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viernes, 13 de enero de 2017

LAURA DE LA PEÑA: POMPAS Y CIRCUNSTANCIAS

La realidad existe en mí mientras pueda percibirla.

Algo es real si me condiciona, si me modifica.


Dime el color de tus sueños, háblame de sus sonidos y formas,
que si me conmueven, los haré míos.

L. de la P.



POMPAS… Y CIRCUSTANCIAS

El niño había esperado impaciente que la lluvia se detuviera bajo la promesa que le hiciera su madre: salir al parque a soplar pompas de jabón.
Casi sin brisa y con una humedad agobiante, Nacho y su madre cruzaron el callejón esquivando charcos de agua y barro, con la ilusión intacta.
Ya estaba atardeciendo y entre los nubarrones, aún amenazadores, se colaban los rayos de un sol apapachado y frío que iba tejiendo su magia en ocres, índigo y magenta. El escenario era perfecto.
Cruzaron el puente sobre el canal y llegaron al parque con ánimo renovado. Hasta ese momento el hostil domingo había sido aburrido y desangelado.
Sobre un banco de piedra dispusieron los enceres. La madre cargó la pipa y armó la burbuja inicial, un tanto despatarrada y poco distinguida, a la que le siguieron algunas francamente mejores.
Los ojos de Ignacio destellaron el asombro de inmediato. Un distorsionado mundo de colores se reflejaba en las fugaces burbujas. Una de ellas, bien gorda, arrastró a varias más pequeñas, y enganchadas unas a otras reptaron por el aire como una gran lombriz.
El cielo anaranjado se imprimía en las delgadas paredes de las bombillas de jabón que lograban sobrevivir a las carajadas nerviosas de Nacho y a sus descontrolados manotazos. De a uno en uno se arrimaban los curiosos, grandes y pequeños sumando a la escena un gran bullicio.
Coronando el espectáculo, una perra y su cría chumbaban dando saltos para masticar las burbujas que quedaban a su alcance.
Cada tanto fabulosas pompas lograban captar por unos instantes las siluetas de niños que Ignacio no conocía, no registraba y se negaba a dejarlos soplar. Ojos de asombro y mocos, manos de pegote y ropa sucia. El mundo se empecinaba en existir y se multiplicaba, mostrándose congestionado sobre la superficie de las efímeras burbujas.
Algunas pompas sobrevolaron los arbustos y llegaron tan alto que Ignacio las creyó invencibles.
―¡Mirá mamá! ¡Suben hasta el cielo!
―Pide un deseo que lo pondremos dentro, ―sugirió la madre mientras sonreía y disfrutaba de la alegría y el piberío ― así, si llega alto, bien alto, seguro se te cumplirá.
Ignacio saltó del banco, tomó el soplador y miró a su madre por un escaso segundo; inspiró largo y dejó salir el aire suave y lento pero con firme decisión: una pompa, la más grande y bella de todas, se desprendió dudosa, tímida y pesada, y como ayudada por todas las miradas ascendió resuelta y diferente.
Nadie se movía, ni los revoltosos perritos, ni los más pequeños, ni los árboles que hasta hacía solo unos instantes se habían mecido con una delicada brisa. Ignacio contuvo la respiración mientras se le iba dibujando una enorme sonrisa triunfal.
La milagrosa pompa en un ascenso perezoso ofreció el más bello de los espectáculos.
A través de su delicada piel se podían divisar los distintos grupos de personas y niños que se multiplicaban en diferentes colores, como copias de sí mismos. Los pequeños saludaban y gritaban a la vez. Algunas caras mostraban una rara preocupación. Los mayores se abrazaban entre sí. Intentaban decir algo pero las voces no llegaban claras. La pompa era cada vez más grande, y en su ascenso empezó a tomar velocidad. Ya no se los oía. El sonido ya no escapaba de las delgadas paredes.
Ignacio y la mamá la siguieron con la vista. La vieron cambiar su rumbo, virar levemente a derecha, mientras saludaban a los chicos en un viaje deseado, caprichoso y fugaz.


Laura
Mayo de 2015

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