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viernes, 22 de enero de 2016

OSWALDO GUAYASAMÍN: PINTURAS

¿Cómo hablar de Guayasamín sin caer en lugares comunes?


De padre indio y madre mestiza, como dice una da las tantas biografías que ruedan por la web, formó parte de una numerosa prole que, como todo hermano mayor de familia pobre, tuvo que ayudar a mantener para equilibrar el presupuesto familiar. Talentoso y precoz, a los 8 años, ya dotado de una notable capacidad negociadora, en vez de productos de la tierra o artículos de contrabando, vendía sus cuadros hechos en trozos de lienzo y cartón en la quiteña Plaza de la Independencia.


A pesar de la pobreza material que lo rodeaba, con sus urgencias cotidianas y el trabajo embrutecedor conspirando contra cualquier posibilidad de crecer, su condición de artista le dotó de una formidable capacidad para sobreponerse al día a día y poder seguir el sino de todo artista, más aun si es talentoso y honesto. Por ello la fama lo alcanzó joven y trabajando. Nunca se le ocurrió negociar, incluso cuando, a los 23 años expone por primera vez, provocando el escándalo de críticos, entendidos y bienpensantes con sus obras de un rotundo y muy personal estilo que, como todo expresionismo que se respete, expone la realidad de la manera más cruda, con trazos y colores rotundos, sombríos y hasta escatológico, si es necesario.

Como todos los integrantes, oficiales o no de dicho movimiento pictórico, su trazo es único e irrepetible, su trazo y su paleta delata al indio que, como ocupante ancestral de estas tierras usurpadas, primero por el español, luego por el criollo, rompe su silencio ancestral y grita a través de las manos, las miradas y los gestos llevados al límite...como todo expresionista que se respete.

Hermanado en la denuncia con los mexicanos Orozco y Alfaro Siqueiros, los irónicos y corrosivos alemanes de los grupos Die Brücke y el Blaue Reiter, los retratistas de la decadencia entreguerras Egon Schiele, Georges Grosz, Otto Dix y Mac Beckmann, del desolado y precursor Münch o del penitente y contemporáneo Anselm Kiefer, mantiene una línea claramente definida, más allá de éxitos artísticos o económicos, a su tranco, más allá y más acá de las mieles laudatorias y de las críticas más enconadas que sus coetáneos le prodigaran con igual desmesura.

Inevitablemente político, fatalmente comprometido con la realidad de su pueblo, con su gente y, con ella, la de toda nuestra América mestiza, repartió su amistad entre gigantes como el maestro Orozco (de quien fuera su asistente), Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, entre otros no menos señeros quienes, junto a él, marcaron los signos de una época luminosa y trágica, con grandes figuras y enormes desafíos frustrados por los poderes que gobiernan este mundo pero, como Oswaldo Guayasamín, ejemplos a seguir por las generaciones futuras.

"Pocos pintores de nuestra América tan poderosos como este ecuatoriano intransferible". Pablo Neruda
Fuente: encontrarte.aporrea.org


"El grito 1"

"El grito 2"

"El grito 3"

"Las manos de la protesta"

"Madre e hijo"

"Ternura"

"Ternura"

Oswaldo Guayasamín nace el 6 de Julio de 1919, en Quito, Ecuador. Fue el mayor de 10 hermanos, hijos de una familia humilde. Su padre, de descendencia indígena, se llamó José Miguel Guayasamín y trabajó primero como tractorista y luego como chofer de taxi. Su madre, Dolores Calero, de descendencia mestiza se dedicó siempre al hogar y a sus hijos.

Su madre muere a los 46 años de una vida de privaciones y pobreza que dejan una profunda huella en un niño de tanta sensibilidad. A sus siete años Oswaldo ya rebela su vocación artística y pinta sus primeras obras, desvelándose por encontrar un lenguaje propio, utilizando leche que le cedía su madre, alimento de su hermano recién nacido, para disolver las pastillas de acuarela.

Sin embargo su vida académica fue complicada. Fue expulsado de seis colegios por “falta de talento” y mientras su padre lo forzaba para que fuese un chico normal, como sus hermanos, que estudiaban una profesión, Guayasamín estudia el rostro -en serio y en broma- de sus maestros que lo sacaban de clase por la ofensa de caricaturizarlos, uno de ellos llegó a decirle «hazte zapatero... porque no sirves para nada». Excepto para pintar.

Con desilusión de parte de su padre, que pierde un doctor en algo, entra en 1933 a la Escuela de Bellas Artes y allí también choca con los moldes y las tradiciones pero pronto es el alumno más destacado y al mismo tiempo el mejor maestro. Sus cuadros impactan a todos cuantos los ven.

Su primer encuentro con la crueldad de la vida, el azote de la violencia y la injusticia de los asesinatos, que le llena de ira y rebeldía el corazón, se plasma en el cuadro que titula "Los Niños Muertos" que recoge la brutal escena de un grupo de cadáveres amontonados en una calle de Quito, entre los que consta un chico de su barrio, su mejor amigo, de apellido Manjarrés, asesinado por una bala perdida.

Desde entonces asume una posición, frente a las crueldades e injusticias de una sociedad que discrimina a los pobres, a los indios, a los negros, a los débiles.
Su nombre y ascendencia indígena, la pobreza de su infancia, el asesinato de su amigo, la crisis agobiante de los años 30, la Revolución Mexicana, la Guerra Civil española, y todo lo que va sucediendo en el mundo le hacen ver y sentir una realidad que se agudiza con el paso del tiempo y frente a la cuál asume una actitud ideológica que se refleja en su concepción plástica y su actitud política.

En 1940 se gradúa de pintor y escultor en la Escuela de Bellas Artes y en 1942 gana sus dos primeros premios, uno, en el Salón Mariano Aguilera. Y el segundo, en 1956, su cuadro “El Ataúd Blanco” gana el Gran Premio de Pintura de la III Bienal Hispano-Americana de Arte.

En 1957 gana también el Primer Premio de la Bienal de Sao Paulo, y a estos se unirían en el futuro, otros premios de reconocimiento internacional.

A su primera exposición asiste Nelson Rockefeller, en ese entonces encargado de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Queda impresionado con el trabajo de Guayasamín, le compra 5 cuadros y poco después gestiona una invitación para que el pintor visite y exponga en Estados Unidos por 7 meses, tiempo que Guayasamín aprovecha para visitar todos los museos posibles en el país anglosajón y conocer el trabajo de artistas de nivel mundial como El Greco, Goya, Velásquez, Picasso, Renault, Orozco, etc.

Con el dinero ahorrado durante ese tiempo en Estados Unidos, Oswaldo viaja a México con el objetivo de conocer a Orozco a quien admiraba profundamente, durante su visita conoce también a Diego Rivera y de ambos aprende la técnica de pintar al fresco. En ese viaje entabla amistad con el poeta chileno Pablo Neruda.

En 1945 emprende un viaje desde México hasta la Patagonia, recorriendo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, haciendo apuntes y dibujos para la que será su primera serie de 103 cuadros, denominada "HUACAYÑAN", que en quechua (una de las lenguas aborígenes de Ecuador), significa "El Camino del Llanto". Esta serie relata la miseria y sufrimiento que Guayasamín vio en los pueblos aborígenes de América Latina durante ese viaje.

A lo largo de su vida viaja a varios sitios en el mundo como China, India, URSS, Egipto, Grecia, y toda Europa, pero especialmente a Cuba, donde germina una gran amistad con Fidel Castro, al que pintó varios retratos.

Aunque nunca se afilia a partido político alguno, siempre milita en las causas de solidaridad con los pueblos oprimidos, en la lucha por la integración latinoamericana, contra las dictaduras, contra los abusos y agresiones de los países poderosos e imperialistas; por la Paz.

En 1961 empieza su segunda serie, “La Edad de la Ira”, con la cual quería mostrar los lugares y hechos que se convirtieron en mataderos de la humanidad durante el siglo XX, como fueron los campos de concentración nazis, la guerra civil española, las dictaduras en América Latina, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, las invación a Playa Girón en Cuba, entre otros. Esta serie, decía, - quedará inevitablemente inconclusa, puesto que es parte de un proceso histórico todavía en marcha.

En 1976 crea junto con sus hijos la Fundación Guayasamín, y a través de ella dona al Ecuador todo su patrimonio artístico, con el que organiza tres museos: Arte Precolombino (más de 2.000 piezas), Arte Colonial (más de 500 piezas) y Arte Contemporáneo (con más de 250 obras). En este último se exhiben los cuadros pertenecientes a la Edad de la Ira, la cual fue donada en su totalidad para evitar que se dividiera, como pasó con Huacayñán.

A partir de los años 80 empieza una nueva serie: Mientras Viva Siempre te Recuerdo, también conocida como la Edad de la Ternura o simplemente La Ternura, en homenaje a su madre, la cual da un giro esencial a los trabajos de Guayasamín. Es una declaración de amor a su madre, quien lo apoyó desde el principio a ser pintor, un “homenaje a la mujer de la tierra, una defensa de la vida, la defensa de los Derechos Humanos”.

Realizó exposiciones monumentales -más de 200 individuales- en los museos más importantes de Francia, España, Italia, la ex-URSS, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Argentina, etc. Pintó a grandes personajes contemporáneos, escritores, artistas, políticos, estadistas. Entre ellos se destacan Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Gabriela Mistral, Fidel Castro, Benjamín Carrión, Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal, Danielle y Françoise Mitterrand, el Rey Juan Carlos de España, la Princesa Carolina de Mónaco y muchos otros como para llenar un libro. Este libro, en efecto, existe.

Los críticos y coleccionistas, los personajes mundiales, consideran que la fecunda y personalísima obra de Guayasamín -cuya identidad es universal e inconfundible- trascenderá porque en ella está reflejada, con ira y con ternura, la imagen de «EL TIEMPO QUE ME HA TOCADO VIVIR», como decía el propio Guayasamín en un libro editado por el Instituto de Cooperación Iberoamericano de España.

A partir de 1996 inicia en Quito su obra más importante, el espacio arquitectónico denominado "La Capilla del Hombre" como un homenaje al ser humano, especialmente al pueblo latinoamericano con su sufrimiento, luchas y logros, pasando por el mundo precolombino, la conquista, la colonia y el mestizaje.

Oswaldo Guayasamín fallece el 10 de marzo de 1999, aún sin ver finalizada su obra máxima, La Capilla del Hombre, cuya primera fase se inauguró en el 2002. Este proyecto fue declarado por la UNESCO como "prioritario para la Cultura" y fue ejecutada con aportes de entidades de Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela y con la solidaridad de artistas -cantantes y pintores- de Hispanoamérica con la donación de obras y la realización de festivales musicales.

Sus cenizas descansan bajo el denominado “Árbol de la Vida”, un árbol de pino plantado por el mismo Guayasamín en la casa en que vivió sus últimos 20 años, dentro de una vasija de barro. Fuente: www.guayasamin.org - www.elrincondemisdesvarios.blogspot.com

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