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sábado, 30 de diciembre de 2017

IBARRECHEA: JUEGOS DE SEDUCCIÓN

Mientras el señor José Antonio, encendía el horno de la cocina para poner un pollo relleno acompañado de papas y manzanas, la señora que esa noche estaba invitada a cenar con él, elegía la ropa y el calzado que luciría para ir a visitarlo. Así, una vez que se sintió segura en la elección, que se vio en el espejo armónica y elegante, tomó la cartera, salió a la calle, y llamó un taxi.

En cada acontecimiento de este tipo, el señor José Antonio lucía afeitado, él se veía distante de aquel tipo bohemio, que se había dejado crecer la barba y el pelo, que usaba sombrero, vestía bermudas y ojotas aun, cuando llevaba sus discos y algunas notas escritas a último momento para su programa de radio, en Brasil.

Se consideraba un hombre distinto, ante la vista de sus nuevas amistades, aparentaba haber olvidado aquello y se mostraba coherente, tanto en su vestimenta, ahora más sobria, como en sus actos, alejados de las contravenciones. Buscaba enderezar ciertos rumbos y caminos errados, redimirse ante sus hijos y amigos y hallar en su derrotero, una mujer a quién acompañar y sentirse pleno de confianza.

En eso pensaba, mientras ponía la mesa para dos.

Por eso, no lo sorprendió el llamado por el portero, el ruido que hacen los ascensores cuando suben, ni la cierta belleza de la dama, que apenas conocía a través de fotos por internet, cuando la encontró parada en el palier.

Se dieron la mano, un simple beso cordial en la mejilla y la invitó a pasar.

El señor José Antonio se mostró atento y locuaz, y ella le manifestó que sentía cierto temor por haber tomado ésa decisión, ya que según confesaba, era la primera vez que visitaba a un señor en su departamento, sola y de noche. Entonces él le agradeció cálidamente ese gesto, y la invitó a conocer la vivienda. Le pidió que se ponga cómoda y le hablo de lo que estaba cocinando para cenar, mientras abría el horno para enseñarle la comida. Ella aprobaba con gestos, y mostraba cierta candidez en el rostro perfectamente maquillado.

Conversaron entusiasmados sobre la receta. Él le decía que una de las cosas que consideraba primordial en la cocina, era hacer comidas rendidoras, especialmente los fines de semana y cuando tenía invitados. Seguía hablándole de que para él, era muy importante recibir a la gente, compartir una conversación amena, y mostrar lo que estaba cocinando. En cambio ella le decía que tenía por costumbre rellenar el pollo el día anterior y que lo cocinaba y guardaba en la heladera. Normalmente lo sirvo frío, decía con una agradable sonrisa en su rostro inspirado, pero para quienes lo quieren consumir caliente se lo puede cocinar unas horas antes. - Como haces vos. 

El señor José Antonio, le decía que esta vez había empleado un pollo deshuesado, queso de barra, jamón cocido, zanahorias ralladas, pickles, huevos duros, mostaza, algo de provenzal y sal y pimienta. También le comentaba que para él era fundamental tomar una copa de vino mientras preparaba todo. Le ofreció algo para tomar, desde una variedad de tragos que podía hacer para la previa de la cena, lo que ella le pidiese. Pero ella se negó argumentando su escasa afición a las bebidas alcohólicas, y le aceptó de buena gana una gaseosa helada.

La velada había comenzado de forma estupenda para ambos, que se sentaron a hablar sobre las ocurrencias escritas por él, y que ella leía con cierto entusiasmo, mientras él le explicaba que algunos escritores tratan de seguir un orden lógico que normalmente comienza con los orígenes del motivo por el cual se escribe y terminan con la solución o comprensión del mismo. En cambio, - le aclaró - Los míos, no se de que diablos se tratan. Le dijo elevando los hombros para que ella lance una frase, que él tomó como de aprobación.

 "Eres un tonto," le contestó sonriente y siguieron la conversación animada, recordando aquellos primeros contactos y algunas frases que se habían mandado por la red social y que hicieron que ella se distendiese y lanzara algunas risas cantarinas, mientras controlaban la cocción del pollo, y hasta que finalmente, convinieron en cenar, escuchando música chillout, la preferida del señor José Antonio.

Ella le decía en cambio, que no estaba acostumbrada a ésa música, que era algo nuevo para sus oídos, ya que sus preferencias radicaban en los románticos Latinoamericanos pero para la ocasión le parecía perfecta, y le pidió que le hablase de su vida aventurera, - para conocerte un poco más -argumentó.

Con la suave música de fondo, él comenzó un extenso relato que por momentos la hacían mostrarse alegre y que por momentos parecía sentirse compungida, emocionada. Como si hubiese visto las cicatrices que él llevaba guardadas en el corazón. Así es que rescató una frase que le había escuchado decir y que se la repitió mientras él cambiaba el disco compacto en el equipo musical. 

- Dijiste que eres un experto en cometer errores, que te perfeccionas en eso, que cada vez te equivocas mejor, y que tal vez por eso es que vives solo.

Hubo un tiempo pequeño, pero eterno a la vez, de un raro silencio, donde la música jugó el papel de acompañar los pensamientos. Ella se puso de pie y avanzó hacia él. Le pidió que no le cuente nada, si lo lastimaba. Pero volvieron a la mesa y él le dijo que se prepare a oír todos sus tropiezos amorosos. Entonces, ella le prestaba mucha atención. Una enorme atención.

Y mientras él hablaba estaba segura de que aceptar la invitación había resultado ser una idea magnífica, incluso para él, que le hablaba con simplicidad y un alto estado de ánimo, casi con una completa sinceridad y sintió que ella también debía mostrarse más auténtica y que en realidad, también ella añoraba no tener alguien con quien hablar así, de repente, de su fracaso matrimonial y algún atisbo amoroso que dejó pasar.

Por momentos, pensaba en sus hijos, aquellos que no sabían dónde estaba ella, aquellos que sólo la llamaban para que cuide de sus nietos. Y por momentos abría los ojos bien grandes para observarlo y convencerse de que estaba sola, en la casa de un hombre a quién recién conocía y que presumía, era un hombre bueno.  

A los postres aceptó con ganas un helado de dulce de leche y dos bombones y disfrutó el momento en que de una forma casi mágica, él le alcanzó una rosa, mientras lavaban juntos los platos. 

- Para usted, señora - Le dijo sonriente. 

Ella tomó la flor, la aprisionó contra sus pechos y buscó absorber el aroma de sus pétalos. Le agradeció con una sonrisa encantadora y soportó los embates de otros recuerdos, de otras flores, de otros hombres, de proyectos truncos y descorazonadores que merodearon por su vida. 

- Ahora si te acepto ese trago - le dijo cuando finalizaron la tarea en la mesada-. Pero con poco alcohol, por favor.

El señor José Antonio, le preparó un trago con base frutal para ella y uno algo mas especial para él, y brindaron por ese momento, por esa primera cita, por esa linda amistad.

Se quedó apoyada en una de las paredes observándolo, mientras él le hablaba sobre un intérprete que ahora iban a escuchar, lo vio caminar hasta el equipo musical, veía sus movimientos mientras buscaba entre sus discos, mientras encendía un cigarrillo, cuando él le entregaba uno y cuando se le acercó para ofrecerle fuego, y casi sin darse cuenta, por primera vez en la velada, sus cuerpos se rozaron y en ése roce, iniciaron los movimientos acompasados que la música sugería y decidieron bailar sobre la alfombra.

Algo ruborizada, le preguntó si le molestaba que ella baile sin los zapatos. Él, con un gesto natural y espontáneo la ayudó a descalzarse.

Bailaban. Bailaban apretados, y él le contó que la música le gustaba desde que era pequeño, le decía que recordaba a sus padres bailando la "Serenata a la luz de la Luna", que estaban pasando por radio El Mundo, y que él los veía tan juntos y mirándose a los ojos, que en silencio se fue a dormir, y que los dejó solos, ensimismados, con la música de la orquesta de Glenn Miller. 

- Hay pequeños instantes, muy felices en mi vida, que quedaron capturados para siempre en mi memoria, verlos a ellos bailar, es uno de ésos momentos Inolvidables - Le dijo. 

Se sintieron bien, se miraban, ya sin hablarse, moviéndose cadenciosamente y ella apoyó su cabeza en el hombro de él, y tuvo allí un instante más para pensar en sus hijos, en su vida y en darse cuenta de que, de ella, no habían hablado, y que él tampoco le había preguntado nada.
- No sabes nada de mi - le dijo despacio, al oído, mientras se dejaba guiar con el ritmo de la música. 

- Tus ojos ya me han contado todo - le contestó él, casi en un murmullo.

- Gracias.-

Luego de sentirse cautivos del momento, hubo una pausa serena y conmovedora, que él aprovechó para ofrecerle un café. La notaba algo confundida, quizás nostálgica.

La dama en cuestión, le pidió un té con edulcorante, y lo tomaron sentados en los sillones.
Ella le dijo que estaba haciendo un curso de Programación Neuro Lingüística, como queriendo de ese modo, dar lugar a que se le calme, aquel latido intenso que sentía en todo su cuerpo, como queriendo aplacar cualquier impulso desacostumbrado.

El señor José Antonio, le dijo que recordaba haber leído en un manual de PNL, algo que hablaba sobre la estructura gramatical de las proposiciones. 

- Si mal no recuerdo, una proposición se hace en primera persona, se emplea, yo te propongo, yo deseo. Eso, nos va llevando a la acción directa, a la acción deseada. Para eso, debemos sincronizar la postura, los gestos, la voz y la respiración. Y también leí que hay que estar atentos a las reacciones de la persona a quién nos dirigimos, porque hay ciertas palabras que tienen un efecto mágico. Entonces, a una proposición la debemos expresar claramente, en un estado mental positivo, con el mismo timbre de voz, con la misma entonación y acompañar todo con el gesto específico. Y además, me hiciste recordar un proverbio Japonés, que dice. "Pedir, sólo cuesta un instante de molestia. No pedir, nos lleva a estar molesto toda una vida" - Le dijo mientras dejaba la tacita de té en la mesa, y la de ella también, que se paró delante de él.

Con una mensurable ternura, se tomaron de las manos, se preguntaron si se sentían bien, si ambos estaban a gusto. 


- Que un hombre y una mujer estén juntos, es un hecho natural. Si lo hacen porque a la vez, le han agregado todo el inmenso valor del amor, es seguro que Dios verá eso con buenos ojos - replicó ella convencida. Y en un acuerdo común, salieron al balcón.

Miraron la Luna, que brillaba en todo su esplendor, a esa hora quieta de la madrugada.


- Jorge Luis Borges le decía a María Kodama que, a la Luna, a través de tantos siglos, la vigilia humana la ha colmado de un antiguo llanto. Si yo pudiese escribir mensajes en la luna, lo haría, para que todo el mundo los lea - dijo él, y señalando hacia el cielo totalmente estrellado, continuaba 


- Fíjate bien, aquella de allá, ésa es la constelación de Escorpio.

El rostro de ella pareció iluminarse, por su enorme sonrisa.

Y de repente se sintió animada en cuerpo y alma, como envuelta en un manto de algarabía juvenil, y se despojó de todas sus preocupaciones. 

Se sintió parte del universo, y levantó los brazos como queriendo alcanzar las estrellas. Como sabiéndose una más de ellas.


Hizo dos o tres giros completos sobre si misma, con los brazos abiertos, hasta que finalmente se detuvo frente a él y los dos se estremecieron en un abrazo intenso.

Y en aquel abrazo, ella se sorprendió diciéndole:

- Lléveme adentro caballero, tengo frío en mis pies descalzos. 

Una tenue brisa, venida desde el sur, hacía flamear su pollera, mientras cerraban la puerta.




Ibarrechea
JUEGOS DE SEDUCCIÓN" 
Autor: IBARRECHEA. 
Todos los derechos reservados. Copyright 2013 diceelwalter@gmail.com - http://diceelwalter.blogspot.com  PASEN Y VEAN 
Nacido en Deán Funes, Córdoba, Argentina en 1955, Escritor, conductor radial, participó en distintas antologías, Ferias de Libro, Talleres literarios y publicaciones nacionales y extranjeras.

JUAN JOSÉ ARREOLA: EN VERDAD OS DIGO

Todas las personas interesadas en que el camello pase por el ojo de la aguja, deben inscribir su nombre en la lista de patrocinadores del experimento Niklaus.
Desprendido de un grupo de sabios mortíferos, de esos que manipulan el uranio, el cobalto y el hidrógeno, Arpad Niklaus deriva sus investigaciones actuales a un fin caritativo y radicalmente humanitario: la salvación del alma de los ricos.
Propone un plan científico para desintegrar un camello y hacerlo que pase en chorro de electrones por el ojo de una aguja. Un aparato receptor (muy semejante en principio a la pantalla de televisión) organizará los electrones en átomos, los átomos en moléculas y las moléculas en células, reconstruyendo inmediatamente el camello según su esquema primitivo. Niklaus ya logró cambiar de sitio, sin tocarla, una gota de agua pesada. También ha podido evaluar, hasta donde lo permite la discreción de la materia, la energía cuántica que dispara una pezuña de camello. Nos parece inútil abrumar aquí al lector con esa cifra astronómica.
La única dificultad seria en que tropieza el profesor Niklaus es la carencia de una planta atómica propia. Tales instalaciones, extensas como ciudades, son increíblemente caras. Pero un comité especial se ocupa ya en solventar el problema económico mediante una colecta universal. Las primeras aportaciones, todavía un poco tímidas, sirven para costear la edición de millares de folletos, bonos y prospectos explicativos, así como para asegurar al profesor Niklaus el modesto salario que le permite proseguir sus cálculos e investigaciones teóricas, en tanto se edifican los inmensos laboratorios.
En la hora presente, el comité sólo cuenta con el camello y la aguja. Como las sociedades protectoras de animales aprueban el proyecto, que es inofensivo y hasta saludable para cualquier camello (Niklaus habla de una probable regeneración de todas las células), los parques zoológicos del país han ofrecido una verdadera caravana. Nueva York no ha vacilado en exponer su famosísimo dromedario blanco.
Por lo que toca a la aguja, Arpad Niklaus se muestra muy orgulloso, y la considera piedra angular de la experiencia. No es una aguja cualquiera, sino un maravilloso objeto dado a luz por su laborioso talento. A primera vista podría ser confundida con una aguja común y corriente. La señora Niklaus, dando muestra de fino humor, se complace en zurcir con ella la ropa de su marido. Pero su valor es infinito. Está hecha de un portentoso metal todavía no clasificado, cuyo símbolo químico, apenas insinuado por Niklaus, parece dar a entender que se trata de un cuerpo compuesto exclusivamente de isótopos de níkel. Esta sustancia misteriosa ha dado mucho que pensar a los hombres de ciencia. No ha faltado quien sostenga la hipótesis risible de un osmio sintético o de un molibdeno aberrante, o quien se atreva a proclamar públicamente las palabras de un profesor envidioso que aseguró haber reconocido el metal de Niklaus bajo la forma de pequeñísimos grumos cristalinos enquistados en densas masas de siderita. Lo que se sabe a ciencia cierta es que la aguja de Niklaus puede resistir la fricción de un chorro de electrones a velocidad ultracósmica.
En una de esas explicaciones tan gratas a los abstrusos matemáticos, el profesor Niklaus compara el camello en tránsito con un hilo de araña. Nos dice que si aprovecháramos ese hilo para tejer una tela, nos haría falta todo el espacio sideral para extenderla, y que las estrellas visibles e invisibles quedarían allí prendidas como briznas de rocío. La madeja en cuestión mide millones de años luz, y Niklaus ofrece devanarla en unos tres quintos de segundo.
Como puede verse, el proyecto es del todo viable y hasta diríamos que peca de científico. Cuenta ya con la simpatía y el apoyo moral (todavía no confirmado oficialmente) de la Liga Interplanetaria que preside en Londres el eminente Olaf Stapledon.
En vista de la natural expectación y ansiedad que ha provocado en todas partes la oferta de Niklaus, el comité manifiesta un especial interés llamando la atención de todos los poderosos de la tierra, a fin de que no se dejen sorprender por los charlatanes que están pasando camellos muertos a través de sutiles orificios. Estos individuos, que no titubean en llamarse hombres de ciencia, son simples estafadores a caza de esperanzados incautos. Proceden de un modo sumamente vulgar, disolviendo el camello en soluciones cada vez más ligeras de ácido sulfúrico. Luego destilan el líquido por el ojo de la aguja, mediante una clepsidra de vapor, y creen haber realizado el milagro. Como puede verse, el experimento es inútil y de nada sirve financiarlo. El camello debe estar vivo antes y después del imposible traslado.
En vez de derretir toneladas de cirios y de gastar dinero en indescifrables obras de caridad, las personas interesadas en la vida eterna que posean un capital estorboso, deben patrocinar la desintegración del camello, que es científica, vistosa y en último término lucrativa. Hablar de generosidad en un caso semejante resulta del todo innecesario. Hay que cerrar los ojos y abrir la bolsa con amplitud, a sabiendas de que todos los gastos serán cubiertos a prorrata. El premio será igual para todos los contribuyentes: lo que urge es aproximar lo más que sea posible la fecha de entrega.
El monto del capital necesario no podrá ser conocido hasta el imprevisible final, y el profesor Niklaus, con toda honestidad, se niega a trabajar con un presupuesto que no sea fundamentalmente elástico. Los suscriptores deben cubrir con paciencia y durante años, sus cuotas de inversión. Hay necesidad de contratar millares de técnicos, gerentes y obreros. Deben fundarse subcomités regionales y nacionales. Y el estatuto de un colegio de sucesores del profesor Niklaus, no tan sólo debe ser previsto, sino presupuesto en detalle, ya que la tentativa puede extenderse razonablemente durante varias generaciones. A este respecto no está de más señalar la edad provecta del sabio Niklaus.
Como todos los propósitos humanos, el experimento Niklaus ofrece dos probables resultados: el fracaso y el éxito. Además de simplificar el problema de la salvación personal, el éxito de Niklaus convertirá a los empresarios de tan mística experiencia en accionistas de una fabulosa compañía de transportes. Será muy fácil desarrollar la desintegración de los seres humanos de un modo práctico y económico. Los hombres del mañana viajarán a través de grandes distancias, en un instante y sin peligro, disueltos en ráfagas electrónicas.
Pero la posibilidad de un fracaso es todavía más halagadora. Si Arpad Niklaus es un fabricante de quimeras y a su muerte le sigue toda una estirpe de impostores, su obra humanitaria no hará sino aumentar en grandeza, como una progresión geométrica, o como el tejido de pollo cultivado por Carrel. Nada impedirá que pase a la historia como el glorioso fundador de la desintegración universal de capitales. Y los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras inversiones, entrarán fácilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja), aunque el camello no pase.

Juan José Arreola
Juan Jose Arreola Zúñiga nació el 21 de septiembre de 1918 en Zapotlán el Grande —hoy Ciudad Guzmán—, Jalisco, Guadalajara (México).
Estudió en Jalisco y en 1930 empezó a trabajar como encuadernador. En 1937 se marchó a vivir a México D.F. para estudiar en la Escuela Teatral de Bellas Artes.
Publicó, en 1941, su primera obra, Sueño de Navidad. En 1945 colaboró con Juan Rulfo y Antonio Alatorre en la publicación de la revista Pan, de Guadalajara y pudo viajar a París bajo la protección del actor Louis Jouvet. Allí conoció a J. L. Barrault y Pierre Renoir. Un año después regresó a México.
A su vuelta empezó a trabajar en Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas y obtuvo una beca en El Colegio de México gracias a la intervención de Alfonso Reyes. En 1949 apareció su primer libro de cuentos Varia invención. En 1950 recibió una beca de la Fundación Rockefeller.
Su obra maestra Confabulario fue publicada en 1952 y recibió el Premio Jalisco de Literatura, a este le seguirían el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes y el Premio Xavier Villaurrutia.
A partir de 1964 dirigió la colección "El Unicornio", y se inició como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1972 se publicó la edición de Bestiario, que completaba la serie iniciada en 1958, con Punta de plata. Su prestigio fue ascendiendo y en 1979 fue galardonado con el Premio Nacional en Letras, en la Ciudad de México y en 1992 el Premio Juan Rulfo, al que seguirían el Alfonso Reyes y Premio Ramón López Velarde. En 1992 participó como comentarista de Televisa para los Juegos Olímpicos de Barcelona. 
Falleció el 3 de Diciembre de 2001. Fuente: ciudadseva,com - escritores.org - Foto Archivo del blog

JUAN RULFO: LA CUESTA DE LAS COMADRES



Los difuntos Torricos siempre fueron buenos amigos míos. Tal vez en Zapotlán no los quisieran; pero, lo que es de mí, siempre fueron buenos amigos, hasta tantito antes de morirse. Ahora eso de que no los quisieran en Zapotlán no tenía ninguna importancia, porque tampoco a mí me querían allí, y tengo entendido que a nadie de los que vi­víamos en la Cuesta de las Comadres nos pudieron ver con buenos ojos los de Zapotlán. Esto era desde viejos tiempos.
Por otra parte, en la Cuesta de las Comadres, los Torricos no la llevaban bien con todo mundo. Seguido había desavenencias. Y si no es mucho decir, ellos eran allí los dueños de la tierra y de las casas que estaban encima de la tierra, con todo y que, cuando el reparto, la mayor parte de la Cuesta de las Comadres nos había tocado por igual a los sesenta que allí vivíamos, y a ellos, a los Torricos, nada más un pedazo de monte, con una mezcalera nada más, pero donde estaban desperdigadas casi todas las ca­sas. A pesar de eso, la Cuesta de las Comadres era de los Torricos. El coamil que yo trabajaba era también de ellos: de Odilón y Remigio Torrico, y la docena y media de lomas verdes que se veían allá abajo eran juntamente de ellos. No había por qué averiguar nada. Todo mundo sabía que así era.
Sin embargo, de aquellos días a esta parte, la Cuesta de las Comadres se había ido deshabitando. De tiempo en tiem­po, alguien se iba; atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no volvía aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo.
Y yo también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había tan atrás del monte que no dejaba volver a nadie; pero me gustaba el terrenito de la Cuesta, y además era buen amigo de los Torricos.
El coamil donde yo sembraba todos los años un tantito de maíz para tener elotes, y otro tantito de frijol, quedaba por el lado de arriba, allí donde la ladera baja hasta esa barranca que le dicen Cabeza del Toro.
El lugar no era feo; pero la tierra se hacía pegajosa desde que comenzaba a llover, y luego había un desparramadero de piedras duras y filosas como troncones que pa­recían crecer con el tiempo. Sin embargo, el maíz se pegaba bien y los elotes que allí se daban eran muy dulces. Los Torricos, que para todo lo que se comía necesitaban la sal de tequesquite, para mis elotes no; nunca buscaron ni ha­blaron de echarle tequesquite a mis elotes, que eran de los que se daban en Cabeza del Toro.
Y con todo y eso, y con todo y que las lomas verdes de allá abajo eran mejores, la gente se fue acabando. No se iban para el lado de Zapotlán, sino por este otro rumbo, por donde llega a cada rato ese viento lleno de olor de los encinos y del ruido del monte. Se iban callados la boca, sin decir nada ni pelearse con nadie. Es seguro que les sobra­ban ganas de pelearse con los Torricos para desquitarse de todo el mal que les habían hecho; pero no tuvieron ánimos. Seguro eso pasó.
La cosa es que todavía después de que murieron los Torricos nadie volvió más por aquí. Yo estuve esperando. Pero nadie regresó. Primero les cuidé sus casas; remendé los techos y les puse ramas a los agujeros de sus paredes; pero viendo que tardaban en regresar, las dejé por la paz. Los únicos que no dejaron nunca de venir fueron los agua­ceros de mediados de año, y esos ventarrones que soplan en febrero y que le vuelan a uno la cobija a cada rato. De vez en cuanto, también, venían los cuervos volando muy bajito y graznando fuerte como si creyeran estar en algún lugar deshabitado.
Así siguieron las cosas todavía después de que se mu­rieron los Torricos.
Antes, desde aquí, sentado donde ahora estoy, se veía claramente Zapotlán. En cualquier hora del día y de la no­che podía verse la manchita blanca de Zapotlán allá lejos. Pero ahora las jarillas han crecido muy tupido y, por más que el aire las mueve de un lado para otro, no dejan ver nada de nada.
Me acuerdo de antes, cuando los Torricos venían a sen­tarse aquí también y se estaban acuclillando horas y horas hasta el oscurecer, mirando para allá sin cansarse, como si el lugar este les sacudiera sus pensamientos o el mitote de ir a pasearse a Zapotlán. Sólo después supe que no pen­saban en eso. Únicamente se ponían a ver el camino: aquel ancho callejón arenoso que se podía seguir con la mirada desde el comienzo hasta que se perdía entre los ocotes del cerro de la Media Luna.
Yo nunca conocí a nadie que tuviera un alcance de vis­ta como el de Remigio Torrico. Era tuerto. Pero el ojo negro y medio cerrado que le quedaba parecía acercar tan­to las cosas, que casi las traía junto a sus manos. Y de allí a saber qué bultos se movían por el camino no había nin­guna diferencia. Así, cuando su ojo se sentía a gusto tenien­do en quién recargar la mirada, los dos se levantaban de su divisadero y desaparecían de la Cuesta de las Comadres por algún tiempo.
Eran los días en que todo se ponía de otro modo aquí entre nosotros. La gente sacaba de las cuevas del monte sus animalitos y los traía a amarrar en sus corrales. En­tonces se sabía que había borregos y guajolotes. Y era fá­cil ver cuántos montones de maíz y de calabazas amarillas amanecían asoleándose en los patios. El viento que atrave­saba los cerros era más frío que otras veces; pero, no se sabía por qué, todos allí decían que hacía muy buen tiem­po. Y uno oía en la madrugada que cantaban los gallos como en cualquier lugar tranquilo, y aquello parecía como si siempre hubiera habido paz en la Cuesta de las Co­madres.
Luego volvían los Torricos. Avisaban que venían desde antes que llegaran, porque sus perros salían a la carrera y no paraban de ladrar hasta encontrarlos. Y nada más por los ladridos todos calculaban la distancia y el rumbo por donde irían a llegar. Entonces la gente se apuraba a escon­der otra vez sus cosas.
Siempre fue así el miedo que traían los difuntos Torri­cos cada vez que regresaban a la Cuesta de las Comadres.
Pero yo nunca llegué a tenerles miedo. Era buen amigo de los dos y a veces hubiera querido ser un poco menos viejo para meterme en los trabajos en que ellos andaban. Sin embargo, ya no servía yo para mucho. Me di cuenta aquella noche en que les ayudé a robar a un arriero. En­tonces me di cuenta de que me faltaba algo. Como que la vida que yo tenía estaba ya muy desperdiciada y no aguan­taba más estirones. De eso me di cuenta.
Fue como a mediados de las aguas cuando los Torricos me convidaron para que les ayudara a traer unos tercios de azúcar. Yo iba un poco asustado. Primero, porque esta­ba cayendo una tormenta de esas en que el agua parece escarbarle a uno por debajo de los pies. Después, porque no sabía adonde iba. De cualquier modo, allí vi yo la señal de que no estaba hecho ya para andar en andanzas.
Los Torricos me dijeron que no estaba lejos el lugar donde íbamos. «En cosa de un cuarto de hora estamos allá», me dijeron. Pero cuando alcanzamos el camino de la Media Luna comenzó a oscurecer y cuando llegamos adon­de estaba el arriero era ya alta la noche.
El arriero no se paró a ver quién venía. Seguramente estaba esperando a los Torricos y por eso no le llamó la atención vernos llegar. Eso pensé. Pero todo el rato que trajinamos de aquí para allá con los tercios de azúcar, el arriero se estuvo quieto, agazapado entre el zacatal. Enton­ces le dije eso a los Torricos. Les dije:
—Ése que está allí tirado parece estar muerto o algo por el estilo.
—No, nada más ha de estar dormido —me dijeron ellos—. Lo dejamos aquí cuidando, pero se ha de haber cansado de esperar y se durmió.
Yo fui y le di una patada en las costillas para que des­pertara; pero el hombre siguió igual de tirante.
—Está bien muerto —les volví a decir.
—No, no te creas, nomás está tantito atarantado por­que Odilón le dio con un leño en la cabeza, pero después se levantará. Ya verás que en cuanto salga el sol y sienta el calorcito, se levantará muy aprisa y se irá en seguida para su casa. ¡Agárrate ese tercio de allí y vámonos! —Fue todo lo que me dijeron.
Ya por último le di una última patada al muertito y sonó igual que si se la hubiera dado a un tronco seco. Luego me eché la carga al hombro y me vine por delante. Los Torricos me venían siguiendo. Los oí que cantaban durante largo rato, hasta que amaneció. Cuando amaneció dejé de oírlos. Ese aire que sopla tantito antes de la ma­drugada se llevó los gritos de su canción y ya no pude sa­ber si me seguían, hasta que oí pasar por todos lados los ladridos encarrerados de sus perros.
De ese modo fue como supe qué cosas iban a espiar to­das las tardes los Torricos, sentados junto a mi casa de la Cuesta de las Comadres.
A Remigio Torrico yo lo maté.
Ya para entonces quedaba poca gente entre los ranchos. Primero se habían ido de uno en uno; pero los últimos casi se fueron en manada. Ganaron y se fueron, aprovechando la llegada de las heladas. En años pasados llegaron las he­ladas y acabaron con las siembras en una sola noche. Y este año también. Por eso se fueron. Creyeron segura­mente que al año siguiente sería lo mismo y parece que ya no se sintieron con ganas de seguir soportando las ca­lamidades del tiempo todos los años y la calamidad de los Torricos todo el tiempo.
Así que, cuando yo maté a Remigio Torrico, ya estaba bien vacía de gente la Cuesta de las Comadres y las lomas de los alrededores.
Esto sucedió como en octubre. Me acuerdo que había una luna muy grande y muy llena de luz, porque yo me senté afuerita de mi casa a remendar un costal todo aguje­rado, aprovechando la buena luz de la luna, cuando llegó el Torrico.
Ha de haber andado borracho. Se me puso enfrente y se bamboleaba de un lado para otro, tapándome y desta­pándome la luz que yo necesitaba de la luna.
—Ir ladereando no es bueno —me dijo después de mu­cho rato—. A mí me gustan las cosas derechas, y si a ti no te gustan, ahi te lo haiga, porque yo he venido aquí a en­derezarlas.
Yo seguí remendado mi costal. Tenía puestos todos mis ojos en coserle los agujeros, y la aguja de arría trabajaba muy bien cuando la alumbraba la luz de la luna. Seguro por eso creyó que yo no me preocupaba de lo que decía:
—A ti te estoy hablando —me gritó, ahora sí ya cora­judo—. Bien sabes a lo que he venido.
Me espanté un poco cuando se me acercó y me gritó aquello casi a boca de jarro. Sin embargo, traté de verle la cara para saber de qué tamaño era su coraje y me le quedé mirando, como preguntándole a qué había venido.
Eso sirvió. Ya más calmado se soltó diciendo que a la gente como yo había que agarrarla desprevenida.
—Se me seca la boca al estarte hablando después de lo que hiciste —me dijo—; pero era tan amigo mío mi her­mano como tú y sólo por eso vine a verte, a ver cómo sa­cas en claro lo de la muerte de Odilón.
Yo lo oía ya muy bien. Dejé a un lado el costal y me quedé oyéndolo sin hacer otra cosa.
Supe cómo me echaba a mí la culpa de haber matado a su hermano. Pero no había sido yo. Me acordaba quién había sido, y yo se lo hubiera dicho, aunque parecía que él no me dejaría lugar para platicarle cómo estaban las cosas.
—Odilón y yo llegamos a pelearnos muchas veces —si­guió diciéndome—. Era algo duro de entendederas y le gus­taba encararse con todos, pero no pasaba de allí. Con unos cuantos golpes se calmaba. Y eso es lo que quiero saber: si te dijo algo, o te quiso quitar algo, o qué fue lo que pasó. Pudo ser que te haya querido golpear y tú le madrugaste. Algo de eso ha de haber sucedido.
Yo sacudí la cabeza para decirle que no, que yo no te­nía nada que ver…
—Oye —me atajó el Torrico—, Odilón llevaba ese día catorce pesos en la bolsa de la camisa. Cuando lo levanté, lo esculqué y no encontré esos catorce pesos. Luego ayer supe que te habías comprado una frazada.
Y eso era cierto. Yo me había comprado una frazada. Vi que se venían muy aprisa los fríos y el gabán que yo tenía estaba ya todito hecho garras, por eso fui a Zapotlán a conseguir una frazada. Pero para eso había vendido el par de chivos que tenía, y no fue con los catorce pesos de Odilón con lo que la compré. Él podía ver que si el costal se había llenado de agujeros se debió a que tuve que lle­varme al chivito chiquito allí metido, porque todavía no podía caminar como yo quería.
—Sábete de una vez por todas que pienso pagarme lo que le hicieron a Odilón, sea quien sea el que lo mató. Y yo sé quién fue —oí que me decía casi encima de mi cabeza.
— ¿De modo que fui yo? —le pregunté.
— ¿Y quién más? Odilón y yo éramos sinvergüenzas y lo que tú quieras, y no digo que no llegamos a matar a na­die; pero nunca lo hicimos por tan poco. Eso sí te lo digo a ti.
La luna grande de octubre pegaba de lleno sobre el co­rral y mandaba hasta la pared de mi casa la sombra larga de Remigio. Lo vi que se movía en dirección de un tejocote y que agarraba el guango que yo siempre tenía recargado allí. Luego vi que regresaba con el guango en la mano.
Pero al quitarse él de enfrente, la luz de la luna hizo bri­llar la aguja de arría, que yo había clavado en el costal.
Y no sé por qué, pero de pronto comencé a tener una fe muy grande en aquella aguja. Por eso, al pasar Remigio Torrico por mi lado, desensarté la aguja y sin esperar otra cosa se la hundí a él cerquita del ombligo. Se la hundí hasta donde le cupo. Y allí la dejé.
Luego luego se engarruñó como cuando da el cólico y comenzó a acalambrarse hasta doblarse poco a poco sobre las corvas y quedar sentado en el suelo, todo entelerido y con el susto asomándosele por el ojo.
Por un momento pareció como que se iba a enderezar para darme un machetazo con el guango; pero seguro se arrepintió o no supo ya qué hacer, soltó el guango y volvió a engarruñarse. Nada más eso hizo.
Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que ten­dría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se que­dó quieto.
Ya debía haber estado muerto cuando le dije:
—Mira, Remigio, me has de dispensar, pero yo no maté a Odilón. Fueron los Alcaraces. Yo andaba por allí cuando él se murió, pero me acuerdo bien de que yo no lo maté. Fueron ellos, toda la familia entera de los Alcaraces. Se le dejaron ir encima, y cuando yo me di cuenta, Odilón esta­ba agonizando. Y ¿sabes por qué? Comenzando porque Odi­lón no debía haber ido a Zapotlán. Eso tú lo sabes. Tarde o temprano tenía que pasarle algo en ese pueblo, donde había tantos que se acordaban mucho de él. Y tampoco los Alcaraces lo querían. Ni tú ni yo podemos saber qué fue a hacer él a meterse con ellos.
»Fue cosa de un de repente. Yo acababa de comprar mi zarape y ya iba de salida cuando tu hermano le escu­pió un trago de mezcal en la cara a uno de los Alcaraces. Él lo hizo por jugar. Se veía que lo había hecho por diver­tirse, porque los hizo reír a todos. Pero todos estaban bo­rrachos. Odilón y los Alcaraces y todos. Y de pronto se le echaron encima. Sacaron sus cuchillos y se le apeñuscaron y lo aporrearon hasta no dejar de Odilón cosa que sirviera. De eso murió.
«Como ves, no fui yo el que lo mató. Quisiera que te dieras cabal cuenta de que yo no me entrometí para nada.
Eso le dije al difunto Remigio.
Ya la luna se había metido del otro lado de los encinos cuando yo regresé a la Cuesta de las Comadres con la ca­nasta pizcadora vacía. Antes de volverla a guardar, le di unas cuantas zambullidas en el arroyo para que se le enjuagara la sangre. Yo la iba a necesitar muy seguido y no me hubiera gustado ver la sangre de Remigio a cada rato.
Me acuerdo que eso pasó allá por octubre, a la altura de las fiestas de Zapotlán. Y digo que me acuerdo que fue por esos días, porque en Zapotlán estaban quemando cohe­tes, mientras que por el rumbo donde tiré a Remigio se levantaba una gran parvada de zopilotes a cada tronido que daban los cohetes. De eso me acuerdo.


Juan Rulfo
(Apulco, Jalisco, 1918 - Ciudad de México, 1986) Escritor mexicano. Un solo libro de cuentos, El llano en llamas (1953), y una única novela, Pedro Páramo (1955), bastaron para que Juan Rulfo fuese reconocido como uno de los grandes maestros de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Su obra, tan breve como intensa, ocupa por su calidad un puesto señero dentro del llamado Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, fenómeno editorial que dio a conocer al mundo la talla de los nuevos (y no tan nuevos, como en el caso de Rulfo) narradores del continente. Nacido en Apulco, en el distrito jalisciense de Sayula, Juan Rulfo creció entre su localidad natal y el cercano pueblo de San Gabriel, villas rurales dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.
En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias. En los quince cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.
En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real; el resultado es un texto profundamente inquietante que ha sido juzgado como una de las mejores novelas de la literatura contemporánea. El protagonista de la novela, Juan Preciado, llega a la fantasmagórica aldea de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, al que no conoce. Las voces de los habitantes le hablan y reconstruyen el pasado del pueblo y de su cacique, el temible Pedro Páramo; Preciado tarda en advertir que en realidad todo los aldeanos han muerto, y muere él también, pero la novela sigue su curso, con nuevos monólogos y conversaciones entre difuntos, trazando el sobrecogedor retrato de un mundo arruinado por la miseria y la degradación moral. Como el Macondo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, o la Santa María de Juan Carlos Onetti, la ardiente y estéril Comala se convierte en el espacio mítico que refleja el trágico desarrollo histórico del país, desde el Porfiriato hasta la Revolución Mexicana.
Desde el punto de vista técnico, la novela se sirve magistralmente de las innovaciones introducidas en la literatura europea y norteamericana de entreguerras (Proust, Joyce, Faulkner), línea que seguirían en los 60 muchos autores del Boom; planteado inicialmente como un relato en primera persona en boca de su protagonista, se asiste en seguida a la fragmentación del universo narrativo por la alternancia de los puntos de vista (con uso frecuente del monólogo interior) y los saltos cronológicos. Rulfo escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra excelente novela corta, El gallo de oro(1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras.
Fuente:biografiasyvidas.com - teecuento.wordpress.com - Foto: Archivos del blog

ABELARDO VITALE: ASÍ PELEABA, PIÑA VA, PIÑA VIENE

La cosa es que el Moncho estaba ahí, tirado en medio de la vereda, boqueando como una tararira al costado del canal. Así boqueaba el Moncho. Y se iba. De a poco, pero se nos iba. La verdad es que ya estaba bastante roto el Moncho, vos pensá que no cualquiera se banca una carrera de doce años arriba de un ring, dale y dale, piña va, piña viene. Porque el Moncho había elegido, cuando empezó, una forma de ser en el cuadrilátero: palo y palo. Y esto te condiciona, viste, porque hay tipos que son más, qué se yo, cuidadosos, ponele. Suben, estudian un cacho al rival, de vez en cuando meten una piña y después sobre todo se preocupan de que no le partan la trompa. Más estrategas son esos, viste? Pero el Moncho no. El Moncho ya venía tirando rectos desde el vestuario, sin preocuparse demasiado por tener la guardia alta. Así que al Moncho le habían partido la trucha más de una vez y las rodillas le temblaban al acostarse de lo hecho mierda que estaban. Claro, que esa manera tiene una explicación. Él había empezado su trayectoria así, había ganado un par a fuerza de manotazos y entrega y la gente lo empezó a seguir. Mirá si iba a cambiar después de eso. Nah, ya era así el Moncho. Medio torpe, pero que pelotas para ir al frente eh, ya quisiera yo tener esas pelotas. Nos volvíamos locos, locos te juro, cuando se apagaban las luces del estadio y el foco apuntaba a un rincón porque estaba por salir. Y empezábamos a agitar, a saltar, a gritar como desaforados: vamos Moncho carajo! Y se hizo tan pero tan lindo ir a ver pelear al Moncho que empezamos a ir siempre. Aunque le tocara en el culo del mundo, o lloviera o lo que fuese. Siguiendo al Moncho por los clubes se armó una banda que no te puedo explicar. Era un festival, una cosa hermosa lo que éramos, ahí, bancando al Moncho porque el Moncho nos daba desde arriba de la lona, no sé, algo. Llamalo mística si querés, pero para mí era algo más sencillo y al mismo tiempo más groso: el Moncho nos había dado la posibilidad de ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Y eso, qué querés que te diga querido, eso es algo único. Cuando te sentís así es como darle un beso a la más linda de todas y que la más linda de todas después te agarre de la mano para ir a tomar juntos un helado. Así se siente. Así nos sentíamos cuando íbamos a ver al Moncho todos juntos por los barrios. Pero bueno, me estoy yendo de tema. El Moncho ya se había retirado hacía un tiempo y nadie sabía muy bien en qué andaba, sólo que se había mudado a una casa con terreno por atrás de Longchamps, en el sur. Pero el pelotudo este del Laucha Gonzáles no paraba de batatear desde su local en la avenida, ese que había heredado de su viejo el prestamista, que el Moncho era un cagón, que no se la bancaba, que cuando peleaba iba para atrás o que había arreglado algunos cruces por guita. Nosotros estábamos recalientes, porque además nos gozaba desde la caja de su mercado cuando pasábamos por enfrente con un "y giles, dónde está ahora el Monchito? se rajó el puto ese eh, bancaban a un trucho cagón giles". Así de pesada estaba la mano, hasta un día en que el Moncho venía caminando solo y cayetano por la peatonal cuando de pronto le dio un pasmo y se cayó de trucha al piso. Y ahí estaba, como te conté, boqueando como un pescado en el medio de la vereda, justo al lado de la parada del 560 y a punto de palmar cuando el forro del Laucha Gonzáles quiso aprovechar la volteada y salió corriendo de su negocio con un cable bien largo. El tipo venía arrastrando un alargue como de cuarenta metros en dirección al Moncho. Las puntas peladas tenía el cable. Y cuando estuvo al lado del Moncho se arrodilló, se acercó a su oreja y le dijo: "mirá como te voy a freír las pelotas para siempre, negro de mierda". Y ahí nomás le clavó los cables que venían directo de la trifásica del mercado al pecho del Moncho, que además de boquear empezó a pegar unos saltos arriba de la vereda como de esta altura. Así saltaba de alto el cuerpo del Moncho mientras el otro se lo quería cargar por medio de la electricidad. Y en el medio de uno de esos salto, pam, el Moncho que de repente abre los ojos bien grandes y dice: vos sos un gil Laucha. Así dijo, tranquilo, sin gritar, pero firme: vos sos un gil. El tipo se pegó tan zarpado cagazo que largó los cables y salió rajando para el lado de la estación, donde para la yuta. el Moncho se paró, se acomodó la remera adentro del pantalón de nuevo, tosió un par de veces, se compró una botellita de agua en el kiosco y se subió al 560 para el sur. Todo esto me lo contó el muchacho que vende diarios en la parada de ahí, ves, porque yo no estuve. Yo estaba laburando ese día en una obra de Capital. Pero me contó, y empezamos a correr la bola y la banda del Moncho se empezó a juntar de nuevo en la plaza. La verdad es que no creo, de verdad que no creo, que el Moncho vuelva a pelear. Si ya estaba hecho mierda, cómo carajo va a volver a pelear. Pero con los muchachos estamos atentos de nuevo. Y juntos. A la búsqueda de alguno que pelee como peleaba el Moncho. Así, piña va, piña viene. Nosotros ya estamos listos para volver a salir por los barrios.


Abelardo Vitale
Abelardo Vitale es licenciado en Ciencias de la Comunicación. Gestiona el blog de Mendieta y también participa en ArtePoliticahincha de Racing y todos lo respetan por eso. Además, escribe con la frontalidad de los que se agarraban a piñas por un gol en contra en el potrero. Cuando le ofrecieron un lugar en la redacción de Kamchatka, evaluaba una propuesta inconfesable para que el pibe Bou siguiera jugando en el Cilindro de Avellaneda pero desistió por falta de tiempo.
Fuente: mendietaelrenegau.blogspot.com - kanchatka - 
Foto: 3jornadaderevisionismo.blogspot.com

RYUNOSUKE AKUTAGAWA: CUERPO DE MUJER


Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado. 


Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. “Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga…”
Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro. 

En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna. 

Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. 

Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.


Ryunosuke Akutagawa
(Tokio, 1892-1927) Escritor japonés de corta pero notable trayectoria. Es uno de los autores más problemáticos, inquietantes, versátiles y discutidos de nuestro siglo, no sólo bien conocido en Japón, sino también en Occidente, en donde hace ya bastante tiempo que muchas de sus obras han sido traducidas y presentadas al público. Escribió más de cien relatos, además de ensayos críticos, crónicas de viajes y páginas de diario, obras indispensables para reconstruir su compleja personalidad, tanto de hombre como de escritor.
Su madre enloqueció cuando aún no tenía un año y su padre lo puso bajo la tutela de un tío materno, perteneciente a una rama familiar de estrictos pero empobrecidos funcionarios. Desde pequeño mostró sus brillantes cualidades para la lectura y el estudio. En su último año de universidad publicó su cuento más célebre, Rashomon (1915). Se doctoró en 1916 con una tesis sobre W. Morris, tras estudiar a fondo las literaturas inglesa, alemana, francesa y rusa.
En 1918 se casó y empezó a trabajar en un periódico, el Mainichi Shimbun, que en 1921 lo envió como corresponsal a China y Corea. Sin embargo, su frágil salud y sus nervios se resintieron y comenzó a atormentarse con el fantasma de la locura. Su escritura adquirió un tono más desesperanzado e irónico, aunque sin abandonar los imperativos de claridad y lucidez que se había impuesto desde el principio. En 1926 sufrió otro colapso nervioso, esta vez más serio. En 1927, tras liquidar las deudas heredadas de su tío y sostener un encendido debate con J. Tanizaki, se suicidó mediante una sobredosis de pastillas el 24 de julio. Había dejado, a modo de explicación, un texto titulado Carta a cierto viejo amigo.
Fuente: teecuento.wordpress.com - biografíasyvidas.com - Foto:goinsjapanesque.com

ELWOOD HARVEY: HOMBRES EN VENTA



Virginia, diciembre de 1846

Asistimos a la venta de un terreno y otras propiedades cerca de Petersburg, Virginia, y de repente presenciamos una subasta pública de esclavos, a quienes se les dijo que no los venderían. Los reunieron frente a los barracones, a la vista de la multitud ahí congregada. Después de liquidar la propiedad se escuchó la estrepitosa voz del subastador: “¡Traigan a los negros!”

Una sombra de desconcierto y de temor invadió su rostro al tiempo que se miraban unos a otros, y después a la multitud de compradores, cuya atención ahora estaba centrada en ellos. Cuando por fin cayeron en cuenta de la horrible certeza de su venta, y de que jamás volverían a ver a sus familiares y amigos, el efecto fue de una agonía indescriptible.

Las mujeres levantaron a sus bebés de un tirón y corrieron a sus chozas dando gritos. Los niños se escondieron detrás de los árboles y las barracas, y los hombres permanecieron de pie, mudos de desesperación. El encargado de la subasta se paró frente al pórtico de la casa y alineó a los “hombres y muchachos” para inspeccionarlos en el patio. Se anunció que no había ninguna garantía de sanidad por lo que los compradores mismos debían examinarlos. Algunos ancianos fueron vendidos por entre trece y veinticinco dólares. Resultaba doloroso ver a los viejos, doblados por años de arduo trabajo y sufrimiento, ponerse de pie para ser objeto del escarnio de brutales tiranos, y escucharlos hablar sobre sus enfermedades y su inutilidad, por temor a que los compraran los traficantes de esclavos del mercado del sur.

A un muchacho blanco de alrededor de quince años se le obligó a subir a la tribuna. Tenía el cabello castaño y lacio, el tono de su piel era exactamente el mismo que el del resto de las personas de tez blanca, y en su semblante no se percibía ningún rasgo negro. Se escucharon algunas bromas vulgares acerca del color de su piel y alguien ofreció doscientos dólares, pero el público opinó que “como primera oferta, la cifra no es suficiente por un muchacho negro tan capaz”. Varios comentaron que “no lo aceptaría ni regalado”. Otros dijeron que un negro blanco no valía los problemas que iba a ocasionar. Un hombre afirmó que estaba mal vender a gente blanca. Le pregunté si era peor que vender a gente negra. No respondió. Antes de ser vendido, la madre del joven salió apresuradamente de la casa al pórtico y, con un dolor frenético, gritó llorando: “Mi hijo. ¡Ay!, mi muchacho; van a llevarse a mi… ” Su voz se perdió, la empujaron con rudeza y cerraron la puerta detrás de ella. En ningún momento se interrumpió la venta y nadie entre los asistentes pareció sentirse afectado por la escena.

Temeroso de llorar frente a tantos extraños que no mostraban ningún signo de compasión o misericordia, el pobre muchacho se enjugó las lágrimas con las mangas. Se pagaron doscientos cincuenta dólares por él. Durante la subasta los gritos y lamentos provenientes de los barracones me partieron el corazón. Enseguida se llamó a una mujer por su nombre. Ella le dio a su hijo un último abrazo desesperado antes de dejarlo a cargo de una anciana y de manera mecánica se apresuró a obedecer el llamado; pero se detuvo, alzó los brazos, gritó y ya no se movió.

Uno de mis acompañantes me dio un golpecito en el hombro y me dijo: “Ven, vámonos; no aguanto más”. Nos fuimos. Nuestro cochero en Petersburg tenía dos hijos que pertenecían a la finca: hijos pequeños. Él obtuvo la promesa de que no los venderían. Le preguntamos si eran sus únicos hijos. Respondió: “Son los que me quedan de ocho.” A otros tres los vendieron al Sur y jamás volvió a verlos o a saber de ellos.

Elwood Harvey
Fuente: letraslibres.com
Sin mayores datos

MÚSICA: DULCE PONTES


"Canción del mar"
Subido por: Lendsy
Agradecimiento a: YouTube



"Povo que lavas no río"
Subido por: vmichelr
Agradecimiento a: YouTube








Dulce José Silva Pontes. Con cuatro años cantaba el Himno Nacional Portugués en su casa de Montijo, situada frente a Lisboa al otro lado del río Tajo. Hija de Lourdes y el contable Tomás, nació el 8 de abril de 1969, año que en la música se iba apagando la prodigiosa década de los 60 con el mítico festival de Woodstock, las últimas grabaciones de The Beatles ('Abbey Road' y su famosa portada del paso de cebra) y el asesinato de un espectador negro en Altamont a manos de los moteros Ángeles del Infierno, servicio de seguridad que había contratado The Rolling Stones.

La pequeña Dulce, ajena a estos acontecimientos de la música rock que intentaba cambiar el mundo, pero que despertaría de este sueño con la violenta década de los 70, daba sus primeros pasos en los últimos años del salazarismo, en un Portugal aislado y atrasado. Fue introducida en la tradición fadista por su tío Carlos Pontes, también amante de las corridas de toros. Él fue su maestro. A los siete años empezó a frecuentar el Conservatorio Nacional de Música de Lisboa siendo el piano su instrumento de elección del que estudió hasta cuarto curso. En aquellos años escuchaba música clásica, además de música popular lusitana y anglosajona.

Durante la adolescencia dedica un breve periodo al aprendizaje de danza contemporánea, pero al ser aconsejada de que ya era mayor para ser bailarina, se decide definitivamente por la música. En Montijo lidera el grupo de rock urbano Os percapita, un proyecto amateur y sin unas pretensiones de futuro. Los primeros pasos profesionales surgen cuando la joven cantante es escogida entre varias candidatas, para sustituir a la actriz principal de reparto del musical 'Enfim Sós', en noviembre de 1988. Las pruebas son realizadas en los estudios Namouche donde conocería a su futuro primer productor Guilherme Inês, un músico de prestigio que había colaborado entre otros con Zeca Afonso. Conseguiría su primer contrato musical. Después de protagonizar otro musical, es invitada en programas televisivos, grabaciones de spots publicitarios y presentaciones en el Casino de Estoril, dónde Dulce llama la atención por su calidad de voz, sus interpretaciones de fado y de temas de Shirley Bassey. El reconocimiento del público tuvo su inicio en el programa televisivo 'Regresso ao Passado', donde hacía versiones de los años 60, entre ellas 'The fool on the hill' de Lennon y McCartney.

Inicio carrera musical

Su primer paso decisivo lo dio en el Festival Nacional de la Canción en 1991 donde obtendría el triunfo con la canción 'Lusitana Paixão', una balada soul pero con un homenaje explícito en su letra al fado. Este éxito le dio el pasaporte para representar a Portugal en el Festival de Eurovisión que se celebraría este mismo año en Roma (en Cinecittá), donde obtendría el octavo puesto (el ranking más destacado de una participación portuguesa hasta aquella edición) y el premio de la crítica a la mejor interpretación.

El año siguiente edita su primer disco 'Lusitana' siguiendo los parámetros de la música pop. Es en el año 1993, cuando decide empezar su verdadero camino musical con el disco 'Lágrimas'. El reencuentro con Guilherme Inês produciría un resultado novedoso después de un largo trabajo de grabación en el que el fado y la música de Zeca Afonso, las dos caras musicales de Portugal, cohabitaban en un espacio hasta entonces prohibido por razones ideológicas. Amália Rodrigues y el autor de 'Grândola Vila Morena' se convertirían en sus referencias de la música portuguesa, aunque en el trabajo se atisban influencias magrebíes y búlgaras, y los sintetizadores sustituían en muchos temas a la guitarra portuguesa. La revisitación de 'Canção do mar' iba a convertirse con el paso de los años en la canción portuguesa más universal de todos los tiempos y con más versiones internacionales. Fue parte de la banda sonora de la novela brasileña 'As pupilas do Senhor Reitor' (1994). La misma interpretación de esta canción de Ferrer Trinidade fue el tema principal de la banda sonora de la película 'Primal fear' (1996), de Gregory Hoblit, interpretada por Richard Gere y Edward Norton.

Lo más importante que consiguió Dulce con 'Lágrimas' fue provocar un efecto sociológico sin precedentes, como fue redescubrir el fado cuando estaba moribundo y no interesaba a las nuevas generaciones. El neo fado de esta primera década del siglo XXI no se podría concebir sin la aportación decisiva de la cantante de Montijo. Primero Madredeus, con otros estilo, y después Dulce Pontes, abanderaron la divulgación de la música cantada en portugués en el mundo.

Giras internacionales

Dulce pasa a presentarse en giras internacionales recorriendo España, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Italia, Estados Unidos, Japón, Brasil. El compositor italiano Ennio Morricone, en 1995, invita a la cantante para interpretar el tema 'A brisa do coração', como parte de su banda sonora para la película 'Sostiene Pereira' de Roberto Faenza, con Marcello Mastroiani como protagonista en uno de sus últimos papeles antes de morir. 
La colaboración entre Pontes y Morricone se estrecharía más adelante y culminaría con un disco firmado por ambos artistas. En plena vorágine de este espectacular éxito (más de 300.000 discos) grabaría en 1995 el album doble directo 'A brisa do coração' en el Coliseu de Porto.

'Caminhos', en 1996, sería su última estación con la editora Movieplay. El disco fue grabado en cuatro países y contó con las colaboraciones de Carlos Núñez, Leonardo Amuedo y Xiradela. Si bien la producción nunca llegó a convencer a Dulce, ya que el disco se grabó entre conciertos y aeropuertos, las intenciones de la artista apuntaban a un cambio de dirección: un sonido más natural y acústico que se vislumbraría en sus próximos proyectos. 'O infante' que abre el CD es una increíble e inspirada composición de Pontes sobre un poema de Fernando Pessoa.

En el año 1997 Dulce Pontes efectúa una gira casi permanente e interviene en el concierto 'Yes for Europe', difundido por 17 canales televisivos, en el 'Día Mundial de la Alimentación' organizado por la FAO en Roma, en el concierto de celebración del 52 aniversario de las Naciones Unidas, en Nueva York, en el concierto de Amnistía Internacional en Madrid. En 1998 actuaría en solitario por primera vez en Estados Unidos y Canadá, y además acompañaría como artista invitada a los irlandeses The Chieftains, por deseo expreso de Paddy Maloney, durante su gira norteamericana de ese año. Actuaría en el primer Festival Internacional de Solidaridad de Barcelona, donde conocería a Elvis Costello.

Italia se convierte en su segundo mercado internacional más importante, después de España. Este mismo año grabaría el dueto 'O mar e tu' con Andrea Bocelli. En la Expo de Lisboa 98 daría dos conciertos, el segundo ante 30.000 personas. Dentro de ese mismo evento subiría al escenario invitada por Cesária Évora para cantar con ella, y también intervendría la brasileña Marisa Monte. 
Después de su participación estelar en el primer disco del gaitero y flautista gallego Carlos Núñez 'A irmandade das estrelas', otro músico de primer nivel español, el acordeonista vasco Kepa Junkera requirió sus servicios para que pusiera voz a dos canciones en 'Bilbao 00.00. H.', en concreto 'Matia nun zira' y la clásica caboverdiana 'Sodade'.

Es autora de la banda sonora del documental de ficción 'Curiuá-Catu - A Grande Expedição de Pedro Teixeira', coproducción luso-brasileña dirigida por Carlos Barreto, que narra las aventuras de este explorador que, en pleno siglo XVII, exploró una gran área de la Amazonia, consiguiendo anexionar la selva al, en esos momentos, territorio colonial portugués. Su faceta como compositora comienza a difundirse.

O primeiro canto

En febrero y marzo de 1999 grabaría unas de sus obras discográficas fundamentales 'O primeiro canto' en los estudios Helioscentric de Londres. Sería el primer disco en el que firmaría como productora con la ayuda de António Pinheiro da Silva y que sería publicado a finales de septiembre con Universal. El guitarrista uruguayo Leonardo Amuedo sería coautor de algunos temas junto a Dulce. En este trabajo destaparía todo su talento como compositora. Wayne Shorter, Jaques Morelembaum, Trilok Gurtu, Justin Vali, Kepa Junkera, Waldemar Bastos, Maria João, Gemma Bertagnolli, Myrdhin, Anders Norude (de Hedningarna), Hubert Jan Hubeek, entre otros muchos artistas de primera línea, compartirían su talento con Dulce en este álbum conceptual sobre los cuatro elementos de la naturaleza que le valdría el Premio José Afonso del año 2000. En este año, Dulce protagoniza una ambiciosa gira por Portugal en monumentos históricos. Entre el público, no se perdió prácticamente ningún concierto una desconocida Mariza.

En el 2001 la alianza entre Ennio Morricone y Dulce Pontes se acentúa y ella participa como invitada en el Barbican de Londres, en l'Arena di Verona, en la Accademia Nazionale di Santa Cecília, entre otros auditorios. Ella pone su voz para la coproducción italoespañola 'La luz prodigiosa', ganadora del 25 Festival Internacional de Cine de Moscú, cuya banda sonora es autoría de Morricone. En septiembre suspende su primera gira oficial por Estados Unidos por prescripción médica debido a que se encontraba en su quinto mes de embarazo. Con motivo del nacimiento de su primer hijo, José Gabriel, el año 2002 lo dedica a su reciente maternidad y detiene su trayectoria artística.

De vuelta a los escenarios, la invitación del maestro Ennio Morricone se concreta. En los estudios Fórum de Roma, es grabado en la primavera de 2003 el disco 'Focus' dónde la intérprete interpreta los temas ya famosos del compositor, y a algunos temas creados especialmente para ella. El resultado del trabajo fue presentado en concierto en salas como el Royal Albert Hall de Londres, la Arena di Verona, el Auditorium Parco della Música en Roma, el Mazda Palace de Milán, el Palacio de Congresos de París o el Internacional Forum Hall de Tokio. En España el disco es casi disco de oro (45.000 copias). Por fin, Dulce debuta en solitario en el Barbican de Londres en el otoño de este mismo año.

En junio de 2004, el Ayuntamiento de Lisboa invita a Dulce Pontes, a Ennio Morricone y a la Orquesta Roma Sinfonietta a presentar ese concierto. Sobre ese proyecto Morricone dijo: "Yo sabía que el resultado final sería un éxito, pero no imaginaba que toda la experiencia sería tan extraordinaria". El concierto tendría lugar en el Parque de Monsanto. En este mismo año, Dulce Pontes recibe el Premio Amigo para la mejor intérprete latina de la Asociación Fonográfica y Videográfica Española, y el Premio Internacional Tenco, otorgado por el Club Luigi Tenco de Italia, premio que ha distinguido a artistas de la categoría de Jacques Brel, Ute Lemper, Tom Waits, Caetano Veloso, Joan Manuel Serrat. Sergio Godinho junto a Dulce, son los únicos portugueses en ostentar este importante galardón. Dulce gana el premio como 'operdora cultural' por la recuperación de los testimonios de Zeca Afonso y Amália Rodrigues, "por su sensible y genuina interpretación dentro de la mejor tradición musical y poética portuguesas, y por su colaboración con prestigiosos compositores internacionales". En la ceremonia de entrega del premio, Dulce fue presentada por el Club Tenco como una 'artífice del nuevo fado'.

España se ha convertido en su primer mercado y entre 2004 y 2005 realiza más de 60 conciertos. Madrid es la ciudad del mundo donde más ha actuado.

Madurez artística

La madurez artística incuestionablemente alcanzada aún se vuelve más activa y curiosa. Continúa la búsqueda de asociaciones puntuales para proyectos especiales, como el encuentro 'Fado Tango', donde Dulce Pontes dividió el escenario del Centro Cultural de Belém en Lisboa con el poeta, rapsoda e historiador argentino Horácio Ferrer, responsable, en asociación con Astor Piazzola, de revolucionar la tradición del tango argentino. Sobre la interpretación de Dulce de su canción 'Balada para um Loco', el poeta declaró: "Ella lo ha recreado de tal forma que, por primera vez, he empezado a aprender cosas sobre mi propia canción. Esta obra es una confidencia y ella supo interpretar al poeta...".

Grecia se convierte en un país que aclama con pasión a la cantante y sus presentaciones en Atenas y Salónica se convierten en auténticos hitos. El insigne cantante George Dalaras, uno de los artistas de mayor prestigio de este país la invita al Festival Helénico de 2005 en el Herodium Atticus de la Acrópolis. De este concierto, se publicaría el álbum 'Mediterráneo', en el que Dulce canta en seis canciones y entregaría ella misma el disco de platino a Dalaras, en un acto que tuvo lugar en Atenas.

Prepara su nuevo doble disco, que se titulará 'O coração tem três portas' que va siendo grabado en vivo a partir la nueva gira 'Por dentro do fado' dónde la artista retoma su pasión y una nueva visión sobre este género y un segundo CD que se registra en la iglesia de Santa María de Óbidos y en el Convento de Cristo de Tomar, con acercamientos del fado a la música clásica, y en el que también tienen protagonismo el folclore y los sonidos medievales.

Su primera gira oficial por Estados Unidos se desarrolla en medio de la grabación de este disco, en el otoño de 2005. La crítica alaba a la artista en publicaciones de prestigio como 'Boston Globe' o 'Variety' de Los Angeles, donde el periodista Phil Gallo, la define como un mixtura entre Ella Fitgerald y Nusrat Fateh Ali Khan.

En diciembre de 2006, 'O coração tem três portas' (doble CD + DVD) saldría al mercado en Portugal autoeditado por Dulce Pontes, después de finalizar su contrato con Universal. El álbum sería disco de oro y recibiría a lo largo de 2007 inmejorables reseñas de la prensa internacional especializada como 'Songlines' o entraría en el TOP-20 de la lista europea de World Music. Parte de la música de su segundo disco sería utilizado por el director de cine español Alberto Luna para el documental 'Juan de Castillo, el constructor del mundo'.

En este mismo año realizaría su segunda gira por Estados Unidos y debutaría en el prestigioso Carnegie Hall de Nueva York con un gran éxito. El crítico de 'The New York Times', Jon Pareles, escribió: "La señora Pontes tiene una voz extraordinaria: intensa y fiel, delicada y fuerte, con una extensión igual a la de una soprano natural". Y añadió a su elogioso comentario: "Pontes se ha quedado sorprendida de como ha dominado al público del Carnegie Hall, cuando le ha dado pie a cantar y luego el público se ha reído. E incluso cuando ha cantado con desgarro y aflicción, le ha transmitido felicidad, signo de una herencia portuguesa característica".

La organización de las '7 Maravillas del Mundo' encarga a Dulce Pontes la composición del himno oficial que grabaría junto al tenor español José Carreras. El acto se celebró en el estadio Da Luz de Lisboa, siendo una de las transmisiones televisivas más vistas de la historia. 2007 se cierra con una apoteósica actuación en el 'Aula Magna' de Caracas y otra en París, además poner broche musical a la Firma del Tratado de Lisboa en el clasutro del Monasterio de los Jerónimos.

2008 comienza, como no, con actuaciones en directo. Destaca su participación en el Festival Cultural de Zacatecas (México), donde compartó cartel con Bob Dylan, y su primer concierto en Moscú, en la Casa Internacional de la Música. El verano estuvo marcado por la gira conjunta por España con la cantaora flamenca Estrella Morente. 'Dulce Estrella' llevó a 50.000 espectadores por los distintos escenarios por donde actuaron y en el que las músicas de ambos países se hermanaron. Estrella Morente no repitió de decir ante los medios de comunicación que Dulce '"es su maestra".

Y al llegar este año 2009, la artista de Montijo que volvió a ser madre, esta vez de una niña llamada María, conmemora sus 20 años en la música con la edición del doble disco 'Momentos', con material inédito y algunas nuevas versiones de temas como 'Canção do mar', 'Lágrima' y 'O infante'. Farol Música posee los derechos de licenciatura de esta grabación de 'Ondeia Música' el sello de Dulce, que para finales de año pretende editar un DVD conmemorativo. El 8 de mayo, unos días después del lanzamiento del nuevo disco, Dulce Pontes participó como artista invitada junto a Juliette Gréco y Randy Crawford, en la ceremonia de apertura del Wiener Festwochen de Viena (Austria) interpretando dos temas de 'Momentos': 'Verde pino, verde mastro', 'Júlia Galdéria' y 'Ondeia'.

En septiembre actúa en el Herodes Atticus Odeon de Atenas junto al guitarrista flamenco Paco Peña y el músico griego Thanassis Polykandriotis, en un espectáculo donde fusionan los estilos más representativos de sus países de origen. Un mes más tarde, colabora con el compositor americano Christopher Tin en su cd "Calling All Downs", poniendo voz al tema "Se é pra vir que venha". La parte instrumental fue interpretada por la Royal Philarmonic Orchestra, y se grabó en el mítico Abbey Road Studios de Londres. Tiempo después, el tema 'Fado Morna de Cirandaia' que Dulce Pontes compuso conjuntamente con Beto Betuk, se incluye en la prestigiosa reocopilación "Muzyka Swiata: Siesta 5" que ese mismo año publica Universal Polonia. El año termina con la importante participación de Dulce Pontes en el cd de homenaje a Joan Manuel Serrat que le hacen varias voces femeninas del panorama internacional, con el tema 'Bendita Música'.
2010 empieza con la edición internacional de 'Momentos' y varios conciertos en España e Italia.

España reconoce su trayectoria artística con el galardón del Micrófono de Oro que le otorga la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión en Ponferrada. 'Momentos' entra en el TOP-100 de las listas españolas (puesto 87) y un mes después en el séptimo lugar de la World Music Charts Europe.Participa en el álbum de Júlio Pereira 'Graffiti'.

El verano es un periodo repleto de conciertos en España, Portugal e Italia. Es invitada a la Notte della Taranta. En septiembre actúa como invitada por el cantaor Juan Valderrama en la Bienal de Flamenco de Sevilla. El 24 de noviembre es la artista elegida para homenajear a José Saramago, Premio Nobel de literatura, fallecido este año, en los actos del Pemio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que se celebró en el Palacio Real de Madrid.

En enero de 2011 cruza el Atlántico y debuta en Argentina en el Festival Nacional de Folklore de Cosquín invitada por el pianista argentino Juan Carlos Cambas y junto al dúo gallego BellónMaceiras. Una noticia feliz llegó desde Los Ángeles: Dulce Pontes fue partícipe del premio Grammy, en la categoría classical crossover, otorgado al compositor norteamericano Christopher Tin por su álbum 'Caling all downs'. La gira 2011 comienza con dos conciertos en Pávoa de Varzim (Portugal) y prosigue en las islas Canarias, Bruselas, Eindhoven, Helsinki, Groningen,y Reus (España).

Con motivo del 75 aniversario de la emisora de radio portuguesa Radio Renascença, formó parte del cartel de elegidos que se dieron cita en el estadio do Bessa de Oporto. Junto a ella estuvieron Rui Veloso y la banda británica James. En los meses de verano destacaron sus conciertos en el Concertgebow de Amsterdam y el Grec de Barcelona, con llenos absolutos. El Festival de Folk de Getxo, en el País Vasco, puso broche de oro a su gira.

En 2012 la ciudad portuguesa de Bragança tiene un especial protagonismo ya que protagoniza dos exclusivos espectáculos en febrero en el Teatro Municipal y un multitudinario concierto ante 20.000 personas con motivo de las Fiestas de la Ciudad en el mes de agosto. Participa en un libro-CD titulado 'Os Mensageiros. Antologia de Fernando Pessoa'. El 25 de mayo fue una de las artistas que cantó en Milán ante 350.000 personas en el macroconcierto 'One world, family, love' retransmitido por Mundovisión. Las próximas citas del mes de noviembre serán en Bucarest, concierto emitido por la Radio Nacional de Rumanía, y otros dos recitales en la isla italiana de Sicilia. El 30 de marzo de 2013 participa como cantante invitada en el vigésimo aniversario de la Orchestra Roma Sinfonietta, dirigida por Paolo Silvestri.

Sin duda, es la mayor cantante portuguesa de la actualidad y una de las más importantes del mundo.

Maxi de la Peña

Foto: angelmaga2.wordpress.com - Fuente: dulcepontes.info