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viernes, 24 de junio de 2016

GLENN COLQUHOUN: INSTRUCCIONES PARA LEER UN POEMA


1. Para empezar levanta el poema cuidadosamente de su papel.


2. Sopesa el poema en la palma de tu mano.

3. No temas al poema.

4. Toca con tus dedos los bordes del poema:

a. ¿Es áspero o suave?
b. ¿Es pesado o ligero?

5. Arroja el poema al aire. ¿Flota?


6. Pon el poema en tu boca. O bien:

a. Pon una pequeña cantidad sobre tu lengua como si fuera una pasta de dientes.
b. Introduce el poema entero en tu boca como una rebanada de pastel.

7. Retira la primera y la última palabra del poema. Agítalo fuertemente. Cada palabra debe salirse de su verso.


8. Coloca las palabras en tu boca y saboréalas. Chúpalas. Mastícalas. Haz gárgaras. Oculta las palabras en tus mejillas. Escúpeselas a la gente.

9. Cuando hayas terminado regrésalas a su lugar.

10. Susúrrale al poema.

11. Grítale al poema.

12. Recita el poema en plena luz del día / bajo la luz de la luna / con la luz encendida / con las luces apagadas / en el cuarto de baño / en el jardín / debajo de un árbol.

13. Recita el poema en los días soleados / los días de lluvia / en días tranquilos / en días ventosos / con el estómago vacío / con la boca llena.

14. Pon el poema en bloques y acuéstate debajo. Ponlo a la hora. Envuelve cada palabra 

en aceite. Lima los números del motor. Repinta el poema.

15. Desayuna sobre el poema. Mánchalo de café.

16. Párate sobre el poema.

17. Riega el poema.

18. Mezcla el poema con la ropa sucia.

19. Lleva el poema en el bolsillo durante una semana.

20. Ahora ya el poema te pertenece.





Glenn Colquhoun.
(Nueva Zelanda, 1964) es médico, poeta y autor de libros para niños. Su primer libro de poesía, The Art of Walking Upright (1999), fue considerado el Mejor Libro de Poesía en el Premio Montana de Nueva Zelanda en 2000. En 2003 su libro Playing God (2002) ganó el Montana New Zealand Book Award for Poetry and Readers’ Choice y en 2006 el New Zealand Booksellers Platinum Award por haber vendido cinco mil ejemplares. En 2004 se hizo merecedor del Glenn Schaeffer Prize in Modern Letters de Nueva Zelanda.
Fuente: revistareplicante.com

A.E.QUINTERO: POEMAS ( de: 200 GRAMOS DE ALMENDRAS)

SI NO TUVIERA TANTAS HORAS PEGADAS 
al cuello
saldría a buscar la calle,
lo que de noche las calles dejan suelto
para que uno lo levante y se lo lleve.
Cuando la niebla
encuentra en el hombre un lugar seguro,
uno debería quitarse lo hombre como un zapato
y lanzarlo lejos,
alejarlo,
quedarse de animal, de bicho,
de arena que el mar jala con sus muchas lenguas.
Quedarse sin ese maltrato profundo
que llaman conciencia,
sin ese caballo deforme
que no sabe
hacia que noche sin domicilio
pegar la carrera.

Como el perro que al correr
supone librarse de la correa.

Esa conciencia de uno mismo
que se rompe como esos frutos pesados
cuando caen
como la sandía, con todo su peso explotado
contra el suelo.

***********************************************************************

HACE DOS DÍAS ME CONTARON 
que la muerte
le rompió el cuello a un vecino
(que la muerte y una soga);
y que esa misma muerte
- o quizás otra-
anos antes intentó sacarle el mundo
por las venas; y antes
otra muerte
lo llevó al hospital
para hacerle un lavado de estómago.

¿Cómo se entera uno 
de estas cosas?

Que tenía el televisor a todo volúmen
y todo el día,
como llenando los vacíos y los espacios.
Que caminaba mucho adentro
de sus cosas y de su casa, 
sobre todo de noche.
Que en el techo se oía
ir y venir y seguir buscando.
Que era solo, solitario,
de soledad aislada y soledad huraña,
molesta soledad
de todos los días. Diaria, levantada,
lo primero del día.
Que se le veía pelear
con nadie,
gritarle
a nadie; llorar.
Incluso era voluble hastaon sus animales y sus plantas.

Un vecino que veía niños
y parecía un niño odiando niños. odiando demonios,
odiando.
Luego huía
como quien sale de la banqueta al ver venir un loco,
o al ver acercarse a un borracho, o a un drogadicto.
Pero los niños son peores. Dicen que decía,
que decía No
por decir tal vez árbol o tal vez casa o familia o visitas.
Dicen que decía No en lugar de niño.

Lo cierto es que se suicidó
este vecino, este invierno,
que vivió a tres puertas de la mía
durante dos años.
Y no lo recuerdo. 

Me hubiera gustado haberlo visto; recordar su cara.

Ahora es famoso entre vecinos
el vecino y su soga,
y su decir No en lugar de hola, en lugar de adiós.



A.E. Quintero
Alfredo Espinosa Quintero, Nació en Culiacán, Sinaloa en 1969 y radica en el Distrito Federal. Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1996 ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa por el poemario Los postigos del verano.
En el año 2011 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Poemario Cuenta regresiva. Su libro La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse fue seleccionado como mejor libro de poesía del 2014 en La Feria del Libro Independiente de la AEMI. 
Poemas extraídos del libro 200 gramos de almendras - Editorial Simiente, Colección Simonía - México

ANDRÉ BRETON: POEMAS

LA UNIÓN LIBRE

Mi mujer con cabellera de fuego de leña
Con pensamientos de relámpagos de calor
Con talle de reloj de arena
Mi mujer con talle de nutria entre los dientes del tigre
Mi mujer con boca de escarapela y de ramillete de estrellas de última magnitud
Con dientes de huellas de ratón blanco sobre la tierra blanca
Con lengua de ámbar y de vidrio frotados
Mi mujer con lengua de hostia apuñalada
Con lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
Con lengua de piedra increíble
Mi mujer con pestañas de palotes que escriben los niños
Con cejas de borde de nido de golondrinas
Mi mujer con sienes de pizarra de techo de invernadero
Y de vaho en los cristales
Mi mujer con hombros de champagne
Y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo
Mi mujer con muñecas de fósforos
Mi mujer con dedos de azar y de as de corazón
Con dedos de heno segado
Mi mujer con axilas de marta y de bellotas
De noche de San Juan
De alheña y de nido de escalarias
Con brazos de espuma de mar y de esclusa
Y de mezcla de trigo y de molino
Mi mujer con piernas de cohete
Con movimientos de relojería y desesperación
Mi mujer con pantorrillas de médula de saúco
Mi mujer con pies de iniciales
Con pies de manojos de llaves con pies de pajaritos que beben
Mi mujer con cuello de cebada sin perlar
Mi mujer con garganta de Valle de Oro
De cita en el lecho mismo del torrente
Con senos nocturnos
Mi mujer con senos de topera marina
Mi mujer con senos de crisol de rubíes
Con senos de espectro de la rosa bajo el rocío
Mi mujer con vientre de despliegue de abanico de los días
Con vientre de garra gigante
Mi mujer con espalda de pájaro que huye vertical
Con espalda de azogue
Con espalda de luz
Con nuca de piedra de canto rodado y de tiza mojada
Y de caída de un vaso en que se acaba de beber
Mi mujer con caderas de barca
Con caderas de araña y de plumas de flecha
Y de canutos de plumas de pavo real blanco
De balanza insensible
Mi mujer con nalgas de greda y de amianto
Mi mujer con nalgas de lomo de cisne
Mi mujer con nalgas de primavera
Con sexo de gladiolo
Mi mujer con sexo de yacimiento y de ornitorrinco
Mi mujer con sexo de alga y de bombones viejos
Mi mujer con sexo de espejo
Mi mujer con ojos llenos de lágrimas
Con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada
Mi mujer con ojos de sabana
Mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
Mi mujer con ojos de bosque siempre bajo el hacha
Con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego



NO HA LUGAR

Arte matinal arte nocturno
La balanza de las heridas llamada Perdona
Balanza roja y sensible al peso de un vuelo de pájaro
Cuando las amazonas cuello de nieve las manos vacías
Impulsan sus carros de vapor por los prados
Veo esta balanza siempre enloquecida
Veo el ibis de finos modales
Que regresa del estanque atado en mi corazón
Las ruedas del sueño encantan los espléndidos carriles
Que se elevan muy alto sobre las caracolas de sus vestidos
Y el asombro se precipita aquí y allá sobre el mar
Ve mi querida aurora no olvides nada de mi vida
Toma esas rosas que trepan al pozo de los espejos
Toma el aleteo de todas las pestañas
Toma hasta los hilos que mantienen el paso de los danzarines de cuerda y de
las gotas de agua
Arte matinal arte nocturno
Aparezco a la ventana muy lejos en una ciudad presa de espanto
Afuera hombres en bicornio se persiguen a intervalos regulares
Parecidos a las lluvias que yo amaba
Cuando hacía un tiempo tan hermoso
"A la rage de Dieu" es el nombre de un cabaret donde entré ayer
Está escrito en el vidrio blanco con letras más palidecidas
Pero las mujeres-marinos que tras el cristal se deslizan
Demasiado felices son para sentir miedo
Aquí el cuerpo siempre el asesinato sin pruebas
Nunca el cielo siempre el silencio
Nunca la libertad sino para la libertad




André Breton
(Tinchebray, Francia, 1896-París, 1966) Escritor francés. Participó durante tres años en el movimiento dadaísta, al tiempo que investigaba el automatismo psíquico a partir de las teorías de Charcot y Freud sobre el inconsciente, que había descubierto durante sus estudios de medicina. Por último, en 1924, rompió con Tristan Tzara, acusándole de conservadurismo, y escribió el texto fundacional de un nuevo movimiento, el Manifiesto del surrealismo.Con una prosa casi poética y un estilo emotivo y exaltado, postulaba la existencia de una realidad superior a la que sería posible acceder poniendo en contacto dos mundos, la vigilia y el sueño, que tradicionalmente se habían mantenido separados. Reivindicaba la liberación del mundo del subconsciente y con ello una nueva forma de pensar que terminara con la dictadura exclusiva de la lógica y la moral.

El nuevo grupo surrealista nació con un fuerte componente sectario, promovido en gran parte por el propio Breton, quien desde la «ortodoxia» surrealista denunció numerosas «desviaciones», la menor de las cuales no fue, sin embargo, su propio intento de politizar el movimiento a raíz de su afiliación al Partido Comunista (1927). El Segundo Manifiesto surrealista (1930) responde a la voluntad de insertar el surrealismo en unas coordenadas políticas y revolucionarias, lo que provocó grandes disensiones en el grupo.Sin embargo, en 1935, Breton rompió con el Partido Comunista y viajó a México, donde su relación con Trotski le llevó a redactar un tercer manifiesto en 1941. Entre sus obras destaca la novela Nadja (1928), a la que siguieron otras, como La inmaculada concepción (1930) o Los vasos comunicantes (1932). En 1946 regresó a su país y fundó nuevas revistas surrealistas, al tiempo que mostraba su oposición al realismo imperante en literatura y en especial a Albert Camus.


Fuente: poesiafrancesacontemporánea. blogspot.com - contranatura.org biografiasyvidas.com

Poesía francesa del siglo XX traducida por Raúl Gustavo Aguirre / Poetas franceses contemporáneos (De Baudelaire a nuestros días)
Raúl Gustavo Aguirre: poeta, antólogo, traductor y crítico nacido en Buenos Aires, Argentina (1927-1983).

CARLOS GERMÁN BELLI: POEMAS



SI DE TANTOS...
 
Si de tantos yo sólo hubiera angustia,
yo sólo frente a casas clausuradas,
sufrir por todos, flébil en los campos,
a la zaga del río, entre los tuertos.
Si de mí sólo muerte se evadiera,
sólo yo me quedara insatisfecho,
en medio de los parques cabizbajos,
sólo yo, Adán postrero agonizando.

De Poemas (1958)
 
OH, HADA CIBERNÉTICA...
Oh, Hada Cibernética
Cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo.

De Dentro & Fuera (1960)
 
 
 
LA TORTILLA
 
Si luego de tanto escoger un huevo,
y con él  freír la rica tortilla
sazonada bien con sal y pimienta,
y  del alma y cuerpo los profundos óleos,
para que por fin el garguero cruce
y sea ya el sumo bolo alimenticio
albergado nunca en humano vientre;
¡qué jeringa! si aquella tortilla
segundos no más de ser comida antes,
repentinamente una vuelta sufra
en la gran sartén del azar del día,
cual si un invisible tenedor filoso
le pinche y le coja su faz recién frita,
el envés poniendo así boca arriba,
no de blancas claras ni de yemas áureas,
mas un emplasto sí de mortal cicuta.

(De Por el monte abajo)
 
 

SEXTINA DE LOS DESIGUALES
 
Un asno soy ahora, y miro a yegua
bocado del caballo y no del asno,
y después rozo un pétalo de rosa,
con estas ramas cuando mudo en olmo,
en tanto que mi lumbre de gran día
el  pubis ilumina de la noche.
 
Desde siempre amé a la secreta noche,
exactamente igual como a la yegua,
una esquiva por ser yo siempre día,
y la otra por mirarme no más asno,
que ni cuando me cambio en ufano olmo,
conquistar puedo a la exquisita rosa.
 
Cuánto he soñado por ceñir a rosa,
o adentrarme en el alma de la noche,
mas solitario como día u olmo
he quedado y aun ante rauda yegua,
inalcanzable en mis momentos de asno,
tan desvalido como el propio día.
 
Si noche huye mi ardiente luz de día,
y por pobre olmo olvídame la rosa,
¿cómo me las veré luciendo en asno?
Que sea como fuere, ajena noche,
no huyáis del día; ni del asno, ¡oh yegua!;
ni vos, flor, del eterno inmóvil olmo.
 
Mas sé bien que la rosa nunca a olmo
pertenecerá ni la noche al día,
ni un híbrido de mí querrá la yegua;
y sólo alcanzo espinas de la rosa,
en tanto que la impenetrable noche
me esquiva por ser día y olmo y asno.
 
Aunque mil atributos tengo de asno,
en mi destino pienso siendo olmo,
ante la orilla misma de la noche;
pues si fugaz mi paso cuando día,
o inmóvil punto al lado de la rosa,
que vivo y muero por la fina yegua.
 
¡Ay! ni olmo a la medida de la rosa,
y aun menos asno de la esquiva yegua,
mas yo día ando siempre tras la noche.

(De Sextinas y otros poemas)            
 
 
LA CARA DE MIS HIJAS
 
Este cielo del mundo siempre alto,
antes jamás mirado tan de cerca,
que de repente veo en el redor,
en una y otra de mis ambas hijas,
cuando perdidas ya las esperanzas
que alguna vez al fin brillara acá
una mínima  luz del firmamento,
lo oscuro en mil centellas desatando;
que en cambio veo ahora por doquier,
a diario a tutiplén encegueciéndome
todo aquello que ajeno yo creía,
y en paz quedo conmigo y con el mundo
por mirar esa luz inalcanzable,
aunque sea en la cara de mis hijas.

(De En alabanza del bolo alimenticio)
 
  
VILLANELA
 
Llevarte quiero dentro de mi piel,
si bien en lontananza aún te acecho,
para rescatar la perdida miel.
 
Contemplándote como un perro fiel,
en el día te sigo trecho a trecho,
que haberte quiero dentro de mi piel.
 
No más el sabor de la cruda hiel,
y en paz quedar conmigo y ya rehecho,
rescatando así la perdida miel.
 
Ni viva aurora, ni oro, ni clavel,
y en cambio por primera vez el hecho
de llevarte yo dentro de mi piel.
 
Verte de lejos no es asunto cruel,
sino el raro camino que me he hecho,
para rescatar la perdida miel.
 
El ojo mío nunca te es infiel,
aun estando distante de tu pecho,
que haberte quiero dentro de mi piel,
y así rescatar la perdida miel.

(De Canciones y otros poemas)


©Carlos Germán Belli
Es un reconocido poeta peruano perteneciente a la Generación del 50, nacido en Lima el 15 de septiembre de 1927 en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Se doctoró en Literatura a través de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en su ciudad natal. Durante mucho tiempo, trabajó en el Senado Peruano, realizando transcripciones de documentos legales. Finalmente, pudo alejarse de las labores de oficina para dedicarse de lleno a las letras, no sólo escribiendo, sino desempeñando el cargo de Profesor de Literatura en la misma facultad donde se había recibido. Además de la escritura y la docencia, realizó diversas traducciones y colaboró con distintos medios periodísticos.
El estilo de Belli es muy particular, ya que le permitió expresar cuestiones cotidianas y contemporáneas con una forma y una técnica propias de la poesía clásica; esto puede apreciarse claramente en su poema titulado "Villanela". Entre sus poemarios más destacados, se encuentran "Oh Hada Cibernética", "Más que señora humana", "En las hospitalarias estrofas" y "El alternado paso de los hados". A lo largo de su carrera, ha recibido numerosos premios, como el Nacional de Poesía, la Beca Guggenheim (en dos ocasiones) y el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Fuente: poemas-del-alma-com - Foto: artepoetica.net

PINTURAS: KIT WOOD




Christopher Wood, Self-portrait, 1927, Kettle’s Yard, University of Cambridge – Courtesy Pallant House

Cuando firmó este autorretrato parecía imperturbable. 
Muestra unas manos desproporcionadas, viste un pullover cuyo estampado quizá sea una insinuación de la bisexualidad, el hedonismo y la práctica artística, pero también podría apuntar a un ánimo endeble o al menos quebradizo, oculto bajo la apariencia de seguridad.
Chistopher Kit Wood tenía en el momento en que posa para sí mismo 26 años. Le restaban tres de vida: a los 29, en las primeras horas de la madugada del 21 de agosto de 1930, se tiró a las vías del tren frente al Atlantic Coast Express al paso del convoy por la estación de Salisbury. El suicidio fue un éxito.
Carismático, dulce, encantador, con dotes de conquistador y mucha pericia social, Wood era uno de los artistas ingleses con más proyección de su tiempo. Había viajado a París invitado por el mecenas y coleccionista Alphonse Kahn, amigo íntimo de Proust y dueño de opiniones que nadie contradecía.
Gracias a la intervención del patrocinador, se matriculó en la Académie Julian y fue introducido en otros círculos exclusivos. Picasso y Cocteau alabaron sus cuadros. Al diplomático chileno Antonio de Gandarillas, homosexual aunque casado para mantener las apariencias y cuarenta años mayor que el joven inglés, le importó poco la aptitud artística, se quedó en el encanto externo y convirtió a Kit en su amante.



Christopher Wood, China Dogs in a St Ives Window, 1926 – Courtesy Pallant House Gallery

Wood empezó siendo un primitivista por la impresión que le había causado conocer a Alfred Wallis (1855-1942), antes pescador y marinero que artista, antes furioso que reposado, pero nunca siguió la senda africanista u oceánica de los más conocidos miembros del subgénero que proponía el retorno a lo salvaje.
El joven pintor, nacido en Liverpool, nunca hubiera sido capaz, como Gauguin, de largarse dando un portazo a los Mares del Sur. Acaso sabía que no hay paraísos en la tierra y prefirió cultivar la diletancia y el elegante equilibrio entre la inocencia y la sofisticación.
Su agitada vida sexual —con algún episodio incestuoso con sus hermanos— y la temprana adicción a los paraísos causados por la inhalación fumada de opio —fue iniciado en el vicio del sueño blando por Cocteau— fueron los destinos favoritos de susviajes. Le gustaba la extravagancia y, durante los agitados años veinte, parecía normal cultivarla.


Christopher Wood, The Yellow Man, 1930, private collection – Courtesy Pallant House Gallery



Christopher Wood, Zebra and Parachute 1930 – Courtesy Tate Gallery

Antes de saltar al encuentro fatal del tren expreso que le destrozó el cuerpo —pese a los testigos presenciales del suicidio se dictó un auto policial calificando la muerte de “accidental” para no turbar aún más a la madre del artista—, Wood había pintado óleos extraños que parecían contener símbolos agoreros: un hombre amarillo ronda a la búsqueda de víctimas y la figura del paracaidista es mínima y carente de vida, como un colgajo.
El cambio de estilo hacia un surrealismo tan lóbrego, han indicado los críticos, podría justificar la conjetura de que Wood estaba siendo chantajeado por alguien que amenazaba con revelar los hábitos sexuales —la homosexualidad era un delito penado con prisión en el Reino Unido— y la adicción al opio, pero nunca se han encontrado pruebas que corroboren la hipótesis.


Christopher Wood, Portmeor Beach, 1928. Private collection – Courtesy Pallant House Gallery



Christopher Wood, The Card Players, 1922. Michael and Ruth Weston – Courtesy Pallant House Gallery



Christopher Wood, Treboul Blue Sea. Private collection – Courtesy Pallant House Gallery



Christopher Wood, Beach Scene Screen, 1925. The Frank Cohen Collection – Courtesy Pallant House Gallery



Christopher Wood, Little House by Night, 1930. Private collection – Courtesy Pallant House Gallery

John Christopher Wood 
Fue un pintor Inglés nacido en Knowsley, cerca de Liverpool el 7 de Abril de 1901 y que fallece a la edad de 29 años el 21 de Agosto de 1930 en Salisbury, Whitshire
Fuentes: Jose Ángel González - blog trasdos - blogs.20minutos.es - wikipedia

IBARRECHEA: LIMITACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

LIMITACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD

1º) En ningún caso querida mía, seré responsable ante tu corazón y tu almita por daños causados por la utilización o el mal uso de los servicios que esta fascinante relación ha de brindarnos. 

Esta limitación de responsabilidad, se aplicará para impedir daños indirectos, incidentales, especiales, ejemplares, que puedan surgir en nuestra encantadora relación. (incluso si yo te hubiese advertido de la posibilidad de tales daños). 

Esta limitación de responsabilidad, se aplicará si los daños surgen del uso o mal uso de y la confianza que entre nosotros acontezca, o de la interrupción, suspensión o finalización de nuestro adorable amor. 
Por la presente, nosotros, nos abstendremos de los reclamos, demandas, pérdidas, daños, derechos, reclamaciones y acciones de cualquier tipo, directa o indirectamente relacionada con nuestro emocionante amor.
2º) INDEMNIZACIÓN. Es entonces que, nosotros aceptamos defendernos, indemnizarnos y mantenernos de, y contra cualquier reclamación, responsabilidad, daños, pérdidas y gastos, que surjan de nuestra escandalosa, acezante, impulsiva, maravillosa e insolente relación amorosa.













Ibarrechea

DANIEL GALERA: AMOR PERFECTO


Me desvirgó. Cogimos en mi cuarto en una noche calurosa que mis padres estaban en la finca. Una penetración indolora, lenta y placentera. El resto de la madrugada él acarició incansablemente mi cuerpo, adorando todo, mis pechos que yo temía por demás que fuesen pequeños, mi culo que yo encontraba fofo, mis pies con dedos torcidos. Yo tenía miedo de cómo los hombres juzgarían mi cuerpo, era mi única ansiedad y él la disipó rápidamente en nuestra primera noche en la cama. La primera vez que lo hicimos sin capote, extrañé el sentir aquella verga dentro de mí. Me senté sobre los talones para que todo se escurriese de una vez para fuera. Me sentí ridícula cuando él colocó un pedazo de papel en su mano y luego la puso en medio de mis piernas diciendo, Ey así vas a manchar tu edredón. Sus gestos me sorprendían, trayendo calma y comodidad, siempre yendo a favor de mis expectativas. Días después en un bar una chica llegó vendiendo rosas y por un instante temí que él fuese a darme una rosa, actitud que yo habría considerado estúpida, odio las flores y odio las pendejadas románticas. Él rechazó la rosa e inclusive dijo, espero que nunca quieras que te de rosas. No coincidíamos en todo, la verdad teníamos gustos bastante antagónicos para muchas cosas, películas y marcas de cerveza por ejemplo, mas él nunca se mostró preocupado por cambiar mis opiniones, aceptaba mi personalidad, mis errores y mis estados de ánimo con absoluta tolerancia. Cierta vez disipó la vergüenza que tuve por haber llorado frente a él con el acto de lamer mi rostro y tragarse mis lágrimas, mitigando mis momentos de angustia con largos abrazos silenciosos. Una noche que salí sola y lo traicioné por primera vez, me di cuenta que tenía una oportunidad para probar su tolerancia. Le conté todo y, para mi espanto, él apenas movió sus párpados lisos y me dijo que encontraba natural el deseo fuera de la relación, que estaba bajado pero que mi traición no disminuía su amor por mí. Insistí, describí en detalle al chico, los besos y caricias que nos dimos en la pista y esto, en lugar de alterarlo, lo excitó. Acabamos cogiendo y la verdad me gustó. Fue a partir de aquel día que su tolerancia se tornó irritante. Me convencí que debía provocarlo, necesitaba de un poco de odio, tumulto, nuestro amor era demasiado recto. Sólo que no funcionó: soportó mis encabronamientos escandalosos, mis eructos en público, respondió mis agresiones verbales con altura, accedió a todos mis comportamientos. Porque me amaba. Me trataba tan bien. Reaccionaba tan bien a mis expectativas, que su amor comenzó a darme tedio. Se tornó irritante de tan pleno, de tan incorregible. Ahí mismo decidí terminar, mandarlo a la mierda. Y claro, ¡hasta en eso él fue comprensivo! Yo estaba presta a encender el tercer cigarro cuando él reaccionó y fue a darme un abrazo. Respetó mis sentimientos, dijo entender que su amor incondicional me ofendiese. ¡Pero si no era para que lo entendiera! ¡No era para que lo aceptara, coño! , era para sentir odio, para que me odiase, ¡me le fui encima a aquel hijo de puta! Le lancé el teléfono, vasos, libros, sillas, todo sobre él y él los devolvió, me pegó con fuerza, me mandó a la mierda y a cada tentativa mía de aplastarlo él respondió. Lo escupí y él me escupió, le arañé la cara y él me pateó por todo el suelo de la sala, sentí dolor, berreé como una cerda y percibí horrorizada que hasta en aquel mismo momento, ¡por Dios!, estaba haciendo lo que yo esperaba de él; él me estaba dando lo que yo quería…




Daniel Galera
"Meu nome é Daniel Galera e nasci em julho de 1979 em São Paulo, mas sou de família gaúcha e me criei em Porto Alegre. Já adulto, vivi alguns anos em São Paulo e Santa Catarina, e hoje moro em Porto Alegre de novo. Publiquei contos e textos diversos na internet de 1996 a 2001, com destaque para os três anos como colunista do mailzine Cardosonline (COL), e lancei meus dois primeiros livros pelo selo independente Livros do Mal, criado em 2001 por mim, Daniel Pellizzari e Guilherme Pilla. Além de escrever prosa de ficção, traduzo autores de língua inglesa e de vez em quando publico resenhas, ensaios e reportagens."
Extraído del libro: "Dentes Guardados"
Fuentes: versiones-y-diversiones.blogspot.com - Traducido por Nelson Ordóñez - ranchocarne.org - Foto: bibliotecariodebabel.com

PATRICIA ESTEBAN ERLÉS: EL JUEGO


Sigo castigada. Al asomarme a la puerta entornada de mi cuarto escucho el rumor de sus voces a través del hueco de la escalera. Mi madre solloza bajito, mi padre sube el tono cuando habla de ese sanatorio suizo en el que el doctor Ocampo le ha recomendado internarme. Escucho el sonido de sus pasos, ploploplop, y su voz acercándose y alejándose luego, porque no deja de moverse de un lado para otro como el tigre amarillo del zoológico. Seguramente camina con las manos a la espalda como cuando está muy enfadado, mientras mamá llora sentada en su sillón, con las piernas muy juntas y un pañuelo blanco hecho una bola entre las manos. Hay que tomar una decisión, Mercedes, le dice mi padre, y después se hace el silencio.

Van a llevarme allí, no sé si Laurita vendrá conmigo, pero a mí seguro que me llevan. Tú tienes la culpa, le digo muy enfadada, girándome desde la puerta. Mi hermana gemela Laurita sonríe, sentada sobre la cama y encoge los hombros. Está acostumbrada a librarse de todos los castigos; pese a que yo sólo hago lo que ella me ordena, siempre se libra.

Me cortarán el pelo al cero en ese asqueroso colegio para niñas malas, me pondrán un vestido de arpillera, me encerrarán en un cuarto lleno de ratones y cucarachas y sólo beberé el agua de lluvia que pueda recoger en la palma de la mano, a través de los barrotes de un ventanuco. Les he dicho la verdad y no me han creído. Tengo miedo. Ahora lloro bajito, hihihi, como nuestro cocker Jasper, tumbado a la sombra de su sauce favorito cuando me acerqué a él con el trofeo de papá en la mano. El año pasado mi padre se quedó tercero en el torneo del club y le dieron aquel ridículo señor de bronce, con gorra y un palo de golf levantado, que pesaba una burrada. De verdad que yo no tenía nada en contra del pobre Jasper, fue mi hermana Laurita, como siempre, la que me ordenó que tomara el trofeo de la vitrina y lo atara a un extremo de nuestra cuerda de saltar, quien me susurró que Jasper sufría mucho por culpa del reuma y era mejor para todos que anudara muy fuerte el otro extremo del saltador a su cuello. Me negué al principio, como de costumbre, pero Laurita me dijo que entonces jugaríamos a lo de la muerte, y eso sí que no.

Jasper estaba ciego y apenas podía mover las patitas de atrás porque ya tenía doce años. Lloriqueó bajito cuando me arrodillé junto a él para acariciarle sus orejas, largas y rizadas como la peluca de un rey francés, y no dejó de hacerlo mientras lo llevaba en brazos hasta el borde de la piscina. Después lo vi patalear brevemente en la superficie, tratando de mantenerse a flote, pero enseguida le fallaron las fuerzas y se fue al fondo. Al mirarlo allí abajo, tan quieto, pensé que ya no daba tanta pena, porque en realidad no parecía un perrito, sino más bien la sombra de una araña negra y muy gorda. Al cabo de una hora Laurita y yo estábamos tumbadas tan tranquilas sobre mi cama, leyendo a medias un libro de Los Cinco que nos gusta mucho, cuando escuchamos el alarido de mi madre en el jardín.
La verdad es que últimamente Laurita está muy pesada, pero mi padre no cree una palabra de lo que digo, y mamá se echa a llorar cuando acuso a Laurita de obligarme a hacer cosas. Claro, ellos no tienen que aguantar el juego de la muertita, si no también harían todo lo que ella les pidiera. Detesto ese juego, mamita querida, le confesé a mi madre la penúltima vez, Laurita es mala y dice que se morirá delante de mí si no le obedezco. Pero mamá me miró como si no entendiera, con sus ojos abiertos como platos y algunos fragmentos de su muñeco Otellito entre las manos, sin dejar de susurrar una y otra vez, ¿Por qué lo has hecho, Victoria, por qué? Ella no se imagina la pena que me dio estampar contra el suelo el muñeco negro de porcelana que había pertenecido a mi abuela de Cuba. Hasta tuve que cerrar los ojos para hacerlo. Sabía que aquel bebé de color chocolate, que tenía las manitas gordezuelas levantadas como si estuviera muy contento y fuera a empezar a aplaudir de un momento a otro, era el último recuerdo que le quedaba a mi mamá de la suya. Era lindo de verdad, Otellito, tan lindo, sonreía con la boca abierta y tenía los dientes muy blancos, y hasta un poco de pelusilla negra muy rizada en lo alto de su cabecita. Mi abuela Silvia le había tejido el jersey y el pantalón de punto azul celeste que llevaba, también los diminutos patucos con botones de nácar, y mamá lavaba a mano aquellas prendas cada semana para evitar que cogieran polvo en lo alto del armario. Luego, mientras la ropa se secaba a la sombra, envuelta en una toalla blanca como si fuera un tesoro, frotaba con un paño húmedo los brazos y las piernas de Otellito, su cara de negrito feliz, y tarareaba una canción de cuna que la abuela Silvia le había enseñado cuando vivían en La Habana. Yo sabía cómo iba a dolerle encontrar a Otellito hecho trizas, que también a ella se le iba a partir el corazón en un montón de pedazos pequeños que nadie iba a poder recomponer, pero Laurita se cruzó de brazos y agitó la cabeza de un lado para otro mientras yo le suplicaba y le ofrecía mis canicas de vidrio azul, la bañera con patas de latón de mi casa de muñecas, hasta el guardapelo de oro que me regaló nuestra madrina. Qué tonta eres, me dijo, ¿para qué quiero un guardapelo que tiene dentro un mechón mío, si puede saberse? Rompe el muñeco o jugamos, dijo, y lo siguiente que recuerdo es que me subí a una silla para alcanzar al inocente de Otellito, que estaba allí, como siempre, sentado en su esquina del armario de nogal de mis padres, tan feliz. Ni siquiera el terrible golpe contra los azulejos consiguió quitarle la sonrisa de los labios, tan sólo se la partió por la mitad.
Me alejo deprisa de la puerta porque escucho los pasos cansinos de mi madre al pie de la escalera. Corro hacia la cama y empujo bruscamente a Laurita, para que me haga un sitio. Disimula, viene mamá, le digo entre dientes, así es que nos sentamos a lo indio y nos ponemos a jugar a piedra, papel o tijera. Mamá se detiene junto a la puerta y da dos golpecitos muy suaves. Pregunta en un susurro, ¿Estás ahí, Victoria?, con una voz tan triste que me tiembla la garganta al contestarle que sí, que estamos las dos, aquí, jugando tranquilamente. Mamá ahoga un sollozo al otro lado, lo sé, y espera un poco con la mano puesta en el tirador antes de entrar. Laurita y yo no decimos nada cuando la vemos aparecer, tan sólo sonreímos de oreja a oreja para que se calme y vea que todo está bien ahora. Pero mamá no sonríe. Parece un fantasma triste, le están saliendo canas plateadas por toda la cabeza y ese horrible vestido negro dos tallas más grande le queda fatal. Se sienta en la cama de Laurita y arregla el cojín en forma de corazón. Después me mira.
—Victoria. ¿Por qué?
Ya estamos. Sólo me habla a mí, como siempre, y la sonrisa se borra de mi rostro. Me enfado, me enfado mucho. Quiero que me crea y empiezo a contarle otra vez, desde el principio lo de la muertita, para que vea que no miento. Me estoy poniendo roja de rabia. Cierro los ojos. Le digo que Laurita se empeñó en jugar a eso por primera vez un domingo por la mañana, a la vuelta de misa, y que luego insistía siempre en volver a hacerlo. Le cuento cómo subíamos corriendo escaleras arriba, mientras papá se quedaba leyendo el diario en la sala de estar y ella marchaba a la cocina a supervisar la tarea de Matilde, nuestra cocinera. Yo caminaba unos pasos por detrás de Laura y la veía trotar hasta el dormitorio de ellos, que era su lugar favorito para morirse. Entonces se tumbaba en la cama de matrimonio y levantaba el brazo para indicarme con un gesto imperioso que entornase la puerta de la alcoba. Así lo hacía yo, que nunca supe llevarle la contraria, a pesar de que aquel juego me aterraba.
Mi madre me pide por favor que me calle, pero no le hago caso. En lugar de eso le digo que no soportaba mirar a Laurita cuando se quedaba tan quieta, pero no podía hacer otra cosa. Me quedaba junto a la cama, viendo flotar sus rizos negros contra el almohadón de raso, como la cabellera fosilizada de aquella actriz famosa que se tiró al río y salió en todos los periódicos. Cuando mi hermana cerraba sus ojos era como si se apagaran de pronto todas las estrellitas blancas que le brillaban dentro. Laurita parecía más que nunca una muñeca, y me daba miedo mirar sus fosas nasales de adorno, sus largas pestañas disecadas en torno a los párpados, las manitas cruzadas sobre el pecho igual que las de la abuela Silvia cuando aquel hombre flaco de la funeraria nos dijo que podíamos pasar a verla, porque ya estaba arreglada. El vestido de seda azul que mamá nos ponía a las dos los domingos dejaba de ser idéntico al mío y se convertía en la tulipa inmóvil de una lamparita. Las piernas de Laura parecían dos palillos enfundadas en sus medias blancas, y terminaban en un par de merceditas de charol negro, muy relucientes y con sus suelas nuevas.
Yo estaba viva y mi hermana Laurita se había muerto. Parada junto a la cama la realidad y el juego se mezclaban hasta convertirse en una sola cosa, yo estaba viva y mi hermana gemela se había muerto. Me sentía culpable de seguir de pie y de temblar como una hoja, con los ojos llenos de lágrimas que apenas podía contener, mientras mi hermana se quedaba quieta para siempre y con los zapatos puestos. Eso era lo peor, sus zapatos nuevos que nunca llegarían a gastarse. Entonces corría hacia el armario, abría la puerta y me escondía dentro. Me quedaba allí encogida mucho rato, hasta que Laurita empezaba a reírse y a saltar sobre el colchón, gritándome que era una sonsa y una cobardica, y yo me picaba y salía hecha una furia cuando no podía más, con las mejillas rojísimas por la falta de aire.
Ya no estoy enfadada, ahora me río acordándome de mi cara roja como un tomate, de las ruidosas carcajadas de Laurita señalándome, muerta de la risa y dando patadas en la cama de mis padres. Cuando termino de contarle todo esto a mi madre me doy cuenta de que ni siquiera espero ya que me crea. Mamá saca del puño de jersey su pañuelo arrugado y se seca el rastro que las lágrimas han dejado en sus mejillas. Laurita me mira con ojos llenos de rencor. Yo miro a mamá, expectante y entonces ella dice, y sé que me lo dice a mí:
—Cariño, tu hermana está muerta. ¿Entiendes eso?
Pero no le contesto ni que sí ni que no. Miro a Laurita, que ahora saca la lengua y se lleva el dedo a la altura de la sien, dándole vueltas. Me entra la risa. Sí, claro, muerta, qué sabrá ella.


Patricia Esteban Erlés
(Zaragoza, 1972) es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, ha publicado hasta el momento tres libros de cuentos. El primero de ellos, Manderley en venta (2008), obtuvo el Premio de Narración Breve de la Universidad de Zaragoza en 2007 y fue seleccionado en el V premio Setenil, como uno de los diez mejores libros de relatos editados en España en el año 2008. Su segundo libro, Abierto para fantoches (2008), ganó el XXII Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal y ha sido elegido como lectura de la Guía de Verano del Seminario de Bibliotecas Escolares de Zaragoza 2009. En 2010 publica su tercer libro de cuentos, Azul ruso, en Editorial Páginas de Espuma, que también estuvo seleccionado como uno de los candidatos al premio Setenil.  Varios de sus cuentos han sido antologados en volúmenes temáticos como Vivo o muerto (2008), Perturbaciones (2009) o 22 escarabajos (Páginas de Espuma, 2009), y en antologías como Pequeñas Resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2010). 
“El juego”, en el que se mezclan el mundo de la infancia, la brutalidad y la locura, proviene del libro Azul ruso (2010)  Fuentes:lashistorias.com.mx - paginasdeespuma.com - Foto:escritores.org