Muchacha de Ucrania/
2003
¿Cómo van en tu
tierra las cosas?, pregunto.
Siempre peor, me
responde, es todo una mafia.
Mi prima allá
abajo levanta la mano. La
chica
se llama Alexandra
y va a trabajar a Gerona.
Tiene a su padre
en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en
Milano.
Su hermano,
que cumple
catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa.
Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano,
moldavo y rumano, pero eso no
sirve
en España. En el
bus van gitanos, letones y húngaros,
y esta chica que
tiene a su madre en Milano.
También va una
mujer de Trujillo que no tiene
papeles, me lo
dijo comprando el pasaje. Hay
un sitio mejor y
está lejos.
(Por la
tarde
he
llamado a mis hijas.
No
estaban)
Yo
quería quedarme
cuidando la casa,
me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que
se quede mi hermano.
Conversando, he
olvidado que estoy todavía
en Torino, que el
bus no ha arrancado,
que mi prima allá
abajo levanta
la mano.
Lección de piano
Brilla el asfalto como un vestido de seda
bajo las luces de un teatro. Otra vez marzo
en la avenida que lleva a la maestra de piano.
La llovizna humedece los silos, la alameda,
la resaca de la noche en el billar. Alguien
seca al sol las fachadas de laja en las casas
del centro. Levantan puntos de media
las chicas de Los
Vascos y el verano
peina el pelo en colas de caballo. Cuando
sea grande, seré concertista, dice a todos
la niña que va a piano. Serás profesora,
dice la madre a la vuelta de los años. Piensa
en eso la niña mientras muerde la madera
del piano. Va su pensamiento lejos del pueblo,
más allá de la maestra y del verano
Películas
En mi pueblo había un cine. El dueño saludaba
a los vecinos como un cura a la entrada de su iglesia
y era el cine, en verdad, como una iglesia
a la que íbamos, por la tarde, los domingos. Estaba
sobre la ruta, frente a los trenes que cruzaban
la llanura. Por el veredón paseaban las parejas
con cucuruchos de helado y escuchaban los hombres
el partido en pantalón de baño y camiseta. En el atrio
había un kiosco y en el kiosco una mujer vendía
titas y rodhesias. Con vestidos de piqué, los domingos
por la tarde las dos íbamos al cine, a ver a Marisol,
a Doris Day, a Joselito. Un día no
llegaron
las películas y pasaron un drama en blanco y negro.
Recuerdo a la
salida la cabeza borracha, el veredón
donde arrastraban su tedio las parejas, los hombres
traspirando sus camisetas de tira y los camiones
que rugían por la ruta, con las luces encendidas,
las primeras de la noche que llegaba.
Chica Bond
Yo era una
buena chica. ¿No es cierto?
J.D.Salinger
Estaba sentada en
un parapeto sobre la Cote
d´Azur, con un
rolex en la muñeca y de gata
los anteojos para
sol. Era una chica sixty,
con camperita
verdeagua sobre la piel bronceada
sin rouge.
Era la niña bien
de un pueblo de
llanura, la hija de los dueños
de una agencia
Ford. Se había instalado
en Barcelona, tras
la luna de miel en Tarragona
y estaba enamorada
de un arquitecto húngaro,
muy cool. Era una
chica Bond. Era la madre
de un amigo, antes
que la matara
el desamor.
A Istvan Schritter
Patricia Lee
Flota Patricia Lee
sobre la vereda,
como un poema de
Rimbaud. Es de oro la luz
y sin embargo ella
sabe que puede no alumbrar.
Cuando era chica
quería ser poeta. Tenía al niño
genio de la mano,
pasaba con él su temporada
en el infierno.
Saludaba el ojo bizco, camino
del templo a los
vecinos, pensando que su palabra
no era para esa
gente. Algún día volveré
y seré millones,
se decía, cantaré en estadios,
estudios,
festivales, y aplaudirán los músicos
del mundo, no esta
gentuza de pueblo. Cuando
era chica quería
ser famosa. Más tarde quiso ser
la monja de
Calcuta. No la maldita, no la artista
consumida, no la
puta, sino la que llora al hermano
muerto, al marido
muerto, a los amigos. Ya no hay
distancia entre
los sueños y la vida. Por eso canta
en la noche en los
estadios, los estudios, los rincones
de su casa. Canta
Patricia Lee y mientras canta
la maldicen los
bizcos y los genios, gritan camino
del templo los
poetas, Volvé a tu casa, Patti,
volvé a tu casa.
Pero Patti lee,
Patti Lee….
Hostería en las sierras/ Otoño de 2007
Mi música es para
esta gente
Ludwig van Beethoven
Tras la ventana
del hotel caen las hojas amarillas,
flotan semimuertas
sobre el agua de la piscina,
como en un cuento
de Cheever. En la memoria
alguien arrastra
una silla hacia el agua sucia,
sin embargo es de
oro esta luz y ella sabe que puede
no verla más. Cuando
era chica quería ser pianista.
Iba con otra de la
mano, iba con El clave bien temperado
bajo el brazo,
hacia una casa de la calle Francia.
Saludaba camino
del conservatorio a los vecinos,
pensando que su
música era para esa gente.
Alguna vez tocaré
preludios en un teatro, se decía,
y aplaudirán los
vecinos, la buena gente
del pueblo.
Historia de vida suya, pero remota.
Más tarde quiso
ser como la puta de Fassbinder,
ésa que hacía feliz
a todo el mundo. No la maldita,
no la estrella
incandescente, no la artista consumida,
sino la monja de
clausura, la que alivia al peregrino,
la que no le quita
a nadie nada. No hay distancia
entre lo íntimo y
lo público, las calamidades
históricas convergen
con las privadas. La buena
gente asesina a
los débiles y mantener abierta
la herida es la
única esperanza.
Historia de vida remota, pero suya.
Cuando escribe en
la noche, crece el murmullo
de tantos y tantos
que vienen llegando, un torrente
que avanza y se
dilata, que grita Go Home,
Go Home,
necesito un lugar en el mundo. ¡Y ella
que no quería
quitarle a nadie nada!
Los hermanos
García/ 1978-1983
A Juan, Antonio y
Mary
Por la ventana que
da a la Escuela Alberdi, veo pasar
hacia la noche a
chicas como yo y a los muchachos.
Los escucho reír
en la vereda, bajo esta ventana pequeña.
Es noche de sábado
y los hermanos cocinan puchero
de falda y de
quijada. Sé que otros se han escondido
en el Tigre, en la
Patagonia o en Longchamps. Algunos
mandan señas,
flores sobre la falda, desde Oslo,
Gotinga o
Amsterdam. Yo vivo tras este ojo de buey,
con la quijada
contra el marco, mirando a las chicas
y muchachos que
cruzan la avenida. Es también sábado
en la pieza del
hotel, sobre los techos de esta casa
de citas, junto a
la comisaría, donde alquilan
los camioneros sus
siestas de amor con los colimbas
o las mujeres de la Humberto Primo. Aquí, tras el vidrio
de esta raja de
luz, bajo el ala de unos gallegos venidos
de Inriville,
espero que pasen los meses o los años.
García quiere
decir Smith y el más común de los mortales
se llama Juan.
Sube cada mañana la precaria escalera
con su manojo de
llaves y comida y como una lonja
de sol me abre
paso entre putas, milicos y viajantes.
Todos los poemas
pertenecen a:
Sueño Americano.
María Teresa
Andruetto.
Caballo negro editora, 2009
María Teresa Andruetto
Imagen: fundacionlafuente.cl
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