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viernes, 10 de octubre de 2014

IBARRECHEA: NOTICIAS SOBRE EL CAMPEÓN

Estoy buscando algunas noticias del campeón -le dije a la doctora Cecilia, que al salir del quirófano me miró y sonrió-.

Hábleme de su amigo el campeón -me dijo mientras se soltaba el cabello-.

Mire doctora, él tiene por costumbre caminar por las calles de Córdoba y observar vidrieras con juguetes. A veces, compra muñecas, las lleva, y las deja en los sillones de su living, otras, compra trencitos, autitos y pelotas de plástico, y los mira con cierta curiosidad mientras escribe. Él es un nostálgico de aquellos, un tipo que nos asombra contándonos sus recuerdos. 

El campeón doctora, siempre me dijo que tenía miedo de morir aburrido, solo y de viejo, será por eso que siempre me pregunta noticias de su pueblo. 
Cada vez que puede, me dice que en su pueblo no hay fantasmas, porque todos los que vivieron allí tuvieron una infancia feliz. Y los muertos, los muertos de su pueblo, él me cuenta que todos murieron con la cicatriz de la sonrisa bien marcada en su cara. Una vez, una mujer le dijo que "lo quería no por lo que él tenía, sino por ser un hombre de allá."

Por eso es que el tiene tantos juguetes, los compra para regalárselos a los niños que se asoman para ver grandes barcos que surcan las aguas de la Cañada, rumbo al río Suquía, en cada botella de plástico que el agua empuja. Los compra para dárselos a los niños que recogen el cartón de las calles con una aureola sobre sus cabezas.

-Niños, les apuesto dos mangos que las de jugo llegan más lejos.
-Niños, les apuesto dos mangos que habrá más cartón a la salida de la escuela. 

Entonces doctora, él les hace escribir cartitas para los navegantes de aquellos barcos imaginarios, deseándoles un muy buen y feliz viaje. Y junto a ellos, arroja los papeles que caen al agua mansa, al agüita tímida del arroyo que le llena el corazón de alegría. 
Él les dice: no fumes niño, no hasta el primer desamor. 
Así es mi amigo el campeón.

A veces, lo he visto jugar con artistas callejeros, discutir con estafadores, calmar a las lloronas, alejarse de los delatores, y explicarles a los poetas que las palabras difíciles no son poesía, ni las metáforas tampoco.  

-Mira viejo, respira, eso es poesía.

Lo he visto enamorarse de cada boca que le dijo que lo quería, hasta encontrar en ése verso la mentira. Eso es poesía, me dice siempre. Los amores y los desamores son poesía.

Entiende eso de una vez por todas, para que comprendas -me dijo-.

Él piensa así, porque tiene una enorme voluntad de servicio. Fíjese doctora, que yo considero necesario que antes de espiar las heridas de su corazón, se debiera leer detenidamente lo que él escribe, para comprender lo de sus heridas. Hay que estudiarle el pulso para saber qué es lo que le pasa. Hasta creo que debe considerarse como un asunto de interés nacional y me atrevo que hasta debe convocarse a una comisión analizadora y fuertemente comprometida en resolver la angustia y las expectativas del campeón y de los otros soñadores sueltos, porque en realidad, nosotros los muchachos del club social, vamos a venir a hacerle el aguante a nuestro ídolo. Hasta que salga de este combate caminando solo y victorioso. Porque nadie nunca ha soñado como él. Entonces nos verán golpear las mesas de los bares por la inmensa alegría, nos verán brindar con nuestros vasos y copas en alto locamente emocionados hasta las lágrimas, y nos verán a todos fundidos en un prolongado abrazo. Golazo.

Yo lo he visto al campeón doctora, rezándole a San Expedito. Quizás ahí está el secreto. Junto a sus viejas fotos, junto a las nuevas fotos. Quizás está en la cajita de cartón para zapatillas de lona del número cuarenta y uno, el lugar donde guarda todas las estampitas. O en el banco de la plaza Colón, desde donde les arroja migajas a las palomas, y les habla al oído para que, cuando sea su hora, lo lleven hasta el Cielo. "No se olviden su promesa, de volar hasta morir." Escuché decir que les decía. Es una máquina de sueños. Imbatible.

Al campeón, doctora Cecilia, también le escuché decir que "Un hombre bien nacido debe comprometerse con la vida que elige, lo demás, es para otros hombres." 

Al campeón lo he visto mirar cómo camina una mujer para opinar sobre sus flaquezas y sus ambiciones. "A aquella dama le pasa algo, aquella otra es una mujer feliz, aquella, aquella que está allá, está desconsolada..."

Y eligió escribir. Eligió escribir y sufrir cada desencanto amoroso agregándole una cicatriz a su corazón, el que usted acaba de ver. 

Eligió escribir sobre los sueños truncos de los pobres, sobre los caminos sin recorrer de los viejos, sobre los barriletes sin cola que dan la vuelta al mundo, sobre las esquirlas de las bombas fragmentarias que aún navegan en el aire buscando a sus víctimas, sobre los adioses, sobre las bienvenidas, sobre esos ojos tristes que lo miraron bajo la luna y le dijeron "espérame." 

Así es él, doctora Cecilia.

Déjelo fumar si sale de ésta, déjelo apretar los dedos en el alambrado olímpico de las canchas de fútbol cada vez que Instituto Atlético Central Córdoba le regale un gol. 
No le diga nada. Eso, para él es pura poesía.

Deje que su corazón estalle en mil lucecitas de fuegos artificiales cada vez que ella lo llame, y no se olvide doctora, que a él le gusta jugar en las plazas con las palomas y con algunos chiquilines de sueños insobornables que quizás también lo esperan en largas mesas familiares sin sueños. No mire sus heridas, busque el porqué de ellas.

Por eso, si sale de ésta, déjelo con sus sueños, que atrás de ésa sonrisa encantadora, el campeón es apenas un payaso triste que sólo quiere que le digan "acá estoy, vos también podés contar conmigo." Y que le den la mano y le regalen pequeñas porciones de alegría.

No, no. No se ponga así. Mire, le cuento que antes de venir a pedirle a usted, un poco de noticias sobre el estado del campeón, yo acudí a su llamado y llegué primero. Llegué antes porque lo conozco. Y estuve allí cuando preparó todo para ésta, su segunda y definitiva pelea del siglo. 

Escuche bien, le cuento que fue lo que hizo el campeón.

Cerró el agua.
Cortó la luz.
Apagó el gas.
Besó a la muñeca desparramada en el sillón, colocó sobre una vía imaginaria los trencitos de lata y de madera, enrolló el piolín sobre el trompo, embocó al balero y pegó la última figurita en el álbum de sus recuerdos. 

-Ahora si, llévame al viejo hospital de los muñecos, amigo.

Y como un campeón, salió de su vestuario. 

Como salen los campeones, envuelto en una bata blanca, rodeado de cuatro guardaespaldas vestidos de blanco que empujaban la camilla, apurados y nerviosos, atrás, parecía que lo alentaba un coro de ángeles y al subir al ring del gran combate, yo vi que estallaron miles y miles y miles de lucecitas multicolores, y el ambiente se llenó de voces multitudinarias que ensayaban cantos victoriosos para alentarlo. 

Lo que no se doctora, es para que lado ha peleado hoy.
Si del lado de la razón, o del lado del corazón.














José Antonio Ibarrechea
http://diceelwalter.blogspot.com
diceelwalter@gmail.com





Simply Red:  "Fairground"
Gentileza: YouTube

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