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viernes, 14 de noviembre de 2014

DANIEL TOMÁS QUINTANA: 1- FUGA 2- AMOR DE CIRCO


FUGA


No sé si lo saben / pero hay días / en que la poesía / huye por los techos / como un gato perseguido / por mastines asesinos.
En tales ocasiones, / las palabras / se quiebran, / se desgranan, / se diluyen, / se convierten en signos / desperdigados, / muertos; / apenas un puñado / de sonidos guturales / sin sentido, / sin pretensión alguna.
En esos días / la poesía se escribe / con la materia intangible / del silencio.




AMOR DE CIRCO



El Rulo llegó esa mañana con la noticia a la escuela. Apenas se sentó en el banco, justo cuando la señorita Leticia entraba al aula, me lo contó. Che, llegó un circo, alcanzó a decirme antes de que la maestra comenzara con el dictado de las divisiones. Yo lo miré de reojo, esperaba que me diera más detalles pero él, con la punta de la lengua entre los labios, estaba enredado entre divisores y dividendos. Tendré que esperar el recreo, me dije y mi cabeza ya se había poblado de trapecistas, equilibristas, leones y payasos.
En el recreo largo, mientras hacíamos la cola para el mate cocido, el Rulo amplió la noticia. Se llama Águilas Humanas, es un circazo y está al lado de mi casa.
Al mediodía me fui a mi casa por el camino de siempre. A lo lejos, hacia el sur, en la playa de la estación vieja, donde vivía el Rulo, alcancé a distinguir dos mástiles inmensos que parecían rozar las nubes.
Almorcé y salí con prisa. Corrí por la calle España con todo el ímpetu de mis diez años hasta que llegué. El capataz, un negro gigantesco con el torso desnudo y sudoroso, alentaba a gritos a un ejército de hombres que clavaba rítmicamente grandes estacas en la tierra gredosa. Cuidado con las jaulas… los elefantes bajo los árboles… levanten el cartel… cuelguen las banderas, ordenaba con acento extraño un hombrecillo con un blanco sombrero de cowboy.
Chico, querés ganarte un par de boletos, me preguntó una mujer rubia que fumaba con una larga boquilla dorada. Asentí con la cabeza y de inmediato fui incorporado al personal del circo.
Si me viera el Rulo, pensé, mientras llevaba las correas de tres caniches, preciosamente vestidos. Estos son los famosos perros bailarines, me llamo Soraya y vos serás mi ayudante, me dijo la mujer. Mi cabeza era un torbellino. Caminábamos por las entrañas del circo. Cuántos secretos, cuántos misterios aparecían develados antes mis ojos. ¿Dónde ocultaban sus alas los trapecistas? ¿De qué material era el cañón del hombre-bala? ¿Cómo era la cara de los payasos sin pintura?... Allí estaban todas las respuestas.
Mi tarea era pasear a Floppy, Flippy y Fluppy por todos lados. Los tres caniches eran mi salvoconducto. Me metía entre los carromatos, caminaba por el picadero, daba la vuelta a la carpa que se iba levantando al acompasado y disciplinado esfuerzo de decenas de brazos.
Anochecía, los perros bailarines habían quedado en el carromato de Soraya y yo, con dos entradas para la matiné del domingo en el bolsillo, pensé que había terminado mi primera jornada de hombre de circo.
Al pasar saludé a los hermanos Smith, ases de la cama elástica; al dueño, don Santiago S., como todos lo llamaban, y a la troupe de trapecistas, las únicas y excepcionales Águilas Humanas.
Soy uno de ellos, me dije y entonces, a la vuelta de la estrafalaria casa rodante del mago, encontré sus grandes ojos húmedos y su clara sonrisa generosa. Hola, dije, y la cara se me puso colorada como un tomate maduro. Ah!, sos el ayudante de Soraya, yo soy Muriel, tengo once años y trabajo con mi hermana, somos contorsionistas, se presentó. Yo me llamo Daniel, le respondí. Tengo doce años, mentí.
Al día siguiente volví al circo y me olvidé de los perros. Me pasé la tarde al lado de la tarima donde Muriel y Mariel, ensayaban su acto. Mirá, ahora voy a hacer la araña… esto es un disloque completo de miembros, me explicaba mientras su cuerpo menudo enfundado en una malla iluminada, adoptaba posiciones increíbles. Después caminamos por el circo tomados de la mano y me invitó a tomar una taza de leche con pan de anís en el carromato de sus padres. A esa altura yo estaba rotundamente enamorado y creo que ella también. Esa noche, antes de volver a casa, le pregunté si quería ser mi novia. Sus ojos brillaron como refucilos en el cielo moreno de su cara y el rubor trepó por sus mejillas, con los labios apretados me dio un beso al costado de la boca y salió corriendo.
Mi corazón galopó desbocado.
Durante toda esa semana mi mundo fue el circo. Dejé de jugar con el Rulo, mis deberes se transformaron en un desastre, el sábado falté a catecismo y el domingo no fui a misa. Muriel era mi novia y nada más importaba.
Pasé todas esas noches pensando que unirme al circo era mi única y última posibilidad de ser feliz. Casi no dormía y en el desayuno apenas si podía mantenerme despierto. Evitaba mirar a mi madre a los ojos. Sentía culpa y no era para menos. Estaba pensando en abandonarlos a ella, a mi padre y a mi hermano. Ella sabrá entenderme, pensaba mientras iba hacia la escuela por el camino de siempre y a lo lejos, hacia el sur, distinguía la imponente carpa azul y grana. 
El domingo tomé la decisión. Muriel me había confesado que el lunes por la noche sería la última función y el martes partirían. Ese día me pondría al guardapolvo, desayunaría, llevaría el portafolio con alguna ropa, le daría un beso a mi maá y, en vez de ir a la escuela, al llegar a la vía vieja, caminaría hacia el sur, hacia el circo, hacia el amor. Dejaría una carta donde explicaría mi voluntad de convertirme en trashumante para ser feliz al lado de Muriel, mi amor eterno.
El lunes me desperté antes de que mi mamá me hablara. Me levanté sonriendo y tomé la leche sin protestar. Había dormido tranquilamente. Era feliz.
El Rulo llegó esa mañana con la noticia. Apenas se sentó en el banco, justo cuando la señorita Leticia entraba al aula, me lo contó. Che, se fue el circo, parece que anoche, después de la función desarmaron todo y esta mañana cuando me levanté ya no quedaba nada, me dijo, mientras la señorita Leticia le agradecía al Gringo el ramo de flores que le había dejado en el escritorio.
Hoy van a hacer una composición, el tema es “El Circo”, nos indicó la maestra. No escribí nada. Al día siguiente citaron a mi mamá a la escuela.
Danielito debe estar enfermo, dijo la señorita Leticia, él que es tan cumplidor y que siempre sobresale en Lenguaje, ayer no escribió la composición sobre un tema tan lindo como El circo y me entregó la hoja toda manchada con gotas de agua.
Yo miraba el piso de mosaicos gastados de la vieja galería y no me animé a explicar que eran lágrimas y no agua. Al fin y al cabo, no podrían entender que, a los diez años, había extraviado mi única y última oportunidad de ser feliz.













Daniel Tomás Quintana
escribidor

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