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viernes, 13 de octubre de 2017

DANIEL TOMÁS QUINTANA: MAPAMUNDI


Entonces el mundo,/ era pequeño e infinito. / Es cierto, / en aquellos días, / consta en mi memoria, / el mundo entero / cabía en pocas cuadras.

El epicentro del planeta / era el espacio / que extendía su dominio / entre el mítico almacén / de los Moreno, / donde doña María / con sus regordetas / manos coloradas/ construía increíbles paquetes / con orejas, / hasta el preciso lugar / en que el insigne Bar el Tope, / con su enorme pecho / acribillado por el tiempo / le cortaba el paso / a la calle Belgrano, / allá al 600…/

En esa región / sucedía la vida.

Hoy, cierro los ojos y veo / aquella vereda del frente / la que recostaba su espalda / en las muertes diarias / del sol.

En la esquina: / una casa / con paredes de ladrillos / injuriados por los años, / techos de chapa petisos, / inmenso patio de tierra, / un alambrado esmirriado / y un aguaribay musculoso, / donde gastaban sus horas / el Zorro Duarte y sus hijos, / y la familia que comandaba / aquel Machito García, / criador de burros / y juntador de leña, / impenitente volador / eternamente fracasado.

Después, solitaria como su dueño, / se erguía la antigua pieza / donde, don Santiago, / el ciego, / convocaba los duendes / del asombro / y paría historias entrañables. / Al fondo, la carpa verde / de un viejo tala espinoso, / un galpón, / un gallinero, / un bosque de duraznillos / y un denso cañaveral / donde, andaba suelto el diablo.

Más allá, / la casa de los tíos, / natural prolongación / de mi patria inmediata. / Mi tío Floro, recuerdo, / me legó la ciencia y el arte / de la paciencia / y la risa.

A su lado, / buscando el norte, / la casa del Hugo Chávez, / aquel militar del barrio, / donde un ocaso perdido / de un bochornoso verano / me asombré, por vez primera / ante un árbol navideño / con estrellas de colores / que encendían y apagaban, / acompañado por un perfume / de arroz con leche y canela.

Luego, siempre en la misma vereda, / Margarita y Magdalena / las mellizas de ese mundo, / pollera azul, blusa blanca /cantaban siempre la historia / de aquella blanca paloma / que con el pico / cortaba la rama.

Siguiendo siempre hacia el norte / un dulce árbol de moras / y aquella casa precaria / en cuyo patio de tierra, / en un viejo fuentón de chapa, / doña Orfilia, libraba / sus cotidianas batallas, / en legítima defensa / del cielo azul de sus hijos; / a Camamelo, uno de ellos / todavía me parece verlo: / pantalones remendados, / alpargatas bigotudas, / inmensa sonrisa buena / bajo la nariz transpirada.

A su lado / la casa de aquella Niña / que con disimulada ternura / oficiaba la cruel liturgia / de ser la soltera del barrio. / Y al final, un ancho baldío / preñado de churquis bajos, / palan-palan / y lagartos.

La calle Salta, / como una herida profunda / de piedras, huecos y arena, / le cortaba el paso a la cuadra / y haciendo tope / aquel bar ya mentado, / nada más y nada menos / que un boliche de mala muerte / donde el Ñato / que era su dueño / asesinaba su pena / a golpes de vino y ginebra / repitiendo el letanía / el nombre de su mujer / que había muerto / hace poco.

Ahora… / cierro los ojos y veo, / aquella otra vereda, / la del Este que, / es menester declararlo, / se iniciaba en Vélez Sarfield, / en la esquina precisa / en que con luz tenue latía el almacén de Moreno, / exótica coalición / de yerba, vino y aceite, / de faroles y canastos / con fideos y galletas.

A su costado, hacia el Norte, / se levantaba mi casa, / sólido puerto seguro, / donde anclaba mis navíos / después de cada tormenta.

Enseguida una verja brillante / de tupido siempreverde, / un pilar de ladrillos blanqueados, / un simulacro de puerta: / dos piezas, / un norno al fondo / doña Felisa haciendo pan y tortillas, / lavando ropa y planchando, / mientras su hijo Paul, / arrancaba gemidos largos / a una guitarra casera.

Inmediantamente, el campito / confluencia milagrosa / de limpio y sereno bladío, / aeropuerto de barriletes, / potrero de desafíos, / escenario de fogatas / y de guerras despiadadas / con cerbatanas de caña / y bulicas de un árbol oscuro / que daba sombra en el parque. / A su lado habitaban / un matrimonio y un chico / que andaba siempre llorando / y llamando a su abuelita.

Más adelante, un baldío, / una vivienda inconclusa, / y en la esquina de la Salta, / una venta de carbón / que atendía el Quirca, mi amigo, / mi compañero / y cómplice de aprendizaje.

Pero el territorio del mundo / se iba ensanchando en paisajes, / se dilataba en suburbios; / por ejemplo, / bajando la Vélez Sarsfield / un cauce de río seco / / y en su ribera de pasto / la cancha de los Rodríguez / y en la esquina del frente / el almacén de don Atilio.

Desde ese punto, / mirando al poniente y arriba, / los árboles corpulentos / de la casa del pintor, / el dibujo del pararrayos / enhiesto en el sanatorio, / el chalet de los Moreyra, la silueta imprescindible / de aquel Loco de los Patos / caminando en los jardines, / el terraplén y las vías / y a veces, el tropel metálico / de un viejo tren agitado / alborotando la tarde.

Buscando por otro rumbo, / hacia el sur, / por la Belgrano al 500, / el panadero Carlufa, / don Racedo y su misterio, / doña Pepa, la enfermera, / y en la esquina de la Paz / aquellas barrancas de río / que construían las lluvias.

Subiendo por Vélez Sarsfield, / el bullicio del Punto y Chanta, / los titánicos bochazos, / el sapo esquivando fichas / y en mi mano una Bidú./ Luego, el amanecer de la Silvia, / el parque infantil, los juegos, / y en la esquina, / una fragancia crocante / de pan caliente y facturas. / A la vuelta, la carnicería que, / con gesto adusto, / atendían don Bartolo / y el gordo Rocho.

Y por la España, hacia el Sur, / la despensa de la turca / donde cada fin de mes / mi madre pagaba la cuenta / y yo esperaba la yapa. / Todavía más allá, / en las fronteras del mundo, / la casa donde vivían / la abuela Aurora y los tíos, / el gomero Ramón Ángel, / aquel almacén esquinero / de don Rodolfo Lovrich, / el cadáver petrificado / de la vieja bomba de agua, / los misterios de la zanja, / el óxido de las vías viejas / y aquel Recreo Victoria / derrotado por la furia, / donde un día de septiembre / arrancaron con un Ford / una estatua de la Eva.

Mucho más lejos aún / existían otros mundos, / que alguna vez visitaba / de la mano de mi madre: / la plaza, / el solemne correo / donde trabajaba mi padre, / el mágico cine umbrío, / la iglesia donde rezaba, / la pujante estación de trenes, vocinglera y tumultuosa, / la heladería El Danubio, / el sabor del chocolate / y aquellas lunas redondas / de los pechos de su dueña / que deslumbraban mis ojos.*


*(“Ejercicios de la memoria” – 2006)


Daniel Tomás Quintana


Daniel Tomás Quintana nació en Deán Funes, en el norte cordobés, el 10 de agosto de 1954. Empleado judicial. Periodista gráfico. Poeta. Escribidor. Realizó también programas periodísticos radiales y televisivos en su ciudad natal. Co-fundador del periódico estudiantil “El Vigía”, periódico “Viento Norte” y Revista “La Posta”. Dirigió Ediciones La Posta de Ischilín, sello dedicado a la difusión de autores del norte de la provincia. Fundador y coordinador del Café Literario “La Mazamorra”. Organizador y coordinador del 1º Encuentro de Empalabrados, realizado en su ciudad entre los días 29 de abril y 1º de mayo de 2017. Colaborador de la revista cultural Desterradxs. Ha ocupado cargos en instituciones, deportivas, sociales y culturales, además de haber incursionado en la actividad social, gremial y política. Publicaciones “Elogio de la Patria” (Poemas) – 1996 “Versos cotidianos” (Poemas) – 1998 “Ejercicios de la memoria” (Poemas – Cuentos) – 2006 “Ando con ganas de volverme viento” (Poemas) – 2015 / 2016 “Ejercicios de la memoria” (Poemas – Cuentos – Relatos) - 2017
Fuente: www.facebook.com/danieltomasq - Foto: Archivos del blog


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