duelo imposible, recuerdo la maravilla de una película rusa de 1946 que se llamaba “La flor de piedra”. La vi de muy chica, pero aún tengo la imagen de una flor enorme esculpida en piedra, la sensación de ingravidez que surge de lo más pesado, la insoportable levedad del ser adviniendo de aquella paradoja ante mis ojos por entonces recientes. Eso queda. Respecto al teatro, no puedo hablar del primer recuerdo sino del más fuerte, porque es el que se impuso hacia atrás y hacia adelante sobre el resto: fue en 1984, con la visita del realizador teatral polaco Tadeuz Kantor a Buenos Aires, para poner en escena “Wielopole-Wielopole”, enmarcado dentro de los postulados de su Manifiesto sobre el Teatro de la Muerte, propuesta escénica exorcizante de su historia personal y la de su pueblo; cruce de expresionismo desesperado, arte visionario, música, plástica, cinética, todo mezclado, todo cruzado como en los sueños. Y él siempre presente, subido al escenario en un costado de la escena como un demiurgo. Pienso que daría cualquier cosa por volver a ese momento de revelación. En el ‘87 estuvo de nuevo, con otra puesta, “Que revienten los artistas” y reviví la liturgia. Es lo más poderoso que vi en un escenario, el efecto perdura hasta hoy.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">17 — Mencionaste a los escritores Lucina Álvarez y Oscar Barros, quienes el 7 de mayo de 1976 fueron secuestrados por un grupo de tareas y desde entonces permanecen desaparecidos. ¿Qué esbozo de cada uno improvisarías para nosotros?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Lucina era una presencia mágica, aún su sombra iluminaba el alrededor. Rememoro su hermosa voz, su armoniosa dramaticidad, sus claroscuros, su determinación. De Oscar tengo un último recuerdo, terrible. En el ‘76; ya hacía mucho que no nos veíamos; una vez lo encontré, me parece, cerca de la estación de Once y con un bolso al hombro. Me acerqué a saludarlo, pero mediante algo en su actitud y en el gesto supo advertirme de que no siguiera avanzando hacia él. La imagen quedó ahí. Congelada en el tiempo. Fue la última vez que lo vi, así quedó en mi memoria, con ese cuidado y protección que tuvo para conmigo en ese momento, enorme, quizás definitorio, nunca lo sabré. Me quedo con la evocación de todo lo compartido en el taller, las juntadas a la salida en “La Cubana”, el bar de la esquina, horas felicísimas, ricas. Oscar tenía una personalidad poderosa, era una onda expansiva, irresistible. Varios de los integrantes del taller quedamos hermanados por esa experiencia. Y Lucina y Oscar eran algo así como la fuerza magnética dentro de la fratría.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGwdLlvE4wEtzIGGCvDociaMqls4SFeyVAvvfUIv1t7UAA1T20gKsDaJxq5inrUqC9I43DhWIA2cWuNu11aOIauyC_30rHZwKvVdtP2y5LOv_7KH3x413qmaXMmgilbm8ljDumXoMACDjTmMzZrp07XvYe2p24ynNSmjAqfRgdI0pqkPCMd7WtfFS7sQ/s950/Libro%20Jaduszliwer%203%20-%20Persistencia%20de%20lo%20imposible.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="950" data-original-width="647" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGwdLlvE4wEtzIGGCvDociaMqls4SFeyVAvvfUIv1t7UAA1T20gKsDaJxq5inrUqC9I43DhWIA2cWuNu11aOIauyC_30rHZwKvVdtP2y5LOv_7KH3x413qmaXMmgilbm8ljDumXoMACDjTmMzZrp07XvYe2p24ynNSmjAqfRgdI0pqkPCMd7WtfFS7sQ/s320/Libro%20Jaduszliwer%203%20-%20Persistencia%20de%20lo%20imposible.jpg" width="218" /></a></div>18 — ¿Qué de lo siguiente que voy a encomillar, Raquel, sintoniza mejor con vos?: Jorge Luis Borges: “Sospecho que la poesía está esencialmente en la entonación, en cierta respiración de la frase.” Graciela Repún: “¿Cuál es el colmo de un poeta?: Ser juzgado por malversación.” Lucas Soares: “...cuando el poeta se halla en estado de cordura humana, solo engendra poemas mediocres y perecederos.” Martín Micharvegas: “En poesía / el orden de los factores / altera el producto.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">RJ — Me quedo con la última afirmación, por varias razones. Por su precisión. Por adoptar el símil-exactitud que hace al lenguaje de la ciencia, en este caso de manera legítima. Porque alude al orden y a la alteración, eje crucial en mi modo de subjetivación. Y porque funciona: eso que enuncia, eso es. Sí, sin dudar, la elijo, y mil gracias por aportarla.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Raquel Jaduszliwer selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Así como al vampiro no le es dado reflejarse en los espejos</div><div style="text-align: justify;">tampoco nos está permitido imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;">esto se debe a que no le ha sido concedida el acceso a la mirada</div><div style="text-align: justify;">ni el don de los sonidos</div><div style="text-align: justify;">ni una tonalidad propia, aunque más no sea para virar hacia lo transparente</div><div style="text-align: justify;">para poder imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;">pienso en el río inmóvil, pienso en lo que se oculta bajo la superficie</div><div style="text-align: justify;">pienso ¿cuánto será todo lo que no emerge?</div><div style="text-align: justify;">¿dónde estará guardado lo que no se da a ver?</div><div style="text-align: justify;">pero esa no es la ausencia</div><div style="text-align: justify;">tan sólo son preguntas</div><div style="text-align: justify;">fugan hacia adelante, porque quién de nosotros querría en verdad enterarse</div><div style="text-align: justify;">de lo que pertenece a los fondos del agua</div><div style="text-align: justify;">para poder imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;">pienso en largos caminos</div><div style="text-align: justify;">en distancia</div><div style="text-align: justify;">pero esa no es la ausencia</div><div style="text-align: justify;">es tan sólo tristeza</div><div style="text-align: justify;">memoria</div><div style="text-align: justify;">camposanto</div><div style="text-align: justify;">para poder imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;">pienso en mi madre que contaba con cuarenta y dos años el día en que murió</div><div style="text-align: justify;">ya no se corresponde con nada para ver o tocar</div><div style="text-align: justify;">entonces</div><div style="text-align: justify;">cómo poder imaginar la ausencia de un desvanecimiento</div><div style="text-align: justify;">para poder imaginar la ausencia</div><div style="text-align: justify;">me quiebro estas muñecas, esta frente</div><div style="text-align: justify;">caigo sobre las piedras</div><div style="text-align: justify;">siento el dolor y lloro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(Inédito, 2017)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Armonía del mundo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los movimientos planetarios no son, así, más que una misma polifonía</div><div style="text-align: justify;">continua que progresa a través de tensiones disonantes hasta ciertos</div><div style="text-align: justify;">puntos de consumación.</div><div style="text-align: justify;">Johannes Kepler: “La armonía del mundo” (1619)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Armonía del mundo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">ya es hora</div><div style="text-align: justify;">se abre un párpado</div><div style="text-align: justify;">es el día que avanza, se hace descifrar</div><div style="text-align: justify;">las cosas se disuelven y todo aguarda y tiembla</div><div style="text-align: justify;">arroja su pregunta como un hilo de agua</div><div style="text-align: justify;">¿quién volvió de la noche con su lámpara?</div><div style="text-align: justify;">¿hay alguien que responde? ¿por qué el sueño retiene</div><div style="text-align: justify;">a la presa que somos en su carcasa inmóvil?</div><div style="text-align: justify;">¿y quién en esta hora pregunta por sus muertos?</div><div style="text-align: justify;">¿por qué ninguno de ellos regresa todavía?</div><div style="text-align: justify;">armonía del mundo</div><div style="text-align: justify;">dónde estará ese arco perfecto en que creíamos</div><div style="text-align: justify;">a ciegas en la luz comienza el día</div><div style="text-align: justify;">la armonía del mundo se pliega y se despliega</div><div style="text-align: justify;">en su limbo de luz, en su crisálida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “La noche con su lámpara”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ocurre en el medio de la noche</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi padre quedó atrás</div><div style="text-align: justify;">tan pequeña la veo a mi madre en la distancia</div><div style="text-align: justify;">que en todo caso soy yo quien debería alzarla</div><div style="text-align: justify;">volver por ella a sus brazos infantes</div><div style="text-align: justify;">consolarla de algo si pudiera</div><div style="text-align: justify;">pero hace tanto que he partido hoy</div><div style="text-align: justify;">los días suceden</div><div style="text-align: justify;">se suceden</div><div style="text-align: justify;">y cuanto más me acerco al medio de la noche</div><div style="text-align: justify;">la noche sale al paso</div><div style="text-align: justify;">me sorprende cada vez en una ciudad extraña</div><div style="text-align: justify;">en cada una de esas ciudades</div><div style="text-align: justify;">nunca he tenido padre</div><div style="text-align: justify;">nunca he tenido madre</div><div style="text-align: justify;">nunca he tenido hermanas ni hermanos</div><div style="text-align: justify;">justo en el medio de la noche</div><div style="text-align: justify;">vienen a saludarme pobladores de los suburbios</div><div style="text-align: justify;">abren los ojos en la tierra</div><div style="text-align: justify;">llevan y traen de lo desconocido</div><div style="text-align: justify;">con recelo murmuran</div><div style="text-align: justify;">dicen</div><div style="text-align: justify;">otra huérfana</div><div style="text-align: justify;">preguntan</div><div style="text-align: justify;">no se entiende qué escribe la memoria</div><div style="text-align: justify;">entonces ponen los ojos en el cielo</div><div style="text-align: justify;">y me dedican un silencio póstumo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Los panes y los peces”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las Tablas de la Ley</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estaba colgando ropa en la terraza</div><div style="text-align: justify;">el cielo era del Greco en su versión sombría</div><div style="text-align: justify;">o quién sabe</div><div style="text-align: justify;">quizás era el mismísimo Señor de la Biblia quien cargaba las tintas</div><div style="text-align: justify;">cavaba sus tinieblas por fuera de la tierra</div><div style="text-align: justify;">una hondura violeta</div><div style="text-align: justify;">un pozo de otro mundo incrustado en la altura</div><div style="text-align: justify;">la oscuridad creciente por encima de todo</div><div style="text-align: justify;">hacía que las cosas parecieran pequeñas</div><div style="text-align: justify;">y que el viento sonara como una admonición</div><div style="text-align: justify;">y volaban las toallas</div><div style="text-align: justify;">los manteles</div><div style="text-align: justify;">las sábanas</div><div style="text-align: justify;">todo el ropaje de los escasos días</div><div style="text-align: justify;">tenía que estrellarse y morir contra la cúpula de la eternidad</div><div style="text-align: justify;">esa jaula del Ser</div><div style="text-align: justify;">ese silencio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Persistencia de lo imposible”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Visiones</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Las ves?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿las ves las ramas?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿las ves? ¿de allá se ven?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">las vueltas que da el viento en cada rama</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿de allá se ven?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">no</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">no mires hacia el tronco</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">ni a la raíz perdida y sus terrones</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">ni a la rotunda piedra</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">que las cubra de olvido</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">el blando olvido</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">y para vos las ramas</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">las más altas de todas</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">las más altas</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1kPQMLRDEgYyHn9d9q7iWXxTQcnU1pt0b_Nnd7wraEjDPT96LEJ1ed5NgI4rJctu61kypeWosHYrOML1FilYF0FikP82ucw3D0pqii9rhZ6c_5oj80RlZ2NiN8mHFw_aQ9onbuFUcLN1t88D_PbHEc11_FbEkRr6CTzQioGB7oPl0W5B5WqFq1jMl9Q/s960/Raquel%20Jaduszliwer%204%20-%20Foto%20Humberto%20Meoli.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="960" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1kPQMLRDEgYyHn9d9q7iWXxTQcnU1pt0b_Nnd7wraEjDPT96LEJ1ed5NgI4rJctu61kypeWosHYrOML1FilYF0FikP82ucw3D0pqii9rhZ6c_5oj80RlZ2NiN8mHFw_aQ9onbuFUcLN1t88D_PbHEc11_FbEkRr6CTzQioGB7oPl0W5B5WqFq1jMl9Q/s320/Raquel%20Jaduszliwer%204%20-%20Foto%20Humberto%20Meoli.jpg" width="320" /></a></div>ay mi difícil</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">mi amor difícil de días más extensos </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿lo ves</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿lo ves allá?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿lo ves al ángel torvo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">blandiendo sus espadas?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Persistencia de lo imposible”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entrevista realizada a través del correo electrónico Por <b>Rolando Revagliatti.</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-58247164772107358082022-05-15T10:03:00.000-03:002022-05-15T10:03:55.762-03:00RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA: YO VI MATAR A AQUELLA MUJER<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Yo grité. Vinieron los guardias.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Este ha sido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los guardias lo esposaron, y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la casa no había rastro de nada y, además, no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Vean ustedes -dije a los guardias-. Vean... El asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://2.bp.blogspot.com/-zda20E8GHNg/V5dueLYT7DI/AAAAAAAADTY/840ggtoYthsq2YJR6jqBM2IrbfJ59S-1wCLcB/s1600/Ramon_Gomez_de_la_Serna.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://2.bp.blogspot.com/-zda20E8GHNg/V5dueLYT7DI/AAAAAAAADTY/840ggtoYthsq2YJR6jqBM2IrbfJ59S-1wCLcB/s200/Ramon_Gomez_de_la_Serna.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Ramón Gómez de la Serna</b></div><div style="text-align: justify;"><b><br /></b></div><div style="text-align: justify;">(Madrid, 1888 - Buenos Aires,1963) Escritor español. Licenciado en derecho por la Universidad de Oviedo, consagró su vida exclusivamente a la actividad literaria, en la que se mostró como un escritor fecundo y pionero de un tipo de literatura que, dentro de la más pura vanguardia, se erige como una construcción personal de gran originalidad.Sus primeras obras muestran una actitud crítica e innovadora frente al panorama literario español, dominado por los noventayochistas, y coinciden con la dirección, asumida desde 1908, de la revista Prometeo, receptora y difusora de los primeros manifiestos vanguardistas en España, de los que fue su primer e incondicional defensor e impulsor. Animador indiscutible de la vida literaria madrileña, en 1914 creó una de las tertulias más frecuentadas y famosas con que ha contado Madrid, la del Café Pombo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Su particular visión de la literatura, concebida dentro de los presupuestos del arte por el arte, sin ningún intento de reflexión ideológica, dio lugar a un género inventado por él, las greguerías, definidas por el propio autor como «metáfora más humor». Consisten en frases breves, de tipo aforístico, que no pretenden expresar ninguna máxima o verdad, sino que que retratan desde un ángulo insólito realidades cotidianas con ironía y humor, a base de expresiones ingeniosas, alteraciones de frases hechas o juegos conceptuales o fonéticos.</div><div style="text-align: justify;">Fuentes: biografiasyvidas.com - ciudadseva.com - Foto: estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-5825790332090799312022-05-15T10:02:00.000-03:002022-05-15T10:02:24.278-03:00ENTREVISTA A CARLOS CÚCCARO<p></p><div style="text-align: justify;"><b><span style="font-family: georgia; font-size: x-large;">“El arte nos pasea por obsesiones, miedos y profundidades de lo innominado”</span></b></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizEf1n5bFV6sW_DqLBzy86YfD4HX_UumCC5Kot0WYlevrG4XnG5vWqjlIRSsfVogBjzFf3CiKJZ9guEUi5geBxOJpv_SayZqRWHBmgZ3dQgRrrMACyHmEwGvuyN9TWKD6LKEBRYvhCzn_Xls1FY7Q2_dDg-upnDV1dLWzDwGHGSZ-cndQjEznJ49-gIA/s702/Carlos%20C%C3%BAccaro%205.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="606" data-original-width="702" height="345" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizEf1n5bFV6sW_DqLBzy86YfD4HX_UumCC5Kot0WYlevrG4XnG5vWqjlIRSsfVogBjzFf3CiKJZ9guEUi5geBxOJpv_SayZqRWHBmgZ3dQgRrrMACyHmEwGvuyN9TWKD6LKEBRYvhCzn_Xls1FY7Q2_dDg-upnDV1dLWzDwGHGSZ-cndQjEznJ49-gIA/w400-h345/Carlos%20C%C3%BAccaro%205.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: justify;">Por <b>Rolando Revagliatti</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Carlos Cúccaro nació el 8 de julio de 1968 en Azul, ciudad en la que reside, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Fue Secretario General y luego Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Azul, entre 2002 y 2006. Ha sido premiado por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, y por los municipios bonaerenses de las ciudades de Olavarría, Las Flores, Azul, Ramallo y Tapalqué. Fue incluido en las antologías “Poetas argentinos del interior” (1994) y “Poesía hacia el nuevo milenio” (2000). Además de la plaqueta “Los suburbios del fuego” (1998), publicó los poemarios “Ultrasenderos” (1993), “Libro de Babilonia” (1996), “Los latidos oscuros del silencio” (2001), “Blues” (2007), “Luciflor o la sangre” (2008), “Tharsis” (2011) y “Los árboles del abismo” (2015).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1 — Sos de venir intermitentemente a mi ciudad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Mi esposa, Virginia Zaccaría, con la que estoy casado desde 2001 y con quien tenemos una hija de ocho años, Noelia, es porteña: me incentivó la pasión por el barrio de San Telmo y la penumbra de sus anticuarios; por el Parque Lezama, en el verano; por el Jardín Botánico; por la plaza San Martín bajo la lluvia; por la avenida Corrientes y varios bares del barrio de Boedo, el ajetreo matinal de algunas de sus calles, con sus mercados y pizzerías. Todo eso tiene, como escribiera Jorge Luis Borges, “el sabor de lo perdido / de lo perdido y lo recuperado”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">2 — ¿Y el sabor de tu paso por la “bellas” artes?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Aludís a mi magisterio inconcluso en la Escuela de Bellas Artes “Luciano Fortabat”, de Azul. Aconteció entre fines de los ochenta y principios de los noventa. Me sentía cómodo, en mi elemento, en un ambiente que aunaba juventud, inquietudes intelectuales, creatividad. El “ambiente”, eso es lo que más me atrajo. No me recibí de maestro, pero moldeé un espíritu de artista, lo que ha sido un punto alto de formación personal, de mayor trascendencia que un título que seguramente no hubiese utilizado. Años, aquellos, que evoco con indulgencia. Aún latía la reciente recuperación —otra vez “lo recuperado”— de la democracia y la libertad, y eso se reflejaba en nuestro derredor, era un arrastre que procedía de los primeros años post dictadura y se prolongó hasta 1991/92, cuando la “convertibilidad” del menemismo nos volvió a cambiar el perfil de país y los debates de la sociedad pasaron a ser otros. Fui, durante mi juventud, de izquierda; luego me entusiasmó el kirchnerismo, hasta que hacia 2010/2011 comencé a decepcionarme, percibiendo cierta cristalización de sus estructuras. Asumí que, en realidad, yo, que creía que era socialista, era un libertario, un ácrata contemplativo, y más cerca de la aridez de lo spenceriano que de ninguna otra cosa. Cumplí con ese postulado que asevera que no ser de izquierda en la juventud es una contradicción biológica y seguir siéndolo en la madurez, también lo es. Hoy me advierto cada vez más cómodo con la moderación y el equilibrio. El Estado se me antoja acentuándose como un monstruo kafkiano que dicta sus sentencias inapelables y herméticas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi5I33QtFDf_2CjKdD-_inzi8_hdYQTBnHHbKP19si8Xhxyargiz-wgjIsHwlF1ORPOJSH_0auqD6XQ3k3x4EQq2dayRaGI678eVPCfNZJ3jeuyyPSjVNu21hOpry8f__A4d2btKGF7LqWTBy3BsTSfeFGSlp8Ok46-kR2XnymXMnnsPN-5_daLLny40w/s605/Carlos%20C%C3%BAccaro%207.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="605" data-original-width="453" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi5I33QtFDf_2CjKdD-_inzi8_hdYQTBnHHbKP19si8Xhxyargiz-wgjIsHwlF1ORPOJSH_0auqD6XQ3k3x4EQq2dayRaGI678eVPCfNZJ3jeuyyPSjVNu21hOpry8f__A4d2btKGF7LqWTBy3BsTSfeFGSlp8Ok46-kR2XnymXMnnsPN-5_daLLny40w/s320/Carlos%20C%C3%BAccaro%207.jpg" width="240" /></a></div><div style="text-align: justify;">3 — ¿Y tu infancia?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — La califico de feliz, signada por la lectura. Aprendí a leer y a escribir en las baldosas rojas de la cocina de mi casa: con tiza, mi madre me enseñaba. Empecé la escuela primaria sabiendo ya leer y escribir. Mientras en segundo grado mis compañeros todavía deletreaban, yo me involucraba con “Robinson Crusoe” y obras de Julio Verne y Emilio Salgari, diarios y revistas, el “Martín Fierro”, cancioneros de folklore de mi padre, diccionarios, el “informatodo” de Selecciones del Reader’s Digest o alternativas “peores” como “La Biblia” o “La divina comedia” en una edición de Montaner y Simón ilustrada por Doré, o misales de mi abuela. Hasta mis doce o trece años tuve buenos amigos. A partir de allí me torné un adolescente taciturno y apático, con sus consecuencias previsibles: el rechazo que provocaba. La educación estatal, bastante estúpida en la escuela secundaria, preparaba “gente práctica” (apuntando a la contaduría, a la ingeniería…); lejos de incentivarme en la vena de la creación literaria, propendía a “avergonzarme”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">4 — ¿Hiciste el servicio militar obligatorio?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — En 1987. En la “colimba” aprendí algunas cosas que no estaba en condiciones de apreciar y que en la perspectiva del tiempo evalúo que me sirvieron: un cierto estoicismo, capacidad de adaptación a los dolores y a la mortificación del cuerpo… Fue un bautismo nietzscheano. Luego mi personalidad, poco a poco, volvió a cambiar y enseguida encontré al escritor: comenzaron los “buenos años”. Visto desde la autenticidad, no exagero si afirmo que los “buenos años” se extienden —pese a todo— hasta el día de hoy. Aunque no lo parezca, soy, a mi manera, optimista; un optimista sólido, porque mi optimismo parte de la crítica de los sucesos y no muere en ella. Juega también la experiencia de vida y el anhelo de reclamar la felicidad como un derecho. No estoy, Rolando, exponiendo una biografía “lineal”, sino que he encarado una crónica, casi periodística, desde lo medular y prosiguiendo con los detalles que lo apuntalan, como apostillas. Mi transcurrir no ha sido extraordinario. Si algún lector de nuestro diálogo esperara toparse con un poeta maldito, o un aventurero a lo Hemingway o un millonario a lo Stephen King o un militante como el último Julio Cortázar, se desilusionaría. Soy un hombre común, que trabaja como gestor y empleado administrativo en la misma oficina (una firma jurídica) desde 1989 y que seguramente se jubilará de eso. Padre de familia, con matrimonio consolidado, llevo una vida “normal”, tengo casa y un indispensable sueldo y pertenezco a la vapuleada clase media argentina. Quizás, por eso escribo. Sira Guedes de Pérez, mi maestra de tercer grado, en 1977, tras leer mis “composiciones” vaticinó: “Carlos Cúccaro va a ser escritor”. Fue la primera vez que oí mi nombre asociado a un oficio. Tuve una profesora de literatura en el secundario, Florángel Turón, que fue la única docente en esa etapa que me incentivó el placer por la lectura. Además de ser una erudita respecto de la obra de José Hernández, puntualmente de los dos tomos del Martín Fierro y autora, entre otros, de un libro sobre el tema, fuera de programa nos leía cuentos de Edgar Allan Poe. Yo me fui imbuyendo de lo que proporcionaba “Humor”, aquella revista que abrió mentes en tiempos de la dictadura: por ella accedí a Mario Benedetti, Cortázar, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia, Osvaldo Soriano. Mientras, yo incursionaba con mis primeros ejercicios de estilo, en la redacción de artículos sobre discos del rock nacional. La elección plena de la poesía como canal expresivo data de 1988, en forma paralela al estudio de los movimientos vanguardistas, particularmente con la exploración de la obra de los pintores y poetas surrealistas, el descubrimiento de Antonin Artaud, André Bretón, Tristan Tzara, nuestro Aldo Pellegrini… Y proseguí acentuando e intensificando la direccionalidad de mis búsquedas: Jean-Paul Sartre, Albert Camus, “los clásicos, que en los clásicos está todo” (como me dijo una vez alguien), Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Shakespeare, Cervantes, Voltaire, Descartes, Ernesto Sábato, los rusos, Roberto Arlt, Franz Kafka, Leopoldo Marechal, Carlos Marx, los escritores del “boom”, T. S. Eliot, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Rafael Alberti, Ezra Pound, los franceses, la generación española del ’27, H. P. Lovecraft, Henry Miller…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhe0CNNOtsfm6zVBqT0KWbyryriKp9FFGV2aajdKl00QOVCgwEYSZxaNVxs4c6pPej11_9TyE2Z6P0q_Y4GvvCO-S9y20HeqU2ol5kvY0SJGg2tDNzdzYm7wWykTJzuQRRVQpEZiWsPHaREezq6Kbz9PxFaJhc_fWA2V9-4kcI2KC64MflYrM4m_1dJvA/s554/Libro%20C%C3%BAccaro%201%20-%20Blues.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="554" data-original-width="431" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhe0CNNOtsfm6zVBqT0KWbyryriKp9FFGV2aajdKl00QOVCgwEYSZxaNVxs4c6pPej11_9TyE2Z6P0q_Y4GvvCO-S9y20HeqU2ol5kvY0SJGg2tDNzdzYm7wWykTJzuQRRVQpEZiWsPHaREezq6Kbz9PxFaJhc_fWA2V9-4kcI2KC64MflYrM4m_1dJvA/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%201%20-%20Blues.jpg" width="249" /></a></div><div style="text-align: justify;">5 — ¿Y tus libros?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Procuran entablar un intercambio con el subconsciente del lector. Es probable que, a partir del segundo, cada poemario opere como síntesis de los anteriores, diversificándose, aunque sosteniendo un mismo pulso. Por alguna suerte de organización dialéctica que se va reinventando a sí misma, las primeras preguntas están contenidas en las posteriores. “Los árboles del abismo”, por ejemplo, analizando ciertas sincronicidades, delata mucho de “Blues”. Quizás, el denominador común de mis poemarios recientes sea el de ir un poco a contrapelo de ciertas estéticas imperantes, al partir siempre desde la subjetividad en un “hacia” constante rumbo a lo exterior, en una conexión necesaria como una forma de delinear su propia estética, una especie de post-objetivismo, en el sentido en que la contradicción entre lo real y la mente se resuelve en símbolos propios, donde en ocasiones se trata de subvertir la imagen, para conceptualizarla y trastocarla. “La poesía se escribe siempre / vivir se vive siempre”, ha señalado Roberto Juarroz, una de las grandes voces de las últimas décadas de la poesía argentina (con Hugo Mujica, con Joaquín Giannuzzi, con Alberto Girri).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">6 — Empezaste a colaborar con publicaciones periódicas un poco antes de que vos y yo nos contactáramos a través del correo postal.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Es posible. En 1989 asoman mis textos en el diario “El Tiempo”, de mi ciudad. Que es cuando trabo relación con tres escritores locales de la generación anterior: Gladys Barbosa Ehraije, con quien hice taller durante unos años, Roberto Glorioso y Dante Bustos, el que por entonces se hallaba al frente de la filial Azul de la SADE y del Círculo Literario Mitre, que editaba una revista de circulación nacional. A partir de estos estímulos fui colaborando en otros medios periódicos que a su vez me vincularon con Alberto Luis Ponzo, el primer poeta y ensayista que divulgó algún abordaje a mi obra incipiente, Alba Correa Escandell, Mario G. Linares, Alicia Gallegos, Ricardo Rubio, Susana Cattaneo, Antonio Aliberti, Graciela Susana Puente, Horacio Preler, Ana Emilia Lahitte, y algo más tarde, Hugo Mujica. De aquellos intercambios con colegas y maestros, recuerdo la vivencia intransferible de haber escuchado a Jorge Smerling recitando su poesía. Con el también azuleño Héctor Javier Belecco y otros jóvenes de mi edad, nos mantuvimos ligados al movimiento de revistas literarias a través de la publicación que él dirigía: “Lluvia de Vidrio”. Más tarde co-dirigimos “Dioses del Sótano”: tres números, la vida media de tantas de estas publicaciones. Es después de mi tercer poemario, en franca crisis del 2001, cuando percibiéndome con mayor madurez creativa, opté por armar una pequeña estructura independiente: Callvú Leovu Ediciones, desde la que fueron socializándose los tres libros siguientes. El último, prologado por Ricardo Rubio, apareció en su sello, La Luna Que. Mi octavo poemario, “Desnudos”, aparecerá a través de Editorial Azul.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixwL4yk9U_eILNgWs-FwuApP3jk2QD1xfkXtqVF2NnfkHbwKc5DsSEF1mVshz0OcJllDKleGDCXz2vjmpUYIkwVw4WH6U908eblzKzn9tNwc0bvahw9ZmyE84zxszFQaMaxFCHUv0ldeP1BLJajBc_s23BSIqI7WelTL8X3t6N6ji0M83MGaOEmVgPkg/s500/Libro%20C%C3%BAccaro%205%20-%20Luciflor%20o%20la%20sangre.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="399" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixwL4yk9U_eILNgWs-FwuApP3jk2QD1xfkXtqVF2NnfkHbwKc5DsSEF1mVshz0OcJllDKleGDCXz2vjmpUYIkwVw4WH6U908eblzKzn9tNwc0bvahw9ZmyE84zxszFQaMaxFCHUv0ldeP1BLJajBc_s23BSIqI7WelTL8X3t6N6ji0M83MGaOEmVgPkg/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%205%20-%20Luciflor%20o%20la%20sangre.jpg" width="255" /></a></div><div style="text-align: justify;">7 — ¿Y tus otros intereses?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Me considero un melómano fervoroso del tango, el rock, la música clásica, el jazz… Y entusiasta de las artes plásticas y el cine. En “Los árboles del abismo” hay un poema inspirado en Thelonious Monk; en “Luciflor o la sangre”, una serie de textos concebidos a partir de libros y cuadros de contemporáneos. Soy futbolero: sanlorencista por herencia de mi padre, de pibe simpaticé con el River Plate de Ángel Labruna, en los setenta (todos somos hinchas de un segundo club…, al menos si nos apasiona el fútbol como arte). Soy también espectador de boxeo. Mi único vicio que ha quedado en pie es el del tabaco en pipa. Utilizo bastante las redes sociales, no reniego de la tecnología, aunque mis mejores compañías han sido y seguirán siendo los libros. Mi paso por el periodismo y los medios de comunicación se desarrolló más o menos así: entre 1988 y 1989 fui redactor de informativos en Radio Azul. A mediados de los noventa retorné en varias FM conduciendo micros de crítica literaria. En 2004/2005 llevé adelante el programa “Café de las Artes”, por FM Del Pueblo, que obtuvo su repercusión: allí intenté poner en práctica recursos de los innovadores de la radiofonía, como el manejo del “tempo”, los énfasis y los silencios a la manera del peruano Hugo Guerrero Marthineitz. Acerté menos en esta pretensión que en los contenidos del programa. Y en simultánea difundí innumerables artículos en diarios y revistas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">8 — Azul es…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — …una ciudad rara por sus características de “ciudad culta”, pese a su reducida densidad demográfica. Posee la más importante colección de ediciones del Quijote fuera de España, en la Casa Ronco, que perteneciera a un mecenas bibliófilo: el Dr. Bartolomé J. Ronco; la preservación de este patrimonio le valió la designación de “Ciudad Cervantina de la Argentina” por parte de la Unesco y la realización del Festival Cervantino anual. Azul tuvo su filial de SADE (la que debería restablecerse), es centro administrativo, cabecera de departamento judicial y centro productor esencialmente agrícola-ganadero, con carreras universitarias y considerable clase media, parte de la cual conforma un público numeroso para las expresiones artísticas. Como contrapartida, una larga historia de oportunidades desaprovechadas de desarrollo y apertura en todos los ámbitos. Por mi parte, a la manera de un heterónimo de Fernando Pessoa, encuentro en su rutinaria tranquilidad, en sus fácilmente observables crepúsculos sobre casas bajas y arboledas, un sitio pacífico para las perplejidades del pensamiento, que luego, a veces, se trasforman en creación literaria.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGyv0GSLkNSys1M0CJnyNeCz-OQSIJ9UUl5AdL1TWDhGjCbPe4reotahUXxacSchf8T27IcI1M6Y5jnmwUBZ6GWYK56CpkcXfKbIdpuZqZLgnaaC1_-kNGUsOMRTA-2F2KM2tPLhe5ON-3Zd8ogk79wY6r4kGDlBUFEWbFBgVGvjxLEUoLo6RS3JdqYA/s574/Libro%20C%C3%BAccaro%207%20-%20Los%20%C3%A1rboles%20del%20abismo.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="574" data-original-width="391" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGyv0GSLkNSys1M0CJnyNeCz-OQSIJ9UUl5AdL1TWDhGjCbPe4reotahUXxacSchf8T27IcI1M6Y5jnmwUBZ6GWYK56CpkcXfKbIdpuZqZLgnaaC1_-kNGUsOMRTA-2F2KM2tPLhe5ON-3Zd8ogk79wY6r4kGDlBUFEWbFBgVGvjxLEUoLo6RS3JdqYA/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%207%20-%20Los%20%C3%A1rboles%20del%20abismo.jpg" width="218" /></a></div><div style="text-align: justify;">9— ¿Escribiste cuentos, relatos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Tengo una carpeta entera, guardada en mi escritorio, llena de cuentos. La mayoría es de larga data. En ellos abundan seres atormentados, demasiado parecidos al Meursault de “El extranjero” de Albert Camus. En los últimos años accedí esporádicamente al género. Me he prometido sentarme algún día a leerlos y ver si este “corpus” de obra narrativa no envejeció mal y si, junto con algunos de los trabajos más recientes, tiene, en consecuencia, el perfil necesario como para vertebrar un libro. Con la prosa me llevo bien, tan bien como con una dama digna de respeto. Cordiales relaciones donde no falta alguna aviesa mirada equívoca. Pero con la prosa (particularmente con la ficción) me comporto como un caballero y me niego a perderle el respeto. Alguna vez me han señalado como “un buen crítico”. De hecho, he escrito comentarios de libros para revistas y diarios (“Tráfico Cultural”, “Maná Azul”, “Dioses del Sótano”, “El Tiempo” …), y algún prólogo. La crítica literaria me interesa, aunque para abordar, por ejemplo, una obra de largo aliento, debería encontrar un objeto de análisis lo suficientemente motivador. El tema con la narrativa ficcional es que consiste en “conducir” al lector a su rol específico de una manera distinta que en la poesía. Hay que apuntar, de alguna manera, un poco más a su costado analítico. El lenguaje narrativo denota y no connota, por lo que es necesario estructurar conscientemente una construcción donde lo que se comunica sea precisamente lo que se quiere decir, como base de una historia determinada, y a partir de ahí diagramar el resto del juego. Admiro en esto al mal llamado “genero policial” que inauguró el gran Edgar Allan Poe con su C. Auguste Dupin en “Los crímenes de la calle Morgue”, y que explotaran tan bien Sir Arthur Conan Doyle, G. K. Chesterton y nuestra dupla Borges-Bioy Casares.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEht92AVLWJ-JvbgQqhcus7icgjH2-sko-gAmeNMz2KPERGmjexKjfvX12QNustEIdmvqgY9Z2SnsPbqTr0NUdhhQQZm5qHkWIu__-M7udlSKqL2dfUDNeyjn6jbAV_5OnZelqW6zp-LPIf9bizbjbgm3buwM1yWZFp2waDg_h9wThStHajlvWtioy5CQA/s643/Libro%20C%C3%BAccaro%203%20-%20Libro%20de%20Babilonia.jpg" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="643" data-original-width="410" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEht92AVLWJ-JvbgQqhcus7icgjH2-sko-gAmeNMz2KPERGmjexKjfvX12QNustEIdmvqgY9Z2SnsPbqTr0NUdhhQQZm5qHkWIu__-M7udlSKqL2dfUDNeyjn6jbAV_5OnZelqW6zp-LPIf9bizbjbgm3buwM1yWZFp2waDg_h9wThStHajlvWtioy5CQA/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%203%20-%20Libro%20de%20Babilonia.jpg" width="204" /></a></div><div style="text-align: justify;">10 — ¿Qué desnudan, a quiénes, tu próximo poemario? ¿Qué tipo de “prendas” retiran?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — “Desnudos” es un título para jugar con su doble acepción, en tanto que sustantivo y adjetivo. Los “desnudos” pictóricos de Paul Gauguin, por ejemplo y la “desnudez” del poema en su despojamiento, y el “te enterraré desnuda” de Roque Dalton. En la “desnudez” como metáfora busco una dualidad pulsional, una dualidad Eros–Tánatos, la velada comprensión de la desnudez primordial que acecha en el nacimiento, en el orgasmo, en la muerte. Es un libro de primordialidades, a contraviento de una época de atavío, de fetichismo del adorno y de la máscara. Es necesaria la desnudez. Recuerdo unos versos de “Los árboles del abismo”: </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“Es necesaria </div><div style="text-align: justify;">la desnudez.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> <div style="text-align: justify;">La desnudez más roja.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> <div style="text-align: justify;">La desnudez y el crimen.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sólo así</div><div style="text-align: justify;">valdrá la pena</div><div style="text-align: justify;">haberle robado palabras</div><div style="text-align: justify;">a</div><div style="text-align: justify;">la incertidumbre”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Con su artificio y pese a su ropaje entre surrealista y —hasta a veces— con toques de exteriorismo, creo que mi poesía nunca va a poder deshacerse de esa metafísica de lo elemental, de hablar sobre cuatro o cinco instancias capitales de la existencia. No escribo desde lo alegórico o desde lo coloquial o anecdótico…, no soy yo en ese terreno.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">11 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas del indio Rabindranath Tagore (1861-1941), la española Rosalía de Castro (1837-1885) y el salvadoreño, ya por vos mencionado, Roque Dalton (1935-1975)?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — La pregunta, Rolando, parece conectar con el eclecticismo de mis lecturas. Soy un lector omnívoro. Lo aparentemente disímil suele tener un sutil vaso comunicante en el universo del arte. La de Tagore es inmensa, oceánicamente espiritual. Me produce cierto vértigo esta característica de su poética, algo parecido me sucede con Whitman. Es algo maravilloso que yo no sabría hacer: hilar largamente un texto en base al decursode un sentimiento, por ejemplo, el amor imposible o la nostalgia de la infancia. Comparando a los tres, si tuviera que elegir, presiento que envejeceré acercándome cada vez más a los ecos de Rosalía, a su poética que vino a engendrar parte de la moderna poesía española de fines del siglo XIX proyectándose hacia principios del XX (más allá de llevar ese estandarte de la belleza de la lengua gallega). Símbolo y “saudade” hay en Rosalía de Castro, en ese canto a la tierra, en el eco pueblerino de su carnadura, en la alegoría velada de sus rumores de mar y de sus lutos. Roque Dalton, por su parte, es la justa medida de su tiempo. Hoy nadie podría escribir como él sin sonar a hueco o falso donde él sonaba admirablemente: y esos tañires nerudianos…; hace un rato hablé de “Desnuda” (texto inevitablemente evocado en mis “Desnudos”), quizás uno de los poemas más bellos de su obra.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZzPbmlVedvNis79vMhgfRLUwXD1LnvN79hHtc7ByaJsuYIeDU1-EziA3qMRbPzftuBKP0DyDW9jOU-Iyq0dnR7QvgnPnf3ue4CIKmiSzDVTU55OwxKsUQ-R8lVgdz14wn1UsW6gCJNGw1pPwk8k5mthV7I7ofMqjLm1pEZk6nSAglx8DrRdzQ8I2qvg/s599/Libro%20C%C3%BAccaro%206%20-%20Tharsis.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="599" data-original-width="428" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZzPbmlVedvNis79vMhgfRLUwXD1LnvN79hHtc7ByaJsuYIeDU1-EziA3qMRbPzftuBKP0DyDW9jOU-Iyq0dnR7QvgnPnf3ue4CIKmiSzDVTU55OwxKsUQ-R8lVgdz14wn1UsW6gCJNGw1pPwk8k5mthV7I7ofMqjLm1pEZk6nSAglx8DrRdzQ8I2qvg/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%206%20-%20Tharsis.jpg" width="229" /></a></div><div style="text-align: justify;">12 — Hablemos de la poesía que irrumpe y se va estableciendo en el siglo actual. ¿Qué es lo que ves, qué autores te seducen y a cuáles resistís?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — En mi etapa formativa el neobarroco era una especie de evangelio canónico, hoy superado por las nuevas generaciones. Se ven cada vez más poetas jóvenes que redescubren el objetivismo, la posibilidad de dotar de contenido poético a la realidad más prosaica y externa. Claro que esta suerte de “varita mágica” del poema no siempre funciona bien ni siempre sus resultados son óptimos. Advierto poetas jóvenes que escriben cosas interesantes, aunque demasiado parecidas entre sí, cuesta encontrar una voz destacada y única. Es posible que las nuevas poéticas, desde el discurso, tengan que ajustar su postura acerca del posmodernismo como realidad que atraviesa la época, si se escribe “desde” o “contra” la muerte del significado. Hasta ahí mis resistencias. En cuanto a autores nuevos que me seduzcan, me voy a limitar a nombrar a alguien que, aunque muerto, es el más contemporáneo de todos y que podría considerar como el “padre literario” de los poetas de la generación posterior a la mía: el chileno Roberto Bolaño. Aunque falta perspectiva temporal en estas afirmaciones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">13 — ¿De qué modo no te das por vencido con un poema que no termina de conformarte? ¿Recordás en este sentido alguna curiosidad que te haya ocurrido?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Soy un obsesivo de la reescritura. Para mí un poema está en constante proceso de ser reescrito. El punto final de un texto es una decisión que termina por mostrar un estadio de la obra, que se torna así fluctuante, maleable, quizás peligrosamente maleable. Trato, consciente o inconscientemente, de aplicar criterios de composición sistemática, tomados prestados a la plástica en mi poesía, que tienen que ver con el equilibrio de “tonos” y la necesidad de que “el ojo” —en este caso— del que lee, recorra toda la composición para ir a desaguar precisamente en ese punto de conjunción del poema. Esa culminación conceptual —enmascarada o no— que todo poema tiene. Hay, claro, previsibles anécdotas acerca de textos interminables: por ejemplo, haberme presentado a retirar un premio con una versión totalmente disímil de la premiada ya que el proceso de corrección había avanzado incontrolablemente. Leo en cualquier sitio, pero no escribo en otro sitio que, en mi casa, no me inspiran los hoteles, los trenes o los bares. Amo el silencio como complemento necesario para que fluya lo que hay que decir.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">14 — ¿Qué da a conocer el arte? ¿Cómo acceder a lo desconocido? ¿Qué escritores te iluminan —acaso hoy, más que ayer— en esa dirección?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — La primera pregunta está íntimamente ligada con la segunda. El arte nos pasea por senderos desconocidos, por otras dimensiones de lo humano. Por obsesiones, miedos y profundidades de lo innominado. Trato de leer autores que hayan atravesado los rigores de este proceso y hayan logrado superar la barrera de la incomunicación que acecha siempre en todo objeto artístico. Y si no lo lograron, analizar las causas posibles. Me iluminan los de siempre. Quizás hoy más que ayer los de siempre: los clásicos. Los probados en la ardua tarea de plasmarse en la obra. No soy de leer mucho las “novedades” literarias ni a los autores de moda. Si estás angustiado por no poder comunicar, siempre es bueno volver, como si se tratara de un oasis, a Miguel de Cervantes, o a Jorge Luis Borges, o a Shakespeare: releerlos y volver a nutrirse en ellos, sin que haya otros secretos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">15 — ¿Cómo te llevás con la niebla o la bruma, y cómo con los relámpagos y los rayos? ¿Cómo con las heladas, la canícula, el viento huracanado?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — La bruma y la niebla me dan una inexplicable sensación de pertenencia, que asocio, claro está, con inviernos a los que se resiste por medio de la lumbre, el humo del tabaco, el vino… La poesía y la música se oyen mejor en un entorno de niebla y de bruma. Los relámpagos y los rayos no tienen tal virtud, pero suelen ser necesarios para equilibrar y limpiar. Las heladas, tanto como la bruma, son para vivirlas en los refugios, al igual que el viento huracanado. La canícula suele desatar mi lado hedonista, no sufro el calor y lo percibo siempre como una atmósfera de liberación de las represiones de la gente, las chicas con la desnudez a flor de piel, la sombra refrescante y el sol en un vitalista diálogo de intensidades…; en verano todo es más frívolo, más deliciosamente mundano.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg-jyQXJmJqJENrrQnnHoPobOQevEUuQJB1wtOs5t6TtFFTZQ3ObhxRMuI0Sj2E_JF2Wwfi4clSsQinYG3BgV3Mu_zZuueGrVbMbajeWrXsghMmpYQBT-fy9KswBxlKYegJbxp1VSEpDhVXno8_z-sPgzyPpe9Qeli3Sk5ZbV-ArfcA4eB5SBeI2V6_w/s500/Libro%20C%C3%BAccaro%202%20-%20Los%20latidos%20oscuros%20del%20silencio%20(1).jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="399" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgg-jyQXJmJqJENrrQnnHoPobOQevEUuQJB1wtOs5t6TtFFTZQ3ObhxRMuI0Sj2E_JF2Wwfi4clSsQinYG3BgV3Mu_zZuueGrVbMbajeWrXsghMmpYQBT-fy9KswBxlKYegJbxp1VSEpDhVXno8_z-sPgzyPpe9Qeli3Sk5ZbV-ArfcA4eB5SBeI2V6_w/s320/Libro%20C%C3%BAccaro%202%20-%20Los%20latidos%20oscuros%20del%20silencio%20(1).jpg" width="255" /></a></div><div style="text-align: justify;">16 — ¿Con cuáles de las siguientes consideraciones te sentís más próximo?:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1) Umberto Eco: “Yo definiría el efecto poético como la capacidad que exhibe un texto para continuar generando lecturas diferentes, sin ser consumido nunca por completo.” 2) Kato Molinari: “La poesía es un estado impreciso, intenso y sobre todo propicio.” 3) Hugo Gola: “En un instante de inspiración o gracia, o como quiera llamársele, que viene más allá del lenguaje y que no tiene que ver con él, las palabras comienzan a ordenarse, a organizarse para crear una forma. El poema es esa forma.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — De las tres, la de Eco, sin duda. Tal como te dije recién, la obra no termina de escribirse nunca. Ese concepto de “apertura” de la obra me induce a recrearla y profundizarla como un todo cambiante, proceso que va direccionado hacia el gran actor: el lector. El lector que “es” porque lee, retomando una idea de Ricardo Piglia sobre Robinson Crusoe leyendo la Biblia en un ensayo imperdible: “El último lector”. Con respecto a la “inspiración” no la concibo tanto como un “estado de gracia” sino más bien como un instante de ruptura entre lo consciente y lo inconsciente. Tendríamos entonces que la inspiración no sería tal, sino que se trataría de un proceso auto exploratorio del autor que podría, inclusive, sistematizarse a fondo en caso de considerarlo necesario (y me acuerdo de los juegos “paranoico-críticos” de Salvador Dalí). Hay veces en que el mensaje poético se encuentra distante, muy distante, de la forma, que se resiste, y el poeta está llamado a vencer esa resistencia y a crear los atajos necesarios. En los pliegues de todo ese proceso subyace el acto de la creación.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">17 — ¿Tenés, has tenido sobrenombres, apodos, hipocorísticos…? ¿Te agradan, te agradaban? ¿Les has puesto sobrenombres a algunas personas?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Siempre me han llamado por mi nombre de pila; mi primer nombre es Carlos y mi segundo nombre, Juan. Mi padre se llamaba Juan Carlos y supongo que me bautizó con el orden de los nombres a la inversa para darme cierta identidad propia. Él era empleado público y un “peronista de Perón” sin nada de fanatismo, de aquellos cuyas infancias transcurrieron durante el primer peronismo, y que para muchos de ellos no meterse en política y ser peronista era casi lo mismo. Sé que Carlos es por Gardel y Juan por Perón. Volviendo a los sobrenombres, estimo que no he sido considerado un sujeto interesante para bautizarme con ellos, y menos con aquellos derivados de animales, juegos cacofónicos, características físicas… Recuerdo que hace poco leí un artículo atractivo sobre los apodos de los presidentes argentinos. Convengamos que tenemos un pueblo con un talento especial para esto. Otra cosa no se puede decir del ingenio colectivo que bautizó a José Félix Uriburu, nuestro primer presidente de facto, como “Las ocho y veinte”, por el dibujo que en su rostro trazaban sus bigotes…: creatividad popular en estado puro. No soy de colocar sobrenombres. Me encantan, eso sí, algunos nombres ficcionales como “Juntacadáveres” o “El Rufián Melancólico”, por ejemplo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">18 — Rodolfo Walsh supo aludir a sus “perplejidades íntimas”. Las habrás advertido, detectado. ¿Compartirás alguna con nosotros?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — En ese sentido yo hablaría de la finitud, la íntima angustia, unamuniana, de que en algún momento este conglomerado de recuerdos, sentimientos, ideas, apetitos, goces, miedos y tantas otras cosas que constituyen mi conciencia, ese todo, algún día dejará de ser, para diluir mi “yo” y dispersarse en la nada. Quizás se la pueda catalogar de “íntima” puesto que casi no hablo de esto, pero juego con insistencia en torno a especulaciones cercanas al “dato capital de la muerte” (como escribiera Macedonio Fernández) y sus conjeturas de inexistencia y existencia. Esa sería una de mis “perplejidades íntimas”, o como diría yo —un poco bromeando—, mi “dasein” poético. Una problemática a la que no me refiero específicamente pero que sí aludo de manera constante en mi cotidianidad y —fundamentalmente— en mi obra. No sé si, en el fondo, mi obra trata sobre otra cosa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGZ0fX8IjhLaXgmppFFaWa3j1KmPRkHnbgjNcmNr1ylsNhAKMumQ6qMw6XyeEFODq37ZSrPKMpP1w0WNeT-QR2dY8UvIBoWXoW2ugBzs4inKWO5tgbV0ghwa0XoZb8ZYRH1aR-ztIUaxAhuyBxWQutesp4COHG4FQa-70hlgi-yDftOptYqJ9gFbfKMQ/s605/Carlos%20C%C3%BAccaro%207.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="605" data-original-width="453" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGZ0fX8IjhLaXgmppFFaWa3j1KmPRkHnbgjNcmNr1ylsNhAKMumQ6qMw6XyeEFODq37ZSrPKMpP1w0WNeT-QR2dY8UvIBoWXoW2ugBzs4inKWO5tgbV0ghwa0XoZb8ZYRH1aR-ztIUaxAhuyBxWQutesp4COHG4FQa-70hlgi-yDftOptYqJ9gFbfKMQ/s320/Carlos%20C%C3%BAccaro%207.jpg" width="240" /></a></div><div style="text-align: justify;">19 — ¿Hay postres, guisos, sopas, comidas de tu niñez o adolescencia que te encantaban y que, sin embargo, por alguna buena o inexistente razón, no hayas vuelto a comer?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Me gusta cocinar y cada tanto trato de hacer un “revival” de ciertas salsas que mi madre me preparaba en la niñez. No obstante, en mi adolescencia y primera juventud maltraté bastante el cuerpo, así que ahora cuido mi función hepática y no pruebo casi el alcohol, por ejemplo, salvo en circunstancias excepcionales; como dije antes, el tabaco es el único “inocente” vicio que me queda. De vez en cuando, por una cuestión de herencia, practico con alguna buena salsa italiana (una “putanesca”, con anchoas y especias, una “scarparo”). No he vuelto a probar algunas joyas de la cocina materna como el pescado al horno gratinado, que a mí nunca me saldría con ese justo equilibrio de sabores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">20 — Fuera del área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">CC — Podríamos decir que la admiración es ese sentimiento de acercarse, a través de algo o de alguien, a lo inefable. Por debajo del amor y por encima del afecto (aunque muchas veces complementaria con ellos), la admiración es la comprensión de que se puede franquear lo que el mundo tiene de mediocre, y encarnar la idea de trascendencia en una persona, en una obra, en un ideario, en un estilo. Ya hace tiempo que dejé de admirar a personajes históricos o referentes ideológicos de los cuales sólo queda en pie, para mi punto de vista, su analizable costado humano, contradictorio y (obviamente) literario. Fuera de lo artístico quizás admire a un puñado de seres que también son artistas en lo suyo: algunos anónimos laburantes, a mi hija en lo lúdico de su inocencia, a mi mujer por apuntalar consecuentemente a lo largo de estos años a un tipo difícil como yo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Carlos Cúccaro selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No estamos</div><div style="text-align: justify;">solos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Está</div><div style="text-align: justify;">esa insidiosa luz</div><div style="text-align: justify;">que</div><div style="text-align: justify;">se cuela</div><div style="text-align: justify;">entre</div><div style="text-align: justify;">los dedos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No estamos</div><div style="text-align: justify;">ni olvidados</div><div style="text-align: justify;">ni</div><div style="text-align: justify;">ocultos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Está</div><div style="text-align: justify;">el ansia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa incertidumbre</div><div style="text-align: justify;">que acecha</div><div style="text-align: justify;">como</div><div style="text-align: justify;">una araña</div><div style="text-align: justify;">verde.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y que</div><div style="text-align: justify;">nos hace imaginar</div><div style="text-align: justify;">que somos libres,</div><div style="text-align: justify;">mientras</div><div style="text-align: justify;">los ojos</div><div style="text-align: justify;">se</div><div style="text-align: justify;">nos secan.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Blues”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Telekinesis</div><div style="text-align: justify;">del</div><div style="text-align: justify;">caos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No hay puntos fijos</div><div style="text-align: justify;">para</div><div style="text-align: justify;">no caer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ni canciones nuevas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ni relojes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Comprensión</div><div style="text-align: justify;">de la duda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La belleza</div><div style="text-align: justify;">y</div><div style="text-align: justify;">el odio</div><div style="text-align: justify;">son</div><div style="text-align: justify;">una</div><div style="text-align: justify;">misma</div><div style="text-align: justify;">torre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Luciflor o la sangre”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Circo carnal.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eso es lo turbio</div><div style="text-align: justify;">y lo quemante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Circo carnal. <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggAS9fj7QcvZuNX40iUUQQo7vaeJJB2tMuPMBnV1d7bPQrGbkhvyOZhNqsdWzFOP3wu1saoJRx63CmVV_OMuq0NPSqhdErO4SMoA9Fo-PxZshYWmsaG6F6cfHsnqcrMrJB4oNsIXva-hRcFoN1o41eWS5OSm72drd_NFTIn8fOacpwo15GmdS-8w7_mQ/s720/Carlos%20C%C3%BAccaro%20con%20Rolando%20Revagliatti,%20Ricardo%20Rubio%20y%20Carlos%20Kuraiem.jpg" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="540" data-original-width="720" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggAS9fj7QcvZuNX40iUUQQo7vaeJJB2tMuPMBnV1d7bPQrGbkhvyOZhNqsdWzFOP3wu1saoJRx63CmVV_OMuq0NPSqhdErO4SMoA9Fo-PxZshYWmsaG6F6cfHsnqcrMrJB4oNsIXva-hRcFoN1o41eWS5OSm72drd_NFTIn8fOacpwo15GmdS-8w7_mQ/s320/Carlos%20C%C3%BAccaro%20con%20Rolando%20Revagliatti,%20Ricardo%20Rubio%20y%20Carlos%20Kuraiem.jpg" width="320" /></a></div></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Deslinde peligroso</div><div style="text-align: justify;">de</div><div style="text-align: justify;">este juego</div><div style="text-align: justify;">de luna y de cerveza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Soy tu cuerpo.</div><div style="text-align: justify;">Soy la mano carmesí.</div><div style="text-align: justify;">Soy la daga-lobo.</div><div style="text-align: justify;">Soy la miel en tu boca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La soledad de todos</div><div style="text-align: justify;">ha llegado al límite.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Tharsis”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entrevista realizada a través del correo electrónico por <span style="font-family: georgia;"><b>Rolando Revagliatti</b></span>.</div></span><p></p>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-57660013809758383452022-05-15T09:58:00.000-03:002022-05-15T09:58:45.522-03:00MARIO VARGAS LLOSA: EL ABUELO<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;">Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas, sombras movedizas y esbeltas, que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban, o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?” Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacia la calle sin ser visto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">“¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente en su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Sólo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos, y le golpeó el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta todavía, porque sus pasos asustados lo habrían despertado, o el pequeño, al distinguir a su abuelo, encogido y dormitando justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina, habría gritado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esta reflexión lo animó. El soplido del viento era menor, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando los bolsillos de su saco, encontró el cuerpo duro y cilíndrico de la vela que compró esa tarde en el almacén de la esquina. Regocijado, el viejecito sonrió en la penumbra: rememoraba el gesto de sorpresa de la vendedora. Él permaneció muy serio, taconeando con elegancia, batiendo levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba bajo sus ojos cirios y velas de sebo de diversos tamaños. “Esta”, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó y abandonó la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón de rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de insólito color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chófer que circulara por las afueras de la ciudad: corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y rojiza del cielo sería más enigmática en medio del campo. Mientras el automóvil flotaba con suavidad por el asfalto, los ojitos vivaces del anciano, única señal ágil en su rostro fláccido, descolgado en bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal paralelo a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguirla.</div><div style="text-align: justify;">— “¡Deténgase!”— dijo, pero el chófer no le oyó—. “¡Deténgase! ¡Pare!” Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos, olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura, terca y hostil forma impenetrable, despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era pequeña, y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y hería su cráneo pelado una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete, o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior: entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga e incisiva lengüeta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda, abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro se mantuvo en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles opulentos y lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos, entre sangrientos y mágicos, del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al principio, estuvo indeciso, preocupado: podrían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó sólo una vez de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía, sin vida, sino habitada por animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente olvidó haber soñado que una perversa fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar y causaba desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, miraba la escena con un catalejo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Había imaginado que limpiar la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído que era polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado a las paredes internas y brillaba como una lámina de metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que disminuyera la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que ésta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, a quien arrancó con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquél intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra, empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, después acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Pronto comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de los puños. De pronto, puesto en pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, resplandeciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la ondulante superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente; cerró su maletín y salió del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría semioscuridad de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviese clausurada. Enervado, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y la puerta cedía con un corto chirrido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento, fueron tan imprevistos que su corazón parecía el balón de oxígeno conectado a un moribundo. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza, resbaló de la piedra y se cayó de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en la boca un sabor desagradable de tierra mojada, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo de elevar la mano que conservaba la calavera, de modo que ésta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo, todavía limpia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La pérgola estaba a unos cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del comedor, una silueta clara y esbelta y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más nítida y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano, de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, integral, que cruzaba el jardín como un animalito. No esperó más: extrajo la vela de su saco, a tientas juntó ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra y colocar a ésta, como un obstáculo, en el sendero. Luego, con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado, se alegró: la medida era justa; por el orificio del cráneo asomaba el puntito blanco de la vela, como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y aunque sus palabras eran todavía incomprensibles supo que se dirigía al niño. Hubo como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica; el rumor melodioso de la mujer, los cortos grititos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo fulminó el nieto, chillando: “Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy.” Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que lo estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio sólo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aún segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso, cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con brusco crujido, como de un pisotón en la hojarasca, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por la nariz y por la boca. “Se ha prendido toda”, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: “Fue el aceite, fue el aceite”, estupefacto, embrujado, ante la fascinante calavera enrollada por las llamas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Justamente en ese instante escuchó el grito. Un grito salvaje, un alarido de animal recién atravesado por muchísimos venablos. El niño estaba delante de él, con las manos alargadas frente al cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba ahora mudo y rígido pero su garganta, independiente, hacía unos extraños ruidos, roncaba. “Me ha visto, me ha visto”, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel llameante rostro de huesos. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, firmemente prendidos al fuego. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el aullido espantoso, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de horror. Pensaba, entusiasmado, que los hechos habían sido más perfectos incluso que su plan, cuando sintió cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en la carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, estruendoso también, pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo, no volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta, sonriendo satisfecho, respirando mejor y más tranquilo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://2.bp.blogspot.com/-raBx8mqHYKY/VMbWl7_k3eI/AAAAAAAABsc/B_VRB-bU-Cw/s1600/Jorge%2BMario%2BPedro%2BVargas%2BLlosa%252C.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://2.bp.blogspot.com/-raBx8mqHYKY/VMbWl7_k3eI/AAAAAAAABsc/B_VRB-bU-Cw/s200/Jorge%2BMario%2BPedro%2BVargas%2BLlosa%252C.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Mario Vargas Llosa</b></div><div style="text-align: justify;">Jorge Mario Pedro Vargas Llosa. (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936). Escritor, político y periodista peruano. Premio Nobel de Literatura 2010.</div><div style="text-align: justify;">fuente:http://sisbib.unmsm.edu.pe/ - cervantes.es</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-57566820483342453652022-05-15T09:57:00.000-03:002022-05-15T09:57:22.584-03:00JULIO CORTÁZAR: LA NOCHE BOCA ARRIBA<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él —porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre— montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. «Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado…» Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. «Natural», dijo él. «Como que me la ligué encima…» Los dos rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaron la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. «Huele a guerra», pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Se va a caer de la cama —dijo el enfermo de al lado—. No brinque tanto, amigazo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. «La calzada», pensó. «Me salí de la calzada.» Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">—Es la fiebre —dijo el de la cama de al lado—. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://4.bp.blogspot.com/-G8gfMpxL7Nw/U5EW8DjIfUI/AAAAAAAABOA/N9N6R0Bsn5s/s1600/descarga%2B%25283%2529.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="https://4.bp.blogspot.com/-G8gfMpxL7Nw/U5EW8DjIfUI/AAAAAAAABOA/N9N6R0Bsn5s/w149-h200/descarga%2B%25283%2529.jpg" width="149" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Julio Cortázar</b></div><div style="text-align: justify;">“La noche boca arriba” fue publicado por primera vez en Final de juego (1956).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Fuente:Francisco Rodríguez Criado Escritor, corrector de estilo, profesor de talleres literarios y creador de NarrativaBreve.com.</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-14686349238102602282022-05-15T09:55:00.000-03:002022-05-15T09:55:57.674-03:00AMBROSE BIERCE: CHICKAMAUGA<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">En una tarde soleada de otoño, un niño perdido en el campo, lejos de su rústica vivienda, entró en un bosque sin ser visto. Sentía la nueva felicidad de escapar a toda vigilancia, de andar y explorar a la ventura, porque su espíritu, en el cuerpo de sus antepasados, y durante miles y miles de años, estaba habituado a cumplir hazañas memorables en descubrimientos y conquistas: victorias en batallas cuyos momentos críticos significaran siglos y donde los campamentos de los vencedores eran ciudades de piedra labrada. Desde la cuna de su raza, ese espíritu había logrado abrirse camino a través de dos continentes y después, franqueando el ancho mar, había penetrado en un terreno en donde recibió como herencia la guerra y el poder.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era un niño de seis años, hijo de un pobre plantador, que, durante su primera juventud, había sido soldado y había luchado en el extremo sur. Pero en la existencia apacible del plantador, la llama de la guerra había sobrevivido; una vez encendida, nunca se apagó. El hombre amaba los libros y las estampas militares, y el niño las había comprendido lo bastante para hacerse una espada de madera que el padre mismo, sin embargo, no la hubiera reconocido como tal. Ahora llevaba esta espada con gallardía, como conviene al hijo de una raza heroica, y se paraba de tiempo en tiempo en los claros soleados del bosque para asumir, exagerándolas, las actitudes de agresión y defensa que le fueron enseñadas por aquellas estampas. Enardecido por la facilidad con que echaba por tierra a enemigos invisibles que intentaban detenerlo, cometió el error táctico bastante frecuente de proseguir su avance hasta un extremo peligroso, y se encontró por fin al borde de un arroyo, ancho pero poco profundo, cuyas rápidas aguas le impidieron continuar adelante, a la caza de un enemigo derrotado que acababa de cruzarlo con ilógica facilidad. Pero el intrépido guerrero no iba a dejarse amilanar; el espíritu de la raza que había franqueado el ancho mar ardía, invencible, dentro de aquel pecho menudo, y no era sencillo sofocarlo. En el lecho del río descubrió un lugar en donde había algunos cantos rodados, a distancias de un paso o de un salto; gracias a ellos pudo atravesarlo para caer de nuevo sobre la retaguardia de sus enemigos imaginarios, y pasarlos a todos a cuchillo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ahora, una vez ganada la batalla, la prudencia exigía que se replegara sobre la base de sus operaciones. ¡Ay!, como tantos otros conquistadores más grandes que él, como el más grande de todos, no podía ni refrenar su sed de guerra ni comprender que el más afortunado no puede tentar al Destino. De pronto, mientras avanzaba desde la orilla, se encontró frente a un nuevo y formidable adversario. A la vuelta de un sendero, con las orejas tiesas y las patas delanteras colgantes, muy erguido, estaba sentado un conejo. El niño lanzó una exclamación de asombro, dio media vuelta y escapó sin saber qué dirección tomaba, llamando a su madre con gritos inarticulados, llorando, tropezando, con su tierna piel cruelmente desgarrada por las zarzas, su corazoncito palpitando de terror, sin aliento, cegado por las lágrimas, perdido en el bosque. Después, durante más de una hora, sus pies vagabundos lo llevaron a través de malezas inextricables, y, por fin, rendido de cansancio, se acostó en un estrecho espacio entre dos rocas, a pocas yardas del río. Allí, sin dejar de apretar su espada de madera, que no era ya para él un arma sino un compañero, se durmió a fuerza de sollozos. Encima de su cabeza, los pájaros del bosque cantaban alegremente, las ardillas, castigando el aire con el esplendor de sus colas, chillaban y corrían de árbol en árbol, ignorando al niño lastimero, y en alguna parte, muy lejos, gruñía un trueno, extraño y sordo, como si las perdices redoblaran para celebrar la victoria de la naturaleza sobre el hijo de aquellos que, desde tiempos inmemoriales, la han reducido a la esclavitud. Y del otro lado, en la pequeña plantación, en donde hombres blancos y negros, llenos de alarma, buscaban febrilmente en los campos y los cercos, una madre tenía el corazón destrozado por la desaparición de su hijo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasaron las horas y el pequeño durmiente se levantó. La frescura de la tarde atería sus miembros; el temor a las tinieblas, su corazón. Pero había descansado y no lloraba más. Empujado por el instinto, se abrió camino a través de las malezas que lo rodeaban hasta llegar a un extremo más abierto: a su derecha, el arroyo; a su izquierda, una suave pendiente con unos pocos árboles; arriba, las sombras cada vez más densas del crepúsculo. Una niebla tenue, espectral, a lo largo del agua, le inspiró miedo y repugnancia; en lugar de atravesar el arroyo por segunda vez en la dirección en que había venido, le dio la espalda y avanzó hacia el bosque sombrío que lo cercaba. Súbitamente, ante sus ojos, vio desplazarse un objeto extraño que tomó al principio por un enorme animal: perro, cerdo, no lo sabía; quizá fuera un oso. Había visto imágenes de osos y, no pareciéndole temibles, había deseado vagamente encontrar uno. Pero algo en la forma o en el movimiento de aquel objeto, algo torpe en su andar, le dijo que no era un oso; el miedo refrenó la curiosidad, y el niño se detuvo. Sin embargo, a medida que la extraña criatura avanzaba con lentitud, aumentó su coraje porque advirtió que no tenía, al menos, las orejas largas y amenazadoras del conejo. Quizá su espíritu impresionable era consciente a medias de algo familiar en ese andar vacilante, inseguro Antes de que se hubiera acercado lo suficiente para disipar sus dudas, vio que la criatura era seguida por otra y otra y otra. Y había muchas más a derecha e izquierda: en el campo abierto que lo rodeaba hormigueaban aquellos seres, y todos avanzaban hacia el arroyo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Eran hombres. Trepaban con las manos y las rodillas. Algunos sólo usaban las manos, arrastrando las piernas; otros, sólo las rodillas, y los brazos colgaban, inútiles, de cada lado. Cuando se esforzaban por levantarse, volvían a caer boca abajo. No hacían nada con naturalidad, no hacían nada de igual manera, salvo esa progresión, pie ante pie, en el mismo sentido. Uno a uno, dos a dos, en pequeños grupos, continuaban avanzando en la penumbra; a veces, algunos hacían un alto, otros se les adelantaban, arrastrándose con lentitud, y aquellos, entonces, reanudaban el movimiento. Llegaban por docenas y por centenares; se extendían a derecha e izquierda hasta donde podía escrutarse la oscuridad creciente, y el bosque negro detrás de ellos parecía interminable. El suelo mismo parecía desplazarse hacia el arroyo. De tiempo en tiempo, uno de aquellos que habían hecho un alto no reanudaba su camino y yacía inmóvil: estaba muerto. Algunos se detenían y gesticulaban de manera extraña: levantaban los brazos y los dejaban caer de nuevo, se tomaban la cabeza con ambas manos, extendían sus palmas hacia el cielo como hacen ciertos hombres durante las plegarias que dicen en común.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El niño no reparó en todos estos detalles que sólo hubiera podido advertir un espectador de más edad. Sólo vio una cosa: eran hombres y, sin embargo, se arrastraban como niños. Eran hombres, nada tenían pues de terrible, aunque algunos llevaran vestimentas que desconocía. Caminó libremente en medio de ellos, mirándolos de cerca con infantil curiosidad. Todos los rostros estaban muy pálidos y algunos salpicados por algo rojo que les goteaba. Esto, unido a sus actitudes grotescas, le recordó al payaso pintarrajeado que había visto en el circo el verano anterior, y se puso a reír al contemplarlas. Pero esos hombres mutilados y sanguinolentos no dejaban de avanzar, sin advertir, al igual que el niño, el dramático contraste entre la risa de éste y su propia y horrible gravedad. Para el niño era un espectáculo cómico. Había visto a los negros de su padre arrastrarse sobre las manos y las rodillas para divertirlo: en esta posición los había montado, haciéndoles creer que los tomaba por caballos. Y entonces se aproximó por detrás a una de esas formas rampantes, y después, con un ágil movimiento, se le sentó a horcajadas. El hombre se desplomó sobre el pecho, recuperó el equilibrio, derribó, furioso, al niño, haciéndole caer en redondo como hubiera podido hacerlo un potrillo salvaje, y después volvió hacia él un rostro al que le faltaba la mandíbula inferior; de los dientes superiores a la garganta, se abría un gran hueco rojo franjeado de pedazos de carne colgante y de esquirlas de hueso. El saliente monstruoso de la nariz, la falta de mentón, los ojos montaraces, daban al herido el aspecto de un gran pájaro rapaz con el cuello y el pecho enrojecidos por la sangre de su presa. El hombre se incorporó sobre las rodillas. El niño se puso de pie. El hombre lo amenazó con el puño. El niño, por fin, aterrorizado, corrió hasta un árbol próximo, se guareció detrás del tronco y después afrontó la situación con mayor seriedad. Y la siniestra multitud continuaba arrastrándose, lenta, dolorosa, en una lúgubre pantomima, bajando la pendiente como un hormigueo de escarabajos negros, sin hacer jamás el menor ruido, en un silencio profundo, absoluto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En vez de oscurecerse, el hechizado paisaje comenzó a iluminarse. Más allá del arroyo, a través de los árboles, brillaba una extraña luz roja sobre la cual se destacaba el negro encaje de las ramas; golpeaba las siluetas rampantes y proyectaba sobre ellas monstruosas sombras que caricaturizaban sus movimientos en la hierba iluminada; caía en sus rostros, teñía su palidez de un color bermellón, acentuando las manchas que distorsionaban y enmascaraban a tantos de ellos, y que centelleaba sobre los botones y las partes metálicas de sus ropas. Por instinto, el niño se volvió hacia aquel esplendor siempre creciente, y bajó la colina con sus horribles compañeros; en pocos instantes, había pasado al primero de la multitud, hazaña fácil dada su manifiesta superioridad sobre todos. Se colocó a la cabeza, el sable de madera siempre en la mano, y dirigió la marcha, adaptando su andar al de ellos, solemne, volviéndose de vez en cuando para verificar que sus fuerzas no quedaban atrás. A buen seguro, nunca un jefe tuvo semejante séquito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esparcidos por el terreno que lentamente se estrechaba con aquella marcha atroz de la multitud hacia el agua, había algunos objetos que no provocaban ninguna significativa asociación de ideas en la mente del jefe: en algunos lugares, una manta enrollada a lo largo, con las dos puntas atadas por una cuerda; aquí, una pesada mochila de soldado; allá, un fusil roto; en suma, esos desechos que se encuentran en la retaguardia de las tropas en retirada, jalonando la pista de los vencidos que han huido de sus perseguidores. En todos lados junto al arroyo, bordeado en aquel sitio por tierras bajas, el suelo había sido hollado y transformado en lodo por los pies de los hombres y los cascos de los caballos. Un observador más experimentado habría advertido que esas huellas iban en ambas direcciones; dos veces habían pasado por el terreno: avanzando, retrocediendo. Algunas horas antes, aquellos heridos sin esperanza habían penetrado en el bosque por millares, en compañía de sus camaradas más felices, muy lejos ahora. Sus batallones sucesivos, dispersándose en enjambres y reformándose en líneas, habían desfilado junto al niño dormido, por poco lo habrían pisoteado en su sueño. El ruido y el murmullo de su marcha no lo habían despertado. Casi a la distancia de una hondonada del lugar en que estaba acostado, habían librado batalla; pero el niño no había oído el estruendo de los fusiles, el estampido de los cañones, «la voz tonante de los capitanes y los clamores». Había dormido durante casi todo el combate, apretando contra su pecho la espada de madera, quizá por inconsciente simpatía con el conjunto marcial que lo rodeaba, pero tan insensible a la magnificencia de la lucha como a los caídos que allí habían muerto para hacerla gloriosa. Más allá de los árboles, del otro lado del arroyo, ahora el fuego se reflejaba sobre la tierra desde lo alto de su bóveda de humo y bañaba todo el paisaje, transformando en vapor dorado la línea sinuosa de la niebla. Sobre el agua brillaban anchas manchas rojas, y rojas eran igualmente casi todas las piedras que emergían. Pero sobre aquellas piedras había sangre: los heridos menos graves las habían manchado al pasar. Gracias a ellas, también, el niño cruzó el arroyo a paso rápido; iba hacia el fuego. Una vez en la otra orilla, se volvió para mirar a sus compañeros de marcha. La vanguardia llegaba al arroyo. Los más vigorosos se habían arrastrado hasta el borde y habían hundido el rostro en el agua. Tres o cuatro, que yacían inmóviles, parecían no tener ya cabeza. Ante ese espectáculo, los ojos del niño se abrieron con asombro: ni siquiera su ingenuidad podía aceptar un fenómeno que implicara tal resistencia. Después de haber apagado su sed, aquellos hombres no habían tenido fuerzas para retroceder ni mantener sus cabezas por encima del agua. Se habían ahogado. Detrás de ellos, los claros del bosque permitieron que el jefe viera, como al principio de su marcha, innumerables e informes siluetas. Pero no todas se movían. El niño agitó su gorra para animarlas y, sonriendo, señaló con el sable de madera en dirección a la claridad que lo guiaba: una columna de fuego para aquel extraño éxodo.</div><div style="text-align: justify;">Confiando en la lealtad de sus compañeros, penetró en el cinturón de árboles, lo franqueó fácilmente, gracias a la luz roja, escaló una empalizada, atravesó corriendo un campo, volviéndose de tiempo en tiempo para coquetear con su obediente sombra, y así se aproximó a las ruinas de una casa en llamas. Por doquiera, la desolación. A la luz del inmenso brasero, no se veía un ser viviente. No se preocupó por ello. El espectáculo le gustaba y se puso a bailar de alegría como bailaban las llamas vacilantes. Corrió aquí y allá para recoger combustible, pero todos los objetos que encontraba eran demasiado pesados y no podía arrojarlos al fuego, dada la distancia que le imponía el calor. Desesperado, lanzó su sable a la hoguera: se rendía ante las fuerzas superiores de la naturaleza. Su carrera militar había terminado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como había cambiado de lugar, detuvo la mirada en algunas dependencias cuyo aspecto le era extrañamente familiar: tenía la impresión de haber soñado con ellas. Se puso a reflexionar, sorprendido, y de pronto la plantación entera, con el bosque que la rodeaba, pareció girar sobre su eje. Vaciló su pequeño universo, se trastocó el orden de los puntos cardinales. ¡En los edificios en llamas reconoció su propia casa!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Durante un instante quedó estupefacto por la brutal revelación. Después se puso a correr en torno a las ruinas. Allí, plenamente visible a la luz del incendio, yacía el cadáver de una mujer: el rostro pálido vuelto al cielo, las manos extendidas, agarrotadas y llenas de hierba, las ropas en desorden, el largo pelo negro, enmarañado, cubierto de sangre coagulada; le faltaba la mayor parte de la frente, y del agujero desgarrado salía el cerebro que desbordaba sobre las sienes masa gris y espumosa coronada de racimos escarlata, obra de un obús. El niño hizo ademanes salvajes e inciertos. Lanzó gritos inarticulados, indescriptibles, que hacían pensar en los chillidos de un mono y en los cloqueos de un ganso, sonido atroz, sin alma, maldito lenguaje del demonio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El niño era sordomudo.</div><div style="text-align: justify;">Después permaneció inmóvil, los labios temblorosos, los ojos fijos en las ruinas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-dLSN3ks6hqo/ViuxrOuwKpI/AAAAAAAACn0/QlR95klyNHY/s1600/bierce_ambrose.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-dLSN3ks6hqo/ViuxrOuwKpI/AAAAAAAACn0/QlR95klyNHY/s200/bierce_ambrose.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><b>Ambrose Bierce</b></div><div style="text-align: justify;">(Ambrose Gwinett Bierce; Meigs, 1842 - México, 1914) Cuentista y periodista estadounidense de obra aguda y satírica, llena de un humor trágico y temas violentos que giran alrededor de la muerte. Su literatura ejerció una fuerte influencia en la costa del Pacífico.</div><div style="text-align: justify;">Fuente: narrativabreve.com - The San Francisco Examiner, enero de 1889. - Tales of Soldiers and Civilians (“Cuentos de civiles y soldados”, 1891), cuyo título fue sustituido en 1898 -con algunas nuevas historias- por el de In the Midst of Life (“En medio de la vida”), en alusión al primer verso de la Divina Comedia de Dante. Foto: biografiasyvidas.com</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-32004124802673641292022-05-06T08:10:00.000-03:002022-05-06T08:10:58.370-03:00ENTREVISTA A ALICIA SALINAS<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;"><b><span style="font-size: x-large;">“Mi historia personal despuntó arraigada a una fantasía sin sustrato legal”</span></b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPBSapRDhFZLAeRz_BTIa6hN9LRzWCaPPhdXXvmy_ONyF5DX0nWT3fLy2tcHs2zxnCYA-L4XSPS0DrKln7ltJpZPXQ0Z3T2LNl3bqH-pwIIEfkrb-mXBLDCHTgWKfjn1XuYhemnNrbpDGBkJh1ITdKwKKdIy8yQrvqRdnCCO6sAPLbNQsWIQ94EF9qzA/s731/Alicia%20Salinas%203%20-%20Foto%20Guillermo%20Javier%20Corbacho.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="548" data-original-width="731" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPBSapRDhFZLAeRz_BTIa6hN9LRzWCaPPhdXXvmy_ONyF5DX0nWT3fLy2tcHs2zxnCYA-L4XSPS0DrKln7ltJpZPXQ0Z3T2LNl3bqH-pwIIEfkrb-mXBLDCHTgWKfjn1XuYhemnNrbpDGBkJh1ITdKwKKdIy8yQrvqRdnCCO6sAPLbNQsWIQ94EF9qzA/w400-h300/Alicia%20Salinas%203%20-%20Foto%20Guillermo%20Javier%20Corbacho.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: justify;">Por <b>Rolando Revagliatti</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Alicia Salinas</b> nació el 21 de septiembre de 1976 en Rosario (ciudad en la que reside), provincia de Santa Fe, República Argentina. Es Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora con el suplemento Cultura y Libros del diario “La Capital” de Rosario. Se ha formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas. Ha sido incluida, entre otras, en las antologías “Los que siguen”, “Dodecaedro”, “Pulpa”, “Las 40. Poetas santafesinas 1922-1981”, “Diecinueve de fondo”, “Poetas del tercer mundo”, “Fin zona urbana”, “Veinte años del Festival Internacional de Poesía de Rosario”, “Abat jour”, “Corte al bies”, “Chazals on a bay trail” y “Somos centelleantes” (fanzine de artistas por el aborto legal). Participó en el volumen colectivo “Crisis social, medios y violencia: A diez años de los saqueos en Rosario”. Poemarios publicados: “La sumergida” (2003; 2ª edición, en formato electrónico, 2016), “Gallina ciega” (2009) y “Tierra” (2017).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1 — Así que nacida el día de la primavera y en un año…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — En un parto en avalancha, nací el día de la primavera de 1976 bajo el signo chino del dragón de fuego y el halo de la dictadura argentina más sangrienta. En la víspera del 21 de septiembre, mis padres avanzaron raudos desde el sur rosarino rumbo a una clínica que ya no existe, ubicada al lado de una biblioteca (Argentina) y frente a una plaza (Pringles). Llegué a este mundo de madrugada y antes del plazo “científicamente” estipulado, con cierto apresuramiento. Fui primera hija, nieta y sobrina de una joven pareja —25 años ella y 30 años él—; cuatro abuelos de ascendencia española, italiana y croata; y una tía materna y un tío paterno solteros que se convirtieron en mis padrinos. Me bautizaron en la histórica parroquia San Francisquito, centro neurálgico de una barriada del sudoeste donde estaban afincadas dos generaciones anteriores a mi papá. La primera infancia transcurrió en Tablada, barrio de estirpe obrera, a la vuelta de la biblioteca Constancio C. Vigil. Recuerdo nítidamente los grandes árboles de la calle Necochea, el empedrado de adoquines, los vecinos de al lado a los que llamaba “nonos”, el repartidor de vino en damajuana a bordo de un camioncito, una enredadera de tulipas violetas sobre el muro de calle Ayacucho, la calesita de la avenida San Martín. Mis padres quisieron llamarme Alinés, un nombre que aseguran haber escuchado por allí, pero que en el Registro Civil rechazaron con el argumento de su irrealidad. Mi historia personal despuntó arraigada a una entelequia, a una fantasía sin sustrato legal, a un deseo familiar que quedó trunco y por el que no se dio pelea en un contexto de terrorismo de Estado. Improvisación mediante, el documento reza “Alicia Inés”. Identidad partida, inventada en el momento, siempre presente: recién a los nueve años, cuando me cambiaron de escuela, adopté el nombre Alicia. El apodo sin embargo aún me acompaña y no he conocido persona que lo porte.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">2 — ¿Hermanos?...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — A los tres años y medio, ya nacido mi hermano, atravesé un período que sólo registro por relatos de terceros. ¿Habrá impreso en mí aquella experiencia alguna faceta melancólica o dramática? Mi padre sufrió un accidente doméstico y lo trajeron de vuelta en el momento justo, cuando ya caminaba hacia una fulgurante luz a través de un túnel. Al parecer, este contacto tan cercano con la muerte lo puso en otra perspectiva; después de varios meses (¿años?) se recuperó y nos mudamos a una casa propia en el barrio España y Hospitales, frente a un club, sobre un pasaje. Eso me permitió jugar en la calle con otros chicos y chicas de la cuadra, andar en bicicleta, subir a los árboles, saltar a la soga y al elástico. Fue una infancia llena de aire libre, a la que a los ocho años se sumó mi hermana menor. A los vecinos se les decía don y doña, en el verano casi todos salían a la puerta a tomar fresco, no existían las computadoras personales y había que esperar horarios para ver dibujitos. Me interesaba ir a la escuela y estudiar —era muy aplicada; leer literatura infantil y juvenil y armar colecciones (de insectos, de monedas, de billetes, de plumas) representaba un entretenimiento privilegiado. También escribía un diario íntimo. En el árbol genealógico —el cual trepé lo más que pude— no figuran artistas sino hombres y mujeres que trabajaban en el campo y, más acá, otros que desempeñaban oficios como sastre, camionero, modista, ama de casa. Todos sabían leer y escribir, pero recién mis padres, nacidos a mitad del siglo XX, serían los primeros de sus respectivas proles en acceder a la educación secundaria y superior (ella maestra y bibliotecaria, él ingeniero químico). La familia, demostración concreta de ciertos hitos de la trama colectiva de la historia argentina: ola inmigratoria, pasaje del campo a la ciudad, movilidad social a través de la escuela pública. Lo cierto es que de niña tuve espontánea inclinación frente a las manifestaciones artísticas y exploré la lectura, la escritura, la danza clásica, el teatro, la cerámica. No desde la formalidad o la competencia sino más bien en términos de práctica y juego, como una manera placentera de expresarme y transcurrir el tiempo (no pasaba lo mismo con los deportes, nunca llamaron mi atención). De todos modos, el “ser” o “trabajar” en el arte cuando fuera adulta no estaba realmente habilitado y por eso hubo que dar rodeos. Quiero decir que devenir escritora o actriz aparecía como opción impugnada de antemano. En el imaginario familiar, quienes hacían eso “morían de hambre”.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh6T05_F8JdCQccu5Lbj3GvT6hIdahMgtSnc7dg3k705_B3hfOtc8dDxqxSKzxBZQkYYi93RS6iLMgAHUF4nsAanxrz2lfmoGWBAbWBDhDLJlbzBDjthxsSmRmZYRVrtsd7TEYiuW3K6yov4ev-31wOGlG1OEho5_wZOAvQxFqS76FRgiayPAhmjRnew/s1103/Alicia%20Salinas%2010.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1103" data-original-width="620" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh6T05_F8JdCQccu5Lbj3GvT6hIdahMgtSnc7dg3k705_B3hfOtc8dDxqxSKzxBZQkYYi93RS6iLMgAHUF4nsAanxrz2lfmoGWBAbWBDhDLJlbzBDjthxsSmRmZYRVrtsd7TEYiuW3K6yov4ev-31wOGlG1OEho5_wZOAvQxFqS76FRgiayPAhmjRnew/s320/Alicia%20Salinas%2010.jpg" width="180" /></a></div><div style="text-align: justify;">3 — Escritora o actriz.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Había asistido a talleres de teatro desde cuarto grado y cursé el primer año de la carrera de actriz en la Escuela Provincial de Teatro y Títeres, mas recién volví a las tablas dos décadas después, desde la dramaturgia, e incluso a los cuarenta subí de nuevo al escenario. Siempre que pude escribí, antes casi de saber hacerlo. En principio, cuentos —a los seis años armé una “colección” propia inspirada en “Los cuentos del Chiribitil”, que mi madre ha conservado—, después fui anidando en la poesía o ella me tomó. Como desde los dieciocho años trabajaba y estudiaba Comunicación Social, la poesía iba quedando a un lado. Si en un momento la relegué, al final abracé y asumí la experiencia poética como identidad y modo de estar en el mundo, más allá de cualquier mandato, designio o (auto) boicot. Es oficio elegido, no pasatiempo. Mi acercamiento a la materia poética antes que académico y reglado fue autodidacta y vivencial, a partir de la lectura y el intercambio directo con poetas en bares, encuentros, lecturas, viajes, amistades. No he asistido a talleres, sí a dos espacios que podrían llamarse de clínica, con las admiradas poetas rosarinas Concepción Bertone y Sonia Scarabelli. En rigor, la formación hunde sus raíces en un tiempo del que no tengo recuerdo consciente: en aquel entorno tecnológico sin pantallas de finales de los 70 y principios de los 80, me contaron muchas historias, me leyeron en voz alta, me llevaron al teatro. Más tarde o más temprano desarrollé un extraordinario apego por las palabras, sus combinaciones, su musicalidad. Me interesa el lenguaje, como forma, herramienta, vehículo y puente. Seguramente por eso trabajé como periodista, pasando por todos los rubros. Donde me sentí más cómoda fue en el medio gráfico: empecé en un diario en 1998, a los veintiún años, antes de graduarme en 2002 en la UNR. Seguí las dos orientaciones de la carrera, en ese momento denominadas Masiva e Institucional, pero no cursé ninguna materia relacionada con el derecho. Y, sin embargo, pronto me inicié como “corresponsal” en los Tribunales provinciales, desandando los pasillos del periodismo judicial. Escribí, en especial, para las secciones Ciudad y Policiales del diario “El Ciudadano”, casi todos los días durante diez años. Amén de otros empleos, en 2008 comencé en el área de Comunicación Social del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la provincia, donde aún permanezco. ¡En suma, ya cumplí dos décadas rodeada de abogadas y abogados! Parafraseando a Claudia Piñeiro, “he tenido la suerte de hacer una carrera que me llevó a los lugares donde quería estar, incluso a lugares que no había imaginado”. De mi madre heredé la claustrofobia; a finales de los veinte llegué al psicoanálisis y a principios de los treinta a la docencia. Participé como profesora de materias y seminarios, aunque lo central son las clases de Redacción que brindo desde 2007 en el instituto de periodismo IPR, ex TEA. Esta actividad me permite irradiar la experiencia cosechada en las redacciones, no sólo desde el punto de vista técnico sino de los dilemas de la profesión; ahondar en los géneros periodísticos (de eso trata el taller, que se dicta en segundo año); y conectarme con jóvenes, muchos de los cuales tienen la ilusión, la frescura y la energía para comunicar, investigar y pelear por la construcción de una verdad que no nos aliene, más allá del sistema mediático. Sobre todo, me relaciono con el oficio desde otro lugar, con la materia prima maravillosa que es la lengua y debemos conocer para decir con justeza y precisión. A mis alumnos y alumnas les recomiendo que lean de todo sin desdeñar la poesía, porque si bien ésta no asume una vocación “utilitaria” puede transmitir mucho con poco (función también de los periodistas, en especial cuando titulamos). No es una idea propia, ya lo decía el maestro Ryszard Kapuściński, quien conjugó su labor como trabajador de prensa con la de poeta. El rol de docente me sirve para seguir aprendiendo junto a los estudiantes cómo habilitar el hacer del otro en lugar de inocular un saber, y para desplegar mi obsesión por la edición y la ortografía. En otras palabras, el ojo atento a la mácula sin esfuerzo, en mi carácter de empedernida perfeccionista nacida bajo el influjo de Virgo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">4 — Obsesión, entonces, y perfeccionismo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Fui una niña curiosa que de a poco y por intuición se interesó en la poesía —le dicté el primer poema a mi maestra de tercer grado, a los ocho años—, una adolescente melancólica que estudió por imposición en una escuela comercial pero nunca le dio corte a la contabilidad, y una joven que entró rápido al mercado de trabajo para preguntar y contar historias, muchas acontecidas en los márgenes de la ciudad, de la sociedad, de la ley. Traté de seguir la premisa de otro maestro de la literatura y el periodismo, Rodolfo Walsh, quien dijo: “Escribir es escuchar”. Cuando dejé el diario pude darle forma a una novela corta; se ve que antes me obturaba la práctica cotidiana de la prosa y el coro de voces ajenas. Este texto, en particular, quiso en principio ser un cuento y se fue ampliando tanto que resultó en una novela de cien páginas. Obtuvo un premio en un concurso literario de una editorial porteña, pero nunca se publicó; ojalá algún día vea la luz. En los años en que estuve escribiéndola, ya se habían editado en Rosario mis primeros libros de poemas —“La sumergida” (2003) y “Gallina ciega” (2009). Por alguna razón necesitaba expresarme artísticamente también por fuera de la poesía; de hecho, en ese período —a pesar de estar muy exigida en lo laboral— comencé a estudiar dramaturgia. Entre 2012 y 2017 se pusieron en escena piezas de mi autoría y algunas fueron seleccionadas para participar en ciclos de teatro. Finalmente volví a las fuentes y pudo entregarse al mundo el tercer libro de poesía, “Tierra”, editado en Buenos Aires, y con el cual aún resueno. Estuve muy en contacto con la esfera pública, con lo grupal y el afuera, en la secundaria y en la facultad participé de los centros de estudiantes y luego en el Sindicato de Prensa, entre otros espacios. Por el contrario, lo doméstico nunca me interesó y, en general, me pesó, aunque debí arreglármelas porque dejé la casa natal temprano, apenas tuve soberanía económica. Soy muy mental, no tengo habilidades manuales ni me doy maña con los quehaceres patriarcalmente asignados a mi género. Con los años, también aprendí a valorar las tareas de cuidado, intramuros e invisibles; a entender al alimento y su preparación como la principal medicina frente a los productos de la industria que, en realidad, nos enferman. Tengo muchos poemas sobre la relación mujer-hogar, donde ese vínculo aparece asociado a la alienación antes que al disfrute. Por ejemplo “Ama de casa”, de “Gallina ciega”, refleja una atmósfera de dualidad entre lo siniestro que puede implicar el encierro, todo eso que pasa “dentro”, y cómo se muestra esta mujer a la hora del té, cuando ha hecho u organizado ya casi todas las tareas/cargas de la jornada.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLLhIeO7_I6A-30OXbiaLiIe4MmfiYKfaZUDtWGueiEk9baG5QAOlMJS2u3DayZ0erQSvnggj_-3Xy0ySmw6RWLVruJckXscpwWvxQHCbiQgnK1xdBHOdIGIZRFAmtE9sMG7oO_hYP-ZdWdWVDqR15YEW8zIxKNGfLWBKYgks8Rwupz_IuD26cOR1lpw/s750/Libro%20Salinas%202%20-%20Gallina%20ciega.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="750" data-original-width="513" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLLhIeO7_I6A-30OXbiaLiIe4MmfiYKfaZUDtWGueiEk9baG5QAOlMJS2u3DayZ0erQSvnggj_-3Xy0ySmw6RWLVruJckXscpwWvxQHCbiQgnK1xdBHOdIGIZRFAmtE9sMG7oO_hYP-ZdWdWVDqR15YEW8zIxKNGfLWBKYgks8Rwupz_IuD26cOR1lpw/s320/Libro%20Salinas%202%20-%20Gallina%20ciega.jpg" width="219" /></a></div><div style="text-align: justify;">5 — ¿Con quiénes vivís, Alicia?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Con mi gata Janis, ser mágico con quien compartimos fecha de nacimiento, y mi adorada hija Isabel, milagro de la vida que me hizo conocer la espesura del amor y de la entrega. Por ella crucé muchos umbrales… ¡hasta he sido capaz de cocinar! En rigor, se tornó necesario mejorar mi/nuestra alimentación, sobre todo durante la gestación y la lactancia, que se extendió tres años y nueve meses y medio, con lo que ello implicó a nivel de esfuerzo psicofísico y negociaciones familiares y laborales. A pesar de lo perturbador que puede suponer una maternidad intensiva como la que voy eligiendo a cada paso, esta experiencia vital me afirmó en el feminismo, me permitió empoderarme y emanciparme, volar y enraizar —aunque parezca contradictorio. Semejante transformación también impactó en la poesía, sobre todo en el tono del libro “Tierra”, parido a tres años de devenir mujer-madre. Esta es una categoría que he adoptado para definirme y visibilizarla, por sus implicancias sociales y políticas. Hoy trato de integrar lo aprendido a lo largo de mi vida, incluso la sombra, el dolor, el destrato, las distintas formas de violencia. Y de superarlas, muchas veces en un esfuerzo de la voluntad. Me veo en lo sucesivo dedicada a la crianza y el acompañamiento de mi hija, a la lectura y la escritura, al arte y a la vida, a dar y a recibir, intentando siempre transformar el mundo —desde mi lugar y junto a otros— en un paraje menos mezquino, más bello y humano. Menudas tareas, mientras me sea dado el aliento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">6 — Por rosarina y participante de “Crisis social, medios y violencia. A diez años de los saqueos en Rosario”, te invito a que rememores aquella crisis y nos cuentes cómo se estructuró el volumen, quiénes han sido los otros autores incluidos y a qué apuntaba tu crónica.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Cuando ocurrieron los saqueos de mayo de 1989 yo tenía doce años, estaba en séptimo grado. Recuerdo que se nos interrumpió la cotidianeidad porque fueron días en los que había revueltas e irrupción en locales en casi todos los barrios, se suspendieron las clases, no circulaban los colectivos ni atendían los bancos, se declaró estado de sitio. Mi familia vivía a pocas cuadras de un supermercado grande, en zona sur casi sobre bulevar Oroño, arteria de doble mano que al salir de la ciudad se transforma en la autopista a Buenos Aires. Por allí veo llegar camiones verdes de Gendarmería y agentes apostados con armas largas; las calles desiertas y el aire tenso; el vecino de al lado —atendía una granja en su garaje— subido a una banqueta para destornillar el cartel metálico que revelaba la existencia de provisiones adentro de la casa. Conozco personas que participaron de aquellos saqueos y otras cuyos comercios fueron saqueados. Creo que la inquietud de los adultos a mi alrededor en aquellos días pasaba por cómo conseguir los alimentos, cuyos precios eran permanentemente remarcados y luego se cerraron los canales de abastecimiento, por la inflación desmedida, por la crisis social y económica a la que sobrevino la salida del presidente Raúl Alfonsín del gobierno. Hubo casi una decena de muertos y la evidencia inocultable en la escena pública —a mi salida de la infancia— de la desigualdad y de la pobreza. Cuando ya trabajando en el diario faltaba un mes para el décimo aniversario de los hechos, propuse un ejercicio de memoria para reconstruirlos. Mis jefes aceptaron, aunque implicaba salir de la rutina asignada y sostuvieron que acudiera a la hemeroteca municipal a rastrear las noticias aparecidas en el 89 (hacíamos periodismo sin Google ni redes sociales; “El Ciudadano” no tenía archivo de la época porque era recién nacido) y a tomar testimonios de vecinos, supermercadistas, historiadores y periodistas vinculados directamente a los saqueos, hasta entonces los únicos de la historia reciente. La nota ocupó dos o tres páginas y se llamó “Crónica de una ciudad tomada”. En paralelo desde la UNR se preparaba uno de los primeros trabajos que abordó estos sucesos desde la mirada antropológica, histórica, periodística. Mi artículo —ampliado con nuevos datos y otros que no habían entrado en el original— fue incluido en un volumen colectivo que se editó luego de un foro de análisis sobre el tema, celebrado en agosto de 1999 en el Complejo Cultural de la Cooperación. El libro figura en muchas bibliotecas institucionales y ha sido citado en numerosas investigaciones. Lo publicaron el CECYT (Centro de Estudios en Cultura y Tecnología), el CEHO (Centro de Estudios de Historia Obrera) y el CEA-CU (Centro de Estudios Antropológicos en Contextos Urbanos) de la UNR. Recoge artículos de periodistas, antropólogos, historiadores y comunicadores sociales: Osvaldo Aguirre, Gabriela Águila, Cristina Viano, Gloria Rodríguez, Nora Arias, Edith Cámpora, Silvina De Zorzi, Pablo Francescutti, Santiago Arias, Gabriela Czarny, Claudio Rizzo, Horacio Sívori, Luis Baggiolini, Sandra Valdettaro y el militante social y de derechos humanos Rubén Naranjo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">7 — “Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir”, leo en la contratapa de “Somos centelleantes”, fanzine (impreso con carácter de urgencia) de artistas por el aborto legal, seguro y gratuito (disponible en Internet). Casi treinta escritoras incluidas, con prosas y poemas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Este libro surgió de una convocatoria por redes sociales que hizo un grupo de poetas y en el que se incluyó un texto publicado en “Gallina ciega” (“Niño de invierno”). “Somos centelleantes” nació como fanzine urgente poco antes del tratamiento del proyecto de ley sobre el derecho al aborto en la Cámara de Diputados y se distribuyó durante la extensa vigilia frente al Congreso de la Nación. Recoge textos de veintiocho escritoras argentinas, incluida la poeta y militante ya fallecida Hilda Rais [1951-2016]. Además, dio lugar a la formación de un colectivo literario, mujeres artistas que estamos a favor de la legalización del aborto y tenemos la convicción de que el arte tiene el poder de transformar la realidad. Por eso no nos callamos, no nos resignamos a que decidan por nuestros cuerpos, tomamos las calles y las palabras. Así nos definimos. La antología se presentó en Buenos Aires, a sólo tres días del debate en la Cámara de Senadores. De distribución gratuita, ha sido leída en voz alta aquí y allá, al calor de las movilizaciones y actividades que impulsa el movimiento de mujeres en torno al derecho al aborto seguro y gratuito. Hemos promovido su impresión y circulación, por eso puede descargarse en forma sencilla desde la web. Compilada por Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Gaby Mena y María Raquel Resta, “Somos centelleantes” lleva una ilustración de tapa de Sukermercado (Paula Suke), con diseño de León Pereyra. Las autoras somos, además de Rais y quien suscribe, Gabriela Pignataro, Claudia Almada, Flor Codagnone, Aldana Antoni, Clara Suárez, Gaby Mena, Gladis López Riquert, Liliana Garulli, Natalia López, Natalia Bericat, Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Vera Grimmer, Silvina Gruppo, Lila Magrotti Messa, Carolina Bruck, María Raquel Resta, Macarena Moraña, Patricia Maidana, Analía Medina, Alicia Benítez, Malena Saito, Patricia González López, Andi Nachon, Julieta Troielli y Fernanda García Lao.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">8 — Dirijámonos a esa novela corta, por vos escrita y aun inédita. Y, además, ¿tenés otros textos narrativos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Tengo algunos cuentos, me gusta leer y escribir prosa, sucede que en el lugar en el que más me reconozco dentro del terreno de la literatura es la poesía. Sobre la novela, que transcurre en escenarios rosarinos, no abundo públicamente por si alguna vez encuentro la disposición, el tiempo, la voluntad y la energía para retomarla y sobre todo presentarla en un concurso o a una editorial. Terminé de escribirla en 2012 y al año siguiente ya estaba embarazada, lo cual me alteró el orden de prioridades. Luego incursioné en el teatro mientras que me di y llegó la posibilidad de cerrar “Tierra”; ahora estoy con los últimos trazos del próximo libro de poesía. Entonces pareciera no ser el momento de activar por este material (a menos que caiga una propuesta del cielo), algo paradójico si consideramos que la realidad social semeja la de aquella época en la que transcurre. Es una historia de corte realista, de descubrimiento no sólo de la ciudad, sino de los desafíos y las decisiones necesarias para sostener las amistades, los amores, los destinos, en el medio de un país al borde del estallido. Se la podría catalogar como una novela de iniciación, aunque eso deberían precisarlo los especialistas. No recuerdo con exactitud cuándo se me ocurrió el proto-argumento, sí que paseaba por el Parque Independencia y de regreso lo registré en la computadora. Al tiempo, acaso animada por la lectura del gran Cesare Pavese, lo retomé y me volqué a escribir. Los personajes adquirieron entidad y relevancia —no sólo en el escrito sino también en mi vida—, se incorporaron a mis sueños, pensamientos y conversaciones. Trabajé esta ficción hundiendo las patas en las fuentes de la realidad, por intuición, con entusiasmo. Viví el proceso como un espacio de libertad, como si tejiera una trama de evocaciones, iluminando y haciendo foco en algunos detalles, restituyéndolos, volviendo a buscarlos. Una curiosidad relacionada con el texto es que, en un momento, la protagonista festeja su cumpleaños, y sin mencionarlo en forma explícita yo le asigno una fecha de nacimiento. Ese mismo día, años después, comenzaría mi trabajo de parto, el cual fue tan extenso que la niña de carne y hueso llegó al mundo recién al día siguiente. De esta manera la hija literaria y la de sangre tienen cada una su exclusividad, a pesar de que a ambas les he insuflado mucho de mí. ¡Pero sus vidas y caminos son propios!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">9 — Giremos ahora, si te parece, a tu dramaturgia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — En 2010 comencé a escribir textos breves en primera persona, no estaba segura del género al que pertenecían, aunque sospechaba que eran dramáticos. En el intento por averiguarlo terminé metiéndome en las aguas del teatro: recibí becas para estudiar en la escuela Arjé de Buenos Aires y en Argentores [Sociedad General de Autores de la Argentina] con Ricardo Halac; además, tomé otros cursos de dramaturgia, así como seminarios de dirección y de actuación, y hasta actué en una obra. El germen lo constituyeron aquellos primeros monólogos cómicos, se había abierto una especie de grieta que permitió el alumbramiento de unos veinte textos con idéntico estilo, dichos por una voz femenina. Esta mujer que peroraba, las más de las veces formulaba planteos extremistas en su esfuerzo por aceptarse y relacionarse con el mundo, generalmente incorporando un microrrelato donde ardía el dilema existencial. Lo extraño y maravilloso fue que me permití el humor, un recurso que en la poesía nunca incorporé porque el tono de los poemas se mantiene, a lo largo del tiempo, grave y solemne. En 2012 subió a escena el primer monólogo en el marco de un concurso organizado con aval de Argentores. Referida a las tribulaciones de una mujer soltera, “La teoría del huesito” se vio en el bar cultural de Rosario “Bienvenida Casandra”. De otro concurso surgió “Un regalo para Miriam” en 2014, que participó en el ciclo “Nuevos dramaturgos” del teatro La Nave. Esta obra fue la que más rotó, la llevamos incluso a la localidad santafesina Los Quirquinchos para el cierre de la Semana de la Mujer, organizada por la Secretaría de Cultura de la comuna. Hicimos una función de teatro debate porque todos los personajes son mujeres y además trata sobre la maternidad, los mandatos, los estereotipos. En versión extendida, en coautoría con la directora y nuevo elenco del que formé parte, hicimos con “Un regalo…” temporada en 2016 en el Cultural de Abajo. Ese mismo año fue seleccionada “La cuidadora” para el ciclo “Historias mínimas” de La Nave y al año siguiente “Ímpetu”, donde salgo del registro de la clase media y tomo como base una historia real ocurrida en una villa de la provincia de Buenos Aires. Estas dos últimas piezas breves son dramas, y si bien se incorporan personajes masculinos, se mantiene el protagonismo y el peso de las mujeres. En estos años he visto y leído mucho teatro, aunque siempre hay ganas de que sea más, hasta dicté clases de dramaturgia. Los desafíos se relacionan ahora con mostrar los monólogos y alguna de las obras más extensas que tengo escritas, esperando su momento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiLMT1tHm-1HQoe6WAxfVEHx4sHPsaJwKRdMiI2gh0ryH3E8lhKEcqRS6gETTSJkRzJHZGiXgkqX8X1XDaDr9rCu1IlmiEbMSH9D9gS-kk3t9093UP0eaO080idI2_8b1PtdpnS_Exrqh8B93krAHBQUNsFTGBysSIKvh4mGup4KnZ6zGSnohgjwfMufw/s611/Libro%20Salinas%201%20-%20Tierra.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="611" data-original-width="435" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiLMT1tHm-1HQoe6WAxfVEHx4sHPsaJwKRdMiI2gh0ryH3E8lhKEcqRS6gETTSJkRzJHZGiXgkqX8X1XDaDr9rCu1IlmiEbMSH9D9gS-kk3t9093UP0eaO080idI2_8b1PtdpnS_Exrqh8B93krAHBQUNsFTGBysSIKvh4mGup4KnZ6zGSnohgjwfMufw/s320/Libro%20Salinas%201%20-%20Tierra.jpg" width="228" /></a></div><div style="text-align: justify;">10 — El escritor mexicano Federico Campbell (1941-2014) afirmó: “Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir, sino cuando se tiene deseos de decirlo”. ¿Algún comentario…?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Ojalá el deseo rigiera siempre nuestras vidas, no sólo nuestra escritura. Creo que al empezar a escribir —y también cuando continuamos— lo hacemos porque sentimos ganas, necesidad, placer o alivio al expresarnos. Es un momento del proceso creativo que —siguiendo a Nietzsche— podríamos definir como dionisíaco, por caótico y libre. Pero también es parte de ese proceso el llamado al orden, es decir, la corrección y la autocorrección, la apertura a lo estilístico y al oficio, según el filósofo, “lo apolíneo”. Si sólo contemplamos el deseo, lo que algunos llaman “el amor al arte”, dejamos de lado la dimensión de trabajo que también suponen las tareas artísticas, y las investimos de cierto halo místico. Escribir es siempre re-escribir. Me interesa tomar conciencia de que no estamos solos en el mundo, sino que nos sumamos a un coro de voces: enraizados, los poetas dialogamos entre nosotros, con los maestros, con la tradición y con otras disciplinas. Entonces, producir un objeto artístico en general y poético en particular implica insertarse siempre en una trama colectiva, ofrecer mi palabra a esa red. En verdad, no quisiera establecer generalidades o conceptos cerrados, se trata más bien de puntos de vista que van decantando a partir de la experiencia, la reflexión, las búsquedas. Mi propia producción ha sido permanente desde la adolescencia y bastante profusa. Tengo escritos cientos de poemas, aunque en los últimos quince años concreté el armado y la publicación de tres libros, que a lo sumo incluyen sólo cien. “La sumergida” apareció en el marco de un proyecto cooperativo en el que un grupo de poetas jóvenes de Rosario nos reunimos bajo el paraguas del sello “Los Lanzallamas”. Casi todos editamos en la denominada Colección Camalote nuestros primeros poemarios. El libro había surgido en 2002, año especialmente crítico en la Argentina, y recoge tres voces: una militante desaparecida hablando desde el fondo del Río de la Plata, quien la acusa y quien la perdona/comprende/redime. Ya no quedan más ejemplares de papel, pero se puede leer on line porque en 2016, al cumplirse cuatro décadas del golpe de Estado, fue editado en el País Vasco por Xabier Susperregui con portada de la artista plástica mexicana Guadalupe Montemayor. En 2009 publiqué “Gallina ciega” a través de la editorial rosarina Ciudad Gótica; hay un cambio en el matiz de la voz y aparecen tres escenarios que, de alguna manera, también están presentes en el libro posterior: lo doméstico, delimitado por la casa y que determina la vivencia de la intimidad; lo silvestre y natural como apertura que pone en relación con la exterioridad; y la ciudad como escenario donde emerge la cuestión social. “Tierra”, que salió por el sello porteño La Mariposa y la Iguana, es a pesar de sus zonas oscuras, más luminoso. Los poemas maduraron con los años, se depuraron, adoptaron por fin una forma. Los esperé con paciencia. Parece que debí estar bajo el agua y luego a los tumbos como la gallina antes de conectarme con los ciclos de la naturaleza, de echar raíces. La tierra es la superficie firme sobre la que caminamos, pero también tiene la capacidad de descomponerse en polvo… Lo duro contiene lo blando. La novedad es que esa blandura se manifestó en mí y en mi poesía.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">11 — ¿A qué escritores no debiera uno morirse sin haberlos leído, y por qué?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Ay, suena muy fuerte dicho de esa manera… A pesar de haber transitado por la academia con toda su estructura y prescriptiva creo en el autoconocimiento, en los caminos propios. Claro que los poetas, en tanto nos asumimos artesanos del lenguaje, deberemos conocer la materia con la que trabajamos, además de saber quiénes son nuestros predecesores y pares, con quiénes dialogamos, a quiénes vamos a desafiar o subvertir. En ese sentido, yo me nutro de diversas voces y hay algunas con las que me identifico más, que me han marcado y abrazo, pero no porque vaya a escribir en su línea. Son los maestros y las maestras elegidas de un camino con vericuetos, más exploratorio que sistemático. Más joven he leído mucho —casi todo en poesía y teatro— de Alejandra Pizarnik, Federico García Lorca, Alfonsina Storni; siempre vuelvo a Roberto Juarroz, Joaquín Giannuzzi, Paco Urondo y Juan L. Ortiz. Me inclino ante los poetas italianos, especialmente Eugenio Montale y Cesare Pavese (adoro también su narrativa); y ante algunas potentes voces norteamericanas: desde E.E. Cummings y Emily Dickinson a Anne Sexton. Rescato las obras de las argentinas Celia Fontán y Claudia Masin, a quienes admiro. Me resuena y convoca Octavio Paz. ¡Pero estaría dejando fuera a tantos! Una rápida enumeración de lecturas que he disfrutado y me aportaron tantísimo: en poesía, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Walt Whitman y los argentinos Olga Orozco, Juan Gelman y Jorge Boccanera; en teatro, Sófocles, Shakespeare, Chéjov, Beckett; en narrativa, William Faulkner, Albert Camus, Roberto Arlt y, por supuesto, Franz Kafka, León Tolstoi. Como se decía antes en la radio: “Ampliaremos”. ¡Que así sea!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">12 — ¿Pocas pulgas, Grandes dotes, Numerosos cargos, Notable versatilidad o Altos ideales?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Ojalá sean altos mis ideales y en las prácticas se traduzcan. Que no tenga miedo de sacudirme las pulgas, porque eso significará que no resulto condescendiente frente a lo que me daña o disgusta, que le puedo poner un límite (probablemente el gran aprendizaje a transitar). Es posible que lo versátil me caracterice o haya caracterizado, de hecho, desde niña tengo hiperlaxitud, léase facilidad para estirarme y rotar las articulaciones. El cuerpo da una pauta, hay que ver que no le ganen la estructura, el enfoque excesivo, la rigidez de la mente. Como decía más arriba, debí dar rodeos y tomar desvíos para anidar y afirmarme en casi todos los frentes, en especial, en el camino hacia lo artístico. De allí puede provenir la configuración de un escenario de abundantes tramas, algunas superpuestas, lo que ahora se llama multitasking. Pero hay un denominador común en esta ecuación: la palabra, la comunicación, el ir hacia los otros para buscar, encontrar, completar, crear un sentido. El resto son los movimientos que se despliegan en distintas direcciones, los intentos, las exploraciones, los estrépitos… Si en algún lugar residen las dotes es en la intención de emprender un vaivén, de pulsar un ritmo. Lo que quisiera más allá de estas pruebas y errores propios del arte y de la vida, es seguir habitando la casa de la poesía. Que desde allí pueda parar la olla, tomando una expresión popular, se presenta más complicado. En consecuencia, me vislumbro en el ejercicio de otras actividades, además de la lectura y la escritura, a las que el mercado les asigne un valor; quiera el universo que tales tareas estén siempre pespunteadas por el hilo de la palabra. También me encantaría que hiciéramos del poético un oficio sustentable —en lo colectivo, más allá de las individualidades—, porque no sólo nos situaría como trabajadores, sino que sumaría una gran potencia en términos sociales, culturales.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">13 — ¿Qué hábitos ajenos te resultan detestables y cuáles de los propios deplorás?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — La neutralidad me resulta tan detestable como peligrosa; más que antes me irritan los vectores pusilánimes, el abuso del poder y la confianza. Por supuesto, reniego de la violencia en todas sus formas, cual sea el rostro o la máscara que asume o la apaña. De mí me disgusta cuando me vuelvo demasiado severa o demasiado insegura, dos polos que parecen opuestos, pero conviven, incluso, a veces, frente a la misma situación. Dicen los que saben que se trata de integrar la sombra, de aceptar… ¡Ay, si se pudiera aceptar sin resignarse y encima operar un cambio verdadero, qué lección tan luminosa atesoraría(mos)! Tuve un hábito que llegué a deplorar porque hacia el final me dominaba y no lograba librarme de él ni queriendo desde el fondo de mi corazón: fumar tabaco. Por suerte a los treinta y seis años, luego de veintidós de consumir cigarrillos casi a diario, apagué la última colilla. Fue un esfuerzo de la voluntad y agradezco sostener esta decisión. Hoy miro el celular más de la cuenta y me preocupa que roce lo adictivo estar tan pendiente de él. No obstante, valoro que se haya transformado en una puerta de acceso a materiales que de otra manera no leería, sobre todo en las noches de insomnio, cuando la casa por fin reposa. Debo pedirle una cita a la Justa Medida, pero al menos para mí es una señora bastante escurridiza. Quizás con los años nos veamos más seguido.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguYMRu8BWa8HjEEshVTBf5J3_1HVin4tPCa9karLMaE1vNqo9QWKCppG_9Prtg6JTuJMc3q530hA4U9JseLADn_8c7VweGRzYIJPH3-EqWB3H4mOf6gRapaOYnU6eoPVX80RP8VYsr5L6xMgOJVpMYS0dAyyVDrPxyc-P4H144d3wcjmA7fmuKt3U1aQ/s1326/Libro%20Salinas%203%20-%20La%20sumergida%20-%20Edici%C3%B3n%20digital.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1326" data-original-width="1042" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguYMRu8BWa8HjEEshVTBf5J3_1HVin4tPCa9karLMaE1vNqo9QWKCppG_9Prtg6JTuJMc3q530hA4U9JseLADn_8c7VweGRzYIJPH3-EqWB3H4mOf6gRapaOYnU6eoPVX80RP8VYsr5L6xMgOJVpMYS0dAyyVDrPxyc-P4H144d3wcjmA7fmuKt3U1aQ/s320/Libro%20Salinas%203%20-%20La%20sumergida%20-%20Edici%C3%B3n%20digital.jpg" width="251" /></a></div><div style="text-align: justify;">14 — El poeta y periodista bonaerense Osvaldo Aguirre una vez le preguntó al poeta santafesino Hugo Gola (1927-2015) en un diálogo que, como éste, se realizó a través del correo electrónico: “¿Cómo se propone el trabajo sobre el espacio del poema, sobre el blanco de la página?” Y vos, ¿cómo te proponés el trabajo sobre el espacio del poema, sobre el blanco de la página?...</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Para mí es importante el blanco a la hora de leer un poema. Por eso me perturba la pantalla del celular en tanto pierdo la disposición gráfica; la dimensión del poema, los versos y las palabras insertos en un espacio, en un plano. Al momento de escribir no puedo considerar todo esto en forma plena, como está aflorando el texto se juegan otras cosas, además. Pero en la reescritura sí le voy a prestar más atención, aclarando que practico la escritura definitiva en la computadora o en un papel impreso. No tomo decisiones finales sobre poemas que figuran en cuadernos, papeles, agendas, aunque antes de pasarlos a formato digital los haya editado. En el último tiempo prefiero tipiar los manuscritos y dejarlos agrupados en archivos de Word por períodos, para más tarde leerlos, releerlos o corregirlos. Esta es una modalidad adquirida con los años: en cambio, con los materiales que desde la adolescencia surgían a borbotones llené varias carpetas. Entonces no tenía una PC a mano para digitalizarlos ni cabal conciencia de aspectos técnicos que luego incorporé, en términos de recursos, pero también de preocupaciones y posicionamientos. En suma, la última versión del poema —aunque sea provisoria— reside siempre en la computadora. No escribo en el celular, y debe estar relacionado con la posibilidad de apreciar la forma que ocupa el poema en el espacio, en el blanco.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">15 — A unos cuantos años de tu participación —quizá la única fuera de nuestro país, no sé— en el Encuentro de Escrituras de Maldonado, Uruguay, ¿qué nos podrías trasmitir respecto de su desarrollo, sus características, los otros participantes…?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Asistí al cuarto Encuentro de Escrituras por invitación del poeta uruguayo Luis Pereira Severo, que en ese momento estaba en la Dirección de Cultura del Municipio de Maldonado. Nos habíamos visto por primera vez dos años antes en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, del que ambos participamos, y desde entonces somos amigos. Además de la intendencia, actuaba como entidad organizadora el CERP (Centro Regional de Profesores) del Este. Todo lo vivido durante aquellas jornadas de septiembre de 2009 en Punta del Este y Maldonado fue una hermosura. Tomé contacto con muchos escritores con quienes a lo largo de los años nos hemos seguido encontrando y compartiendo experiencias literarias y de vida: los uruguayos Alfredo Fressia (vive en Brasil), Inés Trabal, Alejandro Michelena, Elder Silva, Mali Guzmán, Ignacio Fernández de Palleja, Damián González Bertolino y Gabriel Di Leone; los argentinos Mónica Sifrim, Horacio Fiebelkorn y Jorge Montesino (nacido en Entre Ríos, residió durante unos cuantos años en Paraguay y ahora en Tucumán). Tuve la oportunidad de conocer al poeta peruano Antonio Cisneros, quien fallecería en 2012, y a la hija del poeta español Rafael Alberti, Aitana, quien había llegado desde Cuba. Fueron días movidos y fructíferos, junto al mar y rodeada de poetas, narradores, dramaturgos —éramos treinta y tres en total, provenientes de seis países— tejiendo afinidades desde la fraternidad que generan este tipo de encuentros. Leímos en distintos ámbitos, escuelas, liceos, bibliotecas, en la Casa de la Cultura; departimos hasta largas horas al borde de la noche y seguramente de alguna bebida espirituosa. También hubo mesas redondas, conferencias y presentaciones de libros, siempre bajo un temporal que se cernía sobre nosotros, valga decir “contra viento y marea”. La literatura nos abrazó tanto como las pequeñas manos de la lluvia, aunque las haya más pequeñas (“Nobody, not even the rain, has such small hands”, susurra Cummings).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">16 — De aquí y de allá transcribiré unas citas. Mi invitación es a que nos cuentes cuál más te estimula: Federico Jeanmaire (de su novela “Papá”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003): “...se me hace que la escritura, al igual que la vida, resulta perfectamente incapaz de responder a ninguna otra cuestión que no sea su propia posibilidad de existir. La escritura, esa cosa tan perfectamente incapaz, al igual que la vida, de responder a ninguna otra cuestión que sea su precaria y angustiosa necesidad de ser.” Antonio Machado: “El poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos; entendámonos, de peces que puedan vivir después de pescados.” Julio Cortázar: “Lo literario resulta de combinar heterogeneidades en potencia con heterogeneidades en acto.”</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">AS — Me identifico más con la frase de Machado, por varios motivos. Además de que brilla en su brevedad, destaco la figura del pescador como alguien que trabaja, que desarrolla una tarea, la cual puede ser accesible a cualquiera (no hablamos de ejercer como astronautas en una nave despresurizada ni de emprender algo exótico). Solo hay que tener para el hallazgo cierta habilidad, maña o arte que trascienden incluso lo que llaman talento. Si bien no me gustan demasiado las definiciones tipo “la poesía es…”, “el poeta es…”, veo que aquí se traduce esa esencia en una búsqueda, en el orden del movimiento, del hacer, del discernimiento. Porque puedo pescar un pez común y corriente, pero, mal que me pese el trabajo o el tiempo que me ha llevado encontrarlo, deberé devolverlo a las aguas. En cambio, el objeto artístico es, en realidad, un organismo vivo, y sobre todo capaz de vivir, cuya vitalidad no se apaga en la instancia del encuentro, sino que sigue resonando en los otros después y quizás siempre. Yo también resueno: la poesía, de todos y para todos; la poesía, el pescador, el río y la red…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Alicia Salinas selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">16.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">duelen las uñas de mirarme a los ojos</div><div style="text-align: justify;">y me callo anclada</div><div style="text-align: justify;">en los lodos malos de la patria</div><div style="text-align: justify;">sin plata</div><div style="text-align: justify;">ni río</div><div style="text-align: justify;">todas las horas que en vano te esperé</div><div style="text-align: justify;">país</div><div style="text-align: justify;">sin que te quedaras</div><div style="text-align: justify;">¿dónde más voy a ir?</div><div style="text-align: justify;">me duelen las lenguas</div><div style="text-align: justify;">no doy más</div><div style="text-align: justify;">no me dan</div><div style="text-align: justify;">pido pan</div><div style="text-align: justify;">pido paz</div><div style="text-align: justify;">me caigo de las nubes</div><div style="text-align: justify;">no llego nunca al cielo</div><div style="text-align: justify;">hundida en esta desaparición</div><div style="text-align: justify;">en esta tierra</div><div style="text-align: justify;">que me olvida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “La sumergida”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ama de casa</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cocer la masa, excusa</div><div style="text-align: justify;">para golpearla antes, retorcerla</div><div style="text-align: justify;">como al cuello de la gallina sacrificada,</div><div style="text-align: justify;">a la trenza de una hija pequeña.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cocer la masa, epílogo</div><div style="text-align: justify;">de mazazos que derraman harina</div><div style="text-align: justify;">en toda la alacena. Marcas dejan,</div><div style="text-align: justify;">como las caricias del hombre de la casa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cocerla y ver su forma</div><div style="text-align: justify;">henchiéndose caliente, torturada</div><div style="text-align: justify;">por perder su condición de cosa cruda.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por la tarde, servirla en un plato con flores</div><div style="text-align: justify;">pintadas en la losa blanca. El té</div><div style="text-align: justify;">hirviente sobre el mantel de lino.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y que admiren mis serenos modos</div><div style="text-align: justify;">de revolver</div><div style="text-align: justify;">con la cuchara el azúcar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Gallina ciega”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El color de las luces</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tan fácil nombrar las cosas sin nombre,</div><div style="text-align: justify;">¿pero qué palabra del aire o de la tierra</div><div style="text-align: justify;">dar al cuenco de tus manos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pasa algo sin existencia en el lenguaje.</div><div style="text-align: justify;">Lo verdadero se revela.</div><div style="text-align: justify;">Me inclino.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llovizna sobre las mieles</div><div style="text-align: justify;">del verano. Y no aparece</div><div style="text-align: justify;">esa palabra.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para qué explicar</div><div style="text-align: justify;">el color de las luces</div><div style="text-align: justify;">si por fin relumbran.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bajo su halo, en silencio,</div><div style="text-align: justify;">esperaré</div><div style="text-align: justify;">a que termine la lluvia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Tierra”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Níspero</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Del jardín algo cesa.</div><div style="text-align: justify;">Al camino de grava</div><div style="text-align: justify;">percude el césped</div><div style="text-align: justify;">en su conquista del espacio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Quizá convenga</div><div style="text-align: justify;">el próximo desbarajuste.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A veces las apuestas fracasan</div><div style="text-align: justify;">y se impone comenzar de nuevo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como la efigie de un níspero,</div><div style="text-align: justify;">pequeño y áspero, tras una verja</div><div style="text-align: justify;">ajena. Fuente de los alquimistas</div><div style="text-align: justify;">que desata los nudos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">(de “Tierra”)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Con ojos de niña</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFwKxAfw1BEPnWlKn5UphheKssi3tbna9cIJhlj1kmwJmcFNRkpXYPq4j9maJHDHFtP_4DZbQJSORNoDOKrJ1peWfMQ-nBnlFGMGXY7tRlRsiTfRCp3aXZ5xDRWg-e48A3w7638OjOc6kVzrNn3dokAZEAHlcnRwhodUBSDZmesc9DhlSil3tPRfSd7w/s1440/Alicia%20Salinas%2014.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="1440" data-original-width="1440" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFwKxAfw1BEPnWlKn5UphheKssi3tbna9cIJhlj1kmwJmcFNRkpXYPq4j9maJHDHFtP_4DZbQJSORNoDOKrJ1peWfMQ-nBnlFGMGXY7tRlRsiTfRCp3aXZ5xDRWg-e48A3w7638OjOc6kVzrNn3dokAZEAHlcnRwhodUBSDZmesc9DhlSil3tPRfSd7w/s320/Alicia%20Salinas%2014.jpg" width="320" /></a></div>La cofradía verde de los árboles</div><div style="text-align: justify;">vuelve a enamorarme. Esas copas</div><div style="text-align: justify;">acompañándose como al compás</div><div style="text-align: justify;">de una mazurca de Chopin</div><div style="text-align: justify;">son las del barrio obrero de la niñez. <br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Toda la familia estaba viva </div><div style="text-align: justify;">y dispuesta.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hablo de las ramas</div><div style="text-align: justify;">cuando se entrelazan</div><div style="text-align: justify;">como la sangre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De las cosas que uno se olvida</div><div style="text-align: justify;">o ni siquiera conoce.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y aun así sostienen el nido,</div><div style="text-align: justify;">entibian un gorjeo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entrevista realizada a través del correo electrónico por <b>Rolando Revagliatti.</b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Además de los mil ejemplares impresos de “Somos centellantes”, el material se puede descargar gratuitamente desde el siguiente link:</div><div style="text-align: justify;">https://issuu.com/fanzinesyplaquetas/docs/somos_centelleantes_dispositivos</div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-53367910993351006812022-05-06T08:09:00.000-03:002022-05-06T08:09:22.109-03:00AUGUSTO MONTERROSO: EL ECLIPSE<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Augusto Monterroso<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhexijhVaddkJVRYsFunKOdW0zX3Z4V3fGdNgs9aevpCWVP91iSAFDbIB7-4RbmnoTVR68FSD9TZCi9aTFhNsTO0zMbCjvGJgpSj3ZygGFuhE2j6Bm47dTCBVFqUwQZU6Q13b75IiogQIc62x47F14rD6jG3uO0vrujlBlFUQSRX6xZgt4q1KPSOtrRSA/s200/Augusto%20Monterroso.gif" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="200" data-original-width="200" height="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhexijhVaddkJVRYsFunKOdW0zX3Z4V3fGdNgs9aevpCWVP91iSAFDbIB7-4RbmnoTVR68FSD9TZCi9aTFhNsTO0zMbCjvGJgpSj3ZygGFuhE2j6Bm47dTCBVFqUwQZU6Q13b75IiogQIc62x47F14rD6jG3uO0vrujlBlFUQSRX6xZgt4q1KPSOtrRSA/s1600/Augusto%20Monterroso.gif" width="200" /></a></div><br /></b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-77909483813312553882022-05-06T08:07:00.010-03:002022-05-06T08:07:54.916-03:00JORGE RIVELLI: MARIPOSA DEL VERBO & SUS ORÍGENES<p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white;"><span style="font-family: georgia;">nos vimos en el andén en agosto del noventa y seis................. nos vimos en el andén en agosto del noventa y seis?................ …………………………………..subimos al tren…subiste? ……………………………………………………...……… .............................y otra tarde cayendo entre abedules............... …………..de la mano…….me viste de la mano…...........…… + el eterno bolche en la cabeza………............................…….. …………..vísperas de tu cumpleaños y de la siempre viva ............................letras cardinales…………………………. ………….áspera tierra que supimos morder en bicicletas que supimos sudar en los pies que supimos soñar el mundo mejor …………………………………………………...………… .....................poéticamente el hombre habita esta tierra.......……… .............................................................................................. ...................................................biblioteca y un almuerzo en don pedro o sea nada queda sin revisar sin transitar………… ............................................................................................... …el lugar la forma el aire que envuelve imágenes..………… los dos visitando otra vez el andén donde el sol cae en julio ...........en el centro de las vías……………………………… nunca el tren partió sin poesía sin la mueca cómplice de vivir que la eternidad está en la planta de moras en el pedal inundado de camino en el charco en la am pm ajedrez &leaving las vegas o el paraíso a la altura de la copa de los árboles brindando porque el día empezó el 22 de mayo de 1997 y nunca terminó como ese tren que no partió como la miel de tus ojos y la brutalidad de mis manos como la sombra que dejamos en el sendero de tres kilómetros de koch a don juan de don juan a koch como la fibra de joyce como la página 38 del viejo libro como bukowski bañado de lluvia bañado de mahler bañados en una casa con más espacio que discos o solo los dos vibrando en el lugar que nos corresponde el síntoma de la esperanza hay más siempre hay más…………………………………… ………………………………………………………………. 14 de mayo 1997.……………………………....…………… el congelador iniciado……………………….....………. …………..el vuelto que dice & dice………………………… ……………………………………………........................… y el aliento se completa con letras con letras con letras......... ……………………………………………………………… ..........si vuelco la distancia entonces todo es poesía............. ……………………………………………………………… ......................quién era el revuelque?...................................... la sombra de los anteojos en la zanja la mochila llena de vino en la zanja brodskyheaneysymborskaborgesgarciamárquezderekwalcott ………………………………………………....................... y la radio que nos sostiene…………………………………… ……………………………………………………porque fuimos & somos & el mundo es lo que dicen o parten.............. …………………………el cianuro huele a almendra.......… hicimos los osos + el verso incoherente del sexo obnubilado… …………………………………………………................... ............19 de abril de 1943 alberthofmann se clavó un lsd 25 .................................& voló en su bicicleta………………… 19 de abril es el día mundial de la bicicleta…………………. …………...21 de marzo día de la poesía..................el otoño ………………………………………………………........... .……………………………………….................................. y yo te sé & vos me sabés…………………………………… ………………………………………................................... el planeta es de los de abajo………………………………… ………………………………………................................... de morir por un pequeño gran logro en eso estamos………… un poeta………………..una diosa…………………….…… ……………………………………………………………... ……………………………………………….....................… ...........cuánto de vida queda?.................................................... …………………………………………………................... …………….el lugar de decir el lugar de estar........................... y tu mirada que se mueve al ritmo de las hojas......................... el lugar que inventamos para visitar & digo…………………. …………………………………………….......…………… hoy te veo como en 1997…………………….……….……. ……………………………………………........……………. ....la estación espera…………………………………………. ....o viceversa.............................................................................</span></span></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white;"><span style="font-family: georgia;"><a name="_GoBack"></a></span></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white; text-align: justify;"><o:p><span style="font-family: georgia;"> </span></o:p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgvZjomjPZ7Ao1PGkOvm8zy8hba-Y0NkxR3822XwwUlcYQ0etsv7_RzDscAUn01g_ktDsmTiZ0UlCihEvMlleNW2WZPdv0y2rAxSGVfH_oS7RN8acxTSDI44gY3GWRkQbpJxd-eHyeK12Pd2J7WCddA9sWbCZnLByBeqEfO7794fjBDX1b7D-H6eoRMjg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img alt="" data-original-height="320" data-original-width="276" height="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEgvZjomjPZ7Ao1PGkOvm8zy8hba-Y0NkxR3822XwwUlcYQ0etsv7_RzDscAUn01g_ktDsmTiZ0UlCihEvMlleNW2WZPdv0y2rAxSGVfH_oS7RN8acxTSDI44gY3GWRkQbpJxd-eHyeK12Pd2J7WCddA9sWbCZnLByBeqEfO7794fjBDX1b7D-H6eoRMjg=w173-h200" width="173" /></a></span></div><span style="font-family: georgia;"><b>Jorge Rivelli</b></span><p></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white; text-align: justify;"><o:p><span style="font-family: "EB Garamond"; font-size: 17.6px; text-align: center;">(Vicente López 8 de agosto 1954 - Buenos Aires 14 de junio 2020)</span></o:p></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white; text-align: justify;"><o:p><span style="font-family: "EB Garamond"; font-size: 17.6px; text-align: center;">La Caina.</span></o:p></p>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-41211836791528493642022-05-06T08:01:00.000-03:002022-05-06T08:01:03.622-03:00GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA<div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">– No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">–Te apuesto un peso a que no la haces.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Y por qué es un tonto?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Porque no pudo hacer una carambola sencillísima. Estaba con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y su madre le dice:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">– No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una pariente oye esto y va a comprar carne.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella le dice al carnicero: “Deme un kilo de carne» y en el momento que la está cortando, le dice: Mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado». El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar un kilo de carne, le dice: «mejor lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se están preparando y comprando cosas». Entonces la vieja responde: «Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos…»</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se lleva los cuatro kilos y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Alguien dice:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Sí, pero no tanto calor como ahora.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Hay un pajarito en la plaza».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Sí, pero nunca a esta hora.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hasta que todos dicen: «Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos».</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se llevan las cosas, los animales, todo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: «Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa», y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, le dice a su hijo que está a su lado: “¿Vistes mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?"</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBlnOKfal3HG9A9ReYORRagHo9L-0Zo73txg61WNAils18btZJl7gKDhB0vQ9wUrLCngN2hDjuei517KZdL3EEgHZzZ8HK34OfOuFZnRMhwBsWqOJI2lwbGCH_6-0v88SjsC3_xgomVXr8mATMQ06pjHZQDl1XuxN52beXXdrZdTAr_sePpevmSKM99g/s500/principal-gabriel-garci-marquez_grande.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="460" data-original-width="500" height="184" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBlnOKfal3HG9A9ReYORRagHo9L-0Zo73txg61WNAils18btZJl7gKDhB0vQ9wUrLCngN2hDjuei517KZdL3EEgHZzZ8HK34OfOuFZnRMhwBsWqOJI2lwbGCH_6-0v88SjsC3_xgomVXr8mATMQ06pjHZQDl1XuxN52beXXdrZdTAr_sePpevmSKM99g/w200-h184/principal-gabriel-garci-marquez_grande.jpg" width="200" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><b>Gabriel García Márquez</b></div></span>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8219009501234130353.post-30056906622534085842022-05-06T07:59:00.000-03:002022-05-06T07:59:11.514-03:00GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER: LOS OJOS VERDES<p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><br /></span></div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;">I</div><div style="text-align: justify;">Herido va el ciervo…, herido va… no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas… Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban… En cuarenta años de montero no he visto mejor golpe… Pero, ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundid a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los Álamos y si la salva antes de morir podemos darlo por perdido?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros, se dirigió al punto que Iñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalara como el más a propósito para cortarle el paso a la res.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que conducía a la fuente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Alto!… ¡Alto todo el mundo! -gritó Iñigo entonces-. Estaba de Dios que había de marcharse.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles dejaron refunfuñando la pista a la voz de los cazadores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En aquel momento, se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque. ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Señor -murmuró Iñigo entre dientes-, es imposible pasar de este punto.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Imposible! ¿Y por qué?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Álamos: la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esta fuente misteriosa, pieza perdida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador… ¿Lo ves?… ¿Lo ves?… Aún se distingue a intervalos desde aquí; las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame…, déjame; suelta esa brida o te revuelvo en el polvo… ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus, Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Caballo y jinete partieron como un huracán. Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecían inmóviles y consternados.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El montero exclamó al fin:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerlo. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí en adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">II</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos, en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con un cuchillo de monte.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó, dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado, por acaso, una mujer que vive entre sus rocas?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Sí -dijo el joven-, es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña… Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero ya no es posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo… Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura que, al parecer, sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede dame razón de ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarse junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos… Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió así:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Desde el día en que, a pesar de sus funestas predicciones, llegué a la fuente de los Álamos, y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de soledad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae, resbalándose gota a gota, por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes y, susurrando, susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno a las flores, se alejan por entre las arenas y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, saltan, y huyen, y corren, unas veces con risas; otras, con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa, para estancarse en una balsa profunda cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas… no sé qué, ¡una locura! El día en que saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una mujer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tal vez sería un rayo de sol que serpenteó fugitivo entre su espuma; tal vez sería una de esas flores que flotan entre las algas de su seno y cuyos cálices parecen esmeraldas…; no sé; yo creí ver una mirada que se clavó en la mía, una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos. En su busca fui un día y otro a aquel sitio.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por último, una tarde… yo me creí juguete de un sueño…; pero no, es verdad; le he hablado ya muchas veces como te hablo a ti ahora…; una tarde encontré sentada en mi puesto, vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto…, sí, porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente, unos ojos de un color imposible, unos ojos…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Verdes! -exclamó Iñigo con un acento de profundo terror e incorporándose de un golpe en su asiento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Fernando lo miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿La conoces?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Oh, no! -dijo el montero-. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta estos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro por lo que más améis en la tierra a no volver a la fuente de los álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Por lo que más amo! -murmuró el joven con una triste sonrisa.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el Cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor, que os ha visto nacer.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida y todo el cariño que pueden atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos… ¡Mira cómo podré dejar yo de buscarlos!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡Cúmplase la voluntad del Cielo!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">III</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba, temblando, el primogénito Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¡No me respondes! -exclamó Fernando al ver burlada su esperanza-. ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!… Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-O un demonio… ¿Y si lo fuese?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Si lo fueses.:., te amaría…, te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más de ella.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente: hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi caso extraño y misterioso.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La mujer de los ojos verdes prosiguió así:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?… Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales…, y yo…, yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie… Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino…; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven…, ven.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas… Ven, ven… Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven… y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso…, un beso…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Fernando dio un paso hacía ella…, otro…, y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve…, y vaciló…, y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;">Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas</span><span face="Quicksand, sans-serif" style="background-color: white; color: #292929; font-size: 18px;">.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face="Quicksand, sans-serif" style="background-color: white; color: #292929; font-size: 18px;"><br /></span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidYOuKiKTir0lOzslCjTVkd9EhT2S5f_R6eAA8AUl3qYJE--QsrXedoifYDBY-iQPKI-9-2i7A0Kx3ztujOh5jMTgvj5sP6ZRW6CLwvsmWMhaWWOE9EcHqeXmTi-SE8xB5eOvb9t0mhFRehhpEmA9MiVc2h3iKrk-QM4kEdX_Y1-Jxk6PcbC8Jf5tOiQ/s1200/image.png" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="630" data-original-width="1200" height="105" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidYOuKiKTir0lOzslCjTVkd9EhT2S5f_R6eAA8AUl3qYJE--QsrXedoifYDBY-iQPKI-9-2i7A0Kx3ztujOh5jMTgvj5sP6ZRW6CLwvsmWMhaWWOE9EcHqeXmTi-SE8xB5eOvb9t0mhFRehhpEmA9MiVc2h3iKrk-QM4kEdX_Y1-Jxk6PcbC8Jf5tOiQ/w200-h105/image.png" width="200" /></a></div></div></span><h1 class="entry-title" style="background-color: white; box-sizing: border-box; line-height: 1.2; margin: 0px 0px 0.1em; padding: 0px;"><span style="font-family: georgia; font-size: small;">Gustavo Adolfo Bécquer</span></h1>Walter Ricardo Quinteroshttp://www.blogger.com/profile/13894046039996769600noreply@blogger.com0