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viernes, 24 de julio de 2015

IBARRECHEA: SIN CEREMONIAS NI FORMULISMOS (De la novela Cúter)

I
Esteban Cañizares me dice que tiene algo para agregar:
- Era él, vestido como siempre lo hizo por aquí, a mí no me cabe ninguna duda, aunque quizás parecía algo más flaco, pero era él, señor periodista. Yo estoy seguro. Es más quise cruzar la vereda para saludarlo, pero llegó el auto de los asesinos, llegó despacio, frenó y lo acribillaron desde arriba, luego se bajaron y siguieron tirándole tiros por la espalda. La única cosa que me llamó la atención fue que no mirara hacia los costados como antes lo hacía, quizás estaba muy confiado y seguro. Recuerdo que era una muy linda mañana y que se fue todo al carajo con esa mierda de olor a sangre y pólvora que duró por una semana con sus noches. Con la policía cercando el lugar, con algunos sacando fotos de las paredes, de la puerta, de la ventana, de la vereda –señala el lugar con sus manos-. Solo eran imágenes, no hubo un grito, no hubo mas ruido que el de las balas y el del tiro final, cuando todos estábamos adentro escondidos. Luego el auto se fue, doblaron dos cuadras más adelante. Entonces yo los seguí, y atrás mío salieron los uniformados de la policía que custodiaban siempre al juez Bonaventura, que siempre pasaba por aquí a la misma hora.
Él mismo nos pedía a los gritos que busquemos a la ambulancia y que tapemos ese cuerpo –acompaña su relato con el movimiento de las manos y sus gestos son elocuentes-. Yo les indicaba sacando la mano, la dirección por dónde se escapaban. Les indiqué el camino y siguieron tras los asesinos, ¿sabe? me sentí un héroe en ése momento y seguí y seguí atrás de ellos hasta cuando salieron a la ruta y allí, por esquivar el burro del mayoral Santino, se fueron a la banquina y dieron varias vueltas. Hasta que el automóvil se detuvo en el maizal. La policía los apuntó y ellos soltaron las armas, menos el tal Tobías que quiso seguir tirando y se disparó el solo en la pierna de mareado y borracho que estaba. Ese tal Luis lloraba mientras se limpiaba la ropa y los otros dos saltaban contentos y diciendo que habían matado a Cúter.
- ¿Cuánta gente estaba ahí?
- Éramos varios, y entre todos ayudamos y cortamos la ruta, si señor, entre todos porque solo había dos policías  que los estaban desarmando, los acostaron boca abajo y les ataron las manos con sus cintos y los descalzaron.  Dejaron que ése tal Tobías se desangre hasta que después, en la multitud de la ruta, llegó otro patrullero, la Guardia Militar y una ambulancia –golpea la mesa con las manos-. Nos echaron a todos y se los llevaron presos, ¿sabe? es el décimo reportaje que me hacen... y siempre dije lo mismo... aunque pasen los años. Si señor, yo estuve ahí. Me mantuve atento subí a mi auto y los seguí. ¿Soy valiente no? -sin parar de hablar ni de esperar por preguntas continuó diciendo que-.  Mire lo conocí jugando a las cartas en el club, el venía cada tanto, decía que era un vendedor de terrenos, un tipo generoso.
- Hábleme de la señora Beatriz, la dueña de la casa.
- No, la señora Beatriz no lo conocía, ella nunca salía de su casa al menos para hacer algunas compras o ir hasta la Iglesia o esas cosas que ella hacía, aunque últimamente viajaba mucho, desde que fallecieron sus padres, empezó a salir y tendría sus cosas por ahí, quien sabe, pero aquí en el pueblo nada de nada. Y nunca los vi juntos, eso si es cierto, ella era una santa. Volvió a la semana de ocurrido el hecho, atestiguó que no lo conocía y mandó a arreglar la casa, no se la escuchó decir más nada, solo hablaba con el cura y el juez, después puso la casa en venta se fue y exactamente, no se dónde vive ahora, pero el cura siempre pide que oremos por ella  -se me acerca y me dice despacito-. Visite al cura Victorino Barboza antes que se muera de viejo, en una de ésas él sabe dónde pueda estar ella ahora.
Ahora anote bien que mi nombre es Esteban Cañizares, Altomoncadense señor, de setenta y ocho años, publique mi foto también, a ver espere que me ponga al sol, espere, espere, este es mi mejor perfil, ahora señor.
El señor Esteban Cañizares había publicado una historieta con dibujos de Camilo Sánchez Artiaga, llamada "Cúter" Lo hizo en varios capítulos, a medida que "el dicen que dicen que" se instalaba en las mesas de los bares y alguien cercano al juez, dejaba escapar un comentario que enriqueciera su imaginación.

Leí y releí este capítulo de un pequeño boletín que no llegó a ser incautado por las autoridades. Cañizares asegura que es de su total creación. Que es el autor intelectual y que se encuentra registrado todo a su nombre. Porque él mismo -dice- recorrió  lo que él creía habían sido las últimas horas de "Cúter." 
Para el dibujante Artiaga, el famoso cúter era un hombre delgado, de finos bigotes, rasgo que resalta y normalmente oculta otros rasgos de su rostro.

Página uno.
"Lo primero que hizo al despertar, fue afeitarse, lo hizo lentamente después de desayunar, colgó la llave de la habitación en el tablero del hotel donde se alojó durante dos meses esperando, y salió a la vereda.
Las luces públicas y de algunas casas aún estaban encendidas y el sol apenas se asomaba cuando cruzó la calle en dirección a la plaza de la fiesta. 
Algunos gallináceos se alborotaron a su paso mientras comían las sobras de la parranda de la noche anterior.             
En uno de los bancos dormía su borrachera uno de los músicos despistados sin advertir que sus ronquidos desafinaban la quietud de la hora. 
Un perro se le acercó, lo siguió algunos pasos husmeando su maleta y se echó nuevamente en el pasto pisoteado para disfrutar del fresco de la mañana. 
Nadie más estaba levantado o despierto para ver su paso decidido hacia la estación de ferrocarril, apenas dos cuadras distantes. 
Buscó el banco más limpio del andén y cerca del pasillo de la boletería. Se sentó sobre su pañuelo, se acomodó el sombrero y apoyó la maleta entre sus pies. Totalmente solo."

Página dos.
"A las siete de la mañana puntualmente, el boletero levantó la persiana, se colocó los cubremangas negros y sobre su cabeza, una visera del mismo color, encendió las lámparas sobre un mueble pintado de color marrón, donde estaban prolijamente acomodados los boletos de viaje y comenzó a llenar formularios impresos de la compañía de ferrocarril Star Line, con letra clara y cursiva. Como se acostumbraba.
Pero sin advertir la presencia del hombre sentado en el andén, solo y con una maleta en sus pies.
Era día Domingo, el primero de diciembre.”

Página tres.
“Cuando el pueblo se fue despertando,  las campanas de la Iglesia llamaban a la primera Misa Y algunas puertas y postigos se abrían para que la gente se desperezase.
Nadie más en el pueblo tenía motivos para ir o pasar por la estación de trenes. Olvidada, desde que hicieron su aparición los ómnibus y cerrara la Cañera del Sitio.
Solamente pasaba un tren de pasajeros a eso de las dos de la tarde y solo en escasas oportunidades paraba.
Él parecía saberlo, entonces se levantó, tomó la valija y fue hasta la boletería.
El boletero sin levantar la vista de las planillas le extendió un boleto y algunas monedas de vuelto.”

Página cuatro.
"Cuando se sentó nuevamente sobre su pañuelo  en el mismo banco, recordó que nunca había visto al boletero en el pueblo, lo recordaría por sus manos temblorosas y huesudas, por el movimiento brusco para buscar el boleto, llevarlo a la prensa para que de un solo golpe seco, le marcase el horario y la fecha del viaje.
Acertaba en sus pensamientos que entre ellos no se habían hablado, que simplemente puso el dinero en la ventanilla y que recibió el pasaje de cartón duro y de color anaranjado pálido  pero nada de eso le importaba.
Se sentó a esperar.
Eso haría esperar."

Página cinco.
"Y sintió sueño. Un sueño profundo y sereno, como una caricia tierna... mientras el pueblo de San Vicente recobraba su bullicio.
Y Soñaba.
Soñaba que era un niño pequeño y que corría descalzo por los sitios baldíos entre las pencas y las tunas, entre las jarillas y los aromos y sus perros malolientes cerca del rancho donde vivía con su padre, hasta que una enorme nube oscura le tapa el sol. El día oscurece. Los perros lo dejan solo y empieza a gritar, los llama, los llama por su nombre y en la oscuridad y bajo una intensa lluvia, los encuentra muertos.
Despierta.
Despierta transpirado y gotas de sudor le caen por el rostro arrugado y febril, se levanta el sombrero y se seca el sudor con el pañuelo.
Se pone de pie y camina hasta el bebedero sin  soltar la valija. Consulta la hora, con su reloj pulsera y con  el reloj de la estación.
Una brisa leve le sacude el pantalón y un silbato lejano le anuncia la proximidad del tren. Observa al cambista mover las señales y algunas vías se acomodan para el paso del tren."

Página seis.
"El mueve los dedos emitiendo un chasquido nervioso que acompañaba el ruido de las ruedas sobre las vías. Y asciende al primer vagón apenas este hubo frenado.
Se sentó mirando a la playa de maniobras, en el primer asiento, esperó en silencio, casi sin moverse hasta que el tren nuevamente se puso en marcha, entonces allí cambió de lugar.
Eligió  ahora el asiento que le cubría la espalda y que desde allí podía observar todo el vagón completo y sintió confianza en el resto del pasaje.
Algunas familias y personas extrañas, adormecidas y vacilantes se preparaban para almorzar. 
Él hizo lo mismo. 
Desde el comienzo del vagón, donde nadie percataba su presencia, colocó la valija en su regazo, la abrió y sacó un envoltorio de papel que abrió lentamente.
Extrajo un embutido de carne de cerdo, un pedazo de queso y con un cuchillo filoso, los fue rebanando en fetas que comía despacio, saboreando cada bocado, mirando a los demás pasajeros y  mientras el tren avanzaba hacia donde la muerte lo esperaba y mientras se perdía en los interminables horizontes que dibujan este valle. "

-Usted dice que él llegó aquí en tren.
-El tren llegaba aquí a las seis de la mañana, señor.

II
Elcíades Tapia me dijo que lo vio morir. 
Me dijo que pensó en un momento que no se trataba de Cipriano Tavares, alias cúter, el muerto, pero antes lo gritos de los matadores y lo desfigurado del rostro, mas aún la carta que evidenciaba que se trataba de él, pareció conformarse, y que con el tiempo, sus dudas se fueron diluyendo en las aguas del olvido –con esa contundencia me hablaba, mientras tomábamos un café-.
-Cuando asesinaron a Don Cipriano Tavares, alias "Cúter" yo recuerdo que el día se presentaba esplendoroso, Había un sol tenue escondido entre unas nubes remolonas -me contaba don Elcíades Tapia, el poeta olvidado del pueblo, mientras se rascaba la espesa barba-.  El día estaba cálido, pero había una brisa suave que venía desde las sierras y que abanicaba a  las hojas de los árboles. A esa hora había mucha gente en la calle, como a él le gustaba ver en éste pueblo. Dicen que nadie lo había visto llegar. Ni siquiera fue reconocido mientras caminó las catorce cuadras desde la parada del ómnibus hasta llegar al umbral de la casa de Doña Beatriz. 
-Usted dice que no llegó aquí en tren.
-No, atestiguaron algunos que lo vieron descender del ómnibus. Tampoco había cambiado tanto su aspecto en estos años de ausencia, en los que le adjudicaron los crímenes simultáneos y semejantes que conmocionaron a toda la región. El parecía, cómo decirle, un vigilante perspicaz de las pertenencias ajenas. Era muy bondadoso con las suyas y era dueño de una gran imaginación, un cuentista -parece buscar algo entre papeles desparramados sobre la mesa-. Tenía un muy buen talante, era bastante arreglado en sus costumbres, sin inquietudes ni preocupaciones, demostraba que parecía encontrarse en una situación económica arreglada. Bien acomodada. Acá nunca lo vimos en cosas raras, ni metido en enredos ni en trampas, menos aun, en cambalaches de mal género. Mire señor, él aquí se comportaba sin ceremonias ni formulismos, ¿Entiende? Siempre se mostraba afable y sencillo, dispuesto para cualquier broma, porque créame, él era también un tipo divertido, con un estilo muy peculiar, muy privativo, se hacía apreciar y se distinguía por lo esmerado y elegante. Pernoctaba en el hotel Buen Descanso, tenía una habitación al fondo y comía en los otros bares y restaurantes, su preferido era el de Arquimino, acá, a la vuelta -me señala hacia la calle donde mataron a Cúter-. Él andaba sin engañar a nadie, respondía de todo sin emplear evasivas, amigo. Creo que contaba con una honradez y una integridad admirable, casi le diría que tenía por cualidad, la pureza de su alma. Mire, dada su arrogancia, su estirpe y su belleza subliminal, Creo que hizo muy bien en fijarse en Doña Beatriz, que para nosotros, era la menos pensada. 
- El informe dice que no, ¿pero usted cree que ella estaba en la casa?
- No, ella no estaba en la casa, aquel día.
- ¿Usted cree entonces que el asesinado fue realmente Cúter?
- Yo creo que Cúter era de aquellas personas que sabían ponerse a resguardo en las tempestades. Sabía lo que hacía. Acertaba en lo que buscaba.











diceelwalter@gmail.com
Capítulo correspondiente a la novela "Cúter"

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