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viernes, 31 de julio de 2015

LAYLA MARTÍNEZ: LAS DOS HERMANAS


I
Los alaridos anuncian a los bebedores de láudano como los cabellos flotantes anuncian a las muchachas ahogadas en domingo. Como los extraños montículos que crecen en los huertos anuncian la lenta descomposición del tejido cartilaginoso. El pelo de los muertos fermenta despacio, por eso las tumbas son cavadas en lugares silenciosos y los candiles no alumbran el fondo de los estanques. Por eso las canciones infantiles deben hablar de la pureza psíquica de la raza y las envenenadoras deben ser condenadas a sacar brillo de los botines de los ahorcados mientras aún están balanceándose. No os fiéis de los enterradores. Los enterradores caminan sobre los rostros de los durmientes pero no oyen su murmullo. El murmullo que anuncia la hora en la que las babosas serán domesticadas y las carniceras perderán sus empleos a manos de los afiladores de guillotinas. En cambio ellas, las dos hermanas que dormían en el mismo lecho, sí los oían. Oían cómo las llamaban a gritos desde debajo de la tierra y susurraban profecías que solo los insectos podían entender. Profecías que hablaban de los niños de mejillas sonrosadas que rociaban con ácido los bosques de maleza y bailaban con la boca llena de herbicida. De los ancianos ahorcados por hablar de la enfermedad demasiado alto. Por esconder cajas de cartón debajo de la cama durante la epidemia provocada por la envenenadora.

II
Desde su casa, las dos hermanas oían a las muchachas del pueblo cercano caer en la ciénaga y chapotear hasta ser tragadas por las aguas oscuras. Después la ciénaga escupía sus cuerpos y sus cabellos flotaban en el agua como flota el cabello de los ahogados. Entonces montaban en su barca y recogían los cuerpos de las muchachas, los cuerpos fríos y blandos que parecían paridos por el invierno. Los llevaban a la orilla y los arrastraban entre la maleza. La maleza siempre ha sido celosa y arañaba las piernas de las muchachas y masticaba sus dedos, pero las dos hermanas tiraban de ellas con fuerza. Las madres del pueblo cercano criaban a sus hijas en sótanos cerrados con llave, pero ellas se dejaban crecer las uñas para poder abrir las cerraduras. Después corrían como santas salvajes a punto de ser pisoteadas por los ciervos, como predicadores perversos que huyen de los afiladores de cuchillos. Pero la celosa maleza las empujaba a la ciénaga, donde chapoteaban hasta caer exhaustas.

III
Las dos hermanas quitaban las ropas a las muchachas ahogadas para arroparse con ellas por las noches, cortaban sus cabellos para tejer jerséis, arrancaban sus dientes para hacer jabón en el invierno. Después las enterraban bajo la tierra del huerto y regaban con el agua de los cabellos recién cortados los montículos palpitantes. Los montículos que cubrían a las muchachas que dormían con los ojos abiertos y murmuraban profecías con la boca llena del agua espesa de la ciénaga. La sangre que manaba de los arañazos hechos por la maleza y la lenta descomposición del tejido cartilaginoso bajo los montículos hacía que las plantas del huerto creciesen cada noche y diesen frutos extraños. Los ancianos que hablaban de la enfermedad en voz baja alumbraban los caminos con sus candiles, pero los tentáculos de las plantas avanzaban en silencio hacia el pueblo y los frutos de las plantas eran cada vez más grandes. Las dos hermanas oían los susurros procedentes del huerto de membranas, pero las durmientes hablaban con palabras extrañas que no podían entender. Con palabras que sonaban como los ruidos que hacen los insectos al caer la noche. Por eso ellas esperaban cogidas de la mano junto a los montículos palpitantes hasta que algún insecto aparecía a través de la tierra. Entonces lo atrapaban en un frasco de cristal y lo llevaban a casa. Después lo clavaban en la pared con un alfiler de su vestido.

IV
Los insectos movían una y otra vez sus pequeñas patas, pero no podían liberarse. Estaban atrapados como los sonámbulos que se amarran con correas para dormir, como los ancianos que alumbran la destrucción al borde de los caminos. Cuando caía la noche, los insectos clavados en la pared hablaban con las dos hermanas y les contaban los cuentos que habían oído bajo tierra a las muchachas ahogadas. Cuentos sobre adolescentes rapados al cero por instituciones que aplicaban con severidad los principios ilustrados de domesticación de monjas salvajes. Sobre suicidas que entraban en la muerte con las manos amputadas por el peso de los candiles. Sobre hermanos siameses unidos por las pestañas. Pero a veces los insectos sentían miedo y gritaban de terror en medio del cuento, y no podían acabarlo por mucho que las dos hermanas les clavasen más fuerte los alfileres. Entonces ellas se cogían de la mano y caminaban descalzas hasta la huerta. Allí desenterraban a las muchachas que dormían bajo los montículos para que les contasen el final del cuento, pero veían sus labios cubiertos de tierra y sus piernas cubiertas de sangre. La sangre de la que se alimentaban las plantas, que daban frutos dulces como las hojas de la adormidera y rojos como las bayas de los espinos. Las dos hermanas los devoraban con sus pequeños dientes ansiosos, pero no sangraban. No sabían que las que duermen en la cama de sus hermanas no pueden sangrar porque han conocido la pureza. No pueden sangrar pero pueden saciar su sed en el veneno de las enredaderas y calmar su hambre en los huertos de membranas. No pueden sangrar pero pueden escuchar a las muchachas durmientes, y las muchachas durmientes murmurarán profecías y les susurrarán nuestros nombres.

(Del poemario inédito Las canciones de los durmientes)



Layla Martínez
(Madrid, España, 1987) es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y graduada en Sexología por la Universidad de Alcalá de Henares (Instituto de Ciencias Sexológicas INCISEX). En su primer poemario, El libro de la crueldad (LVR Ediciones, 2012), mezcla poemas en prosa con falsas biografías y poemas en verso. Ha realizado labores de edición, corrección y traducción para distintos fanzines y publicaciones alternativas y ha prologado distintos libros, entre ellos Estoy gritando (María Sotomayor, Canalla Ediciones, 2013) y Animales de Vidrio (Almudena Vega, Fundación Málaga, 2013). Algunos de sus textos y poemas han sido publicados en diferentes antologías, como Sangrantes (Origami, 2013),Negra Flama (CNT-Jaén, 2013) y Tus ramas/mis huesos (edición digital, 2013). Trabaja como redactora para distintas webs y revistas online y es la coordinadora de la sección de Actualidad del periódico de CNT, de distribución nacional. Además, colabora habitualmente con Culturamas, donde tiene una columna mensual de análisis político y donde publica reseñas de libros relacionados con esta temática. También realiza crítica literaria para el periódico Diagonal. Sobrevive como puede.
Contacto: laylamartinezvicente@gmail.com
Blog: http://vidadeperrxs.blogspot.com.es/
Fuente: gentemergente.com
Foto: poetikaspoetikas.blogspot.com

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