TRADUCTOR

viernes, 12 de abril de 2019

IGNACIO ALCURI: SOLUCIONES NOCTURNAS


La moda de las Crocs había dejado al zapatero remendón al borde de la quiebra y, pese a que era un anciano, todavía no reunía los requisitos necesarios para iniciar su causal jubilatorio. Aquella noche él y su esposa comieron esas sopas de fideos japonesas que son tan caras como nutritivas y se fueron a dormir, sin ganas siquiera de terminar las botas que la señora Pradelli debía recoger a la mañana siguiente. Los despertó el timbre del local: Pradelli había llegado temprano y más impaciente que de costumbre. 

—Quedate tranquilo que yo le invento cualquier excusa —dijo la mujer y desapareció por un rato. 

Cuando volvió, llevaba una mueca en el rostro que su marido casi no pudo reconocer. 

—¿De qué te reís? 

—¡Del milagro! Cuando pasé por el taller para abrirle a la señora, encontré los zapatos prontos. ¡Y con terminaciones de lujo! Le gustaron tanto que me dio el doble de dinero, mirá: 

—se abanicó con un fajo de billetes. 

—Debieron ser los duendecillos. La leyenda dice que ayudan a los zapateros en problemas, pero yo creía que era solo un cuento de hadas. 

—Con esta plata podemos comprar material para unos cuantos pares de zapatos y esperar a que ellos los hagan. 

—Está bien, pero no podemos cruzarnos con ellos o el hechizo se romperá. 

Esa noche no tomaron café luego de la cena, para conciliar mejor el sueño. Al otro día encontraron varios pares de zapatos, uno mejor que el otro, y, como en el apuro por dormirse habían dejado sus uniformes de trabajo en la misma mesa, vieron que los duendecillos los habían reparado. 

Esa semana trabajaron mejor que nunca. A los vecinos ya no les daba asquito entrar a aquella zapatería atendida por dos viejos zaparrastrosos. 

La noche del tercer encargo, el viejo se quedó dormido en el taller mientras miraba videos de gatitos. Por suerte su sueño fue profundo y el trabajo de las pequeñas personas no lo despertó. Ni siquiera se dio cuenta de que habían toqueteado su lentísima laptop, corriéndole procesos de desfragmentación, 

limpieza del registro y borrado de programas residentes que de poco servían. Desde ese momento pudo llevar el stock de la zapatería, la contabilidad, y un sencillo pero efectivo sitio web. 

Las ganancias se multiplicaron, y la pareja mejoró su posición económica, aunque el gobierno se interesó por sus finanzas y les exigió el pago de cuantiosas sumas de dinero. Por primera vez en semanas, volvieron a dormirse sintiendo tristeza en sus corazones, mientras miraban un blu-ray en el plasma de 49 pulgadas que tenían al pie de la cama matrimonial. 

Todavía les quedaban zapatos, así que no esperaban una visita, pero los duendes pasaron y se toparon con los papeles del fisco. Horas más tarde, los ancianos se encontraron con un completo instructivo en el que les detallaban varias formas «creativas» de declarar los impuestos para minimizar las pérdidas. 

La promoción de donar $ 10 al hospital público disparó aún más las ventas y la zapatería empezó a abrir en horario continuo y también los fines de semana. La necesidad de turnarse para atender los alejó y las diferencias a la hora de administrar el dinero terminaron de destruir la relación. 

Ella tomó la decisión de abandonar la casa y escribió una carta explicando a su esposo los motivos, pero tardó varios días en juntar el coraje para dársela. Una noche la dejó en el bolsillo de su uniforme y fue descubierta por los duendes. 

Cuando el zapatero remendón despertó al día siguiente, encontró a su mujer llorando y le preguntó qué pasaba. 

—Perdoname… Yo te juro que te quiero, viejo. 

Frente a ella había un álbum de fotos, armado por los gnomos, que mostraba los cincuenta años que habían pasado juntos. Allí se los veía atravesando las peores penurias económicas, siempre con una sonrisa. 

-Vos perdoname a mí. Te prometo que nunca más me voy a acostar peleado con vos. 

Se dieron un larguísimo abrazo y luego hicieron el amor como dos adolescentes. 

Pasaron varios meses en los que los duendecillos trabajaron regularmente para stockear la zapatería y cubrir una pequeña importación a China. Pero quiso el destino que el zapatero remendón cayera víctima de una gravísima enfermedad. La mujer consultó a los mejores médicos que el dinero podía pagar, sin que ni uno de ellos pudiera hacer algo por el anciano. 

Así que dejó el parte médico sobre la mesa del taller, confiada en el poder de los solucionadores nocturnos y se fue a abrazar a su marido hasta que ambos quedaron dormidos. Solamente ella despertó. 

Lloró, pataleó y maldijo a aquellos seres que habían dejado morir al amor de su vida. Antes de irse al velorio les dejó una nota con una simple pregunta. Al regreso encontró una respuesta igual de corta: «No hacemos magia. Y arreglamos tu carta, “¿por qué?” se escribe separado». 




Ignacio Alcuri
Nació en Montevideo en 1980. Es autor de los libros Sobredosis pop (2003), Combo 2 (2004), Problema mío (2006), Huraño enriquecido (2008), Temporada de pathos (2010), Basurita (2012) y Esto no es una papa (2014). Fue guionista radial de Justicia Infinita y Vulgaria, y formó parte del stand-up De Pie con textos de su autoría. Como parte del colectivo Los Informantes, guionista del programa televisivo homónimo y condujo Reporte Descomunal, Córner y Gol es Gol, además de Los Informantes. Junto a Gustavo Sala creó el cómic Parto de nalgas (2016) y el espectáculo Sonido Bragueta, que convertirían en podcast. Escribe acerca de cómics y otros vicios en Multiversos. La novia de Johnny Storm ve la vaca y llora es su último libro de cuentos, publicado por la editorial Sudamericana.
Fuente: escaramuza.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.