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viernes, 21 de agosto de 2015

IBARRECHEA: LA LULI

El asunto fue entre la noche del sábado y la madrugada del domingo, porque el único móvil policial que teníamos en el pueblo, por esas horas andaba merodeando por la ruta y no por las calles de nuestro pueblo, ya que por aquí no pasaba nada de nada, nos conocemos todos y todos sabemos de nuestros movimientos, de nuestras costumbres. Pero esto que ha sucedido nos ha dejado en un estado de total indefensión, ya no sabemos a quien creerle, si al cabo Ordóñez, al comisario Ledezma, al cuidador Gómez, o a los agentes Martínez y Campos.

Dicen que dicen que dijo el tal Gómez que a eso de las once de la noche del sábado, sintió que su jefe, el señor Alcántara puso en marcha su automóvil, un Valiant IV y que salió despacio hacia la puerta principal de la hacienda, que vio cómo se bajaba, que abría el portón, que lo dejaba abierto y trabado y se iba para el lado del pueblo. Que eso le parecía raro, ya que durante el día no le había comentado nada de que saldría a la noche, aparte todos sabíamos -allí es donde nos meten a todos en la bolsa- que el señor Alcántara no andaba bien de salud, que esa artrosis lo tenía mal y que usaba algunos ungüentos en las articulaciones que le dejaban un olor áspero, alcanforado. 
La cuestión es que dice Gómez que él se duerme a eso de la una de la mañana y que estaba seguro que a esa hora don Alcántara no había regresado.

El agente de la policía de la provincia, Gabriel Ernesto Campos, aseguraba que a la una de la mañana, se despertó de su somnolencia por haber permanecido más de veinticuatro horas de turno en la comisaría al sentir unos golpes en la puerta. Dijo que era don Alcántara, que tenía algunas manchas de sangre en su camisa y en la corbata. También, ahora que recordaba mejor, y más tranquilo, nos decía que en el pelo lacio y blanco y en sus manos de hombre de campo, también había sangre. 
Se quedó allí hasta las cuatro, en que vino el comisario Ledezma.

No puede ser, dijeron el cabo Ordóñez y el agente Mario Israel Martínez, porque a eso de las dos de la mañana, vimos pasar por la ruta, rumbo a la whiskería "La Luna" al auto de don Alcántara, y el único que conduce ese auto es él.

Martínez decía que don Alcántara, era incapaz de frecuentar la whiskería de la ruta porque era un hombre de setenta y un años y mal de Parkinson, que decían que tenía.

Ordóñez, fue mas explícito: "La reputa madre que los parió a todos, ¿ustedes se creen que yo, yo, justamente yo, el macho Ordóñez, con más de diez años de antigüedad en esta mierda, me voy a hacer echar por andar mariconeando con mentiritas?" El viejo Alcántara entró antes de las diez, porque cuando fuimos a la ruta y pasamos por la whiskería, comenzaba nuestra ronda y ya el auto estaba allí y estuvo allí hasta las cinco de la mañana porque a las cinco de la mañana, me bajé de la patrulla a orinar.

El comisario Ledezma caminaba nervioso sabiendo que sus subalternos eran interrogados por separado. Lo hizo todo el domingo y todo el lunes hasta el martes que le tomaron declaración sus superiores y la justicia que vino desde Córdoba.

Dicen que dijo que:
En un momento de la madrugada lo llamó el agente Campos, a su casa por el teléfono de la comisaría diciéndole que estaba en la guardia el señor Alcántara que quería hablar con él, y que él mismo le dijo al agente que le describiera el estado de salud, nervios, ebriedad o algo que demuestre cierta anormalidad en el citado señor, y que recibió por respuesta que parecía que estaba herido por un arma blanca. Entonces dijo que se levantó y se vistió con el uniforme, que mientras lo hacía, dijo que miraba la espalda de su mujer dormida, ya entrada en los cincuenta años y que no reconocía ese nuevo lunar cerca de su omóplato izquierdo, lo cual hizo que se "desviaran" sus pensamientos y pensara que era una señal del "cáncer de mierda" que la afectaba desde hacía dos meses. Que al llegar caminando las siete cuadras que lo separaban de la comisaría, notó que los perros andaban algo alborotados y que el auto de Alcántara. estaba en la puerta. Que condujo al señor Carlos Evaristo Alcántara a su despacho y que le preguntó sin más vueltas que le diga qué diablos le pasaba a esa puta hora de la madrugada.

Y que Alcántara habló y que le contó que fue atacado con una cuchilla por una persona desconocida mientras dormía en su casa y que él se defendió con golpes de puño.

Dijo que hizo llamar a Ordóñez y a Martínez, para que lo pasen a buscar con urgencia y que a unos pocos minutos llegó la patrulla y que se subió al móvil y que con los efectivos se dirigió a la hacienda de Alcántara. 
Que el portón estaba cerrado con un pasador y tranca y que a los bocinazos despertaron al señor Gómez, que vive a unos ochenta metros del casco principal de la hacienda del señor Alcántara. Que juntos entraron todos y revisaron la casa hasta que llegaron al dormitorio donde encontraron el cuerpo sin vida de un marica conocido como "La Luli" entre manchas de sangre y de semen y fuerte olor a perfume en las sábanas.

Diez días después, cuando todos ajustaron la hora de sus relojes a la hora "Luli" se supo de acuerdo a las investigaciones de Criminalística de la Policía, que:

Alcántara buscó a "La Luli" en la muy famosa whiskería La Luna, antes de que abra en su horario habitual nocturno. 
Que algo anduvo mal esa noche entre este hombre de setenta y un años y el afeminado de 
treinta, que le habría asestado algunos cortes de cuchilla a Alcántara, antes de morir ahorcado por las manos fuertes del hacendado.
Que las horas que enunciaban en sus declaraciones y dichos los policías, quedaba establecido que todos en realidad, estaban durmiendo, y que mentían para acomodarse a los dichos de su superior.
Que Gómez, el cuidador, había cavado un pozo para enterrar al muerto por una sugerencia de Ledezma que le había asegurado que obtendría su buena "tajada." 
Que la cuchilla encontrada con sangre era la filosa "orejera" de Gómez, la que usaba para "señar" el ganado con un corte en las orejas.
Que el comisario, quería convencer a Alcántara para que dijera que "La Luli" había llegado vivo a la comisaría y que en la celda se había ahorcado con sus ropas de mujer, a cambio de la mitad de sus campos, con cabezas de ganado incluídas. 
Que dicen que decía que eso era lo planeado y que a eso de las diez de la mañana del domingo, cuando empezaba la misa, Ledezma sale apresurado hacia la hacienda de Alcántara en su auto particular.
Allí parece ser que Alcántara se despierta, sale de la celda sin llave, y camina algunos pasos hasta alcanzar -en una de las paredes de la comisaría-, una pistola del armero de madera y cruza la calle y la plaza en dirección a la iglesia.

Lo que nosotros vivimos en la iglesia, en plena misa, y que nadie nos contó, es que vimos entrar a don Alcántara con una pistola en la mano -en las iglesias de los pueblos todos nos damos vuelta para ver quién es el que llega tarde-. Con la misma mano que sostenía la Colt calibre once con veinticinco, se persignó, avanzó hasta la primera fila de asientos, se arrodilló ante el cura que acudió presuroso y sorprendido a calmarlo pero el viejo, sin decir ni una sola palabra, se pegó un balazo en la cabeza.

Nadie más salió herido.













Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com
Foto: CEPRAM

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