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viernes, 26 de diciembre de 2014

CÓRDOBA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA



La última vez que vi a Daniel, me parece que no hacía tanto calor, porque él llevaba puesto un saco, una agenda en su mano izquierda y levantó la mano derecha para saludarme cuando le grité: ¡Ey Daniel! 



Creo que eso fue en la escalinata del cine teatro municipal.



Antes, a mi me parece que lo saludé en la calle independencia, antes, me parece que algo hablamos en el bar Sorocabana. 

Pero antes que antes lo conocí cuando éramos funcionarios municipales. "Creo, que la base es saber leer. Mucho y de todo." Creo que me dijo.

Yo lo recordaré siempre, a este hijo de ferroviario que falleció mientras yo viajaba, mientras me alejaba de la ciudad a la que nos gustaba escribirle, cómodamente sentado sobre un Scania Vabis.

Tengo clara certeza que en algún momento, no se dónde, leyó mi nota "Todo Sobre Los Trenes." 
Me parece que esbozó una sonrisa, que allí me dio el "visto bueno", el aprobado,

¡Ea, poetas de Córdoba! Resuciten ahora.
Ha muerto Daniel Salzano.

Gracias por todo, Maestro. 

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( del DIARIO LA VOZ DEL INTERIOR)

Su vida
Salzano nació en Córdoba el 22 de Mayo de 1941- 24 de Diciembre de 2014. Es autor de obras teatrales y diferentes escritos. Compuso, junto a Jairo, numerosos temas musicales. 

Ha recibido múltiples distinciones, entre ellas la Cruz de la Corte de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, otorgada por el Rey Juan Carlos I de España (2001); "Ciudadano Illustre" (1999) y "Premio Jerónimo Luis de Cabrera" (1998). 

Entre sus obras se destacan 
"Llevame volando a la luna" (2005) 
"El muchacho que no sabía llegar al fondo de las cosas" (2003) 
"El espadachín mayor de la ciudad" (1999) 
"Los días contados" (1996) 
"El Alma que Canta" (1993) 
"No puedo dejar de Quererte" (1991) 
"Flor de pasión" (1983) 
"El libro de Amador" (1981) 
"Versos que escribí para que tocara Jelly" (1974) 
"Oh beibi" (1968). 

Sus poemas aparecieron publicados en distintas revistas literarias: “Barrilete”, “Mitos”, “Monólogos”, “Acento”, “El Lagrimal Trifurca”, “El Escarabajo de Oro”, “Horizontes”, “Crisis” y en los diarios “La Opinión” y “Clarín” (Buenos Aires) y “Últimas Noticias” (Venezuela).

Es autor del CD "Córdoba dicha" (1995) y de dos obras teatrales: "Dale mis saludos a Córdoba" (1998) y "Revolver" (1993). 

(Extraído del Diario La Voz del Interior)


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ALGO PARA RECORDARLO

ATLAS
Atlas Charles, “Mister Universo”, era un gringo bien fotografiado que todas las semanas aparecía en las páginas de la revista D’Artagnan para decirte lo que siempre habías temido: que eras nada más que un alfeñique.
Atlas Charles se levantaba a las 6 de la mañana y desayunaba dos litros de leche acompañados por un cacho de bananas.
Charles Atlas usaba bikini para marcar el bulto y resaltar los meloncitos.
Diariamente nadaba media hora en su piscina marmolada y al mando de su fabuloso corpachón untado en vaselina, levantaba la cortina de su próspero negocio: una academia internacional para hacer flexiones.
Los alfeñiques entraban por una puerta con la frente marchita y salían por la otra convertidos en floreros de Falabella.
¿Te tenían a los saltos los de 6º y en el recreo te comían las galletitas?
Charles Atlas.
¿Soñabas con una multitud de personas mordaces que se burlaban de tus pantorrillas insignificantes?
Charles Atlas.
La que dirigí a Brooklyn, incluyendo el cupón que aparecía en la revista D’Artagnan, fue la primera carta que mandé en mi vida.
Dos meses más tarde, mi mamá, desesperada, me entregó un sobre coronado por dos estampillas  norteamericanas, Washington y Washington. Sorpresa. Resulta que para ser idéntico a Charles Atlas no bastaba con levantarse a las 6 de la mañana  y alimentarte con bananas, sino que había que  mandarle 50 dólares para, a vuelta de correo, recibir un libro de instrucciones.
El curso, 50; el diploma, 100. 150 dólares.
Mi papá, en el ferrocarril, ganaba 119.
Desde entonces, quedé encadenado a una consigna generacional inolvidable:
–¿Profesión?
–Alfeñique.



LA PÁGINA DE LOS MUERTOS

De la misma manera que lo hacía mi papá / y el papá de mi papá / yo / como se despereza una rosa / abro el diario por la página de los muertos y paso la yema del pulgar por los retratos de la humanidad inmóvil: Fito / Diego / Eduardo / Julia / Turco / los conozco a todos / nos hemos cruzado en la Municipalidad / hemos jugado al ajedrez en la biblioteca Vélez Sársfield / nos gusta King Kong​ / nos gusta Casablanca / hicimos la primera comunión en barrio Pueyrredón / no me extrañaría haberles cedido el paso en la puerta giratoria del Correo.

Me demoro todo lo que puedo en su página / me fijo en sus edades / las comparo con la mía / después hago la resta / dentro de siete años /calculo / ya habré muerto / ojalá ilustren mi necrológica con la foto en la que estoy mirando a mi mujer / estábamos en la esquina del Jockey / esperando el guiño del semáforo / tendría que haberme muerto en ese instante / hubiera ido al cielo como tiro.

Y ahora me pregunto: / ¿aceptaría vivir 68 años como este Alipio Flores de barrio Los Naranjos? / ¿72 como esta Blanca María viuda de Basavilbaso? / ¿me avendría a vivir 45 años como César Vallejo a cambio de escribir como los dioses? / ¿ 33 como Cristo? / ¿39 como Newbery?

Pasan los muertos / lectores / queda la gente.

La de los muertos es la página más sosegada / más que las farmacias de turno / la cartelera de espectáculos / si las juntásemos a todas / una por una / ordenadamente /obtendríamos el libro de actas de la tribu de la Nueva Andalucía / somos lo que somos porque ellos fueron lo que fueron / joder.

Cuando paso la yema del pulgar como una rosa / por la cara de Fito y Diego y Julia / me asaltan varios pálpitos: / a) los muertos duermen todos en la misma cama / b) entran al cine sin pagar / c) desayunan en el Sheraton y antes de abandonar la mesa roban bolsitas de sacarina.
Hay veces / cuando escribo / que escucho su chamuyo a mis espaldas / ¡Ah! / mirá / acá está escribiendo Daniel / el hijo de Vicente /el ferroviario que trabajaba en el Belgrano / y se casó con una modista de Alta Córdoba.

En una novela de Tarzán / leí que en el corazón de la jungla de Sumatra existe una tribu de pigmeos / que / para que sigan viviendo / entierran a los muertos con nombres cambiados / entonces Ringo Bonavena​ estaría vivo todavía / y como te digo Ringo te digo la señorita Tomasa / la de tercero / un día resbaló en la tabla del ocho / y desapareció.

La página de los muertos / ese sí que es un buen tema para una composición / saquen una hoja / y ajústense los machos / lectores.



WILLINGTON 
Hacés grandes esfuerzos pero por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta.

No te acordás por ejemplo, si el partido se jugaba a la luz del sol o de la luna y tampoco quién era el adversario. Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willing-dandi provincianoy que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.
Sacudida por una descarga eléctrica, cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de la Epec,* la pelota recorrió los 40 metros que la separaban del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y, al clavarse en el rincón de las arañas, desencadenó un huracán de fuegos artificiales.
Desde entonces, en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado. El gol de Daniel Willington continúa siendo eterno.
Lo corrobora una encuesta publicada por el diario* una encuesta empeñada en determinar cual ha sido en la historia de la ciudad su deportista más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero, Willington; después nadie. Y después nuevamente Daniel Willington.
En realidad, no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente empezó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración, como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta.

(*) Epec: Empresa de energía eléctrica. (*) Diario La Voz del Interior



CARPINTERIA JOSÉ
Cuando José, el carpintero, 
Supo que iba a ser papá, 
Levantó a María en brazos 
Para ponerse a bailar. 

Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de cantar. 

No necesito decir 
Lo hermosa que era María 
Una perla en cada oreja, 
Hay mucha bibliografía. 

Todo iba de maravilla 
En el hogar de José, 
No se hablaba de otra cosa 
Que del próximo bebé. 

Por la noche conversaban 
Cómo lo iban a llamar, 
A él le gustaba Jesús 
A ella le daba igual. 

La dicha se interrumpió, 
Afirman las Escrituras, 
Al mismo tiempo que Herodes 
Decretó la mano dura. 

Se mandaron a mudar, 
Vendieron lo que tenían, 
Ni siquiera se salvaron 
Las dos perlas de María. 

Mirando las estampitas, 
Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de pelear. 

Parecían dibujitos 
Atravesando el desierto, 
Los dos a punto de entrar 
En el Nuevo Testamento. 

Dormían a cielo abierto, 
Muchas veces no comían, 
Él le daba calorcito 
Con la mano en la barriga. 

Terminaron en Belén, 
Un pueblo de cien ovejas, 
Un pesebre, luna llena 
Y un montón de casas viejas. 

La soledad del lugar, 
Los dolores de María, 
José golpeaba las puertas 
Pero nadie las abría. 

Mirando estampitas 
Nadie podría decir 
Que el esposo de María 
Era capaz de rugir. 

Por un lado la fatiga, 
Por el otro el embarazo, 
José se enfrentó al pesebre 
Y lo abrió de un rodillazo. 

Esto es música, señores, 
Esto es puro sentimiento, 
Un hombre y una mujer 
Compartiendo un nacimiento. 

Mirando las estampitas 
Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de llorar.






Letra: DANIEL SALZANO
Intérprete: JAIRO
Licencia de YouTube stándar
(blancamoroti)



EL ÚLTIMO TEST PARA LA TERCERA EDAD DEL PROFESOR SALZANO
Cuestiones de índole general: ¿Les llama la atención, les duele como un clavo cuando en las esquinas de la ciudad ven a los pibes aprender el oficio de canallas?/ ¿Con qué frecuencia se dan una palmada en la frente y dicen: “Dios mío tengo una cita con el urólogo a las cuatro y media/ y ya son las cinco y cuarto”/ ¿Creen con frecuencia que se han equivocado de ciudad?/ ¿Lo más importante en la vida de un hombre es su fecha de nacimiento?/ La fecha de nacimiento es la que lo pone a uno en carrera/ a partir de entonces todo lo que hacemos es acumular pasado. Y ahora la última:/ tarde o temprano, ¿la vida llega a ser una tragedia?

Cuestiones de índole sanitaria: Ese frasco de alcohol que está en el botiquín ¿lo conservan desde las viejas / o son para las nuevas heridas?/ ¿Hace mucho que han comenzado a parecerse como ahora?/ Donde tenían las manos, ¿qué tienen ahora?

Cuestiones de índole sentimental: ¡No me digan que están tomando el fresco en la vereda esperando que pase un Kaiser Carabela!/ ¿Cuánto hace que no escriben una composición sobre la vaca?/ ¿Sabían que está muy enfermo Jerry Lewis?/ El sobre donde papá traía el sueldo y ampulosamente lo dejaba apoyado en el florero, en el centro de la mesa ¿era azul azul?, ¿marrón terroso?/ rosa no porque era color de mariquitas/ Eh, papá ¿te acordás de mí?/ soy el que se encoge como un jockey cuando escribe/ el que mide 1.70 / el que tiene las cejas como barbas/ el que vio jugar a la Wanora.

Cuestiones de índole política: ¿Sus padres fueron qué de Amadeo Sabattini? ¿correligionarios? ¿compañeros de chupino? ¿compañeros de banco? ¿jugaban a las bochas con pantalones y alpargatas blancas?

Cuestiones de índole psicológica: ¿Por la noche no pueden dormir si antes no miran debajo de la cama? ¿Creen que el exceso de amor une o separa? ¿Es por la mañana, a la siesta o a la noche que sienten que hay otras cosas que se deslizan para dar nacimiento a nuevas cosas? ¿Llevan en el bolsillo interior del saco el número secreto de su cuenta corriente en Farmacity? ¿Hepatalgina? La tengo / ¿Insulina? La tengo / ¿Regulane? Lo tengo / ¿Lorazepan? ¿Pharmaton? ¿Fenobarbital? Lo tengo lo tengo y lo tengo.

Cuestiones de índole sexual: ¿Qué papel desempeña en sus vidas el erotismo?/ ¿Preponderante?/ ¿Insignificante?/ ¿O es como en aquella película en la que Spencer Tracy se sentaba en la galería del rancho para ver crecer el pasto?

Cuestiones de índole semántica: Dulce que me tenés,/ ¿es frase masculina o femenina?

Cuestiones de índole personal: ¿Llevan uña larga en el meñique para abrir como bacanes el atado de cigarrillos?/ ¿Se afeitan con la intención de que la gente no los reconozca?/ ¿De grandes iban a ser equilibristas o fantasistas del teclado?/ ¿Cuántos pisos tenía Gath y Chaves?/ ¿Todavía conservan la impresión de estar seguros?/ ¿Creen sinceramente que por haberse masturbado cuando Marilyn vivía tienen garantizada una platea en el avant scene del paraíso?/ ¿Tienen demasiado zurcido el mameluco de la infancia?

Cuestiones de índole secreta: ¿Tiran del carro para adentro pero sienten que el carro tira para afuera?/ ¿Encienden la linterna pero ni aun así ven venir la poesía?/ ¿Odian estar solos?/ ¿Perder al ping pong?/ ¿Subir escaleras?/ ¿La palabra nosotros les gusta tanto como a mí?

Cuestiones de índole profesional: ¿Cierran los ojos como santos cuando escriben?/ ¿Qué lugar elegirían para el eterno descanso de sus almas?: ¿Una de las tres luces rojas que parpadean en el cielo raso de Cinerama? ¿El movimiento interminable de las burbujas que suben y bajan de costado por el sifón de Egea y Sánchez? ¿Convertido en una hormiga en el prodigioso jardín de las Teresas? ¿Como una ola gigante que inesperadamente se levanta en la Cañada?

Cuestiones de índole patriótica: ¿Les quiebra la Argentina el corazón por el medio todavía?/ ¿Córdoba les suena como el tiro final de Sin aliento? Si les ofrecen una tiza, ¿en qué la gastarían?: ¿escribirían argentino hasta la muerte? ¿cuna de campeones? o ¡basta de estar aquí tirados como palos!

Últimas cuestiones: ¿Nadie los reconoce por la calle? ¿No figuran en ninguna antología? ¿Los escuchan hablar y nadie hace ademán de interrumpirlos?/ Entonces cuenten conmigo.


DEL TAMAÑO DE UNA MONEDA JAPONESA
Íntimamente convencido de que tenés el cuerpo tan sano como el alma, te tumbás sobre una camilla de una plaza, estirás el antebrazo con el puño bien cerrado y dejás que una enfermera con olor a Listerine te inyecte cinco centímetros cúbicos de un líquido que te recuerda al anís de Los Ocho Hermanos.
Todo va bien, te dice rítmicamente la mujer, al tiempo que conecta tu esternón a un aparato cuya misión es escupir retratos invisibles. La máquina cuenta en su extremidad con una cola de escorpión que, sin tocarte, te peina desde el pupo a la cabeza. Se nota que la máquina ha estudiado anatomía.
Íntimamente convencido de que tenés el cuerpo tan sano como el alma, volvés 48 horas después a buscar el resultado y te enterás de que al sur de tu corazón existe una cicatriz del tamaño de una moneda japonesa. Lo más probable es que se trate de un infarto de cuya existencia no estabas enterado.
En una vieja película de Godard en blanco y negro, un vendedor de enciclopedias le explicaba a Anna Karina que entre el cuerpo y el alma existe un espacio misterioso al que llaman corazón. Un espacio que puede ocuparse con las cosas más inesperadas.
Hay hombres con el corazón lleno de lágrimas. O con la famosa mermelada del amor. O con clavos
oxidados. Depende. El corazón se la pasa todo el tiempo caminando por arriba y por abajo y es el que te da las órdenes; a ver, te dice, doblá por Deán Funes y pará en Sucre. O mirá la Luna. Lo que nunca hubieras imaginado es que iba a intentar darse a la fuga practicando un boquete del tamaño de una moneda japonesa.
¿Qué pasó? ¿Estabas más solo que un caballo? ¿Querías salir de viaje? ¿Te morías por charlar? Voy a decirte una cosa, corazón: no sólo sos todo lo que tengo, sino que sos todo lo que soy. 


ÚLTIMA NOTA 

Si esta fuera la última nota / la final / la escribiría lo más larga que pudiese / ocuparía la página de los taxistas / los colectiveros / el Suoem / la página de Mafalda / y saldría a la calle con la fuerza de un Scania Vabis / ahí viene la última nota de Salzano / buáááááámmmmmmmm.

Si esta fuera la última nota / la haría brillar como una cucharita / aullaría como un perro / una nota curtida como un poste de la luz / una nota tan vieja como los sueños / un mensaje para los vivos / otro mensaje para los muertos / mi última nota será suave como el cachete de un bebé / una nota de luna llena / una nota –como mi mamá– con la cabeza envuelta en un pañuelo / que su corazón lata rápido / una nota sobrada de óvulos y espermatozoides / fecunda / ¿quieren un dulce clamor? / ahí lo tienen / ¿se acuerdan cuando murió Mestre / el padre de Mestre / y la gente salió a la calle para despedirlo? / bueno / me gustaría que a mi última nota la saludaran como a él.

Quienes no olvidan a los muertos / no necesitan que se los recuerden.

Si esta nota fuera la final / la del abismo / antes de entregarla me detendría a rezar delante del finado cine Novedades / iría al Observatorio para darle una última ojeada a Saturno / volvería a Grimoldi para preguntar si recibieron los zapatos de gamuza azul / abriría la boca frente al sol poniente para tener una dentadura de oro / y a la noche pasearía hasta el Coniferal / donde está la estatua de José Gervasio Artigas / vengo a despedirme / cuídeme la luna, general.

A la última nota / la llevaría sujeta entre los dientes / como a un cachorro / y antes de entregarla le pasaría la lengua por el lomo / por las orejas / y le rascaría el morro / como a ellas le gustan / con la yema del meñique.

Si esta fuera la última nota / emplearía palabras de 800 gramos para arriba / por ejemplo: narizgargantayoídos / pondría pocos puntos / pocas comas / algunas letras rojas / el polen de la literatura es más viejo que el de las flores / la última nota que escriba medirá 50 de alto por 30 por 26 centímetros / lo mismo que el corazón de los osos.

Si esta fuera la última nota / la dejaría para después / para más adelante / faltando dos líneas para terminarla me detendría / no la escribiría / ahí viene la última nota de Salzano / dirían / tranquilos / no es nada más que el rugido de un camión Scania Vabis.











Daniel Salzano
Periodista, escritor. 22 de Mayo de 1941- 24 de Diciembre de 2014.
Extraído de: QUIENES Y CUANDO

Reconocimiento especial al Diario LA VOZ DEL INTERIOR 

viernes, 19 de diciembre de 2014

IBARRECHEA: GUERREROS

La última cena del Comandante consistió en dos chorizos, hervidos en salsa de tomate, con cebollas, dos dientes de ajo y pimientos. Mezcló con los porotos y se tomó dos tazas de café, casi frío.

Esa tarde había cruzado la plaza que lleva su nombre, desde la Iglesia de Nuestra Señora Aparecida, donde habló con el cura párroco Arnulfo Sepúlveda, hasta la oficina del correo, desde donde envió la carta al gobierno central, aceptando las coparticipaciones de impuestos, la libre navegación de los ríos y el tránsito de caminos de su fuertemente custodiada región peremerimbina, en señal de que ya quería algo de paz.

Me afirmaba Eduviges, una de sus cuatro mujeres, que el comandante, ya estaba cansado de tantos conflictos territoriales por culpa de la riqueza de su tierra.

Carlota, en cambio, que era la favorita y dormía con él tres noches a la semana, quería la total independencia de la tierra que va desde la gran sierra del Indio muerto Mapuyo, hasta la cuenca del imbupé. Ella habia quedado viuda dos veces antes de ser la dueña de la cama del comandante los fines de semana y por ende, su favorita.

Las otras dos, guardaban luto y silencio. Eran dos mujeres soldados. Alcira, que lo vio morir y Laudette, que murió en combate tiempo después.

Al funeral del comandante Don Juan Penerguido, no faltó nadie. Ni siquiera sus acérrimos enemigos de tantos años de batallas.
Algunos buscaban certificar con sus propios ojos que la gran noticia era cierta.

Otros, pensaban en la modificación inmediata de las leyes vigentes en la región, para adueñarse de la aduana del puerto de Peremerimbé y hasta erradicar las malas costumbres de sus habitantes a través de la Iglesia y de la milicia.

Pero mientras tanto, la guardia personal del comandante, había diseñado un estratégico candado que controlaba todos los movimientos de los visitantes. Incluso la custodia del Presidente, que fue relevada. Los otros miembros del Gobierno debieron contentarse con formar parte en la larga fila de ciudadanos comunes, que lloraban desconsoladamente su muerte, soportando el olor a transpiración, alcohol y fritangas.

La consigna a victorear por la muchedumbre era ¡La tierra es nuestra!
Los puños se crispaban y elevaban al cielo y se volvían mansas manos que hacían la señal de la Cruz, al pasar al lado del inmenso féretro.

Asombrado, el Gabinete Nacional, pergueñaba en silencio cómo sería el trato ante tanta multitud, fuertemente armada y leal al pensamiento del viejo guerrero de ahora en más. Solo Carlota Henriquez Machado Lean, su cuarta esposa leyó la semana siguiente, la documentación del gobierno, dicen.

Yo acudía al llamado del telegrafista, para recibir las ordenes del periódico, siempre me decían que debía permanecer, que debía quedarme allí hasta que finalizara aquel acontecimiento en Peremerimbé, que debía detallar cada momento.

Las fronteras de la región se habían cerrado.
Las escaramuzas propiciadas por la Guardia Nacional para invadir, fueron ferozmente aplacadas por el ejército Peremerembino, que expuso los cuerpos de los enemigos colgados de los árboles, a lo largo de la línea de divisa.

Nadie durmió esa noche del velatorio, y las cuatro viudas permanecieron de pié al lado del enorme cajón lustroso.

No aceptaron las condolencias del presidente, que se fue en el barco por la madrugada, a oscuras y con un fuerte ataque de hígado. Lo asistían dos médicos sudorosos, y su pandilla de ministros.

El pequeño Didú, estuvo siempre a mi lado, me alcanzaba las mejores noticias, yo las redactaba y el, sonriendo y corriendo entre el gentío, las llevaba al telégrafo para el jornal. 

Fui la única fuente directa de información, no dejaron entrar a ningún jornalista mas.
Atribuyeron mi suerte, dicen algunos, a mi favoritismo por la causa peremerimbina.

Al día siguiente, ya se habían marchado todas las autoridades vecinas, cuando se dispuso el entierro del comandante, por el Notario del Pueblo rebelde y sus siete comandantes. El general don Augusto Fuentealba quedó a cargo de Peremerimbé, por ser el militar de mayor rango y el hombre de confianza del fallecido. 

Hubo un momento de gran expectación. Alguien hacia sonar un redoblante y el Teniente Marcos Rojas, compungido, leía el bando con el testamento del gran guerrero:

Todos permanecieron en silencio.

"Pueblo mío: Si llegase la hora de mi partida, pido el más grande respeto a mi memoria. Pido el más grande respeto a nuestra bandera celeste, blanca y negra. la jamás vencida, la que siempre se enarboló triunfante en cada batalla. Pido por la unión de nuestros corazones y nuestras almas y que acaten las leyes de mis fieles compañeros comandantes guerreros. Vivad siempre que la tierra es nuestra."  

Vi aparecer miles y miles de armas de distinto calibre. Oí gritar y jurar que cumplirían su última voluntad.

Finalmente, se necesitaron de la fuerza de doce soldados para levantar el cajón, colocarlo sobre el carro y éste de cuatro bueyes que lo llevaran hacia el Campo Santo de los Guerreros Peremerimbinos.

A pesar del llanto de miles y miles de hombres y mujeres, todos combatientes y trabajadores de la tierra y manufacturas, se podía percibir el lamento del hierro de las ruedas sobre los adoquines, y cada pisada de los bueyes en su esfuerzo.

Una tenue llovizna, triste, mansa, caía sobre la bandera tricolor y sobre las armas ubicadas sobre el gran féretro. Era una imagen conmovedora, bella.

Al año siguiente, después de la batalla de Zanga Funda, en que murió la bella Laudette Neves, doña Alcira Pérez Monibo, una de sus queridas, me contaba que lo vio morir. 

Me dijo mientras le pasaba jabón blanco a las ollas. Que ella durmió con él hasta las tres de la madrugada, que el comandante se levantó, como todos los días, a eso de las cuatro de la mañana, que ella ya le estaba preparando su desayuno con café, un poco de leche, dos bifes de hígado acebollado y una sopa, por si se quedaba con hambre, para que unte el pan y que también le sirvió algunas frutas.

Se secaba las manos en el delantal y me indicó que saliésemos al patio.
Salió por aquí -me dijo señalándome la puerta del fondo-, fue hasta la higuera y la orinó.
Mientras se acomodaba el pantalón, eructaba y siguió así, como todas las madrugadas hasta la puerta del gallinero.

La luna le iluminaba su larga cabellera blanca, le dije que estaba fresco, que entrara, pero él siguió allí, hasta que los gallos empezaran a cantar, entonces cayó.
De repente él se cayó.

Cayó de espaldas.

Dice que fue un golpe seco, que toda su humanidad cayó contra las bostas de las gallinas, aquí, mire bien, aquí.

Recuerdo que el pequeño Didú me había contado que había estado durmiendo bajo el carillón de la Iglesia y que se despertó con el movimiento de las campanas por el temblor de la tierra.

Algunos me contaron que el soplido del impacto del pesado cuerpo del comandante Penerguido contra el suelo, arrastró el polvo de la tierra, abrió algunas puertas, sacudió ventanas, se cayeron las hojas de los árboles por el sacudón, se despertaron los pájaros, se aturdieron los oídos, se movían las cortinas, se desperezaron los amantes, hicieron ladrar a los perros guardianes, y sonaron las alarmas de combate.

Y luego el silencio.

-Mi señor, mi señor, ¿está usted bien?
Continuaba contándome la señora Alcira Pérez Monibo, que ella le decía, toda temerosa.

Yo recuerdo una frase del comandante de Peremerimbé, que anoté en mi libreta viajera, la oportunidad en que me concedió un reportaje sobre su "Plan estratégico para la distribución de la riqueza."
-Aunque suene a espanto, todo se va muriendo, anote jovencito, todo se está muriendo. Hasta nuestras glorias caen por la ambición de los hombres y de las mujeres de esta tierra.

Entonces, antes de volver a Manvatará, y con la noticia que habían asesinado por la espalda al general Fuentealba, supe de las primeras traiciones y el comienzo del final de este pueblo.

Teófilo Cabanillas (Enviado especial a Peremerimbé)

(Del libro "Cúter" de Ibarrechea)














José Antonio Ibarrechea
(diceelwalter@gmail.com)

JESÚS HELGUERA: PINTURAS


PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo


PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo


PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo

PINTURAS DE JESUS HELGUERA
Pintura figurativa de Jesús Helguera
Arte figurativo Óleo












Jesús Helguera
Jesús Enrique Emilio de la Helguera Espinoza (28 de mayo de 1910 en Chihuahua - 5 de diciembre de 1971 en la Ciudad de México) pintor e ilustrador mexicano. 

(elclubdelartelatino.blogspot.com)
El club de arte latino es un espacio disponible para todos los pintores y escultores que quieran exponer sus obras de manera gratuita.

ANTONIO MACHADO: RETRATO


RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñò el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansiòn que habitò,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
















Antonio Machado
Nació en Sevilla, el 26 de julio de 1875. Su nombre completo es Antonio Cipriano José María Machado Ruiz,
muere el 23 de febrero de 1939.

LIANA CASTELLO: CONJETURAS




Cada mañana, a la misma hora, un hombre se sentaba en la misma mesa y pedía un café. Hacía meses que cumplía la misma ceremonia.

En realidad, tanto tiempo como hacía que el bar había sido reinaugurado. Llegaba tranquilo, corría la silla, se sentaba, acomodaba el servilletero y esperaba paciente a que lo atiendan.

-Buenos días, un café en jarrito por favor-pedía siempre, cada mañana, desde hacía mucho tiempo ya.

Siempre estaba solo y parecía no tener apuro ninguno. Sin embargo, siempre se quedaba exactamente el mismo tiempo. Tomaba su café en forma pausada y cuando lo terminaba, se quedaba mirando algo que nadie podía imaginar que era. Miraba la hora y se retiraba, no sin antes dejar la misma propina todos los días, generosa por cierto.

El hombre siempre estaba bien vestido, siempre ocupaba la misma mesa, siempre pedía lo mismo.“Siempre” era una rutina.

En el bar todos los conocían, pero nadie, nunca se había tomado ni siquiera cinco minutos para conversar con un cliente tan fiel. Los mozos que lo atendían, la cajera y hasta el dueño hablaban de él, lo “esperaban” cada mañana, pero ninguno de ellos había sido capaz de cambiar dos palabras con el hombre.

Sin embargo, y a pesar de no saber absolutamente nada de su vida, cada uno tenía hechas muchas conjeturas acerca del fiel y solitario cliente.

-Pobre hombre-decía la cajera- Sin dudas está muy solo. Jamás lo acompaña nadie, ni siquiera los fines de semana. Eso es señal que está verdaderamente solo en la vida. Miren qué mirada triste que tiene. No tiene alianza, seguro nunca se casó. Viene a desayunar aquí para no sentirte tan solo en su casa. Seguro no tolera desayunar sin compañía y por eso viene aquí porque si bien viene solo, es evidente que se entretiene mirando pasar la gente. ¡Qué historia tan triste pobre hombre!

-¿Sabes que no creo que sea un pobre hombre? –Dijo uno de los mozos que siempre lo atendía- Tiene cara de ser una persona difícil, de triste nada. Solo se debe haber quedado porque nadie lo debe soportar . ¿No le has visto bien la mirada? Tiene la mirada dura, como de hielo. Y no debe venir aquí porque no tenga nadie que le haga el desayuno, apuesto a que no lo soportan en su casa o mejor dicho, él no debe soportar a nadie y se aísla. Bien solo está. Y si no tiene la alianza, te aseguro que se debe haber divorciado. Mírale la cara, es evidente que no es una persona sencilla.

-No estoy de acuerdo con ninguno de los dos-intervino el dueño del bar- Ese hombre tiene un problema, lo veo en su rostro. Algo lo está acosando. Debe venir aquí a pensar tranquilo, sin preocupar a nadie. Hay algo que no está bien en la vida de esa persona, se nota en su rostro. Sus actitudes también ¿No ven cómo revuelve el café una y otra vez? Señal evidente que está nervioso, que hay algo que lo preocupa y mucho y no encuentra la solución.

Cada mañana, el personal del bar esperaba a ver si el fiel cliente entraba, se sentaba, pedía su café y lo revolvía una y otra vez. Y cada mañana ocurría lo mismo, con lluvia o frío, con intenso calor o temporal, el hombre jamás faltaba a su cita solitaria.

Todos lo observaban, todos ideaban situaciones, conflictos, pensamientos, en definitiva, le inventaban una vida que sólo se les antojaba a ellos, pero nunca nadie jamás habló con él.

Para unos era un pobre hombre, sólo y sin amor, para otros una persona verdaderamente difícil y sin duda alguna, merecedora de su soledad y para el resto el hombre vivía torturado por algo que lo acosaba. Nadie sabía a ciencia cierta, nadie preguntó jamás.

Un día el hombre no llegó y todos en el bar se preocuparon.

-Se enfermó-dijo la cajera.

-Tuvo un problema con alguien seguramente, interrumpió el mozo.

-¿Y si se murió?-preguntó el dueño del bar ¿Y si ya no podía con su vida y decidió acabar con todo?-

Lo cierto era que ese hombre, solitario e inspirador de tantas elucubraciones había sido cliente de ese bar, desde siempre, cuando otros eran sus dueños. Cuando las personas se acercaban más unas a otras y tenían cinco minutos para preocuparse por el otro.

En ese viejo bar de aquellos años, ese hombre había conocido a su gran amor y cada día, todos los días, ambos desayunaban en ese mismo lugar.

La vida los separó, más allá de la voluntad de ambos, pero él le hizo una promesa.

-Yo te esperaré, todos los días, cada mañana, pensaré en ti y seré feliz. Te esperaré porque sé, que algún día volverás.

Y como la vida suele dar revancha, a veces nos quita, pero también nos devuelve, la mujer volvió.

Esa mañana, una mujer ya más grande había vuelto a buscar un hombre ya mayor. Volvió a buscar al amor de su vida, un hombre generoso, agradable y por sobre todas las cosas fiel.

No fueron a desayunar porque primero, tenían que reencontrarse en la forma más amorosa que podía haber, solos y juntos.

La gente del bar siguió haciendo conjeturas sobre alguien que tenía una historia bien distinta a la que cada uno de ellos había imaginado.

Una historia que -si alguno de ellos le hubiese regalado a ese hombre cinco minutos de su atención- hubiese sido hermoso y enriquecedor conocer. Una historia que hubiese valido la pena compartir.

Fin






Liana Castello
(EnCuentos.com)