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viernes, 9 de junio de 2017

IBARRECHEA: DON RODRÍGUEZ EN EL BAR DE LA ESQUINA

Mire señor, es así, uno no puede saber de cómo es que hay que hacer en caso de que las cosas sucedan de esta o de cualquier otra forma -me decía don Fabián Rodríguez mientras se acomodaba el poncho sobre los hombros para mitigar el frío que nos traía el viento desde el sur-. 
Los hombres se hacen hombres en tres pilares fundamentales que la humanidad, a través de los tiempos va imponiendo, le digo que uno de ellos, el primero es el respeto. Algo que la sociedad actual parece desconocer. Si señor, el respeto. Y eso viene de la familia, de lo que al niño se le educa a partir de sus abuelos, de sus padres de sus tíos y hermanos mayores si los tuviese. La escuela, por ejemplo, en su afán de formar ciudadanos, sólo enseña. Enseña a los niños que cuatro más cuatro es igual a ocho, que es lo mismo que cinco más tres y que seis más dos y hasta en esas recurrencias matemáticas, se le explicará que diez menos dos también es igual a ocho. O sea que, fíjese usted que la educación viene de la casa y, la enseñanza es propia de la escuela, dos cosas distintas pero que se complementan para la formación. Hoy en día hay muy pocos formadores y por cierto, muy pocas personas formadas.
Y este es el segundo punto, la formación que todo individuo tiene que tener y se basa en el primer punto, la educación, los valores de la familia, el amor a su tierra, a las instituciones, a la patria, a los símbolos patrios a los héroes patrios, al respeto de lo ajeno. Por eso en su personalidad, cada hombre que se precie de ser hombre, en su... y discúlpeme que voy a emplear palabras que escuché decir por ahí y que no son mías, en su dinámica o en su potencialidad, en su particularidad, bondades, celos, estados anímicos y varias cuestiones que hablan de la personalidad y de sus creencias.
Y este es, para mi el tercer punto, la religión.
Todo hombre, para mi, debe creer en algo, y creer en algo le hace al hombre tener coraje, y hasta tener temor, tener temor a los designios de Dios es una cualidad.
(Hace una pausa, toma su segundo café cargado, cargado, para don Fabián Rodríguez, significa media copita de ginebra mezclada al café negro.)  
A veces suceden acontecimientos inesperados -sigue hablando mientras pasa su mano por la espesa barba que le cubre la cara-, las cosas que de repente, disparan un divorcio, una disolución de una sociedad, el quebranto económico, una muerte, una infidelidad, un golpe de suerte, y varias menudeces más, que de hablarlas, nos llevaría a tres o cuatro días seguidos sentados en esta piojera. Le decía acontecimientos inesperados que ponen a prueba al hombre que se precie de tal, si, no tiene esos tres pilares fundamentales que son el respeto, la formación y la religión. De nada vale hacerse el macho. O de andar mariconeando. Le tocó esa renga, pues baile con la renga y hágalo con soltura, con elegancia, con altruismo. Y eso no es salir a matar ni salir a robar ni salir a dar pelea a otros matones así porque si, eso se hace cuando nuestro honor está en juego, que eso es otra cosa, a veces, agachar la cabeza es corresponder a lo que Dios dispuso y nos pone a prueba. El honor, defender el honor propio, el de la familia y el de la patria es de hombres que se precien de ser hombres y ahí entra a la olla la bravura de cada uno. Los valores conceptuales en los que uno fue formado. 
Esos acontecimientos inesperados son para demostrar que uno la fortaleza, la convicción de obrar en todo momento y bajo cualquier circunstancia, bien.
Pero usted me viene a preguntar sobre mi hijo, el millonario.
Mi hijo fue educado en mi hogar, por su madre que le hablaba de que esto no se hace, que esto no se toca, que esto es pecado, que la cuchara va a la boca y no la boca a la cuchara. Y por mí, que le fui enseñando que esto se hace así, que esto va acá, que esto se arregla así, que cuide, que guarde. Fue criado sano física y mentalmente, era respetuoso, tuvo una infancia feliz, no le hicimos faltar nada y en las escuelas primarias y secundarias era un buen alumno. Tuvo una crianza feliz, austera pero feliz. Hubiese querido que le tocara hacer el servicio militar. En el servicio militar yo aprendí muchísimas cosas, vi otras tantas y me guardé las buenas. Hice muchas y buenas amistades, aprendí el oficio de lavar motores de aviones y a ser un buen tirador con fusil, aunque nunca más toqué un arma.
Extrañaba mucho a mi finada madre en los cuarteles, por las noches, dormido en las cuchetas, o en las interminables guardias por los puestos del cuartel, pensaba en ella, en sus comidas, la veía lavando la ropa, la pensaba barriendo el patio lleno de hojas de paraísos, higueras, parras... en fin, valoraba a mi familia. Aprendí el valor de las cosas. Pero eso nos pasaba a todos. Comentábamos de que cada hogar era un  mundo diferente y coincidíamos en nuestras conversaciones, lejos de las orejas de los suboficiales, para que no nos vean mariconear, que extrañábamos nuestros mundos.
En mi hijo algo falló. Creo que no era fuerte de espíritu, que su alma tenía cierta debilidad.
Cuando se casó hicimos una gran fiesta, a mi señora la chica no le gustaba mucho, porque era de esas que no ayudaban en la cocina cuando nos sentábamos todos a comer, o cuando ella preparaba algo y ellos andaban de visita, a ella le gustaba sentarse a ver la televisión, a ella le gustaba esos programas de chismes baratos, de juegos estúpidos, digamos vulgares, alejados de todo contexto cultural, instructivo o moral si se quiere. Pero él parecía amarla. Y creo amigo mío, que falló en no saber, por causa del amor, imponer su personalidad, su bien formada crianza. Ella era caprichosa, le exigía alquilar otra casita un poco más grande, más luminosa que la que tenían allá en la calle Moreno, perdón Mariano Moreno, si me escucha el loco del Diógenes Loyola decir Moreno me va a gritar de irrespetuoso de mierda -por primera vez se ríe don Fabián Rodríguez-, bueno, estábamos en, ah, mujer caprichosa era ella. Mi hijo trabajaba en la repartidora de gaseosas, le iba bien, cobraba un buen sueldo, pero ella quería más. Tenían celulares para ver películas.
Vio usted, otra formación, otra educación, más ambiciosa, más de querer ser lo que no se es, sino se tiene esos pilares fundamentales de los que hablamos hace una hora. 
Recuerdo que una tarde, esas tardes de otoño que a mi me gustaban porque cuando yo llegaba de trabajar en la agropecuaria y me encantaba tomarme un cafecito con pan casero y mermelada, me cuenta mi mujer que tuvo una conversación con mi hijo Sebastián. Ella me dijo que "anduvo el Seba, vino para que le remendara el pantalón que se le había enganchado en el estribo del camión y que la Yolanda, su mujer, le había dicho que ella no estaba para esas cosas. Entonces que ella, su madre, dice que le dijo, que él no fue criado para que traiga malas personas a la casa". Y pasó lo que sospechábamos, que ese fin de semana no vinieron a visitarnos, demostrando enojo, seguramente.
Hay que ser muy fuerte, hay que tener los valores bien altos para no caer en los vicios. Y el vicio de Yolanda eran los juegos de azar y eso de andar vistiéndose a la moda.
El lunes siguiente me dijeron en la repartidora que Sebastián no se presentó a trabajar porque habían viajado a Córdoba. Dicen que allá cobraron el primer premio del Loto que habían jugado y bueno, se fueron a vivir a Buenos Aires como grandes señores y que, según nos llegó el comentario de la otra familia,  estaban viendo de comprar un negocito de no se qué -me parece ver el brillo de unas lágrimas lentas en sus ojos-. La cuestión es que no nos llamaron y por acá no los vimos más. Mientras tanto a nosotros, las deudas que tenemos con el fisco nos están tapando y la patria considera que nuestra miserable jubilación alcanza para que vivamos. Mire, la obra social nos lleva de paseo por las sierras. A veces pensamos con mi mujer, en qué diablos fallamos. 
¿Qué me dice usted?


José Antonio Ibarrechea
del "cuaderno de las malas noticias"

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