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viernes, 15 de julio de 2016

SANTIAGO NAZARIAN: PIRAÑITAS



Para Marcelino Freire



Dos primos se detuvieron al margen del río. Catorce y trece años. Debían tener esos nombres de muchachos –Fábio, Gustavo- para llamarse de Binho y Guto. Muchachos. Hundiéndose entre ellos, pero estirando sus brazos y piernas para dentro del agua, para ver si estaba fria, o si estaba caliente. 

No entraban, estaban indecisos. Saltaban, precavidos, agitando el agua, sintiendo la temperatura, fingiendo prepararse para bucear. Bucearon tantas veces, tantas otras, tantas antes, sin siquiera colocar un dedo, sin importarse con los grados. El calor ya estaba en ellos, y siempre había un buen motivo para hundirse. Refrescarse, huír del ataque de los mosquitos. 

Ahora no, a los catorce, trece…. A esa edad tenían conciencia del peligro. Tal vez fuesen los brazos y piernas que se estiraban para dentro del agua. Tal vez era la educación, la escuela, ciencias, tal vez fuese la tenia solitaria. Y el río en que bucearan tantas veces –tantas otras, tantas más- tenía nuevos riesgos, enfermedades, nuevas corrientes. 

El más joven sabía de lo que temía: pirañas. Aquellos dientecitos afilados trabajando en conjunto, consumiendo todo lo que él insistiera en hundir. Él era el más joven, pero tenía carne. Era más blanco, serviría de anzuelo. Como un buey ante las pirañas, sería devorado entero, mientras su primo…, su primo cruzaría a salvo. Bastaba una herida abierta. Bastaba un mínimo sangramiento. Un corte casi imperceptible, ellas lo notarían. Devorarían al muchacho en el río donde ya fue niño. 

El mayor tenía miedo de otra cosa: enfermedades. Él ya nadó entre pirañas - incluso las pescaba - en la punta de su vara – sabía que ellas no le harían daño. Él era delgado. Era moreno. Era flaco y enjuto. Ellas se asustarían de sus brazos y piernas. El peligro permanecía imperceptible. Caracoles, platelmintos, sanguijuelas. Animales minúsculos que se alimentarían de su pubertad, avanzando antes de él completar quince. Comerían sus entrañas, no dejarían nada para las pirañas. 

Los dos consideraban… 

Los dos consideraban, lado a lado, mirando para el agua e intentando hundir la mirada allá en el fondo, revolviendo el suelo y descubriendo lo que encontraban de errado, si había algo escondido, ¿por qué no bucear en aquel río en que nadaban desde pequeñitos? 

De a pocos el calor fue aminorando, el sol poniéndose y ellos sabían que tenía que ser ahora o nunca. Ahora o nunca, el río no estaría por siempre allí. El río correría, secaría, y la vida los llevaría para lejos de aquella infancia que fue transformada en cobardía. 

¿Quién sería el anzuelo? ¿Quién serviría de señuelo? “¡Tú primero!” “¡No, tú!”, disimulaban con gentileza el coraje que no tenían. Bastaba sólo hundir los pies, bastaba ver si el primero sobreviviría. Cuando uno buceara y no sobreviviese el otro apenas suspiraría “felizmente que no fui yo.” 

“¿Entonces por qué no entramos juntos?”, sugirió el mayor. No era el caso, no querían hacer un pacto de suicidio. Se quedaron en silencio, concordando. No querían más morir juntos. 

El agua estaba ya roja hacia el final del día. Luego sería noche e imposible. Regresarían para casa y después para la ciudad, sin ninguna otra oportunidad. El rio, la naturaleza llamando, y apenas los pies mojados. Sentirían los dedos arrugarse metidos dentro de las zapatillas. El tiempo había pasado, también las oportunidades, y ellos no habían aprovechado. 

Volverían a ser niños en un impulso, en un salto, antes que fuera tarde. Fábio, Gustavo, Binho y Guto; se animaron. Entraron al agua hasta la cintura, dejando de pensar. Llenándose de coraje, fueron impetuosos, estaban en el agua para mojarse. El calor era mucho más fuerte que los platelmintos, el agua era más limpia que los mosquitos. Se cansaron de espantar a los insectos, limpiarse el sudor, mirar para el horizonte e imaginar lo que habría allá. La corriente no podría llevarlos, ya eran grandes. Brazos y piernas, unos hundidos, otros al alcance de la orilla. Sólo un poquito, un poco más, sólo un poco más y todo será perfecto. 

Pero la impaciencia no es sólo virtud de los muchachos. La ansiedad hace llorar también a cocodrilos, a caimanes, a mí. Ya estaba al final de mi día y cansado de esperar que ellos viniesen hasta mí, que fuesen traídos por la corriente, que nadasen en dirección de mis brazos, mi abrazo, mi boca. Trabajo solo, pero soy más experto que las pirañitas. Tengo el apetito de los dos, para comer la carne y limpiarme los dientes. La dulzura del más joven y lo crocante en el mayor. Carne roja, y carne tierna. Si los jóvenes no vienen hasta nosotros, nosotros vamos hasta ellos. Puedo alcanzarlos hasta la orilla. Llegará el día en que los reptiles volveremos a dominar la tierra.


Santiago Nazarian
1977 San Pablo, Brasil
Recibió en 2003 el Premio Fundación Conrado Wessel de Literatura por su obra “Olívio”. Ha publicado también las novelas “A morte sem nome” (2004), “Feriado de mim mesmo” (2005), “Mastigando humanos” (2006) y diversos cuentos en su país, Europa y América Latina.
En mayo de 2007 fue seleccionado como uno de los 39 escritores menores de 39 años más importantes de América Latina. Un artista versátil: además de escritor y traductor, es guionista cinematográfico, DJ y modelo. Pornofantasma (Record, 2011) es su último libro publicado hasta ahora.
Fuentes: fundacióntrespinos.org - manigna.blogspot.com - 
Foto: manigna.blogspot.com

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