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domingo, 30 de julio de 2017

ROBERTO ARLT: ¿QUIERE SER USTED DIPUTADO?



Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes:

-Soy un ladrón, he robado… he robado todo lo que he podido y siempre.

Enternecimiento

Así se expresa un aspirante a diputado en una novela de Octavio Mir­beau, El jardín de los suplicios.

Y si usted es aspirante a candidato a diputado, siga el consejo. Ex­clame por todas partes:

-He robado, he robado.

La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a ven­derlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el pre­sente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos “eran honestos”. “Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta.” Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escu­piera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cual­quier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que “el país necesita gente honesta”. No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de “honradez”. En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alar­dee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gen­te, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias. Ahora, yo que conozco un poco a nuestro público y a los que aspiran a ser candidatos a diputados, les propondré el siguiente discurso. Creo que sería de un éxito definitivo.

Discurso que tendría éxito

He aquí el texto del discurso:

Señores:

Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a “aco­modarme” mejor.

Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundi­do las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, se­ñores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamen­te, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.

Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino “evolutivamente”. Me per­mito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, so­bre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un plato de lentejas, créanlo…, prefiero ser honrado. Abarquen la magni­tud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado.

Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Vende­rán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es de­cir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco bo­liviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comer­ciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré ar­mas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines… ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio “ipso facto” a mi candidatura…

Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo. He sido detenido en averiguación de antecedentes co­mo treinta veces; por portación de armas -que no llevaba- otras tan­tas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí, rematador falluto, corredor, pequero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones, ayudante de pequero porque me exoneraron de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendi­do quinielas, he sido, a veces, padre de pobres y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve… Señores, si no me creen, vayan al Departamen­to… verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina… Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Pa­lacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores…

Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República.


Roberto Arlt
Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900. Era hijo de Karl Arlt y Ekatherine Iostraibitzer. Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. A los nueve años de edad fue expulsado de la escuela primaria. Fue un niño de carácter nervioso, la lo que no ayudó la ecuación rigurosa y disciplinada que su padre le brindó.
Ya de adolescente Roberto Arlt descubrió el esperanto y comenzó a frecuentar la biblioteca anarquista de su barrio. Se fue de casa a los diecisiete años y sobrevivió realizando toda suerte de oficios: pintor de brocha gorda, ayudante en una librería, aprendiz de hojalatero, peón en una fábrica de ladrillos y estudiante fracasado de la Escuela de Mecánica de la Armada, pero ya en 1920 publicó Las ciencias ocultas Buenos Aires y en 1922, se inició en el periodismo escribiendo en el periódico Patria, que pertenecía a la Liga Patriótica Argentina, organización paramilitar, católica y ultraderechista, por lo que duró poco su colaboración.
Más adelante escribiría para Izquierda, Extrema Izquierda y Ultima Hora. En 1926 apareció publicada su primera novela, El juguete rabioso. Comenzó en esta época a escribir en la revista Mundo Argentino. Dos años después ya era redactor de los diarios El Mundo, Crítica y La Nación. 
En 1929 la editorial Claridad publica su segunda novela, Los siete locos. Sus cuentos se publican en El Hogar, Metrópolis, Azul, mientras sus aguafuertes ya son famosas y esperadas. En 1930 se vincula con la Liga Antiimperialista contra Uriburu, también firmará el manifiesto por la creación de un sindicato de escritores revolucionarios. En 1931 aparece Los lanzallamas, segunda y última parte de Los siete locos. Un año después aparece su última novela, El amor brujo, y empezó a sentirse interesado por el teatro. Estrenó su obra 300 millones.
Al mismo tiempo de su actividad como escritor, Arlt buscó constantemente hacerse rico como inventor, con singular fracaso. Formó una sociedad, ARNA (por Arlt y Naccaratti) y con el poco dinero que el actor Pascual Naccaratti pudo aportar instaló un pequeño laboratorio químico en Lanús. Llegó incluso a patentar unas medias reforzadas con caucho, que no llegaron a ser comercializadas. 
También se publicaron sus Aguafuertes porteñas y tras su viaje a España, dos meses antes del inicio de a sublevación, publicó en 1936 las Aguafuertes españolas.
Murió el 26 de julio de 1942 en Buenos Aires, a causa de un infarto.
En sus relatos se describe de modo descarnado e intenso las bajezas y grandezas de personajes inmersos en ambientes indolentes. De este modo retrata la otra Argentina, no la de las clases bienpensantes sino la de los recién llegados, la de los inmigrantes que intentaron insertarse en un medio regido por la desigualdad y la opresión. Esto le costó el desprecio de la elite cultural de su época que además lo acusó de escribir de un modo "descuidado". Su capítulo más recordado es el de las diferencias reales o aparentes que enfrentaron a los grupos de Florida y Boedo. Aunque mantuvo relaciones con los escritores adscritos al primero (por algún tiempo fue secretario de Ricardo Güiraldes, a quien dedicó El juguete rabioso, y colaboró en la revista Proa), Arlt no dejó de sufrir el desdén de los martinfierristas, representantes de un arte minoritario y europeizado, jóvenes cultos que parecían detentar los derechos a la tradición literaria y a la renovación. 
Sin embargo, la obra de Arlt respira una vitalidad poca veces igualada en la literatura argentina del siglo XX y detrás de sus incorrecciones se asoma la gestación de la nueva realidad social de su país. En los años subsiguientes a su muerte ganó el merecido reconocimiento de la crítica, Cortázar fue el primer autor en reivindicar abiertamente su obra, y actualmente es considerado como el primer autor moderno de la República Argentina. Fuente: Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt - biblioteca.derechoaleer.org - Foto: archivos del blog

DANIEL SALZANO: OH, CUANDO PIENSO

Aparte de la primavera/ estas son algunas de las cosas que me gustan:
La musiquita de fondo que utilizaba Víctor Brizuela en “Sucesos deportivos”/ los bizcochitos Canale/ los botones desprendidos/ las biromes extraviadas/ me gusta cuando me confunden con otro/ ¿vos sos Luis el hijo del ferretero de la calle Charcas?/ No/ yo soy Daniel, el hijo de la modista de la calle Lamadrid.

Me gusta el olor que despide Bonafide/ y hablando de café/ me gusta entrar al Sorocabana/ cuando suena la campana de la iglesia/ en realidad soy un blando/ que hunde las manos en el bolsillo/ cada vez que llega el mediodía/ me gustaría/ que esto quedara entre nosotros.
Me gusta la primavera/ y en cualquier época del año/ me gusta el final de un poema de Walt Whitman/ que dice así:/ soy la hierba/ déjenme trabajar en paz.

Me gusta escuchar la vieja voz de la ciudad/ mientras permanezco/ en las esquinas/ ¿Soy el pueblo?/ ¿La masa?/ ¿La turba?/ A veces la cabeza/ me golpea contra el cielo.
Me gusta cuando Bogart dice/ dale negro/ tocá la musiquita.
Y ahora demos paso a las inevitables vaguedades:/ me gusta quejarme sobre la identidad de la nación/ y tengo preparados al respecto/ varios discursitos/ señoras y señores:/ bajo las baldosas del área peatonal están escritas dos fechas/ la de mi muerte y la de mi nacimiento.

Me gusta saber que tengo un hijo: el nieto de la modista/ de la calle Lamadrid.
Me gusta saber que hubo una época/ en la que los grandes caballos/ se alimentaban con las flores que crecían/ al costado de las vías/ pero ya no hay más trenes/ ni caballos/ oh/ cuando pienso en qué se convirtió todo eso.

Y/ naturalmente/ me gustan los libros/ apilarlos a mi alrededor para cuando sea grande y pueda leer en horario de oficina/ sacarles chispas/ los libros dan potencia sexual/ curan el cáncer/ otorgan sabiduría/ sirven como antídoto para las mordeduras de víbora/ francamente no sé cómo hago para tener semejante certeza/ en la vida, pasión y muerte de los libros.

Me gustaría formar parte del Consejo de Ancianos de la ciudad/ para ir a las reuniones vestido como un dandy/ mocasines de gamuza azul/ los botones del pecho bien desabrochados / para que se me vean los tatuajes/ me gustaría tatuarme el escudo de Córdoba/ entre las tetillas A y B/ tal vez le agregue una mujer/ asomada al balconcito.
Me gusta recordar la cara de mi viejo/ cuando me hacía/ el nudo de la corbata/ el marido de la modista de la calle Lamadrid.

Me gustan las estatuas con barba de gigante/ me gusta ser un hombre honrado/ soy un clásico escritor de onda media/ tracción a sangre/ blanco y negro/ y sonido monoaural/ el típico amigo de Marcello Mastroianni/ me acuerdo de Mastroianni / cuando aparecía y me decía andiamo/ ¿andiamo, Salzano?
Oh/ cuando pienso.


Daniel Salzano

Daniel Nelson Salzano (Córdoba, 22 de mayo de 1941 - ibídem, 24 de diciembre de 2014) fue un periodista, poeta y escritor argentino.
Sus poemas fueron publicados en distintas revistas literarias: Barrilete, Mitos, Monólogos, Acento, El Lagrimal Trifurca, El Escarabajo de Oro, Horizontes y Crisis, así como en los diarios La Opinión, Clarín de Buenos Aires y Últimas Noticias de Venezuela.
Recibió múltiples premios y distinciones, como la Cruz de la Corte de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, otorgada por el Rey Juan Carlos I de España (2001) y el Premio J.L. de Cabrera (1998).
Durante sus últimos años realizaba la columna Quienes y Cuándo en el diario La Voz del Interior, matutino donde escribía desde 1968. Estos escritos solían estar acompañados por una o dos ilustraciones a cargo de uno de los dibujantes del diario, Juan Delfini.
Junto a Jairo compuso numerosos temas musicales. Fue director del Cine Club Municipal Hugo del Carril de la ciudad de Córdoba. Falleció el 24 de diciembre de 2014 a los 73 años. Fue velado y posteriormente cremado.
Fuente: Quienes y Cuando - La voz del Interior - wikipedia.org - Foto: archivos del blog

ALEJANDRO DOLINA: NOVIA



Hace mucho tiempo, yo tenía una novia buena y hermosa. 
Me amaba con una devoción tal, que no pude resistir la tentación de ser malvado. 
Me solazaba en la traición, en el capricho, en la impuntualidad, en la mentira gratuita.
Ella lloraba en secreto, cuando yo no la veía, pues sabía que su llanto me irritaba. Pero un día, un incidente que ni siquiera recuerdo me despertó el temor de perderla.
El amor crece con el miedo. Mi conducta cambió. Me fui haciendo bueno. Quise pagar el daño que había hecho y empecé a vivir para ella.
Le hacía el amor en todos los zaguanes. Le cantaba valses de Héctor Pedro Blomberg. La llevaba a pasear por los lugares más hermosos del mundo. Le imponía aventuras inesperadas. Me hice sabio y generoso sólo para merecer su amor.

Pero un día me dejó.
—No te quiero más —me dijo, y se fue.

Supliqué un poco, sólo un poco, porque era bueno. Después me puse a esperar la muerte sentado en un umbral.
Al cabo de un tiempo, aparecieron los celos. Pensé que seguramente me había dejado por otro. Decidí averiguarlo.
Indagué a los amigos comunes, pero todos afectaban un aire de trabajosa indiferencia.
Resolví seguirla. Pasaba las noches acechando su puerta. Durante el día, me apostaba en la esquina de su trabajo. El resultado de mis pesquisas fue nulo. Mi novia se desplazaba por circuitos inocentes. Perdí mi empleo, mi salud y hasta mis amistades. Mi vida era una perpetua vigilancia.
Pasaron largos meses sin que nada ocurriera. Hasta que una noche la vi salir de su casa con aire decidido.
Tuve el presentimiento de que iba a encontrarse con un hombre, tal vez porque estaba demasiado linda.
La seguí entre las sombras y vi que se detenía en una esquina que yo conocía bien. Me escondí en un portal. Ella se detuvo y esperó, esperó mucho.
Cerca de una hora después, apareció un hombre alto, oscuro, soberbio. Algo familiar había en su paso. Ella intentó una caricia, pero él la rechazó.
Inmediatamente comprendí que el hombre se complacía en verla sufrir y amar al mismo tiempo. Se trataba de un sujeto diabólico. Cada tanto, me llegaban ráfagas de una risa vulgar. No podía concebirse un individuo más vil y detestable.
Caminaron. Tomaron un rumbo que no me sorprendió.
Al llegar a la luz de una avenida, pude ver que aquel hombre era yo. Yo mismo, pero antes. Con el desdén cósmico que tanto me había costado borrar del alma, con la maldad de mis peores épocas. Con la impunidad de los necios.
No pude soportarlo. Pensé en cruzar la calle y pegarme una trompada, pero me tuve miedo. Quise gritar, ordenarme a mí mismo dejar tranquila a aquella muchacha. Pero el imperativo no tiene primera persona y no supe qué decirme.
Se detuvieron un instante y pasé delante de ellos. Ella no me vio. Yo sí me vi. Me miré con un gesto de advertencia.
Después los perdí de vista y me quedé llorando.


Alejandro Dolina
Alejandro Dolina nació en Baigorrita y se crió en Caseros. Ha publicado cuentos y notas en diferentes revistas. Desde 1985 ha conducido programas de radio y televisión.Ha compuesto numerosas canciones y ha integrado distintos grupos musicales como director y arreglador. En 1988 publicó su primer libro, “Crónicas del Ángel Gris”. Una edición corregida y aumentada de esta misma obra apareció en 1996.Es autor también de las comedias musicales “El barrio del Ángel Gris”, que obtuvo el premio Argentores en 1990; y “Teatro de Medianoche”, que protagonizó él mismo como actor y cantante. En 1998 grabó su opereta “Lo que me costó el amor de Laura”. En esa grabación representaron los papeles de la obra Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Ernesto Sábato, Les Luthiers, Horacio Ferrer, Sandro, Julia Zenko, Juan Carlos Baglietto y muchos otros artistas, acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional. En 2000 fue llevada al teatro y obtuvo el premio Argentores a la mejor obra del año. En 1999 editó “El libro del fantasma”. Y en 2002, una recopilación de historias musicales escritas para la radio bajo el título de “Radiocine”. Durante el año 2003 realizó el ciclo televisivo “Bar del infierno”, con relatos, tangos y canciones compuestas especialmente para el programa. En el 2010 realizó, para Canal Encuentro y bajo la dirección de Juan José Campanella, una serie de trece capítulos que fue ternada para los premios Martín Fierro. En 2004 se editó el disco “Tangos del Bar del Infierno” y se representó el espectáculo teatral “Bar del Infierno” -a partir de la misma temática- en toda la Argentina, en Montevideo, en Sevilla, en Madrid y en Granada. Este espectáculo formó parte del 6º Festival Internacional del Tango de Buenos Aires, del cual Dolina fue padrino. Su programa de radio “La venganza será terrible” se mantiene desde hace veinte años al frente de las mediciones de audiencia de la medianoche. Alejandro Dolina es Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, distinción que le fue otorgada en 2001. Asimismo, en 2003 fue declarado Visitante Ilustre de la ciudad de Montevideo, Uruguay. Ha obtenido, además, distinciones tales como el premio Martín Fierro –en siete oportunidades-, el premio Coral del Festival cinematográfico de La Habana, el premio Argentores a la trayectoria, el premio Sadaic en 1997 y numerosos galardones por su labor radial, literaria y musical. Es también profesor honorario de la Universidad CAECE. Ha cantado y formado dúos o grupos musicales con Héctor Stamponi, Virgilio Expósito, Osvaldo Tarantino, Sebastián Piana, Lolita Torres, Nelly Omar, Suma Paz, Antonio Agri, la Orquesta del Tango de Buenos Aires, la Orquesta Juan de Dios Filiberto, José Luis Castiñeira de Dios, el cuarteto Zupay, los Huanca Hua, Horacio Molina, entre otros.En el cine, en el teatro, en la televisión y en la radio actuaron junto a él y representaron sus obras figuras como Alfredo Alcón, Julio Bocca, China Zorrilla, Jairo, Tincho Zabala, Lito Cruz, Lorenzo Quinteros, Esther Goris, Diego Maradona, Jorge Luz, Cecilia Milone, Gogó Andreu, José Ángel Trelles, Víctor Heredia, Guillermo Fernández, etc. Fue el más joven de los miembros fundadores de la Academia Nacional del Tango, en 1990. Ha dado charlas y conferencias en infinidad de foros académicos y culturales. Su presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires convoca cada año a miles de personas. En 2004 su conferencia fue la de mayor asistencia en toda la historia de la Feria del Libro. En el 2005 publicó “Bar del Infierno” y en marzo de 2012 publicó su cuarto libro y primer novela CARTAS MARCADAS, ambos libros bajo el sello de editorial Planeta. Cartas Marcadas fue elegida por los lectores de la Feria del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, la mejor Novela del año. Fuente: Cuento tomado de El libro del fantasma, Ed. Colihue. Foto: archivo del blog

IBARRECHEA: QUE NADIE ME DIGA NADA

Que nadie me diga nada si les cuento que quiero volver a la casa donde yo nací. 
La casa donde yo nací era la casa de mi abuelo. 
A mi me parecía que si los abuelos de antes dejaban a sus mujeres por otras mujeres, eso estaba mal, porque todos en la casa lloraban. 
Las abuelas de antes armaban sus valijas y se iban no se exactamente adónde.
Mi abuelo terminó su vida peleado con mi abuela. Y sin casa.

Entonces, amigos míos, si se me ocurre cambiar mi "smart phone" por un teléfono público que funcione con monedas y que disque el número 19 y le pida a la operadora que quiero hablar con mi abuela sobre eso, les pido que nadie me diga nada.

Tengo pensado ir caminando hacia el lugar que está cerca de la cañada, aquí, en Córdoba. Donde los artesanos fabrican sueños que venden a buen precio porque son sueños nuevos (los sueños antiguos de la calle Belgrano son más caros) He visto eso, y son cosas que me recuerdan a mis abuelos cuando estaban juntos.

Los abuelos de antes gastaban dinero en sueños nuevos, para que disfruten sus hijos. 
Aunque sabían arreglar los sueños viejos. 
Los he visto, agarraban alambre, un poco de clavos y mantenían sus sueños a martillazos.
Por eso quiero ver a qué precio están aquellos sueños de otros abuelos y que ocupan media calle de las que rodean el paseo de los artesanos.

Que nadie me diga nada si antes de abandonar Córdoba ciudad, paso por el barrio llamado la República de San Vicente, o por Alta Córdoba, o por Güemes, o San Martín, allí, en esos barrios, es el lugar donde los abuelos todavía resisten con sus sueños. Los he visto, aún rodeados por el implacable avance de los sueños nuevos y el tropel de parcas soplándoles la nuca canosa y arrugada. 

Queridos niños, anoten en su cuaderno Rivadavia tapas duras de color rojo que: 
Las abuelas de antes te tatuaban la espalda a escobazos si les ensuciabas el zaguán de la casa con tierra, arena, barro y otras calamidades que hacíamos nosotros, los pibes.

Queridos niños, los abuelos de antes, sacaban un envoltorio de papel de diarios del bolsillo del saco, lleno de caramelos y te lo entregaban sin que tu madre lo supiera. 

Eso, amiguitos, eran claros indicios del fuerte amor que proclamaban hacia vos en tu carácter de criatura compinche...

Lo que quiero decirles amigos míos, es que extraño a mis abuelos.
Eso me pasa por haberme ido a vivir lejos de ellos, y no estar a la hora en que partieron de este mundo.

Les cuento que a veces sueño con sus sueños.

En la casa de mi abuela había una hermosa cama que servía para esconderse del cuco.
El cuco era un tipo malo que tenía a satanás metido en el cuerpo, me decían eso para amedrentarme. Había, un ropero inmenso donde el hombre de la bolsa no se animaba a entrar por miedo a perderse entre tanta ropa. El hombre de la bolsa espiaba por las ventanas a los niños que se portaban mal, los levantaba y los metía adentro y se los entregaba al cuco por algunas monedas. O sea, no valías nada si te portabas mal. Había una mesa de madera donde podías pegar la goma de mascar masticada, y otras inmundicias, a escondidas de los mayores. Había una almohada gigante para leer novelas al lado del velador. Había una radio inmensa a válvulas marca Philips modelo 1934 para escuchar tangos y noticias que mucho tiempo después, manos anónimas la guardaron en el galponcito del fondo para darle lugar al combinado Ranser. 

La primera imagen que vi en un televisor blanco y negro fue la de Clint Eastwood, haciendo el personaje del cowboy llamado Rowdy Yates, en la serie Cuero Crudo. Al lado, el combinado Ranser, pedía una segunda oportunidad.

Finalmente mi abuela se fue con mis tías, lejos de mi abuelo caravanero, buscapleitos, y visitador de las casas de las chicas solidarias. A veces, él me decía que un vaso de vino estaba bien, que dos vasos de vino eran demasiado pero, que tres vasos de vino eran pocos.
Estas son algunas conversaciones de mayores que un niño podía escuchar mientras jugaba a las escondidas: "Le hacía la vida imposible." "Siempre fue un mujeriego." "No era vida, pobre mujer."

En realidad, quería decirles amigos míos, que extraño mucho a mis abuelos y que no sabía por dónde diablos empezar. 
Aunque ahora se me ocurre una idea maravillosa.

Voy a comenzar por esta anécdota:
Mi madre siente que empujan el portón de la calle y se asoma por la ventana, mi abuelo entra despacito.
Mi madre me manda al dormitorio con la consigna de que no haga ruido y me quede callado, sino, yo me las tendría que ver con mi padre cuando llegue del trabajo. Sentencia inapelable. 
Entonces, mi abuelo asoma su cara sin afeitar y la saluda, le pide un vaso de agua fría.
Mi madre le pregunta donde estuvo porque la abuela lo andaba buscando desde hacía una semana y larga un llanto cargado de aflicción y reproches.
Mi abuelo caravanero mira hacia la puerta de mi dormitorio. Parece darse cuenta que yo lo miro por el ojo de la cerradura. 
Veo que saca un paquetito hecho con papel de diarios del bolsillo de su saco, y le dice a mi madre: 
-Salí a comprarle estos caramelitos al negrito tuyo y bueno, hay acontecimientos de la política, de los sindicatos y otras cosas que hicieron que me demore unos días. 
Ya soy bastante mayorcito como para que ni tu madre ni nadie, me diga nada. 


Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

CARLOS SCHILLING: POEMAS


Ahora mismo empieza la canción
de las últimas horas y las voces
que la cantan parecen ser tu voz,
tu propia voz, la voz de las mujeres
y los hombres que no pudiste ser,
que no quisiste ser, la voz que ladra,
la voz que muge, la negada voz
que surge como baba de tu boca
que es la boca de nadie, sin palabras,
sin música y sin aire, despojada
también de toda carne que no sea
la carne ya mordida de tu lengua,
más amarga y más dura que la roca,
cuando muda repite la canción
de las últimas horas, la canción
que no te nombra, la canción final
para los huesos nunca sepultados
de las vacas, los perros, las mujeres
y los hombres que no pudiste ser,
que no quisiste ser, y te transforma,
te anula y te transforma en el silencio
de un planeta lejano, no visible
desde la Tierra, donde sólo puede
haber viento que choca contra el viento,
niebla y gases que forman remolinos,
un planeta desviado de su órbita
original y sin un sol que guíe
su caída hacia qué galaxias nunca
nombradas, nunca vistas por tus ojos,
más allá, más abajo, más adentro,
donde ahora comienza la canción
de las últimas horas y en ninguna
voz persiste el sonido de tu voz.

**

Sepultaría el mar junto a tus huesos
si tuviera el poder de suprimir
los paisajes que viste en este mundo
cuando yo todavía no era nadie,
y construiría un muro entre tus ojos
y el cielo estrellado para darle
a tu mirada una lección de sombras;
sí, te quiero encerrada, enceguecida,
convertida a la fe que en mis deseos
se expresa y en mis actos se revela,
te quiero sin memoria, sin pasiones
extrañas, sin más vida que mi vida,
te quiero, ya sabías que te quiero,
y es justo que cambiaras tu apellido
por mi apellido y que tu nombre fuera
un tributo a mi nombre: nada tuyo
me pertenece menos que yo mismo
cuando escucho en tu boca mis palabras
y descubro mis gestos en tus gestos,
aunque ninguno pueda distinguir
quién es la luz y quién es el reflejo
en la figura que formamos juntos,
mitad hombre, mitad mujer, moneda
de dos caras y un único valor,
ahora que la arrojo, no a la fuente
de los enamorados, sino al aire
de esta noche que llega a nuestros cuerpos
desde el mar, mientras gira la moneda
sobre sí misma y tiembla su destello
fugaz contra el destello permanente
de las estrellas, antes de caer
a tus pies y mostrar que la fortuna
no se opone a la ley de gravedad.

**

A Marisa Badino, cuántos días
después de nunca más... Ninguna cuenta
regresiva es posible cuando el sol
gira en sentido opuesto al espiral
de tus pasos (¿terrestres o celestes?)
y cifrar con palabras todo el tiempo
no vivido parece la medida
justa del desconsuelo. Pero digo,
Marisa, que tu nombre de tan fácil
rima rechaza por igual la brisa
caliente del verano entre los pinos
del cementerio público en Sunchales
como la breve risa del borracho
que levanta su copa sin saber
cómo se llama la difunta... Sos
una difunta, ¿viste?, sos la vieja
que no llegaste a ser, porque los muertos
siempre resultan anticuados, turbios
y pasados de moda en sus posturas
de muñecos de cera. Yo prefiero
no haber estado en tu velorio y gracias
le doy a quien no creo por vivir
tan lejos de tu fosa que me siento
libre de refutar la corrupción
de tu cuerpo, tachar con una cruz
de tinta cada bicho o cada yuyo
que brote de tus huesos, y encarnarte
de nuevo en mis deseos no cumplidos,
para cambiar los años que no fui
nadie en tu vida por un siglo juntos
o una tarde. Que conste en actas: nombre:
Sra. Marisa Badino de Schilling;
domicilio legal: este poema.

**

Nadie me nombra fuera de esta casa,
ninguna voz pregunta qué me pasa,
qué busco, qué rechazo o qué pretendo
cuando muevo mi mano y no comprendo
a quién saludo, ni por qué saludo,
y me veo a mí mismo como un mudo
que trata de inventar otro lenguaje
con gestos y con muecas y con ruidos
y lo único que logro son chillidos,
porque cada palabra es un ultraje.
Nadie me nombra fuera de esta casa;
no son muchos tampoco los que saben
que en los sentidos de mi nombre caben
todos los nombres que el silencio arrasa,
y si el mundo parece un espejismo,
¿como podría ahora ser yo mismo
quien se reconociera en estas cosas?,
y si siempre me escupen en la cara
¿como podría ser yo quien rogara
que los muertos descansen en sus fosas?
Nadie me nombra fuera de esta casa,
y sólo el tiempo acepta los motivos
de la lluvia que cae y de la brasa
que brilla sin saber que estamos vivos;
sólo el tiempo, supongo, me desea
como al mar, todavía, me desea,
como al cielo y a todas las estrellas,
no por quitarme nada que haya en mí
ni para responderme qué hago aquí,
sino para alejarse de mis huellas...,
y antes de abrir las últimas botellas,
decir con una voz que me traspasa:
nadie te nombra fuera de mi casa.

**

Sabemos que sus uñas se clavaron
en la tierra y cavaron y buscaron
en la tierra las cosas que no son
propiedad de la tierra, fotos, joyas,
cadenas, otro mundo más que rastros
del mundo sumergido, otro mundo,
en el barro enterrado, en las cenizas
quemado, otro mundo donde fuera
posible ser lo que perdieron, ser
sus hijos rechazados, ser sus padres
negados, ser abuelos de sí mismos,
y asistir a las fiestas convertidos
en fantasmas, sin cuerpo, sin noción
del cuerpo, descarnados como el aire
que corrompe las frutas y las aguas
y las transforma en moscas, en insectos,
en criaturas con alas transparentes,
despojados de toda condición
humana o animal: neblina, menos
que neblina, sustancia reducida
al espanto de no tener un nombre,
y decirse en palabras siempre ajenas,
emitidas por voces que se funden
con el viento y se alejan en la noche,
no hacia las estrellas, hacia el cielo
contrario, hacia el punto donde nadie
puede saber a quién están llamando,
a quién le están pidiendo que regrese,
mostrándole las fotos, las cadenas
o las joyas por fin desenterradas...,
y ahora, ¿dónde lavarán sus manos,
sucias de barro, plantas y cenizas,
y en qué materia clavarán sus uñas?

**

Cuando duermo en la cama de mi hija,
no quiero que me miren sus muñecas
con esos ojos de retinas secas,
abiertos día y noche, como pozos
donde siempre parecen flotar trozos
de un mundo sumergido en otro mundo,
y no quiero saber si es más profundo
mi sueño que sus sueños de criaturas
extrañas a la vida, con figuras
que evocan a personas recordadas
a medias y a lejanos seres, hadas,
brujas y elfos, venidos de una tierra
que en sí misma subsiste y se encierra
y late sola bajo un sol negado
a todos; no, no quiero ser el lado
visible de esas formas invisibles,
cuando duermo en la cama de mi hija,
y noto que las dudas son posibles,
que crecen y se nutren de mis huesos
como una enfermedad que ni los besos
de un ángel curarían: ¿por qué vivo,
y por qué vive en mí un fugitivo,
un hombre que no puede ser el padre de nadie?; 

no, no quiero que me ladre
el perro de peluche, ni que el oso
de plástico me empuje hacia ese foso
de las últimas cosas, donde siento
que termina otra vez el mismo cuento,
y ninguna visión, ninguna cara
viene a llenar el hueco de mi cara,
porque todo es neblina, todo es grumo,
todo se desvanece como el humo,
cuando duermo en la cama de mi hija.


Poemas:pertenecientes al libro "Confesiones impersonales"

Carlos Schilling

Nací el 28 de diciembre de 1965, en Sunchales, provincia de Santa Fe. Vivo en Córdoba desde 1984. He publicado los libros de poesía "Mudo" (2001/ Visor) y (2004, Alción) y "Formas de ver el mar" (2006/ Recovecos) y los de relatos: "Dos variaciones" (1997/ Alción), "Diana y Nadia" (1999/ Alción) y "¿Agua?" (2006/ La Creciente). Además publiqué en varias revistas, como El banquete, Nombres, Hablar de poesía, Poesía y Poética, Diario de poesía, entre otros. Trabajo como editor del Suplemento Cultura y la sección Espectáculos del diario La Voz del Interior, de Córdoba.
Fuente: lasdeleccionesafectivas.blogspot.com

MÚSICA: BAM BAM MIRANDA & GUARANGO


"Toro mata"
Subido por: youpaulo100
Gentileza: YouTube



"Rosa Elvira"
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Gentileza: YouTube



Bam Bam Miranda
(Lima, Perú 1956 – Córdoba, Argentina 2011) fue un percusionista y luthier peruano de nacimiento y cordobés por adopción, músico de Carlitos Mona Jiménez por casi 20 años.
Miguel Antonio Miranda, más conocido como “Bam Bam” Miranda, nació el 11 de junio de 1956 en Lima, Perú. Su padre y su madre eran músicos y desde pequeño comenzó a incursionar en los instrumentos de percusión. Percusionista, compositor y luthier integro diferentes bandas musicales, entre ellas la orquesta de Carlitos “Mona” Jiménez y el grupo afroperuano Guarango, con quien tuvo una amplia trayectoria en la provincia de Córdoba.
Autodefinido como un obrero de la música, ya en Perú se destacaba como miembro de la orquesta de Machito Gil con quien ganó un Grammy en 1985, allí conoció a Alejandro Lerner, quien lo invitó a su banda y lo trajo a Argentina. Después el percusionista tocó y grabó con bandas o solistas tan dispares como Divididos, Callejeros, Viejas Locas, Bersuit Vergarabat, Liliana Vitale, Juan Carlos Baglietto, Roberto “Polaco” Goyeneche, Teresa Parodi, Los Caligaris, Los Carabajal, y Los Nocheros entre otros. Su versatilidad lo llevaría, también, a integrar grupos de fusión como La Banda Latina y Monos con Navajas. Además de colaborar con el mismísimo James Brown y diversos proyectos de música popular y de rock. . “La música es el único arte imprescindible”, afirmó en una entrevista.
Pero su gran amor lo encontró a principios de la década de los 90 cuando se sumó a la orquesta de Carlitos “Mona” Jiménez, con quien permaneció por casi 20 años, grabo más de 30 discos y su magia lo convirtió en un verdadero mito de la música popular cuartelera. “El cuarteto es la única comparsa de interiores que conozco en el mundo. La gente baila avanzando, como si estuviese en una comparsa callejera”, afirmaba.
Con el nuevo siglo sobre la espalda, Bam Bam fundó junto a Willy González el grupo de jazz latino y afroperuano Guarango, obteniendo amplia repercusión en la movida musical cordobesa. La expresión máxima de esa génesis llegó con la interpretación de “Ritmo negro del Perú”, canción que describe la vida de los esclavos y el desarrollo de la música negra peruana.
En sus manos, en su cuerpo y en sus palabras, los tambores dejaban de ser objetos: “Ellos tienen sexo y tienen edad: hay negras vanidosas, presumidas, flacas, divinas; hay negros gordos, bonachones; hay ancianos sabios, blandos, dóciles… Un tambor es un ser herido, parte de dos seres vivos, muertos y mutilados por un semejante al que lo va a tocar” (…) “Necesitas establecer una relación afectivo- pasional, el tambor siente esa relación sincera, honesta de verdad”.
El jueves 28 de julio de 2011 realizando un solo de cajón peruano en la gala homenaje al 190º aniversario de la independencia de Perú en el Teatro San Martín de la provincia de Córdoba, repentinamente se descompensó. El estado era "muy grave" y el pronóstico no era alentador… había sufrido un ACV (accidento cerebro vascular). Finalmente Ban Bam, el “rejuntador” de almas, quien se había definido así mismo como un “tambor- dependiente” que caía en la enfermedad si no tocaba, falleció el viernes 29 de julio de 2011 al medio día. Colegas, músicos y amigos se autoconvocaron para rendirle un homenaje (una rueda de tambores) frente al Teatro del Libertador de la provincia de Córdoba. Los tambores latinoamericanos habían perdido a uno de sus más fieles exponentes.
Fuente: es.wikipedia.org - YouTube - Foto: revista replicante

viernes, 21 de julio de 2017

ROBERTO ARLT: LA OLA DE PERFUME VERDE



Yo ignoro cuáles son las causas que lo determinaron al profesor Hagenbuk a dedicarse a los naipes, en vez de volverse bizco en los tratados de matemáticas superiores. Y si digo volverse bizco, es porque el profesor Hagenbuk siempre bizqueó algo; pero aquella noche, dejando los naipes sobre la mesa, exclamó:

-¿Ya apareció el espantoso mal olor?

El olfato del profesor Hagenbuk había siempre funcionado un poco defectuosamente, pero debo convenir que no éramos nosotros solos los que percibíamos ese olor en aquel restaurant de después de medianoche, concurrido por periodistas y gente ocupada en trabajos nocturnos, sino que también otros comensales levantaban intrigados la cabeza y fruncían la nariz, buscando alrededor el origen de esa pestilencia elaborada como con gas de petróleo y esencia de clavel.

El dueño del restaurant, un hombre impasible, pues a su mostrador se arrimaban borrachos conspicuos que toda la noche bebían y discutían de pie frente a él, abandonó su flema, y, dirigiéndose a nosotros -desde el mostrador, naturalmente-, meneó la cabeza para indicarnos lo insólito de semejante perfume.

Luis y yo asomamos, en compañía de otros trasnochadores, a la puerta del restaurant. En la calle acontecía el mismo ridículo espectáculo. La gente, detenida bajo los focos eléctricos o en el centro de la calzada, levantaba la cabeza y fruncía las narices; los vigilantes, semejantes a podencos, husmeaban alarmados en todas direcciones. El fenómeno en cierto modo resultaba divertido y alarmante, llegando a despertar a los durmientes. En las habitaciones fronteras a la calle, se veían encenderse las lámparas y moverse las siluetas de los recién despiertos, proyectadas en los muros a través de los cristales. Algunas puertas de calle se abrían. Finalmente comenzaron a presentarse vecinos en pijamas, que con alarmante entonación de voz preguntaban:

-¿No serán gases asfixiantes?

A las tres de la madrugada la ciudad estaba completamente despierta. La tesis de que el hedor clavel-petróleo fuera determinada por la emanación de un gas de guerra, se había desvanecido, debido a la creencia general en nuestro público de que los gases de guerra son de efecto inmediato. Lo cual contribuía a desvanecer un pánico que hubiera podido tener tremendas consecuencias.

Los fotógrafos de los periódicos perforaban la media luz nocturna con fogonazos de magnesio, impresionando gestos y posturas de personas que en los zaguanes, balcones, terrazas y plazuelas, enfundadas en sus salidas de baño o pijamas, comentaban el fenómeno inexplicable.

Lo más curioso del caso es que en este alboroto participaban los gatos y los caballos. “Xenius”, el hábil fotógrafo de “El Mundo” nos ha dejado una estupenda colección de caballos aparentemente encabritados de alegría entre las varas de sus coches y levantando los belfos de manera tal, que al dejar descubierto el teclado de la dentadura pareciera que se estuviesen riendo.

Junto a los zócalos de casi todos los edificios se veían gatos maullando de satisfacción encrespando el hocico, enarcado el lomo, frotando los flancos contra los muros o las pantorrillas de los transeúntes. Los perros también participaban de esta orgía, pues saltando a diestra y siniestra o arrimando el hocico al suelo corrían como si persiguieran un rastro, mas terminaban por echarse jadeantes al suelo, la lengua caída entre los dientes.

A las cuatro de la madrugada no había un solo habitante de nuestra ciudad que durmiera, ni la fachada de una sola casa que no mostrara sus interiores iluminados. Todos miraban hacia la bóveda estrellada. Nos encontrábamos a comienzos del verano. La luna lucía su media hoz de plata amarillenta, y los gorriones y jilgueros aposentados en los árboles de los paseos piaban desesperadamente.

Algunos ciudadanos que habían vivido en Barcelona les referían a otros que aquel vocerío de pájaros les recordaba la Rambla de las Flores, donde parecen haberse refugiado los pájaros de todas las montañas que circunvalan a Barcelona. En los vecindarios donde había loros, éstos graznaban tan furiosamente, que era necesario taparse los oídos o estrangularles .

-¿Qué sucede? ¿Qué pasa? -era la pregunta suspendida veinte veces, cuarenta veces, cien veces, en la misma boca.

Jamás se registraron tantos llamados telefónicos en las secretarías de los diarios como entonces. Los telefonistas de guardia en las centrales enloquecían frente a los tableros de los conmutadores; a las cinco de la mañana era imposible obtener una sola comunicación; los hombres, con la camisa abierta sobre el pecho, habían colgado los auriculares. Las calles ennegrecían de multitudes. Los vestíbulos de las comisarías se llenaban de visitantes distinguidos, jefes de comités políticos, militares retirados, y todos formulaban la misma pregunta, que nadie podía responder:

-¿Qué sucede? ¿De dónde sale este perfume?

Se veían viejos comandantes de caballería, el collar de la barba y el bastón de puño de oro, ejerciendo la autoridad de la experiencia, interrogados sobre química de guerra; los hombres hablaban de lo que sabían, y no sabían mucho. Lo único que podían afirmar es que no se estaba en presencia de un fenómeno letal, y ello era bien evidente, pero la gente les agradecía la afirmación. Muchos estaban asustados, y no era para menos.

A las cinco de la mañana se recibían telegramas de Córdoba, Santa Fe, Paraná y, por el Sur, de Mar del Plata, Tandil, Santa Rosa de Toay dando cuenta de la ocurrencia del fenómeno. Los andenes de las estaciones hervían de gente que, con la arrugada nariz empinada hacia el cielo, consultaban ávidamente la fragancia del aire.

En los cuarteles se presentaban oficiales que no estaban de guardia o con licencia. El ministro de Guerra se dirigió a la Casa de Gobierno a las cinco y cuarto de la mañana; hubo consultas e inmediatamente se procedió a citar a los químicos de todas las reparticiones nacionales, a las seis de la mañana. Yo, por no ser menos que el ministro me presenté en la redacción del diario; cierto es que estaba con licencia o enfermo, no recuerdo bien, pero en estas circunstancias un periodista prudente se presenta siempre. Y por milésima vez escuché y repetí esta vacua pregunta:

-¿Qué sucede? ¿De dónde viene este perfume?

Imposible transitar frente a la pizarra de los diarios. Las multitudes se apretujaban en las aceras; la gente de primera fila leía el texto de los telegramas y los transmitía a los que estaban mucho más lejos.

“Comunican que la ola de perfume verde ha llegado a San Juan.”

“De Goya informan que ha llegado la ola de perfume verde.”

“Los químicos e ingenieros militares reunidos en el Ministerio de Guerra dictaminan que, dada la amplitud de la ola de perfume, ésta no tiene su origen en ninguna fábrica de productos tóxicos.”

“La Jefatura de Policía se ha comunicado con el Ministerio de Guerra. No se registra ninguna víctima y no existen razones para suponer que el perfume petróleo-clavel sea peligroso.”

“El observatorio astronómico de La Plata y el observatorio de Córdoba informan que no se ha registrado ningún fenómeno estelar que pueda hacer suponer que esta ola sea de origen astral. Se cree que se debe a un fenómeno de fermentación o de radioactividad.”

“Bariloche informa que ha llegado la ola de perfume.”

“Rio Grande do Sul informa que ha llegado la ola de perfume.”

“El observatorio astronómico de Córdoba informa que la ola de perfume avanza a la velocidad de doce kilómetros por minuto.”

Nuestro diario instaló un servicio permanente de comunicación con estación de radio; además situó a un hombre frente a las pizarras de su administración; éste comunicaba por un megáfono las últimas novedades, pero recién a las seis y cuarto de la mañana se supo que en reunión de ministros se había resuelto declarar el día feriado. El ministro del Interior, por intermedio de las estaciones de radios y los periódicos se dirigían a todos los habitantes del país, encareciéndoles:

1° No alarmarse por la persistencia de este fenómeno que, aunque de origen ignorado, se presume absolutamente inofensivo.

2° Por consejo del Departamento Nacional de Higiene se recomienda a la población abstenerse de beber y comer en exceso, pues aún se ignoran los trastornos que puede originar la ola de perfume.

Lo que resulta evidente es que el día 15 de septiembre los sentimientos religiosos adormecidos en muchas gentes despertaron con inusitada violencia, pues las iglesias rebosaban de ciudadanos, y aunque el tema de los predicadores no era “estamos en las proximidades del fin del mundo”, en muchas personas se desperezaba ya esta pregunta.

A las nueve de la mañana, la población fatigada de una noche de insomnio y de emociones se echó a la cama. Inútil intentar dormir. Este perfume penetrante petróleo-clavel se fijaba en las pituitarias con tal violencia, que terminaba por hacer vibrar en la pulpa del cerebro cierta ansiedad crispada. Las personas se revolvían en las camas impacientes, aturdidas por la calidez de la emanación repugnante, que acababa por infectar los alimentos de un repulsivo sabor aromático. Muchos comenzaban a experimentar los primeros ataques de neuralgia, que en algunos se prolongaron durante más de sesenta horas, las farmacias en pocas horas agotaron su stock de productos a base de antitérmicos, a las once de la mañana, hora en que apareció el segundo boletín extraordinario editado por todos los periódicos: el negocio fue un fracaso. En los subsuelos de los periódicos grupos de vendedores yacían extenuados; en las viviendas la gente, tendida en la cama, permanecía amodorrada; en los cuarteles los soldados y oficiales terminaron por seguir el ejemplo de los civiles; a la una de la tarde en toda Sudamérica se habían interrumpido las actividades más vitales a las necesidades de las poblaciones: los trenes permanecían en medios de los campos… con los fuegos apagados; los agentes de policía dormitaban en los umbrales de las casas; se dio el caso de un ladrón que, haciendo un prodigioso esfuerzo de voluntad, se introdujo en una oficina bancaria, despojó al director del establecimiento de sus llaves e intentó abrir la caja de hierro en presencia de los serenos que le miraban actuar sin reaccionar, pero cuando quiso mover la puerta de acero su voluntad se quebró y cayó amodorrado junto a los otros.

En las cárceles el aire confinado determinó más rápidamente la modorra en los presos que en los centinelas que los custodiaban desde lo alto de las murallas donde la atmósfera se renovaba, pero al final los guardianes terminaron por ceder a la violencia del sueño que se les metía en una “especie de aire verde por las narices” y se dejaban caer al suelo. Este fue el origen de lo que se llamó el perfume verde. Todos, antes de sucumbir a la modorra, teníamos la sensación de que nos envolvía un torbellino suave, pero sumamente espeso, de aire verde.

Las únicas que parecían insensibles a la atmósfera del perfume clavel-petróleo eran las ratas, y fue la única vez que se pudo asistir al espectáculo en que los roedores, saliendo de sus cuevas, atacaban encarnizadamente a sus viejos enemigos los gatos. Numerosos gatos fueron destrozados por los ratones.

A las tres de la tarde respirábamos con dificultad. El profesor Hagenbuk, tendido en un sofá de mi escritorio, miraba a través de los cristales al sol envuelto en una atmósfera verdosa; yo, apoltronado en mi sillón, pensaba que millones y millones de hombres íbamos a morir, pues en nuestra total inercia al aire se aprecia cada vez más enrarecido y extraño a los pulmones, que levantaban penosamente la tablilla del pecho; luego perdimos el sentido, y de aquel instante el único recuerdo que conservo es el ojo bizco del profesor Hagenbuk mirando el sol verdoso.

Debimos permanecer en la más completa inconsciencia durante tres horas. Cuando despertamos la total negrura del cielo estaba rayada por tan terribles relámpagos, que los ojos se entrecerraban medrosos frente al ígneo espectáculo.

El profesor Hagenbuk, de pie junto a la ventana murmuró:

-Lo había previsto; ¡vaya si lo había previsto!

Un estampido de violencia tal que me ensordeció durante un cuarto de hora me impidió escuchar lo que él creía haber previsto. Un rayo acababa de hendir un rascacielos, y el edificio se desmoronó por la mitad, y al suceder el fogonazo de los rayos se podía percibir el interior del edificio con los pisos alfombrados colgando en el aire y los muebles tumbados en posiciones inverosímiles.

Fue la última descarga eléctrica.

El profesor Hagenbuk se volvió hacia mí, y mirándome muy grave con su extraordinario ojo bizco, repitió:

-Lo había previsto.

Irritado me volví hacia él.

-¿Qué es lo que había previsto usted, profesor? -grité.

-Todo lo que ha sucedido.

Sonreí incrédulamente. El profesor se echó las manos al bolsillo, retiró de allí una libreta, la abrió y en la tercera hoja leí:

“Descripción de los efectos que los hidrocarburos cometarios pueden ejercer sobre las poblaciones de la Tierra.”

-¿Qué es eso de los hidrocarburos cometarios?

El profesor Hagenbuk sonrió piadosamente y me contestó:

-La substancia dominante que forma la cola de los cometas. Nosotros hemos atravesado la cola de un cometa.

-¿Y por qué no lo dijo antes?

-Para no alarmar a la gente. Hace diez días que espero la ocurrencia de este fenómeno, pero…, a propósito; anoche usted se ha quedado debiéndome treinta tantos de nuestra partida.

Aunque no lo crean ustedes, yo quedé sin habla frente al profesor. Y estas son las horas en que pienso escribir la historia de su fantástica vida y causas de su no menos fantástico silencio.

Roberto Arlt
Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900. Era hijo de Karl Arlt y Ekatherine Iostraibitzer. Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. A los nueve años de edad fue expulsado de la escuela primaria. Fue un niño de carácter nervioso, la lo que no ayudó la ecuación rigurosa y disciplinada que su padre le brindó.
Ya de adolescente Roberto Arlt descubrió el esperanto y comenzó a frecuentar la biblioteca anarquista de su barrio. Se fue de casa a los diecisiete años y sobrevivió realizando toda suerte de oficios: pintor de brocha gorda, ayudante en una librería, aprendiz de hojalatero, peón en una fábrica de ladrillos y estudiante fracasado de la Escuela de Mecánica de la Armada, pero ya en 1920 publicó Las ciencias ocultas Buenos Aires y en 1922, se inició en el periodismo escribiendo en el periódico Patria, que pertenecía a la Liga Patriótica Argentina, organización paramilitar, católica y ultraderechista, por lo que duró poco su colaboración.
Más adelante escribiría para Izquierda, Extrema Izquierda y Ultima Hora. En 1926 apareció publicada su primera novela, El juguete rabioso. Comenzó en esta época a escribir en la revista Mundo Argentino. Dos años después ya era redactor de los diarios El Mundo, Crítica y La Nación. 
En 1929 la editorial Claridad publica su segunda novela, Los siete locos. Sus cuentos se publican en El Hogar, Metrópolis, Azul, mientras sus aguafuertes ya son famosas y esperadas. En 1930 se vincula con la Liga Antiimperialista contra Uriburu, también firmará el manifiesto por la creación de un sindicato de escritores revolucionarios. En 1931 aparece Los lanzallamas, segunda y última parte de Los siete locos. Un año después aparece su última novela, El amor brujo, y empezó a sentirse interesado por el teatro. Estrenó su obra 300 millones.
Al mismo tiempo de su actividad como escritor, Arlt buscó constantemente hacerse rico como inventor, con singular fracaso. Formó una sociedad, ARNA (por Arlt y Naccaratti) y con el poco dinero que el actor Pascual Naccaratti pudo aportar instaló un pequeño laboratorio químico en Lanús. Llegó incluso a patentar unas medias reforzadas con caucho, que no llegaron a ser comercializadas. 
También se publicaron sus Aguafuertes porteñas y tras su viaje a España, dos meses antes del inicio de a sublevación, publicó en 1936 las Aguafuertes españolas.
Murió el 26 de julio de 1942 en Buenos Aires, a causa de un infarto.
En sus relatos se describe de modo descarnado e intenso las bajezas y grandezas de personajes inmersos en ambientes indolentes. De este modo retrata la otra Argentina, no la de las clases bienpensantes sino la de los recién llegados, la de los inmigrantes que intentaron insertarse en un medio regido por la desigualdad y la opresión. Esto le costó el desprecio de la elite cultural de su época que además lo acusó de escribir de un modo "descuidado". Su capítulo más recordado es el de las diferencias reales o aparentes que enfrentaron a los grupos de Florida y Boedo. Aunque mantuvo relaciones con los escritores adscritos al primero (por algún tiempo fue secretario de Ricardo Güiraldes, a quien dedicó El juguete rabioso, y colaboró en la revista Proa), Arlt no dejó de sufrir el desdén de los martinfierristas, representantes de un arte minoritario y europeizado, jóvenes cultos que parecían detentar los derechos a la tradición literaria y a la renovación. 
Sin embargo, la obra de Arlt respira una vitalidad poca veces igualada en la literatura argentina del siglo XX y detrás de sus incorrecciones se asoma la gestación de la nueva realidad social de su país. En los años subsiguientes a su muerte ganó el merecido reconocimiento de la crítica, Cortázar fue el primer autor en reivindicar abiertamente su obra, y actualmente es considerado como el primer autor moderno de la República Argentina. Fuente: escritores.org - ciudadseva.com - Foto: archivos del blog

CARLOS BUSQUED: RELATO BREVE



-Es muy extraño. No es que me hubiera olvidado de él. Pero, no sé cómo decirlo… no estaba en absoluto en mi mente, hasta que apareció de nuevo.
-Cómo se llamaba su perro.
-Perro.
-¿Por no qué le puso un verdadero nombre?
-No entiendo.
-El nombre designa una individualidad. “Perro” es un nombre genérico. Es una elección llamativa.
-Lo encontré de grande, y pensé que ya debía tener un nombre. Me pareció una falta de respeto meterme con eso.
-¿Cómo lo encontró?
-No lo encontré. Él vino. Se empezó a quedar adentro de mi casa. Se colaba por abajo del portón. Estaba muy flaco, mordido y castigado. Le empecé a dar de comer, en realidad era dejarle la comida e irme, recién cuando yo estaba lejos se acercaba y comía. Y eso que estaba recagado de hambre. Tardé meses hasta que me dejó acariciarlo. Después nos hicimos amigos, y se quedó diez años conmigo. Por eso yo le decía “Perro”. Porque no era mío. Estaba ahí porque quería.
-¿Era un ovejero alemán?
-Sí ¿cómo sabe?
-Usted dijo que se acordó de él al ver un ovejero alemán.
-Sí. Eso también era raro. Estaba cagado a palos, pero era un animal de raza, muy lindo. Debía tener cuatro o cinco años de edad cuando llegó. No tenía collar. Los ovejeros alemanes no andan por ahí sueltos. Son animales que cuestan dinero y, aparte, la gente que tiene ovejeros alemanes tiene una relación… fuerte, con esos perros. Y los ovejeros, también… reconocen un solo dueño, y no lo sueltan nunca. Muchas veces me pregunté cuál sería la historia atrás de él. Quién lo habría dejado ir, o de qué se habría escapado.
-¿Y cómo murió?
-Se lo comió un cocodrilo.
-…
-Tengo un cocodrilo en casa. Bah, no es un cocodrilo. Es un yacaré.
-Y dónde lo tiene.
-En el jardín tengo una pileta de natación, vive ahí en el agua, y para estar afuera se maneja entre unas plantas que hay ahí cerca, o toma sol en el cesped.
-¿Tiene otros animales?
-Dos ovejas, para que corten el pasto.
-¿Las ovejas tienen nombre?
-No.
-¿El cocodrilo no les hace nada?
-No. Se mantienen siempre a distancia, toman agua en la otra punta del jardín.
-¿El cocodrilo tiene nombre?
-Sí. Ése sí tiene nombre. Lo tengo desde que era chiquito.


Carlos Busqued
Carlos Busqued nació en Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, en 1970 y actualmente vive en Buenos Aires. Produjo los programas de radio Vidas Ejemplares, El otoño en Pekín y Prisionero del Planeta Infierno. Colaboró en la revista El Ojo con Dientes. Da clases en la UTN y su novela Bajo este sol tremendo fue publicada por Anagrama en el 2008. Escribe en su blog borderlinecarlito.podomatic.com.
Fuente:http://borderlinecarlito.blogspot.com.ar/ - sites.google.com - 
Foto: lavoz.com.ar