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viernes, 14 de octubre de 2016

JUAN RULFO: ACUÉRDATE

Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las pastorelas y que murió recitando el "rezonga, ángel maldito" cuando la época de la influencia. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra, que era requetealta y que tenía los ojos zarcos; y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si se estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. 


Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos. 

Acuérdate. 

Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinero pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos que cantaban "hosannas" y "glorias" y la canción esa de "ahí te mando; Señor, otro angelito". De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años. 

La debes haber conocido, pues era realegadora y cada rato andaba en pleito con las marchantas en la plaza del mercado porque le querían dar muy caro los jitomates; pegaba de gritos y decía que la estaban robando. Después, ya de pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les endulzara la boca a sus hijos". 

Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. 

Después no se supo ya de ella. 

Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en la bolsa: canicas ágatas, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos. 

Nos traficaba a todos, acuérdate. 

Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió menso a los pocos días de casado y que Natalia, su mujer, para mantenerse, tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas desafinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio, nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache, que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos. 

Quizá entonces se volvió malo, o quizá ya era de nacimiento. 

Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. 

Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre la risión de todos, pasándolo por en medio de una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. 

Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándonos a todos con la mano y como diciendo: "Ya me las pagarán caro." 

Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote. 

Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso. 

Dicen que su tío Fidencio, el del trapiche, le arrimó una paliza que por poco lo deja en parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo. 

Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en una banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. 

Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente. 

Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. 

Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos, y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín, donde se estuvo tendido. 

Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio. 

Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran. 

Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.


Juan Rulfo
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno 

Nació el 16 de mayo de 1917 en Sayula, estado de Jalisco, México.

Fue el tercero de los cinco hijos de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo y María Vizcaino Arias. Una familia acomodada. Su padre murió asesinado el 1 de junio de 1923 cuando él tenía seis años.

Ingresó en la escuela primaria en 1924, el mismo año del fallecimiento de su padre; seis años después lo haría su madre, quedando bajo la custodia de su abuela. Posteriormente entró en un orfanato de Guadalajara. Vivió su infancia en el campo, en su tierra natal, donde fue testigo de los violentos episodios de larebelión cristera entre 1926 y 1929.
En 1933 quiso ingresar a la Universidad de Guadalajara, pero al estar en huelga, decidió trasladarse a la Ciudad de México en 1934. Asistió como oyente al Colegio de San Ildefonso. En ese mismo año comenzó a escribir y a colaborar en larevista América. Desde 1938 viajó por regiones del país en comisión de servicio de la Secretaría de Gobernación cultivando su pasión por la cultura y la antropología de su país. Por entonces comenzó a publicar sus cuentos más relevantes en revistas literarias.
Su primera novela, Los hijos del desaliento, la comenzó a escribir en 1938, y en 1942, aparecieron publicados dos cuentos suyos en la revista Pan, que formarían parte de El llano en llamas (1953), junto con otros que fueron apareciendo en revistas.
En 1946 comenzó a trabajar para la Goodrich Euzkadi como agente viajero y allí inició su notable labor fotográfica. Se casó con Clara Aparicio en 1947, con la que tuvo cuatro hijos: Claudia Berenice, Juan Francisco, Juan Pablo y Juan Carlos). Pasó a trabajar en el departamento de publicidad de la Goodrich, y de 1954 a 1957 colaboró en la Comisión del Papaloapan y fue editor en el Instituto Nacional Indigenista en la Ciudad de México.
Dos capítulos de su novela Pedro Páramo (1955) se publicaron en revistas y después, el libro, traducido casi de inmediato al alemán por Mariana Frenk(1958), y algún tiempo después en otros idiomas, como inglés, francés, sueco, polaco, italiano, noruego o finlandés. Con tan sólo dos obras. "El llano en llamas" y "Pedro Páramo" pasó a ser considerado como uno de los grandes autores de la literatura universal.
Además fue autor de algún que otro guion, como El despojo, sobre una idea original suya; El gallo de oro (1964), basado en una idea del novelista con guion de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez y La fórmula secreta (1965), de Rubén Gámez con textos de Rulfo.
De su obra, hay que señalar que gracias a los borradores de sus Cuadernos, publicados en 1994, se evidencia el proceso de escritura en el cual Pedro Páramo se ha decantado de manera parecida a la poesía de César Vallejo, a fuerza de cortes sobre el cuerpo mismo del texto, despojándolo de cualquier demasía explicativa o hasta narrativa. Además fue emparentado con la tradición de la literatura de la Revolución Mexicana (Azuela, Guzmán, Muñoz), luego Revueltas (1943), o Yáñez (1947), sin lugar a duda antecedentes importantes de su obra, aunque pronto acaba con esos escritores inaugurando un nuevo lenguaje y una nueva forma novelística.
Eligio García, hermano del escritor colombiano Gabriel García Márquez cuenta que la primera frase de "Cien años de soledad" en boca del coronel Aureliano Buendía y que reza "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." nació en un hotel de Acapulco (México), donde el escritor pasaba unas vacaciones. El párrafo inicial figura como un homenaje al escritor Juan Rulfo, pues la frase es muy semejante a una que el mexicano usó en Pedro Páramo: "El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo".
En 1970 logró el Premio Nacional de Literatura en México y en 1983 el Premio Príncipe de Asturias en España.
Juan Rulfo falleció en la Ciudad de México el 7 de enero de 1986 a causa de un enfisema pulmonar. 

Fuente: buscabiografias.com - Foto: archivos del blog
De:  "El llano en llamas (1953)"

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