TRADUCTOR

viernes, 31 de julio de 2015

DANIEL SALZANO: EL UNIVERSO ERA UN NIÑO ASOMADO A LA MESA DEL CLUB ALAS ARGENTINAS


Cómo habré sido yo de chiquito, de bajito, que cada vez que nos explicaban el Sistema Solar en el colegio, a mí me asignaban el papel de Plutón.

Se trataba de una explicación tan práctica como humillante: ocupando el centro de un círculo imaginario –el universo– inmovilizaban a Arévalo, el más rubio del grado. La misión de Arévalo, como la del Sol, era dejarse querer y estarse quieto.

Alrededor de Arévalo, nos ubicaban a nosotros, los planetas. Nueve en total: todos girábamos sin parar pero a distintas velocidades. Y mientras nos desplazábamos sobre el universo de mosaicos, la maestra, de fondo, manejaba un tocadiscos a tracción a sangre donde sonaba una y otra vez El lago de los cisnes.

Yo era quien debía desplazarme con mayor lentitud, porque Plutón empleaba 249 años para dar una vuelta completa alrededor de Arévalo.

Salzano, el planeta enano.

Ya lo dije en las primeras líneas: yo era el más bajito de todos. Tenía las manos chicas, los pies chicos, la cintura chica y, cuando en casa nos sentábamos a almorzar, cubría la distancia que me separaba del borde de la mesa con dos tomos apilados de la enciclopedia Espasa Calpe.

En realidad, no me faltaba ninguna figurita para llenar el álbum: escribía con letra de pigmeo, ocupaba el primer puesto de la fila y me sentaba en el pupitre de adelante de la clase.

A mí no me gustaba nada ser un escolar tan insignificante, pero me encantaba representar a Plutón. Tal vez porque su nombre recordaba a Pluto, el perro más famoso de la escudería Disney, o porque el acento que cargaba sobre la última sílaba me transfería un nivel de mando que el resto de los planetas no tenía.

En el mismo diccionario sobre el que me sentaba a la hora del almuerzo, encontré una definición que se convirtió en uno de mis secretos mejor guardados: “Plutón: título ritual de Hades, dios de las profundidades de la tierra”. Es decir, el diablo.

De todas maneras, participar de la representación del Sistema Solar era una celebración que me conmovía.

Marte, por ejemplo, era un sombrero de mujer observado desde arriba por el vecino del tercero.

Júpiter era un helado coronado por dos lunas: la de crema y la de chocolate.

Neptuno era un balero de nogal con la embocadura revestida de diamantes.

Urano era un lunar apostado en la colina del escote de Ava Gardner.

Y el universo era un niño asomado a la mesa de billar del club Alas Argentinas.

Plutón, la tortuga luciferina, prácticamente no existía, era el planeta tonto de la escudería, un lelo a quien la ciencia liquidaba a escobazos como si se tratara de un perro hurgando la basura.

Al planeta de los pantalones cortos lo detectó, en 1930, un genio de 24 años, Clyde Tombaugh, cuyo cometido específico en el observatorio Lowell, de Arizona, consistía en fotografiar el Sistema Solar en períodos de una y dos semanas. Un día advirtió que, en la inmensidad, un piojo se movía. Era yo, avanzando en cámara lenta alrededor de Arévalo.

La Luna, la nuestra, era bastante más grande que Plutón y desde un comienzo se plantearon serias objeciones para conferirle el estatus de planeta. 

Fue –consta en actas– una lucha memorable. Por un lado, los astrónomos que se negaban a incluirlo en sus dibujos alegando rigurosas formalidades. Para ellos, a lo sumo, el chico de Clyde Tombaugh era un asteroide de cuarta, una bocha de helado de la confitería Venecia, una pelota de ping pong usurpando el centro de la cancha de Talleres.

Lo llamaron Plutón, pero se morían por llamarlo Pulgarcito.

Mi vida y la del planetita tomaron rutas diferentes cuando me convertí en un planeta de la talla L y abandoné la cueva de los enanitos.

En quinto grado, ya era Neptuno, y en sexto ocupé la plaza de Urano. No llegué a calzarme los botines de Saturno porque ingresé al colegio secundario, donde el cielo, como tantas otras cosas en la vida, dejaba de ser lo que había sido.

Como sabrán, lectores, Plutón fue dominado por la ciencia del siglo 21, que lo enjuició en Viena, durante la Asamblea General de la Unión Astronómica Internacional. Lo destituyeron porque las medidas no le daban. Desde entonces, hace cinco años, los planetas son ocho y Plutón ha sido castigado como los ferroviarios en tiempo de Perón, cuando los confinaban en una pensión de Cruz del Eje.

En realidad, en lo esencial, las cosas no han cambiado: Plutón sigue siendo una criatura pequeña, cabezona y sentimental que ya no figura en la Guía Michelin. ¿La verdad? El piojo quedaba muy a trasmano y ningún científico estaba dispuesto a hacerle el aguante durante los 250 años que tarda cada uno de sus giros.











Daniel Salzano
Periodista, escritor y poeta nacido en la ciudad de Córdoba, Argentina en 1941 y fallecido en el 2014
Fuente: Quienes y Cuando, Diario La Voz del Interior

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.