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viernes, 3 de febrero de 2017

GRACE PALEY: MELODÍA LÚGUBRE



Existe una familia a la que casi todo el mundo conoce. Los niños de esa familia se llaman Bobo, Bibi, Doody, Dodo, Neddy, Yoyo, Butch, Put Put y Beep.



Hay chicas y chicos.

Algunas madres contratan como canguros a las chicas. Son mediocres, pero baratas. Los chicos piensan ingresar en el ejército.

Las dos canguros mayores van a muchas fiestas. A veces, le hacen una paja a un chaval. Les gusta hacerlo.

Son de mentalidad muy estrecha, jamás se les ocurre una idea. Pero les gusta tener razón. Nunca escuchan las ideas de los demás.

Uno tras otro, Dodo, Neddy, Yoyo y Put Put sacaron de quicio a las Hermanas del colegio. Ellas tuvieron que renunciar y ellos acabaron en el lugar que les correspondía, por descarados: en la escuela pública.

Hacia los cuatro años empezaron todos a ser malos y a soltar tacos, y a partir de entonces siguieron progresando por ese camino.

Primero dijeron coño, después puta, luego mamón. Más tarde, cuando fueron un poco mayores, dijeron cabrón, hijoputa y otras expresiones que prefiero no reproducir.

La Hermana fue estricta al principio, se mostró muy enfadada y fría como el hielo. Nadie se lo podía reprochar. Ni siquiera era madre, no había tenido hijos, ni nada que se le pareciera.

Se mostró estricta, y tenía razón al hacerlo. Por supuesto, la verdadera razón de que haya descaro y palabrotas es que no hay un ambiente estricto en casa.

Luego, la Hermana ensayó también la bondad. Les habló muy afablemente. Dedicó tiempo a sentarse con ellos, sobre todo, con Neddy, que era tan guapo y tan listo, y le ayudó en aritmética.

Fue buena. Enseñó a Yoyo a jugar a las damas. Pero a él no le interesaba ese juego. Al resultar inútil la bondad, no le quedó más remedio que decir en cada caso: Lo lamento, pero debes irte del colegio, que Dios te ayude. No mereces nuestra educación maravillosa. Hay muchos esperando la oportunidad.

Fue a ver a su madre, que estaba haciendo la colada con una prisa tremenda antes de irse a trabajar. No sé qué pasa, Hermana, dijo la madre. Andan con esos niños maleducados que han venido a vivir al barrio, ya sabe a qué me refiero.

Oh, oh, dijo la Hermana, que estaba harta de oír continuamente cotilleos maliciosos, oh, oh, ¿de quién somos hijos nosotros, mi querida señora, todos nosotros?

La madre no dijo una palabra. Porque sabía que la Hermana no podía entender nada de nada. En fin, la Hermana no sabía lo que era vivir rodeada de gente de todas clases.

Oh, escuche, Hermana querida, dijo la madre, ¿podría usted vigilarme un poco a Put Put? Bobo vendrá ahora mismo a cuidarle. Ya he llegado cuatro veces tarde al trabajo. No tengo más remedio que irme, bien lo sabe Dios. ¿Por qué diablos tardará tanto esa chica? Usted no se imagina las cosas que pasan hoy día en los institutos. Hermana, sé que tiene usted mucha prisa…

Bueno, dese prisa, dese prisa, dijo la Hermana, que empezaba a sudar. Oh, cuánto siento lo de Neddy. Y lo de Yoyo. Oh, cómo me gustaría no tener que prescindir de ellos.

Siendo lo que es la escuela pública, no mejoraron, claro está. Empeoraron, y empezaron a decir Vete-a-chuparle-la-polla-a-tu-padre. Creo que ni siquiera sabían lo que decían.

Jamás robaban. Tenían una navajita, casi de juguete. Empujaban a la gente en los toboganes y, cuando jugaban, tiraban al suelo a quien podían. No serían capaces de matar a nadie, creo yo.

Decían muchas palabrotas, y se peleaban mucho. Normalmente había alguien que se metía primero con ellos, o que les insultaba primero. Entonces ellos se sentían con derecho a responder con insultos o con puñetazos.

Un día, no más tarde de lo esperado, Chuchi Gómez resbaló en un charco de aceite de oliva que había dejado una señora a la que se le había caído una botella. La señora recogió los trozos de cristal, pero dejó el aceite. Yo tampoco habría sabido qué hacer con él, desde luego.

Chuchi dijo, volviéndose a Yoyo que iba detrás: ¿Por qué me has empujado, cabrón?

¿Quién te empujó, imbécil?, dijo Yoyo.

Eres un cabrón de mierda, tú me empujaste. Me he hecho daño en el codo, me empujaste tú.

Aaah, vamos, yo no te empujé, dijo Yoyo.

Te vi empujarme, noté cómo me empujabas. ¿A quién te crees tú que empujas, hijoputa?

¿A quién llamas tú hijoputa, bocazas? ¿Me lo dices a mí?

Sí, dijo Chuchi, eso es lo que pienso, que eres un hijoputa, un hijoputa cabrón.

¿Me llamas hijoputa cabrón a mí?

Si, a ti. Te lo llamo a ti. Mira este aceite. Sí, eso te llamo.

Entonces Yoyo se puso muy furioso porque él y Chuchi habían planeado ir al puerto a pescar anguilas el domingo. Ahora ya no podía ir a pescar anguilas con Chuchi.

Así que empezó a gritar: No vuelvas a meterte con mi madre, maldito Chuchi Gómez, ¿entendido? Sois unos cabrones hijoputas todos en vuestra familia, empezando por tu padre y tu madre y Eddie y Ramón y Lilli y toda tu gente incluida tu abuela.

Luego, cogió una tabla que tenía dos clavos y le atizó a Chuchi en el hombro.

No es ningún sitio del que salga mucha sangre, pero con el aceite y la sangre y todo eso, sólo faltaba un poquito de vinagre para poner a Chuchi en escabeche.

Entonces Chuchi empezó a dar voces y a chillar: No me mates. Y se fue corriendo a casa con su abuela que era quien le cuidaba.

Su abuela estaba acostada, y cuando vio a Chuchi, empezó a gritar: No aguanto más este maldito país. Matadme, os lo ruego, que alguien me mate.

No, no, dijo Chuchi, no te preocupes tanto, abuela. No fue culpa mía. Empezó él. Será mejor que me lleves al dispensario.

Su abuela se enfadó mucho porque a su edad no la dejaban estarse ni un minuto echada para poder gemir un poco. Pero tuvo que llevar a Chuchi al dispensario. Le pusieron un par de inyecciones para que no se le infectaran las heridas de los clavos.

En fin, ya veis cómo llegó Yoyo a ser famoso como navajero. La gente conoce su nombre desde Greenwich House hasta Hudson Guild. Es audaz. Es un caso perdido.

En la escuela cada día rezan por él todos los alumnos, chicos y chicas.



Grace Paley
(11-Dic-1922 Nueva York, EEUU - 22-Ago-2007 Vermont EEUU)
Hija de ruso-ucranianos socialistas exiliados por orden del zar en 1906 y nacida en el neoyorquino barrio del Bronx en 1922 como Grace Goodside (deformación anglo de Gutseit), Paley firmó siempre con el apellido de su primer y efímero marido apenas tres libros de relatos, breves en páginas pero inmensos en logros, que fueron más que suficientes para convertirla en una admirada Gran Dama de las letras de su país: Batallas de amor (1959), Enormes cambios en el último minuto (1974), Más tarde el mismo día (1985) todos reunidos en 1994 en Cuentos completos (Anagrama), que resultaría finalista tanto del National Book Award como del Pulitzer. Un joven Philip Roth fue quien, exultante, reseñó su primera obra en las páginas de The New Yorker. Pronto Susan Sontag, Donald Barthelme, Angela Carter y -más cerca, más jóvenes- Lorrie Moore y A. M. Homes se unieron y seguirán uniéndose al festejo.
Paley gustaba de definir lo suyo, con modestia, como "historias sobre gente normal" y se la puede ubicar sin demasiados problemas dentro de la tradición inmigrante-judeo-americana junto a Henry Roth, Isaac Bashevis Singer, Bernard Malamud y Saul Bellow. Lo que no impide distinguir, sin esfuerzo, sus rasgos más que particulares. Una ácida mirada femenina dentro de un territorio hasta entonces reservado a los hombres y una incansable necesidad de renegar de ciertas tradiciones ancestrales sumada a una pasión por oponerse a poderosos y opresores. Esto la llevó -ya desde la década de los cincuenta del pasado siglo, a propósito de la proliferación de armas atómicas- a convertirse en una respetada activista y "feminista a la que le gustan los hombres", que alcanzó gran renombre durante las marchas contra la guerra de Vietnam. El título de uno de sus ensayos lo dice todo de su carácter: 365 razones para que no haya otra guerra. Paley -que gustaba presentarse como "pacifista combativa" o "anarquista cooperadora"- fue arrestada en 1978 por desplegar un estandarte antinuclear ante la Casa Blanca y siguió protestando hasta el último día contra la invasión de Irak.
Tal vez tanto movimiento atentó contra la quietud de la escritura de una muy esperada novela por parte de sus editores. "El arte es muy largo y la vida es muy corta", se excusó Paley, quien reconocía ser "poco disciplinada" y alguien que supo "desarrollar hábitos de trabajo, pero todos malos". Aun así, lo cierto es que sus ficciones cortas pueden leerse y apreciarse como una suerte de amplia y luminosa saga desarticulada, con personajes que desaparecen y reaparecen (la madre divorciada y de izquierdas Faith Darwin, en varios de sus cuentos, puede ser entendida como un transparente álter ego suyo aunque Paley prefería llamarla "una amiga muy cercana", prosa precisa que anticipa modales posmodernos y finales donde nada parece acabar del todo. Uno de sus relatos más célebres Una conversación con mi padre, en Enormes cambios... funciona como credo estético a la vez que declaración de principios. Allí, un padre enfermo se queja de la vaguedad de los finales de su hija escritora y le pide, casi como última voluntad, "una historia sencilla, como las que escribía Maupassant o Chéjov, como las que solías escribir tú". La hija lo intenta, quiere complacerlo; pero ya no se le ocurren ese tipo de tramas porque ahora "desprecia esa línea absoluta entre dos puntos y porque todos, reales o inventados, se merecen el destino abierto de la vida". Así, el padre pierde y nosotros ganamos.
En lo que a Paley se refiere, ella consideraba que "la única obligación de un escritor pasa por dejar en este mundo un poco más de justicia de la que encontró al llegar". Misión cumplida y -a su padre le habría complacido- final cerrado. Y también, de algún modo, a pesar de la tristeza del adiós, final feliz.
Fuente: blog.falsaria.com - elpais.com - Foto: boston.com
“Gloomy Tune”, en Enormous Changes at the Last Minute (Enormes cambios en el último minuto), 1974Cuentos completos (The Collected Stories, 1994), trad. J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez, Barcelona, Anagrama, 2005

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