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viernes, 8 de agosto de 2014

AL IBARGUREN: LA DECISIÓN DE LOS SOLDADITOS



Todo estaba mal para Al esa mañana. 
No encontraba las gomitas ni el cepillo para que su madre la peine.
La araña que guardaba en el frasco se había fugado, al té con leche del desayuno le faltaba azúcar, las galletitas de agua no tenían gusto, y para colmo se había terminado la manteca. Ella quería pan con manteca.



Su mamá la miró, le dio un beso en la frente, y comprobó que el mal humor de su hija se debía a unas líneas de fiebre. Le dió una pastillita curativa, y le prometió que si ella se acostaba, sería su compañera para jugar a las cartas, si se quedaba en la cama.


Pero Al no quería estar en la cama, no quería jugar a las cartas, ni tampoco a sus muñecas vestidas de plumetí, quería todos sus soldaditos. Los rojos y los azules. Es que con ellos jugaba horas y horas a la guerra. Una vez ella era la jefa de la compañía azul y les ordenaba atacar a la otra, "a la carga mis valientes bam, bam bam." Y los otros le contestaban: "¡Ah! ¡Me dieron, llamen a un médico!"

En otra oportunidad, era la sargento de la compañía roja y hacía que manejaba el tanque atropellando todo cuanto había a su paso. Paf, paf paf insistía con su boca mientras movía con una mano la metralleta del vehículo.

¡Me faltan mamá!, gritó Al luego de husmear en la caja, que su mami le había acercado.
-Faltan Mike y Miguelito. Fijate bien mamá. Mike tiene la chaqueta roja y el pelo claro, Miguelito la tiene azul, pero el pelo es oscuro. Ellos son los mejores, mamá, los mejores del mundo ¿y si se lo llevó el monstruo que vive debajo de mi cama?

Mientras tanto, en algún lugar debajo de los muebles, Mike y Miguelito, lejos de suponer lo que le ocurría a ella, y cada uno perteneciendo a una compañía diferente, munidos de casco, cantimplora, fusil, municiones y radio, habían llegado hasta la imaginaria estación del ferrocarril para tomarla.

Mike se había encerrado en la boletería, y por la ventana espiaba a su oponente que le parecía que estaba escondido en la locomotora de la formación. Pero Miguelito, se había escondido dentro de un antiguo vagón de madera que reposaba en el playón de maniobras, y por las ranuras provocadas por el paso del tiempo, vigilaba sin perder ningún detalle, hasta a las moscas empeñadas en hacer más difícil la situación.

Ambos esperaban los refuerzos, ambos sabían que la estación era un punto importante para lograr el éxito de la misión, porque los dos estaban detrás del mismo objetivo.

Tan ocupado estaba cada uno, escudriñando los movimientos del otro, que no vieron que alguien más detentaba esa posición privilegiada. Fue Miguelito, que por sacarse el insecto que tenía en la nariz, se descuidó un instante y así descubrió la sombra de un gigante, que con parsimonia venía caminando por las vías y sin perder su objetivo primordial, arrastraba cuanta insignificancia se le aparecía.

Lo invadió un miedo tremendo, aquella cosa arrasaba con todo.
Desaparecían interminables alambrados de púas, rodaban tanques, camiones, artillería pesada y hasta desaparecían las trincheras como simple pelusa escondida bajo un sillón. 

Miguelito decidió cambiar su estrategia entonces. Comenzó sacándose la chaqueta azul, dejando al descubierto su camiseta roja, y luego llamó por la radio a Mike.

-Cabeza de Chorlito llamando a Cara Sucia, cambio.

-Aquí Cara sucia. ¿te rendís? cambio.

-No tonto, objeto enorme nos acecha, propongo tregua para luchar juntos, cambio.

Cara Sucia Mike también se sintió perdido al ver semejante peligro, entonces con el temor de sentirse atrapado, contestó.

-Medida inteligente Cabeza de Chorlito, nos vemos en 10 minutos, y en 10 pasos a la derecha y 10 pasos a la izquierda, cambio.

Mike corrió los bancos que trababan la puerta, y la abrió junto con los postigos y salió. Miguelito deslizó por la corredera el portón del vagón, dio un salto y ambos, agotados, cubiertos de pelusa pero airosos, se encontraron en el andén, justo abajo del reloj. Mike, al notar el cambio de vestimenta de Miguelito, primero lo miró sorprendido y luego le tendió los brazos con una sonrisa radiante. Fue impresionante verlos fundidos en aquel abrazo

Pero mucho no les duró, aquel descuido que por un interminable abrazo se brindan los amigos, fueron sorprendidos por el voraz escobillón.
Cruel cazador de objetos perdidos bajo los muebles, que sin vacilar, los levantó por el aire, los colocó en una superficie plana y blanca, que se encargó de llevarlos prisioneros hasta la misma cama de la niña.

Aquí los tienes Al -le decía su madre mientras le entregaba a los heroicos soldaditos que resistieron sin rendirse-
Al, contenta por tenerlos nuevamente, los levantó uno por uno, los miró del derecho y del revés, se rascó la cabeza y…no pudo continuar porque asustada y asombrada, les oyó hablar.

Mike y Miguelito se pararon hombro con hombro frente a la niña y le dijeron:

No más juegos de guerra Al.
No más trajes azules ni rojos entre nosotros.
Queremos que busques un pincel y nos pintes a nuestras dos compañías del mismo color.
Queremos que nos pintes de color verde.
Nos dimos cuenta que si estamos en el mismo bando somos más.
Nosotros, elegimos la amistad.










Al Ibarguren
alibarguren55@gmail.com

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