TRADUCTOR

viernes, 25 de septiembre de 2015

IBARRECHEA: AQUÍ NO HA PASADO NADA


Porque cuando nos avisaron que encontraron el féretro fuera de su tumba, todo roto, supimos que lo hicieron para robarle el oro al finado, no hay otros motivos -me dijo el suboficial de la policía de la provincia, Alcídes Pérez, conocido como el "poligordo."


Luego me decía, el doctor Eugenio Mansilla Crespo, que ante este caso, notaba que ya el cuerpo estaba en un estado de momificación, que ya no tenía tejidos blandos, que había entrado en lo que se llama, descalcificación, pulverización esquelética -el proceso que le digo-, consiste en la desecación del cadáver al evaporarse el agua de los tejidos. Y bueno, ha estado en un medio seco y ha tenido algo de aire circulante que ha contribuido, también el cadáver ya estaba adelgazado, desangrado. Pero esto se produce luego de un periodo mínimo de uno a dos años, en las condiciones ideales que le decía. 



La doctora María Clara Saldivia de Herrera me habló de la pérdida de peso del cadáver y el aspecto oscuro de la piel, que se adosaba al esqueleto, y que claramente se preservaban la fisonomía y los traumatismos en sus partes blandas. Parece que su muerte se produjo en forma natural -asintió-. Aunque no se exactamente en que fecha.



Pregunté de quién se trataba y en los registros del cementerio y de la oficina municipal no había más datos esclarecedores de que, hace aproximadamente treinta y cinco años atrás, la familia de don Orestes Orozco, pagó la tumba a perpetuidad, enterró al muerto y tiempo después vendieron sus propiedades y partieron en sus automóviles. 


Nunca se supo quién, cada tanto, le llevaba alguna que otra  flor de plástico -agregaron-.

Trabajaron la noche del domingo, por lo menos fueron dos personas -seguía contándome Alcides Pérez-, quienes no rompieron el candado de la puerta, usaron la portezuela del crematorio, que apenas tenía una simple traba y salida a los baldíos de los Herrera. Hay que tener huevos para eso. Y ¿Sabe una cosa? había huellas de zapatos grandes. Por eso detuvimos a varios empleados del cementerio, por averiguaciones, señor. Hicimos requisas en sus casas. Porque como usted se habrá dado cuenta, acá se sabe todo, de todos.

En la casa del empleado Rogelio Rojas, dice que encontraron una pequeña caja de chapa con dos millones de pesos moneda nacional, en billetes podridos, dos anillos de oro y una cadena con un crucifijo del mismo metal, y otras joyas que este bruto no supo esconder. Y cómo será de bruto que él mismo formula la denuncia ante nuestra dependencia.

En la casa del ex empleado municipal, Ernesto Villagra, cuñado de Rojas, dice que encontraron un libro del escritor Augusto Ponce de León, ya fallecido, que había sido donado y sellado como patrimonio municipal hace cincuenta y tres años atrás, y que debía haber estado en el último estante de la biblioteca, la de los autores locales, y que se titula "Historia de las familias de mi pueblo." 

En la página treinta y seis había un título intrigante: "El oro de los Orozco."


Según me explicaba el abogado penalista Rafael Díaz Erramuspe, que hay aquí una práctica increíblemente omitida en nuestro Código Penal. Para la ley de nuestro país, no es delito profanar tumbas, exhumar clandestinamente un cuerpo o robar un cadáver, salvo en los casos en que se pida un rescate. Fíjese usted que hoy en día -me dice mientras tomamos un café-,  ante una tumba profanada los damnificados sólo pueden abrir una causa por daños materiales, sin embargo, en el Código, son apenas contravenciones previstas en un  artículo contra la libertad y el honor. En este artículo, se prohíbe expresamente inhumar o exhumar clandestinamente un cadáver humano, violar un sepulcro o profanar un cadáver, sustraer o dispersar restos o cenizas de humanos, alterar o suprimir la identificación de una sepultura. También está prohibido conservar insepulto un cadáver humano fuera de los casos legalmente autorizados, dejarlo en la vía pública o en lugar no autorizado. Es simplemente una contravención grave, nada más. Así es que, con estos argumentos pediré la inmediata libertad de mis clientes inocentes.



El miércoles por la mañana, yo debía escribir la crónica correspondiente para mi periódico.
Me asomé a la calle temprano, a eso de las seis.
Tomé un desayuno en el bar del hotel.
Las radios se encienden.

Desde la gran ventana iluminada veo al lechero, que desde su carro, levanta la mano y saluda a los panaderos que fuman alegremente en la puerta de su negocio, mientras preparan el reparto para algunos almacenes. 

Las luces del día empezaban a clarear los techos de este pueblo.

Un ómnibus llega con algunas maestras que se van directamente a la escuela.

Se levantan las persianas de los comercios.
Los niños pasan con sus libros, cuadernos y útiles escolares.
Los obreros van a la fábrica de embutidos.
Los empleados administrativos, lucen mejores ropas en sus escritorios.
Algunas señoras se asoman por las ventanas.
Hay gente barriendo las veredas.
Dos perros cruzan la calle mansamente.
El quinielero escribe en una pizarra los números de la lotería favorecidos.
Hay una leve brisa que llena el aire con un tenue olor a bosta de vacas.

Una abuela, diría que octogenaria, vestida de luto y con una flor de plástico en la mano, viene hacia mi con paso decidido, me mira y me dice que aquí, en este pueblo, no ha pasado nada. 













José Antonio Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.