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viernes, 24 de abril de 2015

IBARRECHEA: (CÚTER) NADIE FUE AL ENTIERRO DE GERVASIO MOYANO CHOZNO


Nos contaba que de repente se sintió viejo, pero viejo de una vejez interminable y sin más honores que sus largas noches de borrachera, entonces creyó que era hora de una muerte justa y digna. Nos dijo aquí en el bar, que aquella noche dejó el vaso de vino en la mesa de madera del patio hediondo de gallinas y que caminó hasta la sombra de la mujer que bailaba sola bajo la lámpara trémula colgada del sauce.

-Vienes a decirme que esta es mi última noche, ¿verdad? -dice que le preguntó- y que la sombra de la finada Rosario Kindelán, que mucho tiempo después supimos que era una Peremerimbina huérfana que bajaba y subía de las montañas asustando a las tropas del gobierno, le dijo que si, solo con el movimiento afirmativo de su cabeza, por eso vino a tomar unas cervezas con nosotros y entonces aquí nadie le creyó.

Gervasio Moyano Chozno vino a despedirse.


Tiempo atrás, tampoco le creyó el juez Bonaventura cuando manifestó haber visto a Cúter Tavares cruzar por el patio de su rancho, la semana de las indagatorias a los testigos.

En realidad, no le creímos nunca sus conversaciones con los fantasmas de los Sepúlveda, ni menos le creímos cuando una mañana nos dijo que unas mujeres que volaban le pidieron agua fresca para beber. Porque siempre pedía que le pagásemos una vuelta más de vino para continuar con sus relatos.


En una oportunidad, una asistente social enviada por el gobierno, manifestó en uno de sus largos informes que Gervasio Moyano Chozno padecía una conducta autodestructiva que se manifestaba en las mil y una forma distintas de llegar a la muerte. Pero ella no supo explicar cómo es que Gervasio podía hablar y nombrar a gente que nadie sabía por estos lugares que había existido y merodeado por este amplio valle de misterios.

Así es que la última vez que lo vimos, se tomó con nosotros algunas cervezas, y nos habló a todos de la muerte, nos dijo que la muerte era una mujer hermosa, de piernas largas y blancas que baila en forma graciosa y que se va desnudando a medida que la canción va despertando la furia de su sangre y de sus carnes y que cuando la canción termina, muestra en sus manos una bandeja con la cabeza del próximo a morir.

Nos decía en pleno convencimiento, en ese convencimiento que tienen las personas solitarias y soñadoras, llena de alucinaciones, que el vio su cabeza y que le pareció hermosa, de una hermosura radiante, en esa bandeja que le alcanzaba la muerte.

Pero que la muerte vestida de mujer le dijo que se llamaba Rosario Hurtado Kindelán, que después nos enteramos que fue una niña que llegó al Pueblo Mapuyo con mucha tos, una mañana de las tantas de represalia de los milicos contra los peremerimbinos. 

Con el tiempo supimos que algunos decían que vivía sola en la selva, que fue creciendo entre la sierra y el mar, rodeada de perros, hasta que un día la encontraron muerta unos bananeros. Ellos decían que primero encontraron su vestido de color blanco por el sendero que llevaba a las dunas caribeñas y que después encontraron sus sandalias de cuero y que cada tanto encontraron a cada uno de sus siete perros muertos, todos atravesados por un estilete o cúter y que más allá, vieron su cuerpo rodeado de la espuma del mar y que su rostro mostraba una tranquilidad asombrosa, sin huellas de lucha, sin heridas, sin agua en sus pulmones. Dicen que parecía sonreir y que calculan que tendría entre veinticinco y treinta años y que los médicos aseguran que era virgen.

Desde entonces su fantasma les aparece a las tropas por los caminos.

Pero también hubo quienes decían que era todo mentira lo de ella y lo de Cúter Tavares, que todo era un embuste de gitanos, para aterrorizar a la gente.

La cuestión es que nos contaba el Gervasio que ella le había dicho, esa misma noche, que en el comienzo de los tiempos la gente era feliz y no dormía y no tenía miedo, y que solo brillaba el sol en un cielo azul y sin nubes, y que entonces Mapuyo, el indio, habló con Dios para solucionar eso y que Dios le dijo con voz de trueno que iba a satisfacer sus pedidos y sopló fuerte y que el sol cayó atrás de las montañas y que todo se puso oscuro y que entonces en la oscuridad conocieron el miedo, y empezaron a llorar y se perdían en los caminos. Entonces Mapuyo, volvió a hablar con Dios y Dios le dijo que le iba a regalar colores en las noches y así todos se maravillaron con la luna primero y con las estrellas después y que vieron figuras que formaban las estrellas y que empezaron a nombrarlas y vieron que también durante el día podían disfrutar de las formas de las nubes y que Rosario Hurtado kindelán, le dijo que cuando habló con el fantasma del Indio Mapuyo allá arriba a más de seis mil metros de altura, le dijo que Dios no le había contado que otros caciques le habían pedido que haya guerras y muertes y enfermedades y que todo eso vino de repente y que cayó como lluvia en las tierras peremerimbinas, primero con barcos de madera, después con barcos de acero y después con trenes y después con aviones. 

Por eso decía que la espada del comandante Penerguido, había combatido durante ciento catorce años. 

Gervasio Moyano Chozno estaba loco.

Creemos que al salir de aquí totalmente borracho, montó su caballo, llego a su casa, se puso el terno color negro, entró al cementerio por la puerta del fondo, la que nadie abre, cavó su fosa al lado de la fosa de sus padres y se acostó en ella a esperar la muerte.

Así lo encontraron dos funcionarios un miércoles, en que vieron una nube de moscas verdes, allá, al fondo. 














diceelwalter@gmail.com

del libro "Cúter"

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