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viernes, 25 de noviembre de 2016

ELADIA BLÁZQUEZ: POEMAS


HONRAR LA VIDA

¡No! Permanecer y transcurrir
no es perdurar, no es existir
¡Ni honrar la vida!
Hay tantas maneras de no ser,
tanta conciencia sin saber
adormecida...
Merecer la vida no es callar y consentir,
tantas injusticias repetidas...
¡Es una virtud, es dignidad!
Y es la actitud de identidad ¡más definida!
Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir.
Porque no es lo mismo que vivir...
¡Honrar la vida!

¡No! Permanecer y transcurrir
no siempre quiere sugerir
¡Honrar la vida!
Hay tanta pequeña vanidad,
en nuestra tonta humanidad
enceguecida.
Merecer la vida es erguirse vertical,
más allá del mal, de las caídas...
Es igual que darle a la verdad,
y a nuestra propia libertad
¡La bienvenida!...
Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir.
Porque no es lo mismo que vivir...
¡Honrar la vida!


A PESAR DE TODO

A pesar de todo, me trae cada día
la loca esperanza, la absurda alegría.
A pesar de todo, de todas las cosas,
me brota la vida, me crecen las rosas.
A pesar de todo me llueven luceros,
invento un idioma diciendo... “te quiero”.
Un sueño me acuna, y yo me acomodo
mi almohada de luna, a pesar de todo...

A pesar de todo, la vida que es dura,
también es milagro, también aventura.
A pesar de todo irás adelante.
¡La fe en el camino será tu constante!
A pesar de todo, dejándola abierta,
verás que se cuela el sol por tu puerta.
No hay mejor motivo, si encuentras el modo,
de sentirte vivo... ¡A pesar de todo!

A pesar de todo estoy aquí puesta,
los pájaros sueltos, el alma de fiesta.
A pesar de todo me besa tu risa,
y el duende, y el ángel del vino y la brisa.
A pesar de todo, el pan y la casa,
los chicos que crecen jugando en la plaza...
A pesar de todo, la vida ¡qué hermosa!
siempre y sobre todo, de todas las cosas.



EL MIEDO DE VIVIR

El miedo de vivir
es el señor y dueño
de muchos miedos más,
voraces y pequeños,
en una angustia sorda
que brota sin razón,
y crece muchas veces
ahogando el corazón.
¡El miedo de vivir
es una valentía!
Queriéndose asumir
en cada nuevo día,
es tuyo y es tan mío
que sangra en el latir
igual que un desafío
el miedo de vivir.

Los miedos que inventamos
nos acercan a todos
porque en el miedo estamos
juntos, codo con codo...
Por temor que nos roben
el amor, la paciencia
y ese pan que ganamos
con sudor y a conciencia.
La soledad es miedo
que se teje callando,
el silencio es el miedo
que matamos hablando,
¡y es un miedo el coraje
de ponerse a pensar,
en el último viaje...
sin gemir ni temblar!




Eladia Blázquez
Hija de una humilde familia, Eladia nació el 24 de febrero de 1931 en Gerli (Buenos Aires). En 1970 grabó su primer disco de tango, irrumpiendo en el machismo tanguero cuando este género se encontraba en plena crisis. Además de cantante, compositora y autora, se consagró como pianista y guitarrista.
Escribió dos libros: Mi ciudad y mi gente y Buenos Aires cotidiana. También varias letras para los folkloristas Ramona Galarza y Los Fronterizos. Fue nombrada «Hija dilecta de la ciudad de Avellaneda» en 1988 y «Ciudadana ilustre de Buenos Aires» en 1992. La apodaban «la Discépolo con falda», debido a su gran talento para escribir. Sin embargo, durante su carrera y aun en la actualidad sigue siendo muy criticada por los puristas tangueros, quienes la acusan de ser irregular respecto a la calidad de sus piezas musicales.
Compuso temas de variados estilos, los que contaron siempre con intérpretes de primer nivel. Primero fue la canción española, luego la melódica y sudamericana; más tarde, el folklore, y finalmente la atraparon el tango y la balada.
Entre sus canciones más populares encontramos «El corazón al sur», «Sueño de barrilete», «Mi ciudad y mi gente», «Honrar la vida», «Que vengan los bomberos», «Bien nosotros», «A un semejante», «Si te viera Garay», «Viejo Tortoni», «Con las alas del alma», «Si Buenos Aires no fuera así», «Somos como somos», «Sin piel», «Prohibido prohibir», «Si somos gente» y «Convencernos». Puso letra al famoso tango instrumental de Astor Piazzolla «Adiós Nonino».
Recibió el Premio Konex de Platino en 1995 y en 2005, ambos como mejor autor/compositor de tango de la década en la Argentina.
Murió el 31 de agosto de 2005, en la clínica Bazterrica, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, a los 74 años, debido a un cáncer terminal que padecía desde varios años. Fuente: Wikipedia.org - Foto: tanguera.com

SUSANA GIRAUDO: POEMAS



DIABÓLICAMENTE BELLO


A veces veo sin ver,
un desgarrado sueño que he perdido y recupero.

En el ir y venir desde la nada al todo,
ese fragor al que asomarnos,
regalo de ángeles provocantes,
concesión de dioses paganos.

Me miras desde lo inmenso
y mi espíritu responde descarnado,
despojado de piel y huesos,
solo suspiro, temblor y latido.

Una especie de seducción por resistir lo irresistible,
se soporta como una sentencia leve,
como un sino que no podemos ignorar,
un derrotero onírico fulgurante.

La clave está en la asonancia de un coro
de voces diabólicamente bellas,
un irresistible canto de sirenas.
Voces de seres ciegos que nos habitan
descubriéndonos uno al otro,
palpando nuestros cuerpos aún no revelados.



HECHICERÍA


esta hierba que crece
sobre mis muslos estremecidos
capim tierno al que mueve el viento
aliento de tu furia sobre mi verdor
mágico embrujo como si
fuera un jardín de lavandas que vibra solo
entre el encanto entrelazado
de lenguas
que hablan sin pensar apenas
en la cruda fuerza de mi espanto
en tu himno vibrante
en la danza proteica y fantástica
alucinación
hechicería de a dos
luz fusional
alarde bicéfalo
latido de vacíos
que se nutren de promesas
en medio de este
intimo deslumbramiento
de uno
en el otro

solo somos la magia
de dos brujos midiéndose
en el encanto extraño
de ausencia
y distancia



SIEMPRE SE SALVA UN NIÑO

Un odio definitivo y sólido
arrastra los resabios temblorosos
de la pequeña última muerte.
Sarcófago inventado donde
la nada se arrebuja en los rincones.
Batalla devenida como toda batalla,
sin precisar la chispa que la engendra.
Turbio lastre de la frustración
moviendo personajes contrahechos,
mientras los hilos se mezclan y confunden.

¿Dónde se apaga el odio?
¿En cántaros de cobalto?
¿En caminos de espuma donde perder su huella?
Las palabras borran un rostro
entre la niebla espesa del futuro,
y las manos intentan
destruir lo abominado, el sinsentido.

Cuando se aquieta el derrumbe,
entre los escombros,
siempre se salva un niño.


Susana Giraudo

Es poeta, narradora y ensayista. Adquirió su formación literaria de manera autodidacta y participando en talleres, cursos y congresos. 
Como artista plástica es acuarelista y se formó en talleres de pintura. Fue discípula de Eduardo Cervera y Nélida Petrucelli .
Nació en Villa María, provincia de Córdoba en octubre del año 1947
Libros publicados: 
Trazo y poema, edición de la autora, 1988 - 
Cuerpo de luz, Editorial Vinciguerra, 1991 ( bilingüe) - 
El sonar transparente, Editorial Vinciguerra, 1993 - 
La luna en fuegos de final de noviembre, Ed. Trasgo, 1998 - 
La armonía de las desarmonías- Editrice Letteraria Italiana (bilingüe 2002)  
Plaqueta receta, edición de la autora - 
La inocencia, Ed. Radamanto, (plaqueta) - 
Encantamiento, edición de la autora, (plaqueta) - 
La armonía de las desarmonías. Ed Bilingüe italiano- español. 
Vinciguerra (argentina) 
Libroitaliano ( Sicilia- Italia). - 
Plaquette V Festival de Poesía de El Salvador ( 2006) - 
El vuelo redimido ( inédito) ( 2007) 
Antologías  
A orillas del Suquía - Rampacórdoba - 
Moriré en Buenos Aires - 
Obra completa de Horacio Ferrer - 
Tierras planas - 
Urdimbre de sueños - 
Los nuevos, Sociedad Argentina de Escritores Villa María, 1998 - 
Poesía argentina de fin de siglo, Editorial Vinciguerra - 
A religiao do girasol, Lisboa, Portugal - 
Antología de Entremoz (surrealismo) Portugal. 
Fuente:paginadepoesia.com.ar - Foto: sociedadedospoetasamigos.blogspot.com

LAURA GARCÍA DEL CASTAÑO: POEMAS

Como un ciego en la garganta de un zoológico

me acerco al alambre
para puedas filmarme
Llegaste aquí
el guardia te retó por robar camalotes de la fuente
vos querías llevarlos a tu baño, ponerlos bajo la pileta
el guardia olvida que todo este lugar es un inmenso trasplante
el zoológico y la ceguera son inmensos trasplantes
El ciego sacado de su hábitat soy yo
para aquí
imaginando las alturas de la isla de Kodiak
en este último balcón que replica la cima
un jilguero a veces me canta
trepado en el ángulo más estrecho de un bosque
inexistente.



La muerte en un film de Woody Allen


temo a los poemas cerrados como hombres solos
a los mapas de ciudades hundidas o inexistentes
a los perros atados en las fábricas
a los manojos de llaves
a las mujeres que harán de mí su atolón Bikini
Temo a la palabra huésped
al suspenso de una dicha que se tarda
al rastro del ciego
a los coleccionistas, a los testamentos
al vaivén de los santos en las procesiones
a las ancianas de pelo rojo
Cècile de bonjour tristesse
a la canción que pusiste el día de nuestra muerte
pero sobre todas las cosas temo
al asesino
en el sueño recurrente de mi padre
a su víctima
y a esa parte que quedó
viva para contarlo 

De: "El sueño de Sara Singer", Llantodemudo Ediciones, 2014




Laura García del Castaño 
(Córdoba, Argentina, 1979). 
Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos: "Los demonios del mar", el nuevo título editado por Ediciones del Dock, que se agrega a sus libros anteriores "El grito" (2004), "La vida en que sueñas" (2012), "El animal no domesticado" y "El sueño de Sara Singer", ambos de 2014. 
Fuentes: telam.com.ar  
elgritoliterario.blogspot.com 
elpoetaocasional.blogspot.com 
Foto: predicado.com

GABI BUSTAMANTE: POEMAS



Porque, tu sonrisa me enamora 

aún en la distancia.

Porque, desde mi lugar, 
extraño tu mirada acariciando mi alma.

Porque, anhelo sin desesperar 
el calor de tus brazos.

Porque, para amarte 
no necesito someterme a la condición de tu presencia. 

Porque, a pesar de que nuestros tiempos son distantes, 
me enorgullece conocerte.

Porque, si me quedo callada, 
mirando la nada te estoy pensando en calma. 

Porque, lo bello de amarte, 
es la posibilidad de que el corazón teja sueños de esperanza.

Porque, no necesito de horas marcadas, 
ni días pactados. 

Porque, no hacen falta promesas innecesarias, 
ni excusas falsas.

Porque, quiero amarte desde mi esencia sin especulaciones odiosas 
que nada tienen que ver con la ilusión de estar enamorada. 

Porque, más allá del roce de la piel, 
te siente mi corazón, y con eso alcanza .



                                                                 * ********* *


La lluvia de este noviembre me contagia el alma, 
la humedad brota de mi interior deslizándose por mis mejillas, 
un suspiro aturde mis sentidos, 
justo ahí estás...

Visualizo tu sonrisa encantadora ,
tus manos dibujando mi rostro,
tu mirada profunda abstrayendo la realidad, 
escucho tus palabras tan precisas como una suave melodía. 

De repente el paisaje en mi interior cambia, 
el aguacero se detiene, 
el clima se torna cálido, luminoso, 
con el aroma auténtico de la primavera...



Gabi Bustamante
Córdoba, Argentina 1970
Gabi nos promete meterse de lleno en el mundo de la escritura y especialmente la poesía, concurre a Talleres Literarios y nos elige para sus primeras publicaciones. De allí que el staff de este blog solo le dice:
"No te detengas"
Foto www.facebook.com/gabii.bustamante

HAMLET LIMA QUINTANA: POEMAS


GENTE

Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión y los rosales;
Que con solo sonreír entre los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después, como si nada

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.



LA BREVE PALABRA

A veces el silencio es la palabra justa,
la que enciende las luces, la que mejor se escucha,
la que place o se sufre cargada de milenios,
la que otorga hermosura,
la flor del pensamiento.

En ese momento de la clara armonía,
de la mejor tristeza, de la entera alegría.
Es el gran fundamento que ronda a la grandeza:
tu palabra y la mía
habitan el silencio.

Por eso la palabra
debe ser pronunciada
como una ceremonia
con aire de campanas,
una fiesta del alma,
farol del pensamiento,
porque fue generada
por el mejor silencio



CIELO BLANCO


No veo el cielo madre, sólo un pañuelo blanco
no sé si aquella noche yo te estaba pensando
o si un perfil de sombras me acunaba en sus brazos
pero entré en otra historia con el cielo cambiado.

No me duele la carne que se fue desgarrando
me duele haber perdido las alas de mi canto
las posibilidades de estar en el milagro
y recoger las flores que caen de tu llanto.

No quiero que me llores, mírame a tu costado
mi sangre está en la sangre de un pueblo castigado
mi voz está en las voces de los "iluminados"
que caminan contigo por la ronda de Mayo.

No quiero que me llores ahora que te hablo
mi corazón te crece cuando extiendes las manos
y acaricias las cosas que siempre hemos amado
la libertad y el alma de todos los hermanos.
No sé si aquella noche amanecí llorando
o si alguna paloma se me murió de espanto
la vida que ha esperado tanto
es el cielo que crece sobre tu pañuelo blanco.


No quiero que me llores, mírame a tu costado
mi sangre está en la sangre de un pueblo castigado
mi voz está en las voces de los "iluminados"
que caminan contigo por la ronda de Mayo.



ZAMBA PARA NO MORIR

Romperá la tarde mi voz
Hasta el eco de ayer.
Voy quedándome solo al final,
Muerto de sed, harto de andar.
Pero sigo creciendo en el sol,
Vivo.
Era el tiempo viejo la flor,
La madera frutal.
Luego el hacha se puso a golpear,
Verse caer, sólo rodar.
Pero el árbol reverdecerá
Nuevo.
Al quemarse en el cielo la luz del día
Me voy.
Con el cuero asombrado me iré,
Ronco al gritar que volveré
Repartido en el aire a cantar,
Siempre.
Mi razón no pide piedad,
Se dispone a partir.
No me asusta la muerte ritual,
Sólo dormir, verme borrar.
Una historia me recordará
Siempre.
Veo el campo, el fruto, la miel
Y estas ganas de amar.
No me puede el olvido vencer,
Hoy como ayer, siempre llegar.
En el hijo se puede volver
Nuevo.




Hamlet Lima Quintana 
Nació el 15 de Septiembre de 1923. Fue un poeta argentino, autor de más de cuatrocientas canciones entre ellas la popular "Zamba para no morir". Además de su actividad artística, trabajó en las redacciones de la agencia de noticias United Press y de la sección Política del diario Clarín. También se desempeñó como cobrador, vendedor de la editorial Sudamericana y empleado del Instituto Nacional de Cinematografía. También grabó discos con el recitado de sus poemas, de los que se destacan: "Juanito Laguna remonta un barrilete" y "La Pampa Verde". Falleció el 21 de febrero del 2002, a los 78 años, por un cáncer de pulmón. Fuente: poetasdelmundo.blogspot.com - wikipedia.org - Foto: radiolaquebrada.com

A E QUINTERO: POEMAS (UNA DIFERENCIA)

LA NIÑA ESTÁ
de negro riguroso. Su cuerpo
se adelantó demasiado a las pequeñas nevadas.

No importa si es judía.
No importa
si no lo es. La tía más vieja
se encarga de bañarla. Luego
cinco minutos
la deja sola con su nuevo cuerpo.

No es exactamente miedo
lo que sus dedos tocan.
No es
precisamente sudor
o miedo.

Cuando la tías regresa
con otras tías. Ya no importa si la niña
es tailandesa o maya. o si cayó de la luna.

Esa noche le quitaron
su únicas muñeca.


LE EXPLICAN AL NIÑO
porqué no debe pegarle a su hermanita.

No usan la palabra amor.

Dicen hombre
como si hablaran del señor que pasa vendiendo pan;
algo dicen
de pétalos y de nubes que se secan,
que se retractan y secan.

El niño intenta explicar algo sobre un pellizco
pero lo acusan de persona,
de hombre y niño y de persona,
de no poner el otro brazo
-como un cristo niño- para nuevos pellizcos.

Persona
siempre había significado
adulto. Persona
no significaba niño pellizcado
sino adulto (maestro, vecino, tendero), adulto.
El tribunal insiste, señala
una diferencia
que el niño nunca terminará de entender.

Cuando los padres salen de la habitación
la niña lo mira
y sonríe.


EL MUCHACHO ALZA LA MANO
Sabe que puede responder
lo que guarda en sus cáscaras cítricas
el logaritmo.

Podría hacer cálculos
de su distancia hacia los otros.
Y responder.

De niño
todo era contar:
la cantidad de líneas en la carretera
de la casa de su padre
a la casa sin su padre.
Las hojas que van cambiando
sin querer cambiar.

Su mano podría estar levantada
todo el día
aunque el maestro no la viera, aunque el maestro
no quisiera verlo. O le hablara de mujer:

-déjenla que responda.

Y la diversidad era -diez menos nueve igual a uno-
una palabra que no dormía de noche,
que leía de noche estrellas y ventanas apagadas,
que rezaba corazones abiertos de ternera
y creía
en la felicidad como un hecho inmóvil.

Pero amanecía.
Irremediablemente, irreparablemente
amanecía.

Era difícil
ser aquel muchacho. Y quedarse en el salón
hasta que ya no hubiera piedras ni empujones
-ni aquel maestro- esperando afuera.
Ser aquel muchacho
era difícil.



A E Quintero

Alfredo Espinosa Quintero, Nació en Culiacán, Sinaloa en 1969 y radica en el Distrito Federal. Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1996 ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa por el poemario Los postigos del verano.
En el año 2011 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Poemario Cuenta regresiva. Su libro La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse fue seleccionado como mejor libro de poesía del 2014 en La Feria del Libro Independiente de la AEMI. 
Fuente: Poemas extraídos del libro 200 gramos de almendras - Editorial Simiente, Colección Simonía - México. - Foto: archivo del blog

EDUARDO DALTER: POEMAS



NOTAS DE INVIERNO
Hasta tu cama
entran,
tensos, de esquina,
por tu piel,
y por allí
te andan,
quiebran
tus cerrojos,
los hechos,
las manos, las voces.
*
Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,
ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;
es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.
*
Dejá que entre la luz,
dejala que entre,
que se acomode,
que abra su valija;
no vayás a echarla;
dale de comer;
dejá que ande por la casa.
*
Amor marcado
de estos años.
A pesar de todo
vuela, vuelve.
Tibio es él;
a prueba es él.
Memorioso, dúctil
y carnívoro.
El da la hora
de esta hora.
*
Hermosura que te busco;
electricidad que es hermosura;
hermosura de una mano
en otra mano; de un cuerpo
en otro cuerpo; de una letra
que con otras es palabra;
palabra que te busca, me busca.
La oscuridad no es cosa nuestra.
*
Nadie estuvo en sus ropas, en su patria, en sus raíces.
Un silencio de lobo avanzó y corcoveó por estas calles.
El terror derribó puertas y espió por las mirillas.
Una conmoción de muerte, de la puerta para afuera
y de los ojos para adentro, nos exilió del otro
y fuimos gente sola, de mirada huidiza, en los rincones
como las hojas tristes que los vientos amontonan.
………………………………….De Estos vientos (1984)

DEFENSA DE LA POESÍA
………………………Palabras con mi hijo
Porque, aunque no lo creas
–plano más concreto–,
la luz de las estrellas
también vuela
y, además, el horizonte
es una línea tan cambiante
de acuerdo a cómo vires
el rumbo de tus pasos.
*
De esta arboleda
tomá tu color
o tu desdicha; y tomá
tu mar, tu vaso…
Todo suena, pareciera,
a nueces secas. Pero
también suena un río
grandioso
que aún no escuchas.
………………………………….De Aguas vivas (1993)
*
Viento, háblanos del mar
que hoy estamos algo así
como aburridos, como tristes.
Afuera, ves, llueve,
llueve con ganas
y contigo. Háblanos
también de las costas
de Chacachacare y de Macuro
mientras tomamos el café
y miramos la ventana.
Háblanos
así, del oleaje
torrentoso dando en los cargueros
que se inclinan
en las Bocas,
que hoy estamos desolados
y deseosos de tu magia.
………………………………….De Las costas del golfo (1995)
*
Luna, grave
luna, encima
de los tejados
ya húmedos;
y las calles solas,
solas,
donde se va
esfumando
la estela
de tu aliento
a cada paso.
*
Hay un camino
aún no atascado,
aún ni pensado,
que comienza
en la punta justo
de tus pies; hay
un camino; hay,
hay un camino.
………………………………….De Mareas (1997)


Eduardo Dalter
Nació en el barrio de Vélez Sarsfield, Buenos Aires, en 1947. Poeta e investigador cultural. Desde 1971, año en que editó su primer poemario, ha venido desarrollando un quehacer sostenido en los ámbitos culturales. Importantes publicaciones de su país y de América han incluido en sus páginas poemas de su autoría: revista Crisis (Buenos Aires), revista Alero (Universidad San Carlos de Guatemala), revista Golpe de Dados (Bogotá),Shantih magazine (Nueva York) y revista Casa de las Américas (La Habana), entre otras. Durante los años de la última dictadura militar de su país vivió en el Oriente venezolano y en la ciudad de Maracaibo, donde en 1982 se publicó uno de sus libros. Dio conferencias y participó de encuentros internacionales, y asimismo brindó numerosas lecturas; entre otras: en elGinsberg Tribute, en el Central Park, Nueva York, y en la Feira do Livro, en Brasilia. En el año 2000 tuvo edición su trabajo de investigación Harlem: los blues de la historia, que incluye una selección poética, con 2da. edición en 2010. Por otra parte, en el lapso 1994-2002 dirigió la revista de poesía Cuaderno Carmín, de difusión continental. Durante el bienio 2004-2005 preparó y ofreció seminarios acerca de la poesía de América en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, entre otras instituciones. En 2013 dio charlas y lecturas en escuelas y en centros culturales de diversas ciudades de Italia y participó en eventos poéticos en la ciudad de Londres. En 2014 ofreció lecturas en Londres a la vez que completó su investigación acerca de la poesía del Caribe en lengua inglesa. En el mismo año, aparecieron bajo el sello del Ministerio de Educación de la Nación, sus libros Harlem: los blues de la historia y Viento Caribe, investigación y selección poética que le pertenece en coautoría. Su poemario Dos cigarrillos para Eliot se editó en marzo de 2015. Algunas obras poéticas del autor: Silbos(1986), Hojas de sábila (1992), Mareas (1997), N.Y. Postales para enviar a los amigos (1999),Bocas baldías (2001), El mercado de la muerte (2004), Hojas de ruta (2005) y Canciones olvidadas (2006) entre otras. Fuente:poesiainexorable.wordpress.com - Foto: wikimediacommons.com

EGOR MARDONES: POEMAS


Domingo

Hoy no trabajo.
Generalmente paso más de medio día
tirado en la cama, perdido en los drogos atardeceres
de mi habitación.
A veces manipulo el control remoto
en busca de quizá qué imposible mensaje entre los 666
abismantes canales de TV
pero siempre termino en una de monos animados.
Nada hay, a las finales, en el mundo
semejante a un taxi desplazándose cinematográfica-
mente por las clandestinas avenidas de la noche,
de la página,
de la imaginación.
Pantalla en blanco/ Cortinas cerradas/ Silencio total
El resto del día es nada
como todo asqueroso domingo.



En viaje


Vago ensimismado por esta cinematográfica citi
de bajo presupuesto y peor taquilla
por este perpetuo trasnoche de malísima poesía
solo y sin destino como siempre
en busca de sonámbulos pasajeros varados
en remotas esquinas
que todavía sueñan con despertarse amanecidos
a la más bella y radiante orilla deste mundo
y tumbarse a los porfiados hechos
aunque sea por un mísero instante
y llegar a creer que es para toda la vida.



Todos se han Largado a Otra Parte

Todos se han largado a otra parte
sólo quedaron aquí los condenados a vida:
putas, artistas, yonquis, replicantes, hackers,
veteranos de guerra, ciberpunks, muertos vivos
y otras faunas por el estilo descarriadas.
Todos se han largado lo más lejos posible desta citi
que nunca es tan lejos como lo sabe cualquiera
que alguna vez haya siquiera rozado los poemas de Cavafis.
Sólo yo sigo llevando en mi taxi a Partealguna
a pasajeros que en su perra vida han salido de Nada
que jamás se han movido o moverán ya para siempre
de Aquí.


De: "Taxi Driver", Ediciones Al Aire Libro, 2009



Egor Mardones 

Un 23 de marzo de 1957 nació en Tomé, Egor Mardones Grandón, profesor de español de la Universidad de Concepción y poeta de toda su vida. Y es que ha pasado una vida dedicada a las letras en medio de la galaxia local. Egor ha publicado en revistas como Lar Extremo, Piel de Leopardo, Trilce y Extremoccidente y, entre otras, en las antologías Cuadernos Lar de Poesía (Concepción, 1986), Las plumas del colibrí. Quince años de poesía en Concepción (Santiago: Improde-Cesos, 1989), Geografía poética de Chile: Concepción (Santiago: Antártica / Banco del Estado, 1998), VIVEN (periplo por los poetas de Chile) (Santiago: Ril, 2002) y Poesía spectacular show. La última antología (Los Ángeles: Night Citi, 2008). Ha sido becario del Fondart en 1993 y del Fondo del Libro en 1998 y 2003, por Taxi Driver en esta última oportunidad, indica la Revista Contrafuerte, señalando parte de su biografía. Actualmente vive en Tomé, donde imparte talleres literarios y realiza diversos proyectos y actividades culturales. Fuente:radiolaamistaddetome.cl - Foto: neotraba.com

MÚSICA: MONTEFIORI COCKTAIL


"Gipsy Woman"
de: Crystal Waters
(Dims Special Re-Touch)
Subido por: TheFunkySan
Gentileza: YouTube estándar



"Sofisticata"

de: Fred Buscaglione

(Nicola Conte Soft Samba Strings Remix)
subido por: SEXY JAZZY CHILL OUT & HOUSE
Gentileza: YouTube estándar



Montefiori Cocktail 
Es un dúo musical de música italiana de salón (Lounge), compuesto por los hermanos Francis (teclados) y Federico (saxo, flauta y voz) Montefiori, hijo del saxofonista Germano Montefiori. A lo largo de su carrera han hecho ocho discos. Algunas pistas son "Lazy ocupado", "Otra cama", "campañas campañas de campañas". Sus composiciones han sido utilizados en muchos anuncios publicitarios, cuñas de radio y siglas; entre ellos el código del programa de radio de Rai Radio. Ultrasonido Cóctel, Hu Él, las iniciales del programa de su negocio (dirigido por Paul Bonolis), la participación en la banda sonora de la película El último beso y una de la serie "Sexo en Nueva York."  También participaron como conductores fijos en el programa Nada personal.
Fuente: musica.com - wikipedia.org - Foto: musicclub.com

viernes, 18 de noviembre de 2016

IBARRECHEA: TESTIMONIOS ("CÚTER" Primera Parte)




"En horas de la siesta, mi mamá me pedía que le escribiera un cuento para que ella lo pudiese leer en la noche.
Para eso, me sentaba en la mesa de la cocina, con un lápiz y un cuaderno de muchas hojas.
Yo tenía 9 años y escribía hasta que los fantasmas de mi casa,
apagaban la luz."

(Yo, Ibarrechea)




Primera Parte

Oficinas del periódico "Tiempo De Reformas" 

-No crea usted señor Director, que no estoy al tanto de la situación financiera de la editorial, pero si usted me permite y sin más ánimo que el de salvaguardar nuestra fuente de trabajo, coincido plenamente que alguna medida al efecto debemos tomar -decía el señor Agenor Castro mientras miraba por la ventana de su oficina hacia la ciudad-. Tampoco creo necesario que el despido de la gente nueva, la de menor antigüedad, sea el resultado que buscamos. Usted sabe que también la competencia tiene sus problemas y recuerde que el Sindicato aquí es muy fuerte -sacudía la ceniza del cigarrillo que le había caído en el pantalón-. Escúcheme, -dijo haciendo una enorme pausa- le propongo que quitemos letra. Bajamos el horóscopo diario, la página de artes y espectáculos y nos metemos de lleno en publicar avisos clasificados a mitad de precio y publicamos historias sensacionales -se acomodaba la corbata y apagaba el cigarrillo en el cenicero-. Consígame usted un mes más. Esa es mi propuesta de la cual me hago enteramente responsable. En este mes recortamos un pliego y pongo a trabajar a todos estos diablos en una idea brillante que tengo -Hace una nueva pausa, está escuchando el señor Castro mientras mira las aspas del ventilador suspendido en el techo-. La publicidad está agotada. Todos ahora están buscando los periódicos a color. De última, despida a los del departamento de publicidad, esos no son del gremio, y es muy alto el porcentaje de ganancias que acumulan, pero a mi gente no. Espere a que me jubile si quiere cerrar el “Tiempo de Reformas” de paso mata dos pájaros de un tiro -se ríe el señor Castro mientras hace girar su sillón y vuelve a mirar por la ventana hacia fuera-. Le dije tiros ¿no? Le cuento sobre la idea brillante que tengo y es la de poner a trabajar a los más jóvenes, ellos vienen de otra escuela, pues que se formen como me formé yo. Que caminen las calles en busca de historias -hace otra pausa y parece escuchar con cierta atención, levanta la vista de unos papeles y me mira fijamente, entonces contesta que si, que podía ser y sigue hablando él-. Está bien, solo le pido un mes, señor, si en un mes nos salvamos pagando al menos los intereses de la deuda, de aquí no se va nadie y empezamos a ser lo que éramos -acomoda los papeles y los guarda en el primer cajón-. Le mando un abrazo, y olvídese de esos subsidios engañosos. Y no se olvide, lo que le sugerí, vaya diciéndole a sus, entre comillas, socios, que pueden retirarse. Yo soy su amigo señor Fontana, concédame usted un mes, gracias y hágale llegar mis saludos cordiales a su señora. 

El Señor Jefe de Redacción don Agenor Castro colgó el teléfono, encendió el cuarto cigarrillo de la mañana y miró la hora en el reloj de pared, llamó a su secretaria y le pidió que reuniera a todo el personal presente en la planta.

-Quédate ahí -me dijo mientras buscaba un cepillo de calzado y repasaba sus zapatos negros, pronto llegaron los delegados de cada área-. 



– Tengo malas noticias -empezó diciendo y no hubo gran asombro entre el personal por la situación financiera del periódico, hasta los mismos delegados de cada sección, se mostraron interesados en mantener la fuente de trabajo con cierto optimismo. La falta de insumos era lo más preocupante y el recorte de cuatro páginas era una solución considerada con cierto desagrado pero finalmente aceptada luego de dos horas de una intensa deliberación.


Una vez finalizada la larga conversación y de escucharlo atentamente en su arenga final, salimos todos, yo fui el último, después de entregarle mis notas de la sección llamada "El cuaderno de las malas noticias" donde estaban cronicados todos los diversos accidentes y hechos policiales con final triste de la semana. 

Al día siguiente me mandó a llamar con la nueva empleada, quería hablar a solas conmigo, ella me dijo que seguramente el señor jefe de redacción empezaría con una serie de despidos y que lamentaba mucho que yo sea el primero. Mientras parecía simular que caía en desgracia y forzaba la aparición de alguna lastimosa lágrima. Al entrar, la puerta hizo un extraño sonido que nunca antes había percibido, cuando ingresé, era como si de repente hubiese envejecido y sus bisagras se quejaban de dolores no denunciados. Me dijo que pasara, con un acento triste y abatido y en ése mismo tono, me dijo que yo tenía una gran oportunidad, es tuya, me dijo. 

- No sólo serás uno de los que salvarán a este periódico del diablo, chico, sino que salvarás tu pellejo de escribidor, pues seré yo mismo tu corrector, hazme el favor de averiguar qué carajo pasó realmente con este crimen, hurga buscando mugre aún donde creas que no la hay y mándame todos los días de tu desastrosa vida, un informe de lo que has hecho. Ahora vete, ahí tienes todos los datos y escucha bien pendejo, seré yo quién te pague el sueldo, las bonificaciones y tus aportes, porque creo que ya están redactando tu despido, en curiosas letras góticas -me palmeaba la espalda el señor Agenor Castro-. 

Después de vaticinar mi futuro, fumamos juntos por un rato en silencio y luego hablamos de fútbol y de su conversación con el señor Fontana, el director. 

Sin mirar los archivos que me había entregado salí de su despacho, en cuanto los teléfonos empezaron a incomodarlo, y pensé que aquel ruido de la puerta al abrirla, siempre había estado, desde el primer día que la pusieron y que nunca nadie le había prestado atención. 

–Es una señal, una buena señal -le dije a Clarita la secretaria, que sonriente me preguntó cómo había resultado mi conversación con el señor Castro. Le hice un gesto con los dedos que pareció no entender, bajé las escaleras y salí a la calle con los papeles acomodados en mi portafolio de cuero, que me acompaña desde que empecé a buscar trabajo-. 

Al llegar a mi habitación busqué una estampita que me había regalado mi madre en la oportunidad que ella y yo viajamos a conocer a mi madrina y que mi madrina nos llevó a conocer a un señor amigo laico, que nos llevó a conocer el cura de un pueblo que no me acuerdo como se llama y que todo el mundo cree que hace milagros con sus manos temblorosas y viejas apoyándola en la frente de los creyentes. Yo tenía apenas ocho años cuando eso sucedió y me propuse hacer lo mismo, puse la estampita sobre mi frente y luego la besé y la guardé en la billetera que me regaló una ex novia en un paseo por las grandes tiendas y que me hizo jurarle que siempre le escribiría cartas de amor, más aún sabiendo que como un soldado de la nación y vistiendo aquel brillante uniforme, yo podía ser mandado por mis superiores a una supuesta guerra para recuperar parte de nuestro territorio nacional. Ella nunca me pidió que le devolviese los regalos y ahora la recuerdo cuando nos despedimos en una iluminada esquina, después de un largo beso, una tarde de llovizna y viento que le sacudía la corta pollera y que le mostraba definitivamente aquellas hermosas piernas que tenía. Nunca más la volví a ver y le fallé en mis cartas. 

Ahora pienso en Ángela. 

La carpeta tenía, diustintas fechas, una foto y comentarios sobre el acontecimiento, firmado por distintos periodistas. Y un enorme título escrito con tinta roja: 

Cipriano Tavares alias “CÚTER” 

Ciudad de Altos Moncadas. 
Elcíades Tapia me dijo que lo vio morir, que pensó en un momento que no se trataba de Cipriano Tavares, alias cúter, el muerto, pero antes lo gritos de los matadores y lo desfigurado del rostro, mas aún la carta que evidenciaba que se trataba de él, pareció conformarse, y que con el tiempo, sus dudas se fueron diluyendo en las aguas del olvido. 

Con esa contundencia me hablaba, mientras tomábamos un café. 

-Cuando asesinaron a Don Cipriano Tavares, alias "Cúter" yo recuerdo que el día se presentaba esplendoroso. Había un sol tenue escondido entre unas nubes remolonas -así me contaba don Elcíades Tapia, el poeta olvidado del pueblo, mientras se rascaba la espesa barba-. El día estaba cálido, pero había una brisa suave que venía desde las sierras y que abanicaba a las hojas de los árboles. A esa hora había mucha gente en la calle, como a él le gustaba ver en éste pueblo. Dicen que nadie lo había visto llegar. Ni siquiera fue reconocido mientras caminó las catorce cuadras desde la parada del ómnibus hasta llegar al umbral de la casa de Doña Beatriz. Tampoco había cambiado tanto su aspecto en estos años de ausencia, en los que le adjudicaron los crímenes simultáneos y semejantes de los guerrilleros peremerimbinos que conmocionaron a toda esta región. El parecía, cómo decirle, un vigilante perspicaz de las costumbres y pertenencias ajenas. Era muy bondadoso con las suyas y era dueño de una gran imaginación, un cuentista, de una prosa formidable -parece buscar algo entre papeles desparramados sobre la mesa-. Tenía un muy buen talante, era bastante arreglado en sus costumbres, sin inquietudes ni preocupaciones, demostraba que parecía encontrarse en una situación económica arreglada, bien acomodada. Acá nunca lo vimos en cosas raras, ni metidos en enredos ni en trampas, menos aun, en cambalaches de mal género. Mire señor, él aquí se comportaba sin ceremonias ni formulismos hipócritas ¿entiende? Siempre se mostraba afable y sencillo, dispuesto para cualquier broma, porque créame, él era también un tipo divertido, con un estilo muy peculiar, muy privativo, se hacía apreciar y se distinguía por lo esmerado y elegante. Pernoctaba en el hotel Buen Descanso, tenía una habitación al fondo y comía en los otros bares y restaurantes, su preferido era el de Arquimino, acá, a la vuelta -me señala hacia la calle donde supuestamente lo mataron-. Él andaba sin engañar a nadie, respondía de todo, sin emplear evasivas, amigo. Creo que contaba con una honradez y una integridad admirable, casi le diría que tenía por cualidad, la pureza de su alma. Mire, dada su arrogancia, su estirpe y su estampa subliminal, creo que hizo muy bien en fijarse en doña Beatriz, que para nosotros, era la mujer menos pensada. 


- El informe dice que no, ¿pero usted cree que ella estaba en la casa? 
- No, ella no estaba en la casa, aquel día. 
- ¿Usted cree entonces que el asesinado fue realmente el llamado "Cúter"? 
- Yo creo que Cúter era de aquellas personas que sabían ponerse a resguardo en las furiosas tempestades. Creo que sabía lo que hacía. Creo que acertaba en lo que buscaba. Pero bueno, no pude ver el cuerpo del fallecido. Algo más, lo recuerdo cuando una vez, me alcanzó una de sus poesías -decía don Elcíades mirando su extensa biblioteca- quizás esté guardada por allí, entre mis libros. 

Seguí mi camino hasta llegar a lo que en algún momento se llamó "ARQUIMINO, Proveeduría General y despacho de bebidas" Hoy se presentaba como un coqueto mercado de amplias puertas vidriadas bajo el nombre comercial "Dos pesos." 

-Él era de estatura mediana, bien constituido, parecía de esos tipos que nunca acusan cansancio alguno -me dijo don Arquimino Milicay, el dueño del almacén de ramos generales-. Su tez era de color trigueño, así como la mía, como la de todos por aquí. Tenía cabello oscuro, con ondulaciones pronunciadas, grandes ojos de color marrón, una mirada penetrante y dura que revelaba su temperamento ardiente, el tipo tenía una cara con rasgos bien marcados, con esas expresiones enérgicas, frías. Pero creo que asimismo le daban un carácter simpático y hasta agradable, si se quiere. Caminaba algo encorvado, con su cabeza inclinada hacia el piso, pero mostraba en sus ademanes, las voluntades que tienen los hombres de acción. Tenía el aplomo de los que saben mandar -hizo una pausa don Arquimino- En la autopsia, dicen que le contaron dieciséis orificios de perdigonadas de escopeta, cuatro de una cuarenta y cinco y once de una ametralladora nueve milímetros. Todos disparados a corta distancia y todos por la espalda. Excepto el tiro de gracia, que, digamos, fue benevolente. Se lo dieron con la cuarenta y cinco. La bala le perforó la mano derecha con la que intentó cubrirse el rostro después de ver a su asesino. El tiro final, dicen que ingresó por la frente, se estrelló en los mosaicos de la vereda y arrastró en su furia, astillas de huesos, la masa encefálica y esa mancha espesa se mezcló con la sangre que había en el lugar. Yo estuve allí, viendo todo –mira hacia el cielo, busca palabras en su memoria-. Apenas sentí el tiroteo salí hasta la puerta y pude ver el desenlace y le digo que excepto el tiro final, todos los orificios de entrada de las balas fueron por la espalda, glúteos y piernas. Había uno en el hueco poplíteo que le reventó la rótula y eso fue lo que lo hizo caer de rodillas. Cayó contra la puerta agujereada, totalmente destrozada y ensangrentada de la casa de la Doñita Beatriz. Giró su cuerpo lastimoso vea usted, y alcanzó a ver quienes lo mataban tan cobardemente. Todo ese tiroteo porque ellos afirmaban que él había matado a los cuatro ex guerrilleros peremerimbinos, clavándoles un cúter en la garganta, mientras ellos dormían cada uno en su cama y en sus casas y con los fantasmas del pasado puestos por pijama. Venganza, dijeron que fue una venganza. 

- Aquí en el informe que tengo, señor Arquimino, habla de la casa destrozada. 
- Por supuesto, algunas balas traspasaron la puerta de madera, se incrustaron en algunos muebles y otras en las mamposterías. Las paredes parecían picaduras de viruela. Mire, allá aquella casa ésa era la de doña Beatriz, que la puso en venta una vez arreglada. A ella no la vimos nunca más –se detiene pensativo-. Quizás el cura sepa su dirección. Pero ellos no hablan, no cuentan nada, debe ser por los secretos ésos de confesión que dicen tener y que respetan. 
- ¿Es verdad que él no llevaba armas? 
- No, no llevaba armas. Ni de fuego ni blancas a la hora de morir. Pero le cuento, entre sus cosas se le encontró una carta para Doña Beatriz, intacta, sin manchas de sangre ni de haber sido rozada en la balacera. 
- Si, eso dice el expediente, aunque después algunos la niegan. 
- Mire, para nosotros, eso resultaba milagroso, pero un papel blanco intacto como si fuese una carta, los auxiliares la extrajeron del bolsillo derecho del saco y se la entregaron al juez don Calixto Bonaventura, el mismo que entró a la casa y confirmó que ella no estaba, y que a los gritos pedía que atrapen a los matadores. 
- ¿Usted cree que ella y él, de acuerdo a la carta, eran amantes? 
- Yo opino, señor periodista, y después de cuarenta años de sucedido este episodio, y después de vender mi negocio a estos extranjeros, y de algunas muertes y varios nacimientos más, habidos en esta ciudad, que por sobre todas las cosas, aquel tipo al que todos empezaron a apodarlo de Cúter, que él vino por otra cosa, a matar peremerimbinos, estoy convencido que él estaba totalmente subordinado a su misión. La de vengar. La de matar. No la de enamorarse. 

Adjunto a ustedes el siguiente documento:
Según consta en el Juzgado: fojas 18, Tomo 1.
La carta.

Estimada Beatriz:

Aquí estoy, con el consuelo de saber que he descansado en tu cama, entre tus brazos. Con el consuelo de saber que supe ser el dueño de tus momentos emocionantes y fiel compañero de tus obstinaciones. Con el consuelo de saber que he caminado el camino más largo para amarte como te amé y aún mucho más el día de hoy, para darte aquellos besos de las buenas noches como te los di y para despertarte como tú ya sabes. 

Aquí estoy, para que resguardemos en nuestra memoria, la historia de nuestra vida, juntos.
Hasta que Dios diga, en su reparto de suertes. 

Siempre tuyo, Cipriano. 


Esteban Cañizares me dice que tiene algo para agregar; 
-Era él, vestido como siempre lo hizo por aquí, a mí no me cabe ninguna duda, aunque quizás parecía algo más flaco, pero era él, señor periodista. Yo estoy seguro. Es más quise cruzar la vereda para saludarlo, pero llegó el auto despacio, frenó y lo acribillaron desde arriba, luego se bajaron y siguieron disparándole tiros por la espalda. La única cosa que me llamó la atención, fue que no mirara hacia los costados como antes lo hacía, quizás estaba muy confiado y seguro. Recuerdo que era una muy linda mañana y que se fue todo al carajo con esa mierda de olor a sangre y pólvora que duró por una semana entera con todas sus noches. Con la policía cercando el lugar, con algunos sacando fotos de las paredes, de la puerta, de la ventana, de la vereda –señala el lugar con sus manos-. Solo eran imágenes, no hubo un grito, no hubo mas ruido que el de las balas y el del tiro final, cuando todos estábamos adentro escondidos. Luego el auto se fue, doblaron dos cuadras más adelante. Entonces yo los seguí, y atrás mío salieron los uniformados de la policía que custodiaban siempre al juez Bonaventura, que siempre pasaba por aquí a la misma hora, camino a sus oficinas. Él mismo nos pedía a los gritos que busquemos a la ambulancia y que tapemos ese cuerpo. Mire usted, el juez pasó tan justo por aquí, tan al momento en que los asesinos salían a toda velocidad –acompaña su relato con el movimiento de las manos y sus gestos son demasiado elocuentes-. Yo les indicaba sacando la mano, la dirección por dónde se escapaban. Les indiqué el camino y siguieron tras los asesinos, ¿sabe? me sentí un héroe en ése momento y seguí y seguí atrás de ellos hasta cuando salieron a la ruta y allí, por esquivar el burro del mayoral Santino, que se cruzaba por la ruta, se fueron a la banquina y dieron varias vueltas. Hasta que el automóvil se detuvo en el maizal. La policía los apuntó con sus armas y ellos soltaron las suyas, menos el tal Tobías que quiso seguir tirando y se disparó el solo en la pierna de mareado y borracho que estaba. Ese tal Luis lloraba mientras se limpiaba la ropa y los otros dos saltaban alegres, diciendo que habían matado a Cúter. 

- ¿Cuántas personas había en el lugar? 
-Éramos varios, y entre todos ayudamos y cortamos la ruta, si señor, entre todos porque solo había dos policías que los estaban desarmando, los acostaron boca abajo y les ataron las manos con sus cintos y los descalzaron. Dejaron que ése tal Tobías se desangre hasta que después, en la multitud de la ruta, llegó otro patrullero, la Guardia Militar y una ambulancia –golpea la mesa con las manos-. Nos echaron a todos y se los llevaron presos, ¿sabe? es el décimo reportaje que me hacen... y siempre dije lo mismo... aunque pasen los años, yo no me olvido, porque estuve ahí. Me mantuve atento subí a mi auto y los seguí. ¿Soy valiente no? -sin parar de hablar ni de esperar por preguntas continuó diciendo que-. Mire lo conocí jugando a las cartas en el club, el venía cada tanto, decía que era un vendedor ambulante, era un tipo generoso. 
- Hábleme de la señora Beatriz, la dueña de la casa. 
-No, la señora Beatriz no lo conocía, ella nunca salía de su casa al menos para hacer algunas compras o ir hasta la Iglesia o esas cosas que ella hacía, aunque últimamente viajaba mucho, desde que fallecieron sus padres, empezó a salir y tendría sus cosas por ahí, quien sabe, pero aquí en el pueblo nada de nada. Y nunca los ví juntos, eso si es cierto, ella era una santa. Volvió a la semana, atestiguó que no lo conocía y mandó a arreglar la casa, no se la escuchó decir más nada, solo hablaba con el cura y el juez, después puso la casa en venta se fue y, exactamente no se dónde vive ahora pero el cura siempre pide que oremos por ella -se me acerca y me dice despacito-. Visite al cura Victorino antes que se muera de viejo, en una de ésas él sabe dónde pueda estar ahora. 

Mi nombre es Esteban Cañizares, Moncadense señor de setenta y ocho años, publique mi foto también, a ver espere que me ponga al sol, espere, espere, este es mi mejor perfil, ahora señor. 

El señor Esteban Cañizares había publicado una historieta con dibujos de un un paraguayo llamado Camilo Sánchez Artiaga, ya fallecido, llamada "Cúter" Lo hizo en varios capítulos, a medida que "el dicen que dicen que" se instalaba en las mesas de los bares y alguien cercano al juez, dejaba escapar un comentario que enriqueciera su imaginación. 

Leí y releí este capítulo. Cañizares asegura que es de su total creación. Que es el autor intelectual y que se encuentra registrado todo a su nombre. Porque él mismo -dice- recorrió lo que el creía habían sido las últimas horas de Cúter. 

Página uno. 
"Lo primero que hizo al despertar, fue afeitarse, lo hizo lentamente después de desayunar, colgó la llave de la habitación en el tablero del hotel donde se alojó durante dos meses esperando, y salió a la vereda. 

Las luces públicas y de algunas casas aún estaban encendidas y el sol apenas se asomaba cuando cruzó la calle en dirección a la plaza. 

Algunos gallináceos se alborotaron a su paso mientras comían las sobras de la parranda de la noche anterior, en San Vicente. 

En uno de los bancos dormía su borrachera uno de los músicos despistados sin advertir que sus ronquidos desafinaban la quietud de la hora. 

Un perro se le acercó, lo siguió algunos pasos husmeando su maleta y se echó nuevamente en el pasto pisoteado para disfrutar del fresco de la mañana. 

Nadie más estaba levantado o despierto para ver su paso decidido hacia la estación de ferrocarril, apenas dos cuadras distantes. 

Buscó el banco más limpio del andén y cerca del pasillo de la boletería. Se sentó sobre su pañuelo, se acomodó el sombrero y apoyó la maleta entre sus pies. Totalmente solo." 

Página dos. 
"A las siete de la mañana puntualmente, el boletero levantó la persiana, se colocó los cubremangas negros y sobre su cabeza, una visera del mismo color, encendió las lámparas sobre un mueble pintado de color marrón, donde estaban prolijamente acomodados los boletos de viaje y comenzó a llenar formularios impresos de la compañía de ferrocarril Star Line, con letra clara y cursiva. Como se acostumbraba. 

Pero sin advertir la presencia del hombre sentado en el andén, solo y con una maleta en sus pies. 

Era día Domingo, el primero de diciembre.” 


Página tres. 
“Cuando el pueblo se fue despertando, las campanas de la Iglesia llamaban a la primera Misa Y algunas puertas y postigos se abrían para que la gente se desperezase. 

Nadie más en el pueblo tenía motivos para ir o pasar por la estación de trenes. Olvidada, desde que hicieron su aparición los ómnibus y cerrara la Cañera del Sitio. 

Solamente pasaba un tren de pasajeros a eso de las dos de la tarde y solo en escasas oportunidades paraba. 

Él parecía saberlo, entonces se levantó, tomó la valija y fue hasta la boletería. 

El boletero sin levantar la vista de las planillas le extendió un boleto y algunas monedas de vuelto.” 

Página cuatro. 
"Cuando se sentó nuevamente sobre su pañuelo en el mismo banco, recordó que nunca había visto al boletero en el pueblo, lo recordaría por sus manos temblorosas y huesudas, por el movimiento brusco para buscar el boleto, llevarlo a la prensa para que de un solo golpe seco, le marcase el horario y la fecha del viaje. 

Acertaba en sus pensamientos que entre ellos no se habían hablado, que simplemente puso el dinero en la ventanilla y que recibió el pasaje de cartón duro y de color anaranjado pálido pero nada de eso le importaba. 

Se sentó a esperar.
Eso haría esperar." 

Página cinco. 
"Y sintió sueño. Un sueño profundo y sereno, como una caricia tierna... mientras el pueblo recobraba su bullicio. 

Y Soñaba. 

Soñaba que era un niño pequeño y que corría descalzo por los sitios baldíos entre las pencas y las tunas, entre las jarillas y los aromos y sus perros malolientes cerca del rancho donde vivía con su padre, hasta que una enorme nube oscura le tapa el sol. El día oscurece. Los perros lo dejan solo y empieza a gritar, los llama, los llama por su nombre y en la oscuridad y bajo una intensa lluvia, los encuentra muertos. 

Despierta. 
Despierta transpirado y gotas de sudor le caen por el rostro arrugado y febril, se levanta el sombrero y se seca el sudor con el pañuelo. 

Se pone de pie y camina hasta el bebedero sin soltar la valija. Consulta la hora, con su reloj pulsera y con el reloj de la estación. 

Una brisa leve le sacude el pantalón y un silbato lejano le anuncia la proximidad del tren. Observa al cambista mover las señales y algunas vías se acomodan para el paso del tren." 


Página seis. 
"El mueve los dedos emitiendo un chasquido nervioso que acompañaba el ruido de las ruedas sobre las vías. Y asciende al primer vagón apenas este hubo frenado. 

Se sentó mirando a la playa de maniobras, en el primer asiento, esperó en silencio, casi sin moverse hasta que el tren nuevamente se puso en marcha, entonces allí cambió de lugar. 

Eligió ahora el asiento que le cubría la espalda y que desde allí podía observar todo el vagón completo y sintió confianza en el resto del pasaje. 

Algunas familias y personas extrañas, adormecidas y vacilantes se preparaban para almorzar. 

Él hizo lo mismo. 

Desde el comienzo del vagón, donde nadie percataba su presencia, colocó la valija en su regazo, la abrió y sacó un envoltorio de papel que abrió lentamente. 

Extrajo un embutido de carne de cerdo, un pedazo de queso y con un cuchillo filoso, los fue rebanando en finas rodajas que comía despacio, saboreando cada bocado, mirando a los demás pasajeros y mientras el tren avanzaba hacia donde la muerte lo esperaba y mientras se perdía en los interminables horizontes que dibujan este valle. " 

-Usted dice que él llegó aquí en tren, don Cañizares. 
-El tren llegaba aquí a las seis de la mañana. Aquí no vino en el ómnibus.

Me encontré con la señora Clementina Mamani en su casa de Altos Moncadas, ella me decía que siempre supo algo de su madre por la vecina de ella, doña Juana Arce, me dijo además, que era verdad que ella estaba embarazada, pero que no tenía certezas que haya sido Cipriano Tavares el padre de su bebé.

-Tu sabes cómo es esta vida pendejo. Atiendes tres o cuatro hombres por noche. Te enamoras, te desenamoras. Aquí todas éramos putas, pero su preferida, dicen que era una tal Guadalupe que vino a vivir aquí y que no era tan puta como nosotras porque tenía un oficio. Cocina como una diosa esa mujer y por eso siempre tenía trabajo, ahora es una abuela. Yo me había enamorado de él, de su prestancia, de su elegancia, sus modos. Tenía un trato muy especial, con nosotras. Y hubo un tiempo en que solo me dediqué a él. Después se fue, estuvo ausente como dos años y volvió para que lo mataran en esa forma tan cobarde, para que lo acribillaran por la espalda esos putos borrachos.
-Cuénteme de la señora Beatriz Pereda. 
-Ná que ver. Ella no era como nosotras. Ella era de las que iban a la Iglesia, de las "mujeres santulonas" que andan dando vuelta por las casas de caridad. Se dijeron muchas cosas, yo siempre creí lo que decían que ella dijo. Que no lo conocía. Mira, él fue el amor de mi vida. No tengo más nada que decirte. 


Ciudad de Caracoles
-No existía ése tal Cúter, como apodo o sobrenombre o apellido, no señor, Cúter era una marca, era un estilo –apoya el vaso con ginebra en la mesa, pasa la lengua por sus labios, tose y enciende un cigarrillo de tabaco negro el señor Ricardo Muñoz-. Nos dijeron que era nuestra responsabilidad ubicarlo y detenerlo, no matarlo. Y no había que perseguir a los cientos de Cipriano Tavares que viven desde el Imbuté hasta el Ferroso. En cuatro mil kilómetros de norte a sur, y mil doscientos de este a oeste. Habíamos encontrado cientos de hombres llamados Cipriano Tavares, petisos, gordos, indocumentados, delincuentes, vendedores de terrenos, poetas, artistas, flacos, altos, y hasta uno rubio de pelo largo, artesano trabajador del cuero y sordomudo. Detuvimos a un montón de ellos, la Policía Nacional detenía a todo aquel que se llamaba Cipriano Tavares –hace una pausa, bebe otro trago se pasa la mano por la cara el señor Muñoz-. Cuatro Cipriano Tavares en la comisaría de Mandisolá presos porque era el cumpleaños de un ex guerrillero peremerimbino, un tal Florencio De León y con fiesta custodiada porque era cuñado del alcalde y el tipo se fue a orinar y lo encontraron muerto atravesado con un estilete en la garganta sentado en el inodoro. Me causa gracia la gran desesperación posterior de mis colegas, yo aquí tenía presos dos Ciprianos más ¿y? 
-No sabía esa historia señor Muñoz. 
-Nadie sabe nada -aclara el ex agente detective Daniel Villegas- todos prefirieron callarnos y silenciarnos. El Ejército no colaboró, siempre aclaró que lo dio por desaparecido, nos entregó fotografías de él y nada más. Mire este tipo, mírelo bien –me alcanza una foto vieja se ve claramente la cara con rasgos latinos y bien formados de una persona de aproximadamente treinta años-, mire bien, es igual a cualquier otra persona, pero su fisonomía cambia si le agrega bigotes, si le agrega barba, si se cambia el peinado, si usa sombrero. Es así de maravilloso esto de ser un tipo común y corriente mezclado entre personas comunes y corrientes. Somos todos iguales. Todos hijos del mismo cacique, con distintas huellas digitales.
-Para usted el muerto de Altos Moncadas ¿Era Cúter?
-No. Era una trampa más de ese hijo de puta. -dice Muñoz-
-¿Quién era entonces?
-En un pueblo del alto, llamado Mapuyo, se había reportado la desaparición de un jornalero, para mí era él. -dice Villegas-
-¿Porqué entonces no…?
-No nada, todo fue muy veloz, cuando nos enteramos de este Mapuyense ya habían pasado ocho meses del juicio y ya estaban muertos los Barragán y los otros dos en la cárcel –bebe otro trago acerca su cara picada de viruela a mi grabador, lo examina y mirándome a los ojos fijamente, me dice-. Siguieron matando a todos los Peremerimbinos de Naranjillos durante estos veinte años posteriores, a lo de Altos Moncadas y a los de Sâo Vicente. A todos de la misma forma, del mismo jeito, descorazonadamente, sin una mínima pizca de piedad. Cúter es una marca. Un estilo de vida. Una corporación. Un ente.

-A mi me perdonó la vida, la misma noche que mató a Jaime Zurita Copertuno -dice Muñoz-.
-Ése tal Cipriano Tavares, el famoso vendedor de tierras que alguna vez fueron de los Peremerimbinos, jamás pudo haber sido el asesino de los sobrevivientes de la masacre de Naranjillos, ni tampoco me parece que haya sido el hombre asesinado en Altos Moncadas.
–agrega Ricardo Muñoz, resignado-.
-Tuvimos tiempo de hablar con Tobías Barragán, uno de los asesinos de ese tal Tavares y él nos contó que quienes le habían contratado le habían dicho por un llamado telefónico que debía esperarlo frente a la casa de la señora Beatriz Pereda, y que el tipo en cuestión andaba vestido así y asá y que debía hacer justicia pues ese era el tipo que había matado a su madre la Cachita Barragán Puebla mientras oficiaba sus servicios de dama solidaria a todos los trabajadores y engrupidos gringos de mierda que pasaban por allí haciéndose los distraídos, mientras el gobierno aplastaba casa por casa en miles de escombros para que se instale allí la petrolera. Eran unos infelices que ni saben a quién mataron y es cierto que fueron bien pagos para decir que el gobierno los mandó a matar a un monstruo que el ejército había adiestrado. Ése tal "Cúter" -agrega el señor Villegas-.
-¿Cree usted señor periodista, que durante cuarenta años se haya estado matando gente de la misma manera y a todos los que estuvieron en el mismo lugar así porque sí? Le contesto yo mismo. Crearon un mito. El gobierno nos usó y el ejército siguió "fabricando" tipos como lo fue Cipriano Tavares. Mire, présteme un poco de atención -despliega un expediente sobre la mesa- éste es el verdadero Cipriano Joaquín Tavares. 

"Nació en Cerro Bonito, hijo de Augusto Tavares de oficio ferroviario, maquinista del tren que descarriló en el famoso kilómetro cuarenta y ocho porque un tal Valdivia, señalero en Peremerimbé, hizo el cambio de vías con el tren encima y donde murieron veintitrés personas usted sabe, entre ellas el papá de Cipriano y de la señora María Candelaria Aristizaga, que al poco tiempo enferma, decide dejarlo en custodia en un hospicio, como se acostumbraba por aquellos lados y en aquel tiempo y finalmente en casi una extrema pobreza ella muere. La cicatriz en la pierna de Cipriano Tavares se debe a que quiso escapar del lugar y salto un muro de casi cuatro metros de altura, y allí se le encaja la pierna en la saliente de un hierro de la construcción. Sigamos, el prefecto lo manda al ejército para su educación y formación, en común acuerdo con su madrina y tutora, la señora María Esmeralda Aristizaga. Egresa a los veinte años como cabo experto en explosivos."

-No hay fotos de él en todo el ejército Nacional y si las hay están bajo siete llaves. 
-Estuvo destinado en distintas unidades de selva y montaña siempre con un legajo con buenas calificaciones y deciden mandarlo al extranjero para su especialización, creo que va a Panamá o a la Argentina, allí no está claro. En su ausencia muere su madrina, y no su madre, como nos hicieron creer, se trata de la señora María Esmeralda, quién le deja su fortuna en campos y propiedades allá en Cerro Bonito.
-Increíble.
-Sigamos -dice Villegas-. Siempre de acuerdo a nuestras investigaciones por más de veinte años, el tipo vuelve y lo destinan a una oficina del comando, donde se compra su primer automóvil.
-Usted me dice que la madre de Cipriano, muere en la pobreza y la hermana y madrina de Cipriano era una mujer rica.
-Exacto. María Esmeralda se vuelve rica tiempo después, cuando reclama por título terrenos que ocupaban los peremerimbinos y al ser afiliada al Partido Conservador, el presidente de entonces, Don Benavente, le restituye todo. Y eso no es nada.
-Cuénteme.
-María Esmeralda, madrina de Cipriano, muere picada por una o varias serpientes que en la zona eran desconocidas.
-Me imagino de dónde las trajeron quienes la trajeron.
-Me gusta su rapidez, su entendimiento señor periodista. Pero mire esto -me señala más información-. Tavares es destinado a la famosa Compañía del Norte ya con el grado de Sargento y un alto conocimiento de inteligencia militar.
-Tenía la orden de seleccionar veinte personas entre suboficiales y tropa para aniquilar a la Turma Sem Bandeiras, sólo elige a tres y trabaja con tres, desobedece esa orden aduciendo que no quería muertos en las filas, según averiguamos.
-De allí que nunca lo pudieron atrapar. Usted cree entonces que a ustedes les tiraban pistas falsas y que él seguía vivo.
-Sí señor, eso es.
-Lo hemos seguido durante veinte años, hasta que el gobierno dijo basta y pusieron esa persona, casi idéntica a él, en la puerta de la casa de la señora Beatriz Pereda. Le hicieron pegar treinta y seis tiros y crearon el mito del justiciero.
-¿Está vivo Cipriano Tavares?
-Mire esta foto.

La foto muestra un hombre latino, de rasgos comunes, vestido elegantemente.

-Me he cruzado con decenas de esos hombres por aquí, les digo.
-Entonces usted y nosotros, que lo hemos perseguido por tanto tiempo, que nos jubilaron sin reconocimiento alguno, no lo sabemos. En esta otra foto, está, es uno de ellos.

Es una foto tomada en un bar, cinco de ellos parecen ser la misma persona.


-Me contaron que seguían juntos, con Jensen y la Paniagua.
-Nunca más los encontramos, desde la noche de las mariposas negras en que mataron a Zurita Copertuno -dice Muñoz-
-Y eso, señor periodista fue dos años después de la balacera de Altos Moncadas -cierran el expediente, me saludan y salen a la vereda-. 

Afuera hay un sol tremendo.

-¿Me cuentan lo de Zurita Copertuno? 
-Vaya a Sâo Vicente, pregunte por doña Ernestina Chacón, ella es testigo. 

La hija de doña Juana Arce me contaba lo que su madre le había contado una vez, allá lejos y hace mucho tiempo. 

Dice que:  
-Ñá Loisa arrojó el agua del lavatorio donde se lavó la cara y las manos al piso de tierra, cerca de las plantas, que se cubrió el cabello con el pañuelo y empezó a preparar la masa para hacer el pan. Ella siempre tenía la precaución de dejar un tronco grande en llamas para que al amanecer siguiente quedaran algunas brasas y más otras leñas nuevas que agregaba, tenía siempre el horno caliente y algo de agua hirviendo, la señora Eloísa, que tomó mate cocido, sentada en una vieja silla de mimbre, mirando a las gallinas que picoteaban migajas y maíz, debajo de los parrales y las moras, sabía que debía tener el pan calentito para cuando llegue el tren, más los diez salames que le alcanzaba su hermano Ernesto y los quesos cortados en porciones de cuarto de kilo que entraban en una sola canasta. Ella siempre hacía eso. Era una mujer que pensaba que ya estaba vieja para eso de andar ofreciendo mercadería por el andén de la estación. Le recordaba a mi madre, que la semana anterior le había dado un dolor punzante cerca de la cintura y que todo el domingo a la tarde estuvo acostada sola, mirando por la ventana como el viento norte sacudía a los álamos, hasta que llegó mi madre, la famosa Juana Arce, a preguntarle qué es lo que le pasaba porque no la había visto en todo el día, aunque sabe que a eso de las doce se va para la estación de trenes a vender el pan, "pero amiga y vecina ñá loisa, usted siempre anda dando vueltas por el patio y como no la vi me inquieté y me dije que seguramente algo malo le pasaba, o que a lo mejor se enteró de lo que dice la gente que dicen sobre su hija." Mi madre me contaba que la Eloísa espiaba impaciente hacia adentro de su casa humilde. Que desde el patio miraba un largo pasillo con cuatro puertas, las dos primeras eran de los dormitorios, el de la izquierda el que ocupaba ella, sola desde su viudez porque al bruto de su marido el Remigio Mamani se le dio por hacerse soldado primero y revolucionario después, en las filas del Comandante Penerguido allá en Peremerimbé, hasta que nadie sabe cómo el bueno del comandante murió adentro de un gallinero, y que después su marido el Remigio, fue haciéndose guerrillero junto al doctor Teófilo Cabanillas y que cayó muerto en la batalla de Naranjillos matado por dos milicos locos, según le contaron y que ella recordaba que una tal Marcela da Silva, una negra linda de dientes bien blancos, y otros tipos le alcanzaron el reloj de su marido el Remigio. "Es lejos para llevarle flores." Recordaba haberles dicho en aquella ocasión, y también recordaba que se llevó el reloj a la oreja para saber si todavía tenía cuerda y que no sabía qué hacer con él. Le dijeron que cuando uno muere, el reloj también deja de funcionar -mire "Ñá Loisa" murió en combate con los milicos a las nueve y cuarenta y dos-. Le señalaron, ellos. Decía mi madre que la puerta de su derecha, si usted entraba por aquí, era de la pieza de su única hija, la Clementina Pura Mamani, que siempre llegaba tarde en las madrugadas porque tenía su parada en la estación de venta de combustibles y que allí probaba suerte con eso de vender su cuerpo a los camioneros o a la guardia nacional o a quién tenga dinero que siempre viene bien. Para eso la "Cleme" no usaba ropa interior y se ajustaba bien los vestidos sin mangas. Las otras dos puertas que se veían más allá eran dos grandes salas comedores, porque en la época en que venían los hombres grises a hacer el dique que cubrió con sus aguas a Peremerimbé, ella les daba de comer por módicos precios un plato de guiso abundante, el de la izquierda era para los obreros, el de la derecha para los capataces, allí las mesas tenían mantel de tela de algodón. y por pocas monedas más les vendía carne asada. Pero mi madre me contó que la Eloísa lavó la taza enlozada, con restos de la infusión, y arrojó el agua al piso de tierra. Empezó a amasar para hacer el pan que debía vender a la llegada del tren. Me dijo que la Clementina se levantó y pasó para el baño sin saludarlas. Me contó que ella la siguió y le dijo que "hacía dos semanas que no dejaba plata para los gastos de la casa, que eso de andar de puta ella lo había aceptado porque pudieron hacer arreglos en la casa y que instalaron el tanque de agua sobre el techo y que también se conectaron a la caja de los fusibles comunitarios de la electricidad de la Compañía de energía, pero que ella, su hija, debía recordar que ella, su madre, no necesitó eso de andar acostándose con otros hombres en su triste viudez, para vestirla y darle de comer y mandarla a la escuela." Pero que la Clementina le puso el pasador a la puerta del baño. Entonces fue que ña Loisa levantó la voz. ¡Ya ni siquiera sos una buena puta! -dice mi madre que así le gritaba- porque vino mi vecina la Juana Arce a decirme que dicen y dicen todos en toda la ciudad, que lo único que haces es encamarte con ése vendedor de terrenos el tal Cipriano Tavares, que no te deja ni un peso y que te pone de rodillas abajo de la mesa mientras él juega a los naipes con otros tipos. ¡Qué clase de puta eres! Y que doña Eloísa golpeaba con sus puños la puerta del baño que tenía puesto el pasador. Mi madre, me dijo que ella salió caminando despacio hacia la puerta de la calle, asombrada ante tanto bullicio. Y lo mismo escuchaba que le gritaba que todos decían que ese tipo fue uno de los milicos que mató a su padre en Naranjillos "¡Magrinha de mierda! te ven hacer las cochinadas porque a él le gusta dormir con la ventana abierta, y que ya te dijeron que nunca más nadie te va a dar un peso por tus favores cuando él se vaya y que ya va a haber otras mujeres que ocuparán tu lugar!" Mi madre me decía que ella veía que estaba agitada ñá loisa, que tomaba aire y que seguía gritando con fuerzas-. "¡Con la falta de putas que hay en estos tiempos de gobiernos conservadores hijos de una gran mierda!" Luego, espiándola, ve que Ñá Loisa maldice porque debe poner el pan en el horno y sigue protestando, sigue insultándola. "Yo voy y vengo con la canasta de aquí a la estación, de la estación de trenes para aquí, y la señorita Cleme, -hace un gesto cómico- Ahí va la Cleme, hola Cleme, tás linda Cleme" puta de mierda. Ves que tu madre se está matando haciendo pan y ni siquiera en dos semanas ayudas con dinero, por estar namorada e transando, dicen que "la Cleme tá namorando, ñá loisa." Ahí me contaba mi madre que alcanzó a ver a Ñá Loísa que ella vuelve a pegarle a la puerta del baño que da hacia la galería, después de la cocina y que le grita a la Clementina. "¡Salí de ahí y deja de pintarrajear tu cara! Y si no te gusta, mándate a mudar de aquí. ¡Déjame sola, que yo me las arreglaré sin las habladurías de toda la gentuza de este pueblo de mierda!" Me dijo que entonces se hizo un silencio inquieto en el patio. Que ella miraba como Eloísa cerraba la tapa del horno. Que ve que la Clementina abre la puerta del baño y pasa para su habitación. El perro de la casa la descubre a mi madre y se le acerca, pero que solamente le mueve la cola. Entonces la Clementina sale con un bolso con ropas y va hasta la puerta, la ve a mi mamá, no la saluda y desde allá le grita: "¡Vas a ser abuela vieja loca, vas a ser abuela!" Me dijo mi mamá que vio a la Eloísa que se sentó abatida en la sillita de mimbre, y que ahora el sol la iluminaba furioso. A lo lejos se sentía el silbato del tren que llegaba. 
¡Ñá loisa, ñá loisa, qué son esos gritos, dígame ñá loisa! -dice que le dijo mi mamá.

Dos días después, encontré a la señora Guadalupe, aquella mujer que señalaron los policías como la amante de los matadores. 

-Yo les dije que hacía cuatro noches que estaban bebiendo y de parranda. Abrazados a mujeres extrañas y de malas costumbres. Ellos se reían nerviosamente como si nada les importara, habían cobrado una buena plata por adelantado para cometer aquel crimen y estaban como locos mostrando las armas que tenían. Les dije a los cuatro que se fueran a beber a otra casa, que la mía era sagrada y que no quería ver esas porquerías que solo traían desgracias. Pero a mi no me hacían caso. Les dije que iba a buscar al policía y fue entonces que Tobías me pegó una fuerte cachetada y me tomó del cuello y me dijo que me callara y así me llevó a la cama, casi sin respirar. Entonces sus amigos se levantaron y entre todos me desnudaron y me violaron. No escuchaban mis súplicas. Tobías se sentó a tomar vino de la botella mientras miraba como sus amigos hacían lo que querían conmigo y yo sentí rabia. Mucha rabia y un dolor tremendo ¿Sabe? –hace una pausa, los recuerdos parecen dolerle. Pero suspira y sigue –. Yo lloraba, lloré hasta que él dijo basta y entonces allí se levantaron, se tranquilizaron y me dejaron toda maltrecha, humillada, golpeada, mojada, y llorando. Se fueron entre risas –Enciende un cigarrillo–. 
-Si no quiere contarme más, estará bien así, señora. 
-Yo ya había dejado de ser puta –continúa su relato mientras fuma-. Cipriano Tavares me dijo una noche que me buscara un buen hombre que me ayude con mis crianzas, porque él decía que era buena en la cama, pero que también era buena en la cocina y que sabía leer, y que se escribir y se hacer todas las otras tareas de las mujeres casadas –parece sonreir-. Con el tiempo conocí al flaco Tobías que era hijos de peremerimbinos y que me usó, me traicionó y finalmente disparó sobre ese hombre. 
-¿Por qué cree que Tobías se acercó a usted, señora Guadalupe? 
-Creo que fue porque tenían datos que, de vez en cuando Cúter me visitaba. Siempre lo esperaron a él. Nunca pensé que Tobías estuviese conmigo por amor, pero al principio me ayudó mucho con dinero, bastante dinero para que yo me instale solamente a atenderlo a él, para que yo le perteneciese. 
-¿Y después que pasó cuando se fueron? 
-El maldito arrojó sobre la mesa unos pesos, acomodó la pistola en su sobaco se puso el sombrero negro y salió sin cerrar la puerta. De tanto llorar y maldecir me quedé dormida, cansada y sucia. Los niños de los vecinos entraron a mi casa, me vieron desnuda, se llevaron el dinero y las botellas de vino y me robaron algunas cosas más. Cuando me desperté uno de ellos salía corriendo con ropa que luego vi que la usaba su hermana los domingos a la tarde. Por eso me fui de Altos Moncadas. Allá todos me señalaban como la puta de Tobías, el asesino de Cipriano Tavares, decían. 
-¿Para quién trabajaba Tobías y sus amigos? 
-Mire señor, ellos decían que el Gobierno les pagaba muy bien para limpiar de una vez por todas a un tipo. En realidad a mi no me importaba las cosas que ellos hablaban. Los otros tres ocupaban el cuarto del fondo y me pagaban el alquiler. 
-¿Alguna vez vio a Cúter armado? 
- No, nunca le vi un arma, ni sabía que le llamaban de "Cúter" ni oí que hablase mal de otros. Nada de nada. Él era cariñoso, se había enamorado de otra mujer, me lo dijo una noche en que le ofrecí sexo gratis si quería, porque me hacía sentir una dama, y hasta me ayudaba en el cuidado de la higiene. Un caballero, eso era. A mi, señor, me quedaron dudas que él fuese el muerto –apaga el cigarrillo en el cenicero de metal que tiene en la mesa y se mira las manos –. Yo me encontré con un cuerpo destrozado a balazos y todo ensangrentado, ni siquiera pude verle el rostro. El recuerdo de aquel cuerpo destrozado, con la ropa puesta y rota a jirones, dificultaba todo. Yo fui la única mujer que vio aquello en la camilla de la autopsia, y fue por orden del juez Bonaventura. Y el mismo juez me dijo que firmara un documento donde certificaba que el muerto era el famoso Cúter. Si yo no lo hacía, me dijo que los policías tendrían sexo gratis conmigo, así es que allí mismo firmé –golpea la mesa con rabia-. Firmé con bronca, con vergüenza, no se bien que es lo que firmé, pero después me enteré que mi declaración decía que él había estado toda la noche conmigo y que me había contado que saldría a robar por algunas casas –ríe resignada como deseando que hubiese sido cierto-. Todo era mentira. Todo fue una farsa, con esa declaración desmentían lo del tren y todo lo demás. 
-¿Cuénteme de Cúter, cuánto tiempo vivió en Altos Moncadas?
-No recuerdo bien, él solo iba y venía. Me contaba que hacía viajes representando a una empresa que ya no estaba más en el pueblo que compraba y vendía terrenos. Se alojaba en lugares distintos, en el hotel o en casas de mujeres que no estaban con los días sangrantes. Hasta en eso nos conocía. Pero ahora recuerdo que cuando se fue, la última vez, me dijo que era porque se había enamorado y fue ésa la vez en que me pidió que me desnudara despacito, muy despacito, apenas iluminada por una vela, lo más sensual posible, me decía que lo hiciera despacito, bien despacito, qué loco era -sonreía, con cierta nostalgia-. Y anote que él era un ángel, era un caballero, no me llamó por mi nombre esa noche, me dijo señora y mientras yo me desnudaba, él escribía, escribía cartas creo. Y mientras me sentaba desnuda en la mesa esperando algo más de él, agarró sus cosas y las guardó en su maleta, después tuvimos un buen sexo y se fue. Me dio un beso y se fue. 
-¿Cuánto tiempo antes que lo mataran fue aquello, entre ustedes? 
-Dos años creo –enciende otro cigarrillo- después, en el juicio me llamaron, había muchos testigos y yo señalé a Tobías como el matador. A Carlos como el de la escopeta recortada, a Norberto, que tenía la ametralladora y a Luis, un cagón que dijo que solo manejaría el auto y que lloró durante todo el juicio. Me daban asco, no paré de sonreír y de mirarlos.
-¿Los hermanos Barragán eran Tobías y?
-Tobías y Norberto eran hermanos. Eran los hermanos Barragán, que habían llegado desde donde era Naranjillos. Todos esos juntos no llegaban ni a atarle los cordones de los zapatos al amor de mi vida.
-Me llama la atención, eso de que era el Gobierno quien les pagaba, ¿es verdad? 
-Si, ellos dijeron que el Gobierno les pagó para matarlo, lo dijeron en el juicio pero creo que era para pedir protección o algún tipo de estrategia del abogado, la cuestión es que terminaron muertos en la celda. Bien hecho. 
-¿Y qué me puede contar de la señora Beatriz? 
-¿La señora Beatriz? No, yo no creo que ella fuese la dueña de aquel corazón maravilloso. Me parece un disparate. Un invento. Aunque uno nunca acaba por conocer los caminos del amor, no sabemos de dónde carajo vienen ni adónde nos llevan. Yo misma, sofocada en desgracias creí enamorarme del hijo de puta de Tobías Barragán. 
-Cúter, a su entender, ¿era un tipo que la gente quería, respetaba? 
-Si, es cierto, aquí en el pueblo todas amábamos a Cúter, nos gustaba, pero creo que todos los hombres lo odiaban. Había que conocerlo, cuándo pedía auxilio, cuando pedía amor, cuando pedía su tiempo, su espacio, ¿vio? Su mirada hablaba, su silencio hablaba y de eso, creo, una verdadera mujer enamorada lo sabe y renuncia a todo para satisfacer al hombre, y ése hombre mutilado a tiros tenía otra aura, digamos –juega con la caja de fósforos, la golpetea sobre la mesa –. El cadáver que yo miré no tenía rostro y no tenía la cicatriz en su pierna izquierda. De haber visto sus partes íntimas le aseguro que podría no haber dudado, ¿no le parece a usted? 
-¿Puede describirme a Cúter, cómo era? 
-Él era de estatura mediana, bien parecido, de ojos marrones de mirada dura y una sonrisa constante, parecía de esos tipos que nunca se encuentran por ahí, cansados. Un trigueño lindo, de cabello oscuro con marcadas ondulaciones, de un andar elegante de voz suave, pero firme, era cuidadoso en los detalles, no tengo ninguna fotografía de él. No hay ninguna fotografía de él. Nadie la tiene. 
-¿Qué edad le calculaba usted o cree que tenía cuando murió? 
-Yo tenía treinta y ocho años y él cuarenta y ocho, eso me dijo la última vez que me hizo el amor, sobre la mesa. 

La señora Guadalupe Enriquez, se mostró calma al final de aquella entrevista, y agregó algo interesante, me dijo que a veces lo sueña, lo sueña tranquilo, muy alejado de todo, cuidando una granja llena de animales. Me dijo que siempre lo sueña así. 

En base a la recolección de datos, pude reunir algunas personas más que aportaron estos datos.


Ciudad se Sâo Vicente.
Teresita Zurita Copertuno fue la primera femenina en suicidarse arrojándose al paso del tren en el valle de Imbuté, según consta en los libros de guardia de la Policía Local, Libro de actas número cinco, folios treinta y uno, treinta y dos y treinta y tres, de aquel año siniestro. La recordaba así su tía doña Ernestina Chacón viuda de De León, mujer que supo guardar durante todo el tiempo de requisa del gobierno Conservador, papeles relacionados a la historia de la zona de Peremerimbé y de los integrantes de la "Turma Sem Bandeiras" de don Teófilo Cabanillas, donde militaban casi todos sus parientes. Ella me contó algo parecido a lo que ya me había relatado el ex policía detective, don Ricardo Muñoz, que dijo haber tenido en la mira de su arma al auténtico Cipriano Tavares alias "Cúter" pero que no lo pudo matar porque justo ladró un perro y él se dio vuelta y le mostró un estilete y que como dijo más adelante alguien más estaba en el lugar, que se le acercó lentamente y le apoyó el cañón de una pistola en la nuca, y que por eso se las tuvo que entregar y caer de rodillas implorando por su vida hasta que le arrebataron el arma reglamentaria y que pudo ver que le quitaban la munición, que la vaciaban totalmente y que se la devolvían desarmada en todas sus partes. Diez años de seguimiento de pistas falsas y verdaderas a lo largo y ancho de toda sudamérica perdidos por el ladrido de un perro vagabundo y callejero, y un puntapié certero de la mestiza Teresa Paniagua. Y también dijo que "Por las sombras que alcanzaba a ver en el piso aseguraba que eran dos los hombres, más la mujer de huesos duros que le había pegado en los testículos, los que estaban en el lugar" -repitió eso todas las veces que pudo, hasta su retiro obligatorio-. 

Pero siguiendo el relato de doña Ernestina, me voy a detener en sus palabras y copiarlas textualmente, ya que me explica a través de este drama, cómo era aquella gente, de costumbres exóticas, y siempre sosteniéndose en su memoria prodigiosa, a pesar de sus ochenta años. 

Ella empezó contando la historia de la siguiente manera: 
"Teresita, de muy niña, se paraba en un cajón de frutas y miraba como su padre se afeitaba, le veía enjabonarse la cara y con asombro miraba como la navaja guiada por una mano experta, se deslizaba de abajo hacia arriba en el cuello y de arriba hacia abajo por la cara, con cierto cuidado y delicadeza entre la nariz y el labio. Ella reía y aplaudía cuando se rasuraba su padre. Teresita desde el cajón de frutas saltaba y decía que quería volar como las mujeres de Peremerimbé y que a su padre, eso le causaba gracia, mientras la hacía girar a su alrededor tomándola de las manos, y hasta le decía que trepe a los fresnos y que se arroje a sus brazos, cosa que la niña hacía con cierta destreza, bajo la mirada comprensiva de Leonor, que le enseñaba a bailar y cantar las canciones de moda. Teresita era siempre bañada y vestida como una princesa por su madre, mi hermana Leonor Chacón, que murió días después de la tragedia de su hija y que a partir de allí, fue que algunos cobardes se fueron entregando a las autoridades, y a dar nombres de otros revoltosos escondidos, pues Cúter había vuelto por ellos, y estos traidores del Movimiento, se señalaban entre ellos como los posibles matadores de los soldados Colque y Lizarraga en mutuas acusaciones. Pero volviendo a Teresita, le cuento que ella había quedado muda la noche que entraron a su casa Cúter y Jensen. Ese tal Tavares era un hombre común, sin rasgos particulares más que su sonrisa y su habilidad para el uso del cuchillo y Jensen era un rubio, de cabello largo que sacó a mi cuñado, don Jaime Zurita Copertuno de los pelos hacia afuera sin dejar de apuntar a mi afligida hermana, Teresita quiso gritar como gritaba su madre -se pone a tejer con dos agujas mientras habla- pero no le salió más que el aire de sus pulmones, me dijo Leonor."

Después me cuenta que Teresita hizo varios dibujos de lo que ella había visto esa noche, desde la puerta de su habitación, pues a partir del asesinato de su padre, nunca más volvió a hablar. 

"Le quité la navaja de rasurar que usaba su padre, y que tenía en sus manos quietecitas, dormidas y la desperté a la mañana siguiente del funeral. Ella abrió los ojos, le dije que se levante, pero no quiso. Te entiendo Teresita -le hablé despacio, pasándole mi mano por su largos cabellos negros- y la dejé sola para que suelte el llanto guardado. Mientras que mi pobre hermana Leonor, pensativa, miraba la mariposa negra posada en la luminaria del techo. En los dibujos de Teresita, que deben estar por ahí guardados -dice señalando la casa- aparece un hombre delgado y rubio apuntando con un arma a su madre. En otro, dibuja a Cúter agachado sobre su padre, ella hace una gran mancha color rojiza sobre el piso, y en el siguiente dibuja al mismo hombre de sombrero, con una enorme mariposa nocturna en las manos y que hace como que se la entrega a ella, que resalta la sonrisa de éste como una enorme y grotesca medialuna. Tiempo después, Teresita dibuja el vuelo de aquella mariposa negra como una gran ave, negra y misteriosa y ella desde la puerta parece observarla, vestida con su ropita de día domingo y un hermoso sombrero de alas anchas y cintas. Y en el último dibujo, que le hace a las autoridades que la interrogaron, muestra muchas manchas que fueron analizadas por el equipo de médicos que mandó el gobierno. Una mancha roja alargada, es su padre. Una mancha verde adentro de un cuadro, es su madre mirando y gritando por la ventana, una mancha rosa adentro de un rectángulo que simula una puerta es ella, parada observando todo. Y dibuja cuatro manchas negras, tres alargadas y una casi redonda, las que se entendieron que eran tres las personas que vinieron a matar a Zurita Copertuno, mientras que la otra, era el policía Ricardo Muñoz, que así lo admitió en el estudio médico posterior que le hicieron, cuando ya estaba instalada esa disciplina de interpretar las cosas que uno dice y piensa. Algunas pequeñas manchas más, como si fuesen estrellas había, lo que señalaba que el crimen fue de noche y arriba de todo, dibuja una extraña estrella negra. La mariposa, dijimos. Allí coincidimos todos."
-¿Es la mariposa que le regala Cúter antes de irse?
-Así es señor, eso mismo les dije a las autoridades cuando me llamaron como intérprete de mi sobrina, ya que mi hermana continuaba con su estado emocional alterado. Teresita empezó a ir a la escuela y se entendía con los maestros y compañeros a través de pequeños dibujos, hasta que empezó a escribir.

Recuerda doña Ernestina que su hermana, la madre de Teresita, sufrió un ataque que la dejó postrada en cama hasta su muerte, fue un día en que viajaban ellas dos, en tren y que, entre las estaciones de Altos Moncadas y Manvatará, vieron entre el pasaje a Cúter, al gringo de pelo largo y a la Paniagua y que por eso Leonor pegó un grito y cayó desmayada y dicen que fue atendida por la presión alta y que dijo antes de morir que el agente detective Ricardo Muñoz tenía razón. Ella los había visto, todavía estaban vivos y persiguiendo a los peremerimbinos que como su marido, Jaime Zurita Copertuno, habían emboscado y matado a los soldados del sargento Tavares en las cercanías de Naranjillos.

-Mi hermana murió un sábado, preocupada porque su hija no la había visitado el último jueves. No sabía nada de lo ocurrido a su hija, nadie quiso contarle.
-¿Cómo fue? 
-Teresita estaba por cumplir quince años de edad, estábamos listos para prepararle una hermosa fiesta todo el vecindario unido. Ella estudiaba por la mañana y los jueves a la tarde visitaba a su madre enferma en el hospital a la salida de la academia de piano de la señorita Beatriz Pereda, la misma de la casa acribillada, que venía desde la ciudad de Altos Moncadas. Si señor, la misma Beatriz Pereda que dijo que ella no sabía quién era Cipriano Tavares, que nunca había oído hablar de él.

En el último dibujo de Teresita, que encontraron al lado de las vías del ferrocarril, se ve claramente a una niña vestida de rosa, caminando pensativa, mientras que a su alrededor, parece que vuelan varias mariposas negras, y allá al fondo, perfectamente delineada, ella había dibujado la silueta oscura y amenazante, de la máquina de un tren. 

-La misma máquina que la arrastró cien metros, dicen.
-Si, la misma señor.

-"¡Que pongan un arma en mis manos, que la pongan ahora mismo!” habría ordenado el Caudillo de la Sierra del Indio Muerto, Don Teófilo Cabanillas, que era periodista, escritor, historiador y hasta médico no recibido de parturientas que atendía con una dedicación y esmero ejemplar vea usted, señor periodista, y resulta ser que en medio del tiroteo infernal, un exaltado que huía despavorido por allí, le alcanzó un Marling cuarenta y cuatro y medio –eso me contaba don Santos Poussin, hijo de europeos que estaba instalado en la mesa del bar de don Escolástico Funes, bebiendo y hablando sin parar, como beben los hombres que alguna vez estuvieron en la región de los peremerimbinos-. 

-Sepa usted que cuando me hice de los recortes de esta historia que le voy a contar yo tendría entre trece o catorce años y que mi padre era el proveedor de insumos para la edición semanal de un periódico llamado “Crónicas peremerimbinas” que el Gobierno Conservador de aquellas épocas mando a destruir. Quemaron todo, y hasta a las mismas cenizas les volvieron a prender fuego. Pero antes que la memoria me juegue algunas de las malas y me deje atrás del carro, le voy a relatar, aunque no se muy bien en qué grado de veracidad usted recibirá este comentario. Pero sin más documento que mi memoria, sin más artilugios que la verdad del recuerdo, y con otra copa de pisco fuerte, le cuento todito, mi estimado amigo periodista -algunos comensales curiosos se arrimaron a la mesa-. Decía mi padre cuando llegaba a casa y después de lavarse las manos en el lavatorio de la galería, que Cabanillas había sido un buen hombre, que se lo veía tranquilo con su traje de color blanco tiza y un moño austeramente negro en el cuello de la camisa, que se lo veía, caminar de aquí para allá, porque la tecnología avanzaba y que cada vez había más periódicos afines al gobierno y que ninguno relataba las viejas historias de la ciudad de Peremerimbé, que yacía bajo el agua del enorme dique que atrapó sin misericordia al río Imbuté. Ya no había próceres, ni poetas, solo trataban de borrar todo vestigio de aquel pueblo heroico, quitándolo de la memoria de los últimos sobrevivientes, como si nunca hubiese existido. Hasta que un día, Teófilo Cabanillas explotó en una furia incontenible. Decía mi padre que decían que fue cuando se asomó a ver la espuma de uno de los dos vertederos que usan las usinas eléctricas y que vieron en el agua flotar un féretro que había emergido y que uno de los allí presentes gritó exasperado ¡Cielo Santo, Cielo Santo es el cajón del abuelo Juan Bautista! Y que el pobre desgraciado se arrojó a las aguas vestido con uniforme de ferroviario y que murió ahogado y destrozado por el caudal por tratar de recuperar el féretro flotante. Los diarios que estaban apareciendo, destacaron que se trató de un suicidio de un loco que veía visiones como todo Peremerimbino. 

-Ser, o tener los ideales que tenía esa gente, lo señalaba como un revolucionario, un contrabandista, una persona deshonesta, ilegal y hasta hijo de mala madre, señor -señaló un tercero, desde otra silla en la mesa cercana a la puerta y levantándose se arrimó a nosotros-. Mi nombre es Ernesto Serna, soy un granjero nacido en las cercanías de Naranjillos pero aquí todos me conocen por “el Chungo Serna” y quiero agregar que dicen que, sencillamente hablaban de que aquella gente sufría el síndrome del desarraigo o algo parecido y que por ello alucinaban, pero mi abuelo nos contaba que efectivamente vieron salir a flote varios féretros, del lago Imbuté. No tuvieron piedad ni con los muertos. 
-Eso también contaba, mi padre –agregaba Poussin-. Y eso hizo que Teófilo Cabanillas, alzara primero su voz en algunas de las plazas, pidiendo la reivindicación del pensamiento y todos los derechos de los descendientes Peremerimbinos, la tierra. Luego intentó abrir nuevamente algo parecido al “Crónicas peremerimbinas” y que finalmente, con el odio metido en la sangre, se le acercaron varios idealistas, delincuentes, alguna gente que no tenía nada qué hacer y se fueron sumando a lo que se llamó “A Turma sem bandeiras.” Un nombre que les puso una mujer llamada Marcela da Silva, una de las mujeres de los Fontana, que era de piel bien oscura y que finalmente se volvió a su tierra porque quería aprender a pilotear aviones para repartir periódicos desde el aire, por toda esta Sudamérica. Cosas que se les ocurrían a algunas mujeres, que querían volar. 
-Contaban además que los tipos se fueron armando lentamente y como en lo que dura un bostezo, aparecieron los delitos. Muy pero muy lejos del pensamiento de Don Teófilo. Hubo un brazo armado, donde andaban metidos los hermanos Fontana, que desvirtuó aquella lucha ejemplar del uso de la palabra como fundamento que exponía Cabanillas. Aferrado a la historia. Y fue allí, en Naranjillos donde se hicieron fuertes. 
-Naranjillos era un caserío que albergó a los Peremerimbinos caídos en desgracia. Ya no figura ni en los mapas escolares. 
-Dicen que la gente los quería, porque algunos repartían algo de lo que robaban por aquí y por la capital, y que el gobierno mandó al ejército porque ya era insostenible esa avalancha de secuestradores, asesinos y delincuentes escondidos bajo los ideales justos y muy bien fundamentados del reconocimiento al pueblo originario peremerimbino. 
- Y de sus logros como comunidad, de su enseñanza, de sus labores. Pero parece que los tipos se fueron volviendo locos. 
- Yo diría, que algunos se fueron enriqueciendo aprovechando la flaqueza intelectual de sus “camaradas” –agrega Moncho Páez, pidiendo permiso para intervenir y continuó así-. Dicen que había de todo. Fíjese el caso de la Cachita, este es un hecho que muy pocos saben pues sistemáticamente se fue eliminando todo vestigio documental. Pero La Cachita, era una mujer que tenía dos o tres hijos y de distintos padres y que dicen que estaba instalada en la casa de citas de las mujeres solidarias de Naranjillos, llamada la casa de citas “Rosa Blanca”. 
-Que dicen que dicen, permiso amigo, no se trataba únicamente de putas –acota en tono de voz áspera, Poussin-. 
-Así es, cualquier dama que precisaba de dinero, se instalaba en un cuarto por un módico alquiler, decían eso, parece que primero Teófilo conoció a La Cachita en ése lugar, la sacó de esa casa a ella y a sus hijos, la ubicó en su pequeña casita cerca del embarcadero que había y dicen que un día, cuando volvió de la Sierra alta, la encontró de nuevo en la Rosa Blanca, y con una fila de hombres olorosos esperándola, con el boleto del “Pase” en la mano -sostenía Moncho Páez-. 
-Es cierto, la historia dice que él viajaba a las poblaciones de la Sierra, donde había llevado manuales explicativos de lo que fue el Imperio Peremerimbino para ser repartido entre alumnos, y decían que en algunos establecimientos tuvieron que entregarlo por la fuerza, porque los docentes no querían saber nada con ellos, por orden del gobierno. 
-La cuestión es que agarró sus cosas, y se instaló en la parte de atrás del “Crónicas”, Y largó a la Cachita al mundo desde donde ella venía, ya estaba cansado. 
-La tal Cachita se quedó finalmente con todos los bienes del finado doctor Cabanillas, y posiblemente haya estado juramentando amor a cada cliente que entraba con ella. 
-Dicen que ella murió con un cuchillo atravesado en la garganta, desnuda, en el invierno siguiente, como murieron los otros guerrilleros Peremerimbinos. 
-Y dicen que dos de los matadores de Cúter, hace cuarenta años, eran hijos de ella. Los pobres diablos murieron de muerte natural en prisión ¿usted cree? 
-Recuerdo que contaba mi tío, con asombro que era un hermoso cuarto con cocina y baño y amplio ventanal desde donde se divisaba el puente angosto, que volaron los milicos, donde se fue a vivir Teófilo. Justo atrás de la Imprenta y “oficina” de los rebeldes –dice el Chungo, que agrega-. Me contaban unos tíos, entre ellos mi padrino, señor periodista, que entre la furia de palabras que usaba Cabanillas en sus arengas, metió su “Oda a las putas.” Algo así como la letra de un tango, no sé si me entiende, oda a las putas, todo un cabrón don Teófilo Cabanillas, me lo imagino pues no me acuerdo bien de él, yo era muy chico. 

¡Oh glorioso pueblo Peremerimbino!
Dignos dueños de la tierra,
qué va desde el inmenso mar,
hasta las montañas nevadas del Indio Muerto.

Bravo Cacique Mapuyo.
Soberano aliado en las lides
de nuestro Comandante,
bravo Coronel Don Juan Penerguido.

Ante ustedes pido.
La gloria en las batallas!
¡Y el coraje de las putas
de las que he nacido!

Algunos hombres presentes alrededor de la mesa parecían elaborar una sonrisa. Otros, bajaban la cabeza, como en señal de respeto. 

-Hasta que de repente, un día fueron avisados que andaban unos tipos del Ejército dando vueltas por el monte, y salieron a enfrentarlos, dicen que decían y sin el conocimiento de don Teófilo Cabanillas, que de eso tampoco entendía nada -sigue Poussín-. 
-Y dicen que fue uno de los Fontana el que mandó a liquidarlos. Gran error, se metieron con el brazo armado del Gobierno. 
-Por culpa de eso nos quedamos sin nuestras tierras. 
-Allí nace el mito del tal sargento Tavares, “el llamado Cúter” que era un tipo más loco que estos locos y que a los tiros entró y liquidó a unos veinte, entre ellos algunos familiares nuestros, junto a su compañero, que era un tipo rubio que se llevó a la Teresa de los cabellos arrastrándola hasta el río, dijeron. 
-La Teresa Paniagua era la enfermera que estaba de turno en la Unidad Auxiliadora Primaria, pues en el caserío no había ni hospital, ni curas ni policías adscriptos, según argumentaban los regionalistas y mucho menos íbamos a saber nosotros que solo éramos niños campesinos. Desconocíamos eso, totalmente. 
-Nos contaban que se la llevaron para el río, después volaron el puente y nunca más nadie los vio. A ninguno. Si hubiesen dejado que vuelen el puente, no pasaba más nada, aseguraban. 
-Pero parece que los emboscaron y ellos reaccionaron así. 
-¿Me cuentan algo de Teresa? 
-Todos decían que se le entendía poco a la Teresa, porque solo hablaba en Guaraní. Pero que escribía muy bien en Castellano, decían eso los testigos ¿verdad, señores? 

Todos afirmaban moviendo la cabeza.

-Después se supo que el gringo rubio era un cabo primero llamado Guillermo Jensen. De acuerdo a las noticias, que decían que el Ejército los había dado por desaparecidos y muertos a los dos suboficiales y hasta negaban aquel enfrentamiento. 
-Quedan muy pocas personas que hayan estado en esa parte de Naranjillos a la hora del tiroteo y de la masacre, ya son muy viejos, y de eso no prefieren hablar. 
-Pero casi con certeza, todos recuerdan la mañana en que el poeta Cabanillas salió corriendo y se paró en medio de la calle escandalosa por el tiroteo y con el aire caliente por el tufo a pólvora y sangre, y que gritaba en pleno descontrol que le pongan un arma en sus manos, un arma que no sabía usar y que en el medio del fuego cruzado por el milico gringo y los llamados guerrilleros peremerimbinos que estaban sorprendidos por la fiereza de esos dos militares malucos, que entraron a los tiros. 
-Sucedió que en pocos segundos, según me contaron, vieron que de repente los dos quedaron frente a frente, midiéndose, Tavares, que iba derechito a buscarlo y Cabanillas que parecía no entender que estaba frente a la muerte misma. Sorprendido, como si hubiese visto un fantasma errante. A eso lo contaba mi padre. Que leyó las “Crónicas de los que quedamos.” Antes de la requisa y quema. 
-Hay un relato de uno de los Fontana que lo debe tener doña Ernestina Chacón de De León, la viuda de Epifanio De León, que murió con un cúter clavado en la garganta, seis años después, y que dice algo así como que Cabanillas levantó las manos y que el sargento, mesmo assim, le disparó sin piedad, ennobleciendo la actitud de uno y tirando a la mierda la del sargento del Ejército Nacional. 
-Pero hay otro relato, el común que contaron quienes huyeron a salvar sus vidas y que, efectivamente, se ponen de acuerdo en que Cabanillas pedía un arma a los gritos, que decía que pongan un arma en sus manos, ¡ahora mismo carajo! dicen que gritaba y que le alcanzaron un rifle Marling. 
-Con certeza no sabemos quién fue, y que cuando cargó un cartucho en la recámara se dio cuenta que tenía al sargento de frente, que el tipo tenía la cara pintada con barro y una pistola de uso reglamentario en su mano derecha y que le apuntaba pero que le dio tiempo al loco Cabanillas a que le apunte y le tire, y que Cabanillas, que estaba nervioso, erró el disparo y que lo último que entonces vio, seguramente, parece que fueron los dientes sonrientes del sargento, a través del barro en la cara, y que debe haber sentido el tufo maloliente de ese uniforme transpirado, orinado y manchado en sangre. 
-La bala le entró por el pecho a Cabanillas y dice por ahí mi tío uno de los que estaban escondidos, que el balazo lo tiró como a unos tres metros para atrás, lejos de su blanco sombrero que rodaba por la tierra de la calle. 
-Hay quienes contaban que antes de morir, después de fallar su disparo contra el después famoso sargento Cúter, que don Teófilo Cabanillas de más o menos unos sesenta y pico de años, le pidió un segundo y definitivo tiro. Y que el sargento Cúter, se agachó, sacó de su bota embarrada y llenas de bosta de las vacas, un cuchillo fino de los llamados cúter y que se lo clavó en la garganta. Como si nada. 
-Todo eso en medio de un tiroteo, dicen que dijeron los que allí estuvieron y que ya nadie se acuerda quién lo dijo.
-Pero conste que todos nosotros, señor periodista, éramos muy chicos cuando todo aquello ocurrió, espero que comprenda.
-Disculpe usted, que no seamos tan precisos, pasaron cincuenta años de aquello. En un pueblo que no era el nuestro. 

Al día siguiente y en otro bar.

-Como en aquellos momentos tristes en que te sientes solo y decides esperar. Así amigo, mirábamos aquel cortejo fúnebre, aquí en San Vicente. -me cuenta Rolando Espina, un vecino de la localidad que está a cuatrocientos kilómetros al norte de Altos Moncadas-. Eran los cuatro hermanos varones y todos solteros de Arnulfo Sepúlveda, los que iban cargando el féretro de quien fuera el cura de Peremerimbé. El pueblo que murió bajo el agua. Ellos dicen que el cura Arnulfo murió con un gesto de asombro en su rostro, como si hubiese descubierto cuán largo y extraño era el camino que recorrería su alma, o como si hubiese recuperado un racimo de sus nociones, de sus recuerdos, o quizás el segundo final de su vida, fue un dictamen sobre sus atropellados pecados -me contaba en un tono de voz convencido, seguro-. Indudablemente algo debió haber visto o soñado, porque su dedo índice se irguió amenazante, decían, señalando hacia la única ventana por donde penetraba la luz del sol –sostenía sus palabras tomando un trago de cerveza en cada pausa, el señor Espina–. Sus hermanos cuentan que debieron quebrárselo para poder cerrar el cajón, antes que las moscas atraídas por el olor invadieran la habitación, antes que vistiesen de luto, antes que crucen por las calles del pueblo bajo el cruel sol de Diciembre y antes que nosotros, los parroquianos del bar, caminemos acompañando el rezo de los cuatro sexagenarios hermanos Sepúlveda, que iban levantando la tierra liviana de las calles por la falta de lluvias –adopta una posición más erguida en la silla-. Después que cubrieron con tierra el féretro un poco estropeado por algunas caídas y nosotros nos despojáramos de nuestros sombreros para rezar en el cementerio –señalaba con la mano en alto un supuesto camino hacia el cementerio-. 

Conversábamos entusiasmados del tema, mientras los demás ancianos miraban con extrema curiosidad mi grabador chino, el que compramos juntos, con Ángela, antes del beso bajo la lluvia de otoño. (Ojala Ángela lea estas crónicas) 

-Y también me dijeron que la gente decía que mucho tiempo antes que mi querido San Vicente, tuviese sus calles definidas y de que por acá fundaran la primera escuela, y que aún antes mismo que nacieran sus otros hermanos, Arnulfo fue enviado a la Congregación de la gran ciudad. Sus padres lo hicieron porque decían que se bebía la misma agua que los animales, y que un grupo de mercaderes de baratijas lo entregó allá con una carta dirigida al obispo que se llamaba Eleazar Bustamante, y que entre otras cosas esta familia le pedía que "Quitara por bondad, el señor representante de nuestro Dios por estas tierras, el mismísimo diablo que tiene esta criatura dentro." Se decía en el pueblo que muchas veces, cuando el empleado de correos llegaba al pueblo, dicen que decían, se dirigía a la casa de los Sepúlveda con noticias escritas que el mismo les leía, y agregaba noticias de las gran ciudad, para aliviar la aflicción de Doña Inés Encarnación Flores, su madre y madre a la vez de cuatro varones más, que dicen que ella decía que eran todos igualitos a Sepúlveda padre, señalando el cabello oscuro y duro de cada uno y dando muestras de una indefinida resignación por no haber parido una hembra para que la ayude en los menesteres de la casa y enseñarle el oficio de mujer para resolver con altura los problemas que se presentan en los hogares y que solo una mujer sabe resolver, dicen que decía, mientras apaleaba a los otros que iban creciendo sin la presencia del padre. Y que mucho antes que Peremerimbé fuese ahogada por los hombres grises que levantaron un dique para contener las aguas para hacer un lago que tenga los canales de riego y unas usinas para la electricidad de los gringos, y que trasladaran el pueblo allá en el alto, Sepúlveda padre se resistió al avance de esa cosa llamada progreso y de esas otras cosas llamadas democracia capitalista y progresista y se alistó en las filas del Comandante y de la señora Carlota y que fue uno de los Sargentos que trasladaron el cuerpo, desde el gallinero donde cayó muerto su jefe, una húmeda madrugada, a doscientos treinta kilómetros de aquí. Dicen que fue uno de los que le limpiaron el cuerpo lleno de bosta de gallinas y uno de los que lo vistieron de gala para que le rindan homenaje con todos los honores hasta su tumba. Y que en los posteriores combates con las fuerzas oficialistas, recibió un tiro por la espalda que le hizo decir que su hijo el cura iba a ser un hombre santo por su consagración al Cielo infinito, desde donde todos venimos. Decía eso hasta morir desangrado, dicen. 

Rolando Espina vuelve a tomar, sin perder posturas ni dignidad, y agregaba que: 
-Todo eso y muchas cosas más me dijeron los que habían escuchado aquellas historias. Y que dicen ellos mismos que dijeron que nadie deje de contarlas porque el que no tiene historias para contar es un carajo que no ha nacido. 

Junto al señor Espina algunos parroquianos tomaban un frasco de ginebra, como si fuese agua fresca de manantial. 

-Hasta un tal Cañizares y el dibujante paraguayo Sánchez Artiaga recrearon toda la historia de los Peremerimbinos y el gobierno se las incautó y le quemó todo, allá en Altos Moncada -agregaban los que se fueron arrimando para intervenir en la conversación- Y dicen que Arnulfo dejó de ser cura el día que se volvió loco porque cuando subió al campanario de su iglesia en Peremerimbé, encontró a una mujer desnuda que lo invitaba a volar, como aquella del circo del pequeño Didú, que aún merodeaba por el pueblo, y que tuvieron que cortar las sogas de las campanas para que deje de tañerlas y agarrarlo de sus pelos oscuros y duros y llevarlo para el hospicio de los locos antes que el obispo, ahora don Mercedes Puga se entere que había vuelto a beber la misma agua de los animales. 
-Y así es que por aquí anduvieron contando que sus hermanos lo retiraron una madrugada, a punta de pistolas de uso militar y que dicen que se lo llevaron semidesnudo arrastrándolo por el barro de la lluvia de tres días sin parar y que se lo trajeron de vuelta a San Vicente. Setenta años después que sus padres lo entregaran a los viejos mercachifles y veinte años después que el sargento Cúter iniciara la gran matanza de los insurgentes, patoteros y mantenidos en Naranjillos -dice un enardecido Juan Barrenas-. 
-En ese mismo pueblo de mierda. 
-Casi todos venimos de allí a vivir a Sâo Vicente.
-Aquí mismo, donde ahora nos trajeron este circo para que todos veamos que hay una mujer que vuela. Como la de esta foto, vea usted, una mujer que vuela.

Y entonces me muestran un afiche del circo.

-Papel y lápiz -dicen que pedía a cada momento-, quiero trabajar para que mi pueblo recupere los sueños serenos y tristes de nuestros abuelos peremerimbinos. Dicen que decía y que que se sentaba a escribir donde sea, a la hora que sea hasta quedarse dormido, y que cada vez que soñaba, al despertar tapaba uno de los frascos de medicina que estaban en las mesas de luz para que el sueño quede atrapado. 


Teófilo Cabanillas había nacido en Pueblo Saucedo, cuando todavía no se hablaba de trenes ni de industrializaciones regionales. Eran los tiempos en que las viudas tomaban los fusiles de sus hombres muertos y luchaban por la independencia de Peremerimbé. Su padre, el teniente Temístocles Cabanillas fue abatido en la batalla de Las Playas. Su madre, doña Julie Smith, hija de misioneros gringos, fue la costurera de cientos y cientos de uniformes destinados a ser perforados por la metrallas. En los tiempos de la precaria paz, podía ver algunas pequeñas empresas que subían a los montes en busca de minerales para la fabricación de armas y municiones, y que traían consigo algunas máquinas asombrosas que perforaban las rocas y tenían hombres sudorosos y ambiciosos que tomaban mucho alcohol. Todo esto se hacía con las correspondientes autorizaciones del comandante Don Juan Penerguido, ilustre gobernador de Peremerimbé, Región que nacía en las montañas nevadas, que pasaba por las sierras del Indio muerto y desembocaba en los valles que llegaban al mar, tierra fértil como esa no se podía encontrar, decían los manuales escolares que uno estudiaba en la escuela.

Dicen que "Teo," era el niño que les acercaba pan para venderles y que se entusiasmaba con las aventuras que aquellos mineros le contaban en algún momento de descanso. Dicen que estudiaba las semillas de las legumbres y hortalizas y que aprendió las distintas razas del ganado que pastaban. Dicen que fue creciendo entre libros y que cuando fue citado a la milicia, abordó un barco de otra bandera y sustrajo con sus compañeros, todos los elementos de meteorología modernos y que por eso el Comandante lo mandó a estudiar y fue el primer director del Establecimiento Meteorológico Peremerimbiano.


Dicen todos que Teófilo Cabanillas, nunca se quedó quieto y que eso de andar averiguando cosas que se le ocurrían a Dios y a la naturaleza por aquellos días, lo aburría. Entonces con papel y lápiz en la mano, cambió las planillas de informes diarios de los pluviómetros y otros artilugios atmosféricos para dedicarse a relatar la historia de su tierra y fascinar al pueblo con cuentos sobre aquellas máquinas asombrosas que empezaban a reemplazar al hombre y a los animales. 


Dicen que por decreto del comandante, fue tomado como empleado jerárquico de la primera editorial Peremerimbiana llamada "La Patria Justa."

Este resumen que transcribo a continuación, son recortes obtenidos de los desaparecidos medios de comunicación de aquella época. Los títulos empleados en sus notas eran algo así: 

"La última cena del Comandante Penerguido, consistió en dos chorizos, hervidos en salsa de tomate, con cebollas dos dientes de ajo y pimientos."

Mezcló todo con los porotos y se tomó dos grandes tazas de café. Esa tarde había cruzado la plaza que lleva su nombre, desde la Iglesia de la Nuestra Señora de Los Navegantes, donde habló con el cura párroco Arnulfo Sepúlveda y de allí hasta la oficina del correo, desde donde envió la carta al gobierno central, aceptando las coparticipaciones de impuestos, la libre navegación por los ríos, Imbuté, Galpo y Naranjillos y el tránsito por los caminos barrosos y hediondos de su rica y fuertemente custodiada región. Me afirmaba Eduviges una de sus cuatro mujeres, que el comandante ya estaba cansado de tantos conflictos territoriales por culpa de la riqueza de su tierra. Carlota, en cambio, quería la total independencia de la tierra que va desde la gran sierra del Indio muerto Mapuyo, hasta la cuenca del Imbuté. Ella, Carlota, había quedado viuda dos veces antes de ser la dueña de la cama del comandante todos los fines de semana, y que por ende, se convertía en su mujer favorita.

El relato sigue diciendo que: 
Las otras dos señoras, guardaban luto y un apagado silencio, el silencio que guardan las combatientes enamoradas.

Esta parte del relato es muy interesante. 
Al funeral del comandante no faltó nadie. Ni siquiera sus acérrimos enemigos políticos, ni los torpes funcionarios del gobierno central que tropezaron con el hombre más hábil, que hayan encontrado. Algunos querían certificar con sus ojos que la gran noticia era cierta. Otros, pensaban en la modificación inmediata de las leyes para adueñarse de la aduana del puerto de Peremerimbé y hasta erradicar las malas costumbres. La guardia personal del comandante, diseñó un estratégico candado que controlaba todo movimiento de los visitantes. Incluso la custodia del Presidente Benavente fue relevada y, los otros miembros del Gobierno debieron contentarse con formar parte en la larga fila de ciudadanos comunes, que lloraban casi desconsoladamente ante lo incierto de su porvenir.
La consigna a victorear por la muchedumbre era ¡La tierra es nuestra! ¡La tierra es nuestra! Los puños se crispaban y elevaban al cielo y se volvían mansas manos que hacían la señal de la Cruz, al pasar al lado del inmenso féretro.

Señala el cronista que: 
Asombrado, el Gabinete Nacional, pergeñaba en silencio cómo sería el trato ante tanta multitud, fuertemente armada y leal al pensamiento del viejo guerrero, y que seguramente de ahora en más ya no considerarían a doña Carlota como una enemiga. Habían encontrado que le gustaba el color del dinero más que los colores de la bandera.

Y me señalan un detalle importante que no figura en ninguna parte de nuestra rica historia. 

Las escaramuzas propiciadas por la Guardia Nacional para invadir, fueron ferozmente aplacadas por el organizado ejército peremerembino, que expuso los cuerpos de los enemigos colgados de los árboles, a lo largo de la línea de divisa. Afirma que nadie durmió en aquellas seis noches de velorio y que las cuatro viudas permanecieron de pié al lado del cajón lustroso. Que no aceptaron las condolencias del Presidente don Arturo Benavente, ni de ninguno de sus séquitos de Ministros encartonados. Que según cuenta después se retiraron en el barco de la madrugada atacados de un fuerte dolor en el hígado. 


Más adelante hace referencia a un personaje llamado “el pequeño Didú.” 

Dice el periodista que "estuvo siempre a su lado, que le alcanzaba las mejores noticias que él luego redactaba y que ese niño enano de unos siete u ocho años andaba sonriendo y corriendo entre el gentío, mientras el, entonces aprovechaba para ir hasta el telégrafo." Además dice que él fue la única fuente directa de información, que no dejaron entrar a ningún otro periodista. 

Algunos atribuyeron su suerte, al favoritismo que tenía por la causa. 
Señala que ya se habían marchado todas las autoridades vecinas, cuando se dispuso el entierro del comandante, por el Notario del Pueblo rebelde. Dice que se necesitaron doce soldados para levantar el cajón, colocarlo sobre el digno carro fúnebre y este de cuatro bueyes fuertes para que lo llevaran hacia el Campo Santo de los Guerreros. 


Casi poéticamente define aquel momento. 
“A pesar del llanto de miles y miles de hombres y mujeres, todos combatientes y trabajadores de la tierra y manufacturas, se podía percibir el lamento del hierro de las ruedas sobre los adoquines, y cada pisada de los bueyes en su lastimoso andar, como un lejano eco que solo nos dejará melancolía.” 

En otra de sus notas titula así: 
"Alcira, una de sus cuatro mujeres convivientes, me dijo que lo vio morir." 
Ella me dijo mientras le pasaba jabón blanco a las ollas, que el comandante se levantó, como todos los días, a eso de las cuatro de la mañana, que ella ya le estaba preparando su desayuno con café, un poco de leche, dos bifes de hígado acebollado y una sopa, por si se quedaba con hambre, para que unte el pan. Cuenta que ella se secaba las manos con el delantal y que le señalaba el recorrido que hizo después del desayuno al patio. 
Salió por aquí, -me dijo señalándome la puerta del fondo- se acercó a la higuera y la orinó. Mientras se acomodaba el pantalón eructaba y siguió caminando hasta la puerta del gallinero. La luna, redonda, inmensa, le iluminaba su larga cabellera blanca. Yo le dije que estaba fresco, que entrara, pero él siguió allí hasta que los gallos empezaran a cantar, entonces cayó. De repente cayó. Cayó de espaldas. Fue un golpe seco, toda su humanidad cayó contra las bostas de las gallinas.

Agrega que su nuevo amigo el pequeño niño enano llamado Didú, le había contado que: 

El estaba durmiendo bajo el carillón de la Iglesia y que se despertó con el movimiento de las campanas. Dice que le dijo que parecía un lejano temblor de tierra. Que algunas personas más le contaron que el soplido del impacto arrastró el polvo de la tierra, abrió algunas puertas, sacudió ventanas, se cayeron hojas, se despertaron pájaros, aturdieron oídos, movían cortinas, desperezaron amantes, hicieron ladrar a perros guardianes, y sonaron las alarmas de combate. Y luego el silencio.
¿Mi señor, mi señor, está usted bien? -Me dijo la señora Alcira, que ella le decía al comandante, toda temerosa y llorando- 
Finalmente el joven periodista Teófilo Cabanillas, cierra el artículo con un recuerdo del Comandante Penerguido en una de sus conversaciones con él. 
Yo recuerdo una frase del comandante Don Juan Penerguido, Caudillo jefe de la región de Peremerimbé, que anoté en mi libreta viajera. "Aunque suene a espanto, todo se va muriendo, anote jovencito, todo se está muriendo.”

Este recorte, se cree que también está escrito por Teófilo Cabanillas, es referido al famoso enano que hoy es dueño del circo de los magos y se titula así:

"Hablemos del pequeño Didú" 
Fué así qué todo comenzó, señor escribidor, el circo entró por allá, por la calle del fondo. De allí mismo y de mañana temprano se podía ver como entraban al pueblo, primero el señor Scattollini con su saco rojo y sus botas de montar golpeando el látigo contra el suelo, levantando la tierra, atrás de él, venía toda una banda tocando marchas, después los acróbatas, el mago, los payasos, las jaulas, los elefantes, un burro y los coloridos camarines. Entraron por allá y con semejante barullo nos tuvimos que levantar. Yo tenía que trabajar, pero le dije a ella que se quedara en la cama, que solo era un circo más que llegaba al pueblo, no me hizo caso y salió como todo el mundo a la vereda, incluso con el pequeño Didú, descalzo. Al final todos se alborotaron, nadie sabía nada que venía un circo y menos a esa hora en que recién sale el sol. Lo armaron en el baldío al lado del río. 
La primera noche ella no aguantó y fue a ver la función, dicen que estaba lleno, me contó el pequeño Didú, que a ella la hicieron participar y se tenía que parar de espaldas a una tabla y que un tipo le tiraba cuchillos y que por suerte no le acertó ninguno, pero cree Didú que después se hizo la que se desmayaba y el tipo la llevó a su camarín. A mi ella no me contó nada de eso porque yo estaba dormido cuando volvieron y ellos estaban dormidos cuando me fui a trabajar de nuevo al otro día.
Solo por la tarde, hablaba con Didú, porque ella a la tarde se iba al circo como empleada de limpieza. Eso si me dijo, que limpiaría los camarines de los artistas y que por eso le pagarían bien, y que después se quedaría a la función como voluntaria. Durante tres días más hizo de ayudante del lanzador de cuchillos, pero me dijo Didú, que se conchabó con el mago, parece ser, siempre según Didú, que el tipo hacía que la serruchaba y la partía al medio, entonces después de los aplausos, se desmayaba de nuevo para que el mago la llevara a su camarín. Yo hablé con ella, señor escribidor, le dije que no vaya más al circo, que se quede a cuidar a Didú y que la gente hablaba demasiado de sus desmayos seguidos como ayudante, y ahora del domador el señor Scattollini, que la tuvo toda la noche reanimándola porque vestida de india africana, dicen que la metió en la jaula con los tigres, fíjese usted, señor escribidor. Mis compañeros de trabajo se burlaban de mi, gracias al comportamiento de ella.
Pero dicen que fue el trapecista el que le enseñó a volar, practicó una noche entera con la piola entre las piernas y al final después de girar varias veces se soltaba y giraba en el aire sin caer.
La gente pagaba el doble para verla a ella, una mujer del pueblo haciendo ese espectáculo. Entonces no aguanté más, me enojé y fui a hablar con ella, porque por culpa del circo había abandonado a nuestro pequeño Didú que se acostaba solito y se levantaba solito. Que por culpa del circo la gente inventaba habladurías y se me reían en la cara, que si bien yo sabía que aquí hablan porque si y por demás, sino mire usted las cosas que decían de nuestro comandante, que dicen que tenía cuatro mujeres a los ciento catorce años de edad.
Le decía que quedaba feo escuchar eso y le pedí que no le diera motivos a nadie, además yo me levanto temprano para ir a trabajar y vuelvo cansado a la noche y que no encuentro nada listo para comer.
Didú seguramente tampoco la pasaría bien así es que yo le preparaba todo al pequeño para que comiera, se bañara y se cambiara de ropa. Ella se me reía, señor escribidor, mientras yo enojado le decía de todo, se me reía y bailaba como las gitanas porque había aprendido eso también y los hombres del pueblo pagaban tres veces más para mirar sus carnes mientras bailaba. Bailaba y levantaba vuelo.
Pensé en llevarme a Didú conmigo al trabajo, pero el pequeño me hizo saber que había visto llorar a un payaso y que se hicieron amigos, así es que se quedaría dos horas en el circo y que luego hablaría con su madre para que volviesen juntos.
Siempre el circo estaba totalmente lleno, no entraba un alfiler en la carpa, me contaron después y que aún así había una fila de tres cuadras por esta calle para una tercera función, la noche en que dijeron que ella volaría entre las gentes y haría un jueguito especial con el mono en el aire. Qué me dice.
La desgracia ocurrió tres días después, el fuego se inició cerca de los camarines y el viento lo fue llevando a las jaulas primero y a la gran carpa después, la gente se pisaba por salir, gritaban desesperados, hubo muchísimos heridos, pero no muertos porque la lona incendiada no cayó sobre la gente, fueron los animales sueltos que antes de escapar hacia el río, lastimaron a algunos de los milicos nuevos. No quedó nada.
Hubiese visto usted, señor escribidor, cuando al día siguiente se fueron. Hubiese visto usted, sino hubiese tenido que estar en los fusilamientos de Manvatará, lo poco que quedaba del circo de Scattollini. 
Yo los miraba al salir de trabajar, se iban con sus ropas llenas barro y hollín. Se iban silbando sin tocar sus instrumentos, un triste vals que se llama la niña que vino del sur. Las jaulas eran arrastradas vacías y todas quemadas. Lo que antes eran camarines, humeaban enganchados a los tractores. Y ella, mi mujer, la bella mamá de Didú también se fue, ella cerraba ese triste desfile, iba volando alrededor del burro. Ella sabrá porqué.
Me dijeron que por la madrugada, antes de irse, una gitana puso la mano sobre la cabeza de mi pequeño Didú, señor escribidor, y que le dijo que a ésta, a ésta se la iba a pagar.

Señala que la nota corresponde a un relato de un tal Valdivia, que decía ser el padre del enanito Didú. Y agrega un dato curioso. Señala el cronista que la gitana aludida fue muerta con un cuchillo atravesado en su garganta, parece que al meterse en unos pastizales a hacer sus necesidades fisiológicas. Y además comenta que los nuevos milicos que ahora trataban de poner algo de orden en Peremerimbé, le ordenaron a Scattollini que se lleve el cadáver de la gitana asesinada y que nunca más vuelvan. 

Apunta que la nueva guarnición militar enviada por el gobierno central, se instala donde era el complejo policial a cargo de un coronel de apellido Iparraguirre, un teniente de apellido Sullivan, y nombra a los suboficiales Ordóñez, Crespo, Miranda y a un cabo nuevito, con cara de niño llamado Cipriano Tavares, que se hizo conocer rápido por su habilidad de cuchillero. 

Todo esto es extraído de algunas pocas hojas sueltas del “Crónicas Peremerimbianas” 

"...Arnulfo Sepúlveda caminó por los cuartos, entró a la nave central de la iglesia, se persignó ante la Cruz y fue a abrir la puerta, el sol de la mañana entro en todo su esplendor, dejando su figura oscura como en un eclipse. El cura Arnulfo puso su mano a modo de visera y el cartero le entregó una carta y salió corriendo sin saludarlo hacia la plaza. Todo el pueblo estaba allá, entregado a los vicios de las ferias de juegos de apuestas y comidas bañadas en aceite que se entregaban envueltas en papel. La iglesia de la Señora de los Navegantes le pareció un inmenso barco abandonado, cuando cerró la puerta y para ocultarse del griterío y el desorden moral que ocurría a pocos metros. Se sentó en el primer banco y abrió el sobre. 
Pensaba mientras leía que había perdido una batalla más contra los herejes, él y los demás curas párrocos de la región Peremerimbina. 
Se enteraba de las decisiones del gobierno de barrer con todo lo plantado y nacido en esa tierra de locos y de que los familiares del fusilado Elpidio Barragán se habían armado y atrincherado en las sierras, como temerarios bandidos. 
Al ponerse de pié, sentía como temblaba todo su cuerpo, caminó hacia el altar y el haz de luz que entraba por una ventana, le mostraba visiblemente, el rostro de Cristo, resignado, aunque sin gestos de dolor dicen que dijo: Cristo, Cristo Señor mío. ¿Porque me has abandonado? 
Afuera explotaba una batería de fuegos artificiales, las bombas de estruendo estallaban una tras otra y era esa la señal de que, prontamente, las mujeres vírgenes, empezarían a volar. 
El cura Arnulfo Sepúlveda subió los treinta y nueve escalones hasta el carillón y golpeó con fuerza las campanas mientras que aturdido por la sonoridad miraba hacia la plaza colmada de vecinos infieles que adoraban incansablemente a estos magos taciturnos..." 

Así es como consta en este escrito de las viejas "Crónicas Peremerimbinas" titulado "La última Misa del padre Arnulfo" y en este cuaderno que gentilmente me hizo llegar don Santos Poussin de un tal Benito Ponciano Márquez, muerto en Naranjillos, bajo las balas de los suboficiales Guillermo Jensen y Cipriano Tavares, alias "Cúter" 

Cuenta que ése día fatal, guardó en su morral la presa de pollo frito y ante el griterío de la gente corrió hacia la iglesia, dice que entró por la puerta lateral, que cruzó sin mirar hacia el altar y que dobló hacia la derecha y que por una puerta entreabierta empezó a subir los escalones y llegó a tiempo para ver al pequeño Didú sosteniendo la frágil figura del cura que sangraba por los oídos y la de una mujer, que aseguraba no conocerla por ser ésta rubia y de tener ojos claros y que para su asombro estaba totalmente desnuda, y que desde allá arriba, se lanzó al aire y andaba de árbol en árbol, paseando su bella desnudez entre risas, que sonaban como un canto alegre. 

Dice que el tal Didú saltaba feliz en su pequeñez absoluta, como un muñeco de resortes y que a todos les señalaba el vuelo de la mujer blanca, mientras él con su cuchillo de comer, cortaba las sogas de las campanas y le aflojaba los dedos al cura. 

Cuenta en sus "Relatos Laicos", un cuaderno de hojas amarillas por el tiempo y escritas con simple lápiz de grafito, que el obispo Miguel Mercedes Puja llegó tres días después, en el silencio de una madrugada lluviosa, casi en secreto, con una comitiva de cuatro hombres más entre ellos el cura Victorino Barboza, que quedaría sin mayores ceremonias y a partir de ése instante a cargo de la iglesia. Dice que se llevaron al cura Arnulfo en el tren de las tarde con todas sus pertenencias, algunos documentos relacionados con las actividades encomendadas y propias de la iglesia porque decían que los iban a estudiar y algunas otras cartas más que encontraron en su escritorio. Excepto las que él, Benito Ponciano Márquez guardó para mostrarle a sus primos, los Barragán Puebla. 

Allí, en un párrafo aparte señala que con el fusilamiento de Elpidio Barragán, decide ponerse al lado de los anarquistas que no querían ninguna institución que no fuese por la de ellos elegidas. 

Cuenta además que esa misma noche, el Gobierno decidió intervenir el pequeño destacamento policial de apenas tres hombres, que fueron sustituidos de sus cargos por encontrarlos en la parranda, borrachos y mal vestidos, y que trajeron de nuevo un batallón de los mismos milicos de los fusilamientos de las revueltas anteriores, o sea el Cuarenta y seis de campaña, pero que estos hombres venidos de Manvatará, a cargo del Oficial Iparraguirre, eran mas severos. Y que andaban casa por casa entregando unos bandos con las nuevas leyes, y que devolvían las mujeres a la casa donde pertenecían. Dice que por eso, esa noche no fue casi nadie al circo. Y que antes de instalarse en sus nuevas oficinas, Iparraguirre vestido de un elegante uniforme marrón clarito y de altas botas lustradas, se llevó la sorpresa de su vida, pues ocurrió eso de la grande estampida de los animales del circo cuando sus soldados andaban de casa en casa. 


Según afirma más adelante, el león del circo entró por la puerta principal de las viejas dependencias y saltaba por todos lados, desparramando la tinta para escribir sobre los papeles con órdenes y bandos impuestos por la nueva ley, y que le rugía amenazante, sin darle tiempo a que desenfunde su pistola y que el pobre animal asustado pudo saltar por una de las ventanas hacia afuera. La cebra desorientada hizo lo mismo, con cierta torpeza, entró despavorida pero fue muerta de tres balazos por el arma de Iparraguirre. 

En su relato, Márquez amplía las notas describiendo el paisaje. Señala que el griterío de la gente era ensordecedor. Y que el oficial Iparraguirre, Carlos Atanasio, sale a la oscura calle gritando las mismas obscenidades comunes a las que estábamos acostumbrados y que eran de nuestro uso común, normal y específico de nosotros los Peremerimbinos, -frase que subraya dos veces- y que este coronel ordenaba que dejásemos de pronunciar. 

Relata que el coronel, pistola en mano, en la puerta tropezó con uno de sus suboficiales que estaba de guardia de cuarto, según decían las consignas que tenían asignadas y que éste, totalmente aterrorizado le mostraba las heridas propinadas por las garras del oso "Zonko" que se perdía en las sombras de la noche, mas allá de la esquina y que el coronel, entonces vio el resplandor del incendio del circo, al final de la calle y a un elefante que pasaba ante sus narices con intenciones de llevarse todo por delante. 

Gritaba, daba órdenes no sé a quién, todos corrían de un lado hacia otro y encima al cura Victorino Barboza se le daba por hacer sonar las campanas restauradas y llamar a misa. 

Eran algo así como las diez de la noche. A eso de las diez de la noche. 

Hay una serie de frases que no se pueden leer. Parece que hacen alguna referencia al estado del tiempo, y un dato curioso. 

Señala que observaba detenidamente a quién luego sería su enemigo, cuando ve que el pequeño Didú le tocaba el pantalón a Iparraguirre y que éste miró hacia abajo, le pareció que el tipo creía ver a un niño sonriente, que le daba la bienvenida, pero luego tuvo la certeza que el tipo alcanzó a darse cuenta que era un enano que pedaleaba una pequeña bicicleta entre los animales sueltos, y recién al otro día supo que el atrevido que lo había tocado era el pequeño Didú. El hijo de la mujer que había aprendido a volar en el circo. 

En otras hojas de su relato, señala que el cura Victorino abrió las puertas de la Iglesia de par en par, y se paró en el umbral a contemplar el espectáculo bochornoso de infieles corriendo de un lado a otro entre distintos animales y que levantaba la Biblia en una de sus manos, mientras los soldados con fusil y bayonetas caladas trasladaban baldes con agua y que el cabo le dijo que guarde eso. 

Escribe Benito Ponciano Márquez que se acercaba en silencio, a recoger sus cosas de la iglesia y que el cura Victorino lo miró y le pidió que encienda todas las luces, dice que le dijo. "Encienda usted todas las luces por favor, a esta hora y hasta que esta gente se derive hacia Nuestro Señor, habrá Misa permanente, los hombres me seguirán. " 

Dice: 
Fue al joven cura don Victorino Barboza, a quién acudió Ernesto Valdivia. 
Contaba en sus "Relatos Laicos" que el tal Ernesto Valdivia, se le acercó al nuevo cura y le pidió por alguien que le acerque a Dios lo más rápido posible sus súplicas. 
- Yo soy la palabra de Dios aquí- dice que le dijo Victorino, y que lo tomó del brazo y se lo llevó al confesionario por tres horas. 


Hay un apellido subrayado dos veces en su cuaderno, Valdivia. 

Cuenta que Valdivia había llegado a Peremerimbé con el primer tren, y que murió vestido con uniforme de ferroviario, cuando los hombres grises ya habían terminado la construcción del dique y las aguas taparon la vieja ciudad. Cuando los árboles sedientos por la sequía de tres años, se suicidaron arrancando sus propias raíces y cuando los pájaros peregrinos cambiaron sus rumbos. Un día que creyó ver el féretro de un familiar navegando en las aguas y se arrojó con toda su enorme pena, para nunca más salir del fondo, diez años después de la noche en que visito al cura Victorino. Agrega que de las vías hacia el oeste se había fundado la nueva ciudad pero que no respetaron el nombre original de la región y que el gobierno hizo cambiar los mapas y que ahora todo esta vasta región se llamaba Imbuté y que ante la aparición del primer féretro flotando en las aguas y golpeando su debilitada madera contra las paredes de cemento, nacen los anarquistas, de la mano de un tal Teófilo Cabanillas, los guapos Fontana y una tal Marcela Da Silva de la famosa "Turma sem Bandeiras." Dice que Valdivia ya era viejo para eso y que exclamaba en sus largas noches de borrachera, que Dios había puesto en su cama a la mamá del pequeño Didú. Que Didú era un niño enano, pero que él argumentaba que Dios los castigaba por los tremendos pecados de la madre y por su infeliz maniobra del cambio de señales que llevó al descarrilamiento del tren de cargas en el cuarenta y ocho. Que fue Didú, cuando tenía entre quince y veinte años de edad, y que aparentaba de seis, el que prendió fuego al circo, después de soltar a todos los hambrientos animales, cuando sorprendió a su madre en caricias deshonestas, -según así expresaba- en uno de los carromatos del domador Scattollini con la mujer barbuda. Afirmaba -sigue el escrito- que Didú dormía por costumbre en el campanario de la Iglesia y fue uno de los primeros en darse cuenta que el Comandante Penerguido había muerto una madrugada. También contaba que el niño, nunca había sido bautizado en una Iglesia Cristiana y que le quedó el nombre de Didú, porque ésa fue su primera palabra pronunciada. Hay una parte que hace hincapié y desde donde creo, Benito Ponciano Márquez, expone textualmente el relato de Valdivia. 

"...Mi pequeño había empezado a caminar, caminaba por el piso de ladrillos, como haciendo equilibrio, pero se lo notaba fuerte y decidido y bajo la acacia florecida del patio, se sentó a defecar. Sus heces eran cilindros sólidos que quedaron expuestos a las moscas y al sol y allí, como en un milagro repentino empezó a hablar, decía: didú, didú, didú." 

Al día siguiente, Santos Poussin me alcanza unos recortes que estaban entre los papeles guardados por la señora Ernestina Chacón viuda de De león y que aparentemente eran las cartas a las que hacía referencia Benito Ponciano Márquez, más un artículo que seguramente era escrito por Cabanillas. Eran cartas entre el cura Arnulfo Sepúlveda y Elpidio Barragán Puebla. Su oveja descarriada, según él mismo se definía. 

Aquí voy a introducir una parte de un artículo que creo está escrito por Teófilo Cabanillas. 

(Elpidio Barragán, fue condenado y fusilado un día claro, luminoso, radiante. Él estaba sentado, atado a un poste grueso de eucalipto, se negó a que le tapasen los ojos y cualquier visita clerical, pues afirmaba que todo trato ya lo había hecho epistolarmente. Simplemente dirigió su mirada a los movimientos del sable del jefe del pelotón de fusileros. Entonces todos hicimos lo mismo y vimos como el sable se erguía sobre los atributos e insignias del suboficial, el brillo del sol destellaba en la hoja, en lo alto, hasta que cayó con fuerza y las detonaciones simultáneas perforaron el cuerpo del infeliz que, maniatado al poste, cerró los ojos para siempre. Todos los testigos, nos retiramos en silencio.) 

Ahora incluyo esta carta: 

Iglesia de la Santa Aparecida. 
Reverendo Párroco Julián Castillas de León 
Querido Hermano en Cristo: 

"Por la presente acudo a tu digno intermedio para que asistas a los parientes del difunto Elpidio Barragán Puebla -fieles de tu parroquia-, que como es de público conocimiento, fue ejecutado por éste gobierno en cumplimiento de las leyes que rigen ésta nación. 
En ésta escueta epístola, voy a tratar de narrarte cómo sucedieron los acontecimientos. 
En mis continuas visitas al grupo carcelario fui informado que éste citado iba a ser ejecutado, expresándome las autoridades políticas sus deseos para que lo asistiese en sus últimos días, por lo que fui el receptor de su única petición: 
Que Los hermanos del difunto Elpidio Barragán, muerto por las costumbres y leyes impuestas bajo este gobierno de Peremerimbé, no le guarden rencor, y lo lleven pronto al olvido. 
Es así que, en consecuencia con su requerimiento que acudo a ti, para que le hagas llegar estas palabras y culmines mi tarea que ha quedado incompleta, porque ocurrieron vicisitudes que escaparon a mi voluntad, porque no pude en tiempo y en forma, contestarle. Atribuyo en parte a los regímenes burocráticos carcelarios existentes, y a la huelga general de los empleados del correo Nacional. 
Lamentablemente, también hube tomado conocimiento de la poca afición a la lectura y a escribir que esa familia dispensa. 
Diles de mi parte, que nunca Elpidio pareció entender los excesos de sus actos, encontrándome ante un ser carente de afectos y viviendo una vida de sobresaltos y pasiones alejadas de la paz que pudo brindarle Nuestro Señor. 
Diles que fue muerto bajo las balas de doce fusiles, que pusieron fin a sus días turbios que se había empeñado en vivir, llevando consigo todas las pasiones alejadas de la paz que pudo brindarle el refugio de la Fe en Nuestro Señor. Entiendo lo difícil de la misión que te encomiendo, y más aún cuando queremos hablar de un muerto que no puede explicar su vida, sabiendo que esa vida, no era la suya. Siempre he aplicado una máxima, la de no prometer, lo que no se puede dar. 
Te he explicado que nada pude prometerle, pues no esperaron mi oportuna presencia para asistirlo en su final. Aunque luego, los asistentes se refirieron a qué murió con una extraña virtud. La de tener sus pensamientos alejados, como no entendiendo la situación, o como creyendo que había llegado el momento necesario para poner fin a su vida, que tituló de “oveja descarriada.” 
Simplemente, había limitado mi humilde labor de sacerdote, a escuchar sus necesidades, para que, en la medida de lo posible, llegar a atendérselas. Y creo que en aquellos escasos momentos de comprensión, entendió la existencia de la conciencia, y de las virtudes del arrepentimiento. 
Confío, querido Hermano Sacerdote, que el derrotero del camino que hemos elegido, te llevará a interpretar mis deseos de que esos parientes, conozcan cómo fue su atormentada vida, y finalmente, cómo murió. Aunque ellos hayan vivido indignados por la atroz conducta de Elpidio. 
Yo le pediré en ruegos a Dios, que se abracen en la Fe, y que no tengan temor a continuar con sus labores cotidianas dentro de la Paz y de las bendiciones de Cristo. 
Que sepan que aún recorriendo caminos diferentes, él pudo haber sido como ellos, trabajadores y honrados. Diles también que hay por aquí un licenciado llamado Don Eufrasio Sarmiento, quién le ayudó en la confección de la carta hacia mi persona, que me aclaró algunos conceptos, diciéndome que gracias a todos sus conocimientos adquiridos, pudo describirlo como una persona que nunca tenía idea cabal de sus actos, el cuadro descriptivo encajaba en el no entendimiento, en que no tomaba conciencia, que no sabía de afectos, de muy escaso razonamiento, que tenía escasez de discernimiento y que por ello era una persona carente de arrepentimientos. 
Eso me ha llevado a interpretar una de sus frases. 
“Si ése tal Cristo, murió clavado en una cruz, bien puedo yo morir atado a un palo.” 
Eran éstos, uno de sus escasos momentos de lucidez. 
Dios te bendiga y que no tengas que atravesar por los pesares a que estoy sometido, en esta tierra de seres reacios e infieles. 
Arnulfo Sepúlveda.

Según manifestaba el Chungo Serna, su tío y padrino le dijo en una oportunidad que la única sobreviviente de los Barragán Puebla era la tal Cachita, Que en realidad se llamaba Oscara y que fue ella la que guardaba los papeles que por ahí dejaban Teófilo Cabanillas, Benito Ponciano Márquez y Lucio Fontana. 

-Yo estaba allí, tenía veintisiete años, lo recuerdo porque cumplí mis años un día antes de aquel tiroteo y con mi esposa y mis dos hijos, fuimos en la barcaza de los hermanos Virasolo a pescar. Uno de ellos murió creo que Agustín Virasolo, aunque no tenía nada que ver con los de la turma Sem Bandeiras de la Da Silva , el tal Fonseca y don Cabanillas, simplemente se asomó por la ventana y el gringo le tiró -me decía el tío del Chungo Serna, Servando, de setenta y ocho de edad-. Casi todos éramos parientes y vivíamos de las frutas y verduras que vendíamos al mercado. En aquella época era así, usted, sembraba, cosechaba y cargaba las barcazas, o los camiones que cruzaban el puente y tomaban el desvío para Naranjillos. Lo hacíamos por un buen precio. Les cargábamos todo lo que se podía y ellos se iban, a nosotros nos alcanzaba para vivir bien. Sabíamos distribuir las cosas, porque nuestros padres que venían de la zona de Peremerimbé, sabían trabajar así y así nos enseñaron. Decían que éramos locos -hace una pausa, cierra los ojos y pasa su mano por su cabeza calva. Mira por la ventana y me parece que la luz que le da en la cara, le da un aire de hombre santo-. Lo único que había era un negocio grande donde todos nos reuníamos en el salón para ver cine. El camión con las películas pasaba una vez al mes, estábamos bien en Naranjillos. 

-Don Servando, su sobrino el Chungo, me dijo que usted tiene una forma muy particular de contar las muertes que vio, que habla como hablaban los Peremerimbinos, cuénteme. 
-El Chungo tendría unos diez o doce años, y algo debe haber visto porque protegimos a los niños tirándolos abajo de las camas, pero algunos no hacían caso. Murieron cuatro mujeres y quince hombres. Entre ellos Cabanillas, dos de los Fonseca, Céspedes, el que cantaba boleros, Vargas, que era mi cuñado y algunos más. Pero usted debe comprenderme, no me es fácil a esta edad. 
-Solo le pido el máximo detalle de lo que me pueda contar, le voy a agradecer. 
-Cuando vino hace un tiempo atrás, otro periodista, que no recuerdo cómo se llama y que era un hombre que había estado haciéndole reportajes nada menos que a las viudas del Coronel Penerguido, un tal Agenor Castro.
- ¿Agenor Castro? 
-Si, creo porque según decía que su maestro en el arte de la escritura había sido don Cabanillas y un tal Fontana, pero bueno, el escribió todo lo que le dije y me dio el papel para que lo guarde, no se llevó nada anotado, a menos que haya tenido una memoria prodigiosa. Me dio la sensación de que se iba algo decepcionado conmigo. 
-¿Tiene el papel para mostrármelo? 
-Se lo di a un juez que vino y anduvo por aquí. Un tal Bonaventura. Pero no se preocupe que me lo se todo de memoria -giró la cabeza, dejó de mirar hacia afuera y me miró fijamente-. No se cuánto tiempo me queda de vida, pero quisiera morir sin sufrir el dolor de un balazo, y ver que mi sangre se esparce en la tierra. Como murieron ellos, esa mañana. Yo vi morir primero a uno de los Fonseca, a Fonseca el macho, que recibió un balazo en el vientre, se torció para adelante, abría los ojos bien grandes mientras caía de rodillas y miraba sus manos ensangrentadas, se quejaba del dolor y sus ayes de espanto tapaban el sonido del vuelo de las aves que asustadas volaban desordenadas buscando lugares seguros. Así eran sus ayes, tapaban los ladridos de los perros, el escándalo de los puercos y de las gallinas, el ruido de los motores y las radios encendidas, y lo dejaron así, gritando mientras se desangraba y eso asustó a los otros que no tuvieron reflejos para ordenarse y el que se asomaba, moría porque el gringo tenía muy buena puntería, hacía ráfagas cortas con su ametralladora y después con un fusil y después con una pistola. Ese loirinho tenía más puntería que el sargento, que tiraba por más tiempo y rompía todo a balazos y se pararon uno al lado del otro, como que si algo les pasaba, morían juntos –se seca algunas lágrimas y sigue-. Yo los vi. Eran el diablo en persona. 
-¿Los vio entrar juntos? 
-Andaban juntos, y fueron a buscarlo a Cabanillas y Cabanillas salió pidiendo un arma, con su traje blanco y su sombrero de ala ancha en medio de la humareda de pólvora quemada y el griterío ensordecedor y allí se separaron los dos, cuando lo vieron a Cabanillas, el sargento tiro el arma vacía y sacó una pistola Colt de su cartuchera y caminó hacia él. En cambio el gringo agarró a la enfermera de los pelos y la tiró a la calle y le pisaba la cabeza con sus botas llenas de barro y cargaba nuevamente el arma y seguía tirando. Y es ahí donde mata al segundo de los Fonseca, que había llegado hasta el techo de la estafeta de correos para apuntarles. También mata al perro de Juárez, que le ladraba insensible a los tiros y le destrozó el hocico. El perro tiritaba, se sacudía hasta que quedó quieto, cerca del macho Fonseca que se arrastraba por la calle gritando. 
-¿La enfermera que se llamaba Teresa Paniagua? 
-Ese gringo era un loco de mierda si, era la Teresa Paniagua, pero en cambio el otro, el que tenía la cara pintada con barro, y las insignias de sargento, parecía querer morir, no le importaba nada. Recuerdo que abrí la puerta gritando para que paren con eso, yo gritaba ¡basta, basta ya hombres! Yo gritaba por el llanto de mis niños y por la pobre enfermera que en cada soplido levantaba la tierra de la calle. Fue un acto suicida el mío. El gringo no me vio, pero el sargento si, me apunto y me tiro y la bala me debe haber pasado cerca, erró el disparo. 
-¿A usted le tiró el sargento? 
-Si, desde unos cincuenta metros. 
-¿y usted estaba armado? 
-No, me quedé paralizado levantando mis manos y entonces me dejó y se enfrentó con Cabanillas, yo caí arrodillado y así me quedé, mirando todo. 
-¿Recuerda quién le alcanzó el arma a Cabanillas? 
-Claro que sí, fue la loca de la Oscara Barragán, la Cachita, ella le dijo algo que no entendí, o no me acuerdo con semejante escándalo de tiros y gritos y después se escapó por la callecita para el monte, con sus hijos. Ella no lo vio morir, yo si. 
-¿Recuerda si lo mató el sargento Tavares o el gringo que era el cabo primero Jensen? 
-El tiro se lo pega Tavares, Jensen le tira a los demás. Nosotros supimos de esos nombres después, en los comentarios ante los Jueces y por las noticias que llegaron que decían que el Ejército Nacional los había dado por desaparecidos. Pero en realidad, Cabanillas le tiró primero al milico. 
-¿Cómo fue? 
-El sargento se reía, dejó que Cabanillas le apunte y él le tiró después, y por el tiro certero que recibió en el pecho, Cabanillas caminaba hacia atrás y cayó. Hacía un intento por levantarse mientras el milico se le acercaba. Ahí es donde aparece el resto de los que murieron, salieron como a defenderlo y hubo una pausa, un momento, esa pausa le dio tiempo al rubio para soltar a la Teresa Paniagua y volver a cargar el arma, no dejo a nadie en la calle. A mi me parece que seguía sin verme yo me quedé tirado en el piso, boca abajo, pero ya no escuchaba nada, todo era como un sueño que transcurría lentamente. Los vidrios de las ventanas se despedazaban, las ramas se quebraban, el viento arremolinaba la tierra y el humo de la pólvora quemada. Y el matador de Cabanillas pasaba sonriendo como si nada ocurriera hasta las ventanas del salón comunal, ni una bala lo alcanzó. Y de su morral sacó explosivos, encendió la mecha y se fueron. Exactamente por dónde entraron. 
-Cuénteme de la enfermera. 
-Se la llevaron a Teresa tirándola de los pelos. 
-¿Cuanto tiempo duró ese enfrentamiento? 
-Solo en una cuadra hicieron eso y en una eternidad. Pero pudo haber sido en menos de cinco minutos. Yo me arrastré hasta la puerta de casa y la explosión me empujó hacia adentro, estuve por eso casi dos meses sordo. No estaban todos muertos, los heridos quedaron allí, muriéndose lentamente hasta que al otro día llegó el Ejército. Nosotros los abandonamos porque pensamos que ahora entrarían los otros soldados, mi mujer, Herminia, sacó a los niños y a mi, y nos llevó hacia el monte. El Puente estalló, casi al mismo tiempo. 
-¿Alguien pudo haber visto la cara del Sargento? 
-No ni siquiera el finado Cabanillas. Cuando a mi me tiró alcancé a ver un tipo con la cara llena de barro, tenía un sombrero de lona que le daba sombra en la cara, daba miedo verlo. El otro era un gringo lampiño bien rubio. Con el tiempo se consiguieron algunas fotos de ellos. Todos reconocimos a Jensen, el otro era imposible. 
-Cuando se enteró que habían matado a ése tal Cúter en Altos Moncadas ¿Pensó que era él? 
-No, nadie se la creyó, aparte fueron veinte años después de lo de Naranjillos y en ese tiempo hubo, después de aquella muerte, otra serie de asesinatos iguales. Para mi no era él. 
-Todo suena tan extraño. 
-Yo creo que fue una jugada del gobierno para asegurarse unos votos. Para mí esos milicos locos murieron en el puente, los tres. Porque nunca más la vimos ni supimos nada de la Teresa Paniagua. A pesar de las cosas que fueron sucediendo después. 
-¿Es verdad que nunca pudieron regresar a Naranjillos? 
-El gobierno nos fue reasignando lugares a los pocos que nos presentamos a recuperar nuestra tierra. A la semana no quedaba ni una casa en pié. Borraron Naranjillos de los mapas. Igual que a Peremerimbé. Ahora están sacando petróleo, donde mis padres y yo plantábamos zapallos. 
-Cuénteme algo más de Teresa. 
-Era la enfermera que teníamos, una negra que hablaba en guaraní, cantaba en guaraní pero que escribía en castellano. Vivía con sus padres por la misma calle pero más al fondo. Sus padres murieron de tristeza. 
-¿Era casada, tenía hijos, que edad tenía? 
-No, soltera y su sueño era vivir en la capital para estudiar medicina. Una negra jovencita, habrá tenido diecisiete años o menos quizás. Nadie se tomó el trabajo de contar algo sobre su vida, creo que la tomaron por traidora. Aunque yo conté lo contrario, decían que ella se fue con ellos por gusto, que debió resistirse. 
-¿Se acuerda de algo más que quiera contarme? 
-Si, recuerdo a mi cuñado José Atilio Vargas, que empuñaba el fusil que le habían dado los Fonseca. Estaba tirándole a los milicos desde adentro de su casa cuando me vio tirado en el piso y el zonzo saltó la ventana y venía corriendo hacia donde yo estaba acostado. No se de dónde sacó un puñal el sargento y se lo tiró, se lo clavó en la espalda y cuando estaba en el suelo, su cuerpo era sacudido por otra ráfaga de ametralladora del gringo. Fue al que más tirotearon –hace silencio y vuelve a secarse las lágrimas don Servando Serna-. Otra cosa que recuerdo es cuando volvió la Marcela Da Silva, la que era amante o esposa del finado Javier Fonseca. Eran aquellos días en que andábamos con los papeles reclamando el pago de nuestra tierra. Yo la reconocí en la fila, pero no la saludé, pensaba que ella y los Fonseca habían armado a nuestros amigos para defender "la causa" y cuando llegó a la ventanilla la detuvieron, se la llevaron para adentro y nunca más supe de ella. 
-¿Tiene miedo don Serna? 
-No. Ya estamos en las manos de Dios. Herminia y yo estamos en las manos de Dios. La muerte me vio y pasó de largo, se fue por la calle del embarcadero llevándose diecinueve almas, a eso de las nueve de la mañana de un día domingo, en que había amanecido con un poco de viento, pero con una calma serena y transparente, como anunciando algo.

Por la tarde, en el Hospicio San Gabriel, y gracias a la señora Ernestina Chacón

-Ahora escuche bien esto, y se lo guarda, señor -me dice la señora Maruca Barrientos, acompañada por Carmen Bustillos, ex prostitutas sobrevivientes de "La Rosa Blanca".

-Nos decía madama Leopoldina que cuando llegaba a la casa de citas el señor Teófilo Cabanillas, el lugar se llenaba de un aire "espeso de sabiduría y cultruroso" como cada uno de los músculos del señor de las letras, mientras suspiraba y volvía a sentarse a las anchas en su poltrona. Ella lo hacía para contar el dinero obtenido por aquel momento de amor fingido -me contaban ellas-. Leopoldina no sólo sabía tratar con amor y ternura a sus hombres, clientes y amigos. Era a la vez complaciente y sabía escucharlos, antes, durante y después del acto amoroso, ya que ellos se despachaban ante ella como en un confesionario. Lo hacían sumergidos en el medio de sus enormes, duros y redondos pechos -afirmaban-. Eran hombres venidos del lejano territorio de Peremerimbé, locos sedientos en reconquistar sus tierras por medio de la lucha armada y el uso de las palabras nostálgicas. Hombres abatidos por haber sido desterrados cruelmente por las decisiones del Gobierno. Y ¿sabe una cosa? venían hasta hombres peremerimbinos traidores a la causa. Hombres peremerimbinos porque si, y que navegaban en las aguas de los olvidos. Hombres Conservadores fieles al entonces presidente Benavente. Hombres civiles y uniformados y en razón de tres o cuatro por noche, fueron los que lloraron, rieron, besaron, se babearon y se estremecieron en sus tetas totalmente exhaustos. Y solo ella conocía cómo se desahogaban en el impulso atroz que tenían por compartir sus sueños y sus secretos. 


"Teófilo escribirá sobre la felicidad. Dirá este fin de semana en su artículo semanal que la felicidad es un mundo raro. Es tan loco y tan lindo mi Teo..." 
Dicen que decía. 

"Corre Maruca, avisa a Benito Ponciano Márquez que fusilarán a todos los Barragán, me lo dijo el capitán Cepeda.." 
Dicen que así avisaba.

"Compren ahora los zapallos y calabazas de los Ponce Agudo, guarden sus semillas y siembren ustedes mismas en su casas, porque dice el viejo Serna que van a experimentar un producto químico que los hará mas rentable a partir del año que viene, en sociedad con los gringos Collman..." 
Dicen que alertaba. 

Me recuerdan que la menor de los Barragán era la Oscara, conocida como La Cachita, que por toda ocurrencia se le presentó una buena tarde a la madama Leopoldina pidiéndole trabajo porque cuentan que le dijo que los locos de sus hermanos se habían metido en eso de la política siguiendo a un tal Teófilo Cabanillas, al Macho Fonseca, Céspedes, Vargas y la Turma sem Bandeiras de la loca Marcela Da Silva y que le dijo que ella sola no podía con todos los quehaceres de una casa, que había mandado a sus hijos a que aprendan el arte de robar sin que nadie se de cuenta y que venía a esta casa la llamada "Rosa Blanca" por dos motivos. Me cuentan que las dos estaban sentadas frente a frente y que la madama Leopoldina mandó a la putilín Martinica a que trajera algo fuerte para tomar diciéndole "uno pa' mí y otrito pa`ella" y que las dos se miraban sin pronunciar palabra alguna hasta que llegaron las copas en una fina bandeja de plata con una rosa tallada al centro, y que las dos se las tomaron de un trago en un mismo movimiento de manos y de brazos, y que las dos dejaron la copa vacía al mismo tiempo sobre la bandeja. 
Laura Valencia fue la que esta vez retiró las copas vacías y sin que la madama se lo pida las dejó solas y que entonces corrió las amplias cortinas para cerrar la sala y con una clara seña llamó a las demás a espiar y escuchar atrás de las telas coloridas y gruesas que supo dejar un mercader árabe, a cambio de llevarse a Purita Ibáñez Nazca, niña de catorce años que hacía sus primeros pasos en esto de vender amor en finos retazos. 
Coinciden todas en sus relatos que madama Leopoldina solo le dijo que hablara de una vez y que La Cachita se puso de pie delante de la madama y que se fue desvistiendo mientras le decía que:
El primer motivo era demostrarle que ella le haría el amor a los hombres mejor que cualquiera de la putas permanentes y de las que se las daban de puta y le alquilaban piezas por necesidad. Y que el segundo motivo era llevarla a cualquier cama o ahí mismo si ella quería para que sepa que nunca nadie le acariciaría sus enormes pechos como lo haría ella, la Cachita Barragán Puebla. 
Fue así, que a partir de aquella tarde durmieron por un prolongado tiempo juntas y cuentan que el hombre que las separó definitivamente fue el escritor don Teófilo Cabanillas que un buen día decidió llevarse a La Cachita con él y educar a sus hijos ladronzuelos. 
Ellas adjudicaban los tiroteos a que por rencor, haya sido Leopoldina la que tenía al tanto al Ejército Nacional de todos los movimientos de la "Turma sem Bandeiras" y del "Movimiento Peremerimbino," pues haciendo memoria recuerdan que una mañana al despertar dijo que le había dado a ése sargento lo que nunca a nadie le había dado. "Ya no queda nada de mi cuerpo para que rompan los gusanos... valió la pena" -dicen que dijo-.
Aseguran que de a poco se fue volviendo loca la madama Leopoldina, una vez que se enteró de las muertes en Naranjillos.

-¿Cuántos años creen ustedes que tendría ese tal Cúter?
-No más de treinta, creemos
-¿Y la señora Leopoldina?
-Y -parecen dudar, sacan cuentas-, ella cincuenta o un poquito más.

Luego me dicen que ella hizo colgar un cartel en la puerta de su habitación que hizo hacer por un fileteador argentino que acertó a pasar por este lugar en una lujosa moto y con las alforjas llenas de pinturas y pinceles que rezaba "Oficina de Soluciones Rápidas y Efectivas" y que empezó a atender de uno, de a dos y hasta de tres hombres por vez y que un buen día las llamó a todas a la hora del desayuno y que les dijo que no se olviden de usar mucho jabón antes y después de "eso" y que como toda dama, "nosotras debíamos higienizar también al señor cliente," recuerden -dicen que dijo- donde están las toallas y los papeles higiénicos y que cada mes, el doctor Denis Maturano tenía la obligación de los controles sanitarios de los genitales, de acuerdo a las leyes vigentes así establecidas por el gobierno central. 
Ella siempre nos recordaba eso, y nos agrupaba en la sala grande y nos leía algunas frases sueltas de libros que le supo regalar el ahora finado Teófilo Cabanillas, muerto por el sargento Cipriano Tavárez, conocido como "Cúter" en el combate de Pueblo Naranjillos. 
La última frase que ella leyó antes de pegarse un tiro delante de todas nosotras, sus "lindas putitas o putilinas" como nos llamaba, fue la de un filósofo romano llamado Tácito que decía; "Tiempos de rara felicidad, aquellos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decirlo."


Ellas me contaron esto, en un tono sereno y triste. 
Cómo cuando Ángela me dijo que me portara bien, que la extrañe.


Fin de la Primera Parte


José Antonio Ibarrechea
Escritor, Presentador en Radio, columnista de periódicos.
Participó en diversas antologías de Argentina y Brasil.
Nacido en Deán Funes, Córdoba, Argentina en 1955.
(Mi abuelo materno se llamaba José. 
Mi abuelo paterno se llamaba Antonio.
El apellido de mi abuela paterna era Ibarra.
El apellido de mi abuela materna era Etellechea.)
A ellos, en agradecimiento.