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viernes, 24 de noviembre de 2017

IBARRECHEA: FOTOGRAFÍA

Miremos esta fotografía.

Pero la miremos de atrás hacia adelante, dejemos el primer plano para el final.

Como acostumbramos a recordar.

Como si estuviésemos memorizando, con un dejo de nostalgias rumorosas.

Esta fotografía es de color sepia y les pido que presten atención a los detalles que podamos observar.
La pared del fondo, por ejemplo.
Es de color crema claro y el cielorraso se ve más claro aún pues es de color blanco.
Hay un cuadro grande colgado en la pared. Ese cuadro tenía un marco de madera, que contenía una lámina imitación con un hermoso dibujo de un florero con girasoles, creo. 
A pesar de la mala calidad, el colorido que tenía, ambientaba muy bien la pared y le daba algo así como un toque de buen gusto.
Luego se ve una puerta, por ella se podía salir hacia otras dependencias de la casa y más hacia la izquierda, hay una ventana sin cortinas.

Ahora venimos nosotros, las personas que estábamos allí. y que no dejamos ver los otros muebles.
Pero de nosotros hablaremos después.

Prestemos atención a la mesa.
En la mesa que rodeamos entre todos, hay un montón de cosas, como verán la misma es ovalada. Está cubierta con un grueso mantel bordado con hilos, a la usanza, que yo no sé bien como describirlos.
Probablemente, si le preguntasen a ella, sabría contarles mejor, pues a eso, ella le daba más atención que a otras cosas.
Pero miren, hay varias botellas de vino fino y de champán, copas y algunos platos con resto de comida.
El menú fue variado en esa cena.
Comprendía desde fiambres, quesos, pizzetas, pollo, carne, helados y masas finas.
Todo abundante para una simple reunión de amigos.

A alguien se le ocurrió lo de esta fotografía.

Ahora, pensándolo bien, creo que no era el momento para tomarla, pues como verán, todos estaban absortos mirándola a ella, que se había puesto de pié para hablarnos y que al final, lanzara aquella frase inesperada, cargada de una relevante insensatez, que nos fue llevando a un desconcierto casi inocente de la situación planteada.

No habíamos puesto música.
Nos parecía que era mejor así y conseguimos con eso, prestarnos una mayor atención, sin incurrir en suficientes distracciones.

Ahora, como pueden ver, los que estamos alrededor de la mesa, somos siete.
Para presentarlos, voy a iniciar un recorrido anti horario, de derecha hacia la izquierda.

Este es Gabriel.
Antes de la foto habló pormenorizadamente de la situación política del país, dando su particular punto de vista del gobierno nacional y populista, como se hacía llamar.
Cuando ella acertó a pararse para hablar, Gabriel dejó la copa de champán en la mesa, como pueden ver. La mira fijamente, como buscando en las frases que ella pronuncia, algún indicio.

Mateo es el que sigue.
Apreciamos que acaba de dejar, por la posición de las manos, una botella en la mesa.
Casi toda la cena, Mateo habló de fútbol y se mostró muy interesado en la política y en mis cuentos de "Peremerimbé", insistiéndome también en que quería saber algo más sobre "Cúter" mi personaje que obraba de asesino serial.
Igual que los demás, sale en la fotografía mirándola atentamente, como procurando en las palabras de ella, alguna señal.

Ahora vemos una silla vacía.
Allí estaba Magdalena, que se levantó a tomar la foto, lo hizo segundos antes que ella se pusiese de pié, y me siguió con la mirada, como toda la noche, quizás Magdalena recordaba nuestro pasado.
Habló poco, se reía nerviosa y afirmaba siempre con la cabeza, las otras conversaciones.

La que sigue es Mónica.
La dueña de la casa, vemos que tiene una taza de te entre sus manos y parece mirarla de reojo a ella, en una actitud examinadora, como buscando en cada manifestación, interponer su opinión. Pero permaneció callada, sin esgrimir conceptos y con una clara candidez en su rostro, registrando el discurso, buscando algún signo.

A su lado está Perla.
Perla y ella fueron las más locuaces de la noche, ayudaron siempre a Mónica con la comida, cambiaron los platos, intercambiaron comentarios de sus vidas y de la actualidad, rozando temas alegres y riéndose por todo. Perla algo sabía del asunto.
Y aparece en la foto adoptando una posición expectante, como para precisar sus sospechas. Con los brazos cruzados.

Semi tapada está Berenice.
Berenice se había alegrado al verme. No sabía que ella estaba conmigo y su presencia esa noche debió sorprenderla, quizás porque pensaba que la visita perturbadora de Magadalena y mi inscontancia en esos asuntos, marcaría algún reinicio en la relación antigua, frustrada tantas veces.
Berenice había permanecido esa noche registrando cada detalle y ahora, mientras ella hablaba, aparece en la foto como exasperada, escudriñándola.

Segundos antes que Magdalena se ofreciera a tomar la fotografía, ella se puso de pié. Estaba vestida con esmero y prolijidad.

Ella es la que sigue ahora.
Cuando comenzó a hablar, todos hicimos silencio para escucharla.
Ensayó un gesto tierno y conmovedor que aún hoy recuerdo.
Apoyó su mano derecha en mi hombro.
Como puede verse, y con la izquierda entrelazó los dedos de mi mano derecha, que yo cruzo como bandolera sobre mi pecho.
¿Lo ven?
Y ella habló con claridad, aún con algunos momentos de tartamudez nerviosa, sin gesticular.

Un segundo antes del disparo, yo bajo la cabeza buscando los dibujos de las baldosas.

Entonces, éste soy yo.
En primer plano.
Tengo un traje de saco cruzado y pantalón de corte italiano color tabaco, medias claras y zapatos de cuero color marrón. Mi mano izquierda está apoyada en la mesa, mi mano derecha toma una de las suyas, mis ojos están cerrados, había cruzado mis piernas, y si se fijan bien, si observan con detenimiento en mi cara, que está algo inclinada hacia abajo, notarán que hay un detalle.

Que la mismísima Magdalena toma al apretar el disparador.
¡Clic!

El flash impertinente muestra un punto luminoso en mi mejilla.
¿Ven?
Observen con atención.
¡Aquí, miren!
Es una lágrima.
¿Vieron?
Es una lágrima. Solitaria y triste.
Apenas eso.
Apenas eso.













José Antonio Ibarrechea
(Del: "Cuaderno de las malas noticias)

JOSÉ DONOSO: UNA SEÑORA


No recuerdo con certeza cuándo fue la primera vez que me di cuenta de su existencia. Pero si no me equivoco, fue cierta tarde de invierno en un tranvía que atravesaba un barrio popular.

Cuando me aburro de mi pieza y de mis conversaciones habituales, suelo tomar algún tranvía cuyo recorrido desconozca y pasar así por la ciudad. Esa tarde llevaba un libro por si se me antojara leer, pero no lo abrí. Estaba lloviendo esporádicamente y el tranvía avanzaba casi vacío. Me senté junto a una ventana, limpiando un boquete en el vaho del vidrio para mirar las calles.

No recuerdo el momento exacto en que ella se sentó a mi lado. Pero cuando el tranvía hizo alto en una esquina, me invadió aquella sensación tan corriente y, sin embargo, misteriosa, que cuanto veía, el momento justo y sin importancia como era, lo había vivido antes, o tal vez soñado. La escena me pareció la reproducción exacta de otra que me fuese conocida: delante de mí, un cuello rollizo vertía sus pliegues sobre una camisa deshilachada; tres o cuatro personas dispersas ocupaban los asientos del tranvía; en la esquina había una botica de barrio con su letrero luminoso, y un carabinero bostezó junto al buzón rojo, en la oscuridad que cayó en pocos minutos. Además, vi una rodilla cubierta por un impermeable verde junto a mi rodilla.

Conocía la sensación, y más que turbarme me agradaba. Así, no me molesté en indagar dentro de mi mente dónde y cómo sucediera todo esto antes. Despaché la sensación con una irónica sonrisa interior, limitándome a volver la mirada para ver lo que seguía de esa rodilla cubierta con un impermeable verde.

Era una señora. Una señora que llevaba un paraguas mojado en la mano y un sombrero funcional en la cabeza. Una de esas señoras cincuentonas, de las que hay por miles en esta ciudad: ni hermosa ni fea, ni pobre ni rica. Sus facciones regulares mostraban los restos de una belleza banal. Sus cejas se juntaban más de lo corriente sobre el arco de la nariz, lo que era el rasgo más distintivo de su rostro.

Hago esta descripción a la luz de hechos posteriores, porque fue poco lo que de la señora observé entonces. Sonó el timbre, el tranvía partió haciendo desvanecerse la escena conocida, y volví a mirar la calle por el boquete que limpiara en el vidrio. Los faroles se encendieron. Un chiquillo salió de un despacho con dos zanahorias y un pan en la mano. La hilera de casas bajas se prolongaba a lo largo de la acera: ventana, puerta, ventana, puerta, dos ventanas, mientras los zapateros, gasfíteres y verduleros cerraban sus comercios exiguos.

Iba tan distraído que no noté el momento en que mi compañera de asiento se bajó del tranvía. ¿Cómo había de notarlo si después del instante en que la miré ya no volví a pensar en ella?

No volví a pensar en ella hasta la noche siguiente.

Mi casa está situada en un barrio muy distinto a aquel por donde me llevara el tranvía la tarde anterior. Hay árboles en las aceras y las casas se ocultaban a medias detrás de rejas y matorrales. Era bastante tarde, y yo ya estaba cansado, ya que pasara gran parte de la noche charlando con amigos ante cervezas y tazas de café. Caminaba a mi casa con el cuello del abrigo muy subido. Antes de atravesar una calle divisé una figura que se me antojó familiar, alejándose bajo la oscuridad de las ramas. Me detuve observándola un instante. Sí, era la mujer que iba junto a mí en el tranvía de la tarde anterior. Cuando pasó bajo un farol reconocí inmediatamente su impermeable verde. Hay miles de impermeables verdes en esta ciudad, sin embargo no dudé de que se trataba del suyo, recordándola a pesar de haberla visto sólo unos segundos en que nada de ella me impresionó. Crucé a la otra acera. Esa noche me dormí sin pensar en la figura que se alejaba bajo los árboles por la calle solitaria.

Una mañana de sol, dos días después, vi a la señora en una calle céntrica. El movimiento de las doce estaba en su apogeo. Las mujeres se detenían en las vidrieras para discutir la posible adquisición de un vestido o de una tela. Los hombres salían de sus oficinas con documentos bajo el brazo. La reconocí de nuevo al verla pasar mezclada con todo esto, aunque no iba vestida como en las veces anteriores. Me cruzó una ligera extrañeza de por qué su identidad no se había borrado de mi mente, confundiéndola con el resto de los habitantes de la ciudad.

En adelante comencé a ver a la señora bastante seguido. La encontraba en todas partes y a toda hora. Pero a veces pasaba una semana o más sin que la viera. Me asaltó la idea melodramática de que quizás se ocupara en seguirme. Pero la deseché al constatar que ella, al contrario que yo, no me identificaba en medio de la multitud. A mí, en cambio, me gustaba percibir su identidad entre tanto rostro desconocido. Me sentaba en un parque y ella lo cruzaba llevando un bolsón con verduras. Me detenía a comprar cigarrillos, y estaba ella pagando los suyos. Iba al cine, y allí estaba la señora, dos butacas más allá. No me miraba, pero yo me entretenía observándola. Tenía la boca más bien gruesa. Usaba un anillo grande, bastante vulgar.

Poco a poco la comencé a buscar. El día no me parecía completo sin verla. Leyendo un libro, por ejemplo, me sorprendía haciendo conjeturas acerca de la señora en vez de concentrarme en lo escrito. La colocaba en situaciones imaginarias, en medio de objetos que yo desconocía. Principié a reunir datos acerca de su persona, todos carentes de importancia y significación. Le gustaba el color verde. Fumaba sólo cierta clase de cigarrillos. Ella hacía las compras para las comidas de su casa.

A veces sentía tal necesidad de verla, que abandonaba cuanto me tenía atareado para salir en su busca. Y en algunas ocasiones la encontraba. Otras no, y volvía malhumorado a encerrarme en mi cuarto, no pudiendo pensar en otra cosa durante el resto de la noche.

Una tarde salí a caminar. Antes de volver a casa, cuando oscureció, me senté en el banco de una plaza. Sólo en esta ciudad existen plazas así. Pequeña y nueva, parecía un accidente en ese barrio utilitario, ni próspero ni miserable. Los árboles eran raquíticos, como si se hubieran negado a crecer, ofendidos al ser plantados en terreno tan pobre, en un sector tan opaco y anodino. En una esquina, una fuente de soda oscura aclaraba las figuras de tres muchachos que charlaban en medio del charco de luz. Dentro de una pileta seca, que al parecer nunca se terminó de construir, había ladrillos trizados, cáscaras de fruta, papeles. Las parejas apenas conversaban en los bancos, como si la fealdad de la plaza no propiciara mayor intimidad.

Por uno de los senderos vi avanzar a la señora, del brazo de otra mujer. Hablaban con animación, caminando lentamente. Al pasar frente a mí, oí que la señora decía con tono acongojado:

-¡Imposible!

La otra mujer pasó el brazo en torno a los hombros de la señora para consolarla. Circundando la pileta inconclusa se alejaron por otro sendero.

Inquieto, me puse de pie y eché a andar con la esperanza de encontrarlas, para preguntar a la señora qué había sucedido. Pero desaparecieron por las calles en que unas cuantas personas transitaban en pos de los últimos menesteres del día.

No tuve paz la semana que siguió de este encuentro. Paseaba por la ciudad con la esperanza de que la señora se cruzara en mi camino, pero no la vi. Parecía haberse extinguido, y abandoné todos mis quehaceres, porque ya no poseía la menor facultad de concentración. Necesitaba verla pasar, nada más, para saber si el dolor de aquella tarde en la plaza continuaba. Frecuenté los sitios en que soliera divisarla, pensando detener a algunas personas que se me antojaban sus parientes o amigos para preguntarles por la señora. Pero no hubiera sabido por quién preguntar y los dejaba seguir. No la vi en toda esa semana.

Las semanas siguientes fueron peores. Llegué a pretextar una enfermedad para quedarme en cama y así olvidar esa presencia que llenaba mis ideas. Quizás al cabo de varios días sin salir la encontrara de pronto el primer día y cuando menos lo esperara. Pero no logré resistirme, y salí después de dos días en que la señora habitó mi cuarto en todo momento. Al levantarme, me sentí débil, físicamente mal. Aun así tomé tranvías, fui al cine, recorrí el mercado y asistí a una función de un circo de extramuros. La señora no apareció por parte alguna.

Pero después de algún tiempo la volví a ver. Me había inclinado para atar un cordón de mis zapatos y la vi pasar por la soleada acera de enfrente, llevando una gran sonrisa en la boca y un ramo de aromo en la mano, los primeros de la estación que comenzaba. Quise seguirla, pero se perdió en la confusión de las calles.

Su imagen se desvaneció de mi mente después de perderle el rastro en aquella ocasión. Volví a mis amigos, conocí gente y paseé solo o acompañado por las calles. No es que la olvidara. Su presencia, más bien, parecía haberse fundido con el resto de las personas que habitan la ciudad.

Una mañana, tiempo después, desperté con la certeza de que la señora se estaba muriendo. Era domingo, y después del almuerzo salí a caminar bajo los árboles de mi barrio. En un balcón una anciana tomaba el sol con sus rodillas cubiertas por un chal peludo. Una muchacha, en un prado, pintaba de rojo los muebles del jardín, alistándolos para el verano. Había poca gente, y los objetos y los ruidos se dibujaban con precisión en el aire nítido. Pero en alguna parte de la misma ciudad por la que yo caminaba, la señora iba a morir.

Regresé a casa y me instalé en mi cuarto a esperar.

Desde mi ventana vi cimbrarse en la brisa los alambres del alumbrado. La tarde fue madurando lentamente más allá de los techos, y más allá del cerro, la luz fue gastándose más y más. Los alambres seguían vibrando, respirando. En el jardín alguien regaba el pasto con una manguera. Los pájaros se aprontaban para la noche, colmando de ruido y movimiento las copas de todos los árboles que veía desde mi ventana. Rió un niño en el jardín vecino. Un perro ladró.

Instantáneamente después, cesaron todos los ruidos al mismo tiempo y se abrió un pozo de silencio en la tarde apacible. Los alambres no vibraban ya. En un barrio desconocido, la señora había muerto. Cierta casa entornaría su puerta esa noche, y arderían cirios en una habitación llena de voces quedas y de consuelos. La tarde se deslizó hacia un final imperceptible, apagándose todos mis pensamientos acerca de la señora. Después me debo de haber dormido, porque no recuerdo más de esa tarde.

Al día siguiente vi en el diario que los deudos de doña Ester de Arancibia anunciaban su muerte, dando la hora de los funerales. ¿Podría ser?… Sí. Sin duda era ella.

Asistí al cementerio, siguiendo el cortejo lentamente por las avenidas largas, entre personas silenciosas que conocían los rasgos y la voz de la mujer por quien sentían dolor. Después caminé un rato bajo los árboles oscuros, porque esa tarde asoleada me trajo una tranquilidad especial.

Ahora pienso en la señora sólo muy de tarde en tarde.

A veces me asalta la idea, en una esquina por ejemplo, que la escena presente no es más que reproducción de otra, vivida anteriormente. En esas ocasiones se me ocurre que voy a ver pasar a la señora, cejijunta y de impermeable verde. Pero me da un poco de risa, porque yo mismo vi depositar su ataúd en el nicho, en una pared con centenares de nichos, todos iguales.


José Donoso
José Donoso Yáñez nació en Santiago de Chile el 5 de octubre de 1924 y falleció el 7 de diciembre de 1996. Estudió literatura primero en la Universidad de Chile y posteriormente en la de Princeton en Estados Unidos.
Donoso se especializó en el relato (en 1950 se dio a conocer en Estados Unidos gracias a su relato The Blue Woman), hasta publicar su primera novela, Coronación, en 1957. En 1961 contrajo matrimonio con María del Pilar Serrano.
Fue columnista y colaborador de la revista Ercilla hasta 1965. Considerado como miembro de la “Generación de los 50” (también conocida como la “Generación del Boom”) chilena, su crítica a la sociedad de clase alta de su país y su posición contraria al poder de Pinochet le valió el exilio a España en 1973.
Desde entonces Donoso escribió varias obras criticando la dictadura de Pinochet, entre las que destaca Casa de campo (1978). También desarrolló el género poético, como puede apreciarse en el poemario Poemas de un novelista (1981).
Obtuvo el Premio Internacional de Literatura de su país en 1990. 
De relevancia internacional, sus obras se han traducido a más de 15 idiomas y varias de sus novelas y relatos han sido adaptados al cine.
Fuente: estoespurocuento.wordpress.com - lecturalia.com - foto: Archivo del Blog


RAFAEL TÉLLEZ: DESCUBRIMIENTO INESPERADO



El agua corría calle abajo, saltando por las aceras y jardines. La corriente ya había volcado a varios coches que se hallaban aparcados a ambos lados de la calle.
“¿Qué ha pasado?” -gritaba la gente desde las ventanas.
Había llovido intensamente, pero no como para provocar esa inundación. Otras veces había llovido más y el agua desaparecía por las alcantarillas. El sistema de desagüe era maravilloso en la ciudad. A pesar de eso, el agua y el barro había entrado en algunas casas. No hubo que lamentar casos de muerte, pero varias personas habían sido llevadas al hospital. El aluvión les cogió en la calle y sufrieron heridas graves.

Poco a poco fue bajando la riada y enseguida llegaron dos coches de bomberos y dos camiones del municipio. Los bomberos empezaron a echar agua a presión en las aceras y en la calle para limpiarlas de barro. Los obreros del ayuntamiento se dedicaron a recoger la basura con mangueras aspiradoras. Algunos coches tuvieron que ser levantados con una grúa. Los daños eran tremendos.
“¿Qué ha pasado” -seguían preguntando los vecinos-. “¿De dónde ha venido tanta agua?”
Algunos agentes de la policía trataban de mantener apartada a la gente para que los obreros pudieran realizar su trabajo sin muchos impedimentos.
“Ha reventado el depósito de agua. Eso ha sido todo”.
El depósito había sido construido en una colina de quince metros de altura al término de la calle. Lo llenaron de agua, pero se conoce que el hormigón aún no estaba bien seco y reventó. 

Unos coches que habían sido volcados se lo llevaron en un camión-remolque y lo dejaron en en patio que el ayuntamiento tenía para tales casos. Algunos de aquellos vehículos estaban completamente destrozados. Un par de ellos se podrían reparar. Entre estos últimos se encontraba el Peugeot de Adriano.
“Nunca te he visto viajar en autobús” -dijo Herminio, vecino de Adriano-. “¿Qué pasó con tu coche?”
“El coche lo volcó el aluvión y se lo llevaron los obreros del municipio. Voy a ver si puedo traérmelo”.
“Yo voy a ver si encuentro tablas para arreglar el vallado del jardín” -dijo Herminio-. “La empalizada quedó completamente destrozada. Quizá encuentre algo que me sirva en el almacén de reciclaje”.
“Pues, te deseo suerte”.
“Igual te digo”. 
Pero, a pesar de los deseos de ambos, ni Adriano pudo recuperar el coche porque tenía que esperar que diera el alta el ingeniero del ayuntamiento y la policía. Herminio tampoco encontró las tablas que necesitaba.

Cinco días más tarde todos los vecinos damnificados recibieron una circular del ayuntamiento para una reunión en la sala de un hotel cercano. El día convenido los vecinos fueron recibidos por el alcalde y dos concejales, además del comisario de la policía local. Primeramente fueron obsequiados con una bebida a elegir. La mayoría tomó café con tarta. Otros preferieron un refresco o una cerveza. Herminio le tocó sentarse a la derecha de una guapa chica de cabellos rojos. 
“Permítame que me presente” -dijo la chica-, me llamo Helga y soy alemana de nacimiento, pero vivo en España desde la edad de ocho años. Mi padre fue ingeniero de la fábrica Philips de Bercelona, pero él y mi madre volvieron a Alemania cuando yo estaba estudiando en la Universidad y por eso me quedé aquí”.
“¡Mucho gusto! Yo me llamo Herminio y trabajo de carpintero particular. No sabía que en mi calle había una chica tan guapa”.
Helga se ruborizó.
“¡Muchas gracias!” -agradeció la chica, con una sonrisa.
De pronto el alcalde se puso en pie, levantó una copa y repiqueteó en ella con una cucharilla para llamar la atención.
“Me alegra ver que habéis venido todos los vecinos de la calle damnificada, pero al mismo tiempo, siento mucho lo ocurrido...”
El alcalde siguió hablando durante más tiempo del necesario para informar a todos de lo que el ayntamiento se disponía hacer para arreglar la calle y edificar una nueva torre para depósito de agua, pero esta vez se tendría en cuenta la catástrofe y no se darían tanta prisa en llenarlo de agua.
“Ahora tenemos que darles una mala noticia. El señor comisario tiene la palabra”.
“El señor alcalde ya lo ha dicho; tenemos una mala noticia”.
El comisario hizo una seña y entraron dos agentes de la policía local. Éstos se acercaron a la silla donde se sentaba el vecino Adriano.
“Tenemos que detener al señor Adriano Muñoz por haberse encontrado en su coche material ilegal y drogas. Señor Muñoz; haga el favor de acompañar a los agentes que están a su espalda”.
Un murmullo general llenó la sala.
“¡Yo no he hecho nada!” -gritó Adriano- “¡Soy un vecino damnificado y aún se me detiene como a un criminal!”
“Usted lo ha dicho” -contestó el comisario-: “como a un criminal. Haga el favor de no armar un escándalo mayor y vaya con los agentes sin alborotar”. 
Cuando la calma volvió a reinar en el local los vecinos siguieron haciendo preguntas y a hablar entre ellos. Al otro lado de Herminio estaba sentado un señor que se presentó de esta forma:
“He oído hablar entre usted y la señorita Helga. Mi nombre es Günther Kohl. Yo también soy alemán. Quisiera hablar con vosotros cuando terminemos esta reunión”.
“No sé si la señorita Helga aceptará. Yo la he conocido hoy, pues ella vive casi al final de la calle y yo vivo mucho más para arriba”.
“¡Ah! Eso no importa. Yo vivo casi al principio de la calle y no conocía a ninguno de los dos. Por eso yo quiero empezar conocimiento con ella y con usted. Y, perdone mi español, que no es perfecto, que digamos”.
“Tú ¿que dices?” -preguntó Herminio a Helga- “¿Has escuchado lo que dijo tu paisano?”
“Sí, estoy conforme, pero primero quiero decirte que quiero hablar contigo a solas” -contestó Helga”. 
Cuando salieron a la calle dijeron a Günther que se reuniera con ellos en el café ‘Pinocho’ dentro de media hora. Primero tenían que hablar de un asunto privado.
Helga y Herminio fueron andando, pues el café elegido estaba cerca. Por el camino Helga cogió a Herminio del brazo. Él notó en la parte superior de su brazo el agradable contacto del pecho derecho de Helga y no pudo remediar una erección. 
“Herminio” -dijo Helga cuando ya estaban sentado en un rincón del café ‘Pinocho’-: Tengo en mi jardín muchos tableros que quitaron y me estorban. Los quitaron hace más de seis meses para ponerme otra valla nueva y no vinieron a llevarse las tablas viejas. ¿Quieres hacerme el favor de alquilar una furgoneta o algo por el estilo y llevar esa madera al depósito del ayuntamiento. Yo ya llamé y me dijeron que tenía que llevarlo yo misma, ellos no vienen a recogerlo”.
“¡Qué casualidad!” -exclamó Herminio- “Yo estoy buscando algo parecido para arreglar el vallado de mi jardín que el aluvión me destrozó por completo. Esta misma tarde voy a por esas maderas. Espero que me sirvan”.
“Yo creo que te servirán, porque muy estropeadas no están. Me das una gran alegría” -al decir ésto Helga acercó la cara a Herminio y le dio un beso en la boca. La erección de Herminio se incrementó de tal forma que éste creyó que iba a tener una eyaculación. 
De pronto apareció en escena Günther.
“Bueno” -dijo cuando estuvo junto a ellos-, “ahora quiero presentarme como vecino y como amigo...”
Günther hablaba por los codos. De pronto, Hermino se levantó diciendo:
“Voy a alquilar un vehículo para transportar la madera. Dentro de media hora estaré en tu casa Helga, ¿de acuerdo?”
“Bueno” -dijo ella, y le alargó un papelito-, “aquí tienes el número de mi casa. Allí te espero”. 

Cuando Herminio llegó a casa de Helga encontró al ‘amigo’ Günther hablando con ella. Herminio cargó las tablas en un remolque y, antes de marcharse dio un beso a Helga, diciéndole-:
“Cuando deje estas tablas en mi jardín vendré a verte, ¿vale?”
“¡De acuerdo, cariño!”
Herminio tardó tres cuartos de hora en llevar las tablas a su casa y descargarla. Después se duchó, se afeitó, llevó el remolque de vuelta y después fue a casa de Helga.
“¡Hola!” -dijo a Helga cuando le abrió la puerta- “¡Perdona! Hoy no puedo recibirte”.
“¿Por qué?” -preguntó Herminio con extrañeza- “¿No habíamos quedado...?”
“¡Lo siento! Hoy no puede ser”.
Herminio no pudo entrar, pero vio a Günther recostado en el sofá de Helga. Tenía medio cuerpo descubierto. Herminio se marchó para no volver jamás. 

Al día siguiente, cuando Herminio se dedicaba a quitar las tablas rotas del jardín hizo un descubrimiento inesperado. Al retirar la tablas de su cobertizo vio que en el roto cobertizo del vecino había un par de armas automáticas y varios cajones con paquetes de cocaína. Se acordó que a Adriano se lo habían llevado detenido y aún no sabía el por qué, pero empezó a sospechar.
“¿Qué hacer?” -Herminio no sabía si ir a la mujer del vecino y decirle lo que cuasualmente había descubierto o, por el contario, llamar a la policía. ¡Vaya problema! Era su vecino, pero se dedicaba a negocios ilegales, criminales. 
Al fin se decidió por decírselo a a la vecina y que ella hiciera lo que creyera conveniente.
“Mi marido ha hecho algo que es muy malo” -le dijo la vecina-. “Yo no sabía nada. Pero ahora quiero que lo juzguen y lo condenen para que así escarmiente. Y, gracias por venir a mí y contarme lo que ha encontrado. Estoy completamente deshecha”.
La policía vino a recoger el material que había en el cobertizo del vecino.
“Muchas gracias por avisarnos. Lo que hemos encontrado en el cobertizo podría haber causado muchas enfermedades y muertes. Lo sentimos mucho, pero su marido estaba metido en una organización muy peligrosa que traficaba con armas y drogas” -dijo el policía y se despidió de la señora dándole la mano.


Rafael Téllez
Rafael Téllez (Holanda)
Mi nombre es Rafael Téllez, nací en la ciudad de Melilla un 20 de noviembre de 1930. Emigré a Holanda en 1963 y trabajé en un taller de niquelados y cromados hasta el año 1986. Después me dediqué a escribir cuentos cortos de todos los temas. Algunos han sido publicados en revistas de Centros Españoles en Holanda, como el Club Miguel Hernández de Utrecht.
Ahora estoy dibujando y pintando escenas de la naturaleza y fantasías. Ya tengo 81 años y no puedo hacer mucho más. Gracias por leer mi pequeña biografía.
He empezado a escribir cuentos cortos, y ya han sido traducidos en holandés. Espero poder publicarlos.
Fuente: www.losmejorescuentos.com

CHUÑI BENITE: VIEJITA



Tantas luce y tantas sombra que ase el amor cuando arriba da vueltas el sol del tiempo, viejita. Tantas luce y tantas sombra.


Pienso en eso cuando te visito para los mate y veo tus pasito lento y corto en la casa silensiosa, que era la casa llena sonidos y voce de ante, cuando estaba el viejo y nosotro éramo unos pendejo que vivíamo conbensido de que las cosa no se terminaban nunca.

Y no es que reniege de mi vida, viejita. Fui felis, incluso de a rato le sigo siendo, pero ya nada é como aquello. Y descubrí que eso no tubo que ver con mi edá ni con la suerte ni con los manuale. Eso era hací por vó, que cocinaba sin parar los plato de la alegría, espantando a los montruo con tus antorcha de flan y asúcar quemada. Eras vó asiendo simple la vida. Avian cosa que estaban bien y cosa que estaban mal, y en tu vos esa verdá se volbía bellísimamente clara y luminosa.

No ecsistía un dolor de pansa que tu mano no destruyera, no avia herida que no se amansara con el agua, el jabón y tus palabra. Con tu promesa de estar siempre, no avia muerte que asustara.

Uno nunca má encuentra un amor hací. Y que el degenerado de Froi se meta sus teoría en el traste: yo no hablo de la pelotudes ésa del complejo lento de Ed Hipo. Hablo, viejita, de que nunca má algien nos quiere con tanta bondá. Hablo de que nunca má nosotro queremo con tanta fe.

La trampa era el tiempo. Nosotro nos dimo encuenta tarde, vó seguro que ya sabía. El tiempo que siempre é como el vaso de agua derramado sobre el cuaderno, que despinta y arrastra las forma y los colore. Que se fue comiendo tu juersa, que va apagando tu mirada, que temblequea en la mano que pasa el mate, que nos tira al río. Y los montruo aprobecharon...

Hací y todo, el tiempo no te pudo quebrar el alma. Y si ante te parabas en la puerta de nuestros corasone para agarrarte a trompada con las asechansa del hambre y la tristesa, hoy yo sé que te plantás con la misma brabura para vestirte con las mejores sonrisa cuando nos abrís la puerta, para que no sépamo de tus dolore al dormir y al despertarte en la cama que se quedó con la mitad vasía. Para que no nos demo encuenta que ya no vas a la galería porque ay era donde el viejo te sentaba pa prender la radio y escuchar los bolero que él te dedicaba.

No es que no haya sido felis, viejita, sino que nada, jamás, fue igual a estar corriendo en pata por la calle y escucharte gritar mi nombre para abisar que la leche estaba lista.

No es que no haya sido felis, sino que nunca más encontré un mundo más bueno y más hermoso que el que vos nos armabas cada día.


Chuñi Benite
SERGIO SCHNEIDER
Es Jefe de Redacción de Diario Norte, columnista político y creador de hitos del humor político chaqueño, entre ellos: el suplemento La Sopapa, el portal Angaú Noticias y el entrañable pesonaje: Chuñi Benitez. Técnico en Comunicación Social egresado de la UNNE con diploma de excelencia (mayor promedio de la historia de esa carrera), desarrolló una extensa y destacada trayectoria en el periodismo gráfico. Trabajó en radios, canales de TV abierta y por cable y otros medios gráficos de Resistencia, y es corresponsal del diario Clarín en Resistencia. En 2013 obtuvo el premio periodístico "Félix Roberto Wandelow". Su característico humor político se reflejó en la página Angaú Noticias -que produce personalmente- y la convirtió en una de las más vistas y comentadas de la Región. Fuente: angaunoticias.com.ar - Foto: cecual.blogspot.com

AMANDA TOMALINO: POEMAS



El eco

Es cierto.
El relámpago no dura tanto.
Después el eco lo hace más cierto.
Entrellueve a cántaros
sobre las largas calles silenciosas,
entresombras danzan los siglos
hasta amanecer.
Llueve y llueve
en las ramas del manzano,
un eco,
un relámpago,
hacen más cierto
tu pecho.

.

La piel a cada rato

Sobre la mesa.
Desnuda.
Rojo y natural el instinto,
la marea, el brillo exuberante.
La vastedad, en su lugar oculto,
le sucede a cada rato.
Atardece.
Es la hora;
el minuto en que la piel
recoge lo indispensable,
lo que apenas recordamos.

.

Llueve

Llueve celeste en los suburbios.
Las cuerdas del laúd
iluminan la tarde.



Sucede en el agua


La luna se afila
y muere.

.

Solo caminar

Recién termina de llover.
Empieza el día.
Un pequeño sonido
mis huellas en la arena.



.
Inventario

Cuento los inviernos
de estos muros
y la vida
cara a cara.

.

En su quietud

Una vara de membrillo
se hace altura,
construye la belleza quieta y delicada,
un sonido simple,
un paisaje que amanece.



Rostro de barro

Donde empieza el perfume
está el oeste,
donde empieza el silencio generoso del monte.
Donde el agua llega sin pasado ni ausencia
y tiene un modo de ver,
de amar el barro
de amar la frágil verdad de la vasija.

.

Ciruelo

No volvimos a hablar de Moscú
ni del jardín donde
aquella tarde pusimos el ciruelo.
30 de setiembre.
Como hoy,
infatigable
se prepara el árbol
para otra sinfonía de verano.
Para el agua,
para la abeja palpitante,
para el inmortal verde
de sus ramas.

.

Recodo


La corriente se curva suavemente
detrás de la montaña,
del azar, de casi nada.
Las ramas se inclinan
sobre la débil frescura,
un remolino,
una huella en el agua.
Detrás de la montaña llueve luna.
Detrás del azar,
la nada.



Amanda Tomalino

Nació en San Marcos Sierras, provincia de Córdoba, Argentina. Ha publicado en poesía: “De sortilegios y pasiones” (1998); “Calendario de flecha” (2001); “Los ojos del lobo” (2005); “Equinoccial” (2007); “El cuerpo infinito” (2010); “Thesión, la isla del laberinto” (2012); “El cuaderno de mi madre” (2014); “Un lugar en el espejo” (2015); “Toda la noche afuera” (2015). Comparte Congresos, Antologías y actividades literarias en nuestro país y el extranjero. Fuente: poesiainexorable.wordpress.com -

MÚSICA: EL CHICANO


"Viva Tirado"
(Salas)
Subido por JohnyThestick
Gentileza: YouTube


"Sabor a mi"
(Alvaro Carrillo Alarcón)
Subido por JohnyThestick

Gentileza: YouTube




EL CHICANO
Con los años, El Chicano a menudo se ha comparado con Santana y, sin duda, hay muchos paralelismos. Ambos son de California (aunque diferentes partes del estado), ambos son dirigidos por mexicoamericanos, ambos han grabado en inglés y en español, y ambos han favorecido una mezcla muy ecléctica e impredecible de rock, soul, funk, jazz , blues y salsa afrocubana. Además, no se puede evitar el hecho de que El Chicano (cuyo nombre en español significa "el chicano" o "el mexicano-americano") ha estado muy influenciado por el atuendo de Carlos Santana . Sin embargo, El Chicano tiene un estilo propio y Santana no es la única influencia de la banda. A lo largo de los años, El Chicano ha sido afectado por todos, desde los almas chicanos como Caníbal y los cazadores de cabezas y Thee Midniters hasta el favorito del soul soul latino, hasta los pesos pesados ​​de la salsa como Tito Puente , Ray Barretto y Mongo Santamaria .Los miembros de El Chicano no solo se vieron afectados por la experiencia mexicoestadounidense, también estaban al tanto de lo que los músicos cubanos y puertorriqueños estaban haciendo en la costa este y en el Caribe. El Chicano , que originalmente se llamaba VIP, se fundó en el este de Los Ángeles (un área fuertemente mexicano-estadounidense) a fines de los '60. Los miembros originales de la banda incluyeron al cofundador / líder Bobby Espinosa (órgano, teclados eléctricos, piano acústico, voz), Freddie Sánchez (bajo, voz), Mickey Lespron (guitarra principal, voz), Andre Baeza (congas) y John De Luna (batería). En el camino, El Chicano tuvo más cambios de personal en su parte de personal;Los miembros que no se unieron hasta los años 70 incluyen a Ersi Arvizu (voz principal), Héctor "Rudy" Regalado (timbales, voz), Max Garduno (congas), Danny Lamonte (batería), Brian Magness (bajo), Joe Perreira  (bajo), Jerry Salas (voz principal, guitarra), Rudy Salas (guitarra) y Steve Salas (voz principal), entre otros. (Los hermanos Salas se unieron a otra banda de East LA, Tierra , que fue una spinoff de El Chicano y es mejor conocida por su exitosa versión de 1980 de la balada soul de los Intrusos , "Together"). Después de crear un rumor en East LA a finales de los años 60, El Chicano firmó con MCA en 1970 y grabó su álbum debut, Viva Tirado. La canción instrumental, escrita por el pianista de jazz Gerald Wilson , se lanzó como single y se convirtió en el mayor éxito de El Chicano; la grabación alcanzó el número 28 en la lista de singles pop de Billboard y el número 20 en su lista de singles de R & B. En los gráficos regionales de LA, "Viva Tirado" pasó aproximadamente 12 semanas en el número uno. "Viva Tirado" (que fue inspirado por el torero mexicano José Ramón Tirado) era una rareza; en los años 60 y 70, rara vez se veía ningún tipo de instrumental de jazz: straight-ahead, fusión, soul-jazz, o de otro tipo, escalando tan alto en las listas nacionales de Billboard. Cuando un instrumental de jazz se convirtió en un sencillo en los mercados pop o R & B, era la excepción en lugar de la regla.Mientras que el single de "Viva Tirado" no convirtió a las superestrellas nacionales de El Chicano -nunca fueron tan grandes como Santana- la banda sí consiguió seguidores leales de culto y fue especialmente popular en los vecindarios mexicoestadounidenses del suroeste de los Estados Unidos. Después del LP Viva Tirado , El Chicano grabó varios álbumes más para MCA, incluyendo Revolución de 1971, Celebración de 1972, El chicano de 1973, Cinco de 1974, Lo mejor de todo de 1975 y Pirámide de amor y amigos de 1976. El segundo éxito más grande de El Chicano llegó en 1973 cuando MCA lanzó el clásico del soul de ojos marrones "Tell Her She's Lovely" como single. A nivel nacional, la canción (que presenta a Jerry Salas en la voz principal) no fue un gran éxito; "Dile que es adorable" solo alcanzó el número 40 en la lista de singles pop de Billboard y el número 98 en la lista de singles R & B de la revista. Pero en los barrios mexicoamericanos, la canción era enorme: entre los Baby Boomers Chicanos, "Tell Her She's Lovely" fue tan popular como los grandes éxitos de los 70 de War . El contrato de El Chicano con MCA terminó en 1976; ese año, la banda grabó su primer álbum post-MCA, This Is ... El Chicano , para el sello independiente Shady Brooke (donde los residentes de LA disfrutaron de un control más creativo que durante sus seis años en MCA). El siguiente LP de la banda, Look of Love , fue lanzado en Musidisc en 1977; luego, a principios de los 80, El Chicano grabó brevemente para Columbia, que lanzó la canción soul romántica de ojos azules "Do You Want Me" como sencillo en 1983. Aunque no era un álbum nacional, la canción se convirtió en un éxito menor ( principalmente en áreas mexicano-americanas). El Chicano no hizo mucha grabación en los años 80 o 90, pero la banda hizo un regreso al estudio desde hace mucho tiempo con Painting the Moment de 1998. Lanzado en Thump, ese CD marcó el regreso del guitarrista original Mickey Lespron , que no había grabado con El Chicano desde los años 70.
Fuente: allmusic.com - Alex Henderson - YouTube - Foto: harmonycentral.com

viernes, 17 de noviembre de 2017

IBARRECHEA: NAVEGANTES

El pequeño Dasgui, presentó sus papeles en la borda a la guardia y acomodó el equipaje de marinero donde su superior inmediato y los demás le indicaron, tomó su puesto de segundo vigía de proa y esperó por las órdenes del Oficial de Cubierta.

Estaba nervioso, impaciente.

Mientras tanto, siente el inquietante sonido "floap, floap" que lanza la vela mayor cuando flamea, en el barco de su Majestad.

Todos los Gavieros trepan por los palos para sujetarla.
En lo alto, el Observador anuncia a los gritos.
-¡Viento en popa!
Los marineros sueltan las amarras.
-¡Viento en popa!
Agrega el Timonel.

Todas las velas se hinchan y despiden un estruendoso "floap, floap" que sacude a la veterana embarcación.

El pequeño Dasgui sabe entonces que debe levantar su mano derecha, y el primer vigía también para anunciar que todo está en orden.

El Cabo de Cubierta grita ahora.
-¡Leva la proa! ¡Leven anclas!

Y los Oficiales se dirigen a formar junto al Capitán, que mira hacia el cielo azul de aquella primavera.

El Capitán luce un uniforme blanco hielo, con insignias y atributos dorados y su barba larga, oculta la corbata negra de reluciente seda.

La gente, amontonada en el puerto, se agolpa a saludar la partida del barco de su Majestad, que intentará conquistar al séptimo cielo. 

La nave dibuja una línea de espuma en el mar y las velas van sonando en un monótono "floap, floap". 

Entonces, el barco de su Majestad, mas allá, se desprende del mar.

Se eleva chorreando agua.
Y el agua se hace lluvia sobre algunos caseríos lejanos.
Y el barco penetra entre las nubes.

Ahora todo queda lejos allá abajo. 
El capitán ordena a sus contramaestres que cada uno de los tripulantes ocupe su lugar. 

Solo queda una luz encendida, donde los navegantes leen las cartas astrales, mientras el pequeño Dasgui, marinero de primera, huérfano de papá y mamá, siente mareos y ganas de llorar, mientras crujen los maderos, mientras las blancas velas del barco espacial, siguen sonando así, "floap, floap".

Y después, mucho tiempo después, el barco de su Majestad, alcanza las estrellas.



Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

DELFINA ACOSTA: MI PRIMO Y YO



Tenía la edad del limonero de la casa, y me relamía los dedos con pensamientos que acababan descomponiéndome, pues me quedaba con los ojos muy abiertos, hasta altas horas de la noche, sin oír siquiera el violín del grillo que vagaba por la habitación. O el chistido del búho. Entonces, mi abuela me acercaba un vaso de leche, diciéndome: “Ya otra vez estás en trance. Mañanita terminarás loca. Estás de cabra. Tal cual. De cabra. No se debe pensar en eso a tu edad”. 
Me hallaba enamorada. 
Mi corazón era un árbol dentro de una casona, un árbol cuyas ramas crecían rompiendo tejas y aleros para terminar por crucificar sus nervios en el pararrayos. Sus frutas eran el mismo incendio pues las cortinas desaparecían, bajo el fuego, hasta que sólo quedaba una ventana desde la que observaba, melancólica, un horizonte, una línea crepuscular de pájaros negros en huida. 
Me gustaba hablar conmigo misma en un lenguaje que era la mismísima niebla. O el nubarrón del que salían las tijeretas bulliciosas. 
Pensaba en mi primo como se piensa en la llovizna, en las hojas llevadas por los pasos apresurados de la gente, en el viento de la lluvia arrastrando una carta desconocida, en la oscuridad de la habitación presa de su clausura donde parpadeaba la luz fosfórica de una repentina presencia. 
Ya no recuerdo casi las facciones de M. A. Sé que era inteligente. Sabía trigonometría, botánica, física y hasta masonería; era el mejor alumno del colegio, solía entrar en crisis nerviosas y me adoraba. 
Jugábamos a los indios. Venía a liberarme de la indiada, que era rebelde; los primos, entonces, amenazaban con dejarme devorar por las hormigas rojas que iban y venían en un tránsito alocado por el jacarandá. 
Abrazarme fuertemente, llamarme reina cautiva, volverme a atar con la piola, formaban parte de las escenas cinematográficas. 
El juego tenía un guión de muerte, traición y despedidas. 
Éramos niños, la sangre nos quemaba las venas; amaba sus ojos negros animados por la chispa genuina de la genialidad. Solía fijarse en los limones de mi pecho, pero no se atrevía a morderme, a bajar su cara sobre mi cara. No era que no queríamos besarnos por miedo a que nos viera la abuela. Sentíamos el temor real a nuestra carne, pues nos atreveríamos a todo, después, si empezábamos por las bocas. 
Nos alegraba tomarnos de las manos. Y abrazarnos hasta que la inocencia estallara. Mi primo desarreglaba mis cabellos; sentía bronca contra mi pelo lacio. Se suponía que debía enojarme, por lo menos falsamente. Pero me quedaba fea, quieta ante sus ojos, con los cabellos desarreglados y el corazón pisando el vestido y la enagua de mi entendimiento. 
Yo era una india de una película del Lejano Oeste, sublevada y herida por el amor de un hombre blanco, que en breve tiempo retornaría a la civilización. 
A la noche, tumbada sobre el lecho, pensaba una, dos, siete veces, en él. Diera cuanto diera porque me besara. 
Imaginaba que iba a la colina, y que lo llamaba, al caer la tarde, y que él aparecía saliendo de mí misma, de mis alucinaciones, plantándose ante mi figura. 
Haríamos el amor bajo la luna escarlata, enorme y cruzada por una gritona ave nocturna, sobre el pasto apenas mojado. No iríamos en sangre. 
Pienso en mi amor infantil y el alma se me llena de hojas amarillas y quebradizas. Entonces era pequeña y me juraba a mí misma que me casaría con M. A. 
Me miro en el espejo: muchos espíritus tristes y alientos que exhalan el frío de los huesos sepultados se arriman a la luna del ropero. Hay un llanto, un murmullo de muertos en la habitación. Y un olor a jazmines viejos y pasados por agua servida. 
Afuera, un perro ladra a otro. 
El macho corteja a la hembra. Las moscas vuelan en torno al cadáver de un gorrión sobre la vereda mugrienta. Un niño observa la escena y arroja una piedra contra las bestias. 
El espejo me devuelve la imagen de una mujer que todavía sueña que es niña, y que aguarda la llegada, de un momento a otro, de su primo.
Podría jurar que el amor de la infancia es el más fuerte de todos los amores.



Delfina Acosta
Delfina Acosta Nació en Asunción (1956), pero su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. 
Su primer poemario Todas las voces, mujer... obtuvo el Primer Premio ‘Amigos del Arte‘. En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes. 
Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía ‘Manuel Ortiz Guerrero‘ y dio a conocer algunas obras poéticas en publicaciones colectivas del citado Taller.
Publicó el poemario La cruz del colibrí, que lleva prólogo de la poetisa Gladys Carmagnola. 
Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos literarios en el libro El viaje. 
Su obra Romancero de mi pueblo ganó el segundo premio ‘Federico García Lorca‘. Romancero de mi pueblo lleva prólogo del crítico y poeta Hugo Rodríguez- Alcalá. 
Dio a conocer un poemario llamado Versos esenciales, dedicado íntegramente a honrar la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. Fue presentado al público paraguayo en 2001, en la embajada de Chile en Paraguay. Varios ejemplares del poemario se encuentran en exposición permanente en la casa museo Isla Negra. El PEN Club del Paraguay otorgó al libro el Primer Premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal.
Su último libro, que ahora edita Portal de poesía, lleva el nombre de Querido mío: y es best sellers en Asunción, ha recibido el premio ‘Roque Gaona 2004‘.
Sus obras (cuentos y poesías ) están incluidas dentro de numerosas antologías nacionales y extranjeras. 
Es columnista del diario ABC Color; hace comentarios literarios sobre los escritos de los poetas y narradores paraguayos en el Suplemento Cultural del mismo diario. Dirige el Taller de Poesía de la Manzana de la Rivera.
Fuente y foto:sociedaddedospoetasamigos.blogspot.com