TRADUCTOR

viernes, 15 de diciembre de 2017

IBARRECHEA: AQUELLOS MOMENTOS TRISTES


Uno de ellos abre una valija de cartón, saca un recorte del desaparecido diario Crónicas Peremerimbinas y lee. Después me lo alcanza, para que lo guarde.

"He aquí, señores descreídos de la suerte de mi pueblo, un documento emitido de puño y letra del cura Arnulfo Sepúlveda, ese Sacerdote que vio a nuestras mujeres volar y que acompañó a nuestros hermanos en sus últimos derroteros. Aun sin entendernos, sin saber que solo creíamos en nosotros, en nuestras voluntades. Aquel, que fue secuestrado antes de la llegada de los hombres grises que a punta de pistolas, arrojaron los árboles al cauce seco del Imbuté, espantaron nuestro ganado hacia los cielos y, levantaron esa maldita represa enorme que ahogó en un lago, toda nuestra heroica y rica historia".

                                                                                                   Teófilo Cabanillas
                                                                                          Pueblo Rebelde de Naranjillos



                                                                                   Peremerimbé, 4 de noviembre de 1939



Iglesia de la Santa Aparecida.
Reverendo Párroco Julián Castillas de León 
Querido Hermano en Cristo:



                                           Por la presente acudo a tu digno intermedio para que asistas a los parientes del difunto Elpidio Barragán Puebla -fieles de tu parroquia-, que como es de público conocimiento, fue ejecutado por éste gobierno en cumplimiento de las leyes que rigen ésta nación.


                                        En ésta escueta epístola, voy a tratar de narrarte cómo sucedieron los acontecimientos. 


                                       En mis continuas visitas al grupo carcelario fui informado que éste citado iba a ser ejecutado, expresándome las autoridades políticas sus deseos para que lo asistiese en sus últimos días, por lo que fui el receptor de su única petición:


                              Que Los hermanos del difunto Elpidio Barragán, muerto por las costumbres y leyes impuestas bajo este gobierno de Peremerimbé, no le guarden rencor, y lo lleven pronto al olvido.

                                       Es así que, en consecuencia con su requerimiento que acudo a ti, para que le hagas llegar estas palabras y culmines mi tarea que ha quedado incompleta, porque ocurrieron vicisitudes que escaparon a mi voluntad, porque no pude en tiempo y en forma, contestarle. Atribuyo en parte a los regímenes burocráticos carcelarios existentes, y a la huelga general de los empleados del correo Nacional.


                                   Lamentablemente, también hube tomado conocimiento de la poca afición a la lectura y a escribir que esa familia dispensa.


                                     Diles de mi parte, que nunca Elpidio pareció entender los excesos de sus actos, encontrándome ante un ser carente de afectos y viviendo una vida de sobresaltos y pasiones alejadas de la paz que pudo brindarle Nuestro Señor. 


                                       Diles que fue muerto bajo las balas de doce fusiles, que pusieron fin a sus días turbios que se había empeñado en vivir, llevando consigo todas las pasiones alejadas de la paz que pudo brindarle el refugio de la Fe en Nuestro Señor. Entiendo lo difícil de la misión que te encomiendo, y más aún cuando queremos hablar de un muerto que no puede explicar su vida, sabiendo que esa vida, no era la suya. Siempre he aplicado una máxima, la de no prometer, lo que no se puede dar. 


                                   Te he explicado que nada pude prometerle, pues no esperaron mi oportuna presencia para asistirlo en su final. Aunque luego, los asistentes se refirieron a qué murió con una extraña virtud. La de tener sus pensamientos alejados, como no entendiendo la situación, o como creyendo que había llegado el momento necesario para poner fin a su vida.

                                 Simplemente, había limitado mi humilde labor de sacerdote, a escuchar sus necesidades, para que, en la medida de lo posible, llegar a atendérselas. Y creo que en aquellos escasos momentos de comprensión, entendió la existencia de la conciencia, y de las virtudes del arrepentimiento.


                                      Confío, querido Hermano Sacerdote, que el derrotero del camino que hemos elegido, te llevará a interpretar mis deseos de que esos parientes, conozcan cómo fue su atormentada vida, y finalmente, cómo murió. Aunque ellos hayan vivido indignados por la atroz conducta de Elpidio.


                                  Yo le pediré en ruegos a Dios, que se abracen en la Fe, y que no tengan temor a continuar con sus labores cotidianas dentro de la Paz y de las bendiciones de Cristo.


                                    Que sepan que aún recorriendo caminos diferentes, él pudo haber sido como ellos, trabajadores y honrados. Diles también que hay por aquí un licenciado llamado Don Eufrasio Sarmiento, quién le ayudó en la confección de la carta hacia mi persona, que me aclaró algunos conceptos, diciéndome que gracias a todos sus conocimientos adquiridos, pudo describirlo como una persona que nunca tenía idea cabal de sus actos, el cuadro descriptivo encajaba en el no entendimiento, en que no tomaba conciencia, que no sabía de afectos, de muy escaso razonamiento, que tenía escasés de discernimiento y que por ello era una persona carente de arrepentimientos.


                                     Eso me ha llevado a interpretar una de sus frases.

  “Si ése tal Cristo, murió clavado en una cruz, bien puedo yo morir atado a un palo.” 


                                    Eran éstos, uno de sus escasos momentos de lucidez.

                                  Dios te bendiga y que no tengas que atravesar por los pesares a que estoy sometido, en esta tierra de seres reacios e infieles.



                                                                                            Arnulfo Sepúlveda.
                                                                                               Peremerimbé.


Como usted sabe -me dicen-, el periodista, doctor y escritor Don Teófilo Cabanillas y los hermanos Barragán, todos ellos ladrones y pistoleros, fueron muertos en la llamada "Masacre de Naranjillos" perpetrada por los suboficiales Tavares, alias "Cúter" y Jensen, alias "Gringo" por sus ascendentes del norte europeo. 
Cachita Barragán, amante de Cabanillas, escapa con sus hijos, pero es encontrada un año después, muerta en el burdel "La Rosa Blanca". 
Dicen que a su velatorio, solo concurrió una niña pequeña, que tosía constantemente y que tendría entre ocho o nueve años llamada Rosario Kindelán, huérfana, sin domicilio fijo.
- Es mi tía, ella era mi tía.
Señalaban que la niña mentía, pero los hijos de distintos padres de la Cachita, afirmaban que la niña decía la verdad, para darle albergue, casi con seguridad.

Era como en aquellos momentos tristes en que te sientes solo y decides esperar. Así, amigo, mirábamos aquel cortejo fúnebre. Esperando algo, no sabemos qué.
Usted los hubiese visto, iban los cuatro hermanos varones de Don Arnulfo Sepúlveda, cargando el féretro de quien fuera el cura de Peremerimbé, el pueblo que murió bajo el agua teñida de rojo sangre.
Los hermanos Sepúlveda nos dijeron que el cura Arnulfo murió con un gesto de asombro en su rostro, como si hubiese descubierto cuán largo y extraño era el camino que recorrería su alma, o como si hubiese recuperado un racimo de sus nociones, de sus recuerdos, en el segundo final de su vida. Creemos que fue un dictamen sobre sus atormentados pecados.
Estamos convencidos que indudablemente algo debió haber visto o soñado desde su lecho de muerte, porque su dedo índice se irguió amenazante, señalando hacia la única ventana por donde penetraba la luz del sol, sostenían sus hermanos al unísono.
También ellos dijeron que debieron quebrar el dedo para poder cerrar el cajón, antes que las moscas atraídas por el olor invadieran la habitación, antes que ellos se vistiesen de luto, antes que crucen por las calles del pueblo bajo el cruel sol de Diciembre y antes que nosotros, los parroquianos del bar, caminemos acompañando el rezo de los cuatro octogenarios hermanos Sepúlveda, levantando la tierra liviana de las calles por la falta de lluvias. El mismo día que el juez Bonaventura se iba de este pueblo con cientos de fojas de testimonios de ese tal "Cúter" Tavares.
Después que cubrieron con tierra el féretro un poco estropeado por algunas caídas y que ellos se despojaran de los sombreros para rezar en el cementerio, volvieron a sentarse y a conversar sobre el tema. 
Arnulfo debió haber visto, antes de morir, a la mujer que volaba a través de la pequeña ventana. Debió haber visto a la jirafa gigante luciendo la bufanda negra, blanca y azul de los peremerimbinos, y eso le paralizó el corazón.

Me dijeron que la gente decía que mucho tiempo antes que "o povo Sâo Vicente, tivese suas rúas" definidas y de que por aquí fundaran la primera escuela, y que aún antes mismo que nacieran sus otros hermanos, Arnulfo fue enviado a la Congregación de la gran ciudad de Altos Moncadas. Sus padres lo hicieron porque decían que bebía la misma agua que los animales de la hacienda, y que un grupo de mercaderes de baratijas lo entregó allá con una carta dirigida al obispo Eleazar Bustamante, y que entre otras cosas esta familia le pedía que "Quitara por bondad, el señor representante de nuestro Dios por estos pagos, el mismísimo diablo que tiene esta crianza dentro."

A veces -me decían-, cuando el empleado de correos llegaba al pueblo, dicen que decían, que lo primero que hacía era dirigirse a la casa de los Sepúlveda con noticias escritas que el mismo les leía, y agregaba noticias de la gran ciudad, para aliviar la aflicción de Doña Inés Encarnación Flores, su madre y madre a la vez de esos cuatro varones más, que dicen que ella decía que eran todos igualitos a Sepúlveda padre, señalando  el cabello oscuro y duro de cada uno y dando muestras de una indefinida resignación por no haber parido una hembra para que la ayude en los menesteres diarios y enseñarle el oficio de mujer, para resolver con altura los problemas de la casa, dicen que decía, mientras apaleaba a los otros que iban creciendo sin la presencia del padre.
Y que mucho antes que Peremerimbé fuese ahogada por los hombres grises que levantaron un dique para contener las aguas para hacer un lago que tenga los canales de riego y una usina para la electricidad de los gringos, y que trasladaran el pueblo allá en el alto, llamándole de Imbuté y nuevo Imbuté, Sepúlveda padre se resistió al avance de esa cosa llamada progreso y de esas otras cosas llamadas democracia capitalista y progresista y se alistó en las filas del Comandante Penerguido y dicen que fue uno de los Sargentos que trasladaron el cuerpo, desde el gallinero donde cayó muerto su jefe, una  húmeda madrugada de aquel otoño. 
Dicen que fue uno de los que le limpiaron el cuerpo lleno de bosta de gallinas y  uno de los hombres que ayudaron a sus cuatro mujeres que lo vistieron de gala para que le rindan homenaje con todos los honores hasta su tumba. 
Y que en los posteriores combates con las fuerzas oficialistas,  recibió un tiro por la espalda que le hizo quedar inmóvil, boca abajo y soplando tierra en cada palabra que pronunciaba, decía que su hijo, el cura Arnulfo, iba a ser santo, un verdadero santo, hasta que murió desangrado en la batalla de Zanga Funda.

Todo eso y muchas cosas más me dijeron los que habían escuchado aquellas historias y me mostraban esos viejos documentos salvados de las requisas. Y que dicen ellos mismos que dijeron que nadie deje de contarlas porque el que no tiene historias para contar es un carajo que no ha nacido. Y se tomaban unas botellas de aguardientes, y cachaça como si nada. 

Y también me dijeron que Arnulfo dejó de ser cura el día que se volvió loco porque cuando subió al campanario de su iglesia encontró a una mujer desnuda que lo invitaba a volar, como aquella del circo del pequeño Didú, que aún merodeaba por el pueblo Peremerimbé, y que tuvieron que cortar las sogas de las campanas para que deje de tañirlas y agarrarlo de sus pelos oscuros y duros y llevarlo para el hospicio de los locos antes que el obispo se entere que había vuelto a beber la misma agua de los animales, como lo encontraron algunos soldados, según un relato de Teófilo Cabanillas y de Benito Ponciano Márquez, los historiadores muertos por el sargento Cipriano "Cúter" Tavares. 

Y me dijeron que sus hermanos lo retiraron del hospicio una madrugada, a punta de pistolas de uso militar y que se lo llevaron semidesnudo arrastrándolo por el barro de la lluvia de tres días sin parar y que se lo trajeron para aquí, para Sâo Vicente, a casi setenta años después que se lo llevaran los mercanchifles y casi veinte años después que el sargento Cúter Tavares iniciara la gran matanza de los insurgentes, chingado y mantenidos que estaban en Naranjillos.

Eran estos unos mismísimos pueblos de mierda querido amigo, llenos de momentos tristes en sus historias,  donde el gobierno mandaba y todavía lo hace, cada tanto, uno de estos circos bulliciosos, para que todos veamos que todavía hay una mujer que vuela. 

Como la de esta foto.
Vea usted.


Ibarrechea 
diceelwalter@gmail.com
extraído del libro "Cúter"

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.