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viernes, 17 de julio de 2015

MARIO VECCHIOLI: POEMAS

Soledad.
Aquí, la soledad.
La sola soledad de mi alma sola.

¿Qué se hizo de tu voz
callada ahora?
¿Qué del jardín, sólo por ti fragante?
¿Qué del incendio de la rosa?

Allá, en algún país de tiempo,
llueven ajenjo las palabras rotas.
Y un horizonte musical se quiebra
en grutas melancólicas.
¿Tal vez tu voz, y con tu voz la mía,
aun vagan por sonoras costas,
más allá, más allá del infinito,
buscando siempre la perdida aurora?

Tu distancia arborece,
y hay ráfagas amargas que preotoñan
sobre el silencio donde amarilleas.
Densas circulan, ásperas, las sombras.
El ruedo del estío, naufragado,
ya al neblinoso corazón no torna.
Y una llovizna gris –sabor de nada-
se va detrás del párpado, incolora.

Vacío, soledad.
Una abismal ausencia se desploma,
desnuda de tu acento
y de tu forma.

Frente a la angustia, con la noche encima,
¡la sola soledad de mi alma sola!



Hermano mío, dulcemente hermano…

Hermano mío, dulcemente hermano;
Marzo promedia y, vertical, detalla,
entre caducos oros,
su escalofrío de primera tanda.

-Marzo es la luz que me inventó la vida;
el viento negro que acostó tus alas-

los cipreses hospedan a la tarde.
Un incoloro rezo de hojarascas
explica el sur, que viene
rememorando ramas.

Te nombro con inmóvil pensamiento.
Y me sabes a lágrimas.

No, ya no estás conmigo.
Ni están las voces de la antigua casa.
Nuestra rural y azul adolescencia
es polvo de fulgor que se me apaga
entre el hollín de la ciudad de Pórtland.

Sólo tu sombra amada
me lleva, todavía, por las cosas.
¡Sólo tu sombra amada!

Y es tu sangre ¡tu sangre!
la que me tañe sus campanas.

¡Oh! Aquél urgirme la canción distinta,
con labradores y fumantes chacras,
con tierra ruda y con vehementes soles.

En esta tarde amarga,
te escucho transcurrirme
sobre remotas ráfagas de alfalfa.
Corre una arisca libertad de potros.
Melódicos follajes de calandrias
describen el invicto
rubor de las auroras. Y en sumaria
conformidad agreste,
el niño triste del balido ensancha
su mansedumbre eglógica
por un aire de espigas y labranzas.

¡Oh! Hermano mío, dulcemente hermano:
esta es la tierra insobornable y santa.
La verde Oceanía
donde –frutados de infinita pausa-
papá y mamá nos nombras
en sembradura de última jornada.

Ahora que te has ido y te subsistes
en el alivio angélico del alma,
yo te la traigo. Con sus gringos sólidos
atropellando el alba.
Con sus muchachos de acerado temple,
sus rústicos patriarcas,
sus mujeres de arrullo y de coraje
partiendo a la fatiga cotidiana.

Que mi ternura te lo alcance todo,
campos, palomas, tolvaneras, Patria.
¡Ahora que te has ido, hermano, y que eres
también un poco más de tierra amada!

Mario Renato Federico Vecchioli
(25 de marzo de 1903 - 20 de noviembre de 1978)

De la localidad santafesina de Sunchales, también población crecida con el aporte de la inmigración italiana, y descendiente directo de padres peninsulares, Mario Vecchioli, radicado posteriormente en la ciudad de Rafaela, dejó en sus Silvas Labriegas (1952) uno de los testimonios más profundos sobre la gesta de sus antepasados.

Evocador espirituoso de una epopeya ingenuamente campesina, posee en sí la génesis y la apoteosis, lo definió Lermo Rafael Balbi, al prologar la edición de sus Obras Completas (1981)
Componen su producción lírica los libros: Mensaje lírico (1946), Tiempo de amor (1948), La dama de las rosas (1950), Silvas labriegas (1952), De otros días (1970), El sueño casi imposible (1974), Rincón de tierra nuestra (1975) y Reiteración del hombre (1977).
Fuente: Eugenio Castelli (Un Siglo de Literatura Santafesina)- literaturasantafe.blogia.com - Foto:rafaela.gov.ar

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