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viernes, 28 de noviembre de 2014

IBARRECHEA: CARMELA Y LOS MUÑECOS DE NIEVE



El conductor del colectivo llevaba anteojos oscuros -observaba Carmela desde su asiento-.
Hacía gestos de fastidio cada vez que algún pasajero tocaba el timbre para bajar o cuando alguna persona le hacía señas para que se detenga.

Carmela miraba por la ventanilla, lo que ocurría en las calles.

Carmela, algo inquieta en el asiento, también miraba a otras personas que viajaban en el colectivo con ella y su abuela linda.  
Atrás del conductor fastidioso, había una señora que llevaba dos bolsas de mercado llena de verduras y carnes. Más atrás un señor anotaba números en un papel, parecía que hacía cuentas. Otra señora se pintaba la cara mirándose en un pequeño espejo.

El colectivo se detiene en una avenida.
Carmela mira hacia el espejo del conductor, y ve nuevamente la cara de fastidio que éste pone, por el semáforo en rojo que le impide avanzar.
Ve que pasa un camión grande, de esos que llevan automóviles.
Y que el camión lleva sobre uno de sus espejos laterales retrovisores, un muñeco gordo y blanco de Michelín. Le recuerda algo, ése muñeco.

Entonces Carmela toca el brazo de su abuela y le dice:
- ¿Vos sabías que en las montañas hay nieve, abu?
- Claro Carmela, en las montañas altas dónde hace mucho frío, siempre hay nieve.
- Te voy a contar un cuento, abu. 
- Dale, te escucho.
- Una vez, hace muchos años, estaba un hombre sentado en una piedra, mirando las montañas llenas de nieve y ¿sabes qué? Llegaron en un auto, cuatro muñecos de nieve. 
Uno era grande y tenía una zanahoria que era la nariz, otro tenía botones grandes en el pecho, otro tenía una bufanda roja y un bonete y otro tenía unos guantes marrones en los bolsillos. ¿Sabés lo que hicieron, abu?
- A ver, cuéntame Carmela.
- Levantaron al hombre que estaba en la piedra y lo ataron y lo subieron arriba del auto y lo pasearon por toda la ciudad de los muñecos de nieve, hasta que todos los otros muñecos vinieron a verlo. El hombre muy asustado, sabía que estaba en un problema.
- ¿De dónde sacaste eso Carmela?
- Un cuento que me contó tu amigo, el señor José Antonio, y conozco muchos más.



NIGHTWISH - Walking in the air















diceelwalter@gmail.com
Música: NIGHTWISH "Walkin in the air"
subido por: Guitarextremist Official

IDEA VILARIÑO: POEMAS

YA EN DESNUDEZ TOTAL

Ya en desnudez total
extraña ausencia
de procesos y fórmulas y métodos
flor a flor,
ser a ser,
aún con ciencia
y un caer en silencio y sin objeto.

La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.

Una forma durando sin sentido,
un color,
un estar por estar
y una espera insensata.

Ya en desnudez total
sabiduría
definitiva, única y helada.

Luz a luz
ser a ser,
casi en amiba,
forma, sed, duración,
luz rechazada.



LO QUE SIENTO POR TI

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.

Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.

Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.

Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.
















Idea Vilariño
Nacida en Montevideo, Uruguay, el 18 de agosto de 1920. Poeta, crítica literaria, compositora de canciones, traductora, educadora.

JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ: ROMANCE


ROMANCE
I

Hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes;
tres lunas ha que te busco
par la orilla de los mares,
por la cima de los montes,
por el fonda de los valles.

Al no verte en el areito
ni en la choza de tus padres,
ni en el baño que cobijan
pomarrosas y arrayanes,
murió la risa en mis labios,
y de verter llanto a mares,
pierden su brillo los ojos
que reflejaron tu imagen.

Mis guerreros ya no tocan
caracoles y timbales,
y temerosos me siguen
sin atreverse a mirarme;
que a todo el mundo pregunto,
y no me responde nadie,
¿do está la hermosa Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?


II

Le he prometido a quien diga
el lugar do puedo hallarte,
la mitad de la cosecha,
la mitad de mis palmares,
mi castillo de Cacique,
el que heredé de mis padres,
hecho con oro del Yunque
sin liga de otros metales;
mis más hermosos aretes,
mis más hermosos collares
y con mi carcaj de concha
embutido de corales,
mis flechas más aguzadas
y mi arco de más alcance.

Los ancianos de la tribu
quieren el mando quitarme
porque dicen que el Cemí,
de rigor haciendo alarde,
me ha convertido en un niño
que nada entiende ni sabe,
que el jugo de la tebaiba
ha emponzoñado mi sangre.

¿Qué me importan las riquezas?
Los honores, ¿qué me valen
si no he de verte a mi lado,
si conmigo no las parte
la hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes?


III

¡Oh!, ¡quién sabe si el Caribe,
como las marinas aves,
con alas de la tormenta
cruzó de noche los mares,
y en las playas de Borinquen
movió sus huestes falaces
como serpientes astutas,
como zamuros cobardes,
si hora gimes en prisiones
muy lejos de tus hogares,
y si mi nombre pronuncias
en medio de tristes ayes!

Si así fuera... por las playas,
por los montes y los valles
sonaran en son de guerra
caracoles y timbales;
y si piraguas no hubiesen
o los vientos me faltasen,
al frente de mis gandules
cruzara a nado los mares,
cayendo sobre esa tribu
y bañándome en su sangre,
como cae el guaraguao
sobre paloma cobarde.

Pues diera fuerza a mi brazo
y fortuna en el combate
el nombre de la Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena
la de los ojos muy grandes.


IV

Mas, ¡ay!, si mi amor olvidas
como el yagrumo variable;
si has dejado que otros ojos
con sus miradas te abrasen,
que otras manos te acaricien
y que otros labios te llamen.

Si oculta en la verde gruta
al declinar de la tarde,
borras mis ardientes besos
con los besos de otro amante...,
pues sabes que en ti no puedo
de tus traiciones vengarme;
permita el cielo, Cacica,
que en el próximo combate
caiga sin honra ni gloria
y que el pecho me traspase
una flecha de Caribe
mojada con el curare;
que al fin por tu amor muriendo
tal vez llegues a llorarme,
hermosísima Cacica
de los montes tropicales,
la de la negra melena,
la de los ojos muy grandes.
















José Gautier Benítez  
(1848 – 1880) Poeta puertorriqueño, nació en Caguas y falleció en San Juan.

JAIME SABINES: POEMAS


ALLÍ HABÍA UNA NIÑA

Allí había una niña.
En las hojas del plátano un pequeño 
hombrecito dormía un sueño.
en un estanque, luz en agua.
yo contaba un cuento.

Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento-
se tendía, se estaba quieto.

Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
Todos estábamos en la casa
pero no sé por qué. Estábamos. Luego el silencio.

Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo
que fue cierto.



MI CORAZÓN EMPRENDE...

Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo
último viaje.
Retoño de la luz, 
agua de las edades que en ti, perdida, nace.
Ven a mi sed. ahora.
Después de todo. Antes.
Ven a mi larga sed entretenida
en bocas, escasos manantiales.
Quiero esa arpa honda que en tu vientre 
arrulla niños salvajes,
Quiero esa tensa humedad que te palpita ,
esa humedad de agua que te arde.
Mujer, músculo suave.
La piel de un beso entre tus senos
de oscurecido oleaje 
me navega en la boca
y mide sangre.
Tú también. Y no es tarde.
Aún podemos morirnos uno en otro:
es tuyo y mío ese lugar de nadie.
Mujer, ternura de odio, antigua madre,
quiero entrar, penetrarte,
veneno, llama, ausencia,
mar amargo y amargo, atravesarte.
Cada célula es hembra, tierra abierta,
agua abierta, cosa que se abre.
Yo nací para entrarte.
Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
Por conocerte estoy,
grano de angustia en corazón de ave.
Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
tendrán un hombre encima en todas partes. 












Jaime Sabines
Poeta mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; el 25 de marzo de 1926. Falleció el 19 de marzo de 1999 en México, Distrito Federal

JOSÉ MARÍA EGUREN: POEMAS

LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL

En el pasadizo nebuloso
Calcula mágico sueño de Estambul,
Su perfil presenta destelloso
La niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
Y su llama seductora brilla,
Tiembla en su cabello la garúa
De la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
el fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
Y besos de amor matutino,
Me ofrece la bella criatura
Un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
Hiende leda, vaporoso tul;
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.



EL DOMINÓ

Alumbraron en la mesa los candiles,
Moviéronse solos los aguamaniles,
Y un dominó vacío, pero animado,
Mientras ríe por la calle la verbena,
Se sienta iluminado,
Y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío
Da los espantos en derredor sombrío
Esta noche de insondables maravillas,
Y tiende vagas, lucifugas señales
A los vasos, las sillas
Los ausentes comensales.

Y luego en horror que nacarado flota,
Por la alta noche de voluntad ignota,
En la luz olvida manjares dorados,
Ronronea una oración culpable, llena
De acentos desolados,
Y abandona la cena.














José María Eguren
Poeta Peruano. Nació en Lima en 1874. Pasó su infancia y juventud en una hacienda familiar y, ya en la madurez, residió de forma permanente en Barranco, en donde falleció en 1942. Además de escritor fue acuarelista, fotógrafo y profesor.

GABRIEL DARIO DELFINO: SÚPLICA


SÚPLICA

Para sexo,
sobra gente en la calle,
pero para una gota de amor,

¿No ves?,

todo parece yerto…
Comprendes entonces
porque sigo sediento

de ti…

¿Acaso me oyes?

Gabriel Dario Delfino
(Escritores)

MÚSICA: MONSERRAT CABALLÉ


"Un Bel Di Vedremo"
(Puccini)
(subido por Onegin65)


"La habanera" 
"L'amour est un oiseau rebelle" de la ópera "Carmen" de Georges Bizet.
(Subido por :YouMoreTv - Cultura)

Gentileza: YouTube






viernes, 21 de noviembre de 2014

IBARRECHEA: CUANDO SEA GRANDE

Les dije a todos que:
Cuando sea grande quiero caminar como Spencer Tracy, hablar como John Wayne, usar bigotes como James Coburn, ser un caballero como Peter O`Toole, mirar como Humprey Bogart y besar como Clarck Gable.

(Ustedes sabían que entre las cien frases más famosas del cine, hay dos que que dice Bogart en la película Casablanca?
Una: "..Detenga usted a los sospechosos de siempre..."
Otra: "Tócala de nuevo Sam..."
Pero la más famosa de todas la dijo Gable en la película Lo que el viento se llevó.
"...Me importa un bledo.")


Bien, lo que yo quiero decirles con esto, es que cuando sea grande,
Quiero ser actor.

Zás..!

Todos empezaron a tachar de las listas, las posibles profesiones cuyos diplomas estarían enmarcados y colgados en el clavo huerfanito y desnudo que se asoma en la pared del comedor.

¿Que pasó con lo del médico brillante de los hospitales públicos..?
¿Y los del abogado defensor de la gente pobre..?
¿Y lo del arquitecto de las futuras casas económicas..?
¿Y de aquel famoso ingeniero de puentes..?



Tachen.
Tachen todo eso que conmigo no corresponde.

En consecuencia, algunos mayores asistentes, tenían  sobradas ganas de estrangularme.
Como se estrangula a una gallina antes de poner a hervir el agua.

Otros, no menos audaces, querían vaciar la máquina de insecticida "Flit" en mi garganta.

Mi padrino, argumentaba que yo era uno de los pibes más extraños que haya conocido, mientras el cura, llamado de urgencia, intentaba exorcizarme en el comedor de casa.

Las niñas, en cambio, suspiraban sin disimulo.
Con sus medias caídas en los tobillos y las rodillas juntas y las manos apoyadas en sus mejillas coloreadas.

Sigo.
Cuando sea grande y si la gente de Hollywood no me hubiera descubierto por vivir en Deán Funes, entonces intentaré escribir.
Escribiré como José Hernández, Mark Twain, Salgari ó Julio Verne.
Escribiré los guiones de las películas.
Sí señor, eso haré.

(Como por ejemplo José Hernández en el Martín Fierro:
"Los hermanos sean unidos , esa es la ley primera..")

Y me subo a una silla del comedor de un salto y haciendo equilibrio, abro los brazos para seguir diciendo:
"¡Quiero ser el primer Gaucho de estas Pampas que pise la Luna y escribir con pintura en una roca...
¡Aquí estuvo, el pibe del blog Pasen y Vean..!"

En fin, lo que quiero decirles con esto, y que va a salir como buluquita a través de un canutito de caña.
O sea, como un escupitajo certero.
Es que cuando sea grande, entraré a los cines sin pagar.
Me colaré en las reuniones para oir a los escritores del momento.
Volveré a comerme la colección Robin Hood.
Robaré de los kioscos las Billiken.
Correré por las veredas.
Conversaré a escondidas con el Corto Maltés.
Y espiaré por el escondite donde se meten mis sueños.

También, cuando sea grande, dormiré con las ventanas abiertas para que por allí se escapen las molestas pesadillas hacia el frío de las madrugadas, vestidas de polizonte.
En una de ésas, se vuelven mansas tropezando por los pasillos oscuros.

Todo eso haré cuando sea grande, les dije.

Mi madre, compungida, desde un rincón rezaba el rosario junto a algunas de mis tías que la acompañaban en su aflicción.

Mi padre, trataba de encender el tabaco de su pipa, mirando hacia al suelo.

Al final, y mucho tiempo después, todos se fueron al cielo.

Y yo ahora, mientras me preguntan porqué escribo como escribo.
Yo, ahora que soy grande, busco entre la gente a un pibe que tenga papel y lápiz en sus manos, y que tenga ganas de escribir cuentos, para darle un abrazo. 
Niño, no te detengas.



















Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

BERENICE WEBER: CONOCE LAS POSICIONES DE DORMIR DE UNA PAREJA

Para el psicólogo y maestro en cognición y lenguaje João Oliveira, es necesario observar la posición de la pareja al amanecer, ya que aquellas elegidas a la hora de acostarse raramente permanecen iguales luego de una siesta. Paulo Sergio de Camargo, un especialista en lenguaje corporal, autor de “Lenguaje Corporal: Técnicas para mejorar las relaciones personales y profesionales” así como Ronaldo Antonio Cavalli, quien imparte talleres y cursos sobre el tema, también opinan al respecto.
Conoce las posiciones de dormir más comunes y que pueden indicar respecto a una relación:

1. Entrelazados

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Para los especialistas en lenguaje corporal, esta posición es una señal de deseo y de una pasión muy fuerte. “Es muy común en el inicio de una relación y acostumbra a ocurrir cuando ambos se quedan dormidos después de tener intimidad, con la intención de unir el cuerpo en uno solo” Afirma Oliveira.
Los brazos abiertos son señal de proximidad y el entrelazamiento de las piernas, según Cavalli, revelan el deseo sexual. Para él, es posible que la pareja que duerme en esa posición sufra de celos.

2. De cucharita







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Según el especialista Sergio de Camargo, la persona que abraza tiende a guiar y proteger al otro en la relación, y la pareja se siente segura y cómoda a su lado. “Tal vez sea la posición que mejor refleje la armonía perfecta en la que vive una pareja. Los cuerpos se transforman en uno solo, existe la pasión y necesidad de estar juntos”, afirma. Pero, según Oliveira, esta postura también puede sugerir que hay cierta inseguridad en la relación. “No se engañe pensando que quien duerme en esta posición siempre está en un momento ideal. También puede tratarse de un intento de asegurar al otro en una relación que no va bien”, dice.

3. Abrazados

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Para el especialista en lenguaje corporal Antonio Cavalli, el abrazo revela compromiso, amor y cariño entre la pareja. “Esa posición revela una buena relación. La pareja se encuentra en un momento excelente y la vida sexual debe ser perfecta”, afirma Oliveira. Según él, aquel que busca abrigo en el otro demuestra un profundo afecto por la pareja. Camargo por su parte, dice que la cabeza sobre el hombre es un indicio de que la persona se siente bastante segura con su pareja – que probablemente domine la relación. “Los brazos envueltos en ella amplían el deseo de protección”, afirma.

4. El espacioso y la reducida

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Esta no es una buena posición para la pareja, según Oliveira. “Una persona espaciosa en la cama no demuestra afecto ni cariño por su conyugue. Este busca más espacio como una forma de autoafirmación en la relación”, afirma. Para él, esta posición revela que la relación pasa por un momento difícil, en el que la persona que ocupa menos espacio se siente insegura y con baja autoestima, cuando la persona se mantiene en posición fetal y viendo a su pareja, aún cree en el éxito de la relación. Además, Camargo cree que dormir sobre el estómago y con las manos encima de la cabeza indica terquedad, persistencia y necesidad de dominar y controlar el ambiente en que se vive.

5. Cada uno con su espacio y con los pies entrelazados

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Esta posición es una señal de que ambos se aman, pero también indica que la relación necesita atención, afirma Oliveira. “Hay una mezcla de pasión y diferencias en la relación. Puede ser que la pareja viva un momento de ansiedad, cambio de rutina o presión en el trabajo”. De acuerdo con Paulo Sergio de Camargo, quien duerme sobre su espalda (en este caso, el hombre) es quien no siente necesidad de ver a su pareja. Mientras que dormir sobre el estómago y con las manos por sobre la cabeza (mujer) revela terquedad y necesidad de controlar el ambiente en que vive. Para Cavalli, como existe el contacto con los pies, aún existe el compromiso con el otro y la complicidad entre pareja. “Siendo que el pie es el área corporal más inconsciente en sus movimiento, hay una declaración de amor subliminal y verdadera en esa forma de dormir”, finaliza Oliveira.

6. Cada uno con su espacio pero tocándose

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Según Paulo Sergio de Camargo, una postura de dormir como esta revela una relación bastante espontanea. “Cada uno respeta el espacio del otro. Ellos pueden tener amigos y actividades separadas, más la confianza es mutua”, afirma. La mano extendida revela la intención de proteger y tomar en cuenta a la pareja, pero sin exagerar. Ya el rosto de ella vuelto hacia el hombre revela confianza, mientras que sus manos debajo de su rostro muestra que se siente confortable ante la presencia de él. Para Oliveira, la demostración de afecto por parte de él, la mano sobre ella, como si intentara descubrir si todo está bien, puede ser indicio de que la posición es consecuencia de un intento de reconciliación.

7. De espaldas, pero uno toca al otro

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Según Camargo, la separación muestra que la pareja desea libertad, pero la mano de él sobre el hombro de ella revela que la quiere cerca. “En el caso de él, es casi una necesidad mantener el contacto, sentir a su pareja”, dice Cavalli. Para Oliveira, en este caso, el hombre está más carente y se preocupa por el rumbo que está tomando la relación.
“Existe afecto, más el nivel no es tan bueno como antes. Ella con su postura hacia el frente, debe estar en un buen momento profesional, con autoestima elevada, él busca el apoyo y el cariño de ella”, concluye.


8. De espaldas pero tocándose 










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Una pareja que acostumbra a dormir en esta posición preserva su espacio individual sin perder el contacto. “Se trata de personas dinámicas, que tienen vidas independientes, pero tienen una relación estable y saludable”, afirma Oliveira. De acuerdo con el especialista, esta posición revela que hay confianza en la relación y que uno necesita de la presencia del otro. “Parece que la pareja se coloca delante de un espejo. Esta simetría demuestra que los dos están en sintonía. Existe la necesidad de la presencia del otro. El tiempo de separación entre los dos es muy corto”.

9. De espaldas y separados

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Esta posición a la hora de dormir es una señal de que algo puede andar mal en la relación. Según Oliveira, revela la necesidad de separación y mayor libertad en la vida de ambos. “La falta de contacto entre los cuerpos en direcciones opuestas puede significar una fuerte disputa por el espacio o la total independencia del otro”. Camargo puntualiza que si las manos estuvieran cerradas y el cuerpo tenso, es una señal que la pareja no desea comunicarse luego de una pelea. Pero si el cuerpo está suelto, es una señal de que no hay tensión en la relación. En este caso, la posición podría indicar confianza en la pareja y respeto al espacio del otro.

10. De frente y sin tocarse

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Según Camargo, la pareja que duerme en esa posición quiere intimidad y tiene necesidad de observar a su conyugue, más sabe respetar su espacio y tiende a sentir menos celos. “Ellos saben lidiar con la rutina y con los problemas cotidianos, además respetan los momentos a solas de cada uno, sin nunca distanciarse”, afirma. Oliveira también cree que esta pareja vive un buen momento en su relación. “Aunque no exista contacto, el simple hecho de volver el cuerpo hacia la otra persona significa aceptar al otro como parte de sí mismo. Probablemente se trata de dos grandes amigos y compañeros, y su vida sexual es bastante activa”, dice.

Fuente: uol.com.br  -  http://www.miscuriosidades.com  -  la bioguía

MÚSICA: RITCHIE VALENS


"La Bamba"



"Sleepwalk"

Gentileza: YouTube

viernes, 14 de noviembre de 2014

ROBERTO FONTANARROSA: PUTO EL QUE LEE ESTO


Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.

Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. "Puto el que lee esto", y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.

Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.
No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. "Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos." Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.
El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. "Puto el que lee esto." Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones.
"Es un golpe bajo", dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor -les contesto-, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: "Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción", no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.
Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. "Me voy, me muero, cagué la fruta -podría ser el postrer anhelo-. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches." Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.
Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.
Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros -le advierten-, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.
No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.
De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja.
"Puto el que lee esto."
John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: "Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia". Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.
Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: "Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola".
Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. "Puto el que lee esto." Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.
No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.











Roberto Fontanarrosa
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