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viernes, 13 de octubre de 2017

ALEJANDRO DOLINA: MÁSCARAS

Según cuentan algunos, el corso de la avenida La Plata, en Santos Lugares, era utilizado frecuentemente por ángeles y demonios cuando tenían que cumplir alguna misión terrestre.

Solía decirse también que entre todas las máscaras del corso, una era el diablo. 
Los hechiceros de Lourdes y Villa Lynch aprovechaban aquellas jornadas para suscribir convenios de toda clase con los poderes de las tinieblas. Tras las caretas espeluznantes se ocultaba el verdadero horror de las caras del mal. Los hombres sensibles de Flores solían pasearse por allí tratando de reconocer el sello de las Legiones, o bien gritando frases ingeniosas en el oído de las muchachas. Cada vez que sospechaban el carácter sobrenatural de algún enmascarado, comenzaban a acosarlo tratando de provocar alguna reacción reveladora. Nunca tuvieron suerte. 

Las mascaritas eran muy diestras en la ocultación de investiduras infernales o eran, lisa y llanamente, sifoneros o ferroviarios disfrazados de Mandinga. Una noche, un mozo alto, vestido de Arlequín, les pareció el finado Antúnez, un pintor de la calle Morón que llevaba diez años muerto. Indagada a fondo, aquella máscara negó terminantemente la identidad que se le atribuía. El ruso Salzman, a quien Antúnez le debía sesenta pesos, exigió al hombre la exhibición plena de su rostro y la devolución de la suma precitada. El finado Antúnez huyó a la carrera y se perdió entre los vagones de los talleres del ferrocarril. 

En la última jornada de aquellos mismos carnavales, una figura cubierta con una capa negra se acercó a Manuel Mandeb, que había llegado solo hasta el extremo del corso. 
—Soy la Muerte —dijo. Mandeb señaló su mediocre indumentaria de pirata y declaró que era el Capitán Morgan. La figura insistió. 
—Disculpe. No ha sido mi intención dar título a mi disfraz. Soy la Muerte, más allá de cualquier metáfora. Y si me permite la franqueza, vengo a llevármelo. Manuel Mandeb entornó los ojos y levantó el índice, como quien se apresta a una refutación. Después dio media vuelta y salió corriendo por avenida La Plata en dirección a Rodríguez Peña. Al cabo de una cuadra y media de persecución, la figura lo alcanzó. 
—Déjese de payasadas —dijo jadeando—, venga conmigo. Lo único que falta es que me haga un escándalo en plena calle. 
—Me va a tener que arrastrar — gritó Mandeb, muerto de miedo— Además, me parece que usted no es más que un sifonero, o quizás un ferroviario disfrazado. La Muerte alzó un brazo y Mandeb quedó helado. Quiso moverse, pero no pudo. Tal como suele ocurrir en estos casos, pasaron por su mente los episodios principales de toda una vida. Mandeb advirtió, sin embargo, que esa vida no era la suya. Se atrevió a una objeción desesperada. —Me parece que usted está buscando a otra persona. 
—Yo busco al que encuentro. Nadie es otra persona. 
—¿No podría ir a morirme a un lugar más discreto? Aquí está lleno de gente y si hay algo que no soporto es estar muerto en medio del corso de avenida La Plata, frente a una muchedumbre de curiosos. 
—¡Basta! No trate de ganar tiempo. 

En ese momento apareció una muchacha deslumbrante vestida de ángel. Era Beatriz Velarde, el amor imposible de Mandeb, la novia ausente, la mujer que lo había amado sólo por un rato. Lucía unas alas de color celeste y un antifaz de plata ocultaba sus ojos. Mandeb la reconoció por las tetas. 
—¿Qué es lo que pasa? —dijo el ángel. 
—Soy la Muerte y vengo a llevarme a este caballero. El ángel se acercó a Mandeb y lo besó en la boca. 
—Muy bien. Ahora no te lo podrás llevar. Si un ángel besa a un moribundo, la Parca debe retroceder. La Muerte miró largamente a Beatriz Velarde. Era difícil no confundirla con un ángel. Sin decir una palabra, dio media vuelta y desapareció detrás de una murga. Mandeb quiso tomar la mano de Beatriz, pero ella le tiró una serpentina y salió corriendo. Durante el resto de la noche, el pensador de Flores buscó infructuosamente al ángel por todo el corso. Se asomó a la pizzería «Los ases», revisó los palcos, entró en la heladería «Pololo», preguntó a sus amigos. Ya era de día cuando llegó a su casa. Después, durante toda su vida, siguió buscando a Beatriz. 
Pero ella no volvió a besarlo nunca más.

Del libro: "BAR DEL INFIERNO"
© 2005, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C

Alejandro Dolina

Alejandro Ricardo Dolina (Morse, 20 de mayo de 1944) es un escritor, músico, conductor de radio y de televisión y actor argentino. Realizó estudios de Derecho, Música, Letras e Historia. Es conocido dentro y fuera de su país por sus obras literarias y su clásico programa radial La venganza será terrible.
Dolina nació en Morse,cerca de Baigorrita, en la provincia de Buenos Aires, y pasó su primera infancia en la localidad bonaerense de Caseros. Su madre, Delfa Virginia Colombo (1922-1994), era maestra. Su padre era contador, ejecutivo de Plavinil Argentina.
Estudió música y literatura desde la juventud. Aunque siempre ha evitado comentarios sobre su vida privada, a menudo comparte anécdotas relativas a su juventud en compañía de músicos y juerguistas profesionales. Tuvo diversos empleos. Se sabe que fue operario de ENTELy estudiante de Derecho. A los 22 años abandonó la carrera de Derecho y estuvo desempleado. En una fiesta conoció a Manuel Evequoz quien, interesado por la fina inteligencia y el humor de Dolina, trabó amistad y le consiguió trabajo en una agencia publicitaria. Esto significó su introducción en los medios de comunicación y el descubrimiento de su vocación en el ambiente. Dolina fue un gran amigo de Evequoz y en él está inspirado su personaje Manuel Mandeb. Desde su juventud fue aficionado al tango, a la filosofía y la literatura. La mujer tiene un rol fundamental en su discurso y aun en sus motivaciones, cuando afirma que «todo lo que hago lo hago para levantar minas». Esa cita es erróneamente atribuida a Dolina, ya que en verdad pertenece al humorista Caloi, que lo puso en boca del personaje Alexis Dolinades, inspirado en él. Dolina retoma esta afirmación en su obra Lo que me costó el amor de Laura (1998): «Se ha dicho que el hombre hace todo lo que hace con el único fin de enamorar mujeres». 
Fuente: es.wikipedia.org - Bar del Infierno de Alejandro Dolina  Editorial Planeta - http://assets.espapdf.com
Foto: Archivo del blog



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