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viernes, 23 de octubre de 2015

IBARRECHEA: DIDÚ, DIDÚ, DIDÚ.

"...Arnulfo Sepúlveda caminó por los cuartos, entró a la nave central de la iglesia, se persignó ante la Cruz y fue a abrir la puerta, el sol de la mañana entró en todo su esplendor, dejando su figura oscura, como en un eclipse. El cura Arnulfo puso su mano a modo de visera, el cartero le entregó un sobre sellado y salió corriendo sin saludarlo hacia la plaza. Todo el pueblo estaba allá, entregado a los vicios de las ferias de juegos de apuestas y comidas bañadas en aceite que se entregaban envueltas en papel. 
La iglesia de la Señora de los Navegantes le pareció un inmenso barco abandonado, cuando cerró la puerta para ocultarse del griterío y el desorden moral que ocurría  a pocos metros. Se sentó en el primer banco y abrió el sobre. 
Pensaba mientras leía que había perdido una batalla más contra los herejes, él y los demás curas párrocos de la región Peremerimbina.
Se enteraba de las decisiones del gobierno de barrer con todo lo plantado y nacido en esa tierra de locos y de que los familiares del fusilado Elpidio Barragán se habían armado y atrincherado en las sierras, como temerarios bandidos.
Al ponerse de pié, sentía un leve temblor en todo su cuerpo, caminó hacia el altar y el haz de luz que entraba por una ventana, le mostraba visiblemente, el rostro de Cristo, resignado, aunque sin gestos de dolor dicen que dijo: Cristo, Cristo Señor mío. ¿Porqué me has abandonado?
Afuera explotaba una batería de fuegos artificiales, las bombas de estruendo estallaban una tras otra y era esa la señal de que, prontamente, las mujeres vírgenes, empezarían a volar sobre el gentío expectante de la plaza.
El cura Arnulfo Sepúlveda subió los treinta y nueve escalones hasta el carillón y golpeó con fuerza las campanas mientras que aturdido por la sonoridad miraba hacia la plaza colmada de vecinos infieles que adoraban a los magos taciturnos..." 

Así es como consta el escrito de las viejas "Crónicas Peremerimbinas" titulado "La última Misa del padre Arnulfo" y en este cuaderno que gentilmente me hizo llegar don Santos Poussin de un tal Benito Ponciano Márquez, muerto en Naranjillos, bajo las balas de los suboficiales Guillermo Jensen y Cipriano Tavares, alias "Cúter"

Cuenta Márquez, que ése día fatal para el cura, él guardó en su morral la presa de pollo frito y ante el griterío de la gente corrió hacia la iglesia, dice que entró por la puerta lateral, que cruzó sin mirar hacia el altar y que dobló hacia la derecha y que por una puerta entreabierta empezó a subir los escalones y llegó a tiempo para ver al pequeño Didú sosteniendo la frágil figura del cura Arnulfo, que sangraba por los oídos y la figura de una mujer, que aseguraba no conocerla por ser ésta rubia y de tener ojos claros y que para su asombro estaba totalmente desnuda, y que desde allá arriba, se lanzó al aire y andaba de árbol en árbol, paseando su bella desnudez entre risas, que sonaban como un canto alegre que cortaba el aire. 

Dice que el tal Didú, saltaba feliz en su pequeñez absoluta, como un muñeco de resortes y que a todos les señalaba el vuelo de la mujer blanca, mientras él, con su cuchillo de comer, cortaba las sogas de las campanas y le aflojaba los dedos estropeados al anciano cura.

En sus "Relatos Laicos", un cuaderno de hojas amarillas por el tiempo y escritas con simple lápiz de grafito, dice que el obispo Miguel Mercedes Puga llegó tres días después, en el silencio de una madrugada lluviosa, casi en secreto, con una comitiva de cuatro hombres más, entre ellos, el cura Victorino Barboza, que quedaría sin mayores ceremonias y a partir de ése instante a cargo de la iglesia de Peremerimbé. Dice que se llevaron al cura Arnulfo en el tren de las tres de la tarde con todas sus pertenencias, algunos documentos relacionados con las actividades encomendadas y propias de la iglesia, porque decían que los iban a estudiar, y algunas otras cartas más que encontraron en su escritorio. Excepto las que él, Benito Ponciano Márquez guardó para mostrarle a sus primos, los  hermanos bandoleros Barragán Puebla. Allí, en un párrafo aparte señala que con el fusilamiento de Elpidio Barragán, decide ponerse del lado de los anarquistas que no querían ninguna institución que no fuese por la de ellos elegidas.

Cuenta además que esa misma noche, el gobierno conservador decidió intervenir el pequeño destacamento policial que apenas contaba con seis hombres, que fueron sustituidos de sus cargos por encontrarlos a todos en la parranda, borrachos y mal vestidos, y que trajeron de nuevo un batallón de los mismos milicos de los fusilamientos de las revueltas anteriores, o sea, el cuarenta y seis de campaña, con asentamiento en Manvatará,  pero aclara que estos hombres, a cargo del Oficial Iparraguirre, tenía un cuadro de suboficiales que eran mucho mas severos. 

Y dice que andaban casa por casa entregando unos bandos con las nuevas leyes, y que devolvían las mujeres a la casa donde pertenecían, y que estas serian multadas por incumplimiento de sus obligaciones matrimoniales. 

Afirma que por eso, esa noche no fue casi nadie al circo del europeo Scatollini, y que antes de instalarse en sus nuevas oficinas, el coronel Iparraguirre vestido con su elegante uniforme de color marrón tenue y de altas botas lustradas, se llevó la sorpresa de su vida, pues ocurrió eso de la grande estampida de los animales del circo cuando sus soldados andaban de casa en casa. 

Según detalla más adelante, el león del circo entró por la puerta principal de las viejas dependencias y saltaba por todos lados, desparramando la tinta para escribir sobre los papeles con órdenes y bandos impuestos por la nueva ley, y que le rugía amenazante, sin darle tiempo a que desenfunde su pistola y que el pobre animal asustado pudo saltar por una de las ventanas hacia afuera. Que la cebra desorientada hizo lo mismo, con cierta torpeza, entró despavorida pero fue muerta de tres balazos por el arma de Iparraguirre.

En su relato, Márquez amplía las notas describiendo el paisaje. Señala que el griterío de la gente era ensordecedor. Que el oficial Iparraguirre, Carlos Atanasio, "salió a la oscura calle gritando las mismas obscenidades comunes a las que estábamos acostumbrados y que eran de nuestro uso común, normal y específico de nosotros los Peremerimbinos."
Es esta una frase que subraya dos veces. Y que este mismo coronel había ordenado que dejásemos de pronunciar, por ser palabras malas para la moral de nuestra Nación.

Siguiendo con su relato, dice que el coronel, pistola en mano, tropieza en la puerta con uno de sus suboficiales que estaba de guardia de cuarto, según decían las consignas que tenían asignadas y que éste, totalmente aterrorizado le mostraba las heridas sangrantes en los brazos y el torso propinadas por las garras del oso "Zonko", que se perdía en las sombras de la noche, mas allá de la esquina y que el coronel, entonces  vio el resplandor del incendio del circo, al final de la calle y a un elefante que pasaba ante sus narices con intenciones de llevarse todo por delante, en su torpe huida.

El coronel gritaba -anota-, daba órdenes no sé a quién, todos corrían de un lado hacia otro y encima al cura Victorino Barboza se le daba por hacer sonar las campanas restauradas y llamar a misa a eso de las diez de la noche.

Hay una serie de frases que no se pueden leer. Parece que hacen alguna referencia al estado del tiempo, y un dato curioso. Señala que observaba detenidamente a quién luego sería su enemigo, cuando ve que el pequeño Didú le tocaba el pantalón a Iparraguirre y que éste miró hacia abajo, le pareció que el tipo creía ver a un niño sonriente, que le daba la bienvenida, pero luego tuvo la certeza que el tipo alcanzó a darse cuenta que era un enano que pedaleaba una pequeña bicicleta entre los animales sueltos, y recién al otro día supo que el atrevido que lo había tocado era el pequeño Didú. El hijo de la mujer que había aprendido a volar en el mágico circo.

En otras hojas de su relato, señala que el cura Victorino abrió las puertas de la Iglesia de par en par, y se paró en el umbral a contemplar el espectáculo bochornoso de infieles corriendo de un lado a otro entre distintos animales y que levantaba la biblia en una de sus manos, mientras los soldados con  fusil y bayonetas caladas trasladaban baldes con agua.

Escribe Benito Ponciano Márquez que se acercaba en silencio, a recoger sus cosas de la iglesia y que el cura Victorino lo miró y le pidió que encienda todas las luces, dice que le dijo. "Encienda usted todas las luces por favor,  a esta hora y hasta que esta gente se derive hacia Nuestro Señor, habrá Misa permanente" - Según anotó.

Hay un apellido subrayado en su cuaderno. Valdivia.
"Valdivia bajo las aguas" es otra de sus crónicas.
Fue al joven cura Victorino Barboza, a quién acudió Ernesto Valdivia. 

Contaba en sus "Relatos Laicos" que el tal Ernesto Valdivia, se le acercó al nuevo cura y le pidió por alguien que le lleve a Dios lo más rápido posible sus súplicas - Yo soy la palabra de Dios aquí- dice que le dijo Victorino, y que lo tomó del brazo y lo llevó al confesionario.

Cuenta que Valdivia había llegado a Peremerimbé con el primer tren, y que murió vestido con uniforme de ferroviario, cuando los hombres grises ya habían terminado la construcción del dique y las aguas taparon la vieja ciudad de Peremerimbé. Cuando los árboles sedientos por la sequía de tres años, se suicidaron arrancando sus propias raíces, y cuando los pájaros peregrinos cambiaron sus rumbos buscando otros ríos. Un día en que creyó ver el féretro de un familiar navegando en las aguas del lago y que se arrojó con toda su enorme pena, para nunca más salir del fondo de las aguas verdes del dique. 
Agrega que de las vías hacia el oeste se había fundado la nueva ciudad pero que no respetaron el nombre original de la región y que el gobierno hizo cambiar los mapas y que ahora todo esta vasta zona se llamaba Imbuté, y que ante la aparición de aquel primer féretro flotando en las aguas, golpeando su debilitada madera contra las paredes de cemento y tragándose al viejo Valdivia, que ahí mismo nacen los anarquistas, de la mano de un tal Teófilo Cabanillas, los guapos Fontana, el macho Fonseca y una tal Marcela Da Silva, de la famosa "Turma sem Bandeiras." 

Dice que le escuchó decir a Valdivia, en sus largas noches de borrachera, antes de morir ahogado, que Dios había puesto en su cama a la madre del pequeño Didú.
Exclamaba a los presentes de los bares, que Didú, era su hijo enano, pero que él argumentaba que Dios lo había castigado por los tremendos pecados de la madre y por su infeliz maniobra del cambio de señales que llevó al descarrilamiento del tren de cargas en el año del centenario del natalicio del comandante don Juan Penerguido, Guía Patriota. 
Que fue Didú, cuando tendría entre  veinte o veinticinco años de edad, pero que aparentaba de diez, el que le prendió fuego al circo, después de soltar a todos los hambrientos animales, y después de haber sorprendió a su madre en caricias deshonestas, -según así se expresaba- en uno de los carromatos del domador Scattollini, con la mujer barbuda, a pesar de las restricciones morales impuestas por el coronel Iparraguirre. 
Afirmaba, -sigue el escrito- que Didú desde niño, dormía por costumbre en el campanario de la Iglesia, y que fue uno de los primeros en darse cuenta que el Comandante Penerguido, que ostentaba cientocatorce años, había caído muerto. 
También contaba que el niño, nunca había sido bautizado en una Iglesia Cristiana y que le quedó el nombre de Didú, porque ésa fue su primera palabra pronunciada. 

Hay una parte en el manuscrito, desde donde creo, el señor Benito Ponciano Márquez, expone textualmente el relato de  Ernesto Valdivia. 
"...Mi pequeño había empezado a caminar, caminaba por el piso de ladrillos que llega hasta las pajareras del patio, como haciendo equilibrio, con cierta torpeza, pero se lo notaba fuerte y decidido y bajo la acacia florecida, se sentó a defecar. Sus heces eran cilindros sólidos que quedaron expuestos a las moscas y al sol, y allí, como en un milagro repentino empezó a hablar, decía: didú, didú, didú."

















derechos reservados José Antonio Ibarrechea 
diceelwalter@gmail.com  -  http://diceelwalter.blogspot.com  PASEN Y VEAN
Pertenece al libro "Cúter"




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