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viernes, 31 de julio de 2015

LOURDES ESPÍNOLA: A VINCENT


Comprendes cómo te
nombro,
con mente quieta y silenciosa
me escucho
cuando no me escuchan,
escribo tu nombre
con el borde de la lengua,
rodando el filo vacío de los labios.
Y te extiendes luchando
en la humedad de mi deseo,
en la resonancia del silencio.
Te aíslo y separo de los otros
sucesivamente incierto,
tiemblas dentro en la garganta,
te atrapo y fortalezco;
como símbolo fresco
te hago mío.
Envuelvo tu nombre en mi contacto,
cuerda vocal que busca su instrumento.
Te estanco en el sonido de mi aliento,
te resistes,
te rindes:
te he nombrado.

De repente, te tropiezo,
te abres hacia mí
y desde el desván del alma
ese papel, esa escritura
indócil me avasalla
y me pierdo a mí misma
en el pequeño orbe de tu carta.
Suspendida en la hoja, gota a gota
salto hacia ti, escafandra en mano,
y me ciño la ropa de los tibios años.
Estoy en todas partes y en ninguna:
fantasmagórica y real,
me seduces y ahogas.
En el beso mortal
con olor a tus manos
me deshaces en caos.
Vuelvo a mi ordenado mundo,
cierro el sobre.

Pero cómo recobrar los gestos del amor,
las olvidadas trampas, las miradas
que se nutren en los ojos del otro.
Cómo despertar a mi dormido cuerpo,
despojado de noches,
amortajado en sueños,
en ardid de silencios.
Cual válvula escondida
hará correr la sangre
para entibiar rincones
e innombrables nostalgias.
Mis manos desperezan
la boca entumecida
que nutriéndose
va de tus palabras.
Apenas ya recuerdo
los ritos,
los gemidos.
Hilvanando memorias
antiguas, aprendidas,
empezará a girar
mi aliento entre tus manos.
Apenas recordando,
ensayando de nuevo las palabras.

Eres nube, eres mar,
eres olvido.
Eres también aquello
que has perdido
Jorge
Luis Borges

No estás al alba,
el diamante de la memoria
sella miradas
y mi silencio acuña tu silencio.
Espejos vienen reflejando
en mi pupila lo que fue
del amor atrevido,
del callado que respirando va
en nuestra garganta
y súbito y audaz ya nos atrapa.
El vino rojo de memorias
nos inunda y nos baña
este silencio, este tímpano sordo de tus cartas,
esas claves secretas en tus libros,
esa manzana roja que mordimos,
esos susurros,
esas noches.

Vamos a considerar todas las cosas:
tu mirada empapada de otras noches,
tus manos de semilla
a punto de plantarse en mi costado,
y sobre todo tu fuego, que crea tanto
y temo me destruya;
y también
la puntual muerte del amor,
como me hablaste.
Pero mejor, no consideremos nada
y
extiende
el ramillete de nervios de mi tacto,
sólo para que Dios
no me encuentre dormida.

Insomne en soledades,
las estaciones de mi cuerpo callan,
esperando dormidas en los fuegos.
Al regresar de conquistadas noches,
náutica en fábulas y abismos,
astro demente del amor.
Soy quemante espectro.
Frente a ti,
la piel brillante al aire,
desnuda de los pies hasta el alma
y tú ni te das cuenta,
todavía.

Extraño ritual al tacto,
reconocer el libro con tu nombre:
respiras entrelíneas
y muerdes,
en las marcas de los márgenes.
Las páginas leídas
tornadas grises por tus dedos
son palabras con olor a tus poros,
amoldados, tibios, a tus manos.
La azul tapa cosquillea
cada nervio extendido de mi mano,
al tropezar luego sorprendida
con la doblada página
elegida,
la que resume alientos
y me habla.

A veces en silencio
te nombro con la urgencia de mi desesperanza.
Mi ropa son mis ansias
y están atadas a mi piel,
con esa falta de todo lo que llenas.
Respiro en tus papeles,
al borde de tu cama,
cual desnudo invisible que la sombra acompaña.
Hoy sientes en la tarde
que espejos transparentes
te devuelven mi cara.
Mis pupilas cansadas
mecidas en tus manos
te muerden cada dedo,
vedados como abismos de frutos prohibidos.
Cierro la puerta,
grito,
llamando ese rincón
poblado de tu savia.

Manos abriéndose, como interrogación no terminada
en enigma de opaco crucigrama.
Mirar el rostro y luego...
tus pies nudosos y descalzos,
blancos en la espuma de un mar
que no nos permitió vernos.
Transparencia.
¿Cuál pupila reflejará el verde o el azul?
El antiguo cuervo de tu pelo
batirá sus alas,
sacudiendo mi punto de recuerdo
en el horizonte de la tarde.

Insomnes caminantes, ya caemos,
distraídos casi, en transparencias:
con prodigioso amor
y demoliendo duras cáscaras viejas, carcomidas.
Fulminante resurrección:
así clavada
sencillamente a éste tu costado,
vuelvo
salada de naufragios,
de fantasmas
implacables, tardíos desatinos.
(y me deslizo despacio
de esta isla,
alargándome apenas en tus alas).

Desvelado vives
en los nervios insomnes de mis noches
o en el libro que guardo con tu nombre.
(Redondo y suave tacto
como alas).
Ángel de fuego,
tocas y destrozas las angustias,
asfixias y temores,
enloqueciendo mi médula en secreto.
Inventaste la creación entera
y no existía;
ángel, arcángel, espuma, alas,
antes
de que tu lengua me tocara.
Terciopelo de labios,
caracola,
húmedo, caliente,
tu aliento entre mis manos.

Y cómo contestar
esa confidencia,
de amores enredados, de azoradas esquinas,
de tardes compartidas.
Diciéndote, mi amigo,
que antes te esperaba,
que te espero,
que quisiera enredarme en tus amores,
mantenerte despierto,
que me pienses al alba.
En tu lista de amores,
azares, confidencias,
estoy aquí esperando,
respiro entre tus sábanas
llamándote, mi amigo.



Lourdes Espínola
Nació en Asunción, Paraguay en 1954
Poeta y ensayista. Aunque odontóloga de profesión, desde muy joven se ha dedicado a la poesía. También colabora de manera regular en suplementos culturales y revistas literarias a nivel nacional e internacional. En 1973 apareció su primera obra: Visión del Arcángel en once puertas. A partir de esa fecha, Lourdes Espínola ha publicado varios otros poemarios que le han ganado dos premios literarios internacionales. De sus publicaciones, se destacan especialmente: Monocorde amarillo (1976), Almenas del silencio(1977), Ser mujer y otras desventuras (1985; ed. bilingüe: inglés-español), Tímpano y silencio (1986) y Partidas y regresos (1990).
Fuente: Los-Poetas.com
Foto: Los-Poetas.com



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