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viernes, 19 de agosto de 2016

IBARRECHEA: PAUSAS PARA VENTAS COMERCIALES

-Decía mi abuela que todo comenzó cuando el abuelo de mi abuelo se puso a cavar con los otros peones del campo, una represa para el agua de los animales, que es aquella que está allá, y que entonces encontró una malla y un morrión enterrado. Ella decía que a esas cosas las usaban los españoles para combatir y que anduvieron por estas tierras matando a los indios Comechingones y que, a los que quedaban vivos los hacían construir las casas y aquella capilla que está a la entrada del pueblo, donde los turistas se sacan fotos.

Analía Vallejos le vende a una clienta.
Jabón en polvo Drive, suavizante Camellito y una botellita de detergente Ala. Chau.

-Entonces como le iba contando, decía que la abuela decía, que las cosas esas estaban guardadas en el baúl de la pieza del fondo y que la familia se fue olvidando de ellas porque el baúl se fue envejeciendo junto con su abuelo y con todos los de la familia, hasta que un día el travieso de uno de sus hermanos, cuando era niño, se le dio por abrir las valijas y el baúl, y que al encontrarlas, se puso a hacer barullo en el patio. Es como que se puso a despertar fantasmas. Para qué, nos decía mi abuela que a partir de aquel momento y a través de los años se sucedieron acontecimientos fabulosos en este pueblo. ¿Me espera un momento?

Analía Vallejos atiende ahora un cliente.
Una botella de vino Toro tinto, 200 gramos de queso Sancor, 300 gramos de mortadela Paladini y dos tiras de pan francés, estos panes son de la Panadería Ideal. Hasta luego.

-Había gente que afirmaba ver un tipo medio raro dando vueltas por el pueblo, pero que casi siempre venía para esta casa a espiar. Decía mi abuela que era un hombre alto, altísimo, que siempre, desde que murió el abuelo, la mami, y el papi, él se escondía detrás del algarrobo que está allá, aquel ¿ve? para mirar lo que nosotros hacíamos. Pero no nos asustábamos mucho porque los perros no le ladraban, lo miraban, nada más. Nos hacíamos los tontos y seguíamos con nuestras tareas en este almacén. No era que él siempre venía para acá, a veces, nos parecía que caminaba por las vías del ferrocarril. Nos acostumbramos, total, el desgraciado no repartía milagros ni cosas buenas, aunque entre nosotros, tampoco hacía le hacía mal a nadie. Ni siquiera le importaba al bruto del Intendente, ni se le dio por averiguar si eran verdaderas o falsas estas historias.

Analía Vallejos vuelve a atender
Dos cervezas Brahma, dos paquetes de fideos Luchetti, cuatro huevos, estos son caseros, son de nuestras gallinas -dice-, y 250 gramos de salame Piamontesa. Ya está.

-Como le iba contando, el tipo estaba ahí, a veces parecía que se sentaba bajo las sombras, otras que se guarecía de las lluvias. ¿Usted me cree si le cuento que la gente chusma de este pueblo decía que era un invento nuestro para tener más ventas? Y hasta había gente que decía que le habíamos pagado a ese pobre hombre para que ande disfrazado de alma en pena ¡Qué gente loca! Espéreme un poquito.

A otro:
Una etiqueta de cigarrillos Marlboro, otra de Phillip Morris, caramelos de menta Arcor y dos chupetines sabor naranja, estos son de Georgalos, tome el vuelto. Gracias.

-Hasta la policía quería atraparlo, yo ya era más grandecita, y nunca tuve nada de novios y menos en este pueblo, que aquí se creen que porque una ande vestida con pantalones ajustados y esta blusa medio escotada, que les da derecho a invitarnos a sus camas. Y eso que tenemos nuestra casa al frente de la ruta y que los colectivos tienen la parada aquí, y que de aquí hasta la plaza del pueblo hay doce cuadras, já, imagínese si estuviésemos en el centro. Una vez, les robaron algunos frascos de arrope y tres docenas de tunas a unos chicos que los vendían allá, donde comienza la curva. Y la chusma le echó la culpa al fantasmita nuestro, diciendo que él hizo eso porque nosotros no le dábamos de comer.
Así es que al final se convencieron que en realidad se trataba de un fantasma. 
Nosotros, los últimos que quedamos de la familia, pensamos que venía por sus cosas, esas que encontró el abuelo de mi abuelo, nos dijo eso un licenciado que mandó el gobierno de la provincia, que quería que aportáramos datos para juntar esas cosas y llevarlas a un museo, y el tipo me dijo que si yo le decía que si, a su invitación deshonesta, me llevaba de secretaria no se a cuál Ministerio. 

A unas niñas que me miran curiosas.
Me quedan galletitas Polvorita, Diversión, Tita y Rhodesia, chocolates Águila y si no te gustan llevate alfajores con dulce de leche, gracias.

-Así que fue Juan, mi hermano, hace ya unos días de esto, cuando yo estaba por cumplir mis cuarenta y seis años. 
No tengo problemas en decir mi edad y que soy soltera, José.
Como te decía, fue a mi hermano al que se le ocurrió descolgar de las paredes esas cosas que estaban de adorno y decidimos devolvérselas al fantasma. 
Pobre hombre, vaya uno a saber cómo se llamaría, aparte, ya era más importante atender al bebé de la Claudia, pobrecita ella y el bebé, que se asustaban en las noches. 
¿Viste esas noches que nos dan unos escarmientos bárbaros, con  esas tormentas llenas de rayos y de truenos escandalosos como las de la semana pasada?
Esas que no dejaban ni a los animales tranquilos, porque ahí era que él se acercaba a las ventanas de la casa para espiarnos más de cerca. Un día les mostré mis tetas. ¡Já Já! se ve que era un fantasma, no más.

A una señora  que busca el dinero apurada, en la cartera.
Para eso lleve la harina Blancaflor, ah, levadura ya tiene, huevos, vainilla, una Pepsi Cola, una Mirinda de naranja y una manteca Manfrey, listo.

-Yo ya le había dicho a la Claudia, mi hermana menor, que no se metiera con el Fernando, porque los Salvatierra tienen hijos por todos lados, buscan las minas, se hacen los novios, les dan, y listo, después se te mandan a mudar.
Bueno ya está, no quería contarte estas cosas a vos, pero es lo que nos ha pasado. Pero es así, ahora tenemos que andar cargando la criatura treinta y seis kilómetros por la ruta hasta una ciudad o treinta kilómetros hasta la otra, para ver si algún médico se le da por atenderla, a ella y a él. El problema es que ahora se viene el frío, y me preocupa tanto ella como el bebé. Vos sabés, por eso es que nos fuimos entorpeciendo y hasta descuidamos un poco el negocito, pero hemos podido llegar a comprar el autito, es un Renault.

A otra señora -entre ellas me miran y hablan en voz baja, se ríen-, luego le dice:
Tengo la mayonesa Fiesta, y la mostaza Savora, dos cubitos para caldo de verduras Knorr, una cajita de vino Termidor blanco, un kilo de pan y una mermelada Orietta,  la soda sacala de la heladera, y el arroz Gallo. Llevate el vuelto, no te vayas todavía.

Pero en realidad lo anota todo en una libreta. Y sigue:

-Después que el fantasma se fue, se nos murió una oveja, no sabemos qué carajo le pasó. Hay una vaquita, de las tres que tenemos, que está media embichada y alguien se ha robado la trampera para los zorros, bichos dañinos. Por acá está lleno, de zorros y de ladrones ¿me entiendes, no? 
Lo bueno de todo esto es que de nuevo estamos juntos los tres hermanos, bueno, ahora cuatro con el bebé, que la Claudia le puso Mauricio, porque así se llama el que decía que iba a ser su esposo y que al final se borró, se mandó a mudar a la estancia que tienen cerca de las sierras. Tipo infeliz. Y que el bueno del Juan volvió de Córdoba, donde fue a hacer unos trabajitos, para juntar algo más de plata. 
Mi hermano Juan siempre fue solidario con nosotras. 
Si, también es soltero y anda por los treinta y ocho creo, yo le llevo seis años a él y dieciséis a mi hermana.

A otro cliente.
Tengo estas cajas de  ravioles Ottonello y también fideos frescos de la misma marca, una leche y un yogurt de  La Serenísima.  Gracias.

-Pero vos viniste para saber algo más sobre ese fantasma que nos espiaba, ¿verdad?
Una vez yo misma le tiré un gomerazo, para que nos deje de espiar, cosa que venía haciendo durante años y años, como te conté, pero no me animé a nada más, porque el algarrobo está del alambrado para allá, en el otro lote, el de los Tapia y ellos nos tienen un poco de envidia. Y además son tan poca buena gente, que se pusieron a hablar de que a la Claudia la embarazaron unos tipos que trabajaban para la empresa que arreglaba y marcaba la ruta, y no el salvaje del Mauricio Salvatierra, dijeron eso porque son medios parientes entre ellos, son primos lejanos.

Otra persona más se acerca al mostrador.
Las arvejas al natural son De La Huerta, el puré de tomate es Noel,  más un  aperitivo Gancia y 200 gs. de aceitunas Álvarez. Listo.

-Te cuento que la vez que más cerca estuve del fantasma, lo vi con una cara de espanto, como asustado, muy viejito, muy cansado, Juan le llevaba el morrión y la malla que eran pesados, de chapa vieja, toda oxidada, con un herrumbre de años soportando el calor, el frío, las humedades,que fue nido de arañas y vaya uno a saber que cosas más habrían soportado en el oscuro silencio del baúl y las insensibles caricias de mis plumerazos, muy de vez en cuando. 
¿Al obispo? ¿A los curas? No, nunca les dijimos nada ni nunca vinieron para acá, una cree más en Dios que en los hombres ¿No te parece?

A un policía que le mira el escote profundo de la blusa.
Hay pomada para calzado Cobra y Washington, pasta dental tengo la Colgate. Chau Marcos, hasta luego.

-¿Sabés cómo hizo el pobrecito cuando nos vio acercarnos? 
Se puso lentamente de pié. Agarrándose del árbol.
Estiraba las manos, yo veía sus dedos largos y huesudos y el tipo nos miraba con unos ojos negros, grandes, pero con una mirada tierna, que daba lástima y que parecía un poco agradecida. Tenía mal olor. Era como un olor que impregnaba todo el patio. Hediondo. Nosotros nos volvimos despacio, retrocedíamos sin decir ni una palabra.
Y caminaba, venía para el lado del alambrado, 
Primero se calzó la malla de acero como si fuera una chaqueta, y sonreía, parecía que él sonreía. Luego se acomodó los bigotes, se tiró el cabello largo para atrás, bien para atrás, y se calzó el morrión en su cabeza. Pobre hombre, el peso de esas cosas no le dejaba caminar bien, arrastraba los pies en cada paso, parecía un suplicio cada paso que daba. Pero él parecía feliz, muy feliz.

A un niño con guardapolvo escolar.
No aquí no tengo nada de librería hijo, pero andá allá, en la otra cuadra, a doña Emilia.

Analía Vallejos, sale de atrás del mostrador de su negocio, me toma de la mano, salimos a la galería del frente, que tiene mesas, sillas, plantas y un toldo de caña y madera.

-Como te decía, se fue caminando por allá, vení conmigo que te muestro, ¿ves? 
Aquel camino lo lleva a la casa de los Espinosa, que está construída cerca del camino a las sierras La gente dice que dicen que los abuelos de sus abuelos encontraron una espada, también, cerca de la represa.

¿Quieres tomar un fernet Branca con Coca Cola?

(Yo voy a tratar de darle forma al artículo sobre el fantasma del español errante, claro.)
















Ibarrechea

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