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viernes, 7 de diciembre de 2018

FREDY YEZZED: POEMAS

 EL ÚNICO RECUERDO QUE TENGO DE MI MADRE es el de aquellas mañanas de otoño cuando me llevaba de la mano a la escuela. Miraba la calle tapizada de hojas secas. Me abstraía pisándolas, quebrándoles los huesos de color pardo. Arrastrándose de un lado para otro como un vagabundo con los ojos en un sueño. Haciendo su ruido de semillas que se quiebran.
            Yo sólo veo las hojas secas gritando bajo mis pies y las pantorrillas de ella un paso más adelante. El tacón negro de sus zapatos como clavando una espina en la pared. Unas medias veladas. Unos huesos tan extraños como el sabor del agua.
            Hay un instante oscuro. Algo que se ha perdido como un mordisco en la mente. Ahora la veo alejarse desde el quicio de la escuela. La merienda en la lonchera. Esa sensación de ser vidrio y sentir que te abandonan.
            Sólo veo su espalda alejarse.
            Una mujer más bajo la lluvia de las hojas.

HE HABLADO CON UNA MUJER QUE PARECE NORMAL en el jardín del hospital. Me ha narrado la siguiente historia con una tranquilidad agria: Estaba sentada en un banco de madera en el parque Lezama hace unos meses. Acababa de salir del trabajo. Estaba abrigada y pensaba en sus dos hijos en Lima. Dijo que los árboles del invierno eran el reflejo de su espíritu y que todo trascurría en calma. En los juegos de madera vio cómo un niño se cayó contra el pavimento y se abrió la cabeza. Ese grito, más allá del aire, dijo. Entonces corrió y alzó al pequeño y, abstraída, se lo llevó a su casa y lo curó. Pasó la tarde acariciándole el rostro. Sólo las paredes humildes que la rodeaban saben las cosas buenas que pensó junto al niño. Al anochecer golpearon a su puerta las autoridades y los padres del niño que lloraban de angustia. Dijo que se aferró a la criatura como a sus huesos. Hubo golpes, gritos, puertas clausuradas. El invierno que la metía a una celda.
            Las enfermeras dicen que en las noches llora y abraza un muñeco de trapo. Las enfermeras no saben que hay una ciudad de Lima sucia y llena de nostalgia. Las enfermeras no saben que sus hijos pronuncian su nombre antes de acostarse.


  VOY POR EL MUNDO CON UN AGUJERO DE BALA en el pecho. El aire me atraviesa de frío. Los niños juegan a asomarse de un lado y otro. Por allí, la única mujer se me fugó y la única orquídea que sembré no quiso echar raíces.
            Voy con esa música de violín perforada. Con ese delirio de insomnio.
            Voy caminado por las calles con un agujero de bala en el pecho. Represento muy bien mi papel de muerto. La gente no se asombra de verme malherido y distante. Los hombres meten su dedo índice comprobando que no es un engaño. Creen meter el dedo en un sueño. Y la pérdida es que despierto y la herida sigue sangrando.
            Es un sueño que me sostiene de los hilos del mundo.
            Es un agujero de bala donde me cabe todo el mundo.



Fredy Yezzed
(Bogotá, Colombia, 1979). Después de un viaje de seis meses por Suramérica, se radicó en Buenos Aires, donde estudia el género del poema en prosa argentino. Como investigador literario escribió los estudios Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010) y La risa del ahorcado: Antología poética de Henry Luque Muñoz (Editorial de la Universidad Javeriana, Bogotá, 2015). Libros de poesía: La sal de la locura (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010-Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2014) y El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012). Fuente: vallejoandcompany.com - Foto: laotrarevista.com


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