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viernes, 20 de noviembre de 2015

IBARRECHEA: MANDINGA FERREYRA


Naciste y creciste en los suburbios, en el lejano barrio llamado La Enramada, tus padres te bautizaron Leopoldo Ferreyra, y después cargaste para toda tu vida el apodo de "mandinga". Aprendiste el juego del fútbol observando a los jugadores mayores, porque los mirabas con atención, porque querías saber cómo hacían aquellos jugadores que dominaban semejante pelota de cuero con zapatillas de lona, con alpargatas desflecadas y hasta algunos, descalzos. Querías ser uno de ellos -y me dices nostálgico-, que ese era tu sueño, tu delirio, tu meta en la vida. Entonces fue que decidiste estar presente en cada enfrentamiento del equipo del barrio, hasta que te ganaste la confianza para ser nombrado el "mascotita" del equipo, y para correr por fuera del alambrado para alcanzar las pelotas y después practicabas con tus amiguitos en improvisadas "canchitas" hechas en las calles de tierra. Me dices que fuiste guardando en tu mente un poco de cada uno de los jugadores mayores, a ellos los escuchabas, los estudiabas y practicabas en soledad con tus pelotas de trapo y la de goma. En aquellos comienzos no había tantas radios, mucho menos televisión, ni siquiera una escuelita de fútbol, no, no había nada de eso -sonríes-. Sólo por ahí, a veces, aparecía en tus manos una revista de deportes y me dices que; "nosotros los changuitos" nos comíamos las fotos, las atesorábamos en nuestra mente para siempre, y que, eran todos muy niños y muy pobres, allá por los años cuarenta, señor -y tus ojos brillan bajo las cejas blancas-.

A "mandinga" Ferreyra lo invité a almorzar, levantó su bolso que estaba en la mesa del bar donde lo encontré y me dijo que quería comer pastas porque su dentadura "estaba a la miseria" y que quería tomar vino tinto con soda.

Me cuentas que tu "escuelita de fulbo" fue la calle, fueron los baldíos, los patios que antes eran grandes y todos muy  arbolados. Que tus maestros fueron los jugadores del barrio, y los otros alumnos de la escuela de grados superiores que jugaban en los recreos, y que tu vestimenta eran las ganas de hacer goles. Tu obsesión era hacer goles. Tu primer "fulbo" era una pelota de cuero, la número tres, que fue un regalo de tu padre, un empleado ferroviario y entusiasmado. Las reglas del juego te las enseñó él. Y me dices que naciste centroforward y abandonaste el fútbol siendo centroforward, con los pies marcados de cicatrices y una fuerte lesión.

Te tomas el vino fresco con hielo y soda, y masticas con cierta delicadeza el menú del restaurante, te dejo hablar tranquilo y sigues.

Me cuentas que no sabes quién desde atrás del alambrado, te bautizó "mandinga" pero fue cuando debutaste en la primera del Club Juventud Unida. Las estadísticas que recopilé en los archivos de la Liga Departamental de Fútbol dicen que vos tenías diecisiete años. Vos recordás que entraste a jugar a los veinte minutos de la segunda etapa, justo cuando el "inside" pateaba un córner, y que corriste desde la medialuna hasta el segundo palo, que saltaste y le pegaste un frentazo que picó y se metió en el arco. "¡Mandinga, mandinga!" me empezaron a llamar así, porque ningún defensor te había visto entrar por atrás de las líneas de los backs y que tu festejo fue bailar, porque gustabas del baile. Hiciste, según los archivos, doscientos cuarenta y tres goles jugando en la Liga. Vos hacés memoria y me dices que fueron muchos más. Recuerdas que el club Talleres Central pagó tu pase con todo el alambrado nuevo para el Juventud Unida y que después el club Sportivo te ofreció a los clubes de Córdoba, pero que siempre te volviste, dices que no podías vivir lejos de tu mujer y de tus hijas. Porque te casaste a los veinte años con Gladys, tu primera novia, y que ya hace veinte que eres viudo, que tienes cuatro hijas, una se quedó soltera, la que se jubiló de maestra y que las otras tres te dieron doce nietos y que tienes seis bisnietos. Te apena saber que ellos no te visitan y que ningún varoncito juega -haces una pausa-. Un yerno era guardameta del Atlético, nada más.

Te rascas la cabeza blanca, tu piel es morena, bien oscura. Nos traen zapallos en almíbar de postre. Veo un leve temblor en tu mano derecha.

Dices que ya no hay centroforwards como eras vos, que ninguno de los que ves en la televisión parece sentir la vocación por la posición, que ninguno se pone el equipo al hombro y guía al resto del equipo hasta el arco contrario. Haces un gesto de escepticismo y agregas que no crees que haya un delantero que sueñe todo el tiempo en vencer las manos de los porteros, dices que ellos ya no sienten la responsabilidad de hacer goles, te parece que les da lo mismo. "Yo, si no marcaba, lloraba en el vestuario, lloraba en el vestuario, señor". Te entusiasmas cuando te hablo de tu instinto goleador y me dices que suena lindo eso de que tu tenías instinto de goleador. Dices que tu tenías hambre de gol. Me miras a los ojos y me repites para que te entienda que tu tenías eso. Me cuentas que tu casa en La Enramada, es así, la puerta de entrada, el comedor, la cocina, dos cuartos y el baño. Eso se conoce de memoria, bueno, el área contraria dices que era tu segundo hogar, todo giraba alrededor del punto del penal, la líneas, la media luna, la posición del arquero, todo eso era tu hábitat natural. Que allí vivías vos, como en tu casa, allí eras feliz. Y que te cambiabas de posición siempre, que mirabas de reojo al arquero, que pedías o presentías el pase, observando la posición de los defensas, el estado de ánimo de cada zaguero y que picabas hacia donde iba el balón, que llegabas antes que los backs, antes que el guardameta y que apuntabas y tirabas. Me dices que en los entrenamientos solo pateabas la pelota al arco, que pedías pases, que siempre pateabas al arco o que buscabas a un compañero libre de marcas. Pero que siempre pateabas la pelota al arco.

Pareces reflexionar cada una de tus palabras mientras enciendes un cigarrillo de tabaco negro.

Hoy, los centroatacantes evitan la responsabilidad de patear al arco, dan pases, y eso es porque el "fulbo" ha cambiado, señor.

La casa nos invita un café, nadie se acuerda del goleador que fuiste, pero todos te conocen por "mandinga" Ferreyra.

Y me dices que crees que los delanteros, hoy solo ven como un negocio esa cosa maravillosa que es hacer goles, dices que hacen dos o tres y ya piden un aumento en sus salarios o piden cambiar de clubes. No aman a su camiseta. En cambio por estos pagos en que todo es amateur, y en aquellos años, me cuentas que a vos, por goleador, te daban cinco kilos de carne por semana. Mientras tanto atendías tu verdulería con libretas de dar fiado. Y finalmente me dices que ya no vas a ver ningún partido de la Liga, porque basta con verlos caminar a estos chicos para saber si son buenos o no, y dices que todos a los que has visto, tropiezan en las calles antes de subir a las veredas. Y me dices que con tus ochenta y pico de años, solo esperas que alguien de tu familia, un día de estos vaya a visitarte. Me saludas, me agradeces la comida, y rengueando regresas caminando a tu casa, allá en el barrio de La Enramada, donde dices que esperas morir y viajar al cielo, para encontrar al maldito centrohalf que te quebró el tobillo derecho.















diceelwalter@gmail.com
de: "Cuaderno de las malas noticias"
Foto: futbloggers.es
Mandinga: Relativo a un pueblo del África occidental que habita en territorios de Costa de Marfil, Guinea, Malí y Senegal. Nombre que los campesinos le dan al diablo en Sudamérica, o a los niños traviesos.
Nota: El personaje, por sus características físicas y sus inesperadas apariciones frente a los arqueros, fue llamado "Mandinga".

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